Forjada en Hextech Parte 2
11 de septiembre de 2025, 14:03
Las calles de Piltover se alzaban silenciosas, apenas bañadas por la luz anaranjada del amanecer. Vi avanzaba cojeando desde el muelle, dejando atrás el barco donde se encontró con Jinx. El vendaje del muslo ya mostraba manchas oscuras, pero ella no se detenía. No podía. No cuando Caitlyn seguía en peligro.
Pasó junto al Ancla Roja sin girar la cabeza. En la cubierta, Sarah reía por lo bajo mientras Lynn le acomodaba algo en la chaqueta. Fue solo un segundo, una mirada de reojo... pero suficiente. Sarah la vio. Y todo cambió.
—Vi. —Llamó, alzando la voz. La sonrisa se esfumó. —¡Vi, espera!
Vi no se detuvo.
—No ahora, Sarah. No tengo tiempo.
—Vas a matarte caminando así. —La pirata descendió de un salto al muelle y comenzó a seguirla. —Y no me mires así. No voy a dejar que te desangres por orgullo.
—No es orgullo. —Vi apretó los dientes. Cada paso era una lanza de fuego subiéndole por el muslo. —Es necesidad.
Sarah la alcanzó sin esfuerzo y la observó en silencio durante unos segundos. Vi tenía los ojos rojos, las manos temblorosas. Iba empapada de ansiedad y culpa, pero mantenía el paso, como si solo la pura terquedad la mantuviera en pie.
—No vas a llegar así, Vi. —Dijo Sarah en voz baja, sin burla, sin filtro. —Estás sangrando demasiado.
Vi bajó la vista a su muslo. El vendaje estaba empapado y una gota caía con cada paso.
—No importa. —Murmuró. —Solo necesito llegar.
—Sí importa. —Sarah le sostuvo la mirada. —Caitlyn no se va a curar si tú te desarmas en el camino.
Vi apretó la mandíbula. No discutió. Solo se detuvo por un segundo. Solo uno.
Sarah aprovechó ese segundo para girarse hacia el Ancla Roja.
—¡Lynn! —Gritó con una seguridad que retumbó en los adoquines del puerto.
La ejecutora, que aún estaba en cubierta, levantó la vista.
—¡La moto! —Ordenó. —Es urgente.
Lynn no preguntó. La miró a los ojos, luego a Vi, y asintió con una sonrisa comprensiva antes de lanzarle las llaves y desaparecer bajo cubierta.
Sarah volvió a Vi y la sostuvo por la cintura. Esta vez, Vi no se resistió. Apoyó parte de su peso en ella, temblando.
—Te lo dije una vez, ¿no? —Murmuró Sarah, mientras caminaban juntas hacia donde Lynn había dejado la moto. —No eres tan buena huyendo cuando estás herida.
—Y tú no sabes cuándo dejar de seguirme. —Gruñó Vi, sin fuerza real.
—No. Y tampoco quiero hacerlo. —Sarah la miró de reojo con una sonrisa ladeada. — Especialmente si el camino me lleva a salvar a la mujer que me rompió el corazón y aun así me hace sonreír.
Vi se rio por lo bajo, rendida ante esa mezcla de descaro y ternura que solo Sarah podía ofrecer.
—Estás imposible.
—Y tú estás preciosa cuando sangras por amor. —Dijo Sarah con fingida solemnidad, mientras montaba la moto y le ofrecía el casco a Vi. —Vamos, antes de que me enamore otra vez viendo lo noble que eres.
Vi tomó el casco, pero antes de ponérselo, le dirigió una mirada cargada de gratitud.
—Gracias, Sarah. En serio.
—No me agradezcas aún. —Sarah encendió la moto con un rugido metálico. —Solo no vomites en mi chaqueta.
—Lo intentaré. —Vi se acomodó detrás de ella, sujetándose con una mano firme y la otra protegiendo su herida.
Y entonces partieron.
El motor rugió como una bestia herida, cortando las calles de Piltover mientras el sol se alzaba, indiferente a las promesas rotas y a las heridas que aún sangraban.
La moto se detuvo frente al hospital. Vi bajó con dificultad, la pierna derecha temblando, el vendaje empapado y la cara marcada por el viento y la urgencia.
Sarah apagó el motor y se bajó justo detrás de ella, lanzando una mirada rápida al edificio.
—¿Puedes caminar? —Preguntó, sabiendo ya la respuesta.
—Puedo llegar. —Gruñó Vi, apoyándose en el muro mientras avanzaba.
Apenas cruzaron las puertas de emergencia, el aire les cambió. Todo era más frío, más lento, más tenso. Las luces brillaban demasiado. El olor a desinfectante raspaba la garganta.
Ekko las esperaba junto a una columna. No parecía haber dormido. Tenía la capucha caída sobre el cuello y una pequeña caja metálica en la mano. Al verla, se irguió.
—Vi. —Su voz estaba cargada de preocupación.
—¿Lo tienes? —Preguntó ella sin rodeos.
Ekko asintió, mostrando la caja.
—Lo destilé desde un solo fragmento de cristal. Tuve que improvisar un catalizador. Es inestable… pero puede funcionar.
—¿Dónde está Tobias?
—Adentro. Está con ella.
Vi asintió y, sin esperar más, caminó como pudo hasta el pasillo principal. Ekko y Sarah la siguieron de cerca. Cuando se asomó a la sala de recuperación, vio a Tobias inclinado sobre una mesa con papeles. El cansancio le caía encima como una capa de plomo, pero su mirada seguía firme.
—Tobias. —Llamó Vi desde el umbral.
Tobias levantó la vista. Bastó verla cojeando, el rostro pálido, las manos apretadas en puños, para entenderlo todo.
—¿Es eso lo que creo? —Dijo al ver la caja en manos de Ekko.
Vi asintió.
—Es Shimmer. Lo destilaron desde un solo fragmento. No hay más.
Tobias miró la caja, luego a Vi, y finalmente a Ekko.
—¿Lo probaste?
Ekko negó lentamente.
—No tuvimos tiempo.
Silencio.
Tobias cerró los ojos un momento. Luego se acercó.
—Tráiganlo. —Ordenó con una voz tan tensa como controlada. —Vamos a estabilizarla antes de que sea demasiado tarde.
Vi entró tras él.
La habitación era más fría que el resto del hospital. Caitlyn yacía inmóvil, pálida, rodeada de monitores y líneas intravenosas. La máquina de oxígeno respiraba por ella subiendo y bajando su pecho. El parche cubría su ojo izquierdo, y debajo del vendaje del pecho, una mancha oscura revelaba que la hemorragia interna había regresado.
Vi se quedó quieta un segundo, como si sus pasos pudieran contaminar el espacio. Luego avanzó.
—¿Puede sobrevivir sin esto? —Preguntó Vi sin apartar la vista de Caitlyn.
Tobias tardó un segundo en responder. Bajó la mirada hacia el monitor cardiaco, luego a las gráficas impresas a un costado de la cama.
