Dos semanas para morir de amor (Parte 1)
11 de septiembre de 2025, 14:03
La llave chirrió antes de ceder, un gemido metálico que no solo destrababa una cerradura, sino años encapsulados en polvo. Caitlyn empujó la puerta con ambas manos, los hombros tensos como si esperara una explosión detrás del marco. Pero no hubo sirenas, ni disparos, ni órdenes gritadas entre humo. Solo el eco denso de un silencio antiguo, suspendido en el aire como una respiración contenida demasiado tiempo.
La casa no la recibió con entusiasmo. Exhaló. Como quien lleva años aguantando el aire bajo el agua y, al fin, puede soltarlo. No era bienvenida. Era juicio. Era memoria.
Y Caitlyn, con el cuerpo tenso y los ojos abiertos de más, supo que no estaba entrando en un refugio… sino en una vieja herida con forma de hogar.
—Qué romántico. —Murmuró Vi detrás, pateando una piedrita que salió disparada hacia el interior. —Polvo, telarañas y olor a abandono emocional. ¿Segura que esto no es una metáfora?
—Calla y entra. —Respondió Cait, conteniendo una sonrisa.
El interior de la cabaña olía a madera vieja, cuero envejecido y un toque de humedad que no llegaba a ser desagradable. Solo… nostálgico. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas gruesas, de esas que se aferran a la luz como a un secreto. Vi las apartó con un movimiento teatral y dejó que la claridad del día invadiera el lugar.
—Bueno, no está tan mal. Podría ser peor, podría haber un cadáver en la bañera, o dos.
—Eso fue una vez. —Replicó Caitlyn, con tono irónico mientras recorría la estancia con pasos cuidadosos. —Y técnicamente no era una bañera, era... un barril grande.
Vi se giró hacia ella con una sonrisa lenta, de esas que anuncian guerra de cosquillas o de palabras.
—Claro. Un barril. Súper práctico. Nada grita “vacaciones románticas” como esconder cuerpos en toneles de vino.
Caminó hacia el centro de la sala con las manos en la cintura, olfateando el aire como detective de caricatura.
—Ahora todo tiene sentido. El olor a madera... ¡era roble con descomposición vintage! Muy Piltover. Muy tú.
Se sacó la mochila y la dejó caer sobre el sofá con un golpe seco. El polvo levantado le arrancó un estornudo que casi la dobló por la mitad.
—Genial. Amor, alergia y muebles que crujen como si quisieran contarme todos los crímenes no denunciados. Estoy en el paraíso.
Caitlyn, en cambio, ya estaba en modo inspección. Su mano recorrió la superficie de la chimenea con la misma precisión con la que revisaba un rifle antes de una misión. Los dedos siguieron una línea de polvo hasta detenerse en una pequeña escultura de cristal: un ave tallada, translúcida, con el pico roto pero aún altiva. La sostuvo con cuidado, como si el simple contacto pudiera traer de vuelta un tiempo más claro.
—Mis padres compraron esta cabaña cuando yo era niña. —Dijo en voz baja, sin despegar la vista del ave. —La idea era pasar los inviernos aquí. Fogatas, caminatas, cuentos al pie de la cama…
Se detuvo.
—Pero ya sabes. La política. Las responsabilidades. Creo que solo vinimos un par de veces, y la mayoría, mi madre se la pasaba escribiendo discursos.
Devolvió la escultura a su lugar con un gesto suave, como quien devuelve un recuerdo a su urna.
Vi, desde el centro de la sala, la observó en silencio por un segundo más de lo normal. Luego sonrió, no de forma burlona. Solo... Vi.
—Pues entonces esta cabaña va a hacer algo verdaderamente útil por primera vez: guardarnos a nosotras.
Se encogió de hombros y añadió con media sonrisa:
—Y tranquila… si ese pájaro aguantó tantos años con el pico roto, creo que puede aguantarme a mí.
Vi permanecía aún en el centro del salón, pero su voz, teñida de ternura y burla apenas disimulada, ya había cruzado toda la distancia. Sus pasos la siguieron después, pausados, seguros, como si el aire entre ambas no fuera otra cosa que un espacio que debía llenarse. Cada crujido de la madera bajo sus botas parecía casi deliberado, marcando un compás íntimo, como si el salón entero respirara con ellas.
Caitlyn no se movió. Seguía frente a la chimenea, los dedos aún rozando la escultura de cristal con una reverencia silenciosa. Pero cuando Vi se detuvo a su espalda, lo supo sin necesidad de mirarla. La presencia se le instaló detrás como una sombra cálida, como un recuerdo que se acomoda en el pecho sin permiso.
Las manos de Vi rodearon su cintura con una naturalidad que no pedía explicaciones. Se deslizaron por debajo de la blusa con la lentitud de quien no busca posesión sino permanencia, dejando un rastro de calor sobre la piel del vientre. Eran caricias suaves, desprovistas de urgencia, como si su único propósito fuera quedarse ahí, respirando al mismo ritmo que ella.
Cait giró el rostro apenas, lo justo para que sus narices casi se rozaran. Su aliento chocó con el de Vi, tibio y cargado de una tensión que ya no era de guerra. La miró de cerca, con una ceja apenas alzada, como quien está a punto de rendirse... pero quiere una explicación antes de caer.
—¿Y esto qué se supone que significa? —Murmuró, con una voz que intentó sonar irónica, pero que se le quebró de cariño por los bordes. Como si el sarcasmo también se hubiera dejado ablandar.
Vi bajó un poco la cabeza, pero no apartó la mirada. Sonrió con esa mezcla de descaro y ternura que le era tan suya. Su frente se inclinó apenas más cerca, el pulgar dibujando un círculo lento sobre la piel del vientre de Caitlyn, aún bajo la blusa.
—Se llama cariño, Cait. —Susurró, como si estuviera revelando un secreto de Estado. —Y sí, también sé dar cariño. Aunque no tenga envoltorio de gala ni venga con protocolo incluido.
Cait parpadeó, entre divertida y desarmada. La burla se le deshacía en los labios, y en su lugar solo quedaba esa sonrisa que se cuela cuando el alma ya bajó las armas.
Vi sostuvo su mirada un segundo más, luego se encogió apenas de hombros y dejó caer la frase con la naturalidad de quien lanza un cuchillo... envuelto en terciopelo:
—Al fin puedo verte sonreír sin que nos estén disparando encima. ¡Un milagro, pastelito! Ya era hora.
Cait soltó una risa breve, nasal, como si la ternura la pillara por sorpresa. Cerró los ojos y, sin pensarlo mucho, se dejó caer contra Vi. No fue un gesto dramático ni calculado, fue si su cuerpo, después de tanto aguantar, por fin recordara dónde se sentía a salvo.
Sus manos treparon por los brazos de Vi, lentas, conscientes, y luego se enredaron detrás de su cuello. Como una brújula buscando norte. Apoyó la frente en el hueco de su cuello, justo ahí donde la piel olía a calor, a leña, a esa mezcla exacta entre sudor y hogar.
Su respiración cambió. Se volvió profunda, sostenida, como si su pecho al fin pudiera expandirse sin pedir permiso.
El silencio no pesaba. Se asentaba. Como si las paredes, viejas y polvorientas, reconocieran el calor nuevo que traían consigo. No era nostalgia lo que vibraba en la madera. Era presencia. No era un lugar recordando lo que fue. Era un espacio aprendiendo lo que podía ser, justo en ese instante, con ellas dos respirando juntas.
Vi se movió después de un rato. No huyó del abrazo, solo lo transformó. Con una lentitud que parecía caricia, subió una mano hasta la mejilla de Caitlyn, la rozó con los nudillos como si afinara un instrumento, y luego se inclinó a besarle la sien. Un beso breve, cargado de esa ternura torpe que ella nunca sabría decir en voz alta.
—Si nos quedamos aquí mirándonos como idiotas enamoradas por dos semanas, pastelito... vamos a desperdiciar la mitad de este paraíso. —Murmuró Vi con una sonrisa ladeada, esa que siempre escondía más emoción de la que dejaba pasar.
Cait soltó una risa leve, y se separaron apenas lo justo. Lo suficiente para que el aire volviera a pasar entre ellas, pero no tanto como para que sus dedos dejaran de rozarse. Aún se buscaban, como si sus cuerpos no entendieran del todo el concepto de espacio personal.
Reanudaron el recorrido. Habitación tras habitación, esquinas cubiertas de sábanas y armarios que sonaban como si se quejaran por haber sido olvidados. Vi empujó una puerta y se topó con la cocina.
—A ver… ¿Dónde esconden aquí los cuchillos ceremoniales? ¿O las ollas de diamante que toda familia noble guarda bajo llave?
Caitlyn apareció en el marco de la puerta justo a tiempo para verla abrir cajones como si estuviera saqueando un castillo encantado. Vi caminaba con esa ligereza suya, pero la madera vieja no cooperaba; cada paso crujía como si los muebles estuvieran quejándose de la intromisión.
—Las ollas siguen siendo dignas de los Kiramman, gracias por tu preocupación. —Cait abrió un armario con la elegancia automática de quien podría hacerlo con los ojos cerrados. —Eso sí, el azúcar es básicamente una roca y las conservas... bueno, podrían contar batallas de la guerra rúnicas.
—Perfecto, desayuno con riesgo de botulismo. —Respondió Vi con una sonrisa satisfecha, mientras escarbaba entre latas y frascos como si esperara encontrar un tesoro pirata.
Entonces encontró una vieja cafetera de émbolo, olvidada en un rincón. Vi la alzó con ambas manos como si estuviera recuperando un artefacto legendario de los archivos secretos de Piltover.
—¿Trajiste café? Porque si me vas a encerrar aquí sin cafeína, esto se vuelve un secuestro emocional.
Caitlyn se deslizó tras ella, en silencio, entre los rayos de luz que atravesaban las cortinas como dedos cálidos. La rodeó con esa calma letal que tenía en los entrenamientos, pero esta vez no llevaba un rifle, sino una sonrisa apenas curvada.
Se inclinó hasta rozar su oído con los labios, la voz apenas un soplo:
—Tú no necesitas cafeína, Vi. —susurró. —Tú ya vienes sobrecargada de fábrica. Eres un peligro público con piernas.
Vi ladeó la cabeza con una sonrisa torcida, aún con la cafetera en alto, como si estuviera evaluando su peso sentimental.
—Ajá. Y tú vienes con sarcasmo refinado en barricas de roble. Peligrosa combinación, pastelito.
