ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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Bajo la Niebla del Mar

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La noche había caído como una sábana pesada sobre los tejados de Piltover, arrastrando con ella el tenue murmullo de la ciudad adormecida. Vi estaba sentada sobre una banca de piedra en el patio trasero de la mansión Kiramman, los codos apoyados en las rodillas, la mirada clavada en la tierra húmeda que se extendía bajo sus botas. La brisa nocturna olía a gardenias y a las flores recién regadas por los jardineros, pero para ella, todo sabía a encierro. Cada día era igual esperar y esperar a que Caitlyn la dejara entrar nuevamente en su vida. Que le permitiera pasar la puerta, que le abriera el corazón. Pero Caitlyn no respondía. No había una carta, ni una llamada. Solo silencio. El silencio entre ellas se sentía tan denso que Vi lo llevaba como una carga, aplastándola con cada respiración. Cada hora sin una carta, sin una llamada, sin una palabra, se acumulaba como peso sobre sus hombros, y se convertía en una sombra que oscurecía incluso la luz de la luna sobre el jardín. Y, sin embargo, seguía esperando. —Ni siquiera un “vete a la mierda”, ¿eh? —Murmuró con una sonrisa amarga, dejando que el vacío de la noche le devolviera la burla. Sus nudillos rozaban entre sí, ansiosos. La ira se transformaba en rabia, y la rabia en desesperación. No se está quedando en la mansión Kiramman. Sus noches las pasaba en la guarida de los Firelighters, junto con Ekko, pero la sensación de estar lejos de Caitlyn le recorría los huesos como un frío inquebrantable. Se puso de pie con un bufido, escupiendo hacia un costado. —Al diablo con esto. Sus pasos resonaban en las calles vacías, marcados por la rabia que no la dejaba respirar con calma. No iba a regresar a la guarida de los Firelighters esa noche; no quería ver más las sombras de lo que había perdido. En lugar de eso, dejó que sus pies la guiaran hasta el puerto, como si el mar pudiera ofrecerle algo de paz que ni su mente ni su cuerpo podían encontrar. El puerto de Piltover a esas horas no era el mismo hervidero ruidoso del día. Estaba envuelto en una niebla densa, casi mística, que ondulaba como un espectro entre los barcos anclados. El olor a sal, madera vieja y brea se mezclaba con el rumor apagado del mar chocando contra los pilares. Vi respiró hondo. Ese aire al menos no mentía. La vio desde lejos. Sarah estaba ahí, inmóvil en la baranda del barco, con una pierna cruzada y el cabello suelto cayendo sobre su abrigo rojo como llamas apagadas. Su figura parecía fundirse con la niebla, casi mística, pero era su presencia, esa sensación de tener algo prohibido cerca, lo que realmente la hacía imposible de ignorar. Fumaba, con la cabeza ligeramente inclinada hacia el mar, como si le contara secretos que nadie más podía escuchar. Vi caminó hacia el barco con pasos lentos, como quien no sabe si quiere llegar o si sólo busca ser vista. El crujido de la madera bajo sus botas fue lo único que anunció su presencia. —No sabía que el mar tenía tan buena oreja. —Dijo con tono ligero, aunque su voz arrastraba una pesadez difícil de ocultar. Sarah no se sobresaltó. Exhaló el humo en una nube perezosa antes de girar apenas la cabeza. —Depende del secreto. —Respondió, su tono suave, como si hubiera estado esperándola. Vi se apoyó a su lado en silencio. El mar se abría frente a ellas como una masa interminable de oscuridad líquida, moteada por la luz temblorosa de las lámparas del barco. Una barcaza oxidada pasó flotando lentamente a lo lejos, chirriando como un animal moribundo. —¿Y tú, qué haces aquí, sin tu séquito de idiotas? —Preguntó Sarah, pasándole el cigarro con un gesto lento. Vi lo tomó. Dio una calada profunda y tosió como una novata. —Esperando que alguien me saque de mi propia cabeza. —Dijo, devolviéndoselo mientras escupía a un lado. —Y tú fumas mierda, por cierto. Sarah rio. El sonido era grave, vibrante. De esos que no se sueltan fácil. —La buena mierda es la que duele. —Replicó, dándole otra calada. El silencio entre ambas no era incómodo. Era como un viejo conocido que se sentaba entre ellas con los pies colgando sobre el agua. Vi se quedó mirando el mar, pero no lo veía. En realidad, lo único que podía ver con claridad eran las piernas de Sarah cruzadas con tanta naturalidad, el vaivén relajado de su bota colgando sobre el borde del barco, el leve brillo de sus labios humedecidos por la brisa salada. Maldita sea. Su cuerpo lo recordaba entero. Cómo se movía. Cómo jadeaba. Cómo decía su nombre en susurros entrecortados cuando la tenía rendida bajo su cuerpo. Esa memoria no se había borrado, aunque Vi intentara enterrarla bajo toneladas de razoned. No era el deseo lo que le dolía, era la complicidad. La jodida complicidad. Vi se acercó un poco más, sabiendo lo que hacía, dejando que el roce de sus cuerpos fuera todo menos un accidente. El calor de Sarah era un recordatorio incómodo de lo que había perdido, y sin embargo, no podía evitar la tentación de acercarse más. El perfume familiar que hacía que sus sentidos se avivaran. La tentación estaba ahí, palpable, jugando