—Sus signos vitales están descendiendo rápido. —Dijo al fin, sin rodeos. —La presión está por los suelos, el nivel de oxígeno apenas se sostiene. Con suerte... sobrevivirá la noche.
Vi apretó los dientes. Tragó saliva. No podía permitirse flaquear ahora.
—Entonces no tenemos opción.
Ekko abrió la caja con manos tensas. El líquido Shimmer brillaba con un resplandor inquieto, más pálido que el normal, como si incluso la sustancia supiera que había sido forzada a existir demasiado rápido.
Tobias preparó la jeringa con sumo cuidado. Sarah, en silencio, se mantenía al fondo, sin intervenir, pero con la vista fija en la escena.
—Vamos a aplicar una dosis mínima. —Dijo Tobias, mientras insertaba la aguja en el frasco. —Si el cuerpo de Caitlyn lo acepta, aumentamos gradualmente. Si lo rechaza...
—Lo sabremos enseguida. —Completó Ekko, sin ocultar la tensión.
Vi se sentó junto a la cama. Le tomó la mano con cuidado, como si al hacerlo pudiera contener todo lo que venía. Cerró los ojos un momento y apoyó la frente contra el dorso de su mano vendada.
—Tienes que resistir, Cait. Solo un poco más.
Tobias exhaló y aplicó la inyección en la línea intravenosa. El Shimmer entró lentamente al torrente sanguíneo.
Por unos segundos, no pasó nada.
Entonces, el cuerpo de Caitlyn se arqueó de golpe.
El monitor cardíaco emitió una alarma aguda.
—¡Está rechazándolo! —Gritó Tobias.
Caitlyn convulsionó brevemente, la respiración se volvió errática. La vena bajo su cuello se marcó de forma anómala, violácea, como si algo corrosivo viajara por su sangre. Un hilo de sangre brotó de su nariz. Vi se inclinó sobre ella, el terror pintado en cada músculo de su rostro.
—¡Haz algo! —Exclamó Vi, desesperada.
Tobias ya estaba preparando una segunda jeringa, esta vez con un estabilizador.
—¡Ekko, necesito el catalizador neutralizante, ahora!
Ekko rebuscó con desesperación en su mochila. Sus dedos temblaban al sujetar el pequeño tubo con líquido ámbar. Lo pasó sin decir palabra, con el rostro blanco como una hoja.
Ekko pasó la mano por su frente, empapada de sudor, y murmuró más para sí que para los demás.
—Esto no puede fallar...
Apretaba el tubo de estabilizador con tanta fuerza que sus nudillos perdieron el color. Su mirada iba y venía entre Vi y Caitlyn, cargada de culpa, de impotencia… y de miedo.
Tobias lo conectó a la línea de administración en menos de cinco segundos.
El cuerpo de Caitlyn seguía temblando. Su pulso, aunque presente, se disparó en picos erráticos. El monitor lanzó una serie de pitidos agudos. Las alarmas encendieron luces rojas en el corazón de todos.
—¡Vamos... vamos! —Murmuró Tobias entre dientes.
Entonces, poco a poco, el caos se fue ralentizando. El ritmo cardíaco descendió, aún irregular, pero no en caída libre. La presión dejó de desplomarse. Caitlyn se estremeció una última vez… y luego, su cuerpo volvió a la quietud.
No era paz. Era agotamiento.
—Está... respondiendo. —Dijo Tobias, con una mezcla de alivio y tensión. —El estabilizador logró frenar el colapso.
Vi apenas logró mantenerse en pie. Se dejó caer junto a la cama, tomó la mano de Caitlyn con fuerza y apoyó la frente contra sus nudillos vendados.
—¿Eso significa que está mejor? —Preguntó, sin aliento.
Tobias negó lentamente con la cabeza.
—No. El Shimmer ya le hizo daño. El metabolismo de Caitlyn lo rechazó con más violencia de lo que esperábamos. Su presión está por los suelos, y los signos neurológicos bajaron... pero al menos, por ahora, el corazón sigue latiendo.
Vi se quedó en silencio. El alivio no era dulce. Era áspero. Un borde fino entre esperanza y culpa.
Ekko apartó la mirada. Sus manos temblaban.
Y entonces, como una explosión contenida por dentro, la puerta del cuarto se abrió de golpe.
—¡Llegué! —Anunció Jinx entrando con pasos apresurados, cubierta con una larga capucha raída que ocultaba gran parte de su rostro. Respiraba agitada, el cabello desordenado asomando por los bordes, y los ojos tensos, alertas.
Tobias giró hacia la puerta... y su expresión se endureció de inmediato. Sus rasgos se congelaron, como si el tiempo retrocediera de golpe. Sus pupilas se contrajeron al ver aquella figura. La mandíbula se le tensó tanto que pareció no poder pronunciar palabra.
Era ella.
La sombra de su esposa, pintada en la sangre del salón del concejo destruido. El caos encarnado. La chica de las bombas.
Jinx.
El aire pareció volverse más denso. Tobias no solo la miró: la atravesó con los ojos. Un músculo le tembló en la mejilla, apenas perceptible. Pero suficiente para decirlo todo.
Vi se giró apenas, notando la tensión.
—Tranquilo. Viene a ayudar. —Dijo con voz seca. No necesitaba decir más. Tobias se mantuvo en su sitio, como si cada músculo de su cuerpo estuviera sostenido por un hilo delgado a punto de romperse.
Tobias apartó la vista con desdén y salió de la habitación.
Jinx se quedó un segundo quieta, como si hubiera sentido el golpe sin que nadie lo diera.
Frente a ella, Vi estaba al lado de la camilla de Caitlyn, con una mano sobre la de su pareja. El vendaje en su muslo seguía manchado de rojo, pero ya no parecía sentirlo. Solo tenía ojos para Caitlyn… y ahora para Jinx.
El silencio entre las dos se hizo denso, cargado. Jinx se quedó a unos pasos de la entrada, con la capucha aún puesta, como si el mundo entero se le hubiese detenido al ver sus rostros. Las miradas caídas. La tensión en el aire. Vi junto a la cama. Ekko... sin siquiera atreverse a verla. Sarah en una silla lejos de la escena.
—¿Qué pasó? —Preguntó finalmente Jinx, con la voz más baja de lo habitual. Su tono era desconfiado, pero también inquieto. —Tienen cara de funeral... más del habitual.
Vi levantó la cabeza, con los ojos enrojecidos.
—Le inyectamos Shimmer. —Dijo, casi sin aire. —Y está peor que antes.
Jinx tardó en procesarlo. Su cuerpo quedó rígido. Solo su respiración tembló un segundo antes de soltar lo inevitable.
—Llegué tarde... —Murmuró. El peso de las palabras le hundió los hombros.
Vi apretó los labios con fuerza, la frustración y la culpa vibrando en su garganta.
Durante unos segundos no hubo nada más. Solo el pitido constante del monitor, y el eco de un destino que parecía cerrar todas las puertas.
