Dos semanas para morir de amor (Parte 2)
11 de septiembre de 2025, 14:03
La noche había caído con una serenidad casi clínica sobre el bosque. Caitlyn, con su rifle apoyado contra el hombro, examinaba las sombras que la luna recortaba sobre el suelo húmedo. Cada línea de luz plateada se proyectaba entre las ramas, generando un entramado geométrico sobre el terreno. En ese instante, el acto de disparar no era un ejercicio de puntería, sino una técnica de anclaje psicológico. Llevaban siete días aisladas en la cabaña: días de intimidad, de exploración emocional y física, de una cotidianidad suspendida en el tiempo. Sin embargo, esa noche, Caitlyn necesitaba reencontrarse con una estructura, con un código, con el control.
No era solo una cuestión de entrenamiento. Había en su mente una imagen persistente: Vi colapsando emocionalmente en la cocina, un quiebre en el que su cuerpo expresó antes que su mente lograra articularlo. Caitlyn lo reconoció de inmediato, no era una escena desconocida para una ejecutora: cuerpos que dicen lo que la boca calla. No preguntó, no era el momento, pero la interrogante seguía latente: ¿Qué trauma, qué carga aún no verbalizada arrastra Vi desde su pasado?
Frente a Caitlyn, cinco manzanas colgaban de un manzano antiguo. Las primeras habían sido objetivos naturales, arrancados por la gravedad tras los disparos anteriores. Vi, siempre dispuesta a expandir los límites del juego, había reemplazado los blancos con nuevas frutas colgadas con cuerdas, cada una variando en altura y dificultad. Una de ellas, situada precariamente al final de una rama delgada, era un desafío explícito. Caitlyn respiró profundamente, ajustó el ángulo y disparó.
La primera manzana se fragmentó con una precisión quirúrgica, esparciendo una neblina de pulpa rojiza y jugo que manchó la corteza del árbol como una salpicadura deliberada en un lienzo natural.
—Uno. —Articuló Caitlyn en voz baja, sin variar su postura ni relajar el rifle.
Vi, reclinada sobre el césped, la observaba con una expresión entre hipnótica y desarmada. Su camisa entreabierta y su disposición corporal relajada evidenciaban una despreocupación total frente al entorno.
—Alguna vez podrías errar, solo para nivelar el campo y evitar que me sienta completamente incompetente. —Dijo, entre un bostezo prolongado y una inflexión cargada de ironía.
Caitlyn mantuvo su concentración, realizó una breve corrección en el ángulo y disparó de nuevo.
La segunda fruta se desintegró en el aire, el tallo realizó una trayectoria helicoidal antes de impactar el suelo.
—Dos. —Concluyó Caitlyn, esta vez girando levemente el rostro hacia Vi con una expresión que funcionaba como declaración tácita de superioridad.
Vi se levantó, sacudiéndose la hierba de la espalda sin mucho cuidado, y se acercó con pasos exagerados, como si estuviera actuando para hacer reír a Caitlyn.
—Muy bien, francotiradora. Ahora me toca a mí mostrarte que también sé hacer cosas impresionantes. No soy solo una cara bonita con un pasado complicado.
Caitlyn bajó el rifle, arqueando una ceja con una mezcla de duda y diversión.
—¿Tú, buena con la puntería? Siempre pensé que tu estilo era más golpear fuerte y causar caos.
Vi soltó una risita corta, se pasó la lengua por los labios y levantó una ceja con confianza.
—Lo sigue siendo, pero mira esto.
Sacó dos cuchillos de su cinturón y empezó a girarlos entre los dedos con habilidad. Lo hacía como si llevara años practicando, como si jugar con cuchillos fuera algo natural para ella.
Vi se puso a una distancia similar a la de Caitlyn. Se quedó quieta, observando las manzanas y el viento que las movía, y sin decir nada, lanzó uno de sus cuchillos.
El cuchillo voló rápido por el aire y le dio justo en el centro a la manzana más alejada, quedando clavado en la rama como si hubiera sido puesto ahí a propósito.
Caitlyn levantó una ceja, claramente sorprendida.
—Eso fue… pura suerte.