con la línea fina entre la memoria y la necesidad. —¿Te acuerdas de la vez que hicimos el amor en la cocina del barco? —Preguntó Sarah de repente, como si le hubiera leído la mente. Vi no respondió. No necesitaba hacerlo. El silencio que siguió era su respuesta. —Dejaste mi espalda marcada con tus uñas por tres días. —Sarah sonrió apenas. —Y al cuarto, te ofrecí que me dejaras más marcas. Vi apretó la mandíbula. Dio un salto y se sentó junto a Sarah. El tatuaje en su brazo se tensaba, como si su cuerpo mismo quisiera gritar. Su voz salió grave, más ronca de lo habitual. —Yo estaba rota, Sarah. No recordaba nada. No sabía quién era. —Y aun así fuiste real conmigo. —Sarah giró la cabeza, sus ojos verdes brillando bajo la farola más cercana. —Lo que tuvimos, aunque fuera breve… fue real. Vi asintió, lento. No iba a negarlo. —Lo fue. Sarah lo tomó como un triunfo, pero no uno que celebraría. No era una sonrisa lo que se formó en sus labios. Era otra cosa. Una aceptación amarga. Como quien ha dejado de pelear por algo que ya no le pertenece. —Y ahora estás con ella. —Sarah no necesitó decir el nombre. Bastó con el tono. Vi no dijo que sí. Tampoco lo negó. —Ahora la recuerdo. —Dijo simplemente, como si eso bastara para explicar todo. —Recuerdo por qué me enamoré. Recuerdo… cómo me hacía sentir. Sarah desvió la mirada, la dejó colgar hacia el mar. El silencio volvió a colarse entre ellas, pero esta vez más cargado, más punzante. —¿Y yo? —Preguntó en voz baja, apenas un soplo. —¿Nunca me amaste? Vi tardó en responder. Su voz salió como una cuerda tensa. —Creo que sí. A mi manera… pero no era justo. Ni para ti, ni para mí y mucho menos para Cait. Sarah asintió. Esta vez sí sonrió, aunque doliera. Vi lo notó. Notó cómo esa sonrisa no era para ella, sino para no parecer más rota de lo que ya estaba. —Siempre supe que eras como el mar, Vi. Hermosa, salvaje, impredecible. Pero no podías quedarte quieta en un solo puerto. —Y tú eres fuego. —Vi la miró de reojo. —Una llama que nunca se apaga, aunque el viento la quiera apagar. Sarah la miró. El deseo brilló por un segundo en sus ojos. Lo mismo ocurrió en los de Vi. Pero ninguna se acercó. Ninguna se movió. El pasado las quemaba por dentro. El presente las mantenía quietas. —¿Quieres quedarte a dormir aquí esta noche? —Preguntó Sarah, con la voz más suave que había usado durante toda la conversación. —Solo dormir, nada más. Vi dudó. Su mirada volvió al mar, luego a las luces lejanas de la mansión Kiramman, y finalmente, a Sarah. —No. —Dijo sin rencor. —No puedo quedarme esta vez. No quiero confundirte… ni confundirme. Vi apartó la mirada, centrando su vista en la oscuridad del mar frente a ellas. Podía sentir la vibración del viento en su piel, pero había algo en esa frase, algo en la forma en que lo había dicho, que la mantenía clavada en el mismo lugar. Era una mentira, o al menos no la verdad completa. Sarah no respondió de inmediato. En su lugar, la miró fijamente, como si estuviera midiendo cada palabra, cada gesto. Vi podía sentir su mirada, pesando cada rincón de su alma, tan implacable como el mar que se extendía ante ellas. No era fácil para Sarah quedarse callada cuando las emociones eran tan crudas, pero lo estaba haciendo. Y eso solo hacía las cosas más difíciles. Vi se quedó quieta, sabiendo lo que venía a continuación, aunque no quisiera enfrentarlo. Sarah se acercó más a ella, tan cerca que su calor se filtró en su espacio personal. Vi podría haber dado un paso atrás, pero no lo hizo. El deseo volvía a ser una sombra que crecía entre ellas. —¿No puedes o no quieres? —Preguntó Sarah, su tono bajo y seductor, como si fuera una invitación, una provocación, o ambas. Vi la miró con el rabillo del ojo, la tensión creciente entre ellas como un cordón que parecía a punto de romperse. Su cuerpo le gritaba que se acercara, que cediera, que no fuera tan estúpida como para resistir algo que deseaba profundamente. Pero la voz en su cabeza le decía que era el momento de alejarse, de no caer de nuevo en esa tentación. —No es tan simple. —Vi respiró hondo, buscando una explicación que no sonara tan vacía, tan rota. —Es complicado, Sarah. Ya lo sabes. No puedo seguir jugándonos así, ni a ti ni a ella. Sarah sonrió, pero no era una sonrisa que Vi pudiera descifrar por completo. Había algo amargo en ella, como si entendiera lo que Vi intentaba hacer, pero no estuviera dispuesta a dejarla escapar tan fácilmente. —Y sin embargo, aquí estás. —Sarah acercó su rostro un poco más, la distancia casi inexistente entre ellas. —Jugando con fuego. Vi sintió la cercanía de Sarah como una corriente eléctrica. No estaba segura de si debía alejarse o dejarse arrastrar por la marea. Pero la forma en que Sarah la miraba… Esa mirada calculadora, desafiante, pero también llena de algo más, la hacía vacilar. Y esa era precisamente la razón por la que no podía quedarse. Sarah levantó una mano, tocando suavemente la mejilla de Vi, acercando su rostro al de la otra mujer. Vi, en cambio, sintió como si quisiera detener todo en ese preciso momento. Pero la duda seguía presente, como un peso invisible. El roce de sus dedos se sentía como una sentencia y un alivio al mismo