Entonces Jinx volvió a hablar, más firme esta vez, aunque no más alta.
—No quise darte esperanzas antes de tiempo. —Se quitó la capucha, revelando el sudor y el polvo de la carrera. Su mirada fue directa a la de Vi. —Jayce tiene un plan.
Vi se incorporó un poco, el cuerpo reaccionando antes que la mente.
—Eso no es posible… —Murmuró. —Jhin robó la última gema. No queda Hextech.
Jinx negó con la cabeza, una sonrisa ladeada, más amarga que burlona.
—Eso era lo que todos creían. Jayce tenía una reserva. Oculta. Por si las cosas salían mal… y vaya que salieron.
Vi abrió la boca, pero no supo qué decir.
Jinx se adelantó:
—Ya empezamos a construirlo en mi taller. Jayce, Lux… y yo. Pero necesitamos tiempo. Uno o dos días, como mucho.
Vi negó con la cabeza, frustrada.
—No hay uno o dos días... —Murmuró, volviendo la vista hacia Caitlyn, inmóvil bajo la sábana blanca. —Con suerte… con mucha suerte… aguanta esta noche.
Jinx se quedó en silencio por un momento. No miró a Ekko. Ni siquiera se permitió notarlo. Tenía toda su atención puesta en Vi. En su hermana. En esa expresión rota que había visto en su propio reflejo más veces de las que podía contar.
—Escúchame. —Dijo finalmente, su tono firme, sin dramatismo. —Dile a Tobias que la mantenga viva hasta mañana. Solo hasta el mediodía. No más.
Vi frunció el ceño.
—¿Y qué crees que pueda hacer Tobias con eso?
—Lo suficiente. —Respondió Jinx con decisión. —Tú pídeselo. Hazlo por ella. Hazlo por ti. Nosotros… —Miró brevemente al pasillo, como si ya viera el taller en su mente. —Nosotros vamos a construir ese maldito ojo. Jayce tiene las manos. Yo tengo las ideas. Y Lux… —suspiró. —Lux cree que todo esto aún vale la pena. Esa fe es más útil de lo que parece.
Vi bajó la mirada hacia Caitlyn. Sus dedos temblaban mientras sostenía su mano.
—No me prometas lo imposible. —Dijo en voz baja.
—No lo haría. —Replicó Jinx con seriedad inusual. —Si digo que lo tendremos, es porque lo tendremos. Te lo juro, Vi… vamos a darle otra oportunidad. Pero necesitamos que aguante. Solo hasta mañana. ¿Puedes hacer eso por mí?
Vi alzó la vista. Por primera vez en años, vio en Jinx algo que no podía nombrar. Determinación, amor, culpa y una extraña claridad.
Asintió.
—Haré lo que pueda.
Jinx dio un paso atrás.
—Haz más que eso. Hazlo posible.
Y sin decir nada más, se giró.
Ekko se quedó solo junto a la puerta, mirando el hueco por donde ella había desaparecido. No dijo nada. Ni lo haría. Algunas heridas sabían quedarse abiertas.
Jinx no se detuvo. Ni miró atrás. Sabía que, si lo hacía, algo en ella podría romperse.
Vi por su parte, vio a su hermana irse, giró hacia Caitlyn acarició su mano izquierda y susurró:
—Aguanta, pastelito… Todos están trabajando para que vuelvas junto a mí. Y yo... yo no voy a dejarte ir.
El taller hervía con la tensión de lo imposible.
El aire era espeso, saturado de calor, metal y magia contenida. Las herramientas estaban desplegadas por todas partes, los planos cubrían media mesa y el resplandor de las gemas Hextech palpitaba sobre un soporte blindado, como corazones azules al borde del colapso.
La compuerta lateral se abrió con un chirrido metálico y Jinx entró de golpe. Aún llevaba la capucha puesta, aunque ahora echada hacia atrás. Sus pasos eran rápidos, precisos. Jayce y Lux levantaron la cabeza al verla aparecer.
—No llegué a tiempo. —Dijo antes de que cualquiera pudiera hablar. Se quitó la chaqueta con un tirón y la lanzó sobre una mesa. —Le inyectaron Shimmer. Reaccionó mal. Está estable, pero apenas. Jayce creía que tendríamos un día, tal vez dos. —Dijo Jinx mientras se quitaba los guantes con brusquedad. —Pero ya no hay día. Tenemos hasta el mediodía. Como máximo.
Jayce frunció el ceño y se enderezó desde la banca donde revisaba los planos de los anillos de calibración. Su mirada se deslizó hacia la caja con las gemas.
—¿Y quieres que armemos un implante neurosensitivo funcional... en doce horas?
—No quiero. Necesitamos. —Respondió Jinx, ya encendiendo el soldador con un clic eléctrico. —Así que a trabajar. Porque la diferencia entre una promesa rota y una nueva oportunidad… son doce malditas horas
—Yo me encargaré de la fabricación del soporte. —Dijo Jayce, ya de pie, tomando los calibradores de precisión. —Necesito cincuenta micras de tolerancia en los anclajes. Ni una más.
—Y yo haré las conexiones. —Interrumpió Jinx con su sonrisa ladeada habitual, aunque la sombra en sus ojos decía otra cosa. —No voy a dejar que ningún genio con bata meta mano en su cabeza.
Jayce alzó una ceja, cruzado entre duda y alarma.
—¿Tienes experiencia con conexiones nerviosas?
Jinx bufó, divertida.
—¿Tú tienes experiencia reviviendo a un lunático que perdió media cara y creía que era una gramola? —Respondió ella sin perder el ritmo. Saco de un compartimiento un puño de microcables bañados en plata y cobre conductivo, como si fueran dulces. —Porque yo sí. Tengo pulso de cirujana… y mucha más práctica de la que te gustaría saber.
Durante los siguientes minutos, el taller se llenó de un silencio eléctrico. Jinx soldaba con precisión quirúrgica los filamentos que servirían como sensores mioeléctricos. Eran tan finos que apenas podían sostenerse sin romperse. Cada conexión debía replicar la sensibilidad de una red ocular completa.
Jayce, en paralelo, fresaba la cavidad que albergaría el núcleo de la gema. Las cuchillas resonaban contra el titanio como si tallaran el interior de un reloj. Ajustaba cada curva a mano, inspeccionando con luz, escaneo y medida triple.
Lux lo observaba en silencio, los ojos fijos en la gema que Jayce había seleccionado para el dispositivo. La energía dentro del cristal latía como un corazón atrapado. No era magia. No como la que ella conocía. Pero vibraba en un espectro que su cuerpo alcanzaba a sentir. Una presión sutil en el pecho, una carga estática en la nuca. Viva.
—¿Qué necesitas de mí? —Preguntó finalmente, rompiendo el zumbido metálico del taller.
Jayce se detuvo, apoyó el instrumento sobre la mesa y giró hacia ella. No había impaciencia en su voz, pero sí urgencia.
