Vomitando Caos
11 de septiembre de 2025, 14:03
El laboratorio de Jayce era un lugar saturado de conocimientos y tensión. Los planos, apilados de forma meticulosa, parecían gritar con urgencia por respuestas. Los engranajes y las herramientas descansaban como si estuvieran esperando a ser llamados a la acción, mientras el zumbido constante provenía de una mesa en el centro. Allí, cinco gemas hextech reposaban bajo un campo de contención, brillando con una intensidad que parecía responder al propio pulso del aire, como si fueran conscientes de la tensión que se respiraba en la habitación.
Jayce, concentrado, movía los planos de un lado a otro con manos firmes, pero el ceño fruncido dejaba claro que algo no encajaba. Los dispositivos a su alrededor zumbaban y chisporroteaban, como si también estuvieran esperando que algo sucediera.
Lux, sentada junto a él, examinaba los esquemas, los ojos fijos en las complejas conexiones mágicas que debían unir las gemas con los dispositivos que tomarían forma en los días venideros.
—Una para el rifle de Caitlyn… dos para los guantes de Vi… —Murmuraba Lux mientras trazaba líneas invisibles en el aire. —La cuarta para tu martillo, y la quinta… para Jinx.
Jayce se detuvo un momento, sus dedos congelándose sobre los planos.
—Si es que le interesa algo que no explote a los tres segundos. —Comentó, ajustando con precisión un calibrador y mirando a Lux, con una mezcla de resignación y cautela.
Lux sonrió suavemente, sin dejar de trabajar.
—Sabes que la química entre Jinx y las explosiones no es algo sencillo de tratar. Pero aun así, tal vez haya algo que podamos hacer.
Como si sus palabras hubieran sido una llamada, una figura conocida apareció de repente.
—¡ALERTA DE ABURRIMIENTO! ¡Traigo una bomba de emoción y está a punto de explotar en sus caras bonitas!
Desde una de las vigas del techo, Jinx colgaba boca abajo, balanceándose con destreza, como una niña traviesa en su propio mundo, interrumpió la calma del laboratorio, alterando aún más el ambiente con su energía caótica.
—¡Pfff! ¡Claro que me interesa! Mientras explote bien, todo va bien. — Su risa estridente reverberaba por el laboratorio, como si estuviera disfrutando de una broma secreta que solo ella entendía.
—¿Quién diablos está dejando las ventanas abiertas? —Musitó Jayce con resignación, sin esperar respuesta.
Lux se sobresaltó, pero la sonrisa en su rostro era inevitable.
—Hola, Jinx.
—Hola, estrellita. —Jinx giró en el aire y, como si fuera lo más natural del mundo, se dejó caer y rodó sobre la mesa, aterrizando en un gracioso desplante. Agarró una de las gemas de lux sin mucha ceremonia. —¡Uf, esta parece que tiene hambre! ¡La siento vibrar!
Jayce, con rapidez, le quitó la gema de las manos.
—No las toques sin guantes. No sabemos cómo podrían reaccionar con energía canalizada.
Jinx puso una cara exagerada de desdén, haciendo un gesto como si le importara lo más mínimo.
—¡Ay, papi Jayce! —Dijo con un tono exageradamente dulce. —¡Relájate! Si explota, pues... ¡será fiesta! Y si no... ¡también!
Se sentó en la orilla de la mesa, balanceando las piernas, mientras su mirada se deslizaba curiosa entre los diferentes objetos y mecanismos.
Lux, sintiendo la necesidad de encarrilar las cosas, se acercó con suavidad.
—Pensé en diseñar algo que se adapte a tu estilo. Algo… único.
Jinx ladeó la cabeza, mirando a Lux con una sonrisa de pura travesura.
—¿Algo que no vuele cosas? ¡Pffft! ¡¿Qué soy, una niñita?! ¡Yo quiero algo que explote, reviente y haga ruido! ¡NADA de diseños aburridos! —Su tono era un desafío puro, como si estuviera en medio de una broma infinita.
Jayce y Lux continuaron trabajando sin dar mucha importancia a la presencia de Jinx. Los esquemas comenzaban a tomar forma, un rifle capaz de adaptarse a distancias variables para Caitlyn, guantes para Vi que ofrecerían una retroalimentación más precisa, el martillo de Jayce con una función adicional de descarga… pero la pistola de Jinx seguía siendo un misterio. Nadie se atrevía a definir qué es lo que realmente necesitaba.
A medida que el día avanzaba y la luz del sol se desvanecía, el laboratorio se llenaba de chisporroteos y destellos azules que iluminaban las caras concentradas de los presentes. Jinx, por su parte, ya no hablaba tanto. Sus ojos seguían las vibraciones de una gema que giraba suspendida entre dos imanes. Su mente parecía estar lejos, en otro lugar, como si la quietud del laboratorio le diera espacio para pensar, aunque no se trataba de pensamientos tranquilos. Ekko. Su voz resonaba en su cabeza, las palabras de su amigo y las decisiones que tomaba a cada paso.
Lux la miró desde el otro extremo de la sala, queriendo acercarse, pero sin saber cómo. Sabía que Jinx cargaba con muchas cosas, demasiadas tal vez. Por un instante, sus ojos se encontraron, y en ese breve intercambio, todo quedó dicho. Pero Jinx no dijo nada. Bajó la mirada hacia el suelo, como si evitara cualquier otra cosa.
Fue entonces cuando la puerta del laboratorio se abrió de golpe. Vi entró tambaleándose, con una sonrisa torcida y el aliento claramente impregnado de alcohol. Su paso inseguro contrastaba con la energía desbordante de siempre, aunque algo más floja.
—¡Buenas noches, geniecillos! ¡Traigo drama fresco! — Anunció, su voz un poco cargada, pero llena de energía, como si estuviera demasiado emocionada por lo que había pasado. Su mirada, perdida en el espacio, se centró rápidamente en Jinx. — ¡Ay, qué buen rato vengo de pasar! ¡Vámonos de parranda, polvito!
Jinx, sin dudarlo, sonrió al verla.
—¡Finalmente alguien interesante! ¡Vamos, hermana!
Jayce levantó la vista desde los planos con un suspiro, pero algo de diversión escapó en su expresión.