tiempo. Sabía que, si se permitía más de esto, no habría vuelta atrás. Y aún no estaba lista para enfrentar las consecuencias. —No lo hagas. —La voz de Vi salió más suave de lo que esperaba, como un susurro quebrado. —Sabes que no puedo quedarme. No puedo seguir engañándonos. Sarah no se apartó. Al contrario, su cuerpo parecía acercarse más, como si cada palabra que Vi dijera solo reforzara la necesidad de demostrarle lo contrario. Pero algo cambió en su expresión, algo que Vi no pudo identificar de inmediato. No era enojo, ni frustración, sino una comprensión silenciosa, como si Sarah finalmente aceptara lo que Vi había dicho. —Entonces, ¿Por qué me miras así? —Preguntó Sarah, bajando la voz, ahora con un toque más suave, como si estuviera buscando algo más profundo, algo más íntimo. Vi no contestó, no podía. Estaba atrapada en la mirada de Sarah, como si el tiempo se hubiera detenido entre ellas. Podía sentir cómo el aire entre ellas se volvía más denso, cargado de todo lo que nunca se había dicho, de lo que ambas sabían pero no se atrevían a aceptar completamente. Sarah se alejó un poco, rompiendo finalmente el hechizo que las mantenía cerca. Vi respiró profundamente, sintiendo cómo la presión en su pecho aumentaba. Quería seguir ahí, perderse en la tentación, ceder a lo que su cuerpo pedía. Pero algo dentro de ella le decía que ya no podía seguir en ese juego. La capitana la observó un momento más, con una intensidad que casi dolía. Y entonces, simplemente asintió, como si entendiera la batalla interna que estaba librando Vi. —Está bien. —Dijo finalmente, con una sonrisa suave, pero sin las mismas chispas de antes. Vi soltó un suspiro, pero no dijo nada. Sus ojos se encontraron una vez más, y en ese momento, todo lo que había entre ellas quedó claro. No había más palabras que pudieran cambiar lo que ya sabían. El deseo, la complicidad, la tentación: todo seguía ahí, intacto, pero ella no podía seguir al pie de la línea del precipicio. —Eres ardiente mujer. —Vi sonrió débilmente, esa sonrisa torcida que siempre llevaba consigo cuando se sentía atrapada en algo que no podía evitar. Sarah se rio, aunque no con la misma intensidad que antes. Algo había cambiado entre ellas, un reconocimiento mutuo que no podía deshacerse. El crujido de la madera bajo pies descalzos quebró la escena. Vi alzó una ceja al ver la figura que emergía desde el interior del barco, estirándose como un gato que acaba de despertarse de una siesta deliciosa. Lynn. Llevaba puesta una camisa blanca demasiado grande, que evidentemente no era suya, apenas abotonada y abierta en la parte superior. El cabello revuelto, los labios aún húmedos y una marca rojiza en su clavícula hablaban más que cualquier palabra. Lynn, divertida con la escena, soltó un suave bufido. Vi observó cómo Lynn rodeaba a Sarah por la espalda, abrazándola de manera casual, pero también con una intimidad que solo quienes comparten algo profundo podían entender. Lynn no era ajena a Vi; de hecho, recordaba aquel breve pero tenso encuentro en el barco, cuando Lynn había sido más una sombra en el fondo que una presencia real. Ahora, sin embargo, algo en su postura le daba una sensación de familiaridad que dificil de ignorar. Como si hubiera sido siempre parte de esa historia, aunque Vi no estuviera lista para comprender del todo cómo encajaba. Vi soltó una risa incrédula, cruzándose de brazos con media sonrisa torcida. —¿Te lo tenías guardadito, eh, capitana? Sarah ni se inmutó. Solo exhaló lentamente por la nariz, con esa seguridad de quien ya ha sido descubierta y no piensa disculparse por nada. —No es que lo haya ocultado. —Se giró hacia Lynn con calma felina. —Tú simplemente llegaste tarde al capítulo actual. Vi la miró, divertida, sacudiendo la cabeza. —¿Desde cuándo? Lynn, al principio algo confundida por la mirada entre las dos, rápidamente comprendió la situación. Sonrió a Vi y, con un gesto que combinaba seguridad y diversión, rodeó aún más a Sarah por la espalda, acercándose a su oído de manera casi provocadora. —Desde el día de la misión del Ancla Roja. —Respondió Sarah sin pestañear, dejándose abrazar sin perder la compostura. Vi chasqueó la lengua y levantó las cejas. —Bien jugado. Así que no pierdes el tiempo. —¿Tú me viste alguna vez perderlo? —Replicó Sarah con un guiño ladeado. Lynn soltó una risa suave, divertida por la interacción entre las dos. —Vaya, parece que no has cambiado nada. —Comentó Lynn, sonriendo mientras le lanzaba una mirada de arriba abajo a Vi, un gesto de reconocimiento más que de sorpresa. —Sarah sigue siendo igual de testaruda, ¿eh? Vi la miró con una sonrisa torcida, reconociendo ese tono directo y familiar en Lynn. —Siempre lo ha sido. —Vi cruzó los brazos, disfrutando del momento, pero también sabiendo que la presencia de Lynn solo hacía que la situación fuera más complicada. Lynn soltó un bufido, claramente entretenida. —Ya me imaginaba que algo así pasaba. —Dijo Lynn sin rodeos, su tono relajado y lleno de esa confianza que solo quienes comparten algo especial pueden tener. —La verdad, el barco tiene su propio encanto. Vi las observó, reconociendo la facilidad con la que se movían juntas, esa conexión tácita que