—Tengo el diseño. Y puedo construir el implante. Pero estabilizar la energía de la gema... eso es otra cosa. Si no la contienes, quemará todos los canales del ojo. Literalmente.
Lux frunció el ceño.
—Nunca he trabajado con esto. No sé cómo estabilizar una gema Hextech.
—No necesitas saberlo. —Interrumpió Jinx, desde el fondo, soldando una placa de conducción con precisión quirúrgica. —Solo sentirla.
Lux la miró, confundida.
—¿Sentirla?
—Tú canalizas energía con varitas y círculos bonitos. Esto es lo mismo, pero sin reglas. Las gemas Hextech no son puro poder. Son flujo, pulso, vibración. Si puedes sentir cómo respira... puedes ayudarla a no ahogarse.
Jayce asintió, retomando la explicación con una claridad casi docente.
—El núcleo genera picos irregulares cuando se vincula a un sistema orgánico. Necesito que canalices ese flujo a través de los conductos secundarios. Como una especie de... anillo de contención viviente.
Lux respiró hondo. Colocó ambas manos a unos centímetros de la gema. El calor no quemaba, pero presionaba, como si estuviera tocando el centro de una tormenta.
—No es como la magia. —Murmuró.
—No. Pero se parece. —Jinx soldaba sin mirarla. —Solo que aquí no puedes mentirle. Si dudas, se desestabiliza.
Lux cerró los ojos. Se concentró en el ritmo de la luz. No pensó en hechizos ni en fórmulas. Solo en el pulso, en cómo latía, en cómo bailaba entre sus dedos como un fuego antiguo y caprichoso. Sus manos comenzaron a temblar, no de miedo, sino de esfuerzo. Estaba canalizando sin canal.
Jayce monitoreaba el voltaje. Un zumbido agudo empezó a elevarse en el taller. Las lecturas fluctuaban, pero no estallaban. El núcleo se estabilizaba.
—Lo estás haciendo. —Murmuró Jayce, sorprendido.
—No me hables. —Siseó Lux, sudando.
Mientras tanto, Jinx, con guantes de precisión y microganchos de plata, preparaba la red de conexión neurosensitiva. Cables finos como hilos de cabello se extendían desde el núcleo hacia una estructura de titanio interno, que simulaba el nervio óptico.
—Cuando esto esté instalado. —Explicó sin levantar la vista. —El cuerpo lo reconocerá como extraño, por eso hay que engañarlo. Necesitamos una calibración progresiva con impulsos eléctricos, primero reflejos, luego señal real. Si lo forzamos... el cerebro lo rechazará.
Jayce se detuvo un segundo para mirar el plano general. Luego, miró a Jinx.
—¿Tú puedes hacer eso?
—¿Engañar cerebros? —Sonrió con una mueca torpe. —Sí. Lo hago desde que nací.
Lux soltó una risa breve. No podía evitarlo. En medio de la tensión, Jinx aún conservaba su filo.
Jayce no respondió. Ya estaba nuevamente sumergido en el modelo 3D, ajustando la cubierta externa del implante, mientras el núcleo de la gema pulsaba bajo la contención que Lux aún mantenía entre sus manos.
Pasaron las horas. Lentas. Intensas. Interrumpidas solo por cortos intercambios de herramientas, indicaciones precisas, y el zumbido constante de energía contenida al límite.
Lux ya no sentía los dedos. Las uñas le dolían por la presión constante, nunca soltó el flujo de la gema. La había estabilizado sin canalizadores ni glifos. Solo con intuición y aguante. El cuerpo le pedía descanso, pero ella sabía que si se detenía, la estructura colapsaría. En la esquina del taller, una vela agotada daba coletazos moribundos. La noche no solo había pasado: la había consumido.
Jayce trabajó con precisión quirúrgica, ensamblando cada componente con sus propias manos. Alineó la carcasa de titanio, colocó los anillos de sincronización y protegió el núcleo con una lente doble que simulaba el iris. No era hermoso. Pero estaba vivo.
Jinx, desde el otro lado de la mesa, conectó el arnés nervioso. Pequeños filamentos trenzados con oro líquido y fibras hexactivas que imitaban las señales de un nervio óptico real. Probó el pulso eléctrico en una interfaz simulada. La respuesta fue mínima, pero clara.
—¿Se acaba de encender? —Preguntó Lux, entre incrédula y agotada.
—Reaccionando a la luz. —Jinx sonrió, o algo parecido. —Eso es bueno.
Jayce cerró el compartimento con una cubierta final y la selló con una microdescarga.
Un silencio largo se instaló. Los tres miraron el ojo sobre la mesa, sostenido por una base flotante. Un parpadeo de luz cruzó su núcleo azul.
No era perfecto. No tenía que serlo. Bastaba con que le devolviera la mirada al mundo… y la fuerza para enfrentarlo.
—¿Y bien? —Preguntó Jinx con la voz ronca.
Jayce asintió, sin despegar los ojos del implante.
—Está listo.
—¡Ja! Y sin volarnos los sesos en el intento... —Murmuró Jinx con una sonrisa torcida, el sudor pegado a su frente. Miró el reloj. —Aún faltan unas cuantas horitas para el mediodía. ¿Quién lo diría? Somos puntuales... y letalmente sexys.
Lux parpadeó, atónita.
—¿Lo logramos...?
—Claro que sí, pastelito solar. —Respondió Jinx, viendo el implante como si fuera un juguete explosivo. —Contra el tiempo. Contra la lógica. Contra la cordura. Y aun así, aquí estamos.
Jayce no dijo nada. Solo sostuvo el maletín como si cargara algo sagrado.
Lux soltó una exhalación que parecía venir de lo más profundo del alma.
—Tenemos que llevarlo al hospital. Ya.
Nadie respondió con palabras. Solo se movieron. Reunieron herramientas, envolvieron el implante en una cápsula refrigerada y aseguraron cada conector de emergencia.
El amanecer se filtraba por las rendijas oxidadas del taller. Azul pálido. Silencioso. Prometedor.
Sin perder más tiempo, salieron hacia donde los esperaban la última cirugía… y la última oportunidad.
La noche fue un campo minado.
Caitlyn sufrió dos episodios críticos. Uno cerca de la medianoche, otro apenas unas horas antes del amanecer. Su respiración se volvió errática, su presión cayó en picada y el monitor cardiaco emitió alarmas que le arrancaron a Vi años de vida en segundos. Tobias apareció cada vez como un soldado curtido, sin temblores en las manos, pero con la mirada cada vez más opaca.
Vi no durmió. No porque no pudiera, sino porque no se permitió el lujo. Se mantuvo junto a la cama de Caitlyn, sentada, de pie, a ratos arrodillada. La herida de su muslo palpitaba con un ritmo ajeno, molesto, pero secundario. Nada importaba más que esa respiración mecánica, ese pitido constante que marcaba cada segundo como si fuera un corazón prestado.