Vi se giró con una ceja levantada, encontrándose con el rostro de Cait a escasos centímetros. La miró de arriba abajo, entre incrédula y divertida.
—¿Sabes que ese susurro en el oído me provocó más que una taza entera de café, cierto?
Cait apenas sonrió, pero sus ojos ya chispeaban como pólvora seca. Dio media vuelta sin apurarse, dejando tras de sí una estela de intención.
—Haz lo que quieras, Vi. Pero si prendes fuego esta cabaña solo por calentar agua… te declaro culpable sin derecho a apelación.
Mientras Vi se entretenía investigando si la cafetera funcionaba o era solo un objeto ceremonial, Caitlyn comenzó a desempacar. Lo hizo como quien traza una estrategia en vez de preparar una cena: cada frasco de vidrio, cada bolsa, cada caja ocupó su sitio con una lógica que solo ella podía entender.
Azúcar, sal, especias, arroz, café en grano, pastas perfectamente etiquetadas, frutas frescas aún con rocío, verduras en papel encerado, carne salada y filetes de pollo al vacío. Cada cosa encontró su lugar entre los estantes polvorientos, hasta que el caos rural de la cocina fue cediendo ante la voluntad quirúrgica de Caitlyn. El resultado: un santuario de abastecimiento, preciso hasta el delirio.
—Perfecto. Comida para dos semanas y cero excusas para escapar. —Murmuró Caitlyn, empujando el último frasco de mermelada a la fila, tan exacto como si cerrara un informe estratégico.
Vi apareció detrás de ella con el mentón apoyado en su hombro, examinando el despliegue con teatralidad exagerada.
—¿Estás segura de que no estamos a punto de resistir un asedio?
—¿Vacaciones con nosotras? Es lo más parecido.
Vi soltó una carcajada y alzó una ceja, su tono rebotando entre burla y deseo.
—Bueno, entonces tenemos todo cubierto. Hambre, suministros… y una tensión sexual que se puede untar en pan.
Cait sacudió la cabeza, disimulando una sonrisa. Ya no tenía sentido fingir orden emocional con Vi tan cerca.
Con la despensa conquistada y las ganas de comer en suspenso, retomaron el recorrido. Subieron por la escalera de madera, que crujía con esa insistencia de las cosas viejas que aún quieren ser escuchadas. Al final del pasillo, aguardaba una puerta con polvo acumulado y promesas que olían a historia.
Del otro lado, la habitación principal. Esperando su turno.
Caitlyn giró el picaporte con una lentitud casi reverente. La madera cedió con un crujido largo, profundo, como si esa habitación hubiera estado aguantando la respiración desde hacía años. Al abrirse, una ráfaga de aire detenido escapó como un suspiro contenido: traía consigo el perfume tenue de lavanda marchita, polvo dormido y algo más… un eco tibio de vidas pasadas.
La cama dominaba el centro del espacio. Grande. De dosel. Las cortinas, colgando como niebla suspendida, eran hilos de un tiempo detenido. La colcha azul, deslavada por los inviernos y el silencio, aún conservaba esa textura mullida que solo tienen los lugares donde alguien soñó muchas veces. Dos almohadas desiguales la coronaban: una con el escudo Kiramman bordado, impecable; la otra gastada en las esquinas, como si hubiera sido abrazada por demasiadas despedidas.
Las paredes, forradas en madera clara, exhibían cuadros vencidos por el tiempo: paisajes blancos donde la nieve parecía hecha de polvo; una acuarela sin firma del lago exterior, cuando el sol aún lo visitaba; y en el centro, un retrato a lápiz de una niña de seis años, con expresión seria y el cabello azul cayéndole como una cortina de tinta sobre los hombros. En la esquina, un tocador con el espejo manchado atrapaba la luz dorada que entraba a través de las cortinas entornadas. A sus pies, una alfombra persa raída, tan gastada que parecía recordar mejor los pasos que la pisaron que el color original que la vestía.
Una estantería empotrada al fondo albergaba libros viejos, sus lomos vencidos, algunos torcidos como si se hubieran dormido de cansancio. Frente a ella, dos sillas tapizadas en terciopelo gris flanqueaban una mesa estrecha donde aún reposaba un candelabro de plata, ennegrecido por los años, con la cera petrificada como cicatrices congeladas.
Y, pese al abandono, la habitación no olía a abandono. Olía a espera. A recuerdos dormidos sin rencor. A algo que no fue olvidado, solo puesto en pausa.
Vi soltó un silbido bajo, con tono entre asombro y respeto.
—Joder… parece que entramos a una cápsula del tiempo con privilegios de noble.
Caitlyn dio un par de pasos hacia la cama. Su mano se deslizó por el marco de madera, lenta, como si acariciara un recuerdo aún tibio. Todo en ese cuarto parecía respirar con años acumulados.
—Aquí dormía mi madre… —Murmuró, apenas audible. —Las pocas veces que veníamos, cuando llovía… yo me escabullía hasta la puerta.
Su mirada se perdió un momento en el dosel raído.
—Ella siempre dejaba una vela encendida. Nunca decía nada. Solo… la dejaba. Para que supiera que podía entrar.
Vi no dijo nada. Solo la observó desde el umbral, los brazos cruzados, el gesto quieto.
Caitlyn giró un poco, los dedos aun siguiendo líneas invisibles sobre la tela.
—Decía que era para espantar los malos pensamientos.
Caitlyn giró lentamente la vista hacia el buró junto a la cama. Sobre la madera polvorienta, apenas visible entre las motas suspendidas en el aire, descansaban los restos de una vela consumida: torcida, con la cera derramada como si hubiera llorado en silencio.
—Pero creo que lo hacía porque sabía que vendría. —La voz de Cait se quebró apenas, sin drama. Solo verdad. —Y quería que encontrara luz… incluso cuando ella ya no estuviera.
Vi no respondió. Dio un paso más al interior, sus botas crujieron sobre la alfombra. Su mirada se posó un instante en la vela apagada, luego en Caitlyn. Bajó la cabeza con lentitud, pero no por incomodidad. Era un gesto mínimo, íntimo. Una forma de inclinarse ante un duelo ajeno que ya sentía propio.
No hubo bromas, ni frases de consuelo hueco. Solo el respeto suspendido en el aire, como si incluso la habitación supiera que había cosas que no se tocan, solo se acompañan.
Vi dejó su mochila al pie de la cama con una delicadeza inusitada, como si no quisiera romper el aire que aún olía a recuerdos. Se agachó con lentitud, sacando lo justo: un pantalón mal doblado, tres camisetas que parecían haber dormido en una silla durante semanas, una chaqueta curtida por la vida… y una botella sin etiqueta que olía a malas decisiones y noches largas.
Caitlyn se acercó un par de pasos, cruzada de brazos, con esa expresión que mezclaba escepticismo, afecto y una pizca de juicio educado.
—¿Eso es todo lo que trajiste?
Vi alzó la cabeza con una sonrisa floja, relajada, la voz más blanda que de costumbre.
—Traje lo esencial.
Caitlyn asintió con solemnidad fingida… por tres segundos. Luego arqueó una ceja y se giró hacia el tocador, murmurando con veneno elegante:
—Golpes, sarcasmo y una botella que huele a trauma destilado. Tu equipaje grita "romance responsable".
Vi soltó una risa breve, desenrollando una media con la gracia de quien presenta una reliquia.
—¿Para qué más? No uso preservativos. Si lo hiciera, tendría una deuda con la farmacia que ni los Kiramman podrían cubrir.
Caitlyn se giró apenas, entrecerrando los ojos con esa picardía quirúrgica que usaba cuando no sabía si quería arrestarla… o besarla.
—Eres una obra maestra de lo insoportable. Firmada y enmarcada.
Vi alzó una ceja, con media sonrisa torcida.
—Y tú, el reglamento más irresistible que nadie cumple. Por eso hacemos match, pastelito. Tú escribes las normas… y yo las rompo con estilo.
Vi dejó caer la camiseta sobre la mochila y se quedó observándola, con esa media sonrisa torcida que no era burla… era algo más íntimo. Caitlyn desvió la mirada, pero no para escapar. Lo hizo como quien necesita un segundo de tregua antes de admitir que el corazón se le escapaba por la comisura de los labios.
Se agachó junto a su maleta y la abrió con una precisión que rozaba lo quirúrgico. Cada prenda emergía doblada con disciplina de desfile militar. Blusas perfectamente alineadas, cinturones enrollados, camisas que parecían haber sido planchadas por una obsesión con alma.
Vi se incorporó, arqueando una ceja.
—¿Vas a montar una boutique o te preparas para un apocalipsis muy elegante?
—Son cosas básicas. —Caitlyn acomodó una blusa con la misma delicadeza con la que se arma un rifle.
Vi sacó un sostén de encaje negro, lo sostuvo entre los dedos como si acabara de encontrar un fragmento de una civilización perdida.
—¿Esto es básico? Si esto hablara, contaría batallas más épicas que nosotras.
—Es funcional.
—Esto no sujeta. Esto celebra. —Lo giró con estudiada malicia, evaluándolo como si de una reliquia se tratara. —Con razón tu maleta pesaba más que mis traumas. ¿Y tú esperas que esto sobreviva al combate?
—Mis sostenes no necesitan sobrevivir, Vi. Saben cuándo rendirse con estilo.
Vi alzó las manos, teatral, pero sin dejar de mirarla.
—Yo solo digo… que si esto fuera parte de un experimento, necesitaría varias repeticiones. Y sin interferencias de tela.
Caitlyn se acercó despacio, sin apuro, como si sus pasos ya fueran parte de la respuesta. Le tomó el sostén de las manos con un gesto suave, casi íntimo. Sus dedos lo acariciaron por un segundo más de lo necesario antes de depositarlo dentro del cajón con una precisión reverente. Luego giró el rostro, ya cerca, muy cerca.
Su aliento acariciaba el de Vi.
—Si lo que quieres es una demostración… te va a tocar ganártela. Yo no cedo mis datos sin método.
Vi se inclinó apenas, como si el comentario hubiera sido un disparo sordo en el pecho. No contestó con una broma, solo murmuró:
—Definitivamente vamos a tener que racionar el clóset… y el autocontrol.
Dejó última prenda sobre la cama. El cuarto respiraba lento, lleno de esa electricidad callada que no explota, pero tampoco se disuelve. Caitlyn se acercó a la ventana. La luz filtrada le trazaba la piel con dedos dorados, y la cortina danzaba apenas, como el murmullo de algo que se niega a irse.