compartían. La familiaridad entre ellas era palpable, y eso solo hacía que Vi se sintiera un poco más ajena a la escena, aunque no lo demostrara. —¿Así que ahora tienes una nueva forma de... gobernar el barco? —Preguntó Vi, sonriendo levemente, pero sus ojos reflejaban una sombra de algo más profundo. Sarah no apartó la mirada de Vi. Respondió con un toque de diversión en su voz: —Siempre he tenido formas. —Dijo, manteniendo su tono desafiante pero juguetón mientras acomodaba aún más su espalda en el abrazo de Lynn, disfrutando del calor de su cercanía. Vi soltó una pequeña risa, cruzándose de brazos. —Vaya, nunca pensé que vería a la capitana en modo relajación. —Comentó, jugando con la situación, pero sintiendo cómo el aire entre ellas se tensaba. Lynn, con su habitual descaro, sonrió a Vi mientras mantenía su abrazo a Sarah, su mirada fija y confiada. —Bueno, alguien tiene que mantenerla a raya. —Dijo Lynn, con un toque de humor mientras se acomodaba más cerca de Sarah, mirando a Vi de reojo. Vi no pudo evitar sonreír, disfrutando del tono irreverente de Lynn. Sin embargo, el momento también le recordó que ya no tenía un lugar en ese círculo. —Ya veo que las cosas han cambiado. —Vi observó la escena con algo de melancolía, aunque no lo mostró completamente. —Bonita pareja. Lynn rio suavemente, disfrutando de la complicidad entre ellas. Sarah bajó de la baranda del barco con un salto. Luego, de espaldas miró a Vi con una sonrisa tranquila, sin intentar esconder nada. —Es una historia interesante, ¿Verdad? —Dijo Sarah, acercándose un poco más a Lynn y dándole un beso suave en la mejilla. Vi observó ese gesto, una parte de ella sintiendo cómo ese recuerdo la invadía. No había celos, solo una sensación profunda de que algo había quedado atrás, algo que ya no le pertenecía. —Bueno… creo que interrumpí una escena de “se apagan las velas y el barco se tambalea”. Yo ya me voy. —Dijo, mientras saltaba de la baranda. Sarah se separó de Lynn solo lo justo para mirar a Vi con suavidad, mirada llena de comprensión silenciosa. —Gracias por venir, Vi. Vi se giró, caminando hacia el muelle sin mirar atrás. La brisa levantó su chaqueta por un momento. No miró atrás. No hacía falta. El crujido de la madera bajo sus botas se alejó con cada paso, mientras la noche la tragaba, difuminando su figura hasta desaparecer en la oscuridad. Dentro del barco, el silencio se hizo más pesado. Sarah y Lynn se quedaron allí, observando en silencio hasta que la figura de Vi desapareció por completo. —¿Todavía te duele? —Preguntó Lynn, su voz suave y cargada de un tono que desarmaba cualquier defensa, sin juicio ni celos. Solo esa calma profunda que sabía cómo atrapar incluso a la capitana. —Un poco. —Admitió Sarah, girando lentamente hacia ella. La mirada de Sarah era intensa, penetrante, como si cada palabra que saliera de sus labios estuviera impregnada con algo más que solo dolor. —Pero tú… tú me haces olvidar muchas cosas. Lynn arqueó una ceja, acercándose un poco más a Sarah, una sonrisa ladeada en su rostro, llena de promesas. —¿Ah, sí? —Su voz se deslizó como un susurro, cargada de un juego que llevaba tiempo desatándose. —Entonces vamos a ver si puedo hacerlo por completo esta vez. Vio cómo se acercaba despacio, como una sombra que no se apresura a capturar su presa. Cada movimiento suyo era puro atrevimiento. Sarah no se movió, no hizo nada por evitarlo. Esperó. El espacio entre ellas se hacía más pequeño con cada movimiento de Lynn, cada gesto que la hacía vibrar sin tocarla aún. Cuando Lynn la alcanzó, no hubo palabras. Solo labios. El beso comenzó lento, como si ambas se aseguraran de no cruzar una línea, pero la necesidad de estar cerca se impuso rápidamente. La pasión no era solo una cuestión de deseo, sino de algo más profundo, una necesidad mutua de recordar que aún quedaba algo entre ellas, a pesar del caos. El sabor de Sarah en su boca la consumió en un solo movimiento, profundo, como si estuvieran saldando una deuda pendiente. Lynn la empujó hacia atrás con un beso más profundo, más urgente. Luego otro. Cada paso que Sarah dio hacia el camarote fue guiado por el roce de los labios insistentes de Lynn, y las manos que no pedían permiso, solo confirmación de lo que ambas sentían. El barco crujió bajo sus pies, y la niebla se enredaba entre sus piernas, como una cortina de privacidad que les otorgaba el mundo entero, dejándolas a solas en su deseo. —Vas a hacerme tropezar. —Murmuró Sarah entre besos, una sonrisa traviesa en su rostro, aunque no hizo nada por detenerla. —Entonces caerás conmigo. —La voz de Lynn fue un susurro caliente, casi un reto, justo bajo su oído. Un mordisco suave acompañó esas palabras, haciendo que Sarah arquease la espalda y su respiración se volviera más pesada. El camarote no estaba lejos. Lynn la empujó suavemente contra la puerta con el cuerpo, sin dejar de besarla. El sonido de la madera golpeando ligeramente la pared resonó, como un eco de la pasión creciente entre ellas, marcando el ritmo del deseo compartido. —Abre. —Ordenó Lynn, bajando apenas los labios para saborear la línea de su mandíbula, trazando un camino de besos que solo aumentaban la temperatura en el