Sarah se despidió sin palabras alrededor de las tres. Le dejó una mirada larga y una mano breve sobre el hombro antes de desaparecer. Vi no la detuvo. No podía. No debía.
Ekko, en cambio, se quedó.
No dijo mucho. Solo arrastró una silla hasta la esquina de la habitación, se sentó y cruzó los brazos. Cuando el segundo ataque pasó y Tobias volvió a salir con pasos pesados, Ekko bajó la cabeza y se quedó dormido sin darse cuenta, como si su cuerpo lo venciera por cansancio y resignación.
El amanecer filtró una luz pálida por la ventana. Un gris azulado, más frío que sereno. Vi, con los ojos hinchados y la espalda rígida, aún sostenía la mano de Caitlyn cuando Ekko se removió en la silla.
—¿Qué hora es? —Preguntó él, con voz pastosa.
—Casi las siete. —Respondió Vi, sin soltar la mano.
Ekko estiró el cuello, frotándose los ojos con los nudillos. Se inclinó hacia adelante y miró a Caitlyn. El monitor seguía estable. No era una victoria, pero tampoco una derrota.
—¿Cómo estuvo la noche?
Vi negó con la cabeza.
—Tensa. No sé cómo aguantó.
Ekko guardó silencio unos segundos. Luego, con la mirada aún fija en Caitlyn, murmuró:
—Jinx… ni siquiera me miró.
Vi no dijo nada al principio. Bajó la vista al parche del ojo de Caitlyn, a su rostro pálido, al leve movimiento de su pecho al respirar.
—¿Y esperabas que lo hiciera?
Ekko se encogió de hombros.
—No lo sé. Parte de mí quería pensar que sí. Que después de todo lo que fuimos… al menos diría algo.
Vi finalmente lo miró. Su voz sonó baja, sin juicio, sin consuelo.
—Jinx no mira hacia atrás, Ekko. Porque si lo hace... se rompe.
Ekko sonrió, pero sin alegría.
—Qué irónico. —Dijo. —A mí me rompió de frente.
Vi bajó la mirada, sin saber cómo responder. Solo apretó un poco más la mano de Caitlyn, como si pudiera anclarla al mundo solo con eso.
Entonces, sin aviso, el monitor cardiaco lanzó un pitido seco. Otro. Después, una serie de alarmas agudas comenzó a dispararse. La pantalla mostró una caída súbita en la frecuencia cardíaca. El nivel de oxígeno colapsó. Caitlyn se estremeció con un espasmo involuntario, el cuerpo arqueado bajo las sábanas.
—¡No, no, no! —Gritó Vi, levantándose de golpe. —¡Caitlyn!
Ekko ya estaba corriendo hacia el pasillo. Abrió la puerta de un golpe.
—¡¡Tobias!! ¡¡Tobias, rápido!!
El médico apareció segundos después, como si ya estuviera al borde. Entró a la habitación casi sin tocar el suelo, revisando el monitor con ojos de cirujano y puños cerrados de impotencia.
—¡Está entrando en shock! —Espetó. —La presión se fue. El corazón no aguanta. ¡Se nos va!
Se acercó a la cama, sacó la sábana con un tirón y palpó el cuello, el pecho, el abdomen. Su respiración era la de alguien al borde del colapso, pero entrenado para no dejarlo notar.
—¡Necesito ayuda! —Rugió hacia el pasillo. —¡Busquen a los doctores Lamis y Rendar! ¡¡AHORA!!
Vi retrocedió un paso, pálida, como si todo lo que había contenido se le soltara de una sola vez.
—No… —Murmuró. —No puede ser.
Tobias giró hacia ella un segundo. Tenía los ojos inyectados, la mandíbula apretada.
—Vi... lo siento. No aguanta más. Si no intervenimos ahora, no llegará a la próxima hora.
—¿Intervenir cómo?
—Cirugía torácica. Controlar la hemorragia. Estabilizar el corazón como sea. —Tobias se giró hacia las enfermeras que ya entraban corriendo. —¡Preparen el pabellón 3! ¡Monitor completo, anestesia en línea y acceso directo a sangre tipo A!
Vi estaba paralizada. Ekko la tomó del brazo, no para detenerla, sino para afirmarla.
—¿Va a sobrevivir? —Preguntó con la voz rota.
—No lo sé. —Respondió Tobias sin mirarla. Ya estaba preparando la salida con el equipo médico. —Pero si no la operamos, no hay ninguna posibilidad.
Todo se movió muy rápido. Caitlyn fue conectada a una camilla móvil, el oxígeno reforzado, los monitores desconectados uno a uno entre alarmas ensordecedoras. Una enfermera gritaba por un pasillo, otra abría puertas, otra corría con una bandeja estéril.
Vi se quedó de pie mientras se llevaban a Caitlyn. No podía moverse. No podía respirar.
Solo alcanzó a susurrar, como una plegaria:
—Por favor… solo un poco más.
Y entonces, Caitlyn desapareció por las puertas dobles del pabellón, empujada por un equipo que lo apostaba todo contra el tiempo. La última oportunidad. El último intento.
Y la cuenta regresiva... ya había empezado.
Una media hora después.
El pasillo principal del hospital se estremeció con el golpeteo apresurado de botas y pasos. Jinx fue la primera en cruzar la entrada, la cápsula sellada del implante entre sus manos enguantadas. Jayce la seguía con el rostro tenso, cargando la caja de herramientas quirúrgicas personalizadas. Lux, sudorosa y con el cabello recogido de forma improvisada, apenas se sostenía después de canalizar energía toda la noche, pero caminaba firme. Ninguno hablaba. No hacía falta.
Vi los vio llegar desde el otro extremo del pasillo. Estaba de pie, apoyada contra la pared como si su cuerpo fuera una viga mal anclada. Sus ojos estaban hinchados, las vendas en su muslo ahora reforzadas con gasas frescas que no lograban contener la sangre. La vio venir. Y no esperó a las preguntas.
—Está en cirugía. —Dijo alzando la voz, apenas sosteniéndola por encima del temblor. —Hace media hora entró en shock. Tobias dijo que... si no intervenían, no llegaría a la siguiente.
Jinx frenó en seco. Jayce se le pegó por detrás.
—¿Qué tan mal está? —Preguntó Lux, sin rodeos.
Vi los miró uno a uno. Su mirada se quebró un segundo al ver a Jinx... pero no tuvo tiempo para emociones.
—Está agonizando. —Murmuró. —Si no llegaban ahora… no habría a quién implantarle nada.
Jinx asintió, apretando los labios, y sostuvo el contenedor con más fuerza. El corazón le latía tan fuerte que pensó que se le saldría por la garganta, pero no lo dejó escapar.
—¿Dónde está el pabellón? —Preguntó Jayce, ya abriendo la caja con el instrumental, listo para entrar en combate.
—Por aquí. —Dijo Vi. —Síganme.