Vi la observó de reojo. La silueta de Cait recortada contra la claridad era tan real que dolía. No dijo nada. Solo tomó unos leños del rincón y bajaron juntas al salón, envueltas en esa quietud que no exige explicaciones.
La chimenea fue una pelea en sí misma. Madera húmeda, chispa terca, insultos lanzados al aire con tono casi ritual. Vi maldijo al encendedor al menos cinco veces antes de cederlo con teatral resignación. Caitlyn, como si domara fuego desde la cuna, lo encendió en dos movimientos certeros.
—¿Qué tal? —Dijo Cait, soplando apenas la llama, sin mirar atrás. —¿Quieres que también te enseñe a atarte los cordones o con prender fuego ya cubrí la cuota maternal?
Vi la miró con los ojos entrecerrados, alzando el encendedor como si fuera la prueba de un crimen.
—Ajá. ¿Y ahora vas a pavonearte por haber dominado el fuego como una bruja elegante?
Cait se encogió de hombros, cruzando los brazos con aire de campeona.
—No es mi culpa que lo tuyo con las llamas sea más grito que chispa.
Vi soltó un resoplido teatral, negó con la cabeza y murmuró mientras tiraba el encendedor sobre la mesa con resignación:
—La próxima vez lo prendo con dinamita y se acabó el debate.
Y se dejó caer en el sofá con el dramatismo exacto de alguien que ha perdido una batalla doméstica... pero conserva el orgullo.
—¿Sabes? —Dijo después de un par de segundos, hundiéndose en los cojines. —Me gusta esta idea. Tú, yo, sin nadie jodiendo. Sin estrategias, sin disparos, sin tener que mirar por encima del hombro. Solo… nosotras.
Caitlyn la miró un instante, luego se sentó a su lado. No tan cerca como para interrumpir el respiro, pero lo suficiente como para que sus rodillas se rozaran con cada mínimo movimiento.
—Va a ser raro.
Vi giró la cabeza, curiosa.
—¿El qué?
—Estar en paz. —La respuesta fue breve, pero le pesaba como una confesión.
Vi asintió. No con solemnidad, sino con ese entendimiento que no necesita ceremonia. Estiró un brazo, la atrajo sin palabras y dejó que la cabeza de Cait descansara en su pecho. El fuego chisporroteaba con vida propia, ajeno a las guerras, ajeno al pasado. Afuera, todo seguía girando. Dentro, todo estaba en pausa.
Pasaron así un rato largo, sin necesidad de decir nada. Solo respirando al mismo ritmo, dos corazones tratando de convencerse de que el peligro no iba a irrumpir por la puerta. Vi fue la primera en moverse, separándose apenas lo suficiente para verla mejor. Le rozó la mejilla con el dorso de los dedos, bajó la mano con lentitud hasta su cuello, y el pulgar se detuvo justo en la curva de su mandíbula, dibujando un camino de calma.
—Tienes cara de que si dejo de abrazarte tres segundos te pones a llorar… o a limpiar compulsivamente esta cabaña. —Sonrió, ladeando la cabeza con falsa gravedad. —Y esas ojeras dicen que el amor de tu vida es agotador, desordenada, y probablemente muy sexy. Una desgracia.
Cait soltó una risa breve, bajita, como si el aire se le escapara entre costillas más livianas. Una de esas risas que no hacen escándalo, pero se quedan a vivir adentro.
No respondió. Solo dejó que sus manos subieran por los brazos de Vi, la atrajo despacio y apoyó la frente contra la suya. La sonrisa que se le dibujó fue más cálida que perfecta.
Y así, entre la respiración compartida y el crujido suave del fuego, se suspendió la noche. No hubo guerra. Ni fuga. Solo dos cuerpos que, por fin, no tenían que defenderse de nada.
La luz del amanecer trepaba por el cielo como un suspiro lento, en tonos de malva, ámbar y algo que parecía nostalgia. Afuera, el lago dormía cubierto por una neblina terca, de esas que se niegan a irse, como si aún soñara con la noche.
Caitlyn se desperezó entre sábanas tibias y restos de un cuerpo que ya no estaba, pero cuya presencia seguía ahí: en la arruga del colchón, en el calor atrapado en la tela. Se incorporó con lentitud, los párpados aún pesados.
Vi andaba por la habitación con el cabello revuelto, una bota puesta, la otra en la mano, y una sonrisa en el rostro que decía sin decir: sí, dormiste conmigo y no nos mataron en el intento.
—Vamos, pastelito. Hora de mover esos huesos nobles antes de que se oxiden. —Dijo Vi, lanzándole una camiseta doblada con la gracia de una patada voladora.
Caitlyn gruñó algo ininteligible desde las sábanas, pero el gesto ya la había alcanzado. Se sentó, se pasó la mano por el rostro y la vista, aún medio dormida, fue a dar directo a Vi: despeinada, vestida para el caos, y con esa sonrisa que no prometía paz. Suspiró. No tenía escapatoria.
Minutos después, estaban afuera.
La pradera detrás de la cabaña tenía el aire perfecto de las cosas no contaminadas: piso firme, brisa despierta, y espacio suficiente para equivocarse sin romperse nada grave.
Caitlyn llevaba ropa cómoda, funcional, pero sus movimientos aún eran tensos, como si la elegancia insistiera en no soltarse del todo. Vi, en cambio, parecía entrenar con el alma: el cuerpo ligero, el ritmo fluido, como si su columna conociera los mapas de la batalla desde antes de nacer.
Caitlyn se quitó el parche con un tirón seco. La luz del amanecer golpeó el ojo Hextech, que respondió con un brillo sutil, como una idea a medio formar. No latía. No vibraba. Pero estaba ahí, esperando.
Una intuición incrustada en su cara. Un pensamiento que llegaba antes del pensamiento real. No era doloroso, pero desconcertaba. Como si algo en su cuerpo reaccionara antes que ella.
A veces, justo antes de que el golpe llegara, sentía... algo. Un destello sin imagen, una advertencia sin palabras. El cuerpo se movía, esquivaba por instinto. Pero su mente iba detrás, como si aún estuviera leyendo un libro en voz alta mientras la página ya había cambiado.
No era agilidad, era tropiezo anticipado. Y eso, para alguien como Caitlyn, era igual de inquietante que un disparo mal dado.
—¿Eso fue tu ojo… o estás desarrollando poderes psíquicos? —Bromeó Vi, retrocediendo un paso con los brazos en alto, el cuerpo relajado y los ojos alerta.
—Instinto Hextech, con la elegancia de una lámpara parpadeando. —Cait respondió entre jadeos, con dos dedos apoyados en la sien, como si pudiera ajustar el artefacto con solo tocarlo. —No glamuroso, pero útil.
Vi la escaneó con la mirada, ladeando la cabeza con esa media sonrisa que era más diagnóstico que burla.
—Entonces sigamos antes de que empieces a levitar.
La hierba cedía bajo sus pies con un crujido sutil, empapada aún del rocío que la madrugada no se decidía a soltar. El aire arrastraba un aroma terroso, a raíces despiertas y madera húmeda, con ese filo tenue que sólo tienen los lugares donde una vez se fue feliz. Caitlyn bajó el centro de gravedad, los músculos tensos, los talones anclados. El ojo Hextech titilaba sin apuro, no como advertencia, sino como quien ya conoce la respuesta a una pregunta que el cuerpo aún no formula.
Vi avanzó primero. No con fuerza, sino con ritmo. Un giro de hombros, una finta que amagaba con ir a la derecha mientras el verdadero ataque venía desde abajo. Cait esquivó, por reflejo y presentimiento. El cuerpo se echó atrás una fracción de segundo antes del impacto. El ojo había avisado, sí. Pero el cerebro no alcanzó a procesarlo.
—Bien... —Murmuró Vi, retrocediendo un paso. —Te estás acostumbrando, o te estás volviendo bruja.
Cait no respondió. El sudor le corría por la mandíbula. Avanzó. Un golpe directo al torso de Vi, que ella bloqueó con la palma abierta y desvió con el antebrazo. Cait giró con el impulso, buscó un segundo golpe hacia el costado, pero Vi ya no estaba allí.
Se movía como el viento entre paredes abiertas. Cait sintió una alerta difusa en el costado izquierdo, giró en seco para interceptar el golpe, pero el ojo la hizo dudar un segundo. Un micro titubeo. Su cuerpo reaccionó antes que su decisión, y esa desconexión fue fatal.
Vi bajó el cuerpo con una torsión limpia, casi como una bailarina armada para matar. La pierna trazó un semicírculo bajo, barriendo el suelo húmedo, y Cait apenas alcanzó a pensar en el movimiento cuando ya no estaba de pie.
El mundo se inclinó. Luego cayó.
El cuerpo de Cait impactó la tierra con un golpe seco, y el aire se le fue del pecho como una vela apagada de un soplido.
Vi se enderezó de golpe, sin bromas ni chistes esta vez. Cruzó la distancia en dos zancadas y cayó de rodillas junto a Caitlyn, con las manos buscándola como si el suelo pudiera habérsela tragado.
—¡Cait! —Su voz era grave, áspera de susto. Le tomó la cara con una firmeza que no pedía permiso, los dedos temblándole apenas al rozar su mejilla. —¿Te jodí algo?
Caitlyn parpadeó una vez. Otra. Luego soltó una risa entre dientes, rota, brillante, como una chispa que no pensaba apagarse.
—Te dije que no fueras suave conmigo, ¿recuerdas? —Jadeó, todavía tumbada, con la cara manchada de tierra y dignidad maltratada.
Vi la escaneó con los ojos como si pudiera reparar fracturas con la mirada. La mano seguía en su mejilla, tensa, sin soltarla.
—Sí, pero no pensé que lo tomaras como "lánzame contra el planeta".
Cait sonrió, bajando un poco la cabeza.
—Me estás mirando como si me hubiera hecho añicos. Y solo me doblé... con elegancia.
—No me gusta cuando caes. —Murmuró Vi, su voz aún cargada de tensión. —Me rompe algo que no sé dónde tengo.
Cait intentó incorporarse, pero el tobillo lanzó un quejido agudo que la obligó a detenerse. La mueca fue inmediata, honesta. Vi, que seguía arrodillada, frunció el ceño como si el dolor le hubiera atravesado a ella también. Su cuerpo se inclinó hacia adelante en un gesto reflejo, los dedos ya buscando sostenerla antes de que se desplomara otra vez.
—Listo. Fin del entrenamiento por hoy. Suba a caballito, comandante.