aire. Sarah, jadeando suavemente, giró el picaporte sin dejar de mirarla, como si en ese gesto fuera a entregarse completamente. —Estás peligrosa esta noche. —Susurró, empujando la puerta hacia adentro, su cuerpo chocando contra el suyo con una intensidad que quemaba la piel. —Soy una ejecutora, cariño. A veces, lo que atrapo no es precisamente un criminal. —La respuesta de Lynn fue un desafío, uno que Sarah aceptó sin reservas, y con un paso más hacia el caos que las envolvía. Entraron al camarote sin encender la lámpara. La luz del puerto aún se colaba por la escotilla, lo suficiente para perfilar los contornos de sus cuerpos en la penumbra. La puerta se cerró con un golpe sordo detrás de ellas, y el sonido del viento en el exterior fue reemplazado por sus respiraciones agitadas. Sarah se dejó llevar hacia la cama entre risas entrecortadas y besos cada vez más voraces. Lynn la fue despojando de la camisa a tirones, dejando al descubierto la piel marcada por sus uñas la noche anterior. Se detuvo solo un segundo para admirar las huellas, trazando suavemente los caminos rojos que habían quedado. —Mira eso… —Murmuró, deslizando los dedos por las marcas, su voz cargada de una satisfacción profunda. —No sabía que la reina pirata era tan buena obedeciendo. Sarah, con una sonrisa descarada, alzó una pierna y la enganchó en la cadera de Lynn con total descaro, sin perder ni un segundo en el juego que estaba tomando forma entre ellas. —Solo cuando la que manda sabe lo que hace. —Respondió Sarah con una mezcla de arrogancia y deseo, sabiendo que cada palabra, cada gesto, las llevaba más cerca de perderse por completo en el deseo. Y entonces, se sumergieron. Entre telas arrugadas, jadeos densos y cuerpos que se buscaban sin pudor, la noche las envolvió como una promesa cumplida a medias. El barco se mecían bajo ellas, pero no eran las olas: era el vaivén de sus caderas, la coreografía íntima de dos mujeres que ya no querían fingir que no ardían por dentro. El mundo se volvió carne, calor, gemidos que rompían el silencio a bocados. La melena roja de Sarah se desparramaba sobre las sábanas como una llamarada líquida, y cada caricia de Lynn era una ofrenda, un asalto delicado, una conquista trazada con labios y dedos. Los besos de Lynn descendieron por su cuello, por el hueco de la clavícula, por la curva suave del pecho, hasta atrapar un pezón entre los labios, succionando con una mezcla de ternura y hambre. Sarah soltó un gemido entre dientes, arqueando la espalda, sus manos enterrándose en la nuca de Lynn como si pudiera fundirse con ella. —Mírame. —ordenó, con la voz rota y los ojos incendiados. Y Lynn obedeció. Le sostuvo la mirada mientras sus dedos bajaban, seguros, rozando el vientre, el monte de Venus, hasta encontrarla húmeda, abierta, temblorosa. Sarah no temblaba por pudor. Temblaba por todo lo que no había dicho, por todo lo que le quemaba desde dentro. Y Lynn, sin preguntarlo, lo comprendió. La acarició con dos dedos, firmes, lentos, trazando círculos que se volvían espirales de locura. Luego, se deslizó entre sus labios íntimos, hundiéndose en ella con una suavidad experta, embistiéndola al ritmo de su respiración. El pulgar encontró su clítoris, lo acarició con presión exacta, mientras los dedos la llenaban una y otra vez. Sarah gimió con fuerza, se aferró a su brazo, a su espalda, a todo lo que pudiera sostenerla. Las caderas se alzaban buscando más, la humedad de su sexo empapaba los dedos que la poseían con devoción. Lynn aumentó el ritmo. La penetraba con firmeza, con hambre, con precisión. Cada embestida arrancaba un nuevo gemido, más crudo, más necesitado. —No pares… —jadeó Sarah, los ojos brillando, el cuerpo al borde. Lynn no paró. Metió otro dedo. Apretó el clítoris entre los suyos. La boca descendió a sus pechos, a su abdomen, marcándola con besos húmedos mientras la hacía temblar desde el centro de su ser. Sarah gritó su nombre. No lo susurró. No lo contuvo. Gritó como quien deja escapar un demonio o una plegaria. El orgasmo la azotó con fuerza. Su cuerpo entero se estremeció, los músculos se contrajeron como si el mundo se quebrara bajo la cama. Las uñas se clavaron en los hombros de Lynn. Los labios se abrieron en un grito silencioso. Se rompió y se reconstruyó al mismo tiempo. Y Lynn la sostuvo. La contuvo. No dejó de tocarla, no dejó de besarla. Después, cuando el temblor se convirtió en suspiro y el fuego en ceniza ardiente, Lynn subió por su cuerpo, lenta, meticulosa, como quien recorre un templo devastado por un terremoto. Besó sus muslos todavía estremecidos, su vientre que aún palpitaba, su pecho que subía y bajaba como un tambor de guerra. —¿Todavía te duele? —susurró al oído, con esa voz áspera que Sarah ya no sabía si la destruía o la curaba. Sarah soltó una risa entre jadeos, el cabello pegado a su frente, la piel brillante por el sudor. —Solo del tipo que me gusta. La noche había pasado entre suspiros y sombras. El barco se había mecido suavemente bajo el ritmo de las olas, casi como un susurro que las arrullaba. Los ecos de lo vivido entre las sábanas, las caricias y las promesas no dichas, seguían flotando en el aire, a pesar del paso de las horas. Al amanecer, el