—Estamos en medio de algo importante, Vi, no es el momento para… —Pero se interrumpió al ver la mirada de Jinx, como si todo el caos ya estuviera allí, esperando para desbordarse.
Vi hizo un gesto con la mano, restando importancia a las palabras de Jayce.
—¡Vámonos de parranda, estrellita! —Dijo con una risa escandalosa, tambaleándose mientras se acercaba.
Lux miró con cara de diversión e indicándole que no girando la cabeza.
—Bueno, sigan con su ciencia, chicos. Nosotras vamos a respirar un poco de veneno en los callejones.
Dijo con picardía, guiñándole un ojo a Lux mientras daba un paso hacia la puerta. Jinx la siguió sin dudarlo, casi saltando de emoción.
—¡Nos vamos a divertir mucho, lo presiento! —Gritó Vi, con una risa un tanto forzada, como si la emoción de la noche estuviera apoderándose de ella. —¡Operación: Fiesta Sin Permiso ha comenzado!
El cielo, visible a través de las ventanas del laboratorio, ya se había teñido de un naranja suave, marcando la caída de la tarde y el acercamiento de la noche. Las dos mujeres salieron al aire fresco de Piltover, dejando atrás el zumbido constante de las máquinas y los planos inacabados. La calma de la ciudad se hacía más densa a medida que se adentraban en las oscuras sombras de los callejones, un espacio que parecía esperarles, lleno de caos y adrenalina.
Lux y Jayce se quedaron mirando en silencio el vacío que las dos habían dejado atrás. Jayce no pudo evitar soltar una risa baja.
—Nunca pensé que la ciencia tendría que lidiar con… esto. —Dijo, meneando la cabeza con una mezcla de diversión y preocupación.
Lux, al escuchar la risa de Jayce, lo miró brevemente, una leve sonrisa también apareciendo en su rostro, pero rápidamente la sonrisa se desvaneció al pensar en Vi. El peso de la tristeza que arrastraba la joven le calaba hondo.
—Vi no está bien… —Murmuró, su tono ya más serio, más cargado de comprensión.
Jayce suspiró, sus hombros relajándose un poco.
—Lo sé. Cada día parece una repetición. Esperando, esperando... —Su voz se suavizó al final, como si ya estuviera cansado de esa misma espera interminable. —No sé cuánto más pueda soportarlo.
Lux asintió lentamente, sus ojos fijos en la puerta que las dos habían cruzado. Sabía que la situación de Vi no era algo que pudiera resolverse con una simple solución. Había un peso emocional que era más complejo de lo que cualquier tecnología pudiera arreglar. Las vidas de todos estaban entrelazadas, y la de Jinx, siempre impredecible, parecía ser una chispa que podría incendiar todo en cualquier momento. Pero lo que más le preocupaba era que, mientras tanto, todos jugaban con fuego.
Se volvió hacia los planos con una expresión de determinación. Aunque todo seguía siendo una incógnita, las piezas estaban comenzando a encajar, aunque las consecuencias aún estuvieran por verse
En cambio, las dos hermanas caminaron por los oscuros pasillos de Zaun, rodeadas por el sonido incesante de las máquinas y el retumbar lejano de los ruidos de la ciudad. El aire estaba cargado con el olor de aceite quemado y metal oxidado. Las luces intermitentes iluminaban las paredes de la ciudad, revelando edificios desmoronados y escaparates rotos que alguna vez fueron prósperos. Todo estaba envuelto en una niebla pesada que apenas dejaba ver más allá de unos pocos metros.
Las luces intermitentes de Zaun proyectaban sombras irregulares mientras Vi caminaba al lado de Jinx, su paso irregular, como si no pudiera decidir si iba a la derecha o a la izquierda. Se tambaleaba de un lado a otro, con una sonrisa tonta en su rostro, y cada tanto, soltaba una risa ruidosa por nada en particular.
—¡¿Sabes qué, Polvito?! —Exclamó Vi, deteniéndose en medio de la calle y señalando un edificio abandonado con una mano temblorosa. —¡Hoy me siento como... como una rockstar, o algo así! ¡Apláudanme, gente!
Jinx la miró con diversión, aunque un toque de preocupación cruzó su rostro. Vi estaba fuera de sí, sus palabras eran un revoltijo de risas y frases incoherentes.
—Vi, por favor, ¿qué estás haciendo? —Preguntó Jinx, cruzando los brazos.
Vi, en lugar de responder, giró sobre sus talones con gran dramatismo, como si estuviera ensayando una gran actuación, y se inclinó hacia Jinx, casi perdiendo el equilibrio.
—¡Estoy practicando para mi propio show! —Dijo con una risita. —Soy la estrella y... ¿sabes qué? ¡Hoy no hay reglas! ¡Voy a hacer lo que quiera!
Vi se subió a un banco de madera en medio de la calle, levantando los brazos como si fuera a empezar un gran espectáculo. Estaba completamente desinhibida, con una sonrisa tonta y una risa exagerada.
—¡Que empiece el espectáculo! —Gritó, mirando al cielo como si desafiara al universo. Su voz, lejos de ser afinada, era ruidosa y desordenada, pero su actitud era completamente de diva. Se giró a ver a Jinx con una sonrisa radiante. —¡Soy la estrella, Polvito! ¡Apláudame, que soy lo máximo!
Alzó los brazos como si invocara una tormenta. Luego tropezó con su propio pie, pero lo disimuló con una reverencia digna de una diva de cabaret en decadencia.
Jinx, que nunca había visto a Vi perder el control, soltó un suspiro mezcla de sorpresa y diversión, su mente dando vueltas mientras observaba cómo su hermana se desmoronaba. El caos estaba en su sangre, pero este era un caos diferente.
—¿Me estás diciendo que... ahora eres una cantante borracha en Zaun? ¿En serio? —Jinx se cruzó de brazos, mirando a Vi como si fuera un animal salvaje en una jaula.
Vi, con una risa burlona, bajó del banco con gran dramatismo, tambaleándose de un lado a otro mientras se acercaba a Jinx. Rodeó a su hermana con un brazo y se dejó caer sobre ella, haciendo un ruido algo torpe mientras se aferraba a su cintura.
—¡Yaaaa! ¡Soy una rockstar y el mundo me adora! —Dijo, con una sonrisa completamente borracha, mientras se reía por nada. —¡Soy todo lo que este mundo necesita!