—Vi… —Protestó Cait con una ceja alzada.
—Shh. Reclamos después del rescate, es protocolo.
Vi la cargó con firmeza, como quien traslada algo valioso sin querer admitir cuánto le importa. Se puso de pie en un solo impulso, ajustándola contra su espalda con precisión aprendida. Cait se acomodó sin protestar, sus brazos rodeándole el cuello y el rostro medio oculto entre su cabello.
—Esto es abuso de poder.
—Esto es logística con cariño. —Replicó Vi, ajustándola mejor. —Aunque, para ser honesta, estás más pesada de lo que pareces en esos trajes ceñidos.
Cait le propinó un leve codazo con la gracia que el tobillo le permitía.
—Podrías al menos fingir que peso menos que tus culpas. —Murmuró contra su piel, con la voz aun temblando entre dolor y orgullo.
Vi no respondió de inmediato. El crujido del pasto mojado marcaba cada paso, y entre el canto de algún pájaro demasiado despierto y el murmullo sordo del viento, sólo el roce del aliento de Cait sobre su nuca parecía importar.
El cuerpo le pesaba, pero era un peso conocido, un peso que ojalá nunca tuviera que soltar.
—Fue prácticamente un empate, ¿No?. —Soltó por fin, como si el silencio hubiera madurado lo justo para burlarse con cariño.
Vi la miró de reojo, sonriendo como quien está a punto de robar un banco solo por diversión.
—¿Empate? Caitlyn, te di una paliza tan elegante que hasta tu ojo Hextech pidió refuerzos.
—Tal vez… —Murmuró Cait. —Pero dime, ¿quién es la que detuvo el combate, me recogió del suelo y ahora me lleva cargando como si fuera una reliquia frágil?
Vi abrió los ojos como si acabara de descubrir una conspiración.
—Yo.
—Entonces se considera abandono táctico. Victoria para mí. —dictaminó Caitlyn con tono de jueza incorruptible.
Vi bufó.
—Eso se llama compasión estratégica.
—Eso se llama rendirse con estilo. —Replicó Cait. —Y con la dignidad de una mula transportando a una princesa ilustre.
—¿Y tú no eras mi princesa en apuros?
—Y tú, mi caballero sin armadura y con olor a quemado. —Dijo Cait, con una sonrisa que se le cayó sobre el hombro de Vi.
Vi bajó la cabeza lo justo para besarle la sien con suavidad.
—Solo si eso incluye salvarte… y hacerte reír mientras tanto.
Y Cait, aunque le dolía hasta respirar, se sintió como si acabara de ganar la guerra. Porque sí, su tobillo estaba hecho trizas. Pero en ese momento, en la espalda de Vi, se sentía invencible. Como si hasta sus caídas fueran parte del plan. Y Vi, su plan favorito.
Avanzaron despacio entre la hierba alta, con el crujido húmedo bajo los pies marcando el camino de vuelta. El sol ya se colaba entre los árboles con descaro y los pájaros parecían burlarse con cada trino. Vi no decía nada, pero cada paso era un juramento mudo: tengo tu peso, tengo tu historia, y no pienso soltar ninguno.
Cuando por fin cruzaron el umbral de la cabaña, Cait apoyó la frente en su hombro como si el calor viejo de esas paredes la abrazara también. Vi la dejó sobre el sofá con el mismo cuidado con que se deja un arma cargada sobre un altar. Una manta. Un vendaje improvisado. Una caricia torpe.
Después de eso, Vi desapareció en la cocina con el ímpetu de quien jura tener un plan… sin tenerlo.
La cocina había resistido muchas cosas: humedad persistente, ratones entusiastas y el paso del tiempo sin clemencia. Pero nada la había preparado para su desafío más temible: Vi, armada con huevos y confianza injustificada.
Separada del salón por un arco de madera que filtraba luz, humo y malas decisiones, la cocina se transformaba rápidamente en zona de guerra. Desde el sofá, Caitlyn, tobillo vendado, manta sobre las piernas, aspiró el aire con desconfianza. Algo chisporroteaba. Algo olía… ¿tostado? ¿Quemado? ¿Ambas?
—¿Vi? ¿Estás… viva? —Preguntó, sin moverse demasiado.
—¡Control absoluto, pastelito! —Gritó Vi desde la niebla, justo antes del golpe sordo de una sartén cayendo, seguido por un coro metálico y un murmullo elocuente:
—Mierda, mierda, mierda...
Cait alzó una ceja, sin sorpresa.—¿Eso fue una sartén?
—¡Negativo! Arte culinario de desayuno en proceso.
Algo explotó con un crujido líquido. Un huevo salió volando, trazó una parábola perfecta y aterrizó en el techo, donde quedó pegado con la dignidad de una firma artística.
—¿Vi?
Cait se dejó caer contra los cojines, con una mano cubriéndose la cara y una sonrisa resignada.
—Si mi ojo Hextech sobrevive a esto, va a exigir aumento… y terapia.
Desde la cocina, Vi resopló con fingida indignación.
—¡Ay, por favor! Una sola vez se incendió el horno.
—Y las otras veces… ¿también fueron fantasmas los que le pedían ayuda a mi padre? —Replicó Caitlyn desde el sofá, sin mirar, pero con esa precisión que perforaba egos con elegancia. —Porque sí, Vi. Muy lindos los waffles del domingo… con el sello de aprobación de la señora del servicio que tú "jamás" conociste.
Vi asomó la cabeza por el arco con una cáscara de huevo aun colgando de la ceja.
—Se llama trabajo en equipo, pastelito. Delegar es un arte.
Cait fingió pensarlo, alzando la vista al techo manchado.
—Claro… y estampar proteínas contra el cielo de la cocina debe ser tu firma de autor.
—Se llama cocina experimental. Ustedes, la aristocracia, aún no están listos para esto.
Cait sonrió sin mostrar los dientes, esa sonrisa afilada que cortaba sin mancharse.
—Mi estómago tampoco.
El humo seguía escapando por el arco de la cocina como un espíritu terco que no sabía si anunciar un incendio o pedir ayuda. Unos minutos más tarde, Vi apareció con un plato entre las manos, la frente tiznada, el flequillo pegado con sudor y una sonrisa que desafiaba cualquier lógica. El tipo de sonrisa que dice “sé lo que hice, pero igual deberías aplaudirme”. Un trozo de cáscara colgaba aún de su hombro, ignorado con la dignidad de quien ha decidido que todo es parte del uniforme del chef guerrero.
—Huevos… —Anunció, alzando el plato como si presentara una ofrenda ancestral. —En formato abstracto, con una salsa exclusiva, y con cariño, mucho cariño.
La “salsa” era de un color indeterminado entre ocre, naranja y algo que recordaba vagamente al óxido. Había un brillo en la superficie que ni el calor explicaba, y flotaban dentro pequeños trozos de algo que parecía vegetal… o mineral. Difícil saber.
Caitlyn recibió el plato con la diplomacia de alguien que ha sobrevivido a guerras y aún no estaba segura de poder con eso.
—¿Y trajiste café?
—Traje jugo natural, del que salva relaciones. El café… lo usé para apagar el primer huevo en llamas.
Cait parpadeó. Luego soltó una media sonrisa, ladeada, casi sin querer.
—¿Usaste café para apagar un incendio?
—Murió como un héroe. —Asintió Vi, solemne.
La sonrisa de Cait se ensanchó apenas. Negó con la cabeza y bajó la mirada al plato, como si eso la preparara. Pinchó un pedazo, lo llevó a la boca.
Masticó lento. Muy lento. Como quien interroga a un sospechoso con el paladar antes de emitir condena. Cuando tragó, alzó la vista con la compostura diplomática de alguien que ha probado veneno… y decidió sonreír igual.
—Está… —Pausa medida, una ceja arqueada con elegancia letal— … inolvidable.
Vi cruzó los brazos, recargando el peso en el respaldo con aire de falsa inocencia.
—Eres la peor mentirosa del continente. Tus cejas se arquean como si estuvieras firmando tu testamento.
Cait dejó el tenedor con delicadeza en el borde del plato, exhaló con resignación y apuntó con un dedo.
—Prométeme que no vas a dedicarte a la cocina, y yo prometo seguir viva.
Vi soltó una risa que le sacudió los hombros y parte del jugo en la bandeja. Se dejó caer a su lado con la teatralidad de una diva herida en combate.
—Trato hecho. Pero te advierto: si me lo propongo, puedo inventar una receta tan desastrosa que esta cabaña la recordará en sus cimientos.
Cait apoyó el plato en la mesa baja, aún con esa sonrisa que solo Vi le arrancaba: mezcla de rendición y afecto mal disimulado. Luego se giró hacia ella con una ceja alzada.
—Tengo una mejor idea que morir envenenadas por arte abstracto. ¿Qué te parece un picnic? Cerca del lago. Solo nosotras, fruta, pan, queso… y sin riesgo de incendio.
Vi alzó ambas cejas, mitad burla, mitad encantamiento.
—¿Un picnic a lo noble? ¿No estabas lesionada, pastelito?
Cait rodó levemente el tobillo, con una mueca que logró disimular casi bien.
—Ya me siento mejor. Nada como una leve cojera para calentar los músculos. Además, el aire fresco siempre… y también la idea de besarte contra un árbol.
Vi soltó una carcajada breve, pero sus ojos se suavizaron al notar cómo Caitlyn se incorporaba con un gesto contenido, como si cada músculo necesitara pensarlo dos veces antes de obedecer. Sin decir palabra, se acercó y deslizó las manos firmes a su cintura, ofreciéndole apoyo sin alarde.
Juntas, prepararon una canasta improvisada con lo que había sobrevivido a la guerra en la cocina. Pan, fruta, queso... lo básico, lo rescatable, lo suficiente.
El sol ya trepaba por las copas de los árboles, derramando luz dorada entre las ramas. Salieron al exterior. Caitlyn cojeaba apenas, su paso medido y torpe, pero se negaba a detenerse. Vi la sostuvo con disimulo, como quien acompaña sin invadir. El silencio entre ellas no pesaba: era aire limpio, zumbidos lejanos y el crujido húmedo de la hierba bajo los pies.
Cuando llegaron al claro junto al lago, el agua reflejaba el cielo con una calma de postal. Vi extendió la manta con un golpe de muñeca y Cait se sentó con cuidado, estirando la pierna herida mientras contenía una mueca.
La comida se alineó en un pequeño caos encantador: uvas, pan aún tibio, queso envuelto en tela, y jugo en una botella que claramente había tenido una vida anterior más escandalosa.