sol comenzó a filtrarse a través de la escotilla del camarote, trazando líneas cálidas sobre la piel desnuda de Sarah. Estaba de espaldas, el cabello rojo esparcido sobre la almohada, y la sábana enrollada entre sus piernas. La luz suave y dorada del sol creaba una atmósfera tranquila, casi etérea, mientras el barco se balanceaba suavemente, marcando el inicio de un nuevo día. Lynn, sentada al borde de la cama, se estaba vistiendo lentamente. Sus movimientos eran tranquilos, pero su mirada no dejaba de regresar a Sarah, quien aún permanecía dormida. O eso creía, hasta que la voz grave de Sarah, aún somnolienta, la sorprendió. —¿Ya te vas, ejecutora? —Murmuró Sarah sin abrir los ojos, su voz cargada de suavidad y una ligera sonrisa en los labios. —Y yo que pensaba secuestrarte otro par de horas. Lynn sonrió, bajando la mirada hacia ella, disfrutando de ese momento en que la calma aún reinaba, antes de que el mundo las arrastrara a su rutina. Se inclinó un poco hacia ella, sin apartar la mirada. —Si sigues despertándome así, no voy a poder patrullar nunca más. Sarah se estiró perezosamente, su cuerpo alargándose como un felino que disfruta de los últimos vestigios del sueño. Su piel brillaba suavemente bajo la luz dorada, y la imagen de ella, tan tranquila y vulnerable, hizo que Lynn no pudiera evitar admirarla por un instante. —Hoy tengo ganas de algo tranquilo. —Dijo Sarah, su voz todavía ronca por el desvelo, pero cargada de una energía más suave. —Una comida decente, sin mapas ni mercenarios. Solo tú, yo… y tal vez un poco de vino. Lynn arqueó una ceja mientras se acercaba de nuevo, disfrutando de la cercanía. Se inclinó hacia ella, besando su frente con dulzura. —¿Estás diciendo que quieres tener una cita? Sarah giró la cabeza hacia ella con una sonrisa juguetona, sus ojos brillando con una mezcla de cansancio y picardía. —Estoy diciendo que si no te dejas invitar a almorzar, voy a tener que arrestarte por resistirte a mis encantos. —Se incorporó lentamente, la sábana que la envolvía cayendo ligeramente mientras su mirada se mantenía desafiante y llena de diversión. —¿Qué dices? Lynn se quedó mirándola un momento, como si evaluara sus palabras. Luego, sonrió de lado y, sin perder la compostura, dijo: —Digo que… no tengo idea de qué ponerme. Sarah se incorporó más, dejando que la sábana resbalara de su cuerpo mientras se estiraba lentamente. Su sonrisa seguía ahí, pero era algo más tranquila, más cálida. —Despreocúpate. Yo tengo una capa de terciopelo y botas con hebillas. Nadie va a estar mirando tu ropa. Lynn se acercó un poco más, observando a Sarah con una sonrisa traviesa mientras se inclinaba hacia ella, acercando sus labios a los de la pelirroja sin realmente besarlos, solo rozándolos en un juego de seducción. —Entonces, voy a necesitar un buen vino… y una buena “comida” que acompañe la velada —Dijo Lynn, su tono lleno de promesas que solo ellas compartían. El mediodía había llegado con una calidez suave que inundaba las calles del puerto. El bullicio del mercado y los sonidos de la tripulación se desvanecían a medida que Sarah y Lynn se alejaban hacia un rincón más tranquilo. La brisa marina, cargada con el aroma salado del océano, les daba la bienvenida mientras se acercaban a un pequeño restaurante alejado del bullicio principal, un refugio discreto entre almacenes y callejones. Era un restaurante modesto, alejado de la algarabía del puerto. Las mesas de madera envejecida y cubiertas de lino blanco daban una sensación de sencillez acogedora. Las ventanas abiertas dejaban entrar la luz suave del sol, que danzaba sobre las superficies de la mesa. El aire estaba impregnado con el olor de pan tostado, vino especiado y pescado ahumado, una mezcla que parecía reconfortante en su sencillez. Mientras un tenue murmullo de conversación flotaba en el aire. A pesar del ambiente tranquilo, había algo en el aire que seguía cargado de tensión, como si todos, en algún rincón, supieran que algo podría romper esa calma en cualquier momento. Lynn entró detrás de Sarah, observando cómo las miradas de los parroquianos se posaban brevemente sobre ellas. No era un lugar especialmente popular, pero la presencia de Sarah siempre parecía captar la atención, como si tuviera un magnetismo natural que no podía evitarse. A pesar de estar en un entorno más relajado, algo de la autoridad que emanaba de Sarah nunca se apagaba. Algunas miradas eran rápidas, otras más duraderas, como si admiraran una tormenta a lo lejos, protegidos por la distancia. —Este lugar es más bonito de lo que pensaba. —Comentó Lynn, deslizando una mano por el borde de la mesa rústica donde se sentaron, observando las decoraciones sencillas pero acogedoras del lugar. —Bonito, pero con cuchillos escondidos en cada rincón. Como tú. —Sarah le guiñó un ojo y alzó dos dedos para pedir vino, su tono despreocupado, pero con ese aire desafiante que siempre acompañaba sus palabras. La conversación comenzó con ligereza, tan natural como la interacción que compartían. Hablaron de trivialidades, como lo torpe que era el nuevo vigía del barco y las locuras de un viejo borracho que juraba haber visto una sirena en el canal. También mencionaron los escándalos de comerciantes estafados, temas ligeros, pero suficientes para mantener la conversación sin profundizar demasiado. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y el vino fluía suavemente entre ellas, las barreras comenzaron a bajar. —¿Qué es lo que más te gusta de estar aquí? —Preguntó Lynn, girando el vaso entre sus dedos, disfrutando de su bebida mientras miraba a Sarah con curiosidad. Sarah la miró por un momento, sin apresurarse a responder. Cuando finalmente lo hizo, su expresión se suavizó, y una sonrisa más honesta y tranquila apareció en su rostro. —La sensación de que no tengo que fingir con nadie. Lynn asintió lentamente, como si la frase hubiera calado hondo en ella, dejándola resonar en el aire. Sabía exactamente a lo que Sarah se refería, aunque no lo dijera en voz alta. Todos esos días de ocultarse tras una fachada, de ser la capitana, la amante, la guerrera. Aquí, en este pequeño rincón del mundo, podía ser simplemente ella. —¿Y lo que menos? —Preguntó Lynn, con una suavidad que reflejaba la comprensión que compartían. Sarah dejó que la pregunta colgara en el aire un momento, mientras tomaba un sorbo de vino. Luego, su mirada se desvió, perdida en algún pensamiento lejano. —Saber que en cualquier momento me pueden arrebatar todo. El mar da, pero también se lo lleva todo. —Sarah bebió un poco más, dejando que las palabras se asienten en el espacio entre ellas. —Incluyendo a la gente que uno cree que siempre va a estar. No hacía falta decir nombres. Lynn entendió completamente lo que quería decir, sin que Sarah tuviera que profundizar más. No por celos, sino por una comprensión mutua de lo que significaba perder a alguien, de la fragilidad de la vida. —No planeo irme a ningún lado. —Respondió Lynn, apoyando su mano sobre la de Sarah, un gesto sencillo pero cargado de significados no dichos. Sarah la miró, su expresión cambiando por un instante, perdiendo la dureza que a veces la definía. Por un segundo, no fue la capitana ni la pirata, sino solo una mujer con la mirada llena de promesas calladas. —Lo sé. —Dijo, y entrelazó sus dedos con los de Lynn, la conexión entre ellas sintiéndose como una pequeña promesa que se sellaba en ese gesto. La comida se había enfriado, el vino seguía a medias, y ambas se miraban con una complicidad dulce, casi nueva. Sin embargo, algo en el aire comenzó a cambiar, una ligera incomodidad que se deslizaba entre ellas sin previo aviso. Un leve murmullo se apagó de forma abrupta, un crujido de pasos sobre los tablones del restaurante que no pertenecía a nadie de la zona. Lynn fue la primera en tensarse. Su mano, sin que Sarah lo notara, se deslizó lentamente hacia el cinturón donde descansaban sus porras. La atmósfera tranquila que hasta ese momento había caracterizado el almuerzo se tornó repentinamente pesada, cargada de una tensión que solo ellas dos podían sentir. —¿Lo sentiste? —Preguntó Lynn, en voz baja, mientras sus ojos recorrían el entorno con desconfianza. Sarah no respondió con palabras, pero su cuerpo reaccionó al instante. Ladeó ligeramente la cabeza, entrecerrando los ojos. Esa mirada suya, afilada como la de un ave de rapiña, lo decía todo. —Desde que entramos. —Murmuró Sarah, su voz baja pero cargada de una certeza inquietante. De repente, un sonido quebró el silencio. Una silla se arrastró con violencia, seguida por un crujido de madera. Un hombre se levantó en la esquina del restaurante. Su complexión era imponente, con cicatrices que adornaban su rostro, y su mirada oscura tenía un brillo amenazante. No estaba solo. Desde las sombras, tres figuras más emergieron, armadas con dagas, una cadena, y un tubo metálico oculto bajo abrigos largos, como si esperaran el momento perfecto para atacar. El ambiente en el restaurante cambió por completo. Los asistentes que aún permanecían sentados comenzaron a levantarse apresuradamente, con miradas nerviosas y cuerpos tensos. Algunos, aterrados por lo que estaba sucediendo, se apresuraron a abandonar el lugar, dejando las mesas desordenadas y los platos a medio comer. Los murmullos de la conversación desaparecieron, y solo quedó la tensión palpable en el aire. —Mierda. —susurró Lynn, apenas audible. Con su mano aún cerca del cinturón, se preparaba para cualquier movimiento inesperado. —¿Amigos tuyos? Sarah, tranquila como siempre, empujó su silla hacia atrás con calma, su mirada fija en los intrusos. La copa de vino seguía en su mano, el líquido rojo brillando bajo la luz que caía sobre la mesa. —Piratas. De los que no entienden un “no me debes hablar” como respuesta —Gruñó Sarah, sin moverse de su lugar. El primer hombre se levantó con un gruñido, su cicatriz cruzando su frente como una marca de guerra. Su voz rasposa cortó el aire. —Tú y yo tenemos cuentas pendientes, Fortune. —Dijo, mirando a Sarah con desdén. Sus ojos luego se posaron en Lynn, sin ocultar su desprecio. —Y tu noviecita no me impresiona. Levantó la copa hacia el hombre, como si fuera un brindis, tomó de ella y luego, sus palabras fueron cortantes. —Tienes razón. No te debería impresionar… —Y, sin previo aviso, lanzó resto del vino directamente a su rostro. —¡Ahora! —Gritó Lynn, ya con su porra