Vi giró el otro cuchillo entre los dedos, aún sin hablar, y lanzó de nuevo.
Esta vez, la manzana explotó al recibir el impacto.
—Suerte métrica, calculada y deliciosa. —Dijo Vi, dándose vuelta con una sonrisa que mezclaba orgullo y diversión.
Caitlyn comenzó a aplaudir despacio, con una sonrisa entre divertida y rendida ante el espectáculo de Vi.
—Está bien, tienes mi atención.
Vi se acercó por detrás, la abrazó con un brazo por la cintura y el otro descansó sobre el rifle. Se inclinó y le susurró al oído:
—Creo que tengo mucho más que tu atención.
Caitlyn giró los ojos con exageración, pero se le escapó una sonrisa.
—Idiota.
Vi soltó una risa corta, grave, y bajó un poco la voz:
—Enséñame a disparar como tú. —Dijo con una sonrisa. —Y yo te enseño a lanzar cuchillos sin que termines hiriendo un arbusto.
Caitlyn rió y movió la cabeza.
—¿Otra vez con eso? Te enseñé en el campo de tiro de la mansión. ¿No recuerdas? Una hora entera fallando cada tiro.
Vi se echó a reír.
—Eso fue al principio, pastelito. Ni siquiera recordaba quién era. Pero ahora que tengo mis recuerdos de vuelta, no se te olvide que fui yo quien tumbó a Ambessa Medarda con una sola bala eléctrica. Esa mujer gigante cayó directo a la mesa, como si alguien le hubiera apagado el interruptor.
Caitlyn giró la cabeza lentamente, alzando una ceja entre diversión y duda.
—¿Eso fue habilidad o solo desesperación con suerte?
—Eso fue talento puro y puntería con estilo. Hago arte con un puño y una bala cuando quiero.
Vi sonrió de lado, con ese gesto que siempre salía cuando quería impresionar a Caitlyn. Era algo entre orgullo y necesidad de gustarle, una mezcla que casi siempre terminaba en lío o besos... o ambos.
—Deja de alardear y de coquetear tanto. —Dijo Caitlyn, girándose un poco hacia ella con una mirada firme pero divertida. —Si en serio quieres aprender, deberías prestar atención a la mejor tiradora de Piltover. Yo no necesito presumir para dar en el blanco.
—¿Esa es la condición?
—Es la regla, Vi: no me distraigas con tus coqueteos cuando estoy apuntando. Porque si hay algo que de verdad puede hacerme fallar un disparo... es eso. Tus besos, justo cuando no debería pensar en ellos.
Vi dio un paso hacia atrás, se llevó una mano al pecho fingiendo estar ofendida, y levantó una ceja con su expresión típica de broma.
—Esto es represión emocional. Voy a presentar una queja. Asociación de Novias Castigadas Injustamente. Sección besos.
—Si encuentras ese formulario en tu mochila, te dejo hacer lo que quieras. —Dijo Caitlyn, sonriendo de forma traviesa y girando un poco la cabeza, como si le acabara de lanzar un reto que sabía que Vi aceptaría.
Vi soltó una risa por la nariz, inclinando la cabeza con una mirada que decía claramente: "Esto me gusta más de lo que debería". Sus labios se curvaron apenas, levantando el mentón con esa seguridad juguetona que solo mostraba cuando se sentía en su mejor momento. Su risa se extendió entre los árboles como un eco suave, como si incluso el bosque supiera que, entre ellas, esto era mucho más que solo un juego.
—Bueno... ¿y si hacemos un reto para ver qué tan buena soy lanzando cuchillos? —Dijo Vi al fin, con esa mirada brillante que siempre venía antes de una idea alocada.
Caitlyn entrecerró los ojos, curiosa.
—¿Cuántos intentos?
—Diez cada una. —Vi ya se había subido al árbol y estaba amarrando manzanas con una cuerda, cada una colgando a diferentes alturas.
Cuando bajó, se limpió las manos con una sonrisa orgullosa.
—Disparamos al mismo tiempo. Tú con tu rifle, yo con mis cuchillos. Diez manzanas, diez tiros, veamos quién acierta más.
Caitlyn levantó una ceja.