Jinx no pudo evitar reír también, a pesar de todo. Vi estaba completamente fuera de sí, pero en ese momento no importaba nada. Era como si el caos de la ciudad de Zaun hubiera desaparecido y solo quedara ella y su hermana, en su mundo loco.
—¡Vas a necesitar mucho más que eso para ser una rockstar, hermana! —Dijo Jinx, entre risas, mientras se cruzaba de brazos. —Aunque, no sé, tal vez ya hayas conseguido tu público, solo que... bueno, ya no puedo seguir la fiesta de tanto caos.
—¡Mi voz es lo que importa! —Contestó Vi, tambaleándose para alcanzarla, con una expresión de orgullo exagerado. —¡Soy la mejor cantante de todos los tiempos, no lo dudes!
Ambas siguieron caminando, la noche envolviéndolas, mientras las risas de Vi aún flotaban en el aire, mezcladas con la niebla densa de Zaun. Se apoyaba en los muros y faroles con el peso de sus pensamientos, mientras Jinx caminaba a su lado, más erguida de lo que cualquiera habría esperado.
Su risa murió ahogada en un eructo. La sonrisa de Vi se apagó lentamente, como una lámpara sin combustible. Su expresión divertida fue reemplazada por una seriedad que no encajaba con el espectáculo absurdo que había dado hace segundos.
—Otro día más. —Dijo Vi de pronto, su voz grave y algo vacía.
Jinx la miró, con una expresión que no podía ocultar su preocupación.
—¿Caitlyn?
Vi asintió, la mueca en su rostro estaba lejos de ser una sonrisa.
—No es que me odie. Solo… no está lista. Tiene ese nuevo ojo, las cicatrices. Se siente diferente, y yo… —Sus ojos se nublaron un momento. —Solo quiero abrazarla. Pero entiendo que no pueda.
Vi miró al frente, pensando en lo que había cambiado, cómo Caitlyn ya no era la misma desde que despertó. El ojo Hextech, las cicatrices… todo le recordaba a lo lejos que ahora no era solo su compañera, sino alguien más rota, y ella no sabía cómo encajar con eso.
Jinx guardó silencio unos segundos, su mente moviéndose con rapidez antes de finalmente hablar.
—Eso duele más que si te odiara, ¿no? —Preguntó, sus palabras pesando más que un simple comentario.
Vi la miró con los ojos entrecerrados, un dolor oculto brillando en su mirada.
—La amo, Jinx.
—Lo sé.
—A veces siento que es inútil seguir allí, frente a su puerta, esperando en silencio, sin saber si algún día volverá a abrirla para mí.
Se detuvieron frente a un mural viejo, cuyas paredes estaban cubiertas de polvo y grafitis. Un dibujo infantil, casi borrado por el tiempo, mostraba a dos niñas cogidas de la mano. Un símbolo olvidado de su infancia.
—¡Ahí estamos! ¡Polvito y Vi! —Exclamó Jinx, señalando el dibujo con una sonrisa traviesa, pero triste.
El dibujo era tan infantil que dolía. Dos figuras con coletas y sonrisas torcidas. Una tenía un mechón azul, la otra guantes enormes. Como si el pasado las mirara desde la pared, como si alguien hubiera intentado congelar un recuerdo en la pared… y el tiempo lo estuviera borrando a mordidas.
Vi se sentó en una banca oxidada cerca, su mirada fija en el mural mientras sus pensamientos volvían a los recuerdos.
—No soy lo que ella necesita. Y tú… tú también andas escapando de lo que quieres.
Jinx bufó, cruzando los brazos.
—No empieces.
—¿Y Lux? ¿Y Ekko? —Preguntó Vi, su voz suavizándose al mencionar a esos dos. Sabía que Jinx aún guardaba cosas dentro.
Jinx desvió la mirada, mordiéndose el labio. El silencio entre ellas se alargó un momento, hasta que Jinx habló en voz baja, como si estuviera tomando valor para compartir algo que había estado oculto.
—No sé qué siento por ella… por ellos. Ekko... fue alguien importante para mí, pero no sé si alguna vez lo fui para él.
Jinx suspiró, mirando al frente como si intentara ver más allá de las ruinas.
—¿Sabes? Hubo un momento con Ekko en el que… —Su voz se rompió un poco. —Me hubiera gustado que las cosas fueran diferentes. Pero no lo fueron. Quizás es mejor así, no lo sé. Solo que a veces me pregunto si alguna vez fue real, o si solo estaba buscando algo que no podía encontrar.
Hubo un largo silencio entre las dos. Vi sacó una petaca de su abrigo y le dio un sorbo, saboreando el ardor en su garganta. Luego se la pasó a Jinx, que la aceptó sin rechistar. Sonrió, aunque era una sonrisa torcida, llena de ironía.
—Ekko... —Gruñó, como si el nombre le raspara la garganta. —Ese idiota siempre tan serio. Yo solo quería hacerlo reír, ¿sabes? Contarle un chiste, lanzarle un petardo, lo que fuera. Pero él... él quería arreglar el mundo. Y yo... bueno, yo quería prenderle fuego. ¡Sorpresa! Incompatibilidad total. —Soltó una risa seca, pero su mirada se volvió más opaca. —Al final, me cansé de intentar que se riera. O de que me viera. Da igual. Es historia vieja, polvorienta, llena de telarañas sentimentales. ¡Next!
—Y Lux... —Hizo una pausa, torciendo la boca como si tragara cristales. —Ella es... otra cosa. Una lucecita. Brilla tanto que hasta me dan ganas de ponerle gafas de sol a mi alma. Pero cuando me acerco... siento que la puedo quemar. No con fuego. Con esto —se señaló el pecho como si ahí viviera un enjambre—. Con todo lo roto que cargo. No quiero ser la que apague su chispa.
—¿Y yo? —Se encogió de hombros, sonriendo como si no doliera. —Yo soy eso que arde. Eso que explota. Un fueguito bonito... hasta que revienta en la cara de alguien.
Su mirada se oscureció apenas un segundo, pero volvió con una sonrisa torcida, como si acabara de idear el crimen emocional perfecto.