—Así que esto era... vivir bien. —Murmuró Vi, dejándose caer de lado, la cabeza apoyada en su mano y los ojos puestos en Caitlyn. —Si hubiera sabido que así se sentía la vida… habría probado con una piltoviana mucho antes.
Caitlyn giró el rostro lentamente, una ceja arqueada como un disparo sin balas, y los labios curvándose en una media sonrisa envenenada.
—¿Ah, sí? ¿Y cuántas no-piltovianas te sirvieron de ensayo antes de esta revelación mística?
Vi alzó las manos con lentitud dramática, como si la estuvieran acusando en plena corte.
—Ninguna con este nivel de puntería emocional, pastelito. Te lo juro.
Cait le lanzó una uva con la precisión de una comandante entrenada y el sarcasmo de una mujer con memoria perfecta. Vi la atrapó al vuelo, sin dejar de sonreír.
—Tienes suerte de que esté sentada. Si pudiera caminar bien, esta conversación iría acompañada de un interrogatorio más... riguroso.
—Y tú tienes suerte de que esté acostada. Porque si pudiera pensar con claridad, probablemente ya habría huido.
—Demasiado tarde. —Susurró Cait, con los ojos cerrados y la sonrisa intacta. —Te atrapé… con pan, queso y una manta.
Vi no respondió al instante. Solo se acomodó mejor sobre el codo, observándola con esa expresión entre fascinación y burla tierna que solo ella sabía sostener. El viento agitaba apenas los bordes de la manta, como si incluso el aire quisiera colarse en su escena. A lo lejos, un pájaro cantó sin ganas, como si también estuviera demasiado relajado para alzar la voz.
Cait abrió los ojos con lentitud. Los clavó en Vi un segundo, sin decir nada, como si midiera cuánto podía jugar sin que se notara cuánto le importaba.
Y entonces, volvió a tomar una uva. La giró entre los dedos con deliberada calma. La mordió con elegancia, dejando que el dulzor estallara suave en su boca. Luego, con una sonrisa ladina, tomó otra entre sus dedos y la llevó hasta los labios de Vi, rozándolos apenas antes de dejar que la atrapara con los dientes.
Vi la miró, divertida, y se relamió con descaro, dejando que sus labios atraparan el sabor como si fuese un juego más que un gesto. Cait fingió indiferencia, pero sus dedos ya buscaban otra uva, esta vez con menos precisión. Sus mejillas, sin embargo, la delataban: un rubor creciente, mezcla de brisa, azúcar y algo que no quería admitir del todo.
Por una vez, el mundo no les disparaba desde ningún rincón. Nadie acechaba entre sombras, ni había que calcular la próxima jugada. Solo estaban ellas, una manta y un cielo sin balas.
Caitlyn alzó la botella que trajo Vi sin mucha ceremonia, le quitó el corcho con un gesto curioso y bebió un sorbo corto. El líquido le acarició el paladar con una dulzura engañosa, como si quisiera ser amable pero escondiera una segunda intención. Parpadeó una vez, luego ladeó la cabeza y miró la botella con escepticismo elegante.
—¿Y este jugo? —Preguntó Caitlyn, alzando la botella con una ceja arqueada. —Tiene un sabor... sospechosamente dulce. Como si quisiera abrazarte y empujarte al mismo tiempo.
Vi se encogió de hombros con inocencia mal disimulada.
—Receta secreta. Familiar, simple… intensa. Lo hice yo. Y sí, está legalmente no envenenado. Probablemente.
Caitlyn le dio otro sorbo, más lento. Esta vez dejó que el sabor se instalara bien, recorriéndole la garganta con ese calorcito traicionero de las cosas que se hacen pasar por inofensivas. Sus labios se curvaron apenas, como si el jugo le hubiera contado un secreto.
—Pues está bastante bueno… aunque me siento un poco... liviana.
—Debe ser el aire del lago. —Replicó Vi, robándole una uva como si no acabara de inventar una bebida de origen cuestionable.
El tiempo se volvió líquido, deslizándose entre bocados, bromas y silencios cómodos. Caitlyn había dejado de contar los minutos. Su cabeza descansaba sobre el muslo de Vi, los dedos jugando con un mechón suelto mientras miraba el cielo. Vi señalaba nubes deformes con nombres ridículos. Cait reía más de lo normal. La risa le subía por el pecho como si tuviera cosquillas en el alma. Sus mejillas, igual que las de Vi, ya no sabían si estaban rojas por el “jugo”, el sol o el momento.
—¿Me estás emborrachando para aprovecharte de mí, cierto? —Bromeó Caitlyn, apenas abriendo los ojos, con una sonrisa que parecía dibujada con miel y cansancio.
Vi soltó una carcajada, ladeándose hacia ella.
—Sería el plan perfecto… si yo no estuviera igual de mareada. Brindemos por nuestra torpeza compartida.
Vi se incorporó de pronto, con esa chispa salvaje que no pedía permiso. Pero Cait la detuvo con una mirada más seria, más suave. La atrapó por unos segundos. Su sonrisa se desvaneció un poco, como si el aire dulce del lago la hubiese despejado demasiado.
—Gracias por esto… por hacerme reír. Por no dejar que me esconda. —Susurró.
Vi se quedó en silencio. Bajó la mirada, luego la alzó otra vez, y sonrió.
—¿Sabes qué sería aún mejor?
—Vi… —Empezó Caitlyn, con esa voz de advertencia que nunca surtía efecto.
Demasiado tarde.
—¡Operación en marcha! —Gritó Vi mientras la alzaba en brazos sin el menor esfuerzo.
—¡Vi, no! ¡No, no, no! ¡Estás loca! —Cait pataleaba medio en serio, medio encantada.
Pero Vi ya corría. La hierba se abría a su paso. El lago brillaba más adelante, como si también esperara la locura. El viento les azotaba el rostro y la risa de Cait estallaba sin freno, mezclada con gritos de amenaza fingida.
—¡Te vas a arrepentir! —Chilló, justo antes de que el agua las engullera en un salto brutal.
El mundo se volvió burbujas, frío, caos. Salieron a la superficie jadeando, los cabellos pegados al rostro, el pecho sacudido por la risa.
—¡Eres una maldita idiota! —Exclamó Cait, empapada y brillando de vida.
—Pero irresistible. —Bufó Vi, pasándose la mano por la cara para sacarse el agua.
Cait intentó fruncir el ceño, pero sus labios la traicionaron. Sonrió, luego rió. Se dejó flotar cerca de Vi, el cuerpo relajado como si el agua, por una vez, no fuera amenaza sino tregua. Vi se acercó sin palabras, con esa mirada que no necesitaba traducción. Sus dedos rozaron la mejilla de Caitlyn, bajando después por el contorno de su cuello, sin apuro.
—Parece que el tobillo ya no te duele tanto… —Murmuró Vi, con media sonrisa de sabelotodo.
—Y parece… —Cait bajó un poco la mirada, notando los pezones endurecidos de Vi asomando tímidamente a través de la camisa mojada. Alzó una ceja. —Que alguien tiene frío o está feliz de verme.
Su tono fue tranquilo, casi elegante… pero con esa picardía quirúrgica que desarma.
—Parece que alguien observa demasiado. —Replicó Vi, sin moverse ni un centímetro.
—Instinto de detective. No es mi culpa que las pruebas se presenten solas.
Vi se acercó hasta que sus cuerpos se rozaron bajo el agua, pecho contra pecho, sin intención de ir más allá que ese contacto sutil que eriza la piel y calienta el alma.
—¿Y qué concluye la detective? —murmuró Vi, su aliento rozando la oreja de Cait.
—Que esta escena es altamente sospechosa… y que necesito quedarme más cerca para reunir más evidencia.
Vi soltó una risa baja, casi un ronroneo, y dejó que sus manos se enredaran en la espalda de Cait, acariciando de forma lenta pero constante, como si el lago no existiera más allá del contorno de ese cuerpo que ahora conocía mejor que sus propias armas.
—Entonces ven. Arréstame, pastelito. Prometo no resistirme.
Cait sonrió, mordiendo apenas su labio inferior. Se quedó ahí, envuelta en ese abrazo acuático, y sus labios buscaron los de Vi sin apuro, como si ya supieran el camino. El beso fue largo, húmedo, y lleno de esa electricidad suave que no quema… pero transforma.
Cada roce, cada gesto, cada risa entre dientes era más íntimo que cualquier piel desnuda. Se besaron entre ondas y reflejos, sus frentes juntas, sus dedos dibujando constelaciones sobre omóplatos mojados.
—Esto es ridículo. —Susurró Cait, sonriendo contra los labios de Vi.
—¿Qué cosa?
—Lo mucho que me gustas… hasta cuando estás chorreando y haciendo chistes pésimos.
Vi la miró como si acabara de ganar la guerra.
—Admitirlo es el primer paso hacia la rendición, comandante.
—No me estoy rindiendo.
—¿No?
—Te estoy dando ventaja.
—Ah... entonces es una estrategia. —Vi empujó con la cadera, apenas un toque, lo justo para hacerla tambalear un poco bajo el agua.
Caitlyn abrió los ojos fingiendo escándalo, pero la risa le brotó antes de poder sostener la indignación.
—Estrategia efectiva.
—Lo sé.
Se quedaron así, flotando, respirando cerca. El agua las rodeaba como una pausa. No un silencio incómodo, sino de esos que parecen envolverse en papel fino. Vi bajó la mirada un instante, jugando con un mechón del cabello mojado de Cait. Y entonces, Cait habló, rompiendo el momento con algo más fuerte que el silencio.
—Vi... —susurró, sin apartar los ojos de los suyos— No hay lugar más seguro que tú.
No fue un halago. No fue una frase bonita. Fue una confesión envuelta en la fragilidad de quien ha aprendido a protegerse incluso del amor.
Apoyó la frente contra la de Vi, sus dedos deslizándose desde la nuca hasta la clavícula, bajando apenas como si estuviera dibujando una ruta invisible, una marca que siempre la llevaría de vuelta a casa.
Vi no respondió de inmediato. La miró, con las mejillas encendidas más por lo que sentía que por el agua fría. Y con ese gesto de siempre, sin alardes, entrelazó los dedos con los de Cait bajo el agua, cerrando el espacio entre ambas como si pudiera sostener el universo desde ahí.
—Entonces nunca cierres la puerta, pastelito… porque yo siempre voy a volver a ti.