—¿Segura que quieres perder contra alguien de la élite?
—¿Segura que puedes soportar que una navaja te baje el ego? —Dijo Vi, girando un cuchillo con estilo mientras sonreía como si ya se sintiera ganadora.
Caitlyn ladeó apenas la cabeza ante el desafío de Vi, y aunque su rostro mantenía la compostura, una leve contracción en la comisura de sus labios, esa que apenas se nota pero dice más que mil palabras, la traicionó. Era una mezcla de fascinación, picardía y ese respeto competitivo. No respondió de inmediato, solo respiró más hondo y giró ligeramente el cuello, como si con ese gesto afilara el instinto.
Se pusieron una al lado de la otra, con la espalda recta y sin respirar demasiado fuerte. Podía parecer que se preparaban para un duelo, pero no peleaban por honor… peleaban por orgullo.
—A la cuenta de tres —Dijo Caitlyn.
—Uno… —Vi la miró con concentración.
—Dos… —Cait apuntó con calma.
—¡Tres!
Caitlyn fue la primera en disparar y rompió la manzana más alta de un solo tiro. Al mismo tiempo, Vi lanzó un cuchillo que atravesó otra manzana más baja, haciéndola girar antes de quedar clavada en el tronco.
En el segundo intento, Caitlyn volvió a acertar y otra manzana se hizo pedazos. Vi lanzó dos cuchillos más: uno casi le da, y el otro acertó justo cuando la manzana empezaba a moverse.
En el tercer intento, Caitlyn no falló. Su disparo hizo puré la manzana sin esfuerzo.
—¡Eso fue pura suerte! —Gritó Vi, tirando otra navaja. Esta vez solo hizo que la manzana girara, pero no la cortó.
—¿Y esto también fue suerte? —Preguntó Cait, acertando su cuarto tiro sin siquiera mirarla.
Vi murmuró algo frustrada y lanzó más fuerte. Esta vez la manzana estalló, estaba mejorando, pero seguía perdiendo.
Las dos se movían casi igual, respiraban al mismo ritmo. Se notaba la tensión y la emoción del momento.
Último disparo. Último cuchillo. Cait bajó su rifle con estilo. Todas sus manzanas estaban destruidas.
Vi lanzó su último cuchillo con fuerza. Cayó justo al lado de la manzana.
Silencio.
—Siete de diez. —Dijo Vi, con una expresión de molestia.
—Diez de diez. —Respondió Caitlyn, sonriendo satisfecha. —Mejor suerte para la próxima.
Vi la miró de lado.
—Eso fue injusto.
—¿Ah sí? —Preguntó Caitlyn, levantando una ceja.
—Tu rifle es más largo, tus manzanas estaban más cerca, el viento te ayudó... y además, te ves demasiado bien cuando apuntas. Me distraes.
—Eso suena como una excusa de alguien que no quiere admitir que perdió. —Contestó Caitlyn mientras limpiaba su rifle, claramente disfrutando el momento.
Vi se estiró y sacudió el polvo de su camisa, sonriendo de forma juguetona.
—Bueno, chica del rifle —Dijo mientras se amarraba el pelo en una coleta desordenada. —Ahora viene la parte que más me gusta.
Se estiró como si se estuviera preparando para algo serio, y agregó:
—Entrenamiento cuerpo a cuerpo… y no, no estoy hablando de la cama, por si tu cabecita elegante ya estaba desviándose. Vamos, pastelito, toma tu lugar.
Vi se estiró exageradamente, tronó los nudillos y giró los hombros como si se estuviera preparando para una pelea importante. Caitlyn, que aún tenía su rifle en las manos, lo dejó con cuidado sobre una roca cercana, encima de una tela para que no se mojara. Luego, respiró hondo. Se llevó una mano al rostro y, con un gesto lento, se quitó el parche del ojo.
La piel debajo estaba marcada, pero firme. El ojo Hextech brillaba con un azul profundo, vibrante, como si contuviera electricidad dormida. Vi la miró sin decir nada. Caitlyn bajó la mirada un segundo, pero no por vergüenza. Lo hizo como quien se prepara para dejar de esconderse. Luego, se puso los guantes con calma, sin apuro, como si su cuerpo ya conociera la rutina. Después de tantos días entrenando juntas, ya no era algo que la pusiera nerviosa. Las dos se miraron con esa expresión que decía más que mil palabras.