Los cuatro cruzaron el pasillo como una unidad improvisada: un arquetipo extraño de caos, lógica, fe... y amor. El amanecer apenas filtraba un rayo por los ventanales del hospital, pero todo en su interior parecía vivir bajo una luz artificial, implacable.
Llegaron a la antesala del quirófano: la sala de lavado. Todo era acero, agua a presión y silencio quirúrgico. Un zumbido mecánico flotaba en el aire, apenas audible por encima del sistema de ventilación.
Desde el otro lado de la puerta, la voz de Tobias se hizo oír, firme, entre sonidos de instrumentos y movimiento apresurado.
—¿Qué hacen aquí? —Preguntó sin salir, pero claramente escuchando el retumbar de las botas. Su tono era cortante. Luego, con una pausa cargada de rencor. —¿Qué hace ella aquí?
Jinx se quitó la chaqueta de un tirón, sin siquiera mirar la puerta. Se acercó al lavabo y abrió el grifo con el codo.
—Oh, ya sabes... vine a salvarle el pellejo a tu hija. —Soltó, como si hablara del clima. Se enjuagó los brazos con jabón quirúrgico, restregando con fuerza.
Jayce dejó la cápsula con el implante en una bandeja estéril y comenzó a lavarse con precisión casi mecánica. Lux se arremangó en silencio, sus ojos fijos en la espuma que formaban sus propias manos. Vi fue la última en acercarse al lavamanos. Sus movimientos eran más lentos, pero igual de decididos.
—Tobias… —Dijo ella con un tono más suave. —Jayce creó un implante Hextech. Un ojo completo. Reemplazo funcional. No es cosmético. Es... lo único que podría darle una oportunidad.
Del otro lado, Tobias no respondió de inmediato. Solo se oía el golpeteo metálico de herramientas, una indicación a otro doctor. Luego su voz regresó, más dura.
—La última vez que dijiste que algo era su única esperanza, le inyectamos Shimmer. Casi la mata.
Vi bajó la cabeza un segundo. Apretó los labios. El agua seguía corriendo por sus antebrazos, arrastrando la sangre vieja y el miedo nuevo.
—Lo sé. —Murmuró. —Me equivoqué. Pero ahora... no somos solo nosotros. Está Jayce, está Lux y Jinx... —Miró de reojo a su hermana. —Jinx ayudó a crear esto, por Caitlyn, porque también quiere salvarla.
La puerta no se abrió. Pero hubo una pausa. Un cambio en la tensión del aire. Como si Tobias estuviera decidiendo entre el rencor y la vida.
—Esto tiene que funcionar. —Dijo al fin, más bajo, más humano. —Porque no le queda mucho de vida.
—Entonces déjanos entrar. —Respondió Jayce, con la cápsula lista entre sus manos limpias.
Hubo un segundo de silencio. Al otro lado de la puerta, solo se oía el pitido de las máquinas, una voz médica que daba instrucciones rápidas, y el leve murmullo de guantes deslizándose sobre instrumental estéril.
Entonces, la voz de Tobias se alzó de nuevo. Más grave. Más firme.
—¡Enfermera! —Llamó. —Abra la puerta. Déjelos pasar.
El clic de un interruptor precedió a la apertura automática de la compuerta. Un haz de luz blanca cortó la sala de lavado como una sentencia. Una enfermera de rostro pálido y manos enguantadas les hizo un gesto seco.
—Rápido. No hay tiempo.
Jinx fue la primera en cruzar el umbral, sosteniendo su maletín de herramientas y microconectores como si fueran bisturíes sagrados. Jayce la siguió de cerca, con la cápsula sellada como si cargara una bomba que debía ser desactivada. Lux entró tras ellos, con los ojos clavados en Caitlyn, como si pudiera sostenerla a la distancia.
Vi apretó los dientes y dio un paso al frente junto a los demás. No dudó. No podía. Al cruzar el umbral, sus ojos se clavaron en el cuerpo inerte de Caitlyn, envuelta en sábanas blancas, rodeada de tubos, cables y médicos que se movían con precisión desesperada.
La luz del quirófano rebotaba en las paredes de acero. Todo olía a antiséptico, a metal, a urgencia.
Vi tragó saliva. Su voz fue apenas un murmullo, solo para ella… y para Cait.
—Aguanta, pastelito.
Las puertas se cerraron tras ellos con un suspiro hermético.
Y dentro, sin promesas ni margen de error, comenzó la operación que lo cambiaría todo.
El quirófano se sumió en un silencio quirúrgico apenas interrumpido por el zumbido de las máquinas. Las luces estériles bañaban todo con una blancura casi cruel. La temperatura era baja, pensada para conservar la estabilidad del cuerpo. El corazón de Caitlyn latía, débil pero constante, sostenido por tubos y voluntad ajena.
Vi se ubicó en el costado izquierdo de la camilla, justo junto al brazo de Cait. Le sostuvo la mano con la suya, aún manchada de sangre seca escupida por su boca horas atrás. Se inclinó, pegando la frente a sus dedos.
—Estoy aquí. —Susurró. —No estás sola, ¿me oyes? No lo estás.
Junto a ella, Tobias tomaba nota de las constantes vitales y daba instrucciones rápidas a su enfermera. Era un hombre al borde, pero en el quirófano, el dolor personal se convertía en precisión profesional.
—Saturación en 82. Pulso irregular, presión bajando otra vez. Mantén el suero regulado. Prepara la noradrenalina por si cae en shock.
Los otros doctores se miraron, tensos. Tobias los detuvo con un gesto.
—Gracias. Yo me encargo desde aquí.
Ellos asintieron y abandonaron la sala.
Jayce, por su parte, ya tenía los guantes puestos y el implante expuesto sobre una bandeja sellada. Abrió con cuidado la cápsula de protección que mantenía el ojo Hextech en suspensión.
—Vamos a hacerlo. Incisión primero.
—Dulcemente, martillito. —Intervino Jinx desde el otro lado de la mesa, ya posicionando los microfilamentos para la conexión. —No queremos que la comandante termine viendo a través del cráneo, ¿cierto?
Jayce ni siquiera se molestó en replicar. Su concentración era absoluta. Limpió la zona ocular con movimientos exactos y firmes. El ojo izquierdo de Caitlyn era poco más que un orificio sellado y tejido cicatricial malformado. Con delicadeza extrema, comenzó a extirpar los restos del globo ocular inservible.
—Músculo orbicular desconectado. —Murmuró. —Vasos cauterizados. Preparando cavidad para el implante.
Tobias observaba desde el monitor. Lux, mientras tanto, se posicionaba detrás de Jayce, concentrada en la gema expuesta del nuevo ojo. Su respiración era lenta, medida. Las manos flotaban cerca del núcleo, canalizando su energía con cuidado. Cualquier desbalance haría que el ojo reaccionara de forma peligrosa.
—La energía está vibrando en ondas de pulso corto. —Informó Lux. —Si no redirijo, podría crear una descarga en el nervio óptico.