Sus palabras no fueron más fuertes que un murmullo, pero en ellas se sentía el peso de cada día perdido, cada herida, Y esa frase, corta, susurrada, rota de tanto usar el corazón como escudo, se quedó flotando entre las dos. No necesitó adornos. Tenía el peso exacto de cada noche sin dormir, de cada promesa rota, de cada herida que aún ardía. Pero también tenía algo más: el calor de una certeza, la de haber sobrevivido, la de haber llegado.
El lago no se movía, o quizás sí, pero lo hacía con ellas. Y por unos segundos más, solo hubo piel, agua y esa forma de mirar que dice más que cualquier caricia. No se fundieron en deseo, se fundieron en calma.
Horas más tarde, cuando el sol ya se había agazapado tras los árboles y el aire traía el primer escalofrío de la noche, regresaron a la cabaña. Mantas tibias, ropa seca, risas cansadas. El mundo allá afuera seguía ardiendo, seguro. Pero dentro de esa pausa, no había prisa.
Y en los días que siguieron, dos, tal vez tres, porque el tiempo se volvió decorativo, compartieron algo más que espacio:Cait cocinaba con precisión quirúrgica mientras Vi robaba trozos de pan como una ladrona con coartada. Tarareaban canciones sin letra, dormían abrazadas como si las paredes también respiraran con ellas, y caminaban descalzas entre la hierba como si no existiera la guerra.
No todo era pasión, pero todo era amor. Ese tipo de amor que incluso el silencio sabe pronunciar.
Otro amanecer llegó sin urgencias. La luz se filtraba suave por las cortinas y el aire traía ese olor a tierra tibia y hojas recién agitadas. El tobillo de Caitlyn ya no dolía al pisar, solo molestaba un poco al cambiar de dirección demasiado brusco, pero al menos había recuperado el equilibrio… y el orgullo. Caminaba sin cojear, aunque Vi seguía vigilándola como si fuera de cristal caro.
Después del desayuno, una improvisación mucho más digna que los infames huevos, revolviendo uno de los armarios del salón, Vi sacó una caja polvorienta con la emoción de quien encuentra dinamita en una iglesia.
—Mira lo que tenemos aquí. —Anunció, soplando sobre la tapa del viejo tablero de ajedrez. —Casi tan elegante como tú, pastelito. Aunque menos amenazante.
Caitlyn se acercó, curiosa, tomando la caja entre las manos. La limpió con un trapo seco, los dedos repasando con precisión cada figura tallada, como si el juego tuviera memoria.
—Juguemos, Cait. —Dijo Vi, dejándose caer en la silla con esa sonrisa peligrosa que prometía caos. —Pero esta vez… con reglas nuevas.
—¿Reglas nuevas? —Repitió Caitlyn, cruzándose de brazos.
Le quitó el tablero a Cait de las manos y lo apoyó sobre la mesa con un golpe suave, casi ceremonioso, y comenzó a sacar las piezas una a una como si estuviera desplegando armas en una trinchera de terciopelo.
—Cada vez que una pierda una pieza… se quita algo. Ya sabes, prenda por peón.
—Eso no es ajedrez.
—No. Es arte en movimiento. Strip-ajedrez, edición cabaña.
Cait parpadeó una vez. Luego se sentó y sonrió como quien acepta una guerra que sabe que va a ganar.
—Espero que tengas ropa interior extra… porque te vas a quedar sin aliento antes que sin torre.
La partida comenzó cargada de una tensión que no venía del tablero, sino de las miradas. Caitlyn se sentó erguida, con la elegancia metódica de una estratega profesional; Vi, en cambio, se reclinó hacia adelante con esa sonrisa ancha que prometía caos más que victoria. El tablero crujía bajo los dedos, pero la verdadera guerra se libraba en los gestos.
Cayó la primera pieza. Una torre.
—Cobarde. —Murmuró, viendo cómo Cait se quitaba un calcetín con deliberada lentitud.
—Estratega. —Replicó Caitlyn, sin pestañear.
Siguió un alfil. Luego un peón. Vi perdió ambas jugadas y la chaqueta voló por el aire como si fuera una bandera blanca. Los zapatos le siguieron, uno con más dignidad que el otro.
—¡Me estás distrayendo con ese escote táctico injustamente efectivo! —Acusó Vi, soltando una carcajada.
—Y tú sin armadura, amor. Y pensar que la idea fue tuya. —Replicó Caitlyn deslizando el peón con una precisión que olía a sentencia.
Vi resopló y se quitó los pantalones con teatralidad, quedando solo en ropa interior.
—Pues, no me dijiste que eras tan buena. ¡Esto es trampa de nobleza premeditada!
—No preguntaste. —Cait respondió con una sonrisa envenenada, moviendo su reina como si fuera la emperatriz del universo. —Soy una gran coleccionista de derrotas ajenas.
Las horas se les habían escurrido entre risas, burlas y ropa abandonada en el campo de batalla ajedrecístico. Afuera, el sol ya no entraba por las ventanas: se deslizaba perezoso tras los árboles, pintando el cielo con esos colores que solo aparecen cuando nadie está prestando atención.
Cait ya le había ganado cinco veces. Vi seguía perdiendo piezas con el descaro de quien no aprendía la lección, y aun así, jugaba como si el caos fuese su estrategia.
Un movimiento más, preciso y sin misericordia, y la partida terminó.
—Y así, la comandante gana su sexta campaña. — Corrigió Cait con voz triunfal, como quien colecciona trofeos ajenos..
Vi la miraba con los codos sobre las rodillas, apenas en boxer, el pecho subiendo y bajando con la risa contenida.
—Me dejé ganar… por la ciencia, y porque esa sonrisa tuya vale cada prenda perdida. —Suspiró Vi, con las manos alzadas como si admitiera la derrota en una causa perdida.
—Entonces como premio… quiero verte bailar. Así, en boxer, solo para mí. —Dijo Caitlyn, acomodándose en la silla con una ceja arqueada.
—¿Qué? ¡No! Me muero de la vergüenza. —Vi se tapó la cara.
—Es un premio de guerra, Vi. Sé justa con la historia.
Vi bufó, resignada, pero sus mejillas ya estaban rojas de risa.
—Ok… pero si te ries, me lanzo por la ventana.
Cait asintió con una seriedad dudosa.
Vi respiró hondo, alzó una mano marcando el ritmo con los dedos y comenzó a tararear:
—Tanananaaaa na naaaa... nanana naaaa na naaa nanana
El baile fue una sinfonía de torpeza adorable y seducción descompensada. Cada paso exagerado parecía tener más empeño que técnica. El boxer subía y bajaba con cada giro, pegándose a su piel con el descaro de un cómplice. Vi giró sobre sí misma, se acercó a Cait con una rodilla que rozó su muslo, bajó hasta quedar casi a la altura de su pecho y luego volvió a levantarse con una vuelta torpe y encantadora.
—Esto es por todas las veces que cociné sin matarte. —Anunció entre movimientos, mientras se aferraba al respaldo de la silla con teatral intensidad.
La luz cálida del salón le pintaba la espalda con tonos ámbar. Cada intento de paso sensual era saboteado por una risa contenida o un movimiento mal calculado, pero eso no le restaba magnetismo. Era Vi siendo Vi: caos, ternura, y descaro con un corazón gigante.
Cait terminó cubriéndose la boca con la mano, los hombros sacudidos de la risa.
—¡Te dije que no te rieras! —Exclamó Vi, con las mejillas encendidas pero la sonrisa imposible de borrar.
—Lo siento… —Jadeó Cait, con los ojos humedecidos de tanta ternura. — Pero me encantas. Esto fue lo mejor que he visto en toda la semana.
Cait se levantó entre risas, se acercó a Vi aún tambaleante del baile y le dio una palmada juguetona en el trasero, con una mirada que mezclaba burla y adoración.
—Qué sexy te ves, boxeadora de mis sueños. —Susurró con una sonrisa que aún le temblaba de ternura.
Vi rodó los ojos, pero no pudo borrar la sonrisa que se le escapaba por cada poro.
—Y tú eres el público más cruel pero… el único por el que haría el ridículo así.
Cait aún reía, los labios entreabiertos y las mejillas encendidas, cuando Vi se acercó sin previo aviso y la atrapó por la cintura. La besó como quien ya no sabe dónde termina la broma y empieza el deseo. Una de esas embestidas suaves que borran el mundo, que lo doblan en una esquina y lo guardan para después.
Entre beso y beso, Vi fue inclinando a Cait hacia atrás, guiándola con esa mezcla perfecta de fuerza contenida y ternura. El suelo no las esperó: simplemente las recibió. Cayeron sobre la alfombra con un suspiro entrelazado. No fue una caída brusca, sino un aterrizaje consentido, envuelto en risas que se disolvieron en el aliento compartido.
Vi se acomodó encima con cuidado, una mano firme en la espalda baja de Cait, la otra explorando el contorno de su muslo con una familiaridad reverente. El roce no buscaba invadir, sino recordar: esto somos, esto sigue aquí.
La alfombra crujió como un secreto cómplice bajo su peso. Cait apoyó la cabeza contra el hombro de Vi y deslizó el rostro hasta que su nariz encontró el hueco tibio del cuello. Aspiró lento, cerrando los ojos, como si quisiera memorizar el olor exacto de ese instante. Madera vieja. Calor de piel. Hogar.
Vi bajó la mano por su espalda, la yema de los dedos recorriendo la columna como si marcara un mapa secreto. Al encontrar la mano de Cait, la entrelazó con la suya, apretando solo lo justo. Lo necesario para decir sin decir: aquí estoy. Y no me voy a ningún lado.
Ninguna se movió por un instante. El silencio se llenó de respiraciones tibias, piel expuesta, ropa desordenada y miradas demasiado honestas. Cerraron la noche con el tipo de victoria que no se grita ni se presume, pero se guarda entre costillas. La que solo conocen quienes se atreven a quererse sin escudos.
Cait se apartó con una última carcajada, la blusa cayéndole del hombro en una curva descuidada. Vi seguía en boxer, despeinada y gloriosa en su desastre, mirándola como si cada fibra de su cuerpo supiera que aún no había terminado de perder.
—Voy a preparar algo de cenar. —Anunció Caitlyn, con el tono elegante de quien intenta fingir normalidad mientras su cuello todavía arde de besos. —No pienso irme a la cama alimentándome de aire y bailes vergonzosos.
Vi se dejó caer de espaldas sobre la alfombra, bufando con dramatismo. Cruzó los brazos detrás de la cabeza, pero no apartó los ojos de ella. Esa sonrisa suya —mitad loba, mitad idiota enamorada— se estiró perezosa.