—Te voy a mostrar cuánto he mejorado estos días —Dijo Caitlyn, segura y tranquila, mirando a Vi directo a los ojos.
Llevaban una semana entrenando juntas, repitiendo los mismos movimientos: golpes, defensas, caídas. Aunque Vi solía ganar por ser más fuerte y tener más experiencia, Caitlyn estaba empezando a cambiar. Ya no reaccionaba solo por instinto, algo en su forma de ver el mundo, gracias al ojo Hextech, le daba una ventaja nueva.
Vi fue la primera en atacar. Su puño fue rápido, directo al costado, pero Caitlyn lo esquivó sin pensarlo, como si su cuerpo ya supiera lo que iba a pasar. No fue un reflejo ni una señal clara, fue más como si su ojo le hablara sin palabras, como si pudiera ver un mapa invisible en el aire que le mostraba por dónde iba a venir Vi. Cada movimiento, cada pequeño gesto del cuerpo de Vi, Caitlyn lo sentía y lo entendía antes de que ocurriera. Como si su percepción tuviera un nuevo sentido conectado a ese ojo especial.
—¿Lo viste? —Preguntó Vi con una sonrisa mientras retrocedía un paso.
—No, lo sentí. —Dijo Caitlyn, con una nota de orgullo en la voz, como si lo que acababa de hacer fuera una pequeña victoria. Sonrió apenas, sabiendo que había hecho algo que Vi no esperaba. La miró con su ojo brillando, una mezcla de emoción y desafío.
Vi dio una vuelta rápida y lanzó otro ataque. Caitlyn logró bloquearlo, pero no tan bien como antes. Vi no se burló, solo sonrió con la satisfacción de quien ve a alguien mejorar. Dio un paso más, ahora más rápido.
—No estires tanto el brazo, pastelito, dejas descubierto el costado. —Dijo Vi en tono de broma mientras lanzaba un codazo que Caitlyn bloqueó sin pensarlo.
—¿Ahora das clases? Qué amable de tu parte. Pensé que solo te gustaba ganar y burlarte. —Dijo Caitlyn, respirando con dificultad.
Siguieron peleando, chocando y esquivando entre las sombras. Vi se movía con pasos ágiles y trató de golpear con la izquierda. Caitlyn se inclinó justo a tiempo y el golpe pasó por donde estaba su cara un segundo antes. Vi giró y lanzó una patada al muslo. Cait rodó hacia un lado para esquivarla y se levantó rápido, con las manos arriba, respirando fuerte. Vi volvió a sonreír.
—Vas bien, pastelito, pero todavía piensas demasiado.
—Apenas estoy empezando.
Vi se rió y atacó otra vez. Lanzó un puñetazo directo a la cara, pero Caitlyn lo bloqueó con el brazo. Luego Vi intentó un codazo al costado, y Caitlyn tuvo que retroceder un paso. En ese momento, sus ojos se cruzaron, como si Cait intentara adivinar qué haría Vi a continuación.
La pelea se volvió más rápida y natural. Caitlyn ya no pensaba tanto, se dejaba llevar por el ritmo del combate. Era como si los golpes fueran una especie de idioma que su cuerpo ya entendía. Vi lanzó un golpe fuerte con la derecha, pero bajó el hombro izquierdo justo antes, mostrando que iba a atacar por otro lado. Caitlyn no lo pensó, reaccionó. Se agachó, giró y usó el impulso de Vi para hacerla caer al suelo. El impacto fue fuerte.
Vi quedó en el piso, sin lastimarse, pero con los ojos bien abiertos por la sorpresa.
—¿Qué…?
Caitlyn se inclinó sobre ella, con una rodilla a su lado. Todavía respiraba agitada por el esfuerzo. Su ojo brillaba como una luz azul pequeña.
—Te gané. —Susurró Caitlyn, sonriendo con orgullo.
—¿Cómo…? —Preguntó Vi, confundida y con la respiración agitada.
Vi la miró, buscando entender qué había pasado.