—Tal vez debí mandarle una bomba de confeti, ¿no? —Dijo, alzando una ceja. —Bonita, brillante, con una nota que dijera: “Te quiero, Lux… pero si lo dices en voz alta, BOOM. Explotas. O yo. O el universo.”
Soltó una risa corta, demasiado aguda para ser del todo divertida.
—Es romántico... a mi manera.
Vi rio entre dientes y luego volvió a hablar.
—¿Sabes qué hora es?
Jinx alzó una ceja, mirando la petaca entre sus manos.
—¿Hora de emborracharse con estilo?
Vi la miró con una mirada traviesa.
—Hora de revivir viejos tiempos. —Se puso de pie, tambaleándose ligeramente. —Hay un almacén abandonado en el Sector 3. Dicen que hay contrabandistas escondiendo suministros del Concilio. ¿Qué dices, Powder?
Jinx alzó una ceja, mirándola curiosa.
—¿No se supone que eres la heroína de los buenos modales?
Vi se rio suavemente, sacudiendo la cabeza.
—¿Yo? No, eso era antes. Esta noche… esta noche solo soy tu hermana. Y tú eres mi mejor cómplice.
Jinx sonrió con esa chispa que había permanecido apagada durante semanas, sus ojos brillando nuevamente.
—Vamos a robarles hasta los calcetines.
—Esa es mi hermana.
Con un apretón de manos como en los viejos tiempos, salieron juntas hacia la noche, con una misión improvisada y peligrosa latiendo bajo sus pasos. Era la misma adrenalina, el mismo ritmo, como cuando eran pequeñas. Como cuando el mundo aún no se había quebrado.
Vi forzó una puerta trasera sin esfuerzo. Mientras caminaban por los oscuros pasillos de la fábrica abandonada, Jinx no pudo evitar sonreír al ver un par de viejas almohadas tiradas en un rincón, restos de lo que alguna vez debió ser una mercancía olvidada. Se acercó de inmediato, como si los recuerdos la arrastraran.
—¿Te acuerdas de cuando peleábamos con almohadas, Jinx? —Preguntó Vi, tomando una de las almohadas y lanzándola al aire con una sonrisa juguetona.
—Las sacábamos de nuestra cama para jugar a pelear. Tú siempre ganabas, claro. Siempre tan seria, con esa cara de “Esto es un combate real”.
Vi la observó mientras tomaba otra almohada y la apretaba con fuerza, como si la abrazara por unos segundos antes de lanzarla a Jinx.
—Claro que ganaba. ¡Yo entrenaba! —Dijo Vi con una sonrisa nostálgica, aunque su tono era serio. —Tú solo lanzabas golpes sin pensar, pero eso no impedía que lo pasáramos bien.
Jinx se lanzó sobre la almohada, riendo como una niña traviesa.
—¡No olvides a Ekko! —Dijo entre risas. — !El ni siquiera podía parar de reír cada vez que trataba de pegarme! Yo lanzaba un golpe y él ya estaba rodando por el suelo, sin saber si estaba practicando o escapando.
Vi soltó una ligera risa, recordando esos tiempos.
—Ekko nunca fue un buen luchador. —Comentó Vi, su tono algo más suave. —Pero sí, éramos unos desastres Yo te ganaba siempre, pero tú... tú ni siquiera te detenías a pensar. Solo lanzabas golpes como si todo fuera una broma. Y Ekko… Ekko siempre se caía después de dar un par de patadas mal lanzadas.
Jinx sonrió con nostalgia, sentándose en el suelo y mirando la almohada que había lanzado al aire antes de dejarla caer suavemente en el suelo.
—Es... raro. —Murmuró Jinx, mirando las viejas paredes de la fábrica, su tono pensativo, como si estuviera buscando en cada grieta un recuerdo perdido. —Siempre pensé que las peleas entre nosotros eran solo un juego. Como esas tardes en que nos metíamos en los barriles para escondernos de los adultos. ¿Te acuerdas? Nos escondíamos entre las sombras, riendo, creyendo que nadie podía encontrarnos.
Jinx suspiró, mirando al frente, como si el horizonte fuera el culpable de todos sus problemas.
Vi asintió lentamente, una leve sonrisa apareciendo en sus labios mientras se sentaba junto a Jinx. Sus ojos recorrían la habitación, viendo cómo el polvo cubría todo, cómo las huellas de su infancia se desvanecían entre las ruinas de la fábrica. El sonido del viento colándose por las rendijas traía consigo ecos de su pasado.
—Éramos unas idiotas. —Dijo Vi, la voz suave, casi melancólica. —Pero esas tardes... no importaba nada más. Solo nos importaba lo que estaba justo frente a nosotras.
Jinx sonrió ampliamente, girándose hacia Vi con un brillo travieso en los ojos.
—Y terminábamos riendo siempre, sin importar cuántas veces nos caíamos del barril o cuántos gritos escuchábamos de los adultos. Como si el mundo pudiera explotar a nuestro alrededor y nosotras seguiríamos jugando.
Vi la miró de reojo, la calidez de los recuerdos envolviendo momentáneamente la oscuridad de la fábrica.
—Bueno, ya sabes cómo soy... —Dijo Vi con una media sonrisa. —A veces, me pregunto si esas eran las mejores partes de nuestras vidas. Esas pequeñas locuras, esos momentos robados.
Jinx, viendo la seriedad en la mirada de Vi, se sacudió rápidamente la melancolía y la dejó ir como un suspiro. Luego, con una sonrisa desafiante, alzó una almohada y la sostuvo frente a Vi.
—Bien, Vi. —Murmuró con tono juguetón. —Es hora de que esto se ponga interesante. Esta vez yo ganaré.
Vi la observó por un momento, levantando una ceja, pero su sonrisa se alargó, sabiendo que Jinx no la dejaría escapar tan fácilmente.
—Ni lo sueñes, Powder. —Replicó Vi con firmeza, y sin más preámbulos, lanzó un golpe con la almohada, apuntando hacia Jinx.
El golpe fue rápido y certero, pero Jinx, como siempre, estaba lista para esquivarlo de manera torpe pero eficaz, rodando por el suelo y riendo a carcajadas.
—¡Te dije que ganaría! —Gritó Jinx, lanzando una almohada hacia Vi con toda su fuerza, pero el golpe no fue tan preciso como su hermana esperaba.