—Te estoy viendo… y te voy a volver a atrapar.
Cait no respondió. Solo levantó una ceja y desapareció por el umbral de la cocina. El interior olía a madera antigua y a la cálida promesa de una noche tranquila. Caitlyn se movía por la cocina con precisión natural, abriendo puertas y estantes con suavidad: espárragos frescos, mantequilla dorada, cristales gruesos de sal, un toque tímido de tomillo seco. La sartén de hierro gimió levemente al recibir la grasa, esparciendo un aroma que llenó el espacio con esa clase de calidez que recuerda a las casas viejas y queridas.
Entonces llegó esa sensación. Un cosquilleo leve detrás de su cuello, un instinto alerta que anticipó la cercanía antes de que sus sentidos lo confirmaran. Un roce de aire, una proximidad invisible.
Unos labios suaves, cálidos, y peligrosamente familiares rozaron la piel sensible justo detrás de su oreja. Caitlyn cerró los ojos instintivamente, dejando escapar una sonrisa tenue que se le escapó entre los dientes antes de que pudiera evitarla. Un escalofrío le recorrió desde la nuca hasta el final de la espalda, erizando cada centímetro de piel como si fuese una caricia palpable.
—Vi… estoy cocinando. —Murmuró con suavidad fingida, aunque su voz vibraba más de deseo que de advertencia.
—Y yo tengo hambre. —Susurró Vi en respuesta, con un tono áspero y travieso que hizo que Caitlyn sintiera cómo su pulso se aceleraba casi instantáneamente.
Entonces sintió algo más: una presión firme, decidida, que se apoyaba contra ella desde atrás, con una presencia que reconoció inmediatamente. Cait abrió los ojos de golpe, respirando hondo al notar exactamente qué era aquello que Vi llevaba puesto.
—¿Vi...? ¿En serio trajiste el...? —Pero la frase murió en sus labios cuando Vi volvió a besarla lentamente detrás de la oreja, confirmando con una leve risa que sí, era exactamente lo que pensaba.
—Tú ganaste las partidas de ajedrez… —Susurró Vi, presionando suavemente sus caderas contra las de Cait, haciendo evidente el arnés en una caricia lenta y perfectamente calculada. —Pero este juego es mío.
El aliento de Caitlyn salió tembloroso, con la boca entreabierta y el pecho subiendo y bajando al ritmo acelerado de su corazón. La sartén olvidada comenzó a sisear un poco más fuerte, pero ella apenas escuchaba; sus sentidos estaban concentrados en Vi y en cómo sus manos descendían con deliberada lentitud por sus caderas, enganchándose en el borde de sus pantalones para bajarlos lentamente, revelando con precisión la curva perfecta y desnuda de sus nalgas a la luz tenue de la cocina.
Vi presionó más cerca, empujando suavemente el arnés contra Caitlyn, haciendo que esta soltara un gemido involuntario que se escapó como un suspiro roto. La tela fría de la prenda y el calor del cuerpo de Vi crearon un contraste delicioso sobre su piel desnuda, provocando que sus caderas se arquearan involuntariamente hacia atrás, buscando más contacto.
—¿Sigues cocinando, Cait? —Murmuró Vi contra su cuello, deslizando las manos lentamente por el vientre de Caitlyn, acariciando en círculos suaves que ascendían despacio, trazando caminos de fuego en su piel. — ¿O prefieres rendirte ya?
—Vi... —Jadeó Cait, apoyando las palmas temblorosas sobre la encimera, tratando de mantener el equilibrio mientras sus rodillas temblaban por la anticipación. —No juegues conmigo...
—No estoy jugando. —Respondió Vi con voz firme y cargada de deseo, sus dedos subiendo lentamente hasta rozar apenas la parte baja de los pechos de Cait, haciendo que esta se estremeciera con un escalofrío violento y placentero. —Solo tomo lo que quiero.
En un movimiento inesperado, Vi la giró con firmeza, atrapando sus labios en un beso profundo y hambriento, robándole cualquier resto de aire que pudiera quedarle en los pulmones. Cait apenas alcanzó a soltar la espátula antes de verse empujada suavemente un poco más allá de la estufa, sus dedos aferrándose desesperadamente a los hombros de Vi para no caer, enredándose en su cabello y tirando ligeramente de él, incapaz de contener las oleadas ardientes que recorrían su cuerpo.
Las piernas de Cait chocaron contra el borde del mesón central de la cocina. Vi, con un movimiento decidido, la tomó de las caderas y la alzó suavemente hasta sentarla sobre la superficie fría, enviando un escalofrío inmediato por la columna de Caitlyn que se mezcló con el calor punzante entre sus piernas. Vi apartó con una mano rápida frascos, utensilios y la tabla de cortar que cayó al suelo con un estruendo que ninguna de las dos escuchó realmente.
Cait envolvió las piernas alrededor de las caderas de Vi, atrayéndola más cerca, encajando perfectamente contra ella. El roce del arnés, firme y preciso las hizo jadear al mismo tiempo. Sus labios se separaron apenas, permitiendo que sus respiraciones aceleradas se mezclaran en un espacio mínimo cargado de tensión.
Vi la miró a los ojos, oscuros de deseo y brillantes de adoración, sosteniéndole la mejilla con suavidad. Sus labios apenas rozaron los de Cait, tentándola con dulzura antes de susurrarle con voz ronca y provocadora:
—La cena está servida, comandante.
Y entonces, con una lentitud agonizante que tensó cada músculo en el cuerpo de Caitlyn, Vi se deslizó en ella. La sensación fue una mezcla exquisita entre placer y ternura, tan íntima y perfecta que Caitlyn no pudo evitar arquear la espalda y aferrarse con fuerza a los hombros de Vi, enterrando las uñas en su piel mientras su cabeza se echaba ligeramente hacia atrás, exponiendo la línea vulnerable de su garganta al aire tibio de la cocina.
—Vi… —Susurró Caitlyn, estremeciéndose al sentir cada centímetro de esa unión profunda, sus caderas buscando más, instintivamente, con una necesidad pura e imparable. —Por favor…
—Shhh… tranquila. —Susurró Vi suavemente, acompañando cada movimiento lento y cuidadoso de sus caderas con un beso cálido en el cuello de Caitlyn. —Aquí estoy, Cait. No pienso irme a ningún lado…
El movimiento comenzó despacio, con la delicadeza lenta de quien se toma su tiempo para saborear lo que más desea. Vi mantenía firme el agarre sobre las caderas de Caitlyn, marcando un ritmo cuidadoso, profundo, dejando que cada embestida suave construyera poco a poco la tensión que vibraba entre ambas. Cada empuje era exacto, midiendo la profundidad y la presión con precisión.
La respiración de Cait se volvió irregular al sentir la cadencia del movimiento, sus labios entreabiertos dejaban escapar jadeos leves que subían de intensidad con cada nueva embestida. Las manos de Vi recorrieron su cuerpo despacio, explorándolo como quien acaricia un lienzo precioso; dedos firmes y ardientes se deslizaron bajo la blusa, subiendo por la suave pendiente de su abdomen, alcanzando finalmente la curva sensible de sus pechos. Los tomó suavemente, acariciando con una mezcla de reverencia y descaro, jugando con los pezones endurecidos que respondían instantáneamente a su tacto, enviando descargas eléctricas directo al centro mismo de Cait.
—Vi... —suspiró Caitlyn, con voz áspera, llena de esa vulnerabilidad que solo Vi lograba desenterrar— más, por favor...
Vi intensificó suavemente el ritmo, sus movimientos volviéndose más profundos, más precisos, más exigentes. La pelvis de Cait se arqueaba para recibirla con cada empuje, encajándose perfectamente contra ella, atrapándola con sus piernas firmemente ancladas alrededor de sus caderas. Sus talones se aferraron a la espalda baja de Vi, manteniéndola exactamente allí donde la necesitaba, justo dentro, justo con ella.
—Te siento... tan mía ahora mismo… —Murmuró Vi contra su boca, atrapando sus labios en un beso apasionado, entrecortado por el vaivén ardiente de sus cuerpos. —Eres perfecta, Cait.
Caitlyn tembló al escuchar esas palabras, aferrándose con fuerza al cuello de Vi. Su corazón latía desbocado, la sangre ardía en sus venas, y cada empuje preciso del arnés la hacía sentir abierta, expuesta, adorada. Levantó ligeramente las caderas, buscándola más profundo, más intenso, entregándose por completo a cada sensación. Las paredes húmedas de su interior se tensaban alrededor del arnés, abrazándolo como si quisieran retenerlo allí para siempre.
—Por favor… —Gimió Caitlyn, su voz quebrada de placer. —No te detengas... no pares.
Vi obedeció al instante, hundiéndose en ella con mayor determinación. El movimiento ahora era más intenso, más profundo, más salvaje, y la cocina se llenó del eco húmedo de sus cuerpos chocando, de la respiración pesada y de gemidos entrecortados que revelaban exactamente cuánto placer compartían.
Con una mano Vi sostenía firmemente la espalda baja de Caitlyn, manteniéndola en la posición perfecta, mientras la otra recorría lentamente su muslo, dejando rastros invisibles de calor en su piel, marcándola sin dejar huellas visibles. La sensación de sus dedos firmes y posesivos la hacía sentir completamente tomada, segura, entregada.
Caitlyn sintió la presión imparable en su interior creciendo como una marea, ascendiendo en olas cálidas desde su vientre hasta invadir cada centímetro de su cuerpo. Las uñas se clavaron con fuerza en los hombros de Vi, dejando líneas rojas como testimonio silencioso del placer abrasador que la invadía. El placer la inundaba, incontrolable, ineludible.
—Vi, por dios... estoy tan cerca… —Jadeó Cait, casi sollozando de placer, con los ojos entrecerrados por la intensidad abrumadora. —Por favor, Vi...
Vi se inclinó sobre ella, sus labios recorrieron su cuello húmedo hasta la base de su garganta, dejando besos ardientes que mezclaban saliva y sudor. Luego subió hasta su oído, susurrándole palabras que eran una caricia íntima, una promesa secreta:
—Déjate ir, Cait. Estoy aquí, no voy a soltarte jamás.
Esas palabras fueron su perdición absoluta. Caitlyn se rompió por completo, la tensión acumulada explotando desde su centro en una oleada cálida, imparable. Su cuerpo se arqueó bruscamente hacia arriba, un gemido profundo, animal, desgarrando su garganta mientras su interior se contraía intensamente alrededor del arnés, temblando sin control. Sintió cómo el placer la inundaba entera, desde la raíz del cabello hasta las puntas de sus dedos, el orgasmo tan poderoso que la dejó temblando, vulnerable y extasiada.