—¿Cómo me ganaste? —Repitió, como si aún no lo creyera.
—Creo que este ojo puede sentir lo que vas a hacer. —Respondió Caitlyn—Es como si pudiera leer tus movimientos antes de que tú los hagas.
Vi soltó una risa breve, entre incrédula y encantada.
—¿Estás diciendo que tu ojo ahora siente cosas por mí?
Vi arqueó una ceja, entre burla y genuina curiosidad, el tono arrastrado de quien juega con la idea más de lo que debería. Caitlyn la miró un segundo sin responder, los labios entreabiertos, la expresión serena, casi indulgente. Luego alzó una ceja lentamente, como si devolviera la provocación en su idioma.
—Estoy diciendo que... sí. Es como si tu cuerpo pensara en voz alta. No lo entiendo bien... pero lo siento. Cada impulso, cada movimiento, como si algo dentro de mí supiera lo que vas a hacer antes de que lo hagas. No es una imagen, tampoco un pensamiento. Es solo... una certeza y entonces, reacciono sin pensarlo.
Caitlyn guardó silencio unos segundos. Sus ojos, uno azul natural, el otro azul centelleante con ese fulgor eléctrico, se clavaron en Vi y luego siguió hablando.
—Y luego... está eso otro. Lo que siento de ti. No sé cómo explicarlo bien, pero lo noto. Cómo me miras, cómo suspiras cuando piensas que no te escucho. Este ojo... lo siente distinto. No es como ver algo o escuchar una idea. Es más como... una sensación cálida que se queda, como si tus emociones dejaran una marca en el aire y yo pudiera tocarla desde dentro.
Caitlyn bajó la vista un momento. Cuando volvió a mirar, una sonrisa pequeña y un poco tímida apareció en sus labios.
Vi parpadeó, aún con esa sonrisa traviesa y los ojos llenos de brillo.
—Parece que ese ojo está más enamorado de mí que tú, pastelito.
Caitlyn la miró de reojo, con una ceja levantada y una sonrisa en un solo lado de la boca.
—Yo diría que está fallando.
Vi se incorporó un poco, aún acostada en el pasto, inclinando la cabeza con una expresión juguetona.
—¿Y ahora vas a negar lo mucho que te derrites por mí? Porque anoche, no parecía asi.
Caitlyn le extendió la mano, aún sonriendo.
—Estar en la cama es otra cosa, Vi.
Vi soltó una risa baja, atrapó la mano de Caitlyn y, en vez de levantarse, la jaló hacia ella con fuerza. Caitlyn perdió el equilibrio y cayó sobre Vi, entre risas y sorpresa, con las manos apoyadas en su pecho.
—Se dice "hacer el amor". —Dijo Vi con una sonrisa cerca de los labios de Caitlyn. —Y seguro que a tu ojo le gustaría sentir algo así también.
Caitlyn no respondió con palabras, pero su sonrisa y el rubor en su cara lo dijeron todo. Se inclinó lentamente y le dio un beso. Era un beso tranquilo, lleno de esa conexión que, con Vi, siempre se sentía como una victoria que ambas compartían.
Vi cerró los ojos un momento, como si quisiera guardar el beso en su memoria. Caitlyn sonrió y se dejó caer a un lado, acostándose junto a ella sobre el pasto húmedo. Las dos quedaron mirando el cielo, respirando juntas, como si el mundo se hubiera detenido para darles ese instante.
Caitlyn sacó el parche de su bolsillo y estuvo a punto de ponérselo, pero Vi puso una mano sobre la suya para detenerla, y con un leve movimiento de cabeza le dijo que no.
—Deja que tu ojo también sienta lo hermoso que es el mundo.
Caitlyn la miró por un segundo y luego volvió a guardar el parche en su bolsillo.
Las estrellas brillaban arriba como puntitos que sostenían el cielo. Cada una parpadeaba como si bailara solo para ellas, sin importar las guerras o los recuerdos tristes.
Ver el cielo con los dos ojos se sentía especial, pero aún más increíble era sentir la energía de las estrellas con su ojo Hextech.
—¿Sabes qué son las estrellas? —Preguntó Caitlyn con una voz muy suave, como si no quisiera romper el momento de calma.