Vi esquivó con agilidad, pero Jinx ya estaba de pie, saltando y lanzando almohadas como si fueran misiles descontrolados. La risa de ambas llenaba el aire mientras las almohadas volaban por toda la habitación, las dos enredadas en su caos infantil, una batalla que hacía mucho tiempo que no tenían.
El ring improvisado de risas se congeló de un momento a otro, como si la infancia se hubiera estrellado contra la pared del presente. El ruido del impacto de las almohadas, las risas y los gritos de diversión se esfumaron tan rápido como llegaron cuando, de repente, un ruido grave y firme cortó la atmósfera: pasos apresurados se acercaban. Vi y Jinx se miraron al instante, reconociendo el peligro que se avecinaba. En un abrir y cerrar de ojos, ambas soltaron las almohadas y se prepararon para lo que venía.
—¿Ustedes qué hacen aquí? —Dijo una voz grave, proveniente de un contrabandista que apareció en la entrada, observándolas con desdén.
Las hermanas se miraron brevemente, una chispa de emoción cruzando por sus ojos. Jinx sonrió con descaro.
—Nuestra pelea tendrá que esperar, Vi. —Dijo Jinx, su voz llena de emoción y algo de locura. —¡Es hora de hacer que esto explote!
Vi se adelantó con su estilo preciso, derribando a uno de los contrabandistas con un golpe limpio al estómago, dejándolo sin aliento y al borde de la inconsciencia. Su precisión era inconfundible, un reflejo de años de entrenamiento. Pero Jinx, con su caos natural, usaba cualquier cosa a su alcance para desorientar al segundo contrabandista. Almohadas, los restos de las cajas, cualquier objeto que pudiera ser lanzado, Jinx los usaba como proyectiles, riendo mientras se lanzaba al ataque.
En un abrir y cerrar de ojos, Jinx tomó la oportunidad para patear al hombre caído, aprovechando el desorden para acabar con él rápidamente. Las bengalas que había escondido en sus bolsillos iluminaron la escena con destellos rosados, confundiendo aún más a los contrabandistas.
Como si eso no fuera suficiente, de su bolsillo salió una bomba de purpurina, que explotó en el aire, cubriendo todo de un brillo fluorescente y cegador. Los contrabandistas tropezaron, confundidos por los destellos y el caos, dándole a las hermanas la ventaja que necesitaban.
Los contrabandistas, claramente sorprendidos por la intensidad de las hermanas, intentaron escapar, pero Vi y Jinx no les dieron tiempo. Vi desarmó rápidamente a uno, mientras Jinx les lanzaba lo que quedaba de las almohadas, haciendo que los hombres tropezaran y cayeran, dándoles el tiempo suficiente para que las hermanas se encargaran de ellos.
—¡Vámonos antes de que vengan más! —Gritó Vi mientras le quitaba una pistola modificada al contrabandista caído.
Jinx, mirando alrededor, encontró unas gafas raras entre los escombros y las levantó con una sonrisa.
—¿Qué tal esto? ¡Nunca he visto unas gafas tan raras! —Dijo, poniéndoselas con exageración.
Vi la miró, sonriendo mientras guardaba la pistola.
—Las tomas tú, yo me quedo con esto. —Dijo Vi, echándose atrás y comenzando a correr.
Las hermanas corrieron hacia la salida, el eco de sus pasos y las risas llenando el aire. La adrenalina seguía en sus venas, pero a medida que avanzaban, algo en el aire se fue calmando. Las luces lejanas de Zaun, parpadeando entre el polvo y la niebla, daban paso a la quietud que siempre seguía a una buena pelea. Mientras caminaban, las risas se fueron apagando lentamente, hasta que la quietud de la noche llenó el espacio entre ellas.
—¿A dónde vamos ahora? —Preguntó Jinx, aun jadeando y con una sonrisa de satisfacción.
Vi sonrió de lado, mirando alrededor.
—¿Te acuerdas de la vieja fosa del Mercado Gris? Escuché que algunos idiotas de los Colmillos Negros andan haciendo apuestas por peleas.
Jinx levantó una ceja, un brillo juguetón en su mirada.
—¿Y vamos a negociar con ellos?
Vi la miró con una sonrisa aún más amplia.
—Vamos a patearles el culo. Necesitamos dinero, Jinx. El alcohol no se paga solo y mi dignidad tampoco se compra gratis. —Dijo Vi, encogiéndose de hombros como si fuera la lógica más obvia del mundo.
La fosa, ahora un ring improvisado, había sido un pozo de peleas clandestinas en el pasado. El aire olía a sudor y apuestas. Cuando llegaron, Vi bajó primero, con los puños cerrados, mientras Jinx la seguía, llamando la atención con una bengala que lanzó al aire.
—¡Inscribimos a las hermanas maravilla! —Gritó Jinx, mientras el humo rosado de la bengala envolvía el aire.
Un par de matones en las gradas se rieron, burlándose de ellas. Hasta que Vi los retó directamente.
—Una ronda contra quien sea. Doble o nada.
El combate fue breve pero brutal. Vi esquivó y golpeó con precisión, cada movimiento calculado. Jinx, no contenta con quedarse atrás, saltó al ring sin pensarlo dos veces. Entre puñetazos y rodillazos, su estilo errático y descontrolado fue tan impredecible como siempre.
El sudor apestaba a cerveza vieja. Los gritos eran apuestas disfrazadas de aliento. Vi se movía como un metrónomo violento. Jinx, como una sinfonía de caos sin partitura.
Mientras Vi manejaba la técnica, Jinx aprovechaba cada oportunidad para lanzar un golpe salvaje o usar su entorno a su favor. Las bengalas que había guardado en su cinturón volaban por el aire, iluminando el caos que se desataba.
Con un par de narices rotas y algunos luchadores inconscientes en la lona metálica, el anunciador declaró la victoria.
—¡Las chicas se llevan la bolsa! —Gritó.
Y así, con dinero en los bolsillos y vítores en los oídos, salieron de la fosa como leyendas momentáneas de la noche.
—Me encanta cuando el alcohol se paga solo. —Dijo Vi, revisando la bolsa con los ojos entrecerrados por el efecto del alcohol.