metálica en la mano, saltando hacia la acción. Todo ocurrió en un parpadeo. El restaurante estalló en caos. Una mesa voló por los aires cuando Sarah la empujó con fuerza contra uno de los atacantes, derribándolo junto a varios platos que estallaron contra el suelo. Los clientes restantes gritaron y se apresuraron a huir, el miedo reflejado en sus rostros. Algunos intentaron correr hacia la salida, pero la entrada ya estaba bloqueada por los hombres armados. Lynn, rápida y ágil como una sombra, se deslizó entre las sillas, desenfundando su porra metálica con un chasquido limpio. Con movimientos fluidos y contundentes, bloqueó el golpe de uno de los hombres, propinándole un golpe seco en la rodilla que lo derribó instantáneamente. Mientras tanto, Sarah luchaba con una intensidad feroz. Agarró la cadena de uno de los atacantes y la utilizó para azotarlo contra una pared. En un rápido movimiento, envolvió la cadena alrededor de su cuello, estrellándolo contra una mesa de madera que crujió bajo el impacto. Lynn giró, esquivando una cuchillada que le pasó rozando el costado. No perdió tiempo: con un golpe ascendente de su porra, impactó directamente en la mandíbula del atacante, dejándolo fuera de combate en el acto. Con la otra porra, lo remató con un golpe certero en el plexo solar. El último atacante intentó huir, pero Sarah fue más rápida. Lo alcanzó en la puerta, lo derribó con una zancadilla y, con un movimiento firme, lo pisó en el pecho, obligándolo a caer de espaldas. —¿Negocios pendientes, dijiste? —Escupió Sarah, agachándose junto al rostro ensangrentado del pirata. —El único negocio que tengo contigo es dejarte con los dientes que te queden… si tienes la decencia de no volver a aparecer. El hombre, derrotado, asintió con un gruñido. Sarah lo soltó, dándole una patada para que se arrastrara fuera como un perro mojado. El restaurante había quedado patas arriba. La pelea, que había comenzado como un simple intercambio de palabras, había convertido el lugar en un campo de batalla improvisado. Los clientes que aún quedaban, atónitos ante la violencia, ya no se molestaban en disimular su nerviosismo. Varios habían escapado a toda prisa, sus pasos apresurados resonando en los pasillos del restaurante, mientras otros observaban desde la distancia, como si se hubieran convertido en simples espectadores de un espectáculo inesperado. Un par de viejos, sin prisa alguna, seguían en una esquina, bebiendo su vino y comentando en voz baja entre risas nerviosas, como si todo fuera parte de la función. Sarah regresó a su mesa con paso relajado, sacudiéndose el polvo de la chaqueta y limpiándose la sangre que había manchado su ceja. Su expresión era una mezcla de irritación y diversión, como si todo eso no hubiera sido más que una molestia pasajera. —Y yo que quería un almuerzo tranquilo. —Resopló Sarah, sacudiendo la cabeza mientras observaba la escena a su alrededor, el caos recién generado. Lynn, por su parte, se pasó los dedos por el cabello, ahora desordenado y alborotado, con gotas de sangre salpicando su rostro. Su sonrisa era traviesa, como si disfrutara la adrenalina que aún corría por sus venas. Era evidente que no se sentía perturbada por el desorden, sino que algo en el caos la mantenía alerta, viva. —¿Sabes qué? —Dijo Lynn, soltando una risa baja mientras observaba el estado del lugar. —Creo que esto es lo más parecido a una cita romántica que vamos a tener tú y yo. Sarah la miró, los ojos brillando con una mezcla de cansancio y diversión. La tensión entre ellas era palpable, pero también había algo más: una complicidad que se había ido forjando durante toda la tarde, en la pelea, en las palabras no dichas, en las miradas furtivas. Luego, sin previo aviso, Sarah se inclinó hacia ella, su rostro suavizándose antes de que sus labios se encontraran con los de Lynn en un beso largo y exigente. No era un beso impulsado por el deseo inmediato, sino por algo más profundo, algo que ambas sabían que no podían negar. Allí, en medio del desastre, entre mesas volcadas, platos rotos y el olor a vino y adrenalina, sus cuerpos parecían fundirse, compartiendo una intimidad que ni el caos podría borrar. Al separarse, Sarah sonrió contra sus labios, su respiración todavía agitada. —Entonces, que se repita. —Dijo Sarah, su sonrisa ladeada y llena de complicidad, sus ojos brillando con un desafío no solo por lo sucedido, sino por todo lo que faltaba por decir. —Pero la próxima vez, tú atraes los problemas… yo me encargo de romper la vajilla. Lynn soltó una risa grave, su mirada fija en Sarah con algo de diversión y satisfacción, como si estuviera aceptando el reto que había lanzado. —Prometido. —Respondió Lynn, con una sonrisa ladeada, mientras la tensión entre ellas seguía palpable. No sabían lo que el futuro les depararía, pero en ese momento, entre el polvo, la adrenalina y el calor que aún compartían, el resto del mundo parecía desvanecerse. La batalla había terminado, pero algo nuevo había comenzado entre ellas. La pregunta de qué vendría después flotaba en el aire, sin respuesta, pero con la promesa de más desafíos, más deseos y más complicidad.
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