—Entonces no la cagues, rubiecita. —Dijo Jinx con una sonrisa torcida. —No quiero que a Cait se le prenda el pelo con una sobrecarga. Tendrías que explicárselo tú.
Lux no respondió. Solo intensificó la canalización. Un leve resplandor azul brotó entre sus dedos, conteniendo la vibración interna de la gema.
Jayce, sin apartar la vista, alineó el implante.
—Implante listo. Inserto ahora.
El ojo entró con un leve clic, como una joya encajando en su engaste. El metal se ajustó al hueso orbital y los anclajes se expandieron con un pequeño zumbido.
Jinx tomó el relevo.
—Ok, momento de la magia negra. —Sacó una herramienta de microconexión que parecía más una pinza de relojería que un bisturí. —Voy a empezar con los nervios principales.
Se inclinó sobre Caitlyn, tan cerca que la respiración le empañaba el instrumental. Su rostro cambió. Ya no había sarcasmo. Solo foco absoluto.
—Flexor óptico, conexión uno... dos... —susurraba mientras alineaba los filamentos Hextech con los nervios naturales de Cait. —Estás bien, pastelito. No te muevas mucho... bueno, no te muevas nada, de hecho. Todavía no eres cyborg, pero te prometo que vas a verte genial.
Vi le lanzó una mirada, entre nerviosa y agradecida.
—¿Puedes no decirle “pastelito”? Solo... hazlo bien.
—Oh, tranquila, no estoy compitiendo. —Dijo Jinx sin despegar la vista del implante. —A menos que esto explote. Entonces sí será una competencia de gritos.
Vi volvió a tomar la mano de Caitlyn. Se inclinó sobre ella.
—Resiste, amor. Te están dando una segunda oportunidad.
El pitido del monitor cardíaco se volvió errático de pronto. Primero un salto, luego otro. Y después, una caída.
—¡La presión bajó! —Gritó la enfermera.
—¡Está entrando en inestabilidad! —Advirtió Tobias mientras ajustaba los niveles de oxígeno y pedía una carga de adrenalina.
El rostro de Caitlyn empalideció aún más, y una línea roja del monitor comenzó a zigzaguear con violencia.
—¡No! —Vi se inclinó sobre ella, apretando su mano con fuerza. —¡No me hagas esto, Cait! ¡Vamos, aguanta!
Se giró hacia Jinx, fuera de sí.
—¡Haz algo! ¡La estás perdiendo!
Jinx no levantó la vista de los microfilamentos que manipulaba con precisión quirúrgica. Su ceño seguía fruncido, su pulso firme, la lengua apenas asomando entre los labios en un gesto de concentración.
—Vi, gritarme no va a reconectar sus nervios ópticos por arte de magia. —Dijo con su tono más seco. —Esto es como armar una bomba. Si te apuras, explota. Si te atrasas, explota. Así que... ¿quieres que explote?
Vi apretó los dientes, el pecho subiéndole y bajándole con desesperación. La mano de Cait seguía tibia, pero temblaba bajo sus dedos.
—¡Entonces dime que no la vamos a perder! —Exigió.
Jinx soltó un leve suspiro, como quien calcula un tiempo exacto.
—Estoy llegando al núcleo nervioso. —Murmuró entonces, por fin. —Un poco más... y podremos ver si quiere volver a vernos.
Fue entonces cuando el pitido del monitor sonó con un tono constante.
Un silencio cortante llenó la sala.
La línea en la pantalla se volvió plana.
—¡No…! —Tobias dio un paso al frente. —¡Paro cardíaco!
La enfermera ya tenía las palas de resucitación listas.
—¡Cargando! —gritó.
Vi se quedó petrificada, mirando el monitor como si su propia alma se hubiera detenido también.
—No... no puede ser... —Murmuró con la voz quebrada. —¡Cait, no!
Lux soltó un jadeo, sus manos aún sobre la gema estabilizadora. Su concentración tembló un segundo.
Jayce se quedó helado con el destornillador aún en la mano, apretando la mandíbula.
Pero Jinx... no se detuvo.
Ni siquiera miró el monitor.
—Ni se te ocurra. —Dijo Jinx sin levantar la vista, con una frialdad quirúrgica.
La enfermera se detuvo, confundida.
—¡Pero el corazón…!
—No está muerta. — Jinx ajustó un conector de cobre con precisión milimétrica. —Todavía no.
Le lanzó una mirada fugaz por encima del hombro.
—Si me interrumpes ahora, sí que va a morir. Así que guarda tus chispitas para después.
La enfermera titubeó, luego retrocedió. Tobias, aunque tenso, no intervino.
—Confía en mí. —Añadió Jinx, bajando la mirada a los nervios expuestos. —O al menos finge que lo haces durante los próximos diez segundos.
Su tono no era burlón. Era quirúrgico. Letalmente enfocado.
Vi la miró como si estuviera loca.
—¡El corazón se detuvo! ¡Está...!
—Sí, sí, muy trágico. —La interrumpió Jinx con un tono casi casual, aunque su mano no titubeaba ni un milímetro. —Pero cuando conecte este circuito... podría haber una respuesta involuntaria. Así que si vuelve... lo hará con fuerza.
Se giró apenas hacia Vi, con una ceja levantada.
—¿Qué tipo de respuesta?
—¿Tipo “se despierta gritando con un rayo en la retina”? —Sugirió Jinx con su habitual tono de humor ácido. —Sí. Ese tipo. Así que... agárrale bien la mano, hermanita. Y si se despierta gritando, trata de no llorar encima. Puede entrar en pánico. Tú vas a tener que contenerla.
Vi se incorporó. Se agachó para quedar justo al nivel del rostro de Caitlyn, la mano aún sobre la suya.
—Estoy lista. —Dijo sin vacilar.
—Ok. —Murmuró Jinx. Su rostro estaba cubierto de sudor. Los ojos, rojos por el cansancio. Pero su mano no temblaba. —Vamos a conectar esta cosa.
El último filamento descendió como un susurro metálico. Jinx lo posicionó justo sobre el núcleo nervioso, respiró hondo... y lo encajó.
Silencio.
El monitor no sonó. Caitlyn no se movió. Lux contuvo el aliento. Jayce dejó el destornillador en el aire, como congelado. Vi ni siquiera parpadeaba. Tobias apretó los labios, mientras la enfermera ya buscaba el desfibrilador con la mirada.
Nada.
Jinx tragó saliva. Su voz fue apenas un susurro, casi como si le hablara al implante, o a la propia muerte.
—Vamos, pastelito... No me dejes como una idiota frente a toda esta gente. —Hizo una pausa, sin despegar los dedos del conector. —Si no vuelves, Vi me va a clavar una llave inglesa en la frente. Y créeme… duele más de lo que suena.
Nada.
—Vamos, vamos... tú puedes. —Murmuró, esta vez sin ironía, sin sonrisa. Solo ella. Cansada, rota y aferrada.
Un pitido.
Leve, casi imperceptible. Luego otro. El monitor cardíaco parpadeó. Una línea temblorosa se dibujó.