Jinx lanzó una risa estridente, como si no pudiera contener la diversión.
—Y sin matar a nadie. Qué responsables nos volvimos. —Añadió Jinx, lanzando una bengala al aire con una sonrisa traviesa. —¡El caos siempre es más divertido sin que alguien muera!
Luego caminaron sin rumbo hasta llegar a una calle elevada desde donde se veía parte de Piltover a lo lejos. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, frías y distantes. Entre risas, Jinx sacó un par de bombas pequeñas de su cinturón, las activó con un clic y las lanzó hacia abajo.
—¿Qué eran esas? —Preguntó Vi, mirando hacia abajo, intrigada.
—Bombas de purpurina. Caen lento y brillan como si fuera Navidad, pero sin el trauma. —Jinx sonrió ampliamente, disfrutando del caos suave que causaba.
Desde abajo, se escucharon exclamaciones confusas. Gente señalando al cielo sin entender de dónde venía el destello rosado que había manchado a varios con escarcha fluorescente. Jinx se carcajeó mientras Vi se agachaba para no ser vista.
—¡Eres un desastre! —Dijo Vi, riendo con ella.
—Y tú, una borracha nostálgica. ¡Combinación ganadora! —Respondió Jinx, lanzando una nueva bengala al aire.
Se quedaron ahí, en lo alto, contemplando el caos suave que habían sembrado. El viento fresco de la noche acariciaba sus rostros mientras ambas se apoyaban contra una pared de ladrillos, buscando un respiro en medio del caos que habían creado. El sonido lejano de Zaun seguía su ritmo constante, pero por un momento, el mundo parecía detenerse para ellas.
Vi suspiró profundamente, levantando la cabeza hacia el vacío, dejando que la calma momentánea la invadiera, solo para ser interrumpida por una risa.
—¡Que se joda el mundo! —Gritó Vi, con una sonrisa torcida, su voz alta y cargada, como si estuviera retando al universo entero.
Jinx, con la chispa en los ojos, no dudó ni un segundo. Saltó al frente y gritó con la misma fuerza, como si la locura fuera el único lenguaje que conocía.
—¡Y que viva la locura! ¡QUE TODO EXPLOTE!
Ambas soltaron una risa loca y desenfrenada, una risa que venía de lo más profundo de su ser, como cuando eran niñas, sin preocupaciones, sin miedos. Una risa que se filtraba entre los muros de la ciudad como una ráfaga de libertad. El caos, su eterno compañero, las envolvía una vez más.
Vi la abrazó, colocando un brazo alrededor de los hombros de Jinx, quien se recostó contra ella con una sonrisa amplia, pero sin dejar que la ternura la abrumara.
—Te quiero, Polvito. Siempre lo haré.
Jinx puso los ojos en blanco, pero su sonrisa no se borró.
—Y yo a ti, Violet. Aunque no sé qué hacer con tu nivel de... ¿sensibilidad? —Dijo con tono juguetón, como si eso pudiera evitar que la situación fuera un poco más afectiva de lo que a ella le gustaba.
Vi, con la mirada algo perdida y su risa interrumpida por respiros pesados, miró a Jinx mientras caminaban por los pasillos de Zaun.
—¿Sabes qué? Tal vez sí sea un poco sentimental, pero... ¡Tú! Tú me haces ser así, ¡siempre estás empujando mi paciencia! —Dijo Vi, con un tono ruidoso, pero cariñoso, como si no tuviera cuidado con las palabras. —¡Tú siempre estás metida en el caos!
Jinx la miró con una mueca, entre divertida y un poco cansada de tanto sentimiento, pero sin perder el tono juguetón.
—No me hagas llorar, Vi. Las payasas llorando solo asustan a los niños. —Resopló Jinx, alzando una ceja.
Vi la miró de reojo, entre divertida y cansada.
—Lo sé. Los sentimientos no son lo tuyo.
Jinx calló un momento, bajando un poco la voz, como si lo que viniera le diera vértigo.
—A veces… cuando me pasa algo bueno, lo primero que pienso es en contártelo.
—¿Sí? —Murmuró Vi, sin dejar de mirarla.
—Como esa vez que encontré una fábrica abandonada donde dormí una semana entera sin que nadie intentara dispararme. —Jinx sonrió, pero sin dientes, como si contara una anécdota adorable de un mundo al revés. —Pensé: Vi se reiría de esto. Diría que soy una cucaracha nuclear con suerte.
Vi bajó la mirada, y por un segundo, el peso en sus hombros se volvió visible. Cuando respondió, su voz se quebró un poco, no por debilidad, sino por exceso de verdad.
—Yo también pienso en ti…
—¿Sí? —Repitió Jinx, esta vez con un susurro más vulnerable.
—Cada vez que me duele el pecho… no por heridas. Por recuerdos. Por cosas que sé que habrías amado. O cosas que habrías destruido, riéndote, como una niña con un mazo en un mundo de cristales.
Sus ojos se llenaron de lágrimas que rápidamente se deslizaron por sus mejillas. Vi se limpió las lágrimas con un movimiento torpe, como si intentara recobrar algo de control, pero lo único que logró fue un suspiro entrecortado.
Jinx la miró con una mezcla de sorpresa y desconcierto. No estaba segura de cómo reaccionar. Vi, borracha, hablando con el corazón en la mano... ¿Esto era un mal día para la Vi imbatible? ¿Una película de drama, pero con más caos?
—Oye, Vi, ¿Te están tomando las emociones o el alcohol? Porque esto se está volviendo un... “drama para uno, por favor”, ¡y yo solo vine a romper cosas!
Vi, como si fuera una niña pequeña, simplemente la miró, con los ojos empañados. Su tono, aunque aún algo burbujeante, se volvió más vulnerable.
—No sé... no sé qué hacer, Polvito... —Sus palabras se arrastraban como si luchara contra la marejada de emociones que la ahogaban. —La extraño tanto... quiero... quiero que todo esté bien... que todo vuelva a ser como antes... pero no lo es.
Jinx no sabía cómo reaccionar. Se quedó allí, paralizada por la sorpresa, mirando a su hermana que, en este estado de ebriedad, había dejado caer todas las paredes que siempre mantenía. No podía entender cómo su hermana, tan fuerte y decidida, ahora se sentía tan perdida.