Vi mantuvo el movimiento, acompañándola suavemente hasta que Caitlyn terminó de estremecerse en sus brazos. Luego, con una última embestida profunda y definitiva, se quedó inmóvil dentro de ella, atrapándola en un abrazo tan protector como posesivo. La sostuvo contra su pecho, acariciándole la espalda lentamente mientras ambas recuperaban el aliento entre jadeos entrecortados y caricias suaves, reconfortantes.
Finalmente, Caitlyn recostó su frente contra el hombro desnudo de Vi, respirando aun agitadamente, sus dedos acariciando despacio su espalda.
Durante un largo minuto ninguna se movió. Solo respiraron, absorbiendo el aire saturado del humo, del sexo y del placer recién consumado. Vi fue la primera en reaccionar, deslizando lentamente sus manos desde la cintura de Caitlyn hacia abajo, siguiendo la suave curva de sus caderas hasta alcanzar los broches del arnés. Sus dedos dudaron apenas un instante, antes de soltarlos con un clic sutil, un sonido que resonó en la quietud como el cierre suave y definitivo de una confesión íntima.
Caitlyn cerró los ojos al sentir cómo Vi se retiraba de ella con lentitud y delicadeza, dejando un vacío extraño pero dulce. Un temblor recorrió su cuerpo, una sensación entre alivio y nostalgia que se mezclaba en sus venas, cálida como miel.
Justo entonces, cuando volvió a abrir los ojos, el olor acre de los espárragos quemados le golpeó de lleno, recordándole que el mundo seguía girando fuera de ese instante perfecto. Giró lentamente la cabeza, aun respirando agitada, y observó la sartén humeante como una pintura abstracta del desastre culinario. Los espárragos ya no eran comida, sino restos carbonizados de una batalla perdida contra el fuego.
Soltó una carcajada suave, ronca, agotada, dejando caer su cabeza hacia atrás sobre el mesón con dramatismo delicado.
—Bueno… —Susurró con una sonrisa cansada y llena de ironía. —Supongo que esta noche tendremos que sobrevivir solo con pasión y aire fresco.
Vi, aún frente a ella, apartó el arnés con un gesto orgulloso, sus ojos subiendo lentamente desde sus muslos temblorosos hasta su rostro enrojecido y satisfecho.
—¿Hambre? —Levantó una ceja, su sonrisa entre burlona y descaradamente satisfecha. —Yo ya estoy bastante bien servida, gracias.
Caitlyn bajó la vista para encontrarse con esa sonrisa irreverente, rodando los ojos con falsa exasperación, aunque su sonrisa seguía ahí, brillante, rendida.
—Idiota… —Murmuró sin fuerza, con una ternura palpable escapando de sus labios.
Vi simplemente se encogió de hombros, sonriendo de lado, antes de inclinarse para besar suavemente el vientre cálido y aún tembloroso de Caitlyn.
—Una idiota con un apetito insaciable por ti, pastelito, y no me gusta dejar sobras.
Caitlyn rio suavemente, acomodándose el cabello revuelto con un gesto digno de cualquier evento en Piltover, a pesar del desastre húmedo y brillante que recorría sus piernas y la absoluta devastación culinaria frente a ellas. Con mano perezosa y tanteando a ciegas, apagó la estufa con un movimiento preciso y definitivo, sellando el final oficial de esa aventura improvisada.
Luego volvió a mirarla desde arriba, con los ojos aún brillantes de placer, el rostro encendido por la satisfacción y el corazón latiendo con fuerza.
—La próxima vez… los espárragos primero. —Susurró en un tono que mezclaba ironía con agotada diversión.
—¿Segura? —Vi sonrió desafiante, guiñándole un ojo. —Porque para mí esto estuvo justo al dente.
Ambas soltaron una risa profunda, despreocupada y ligeramente escandalosa, resonando por la cocina llena de humo y caos. El desastre a su alrededor, frascos derribados, líquido goteando sobre la encimera y utensilios abandonados, parecía solo el escenario perfecto para lo que acababa de suceder. No necesitaban orden ni perfección, porque lo único que importaba era la vibración compartida en el espacio entre sus cuerpos, algo tangible y ardiente.
Vi finalmente se levantó, inclinándose sobre Caitlyn con esa sonrisa torcida y vulnerable que solo ella sabía usar, la máscara de su habitual seguridad hecha pedazos y reemplazada por una desnudez mucho más profunda y sincera.
Cait la observó desde el mesón, con el cabello aún pegado a la piel húmeda, los ojos suavizados por algo mucho más profundo que el simple placer. Durante un segundo no hubo palabras, solo el aire compartido que contenía todo lo que no podían decir con la voz.
Vi tragó saliva lentamente, sintiendo cómo cada palabra que estaba por decir quemaba en su garganta, pidiendo liberación:
—Cait… —Su voz fue apenas un susurro, pero estaba cargada con todo el peso de lo que sentía.
Caitlyn giró el rostro, atrapando sus ojos y sosteniendo esa mirada sin escapatoria, como si comprendiera perfectamente lo que Vi aún no lograba decir. Un silencio breve, intenso, lleno de esa vulnerabilidad desnuda y compartida.
—Te amo. —zoltó finalmente Vi, sin reservas ni defensas, sin esconderse detrás del humor o la ironía, dejándose caer por completo en esas palabras sinceras y crudas.
Cait sintió que algo se rompía y encajaba perfectamente en su pecho al escucharlo. Tragó saliva, conmovida por la verdad sencilla y profunda de esas palabras, respondiendo con un susurro apenas audible, pero lleno de esa misma fuerza incontenible:
—Y yo a ti, Vi… Te amo más de lo que puedo manejar.
No hubo fuegos artificiales ni promesas eternas susurradas al aire. Tan solo el silencio pesado y dulce después de algo importante dicho en voz alta por primera vez. Vi la besó una vez más, lento, casi reverente, saboreando el eco de sus propias palabras en los labios de Caitlyn. Luego apoyó la frente contra la de ella, respirando suave y despacio, como si intentara guardar ese instante en un rincón intocable de su memoria.
El caos en la cocina ya no importaba. Las sombras del desastre se habían convertido en un fondo difuso, casi poético, para el espacio que compartían ahora mismo: frágil, íntimo y real.
Fue Cait quien decidió avanzar un poco más, movida aún por la dulzura y el calor residual que palpitaba bajo su piel. Sus dedos se deslizaron por la cintura de Vi, bajando lentamente, acariciando con suavidad la curva cálida de su abdomen. Con ternura y lentitud deliberada, dejó que su mano bajara hasta el borde del boxer de Vi, la punta de sus dedos jugando brevemente con el elástico, como pidiendo permiso antes de seguir adelante.
Vi la observó con una sonrisa leve, relajada, y no hizo nada por detenerla, aunque un sutil cambio en sus ojos anticipaba algo que Cait aún no podía ver claramente.
Los dedos de Caitlyn se deslizaron bajo la tela, acariciando lentamente, buscando ese contacto íntimo que había imaginado tantas veces: apenas un roce inicial, tímido pero cargado de intención. Pero justo entonces, justo cuando las puntas de sus dedos rozaron suavemente el borde de su entrada, Vi reaccionó.
No fue un movimiento brusco ni una palabra áspera, pero el impacto fue aún más profundo. Su cuerpo se retiró con rapidez, como si hubiera tocado algo que quemaba o que dolía demasiado. Dio un paso atrás, sus músculos tensos, el rostro de repente cerrado por completo, toda la dulzura convertida en tensión incómoda. Sus ojos perdieron el brillo cálido, reemplazado por una sombra que Cait jamás había visto antes, al menos no con esa intensidad.
—Vi… —Susurró Caitlyn, intentando comprender, sintiendo un leve dolor en su pecho ante la repentina distancia. —¿Qué ocurre?
Vi negó con la cabeza rápidamente, demasiado rápido para que pareciera sincero, su respiración entrecortada revelando una ansiedad inesperada. Dio un paso adelante casi enseguida, intentando borrar el rechazo con una caricia temblorosa sobre la mejilla de Cait, forzando una sonrisa que se sentía demasiado frágil para ser real.
—Nada, pastelito… —Respondió Vi en voz baja, una sonrisa superficial intentando tapar una herida que aún no podía mostrarse. —Simplemente ya terminamos. Estoy bien… solo fue un reflejo.
Pero ni sus dedos, ni su voz, ni la tensión que le vibraba en los brazos eran compatibles con esas palabras. Las palabras sonaron huecas incluso para ella misma, y Caitlyn pudo sentirlo. Aun así, no dijo nada más, entendiendo instintivamente que presionar solo empeoraría las cosas. Con un suave suspiro dejó que Vi la atrajera de nuevo hacia ella, permitiendo que sus brazos la envolvieran con fuerza protectora.
Pero Caitlyn mantuvo los ojos abiertos mientras descansaba la cabeza contra el pecho de Vi, la mirada perdida en la nada, el corazón lleno de preguntas silenciosas. Podía oír cómo latía su corazón acelerado, podía sentir cómo sus músculos seguían tensos bajo la piel, como si Vi aún estuviese conteniendo algo profundamente doloroso y oscuro. Se mordió el labio, apenas un segundo, antes de esconder la decepción bajo una caricia en la nuca.
No preguntó. No insistió.
Se limitó a cerrar lentamente los ojos y escuchar su respiración irregular, entregándose al contacto, aferrándose a esa calidez imperfecta. Entendía que había heridas invisibles en Vi, heridas que aún no estaba lista para compartir, secretos atrapados bajo la piel que debían encontrar su propio momento para emerger.
En medio de aquel silencio extraño, roto solo por el crujido lejano de la madera enfriándose y el zumbido residual del fuego apagado, ambas se quedaron ahí. Abrazadas entre el humo, la tensión invisible y el eco dulce de lo que sí se habían permitido sentir. No había palabras ahora que pudieran resolver aquello, solo la promesa silenciosa de que Caitlyn estaría allí cuando Vi finalmente pudiera hablar.
Porque si algo había aprendido de Vi, era que algunas batallas no se libran en voz alta.
Y que a veces, amar a alguien es esperar en la puerta, sin apuro, sabiendo que no todas las heridas sangran cuando se abren…
Algunas, simplemente… arden cuando alguien las roza con amor.