—¡Tenemos pulso! —Exclamó Tobias, con una mezcla de incredulidad y rabia contenida.
Entonces… un espasmo.
Caitlyn se arqueó de golpe en la camilla, tirando de los cables y los tubos. Su cuerpo intentó gritar, pero lo único que salió fue un sonido ahogado, brutal, imposible, un lamento que chocó contra el tubo del respirador.
El pitido del monitor se disparó. Sus ojos se abrieron de golpe, desbordados de pánico, y comenzaron a lagrimear.
—¡Está despierta! ¡Está tratando de gritar! —Gritó la enfermera, corriendo al cabezal.
—¡Sáquenle el tubo, ahora! —Ordenó Tobias, tomando el control del procedimiento.
Una vez que retiraron el tubo de su garganta, el grito verdadero estalló en la sala:
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
No fue un gemido. No fue un suspiro. Fue un rugido visceral, primitivo. Caitlyn gritaba como si el fuego le devorara el alma desde adentro.
—¡AAAAAAAAAAHHH! ¡AHHHHHHHH! —Gritó otra vez, sin parar, como si la electricidad de su nuevo ojo encendiera todos sus nervios a la vez.
El ojo Hextech brillaba como un sol enloquecido. Azul, incandescente. No miraba: quemaba.
—¡Caitlyn! —Gritó Vi, pero su voz se perdió entre el chillido espantoso que sacudía la sala.
Cait se retorcía, convulsionando entre sollozos y gemidos:
—¡AAAAAAAHHH! ¡NO! ¡QUEMA! ¡NOOO! ¡AAAHHHH!
Pero ella no veía, ni oía. Solo sentía dolor puro, químico, como si el ojo se hubiera fundido en su cerebro. Como si mil agujas ardientes intentaran abrirle la cabeza desde adentro y todos sus nervios se conectaran e incendiaran al mismo tiempo. Se retorció, sacudiendo la camilla, jadeando entrecortado, emitiendo sonidos que no eran palabras, eran puñales ahogados en su garganta.
—¡Sujétenla! —Gritó Tobias, pero Vi ya estaba encima de ella.
Se montó a la camilla, apoyando una rodilla junto a su cadera para estabilizarla, y con ambas manos le sostuvo el rostro.
—¡Cait! ¡Soy yo! ¡Estoy aquí! ¡Escúchame!
Caitlyn seguía gritando. Lágrimas involuntarias corrían por sus sienes. Su nuevo ojo brillaba como si estuviera sobrecargado, pulsando con cada latido irregular de su corazón. Lux apenas mantenía el canal de estabilización en pie. Jayce sostenía el instrumental como si aún tuviera que hacer algo más.
Cait solo gritaba:
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!
Entonces lo vieron.
La zona del pecho, donde antes había un hueco abierto y sangrante, comenzó a cerrarse.
No de forma natural, sino guiada por la tecnología Hextech: fragmentos morados y filamentos azules tejían una nueva superficie, sólida y flexible, como una piel que nunca fue del todo humana. El corazón, envuelto en un resplandor tenue, se acomodaba dentro de aquella estructura viva.
Como si el propio implante se negara a dejarla morir.
Jayce entreabrió los labios, sin poder apartar la vista.
—No puede ser… —Murmuró. —Está… regenerando tejido.
Sacudió la cabeza, sin comprender del todo.
—Esto nunca fue parte del diseño. —Murmuró Jayce, como si hablara consigo mismo, incapaz de apartar la vista del milagro que se tejía ante sus ojos.
Pero la ciencia ya había hecho su parte. Ahora, todo dependía de Vi.
Tobias se inclinó rápidamente junto a ella, con el rostro sudoroso pero firme.
—Vi —Le dijo en voz baja pero cortante. —Si no la calmas ahora, su cuerpo volverá a entrar en shock.
Vi lo miró con los ojos enrojecidos, la garganta cerrada.
—¿Y cómo… cómo se supone que la calme si apenas está volviendo?
—Haz lo que solo tú puedes hacer. —Le respondió Tobias, y retrocedió de inmediato para dejarla actuar.
—¡Mírame! —Gritó, desesperada. —¡Caitlyn, mírame!
Sus manos, manchadas de sangre seca y esfuerzo, apretaron el rostro de su amada. Lo acercó al suyo, hasta que sus frentes se tocaron, hasta que no existía nada más que sus respiraciones entrecortadas.
—Estás aquí... conmigo. —Susurró, sin soltarla. —No te vayas.
El cuerpo de Caitlyn convulsionó una última vez… y se detuvo. El grito se apagó. La respiración se volvió jadeante, aún temblorosa e irregular. Pero ya no era dolor puro, era resistencia.
El ojo Hextech parpadeó, no con párpado, sino con una contracción de energía, como si ajustara su enfoque. Y entonces, como si una ola hubiera retrocedido lentamente de la orilla, Caitlyn bajó los brazos. Su rostro aún estaba descompuesto, empapado en lágrimas, en sudor, en dolor… pero sus ojos se clavaron en los de Vi.
Y en ese momento, solo existía eso: dos miradas reencontradas.
Vi soltó una risa quebrada, al borde del llanto.
—Eso es… —Susurró. —Estás aquí. Estás conmigo.
La abrazó con fuerza y urgencia. No como quien consuela, sino como quien se aferra a la vida con ambos brazos.
Y Caitlyn… le devolvió el abrazo.
Lenta, débil, pero real. Un solo gesto que significaba todo.
Detrás de ellas, Jinx se dejó caer sobre una silla quirúrgica, con las manos cubiertas de sudor, grasa y restos de microfibras.
—Mira eso… —Murmuró con la voz ronca, sin dejar de observar el abrazo. —La traje desde la muerte… ¿cuánto me van a pagar?
Pero sus manos, que tanto habían hecho, no dejaban de temblar. Apretó los puños, intentando disimularlo. Aparentaba seguridad, como si el caos fuera su elemento… pero en el fondo, el miedo seguía ahí, agazapado entre los huesos. Y esta vez, no tenía una bomba con la cual esconderlo.
Desde el otro extremo de la sala, Tobias observaba en silencio. No dijo una palabra. Solo dio un paso hacia adelante, apenas uno, como si la escena frente a él lo hubiese desarmado por dentro. Sus ojos, tan acostumbrados a la contención, se suavizaron por un instante al ver a su hija respirar. Y luego, sin poder contenerlo más, se llevó una mano al rostro. El temblor en sus dedos lo delató antes que las lágrimas.
No hizo ruido. No pidió consuelo. Solo se inclinó levemente hacia adelante, quebrado en silencio, como un hombre que había sostenido el mundo demasiado tiempo… y por fin se permitía soltarlo.
Jayce se limpió el rostro con una manga estéril. Lux dejó escapar una exhalación que parecía cargada con el peso de una noche entera.
Y en medio del quirófano iluminado, donde todo podía haber salido mal… Caitlyn Kiramman volvía a vivir.