Vi, notando el silencio, trató de sonreír, aunque su rostro mostraba una mezcla de frustración y tristeza, su voz ahora casi inaudible.
—Yo solo... —Se interrumpió a sí misma con un suspiro pesado, tambaleando hacia Jinx. — Solo quiero abrazarla, Jinx. Pero... pero ya no sé cómo. Ni siquiera sé si ella... me quiere de vuelta.
Jinx, al ver a su hermana de esa manera, tragó saliva, intentando hacer frente a la situación. Vi nunca había mostrado vulnerabilidad de esta manera. Y mucho menos cuando estaba borracha, siendo tan sincera y rota en su estado. No sabía qué hacer, qué decir. En su mundo, las emociones eran caos, pero no tan pesadas, no tan profundas.
Finalmente, Jinx dio un paso hacia ella, con un tono algo más suave que el habitual sarcasmo.
—Ey, ey... —Dijo Jinx, tratando de calmarla, pero su voz vacilante mostraba un toque de afecto que no quería mostrar. —Sabes que ella te ama, ¿no? Solo... dale tiempo. Estás tan... tan fuera de control ahora mismo. Solo respira un poco.
Vi, aun temblando, intentó sonreír, pero no pudo evitar que una lágrima más escapara. Jinx, aunque desconcertada, la abrazó sin más palabras. Lo que Vi necesitaba ahora no era una broma ni un comentario sarcástico, sino el silencio compartido entre ellas.
—Gracias, Polvito...
Jinx la abrazó, un gesto tierno pero con su toque usual de distancia emocional. Era todo lo que podía ofrecerle en ese momento. Vi se dejó abrazar, su cuerpo un poco más pesado, y aunque no dijo nada más, el silencio se rompió solo por el sonido suave de sus respiraciones.
Ambas quedaron allí un momento, simplemente existiendo en la quietud de la noche. Vi, aún temblando por dentro, no sabía si se sentía más perdida o aliviada. Jinx, por su parte, permaneció callada, sin saber qué hacer, como siempre.
Finalmente, Vi dio un paso atrás, el alcohol nublando su juicio, pero no su voluntad.
—¿Tú crees que podamos seguir así? —Vi preguntó, su voz baja y sincera, pero con la típica chispa traviesa en sus ojos.
—¿Así como?
—Como hermanas.
Jinx le dio un codazo con un brillo en sus ojos.
—¡Vamos, Vi! ¡Si no me matas con tu sentimentalismo, te juro que me veré obligada a ser tu psicóloga! —Jinx soltó una risa traviesa mientras levantaba las cejas, como si decir eso fuera el colmo de la situación.
Vi sonrió con dulzura.
—Podemos intentarlo. Día por día. Noche por noche. Risa por risa. Aunque a veces quieras volarme la cabeza.
Jinx sonrió, aunque la sonrisa fue breve y algo triste. Le dio un codazo.
—No te prometo no hacerlo.
Vi se rio débilmente, dejando que ese momento de vulnerabilidad se desvaneciera, al menos por ahora.
—Tampoco quiero que lo hagas. Así sabré que sigues siendo tú.
El silencio entre ellas se llenó de algo familiar. No necesitaban muchas palabras para entenderse. Como siempre, sabían lo que importaba. A veces, simplemente no hacía falta decir más. Era como un refugio, como cuando todo a su alrededor se desmoronaba, pero por un momento, todo encajaba.
Jinx miró hacia el horizonte, y por un instante, la ciudad de Zaun, con sus luces titilando a lo lejos, pareció menos opresiva, menos inmensa. Todo parecía ser un poco más manejable cuando estaba junto a Vi.
Sin palabras, comenzaron a caminar, el eco de sus pasos resonando en las calles de Zaun. No hacía falta decir nada. Cada paso compartido llevaba consigo más peso que las palabras. La ciudad retumbaba bajo ellas, pero por un momento, el mundo se detenía solo para las dos.
El callejón donde se detuvieron parecía tan inofensivo como cualquier otro en Zaun: sucio, abandonado, con olor a óxido y sopa de rata vieja. Pero Jinx metió la mano en uno de sus infinitos bolsillos y sacó un pequeño frasco de cristal, lleno de lo que parecía musgo brillante.
—¿Qué traes ahí? —Preguntó Vi, recargada en una pared, medio sudada, medio borracha.
—Polvo de estrella negra. —Respondió Jinx con una sonrisa torcida. —Bueno, en realidad son hongos que encontré creciendo en una tubería de drenaje y después les canté una canción para que fermentaran bien... pero queda más lindo decir que vienen del espacio.
Vi la miró con una mezcla de duda y fascinación etílica.
—¿Se comen?
—¡Obvio! Y luego BOOM, el universo entero se vuelve una pintura de colores. Los guardé para un día triste. O feliz. Bueno, los guardé para hoy, ya sabes, porque no tenía plan. ¿Quieres?
Vi, en su estado actual, no estaba en condiciones de decir que no a nada. Así que tomó un pequeño bocado del hongo con cara de asco resignado. Jinx lo hizo crujir entre sus dientes como si fueran papitas felices.
Diez minutos después, estaban acostadas sobre una plataforma de metal oxidado, mirando hacia arriba, aunque el cielo de Zaun apenas dejaba ver tres estrellas y media.
—¿Ves eso? —Murmuró Vi, con los ojos abiertos como platos. —Ese edificio... ese... está respirando. ¡Mira cómo respira! Está... jadeando, Jinx.
—Sí, está vivo, obvio. Está enamorado de ese poste de luz que parpadea. ¡Mira cómo le guiña el ojo! —Jinx rió tan fuerte que se atragantó con su propia saliva.
Las luces de la ciudad bailaban. Las sombras cantaban. Un gato con dos colas cruzó el callejón y les guiñó un ojo… o eso creyeron. Vi se llevó la mano al pecho.
—¡Tengo un sol en el corazón! Está girando, Jinx. ¡GIRANDO!
—Shhh, escúchalo cantar... —Susurró Jinx, con los ojos bien abiertos, como si el mundo le estuviera revelando secretos en forma de murales animados. —Dice que somos polvo de supernova y que cada vez que pateamos a un idiota, una estrella nace.
Se quedaron ahí, riendo, llorando, viendo constelaciones en las grietas de las paredes, imaginando que eran astronautas atrapadas en una nave hecha de chatarra y recuerdos rotos.
Vi se giró de lado, el rostro suavizado por la alucinación y el cansancio.
—¿Crees que Caitlyn me deje volver algún día?
Jinx tragó saliva, sin dejar de mirar al cielo sucio de Zaun.
—No sé... pero en esta realidad paralela donde los faroles bailan tango y tú hablas con paredes, seguro que sí.
Jinx se levantó tambaleándose, como una astronauta mareada flotando en su propio planeta. Rebuscó en su cinturón y sacó una botellita con algo pegajoso y negruzco, una mezcla entre pintura industrial, grasa y posiblemente una criatura viva.
—¡Aguanta ahí, Vi! ¡Te voy a convertir en una obra maestra!
—¿Qué...? ¿Por qué me estás... untando eso...? —Murmuró Vi, sin moverse mucho, con los ojos tan dilatados que podría haber confundido a Jinx con una lámpara mágica.
—Shhh... esto es arte. —Jinx le pintó un corazón torcido en el hombro. Dentro del corazón, garabateó algo que parecía una escopeta, un monóculo... y una ceja arqueada de juicio eterno.
Debajo del dibujo, escribió con letras chuecas: “Propiedad de la Comandante Culos Fríos.”
—¡JA! —Exclamó Jinx, cayéndose de espaldas mientras aplaudía como una niña diabólica. —Ahora sí, hermana: oficialmente perteneces a la brigada del amor reprimido. ¡Tienes un certificado emocional pintado con mugre autorizada por el caos!
Vi, aún echada, trató de enfocar el hombro y entrecerró los ojos.
—¿Dibujaste a Cait...? ¿Eso es un rifle o un dildo?
—¡Ambos! ¡Es arte postraumático, no lo cuestiones!
—Te voy a matar. —Gruñó Vi, pero sin fuerza, con una sonrisa torcida en los labios y una lágrima colgando en equilibrio sobre su mejilla.
Jinx le guiñó un ojo, luego sopló sobre el tatuaje falso como si fuera una bendición.
—Te lo juro, Vi... Si me vuelvo artista, este será mi periodo azul. Azul como tu trauma. Azul como su ojo nuevo. Azul como... bueno, tú ya me entiendes.
Vi solo se rio. Un sonido ronco, tonto, humano. Como si se le hubiera escapado sin querer, como un eructo disfrazado de carcajada. Era idiota, sucia, absurda… y perfecta. Luego su estómago gruñó. No como un aviso amable. No. Como un rugido vengativo desde las profundidades.
—Oh no... ese hongo... tenía... cara de traición... —Gimió, llevándose una mano al abdomen.
Jinx giró hacia ella con alarma divertida, ya tanteando el espectáculo.
—¿Vi?
Lo siguiente fue una sinfonía del desastre. Vi se inclinó como una torre de metal oxidado vencida por la gravedad, apoyó una mano en la pared... y vomitó. Con ruido. Con ímpetu. Con eco.
—¡WOOOOOW! —Exclamó Jinx entre una mezcla de fascinación y risa incontrolable. —¡Alerta roja! ¡Rockstar en caída libre! ¡Prepárense para la segunda temporada! —Gritó, poniéndose un casco imaginario y rodando por el suelo como si buscara refugio de una bomba biológica.
Vi levantó la cabeza con esfuerzo, el rostro rojo como bengala vencida, los ojos vidriosos, pero una sonrisa torpe colgándole de los labios.
—Creo... que... que la fiesta... ya se acabó. —Jadeó entre arcadas, como si confesara haber matado al DJ.
Jinx se acercó, cuidadosa pero sin borrar la sonrisa.
—Al menos te hiciste un buen espectáculo, Vi. Lo tuyo es el teatro de lo grotesco. —Le dio una palmadita en la espalda con una mezcla de burla y ternura camuflada. —¿Y ahora? ¿La alfombra roja al hospital o directo a dormir sobre un basurero caliente?
Vi resopló, limpiándose la boca con el dorso de la mano. Luego se tambaleó hacia atrás y se dejó caer sentada sobre un montículo de chatarra.
—Ahora... solo quiero dormir... —Balbuceó, con la voz temblorosa pero aún entre risas. —Dormir... y tal vez... que me adopte un gato gigante.
Jinx se rio. De esa risa que empieza en la garganta y termina en el estómago, porque el alma no da más.
—¿Y el caos, eh? ¡¿No íbamos a patear traseros y vomitar sobre la justicia?! —Le gritó Jinx, levantando los brazos al cielo como si estuviera invocando a una deidad del desorden.
Vi solo agitó la mano, como espantando una mosca imaginaria, con la mirada nublada por el cansancio.
—Lo dejamos para mañana... —Susurró, entre un suspiro y un quejido.
El silencio cayó como una manta mugrienta sobre ellas. El aire denso de Zaun las envolvía, pero por primera vez en toda la noche, ese peso no dolía. Solo estaba ahí, como una presencia que ya no necesitaba gritar.
Jinx soltó una pequeña risa, alzando una ceja mientras veía a Vi, desarmada, medio rota, pero viva.
—Esto no es ni de cerca lo que llamaría una victoria... —Dijo, y aun así, sonreía.
Se agachó para ayudar a Vi a levantarse. Tardaron. Tropiezos, más risas, algún insulto al hongo traicionero. Pero lo lograron. Caminaban torcidas, sucias, con el olor a vómito mezclado con polvo y mugre.
—¿Sabes, Vi...? —Dijo Jinx, mirando el cielo gris de Zaun como si allí flotara alguna respuesta.
—¿Qué?
—Quizá lo nuestro sea siempre esto: romper cosas, vomitar sentimientos, volver a pegarnos los pedazos con saliva y seguir corriendo hasta la próxima explosión.
Vi no respondió de inmediato. Solo dejó que su brazo cayera sobre los hombros de su hermana, como un escudo débil pero real.
Y así caminaron. Lentas. Cansadas. Pero juntas. El mundo podía seguir derrumbándose, pudriéndose, volviéndose más idiota cada día. Pero mientras tuviera a Vi, Jinx no necesitaba arreglarlo. Solo jugar un poco más antes del próximo estallido.