—No me digas que son hadas muertas o algo así. —Bromeó Vi, girándose un poco para mirarla.
—Las estrellas son cuerpos celestes compuestos predominantemente por hidrógeno y helio en estado plasmático, que generan energía mediante procesos de fusión nuclear en su núcleo. Esta energía se irradia en forma de luz y calor, viajando a través del espacio durante años, o incluso milenios, antes de llegar a nuestros ojos. De hecho, muchas de las estrellas que observamos ya han agotado su ciclo vital, por lo que lo que percibimos no es su presencia actual, sino una manifestación lumínica de su existencia pasada, una especie de huella temporal suspendida en el cosmos.
Vi parpadeó, alzando una ceja con una sonrisa que parecía contener una risa. No sabía si Caitlyn hablaba en serio o si la estaba molestando. Después se rio por la nariz y rodó los ojos, mezclando cariño con incredulidad.
—Eres tan nerd, pastelito, que me dan ganas de besarte solo para que te calles un rato.
—¿Y tú qué pensabas que eran? —Preguntó Caitlyn, sonriendo y levantando una ceja.
Vi se quedó callada unos segundos. Su sonrisa bajó un poco, pero no se fue. Volvió a mirar al cielo y su voz se volvió muy bajita.
—Cuando era niña, creía que eran almas. De personas que ya no están, que flotan allá arriba para cuidar a los que seguimos acá. Como si dieran señales y pudieran guiarnos.
Vi suspiró, todavía mirando hacia arriba.
—Y todavía lo creo a veces. Siento que mis padres me miran desde allá, que siguen ahí de algún modo, cuidándome.
Caitlyn la miró y su sonrisa se volvió más suave, más sincera. Algo muy tierno se asomaba en su cara, como una flor que se abre en medio del barro.
—Eso fue... muy bonito. —Dijo en voz baja.
Vi la miró de nuevo y se encogió de hombros.
—Bueno, tú eres la nerd, pero yo también tengo mis momentos de filósofa de barrio.
—¿Filosofía callejera? —Respondió Caitlyn con una sonrisa ladeada.
—Exactamente, y sin fórmulas ni nada.
—Tengo que admitir que me gustó más tu explicación que la mía.
Vi sonrió, esta vez sin burlas. Una sonrisa sincera.
—¿Ves? A veces tú hablas como si todo fuera una fórmula. Yo solo lo siento, pero ahí estamos, las dos, viendo lo mismo, entendiéndolo diferente, pero igual de cerca.
Caitlyn no respondió de inmediato. Solo extendió el brazo y entrelazó sus dedos con los de Vi sobre la hierba cálida. Vi bajó la mirada hacia ese gesto y sonrió levemente. Con los pulgares, empezó a acariciar suavemente los nudillos de Caitlyn, como si quisiera hablar a través del tacto. La noche las envolvía en un silencio profundo, lleno de esa tranquilidad única que aparece cuando una persona se siente completamente presente.
Después de unos segundos, Caitlyn se giró un poco hacia Vi. Sus ojos buscaron los de ella y se encontraron, reflejando las estrellas en un doble resplandor. No necesitaban decir nada, solo mirar y sentir.
—Ir a Stillwater y conocerte... ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. —Susurró Caitlyn, rompiendo el silencio con una voz suave y sincera.
Vi soltó una pequeña risa, baja y un poco melancólica. Luego también se giró completamente, quedando frente a Caitlyn, y deslizó un dedo por la palma de su mano, como si tratara de leer algo escondido allí.
—Y pensar que nunca imaginé que una ejecutora pudiera ser tan lista... y tan interesante. —Dijo con una sonrisa traviesa.
Caitlyn resopló con una sonrisa y le dio un pequeño golpe en el hombro, de esos que decían “tonta” sin necesidad de palabras.
—Cállate. —Dijo enseguida, sin poder dejar de sonreír.
Vi se rió más fuerte esta vez, con los ojos brillando como siempre que Caitlyn la hacía feliz. Luego, su voz se volvió más suave, como si las emociones le bajaran el tono.
—Cait... —Susurró, y bajó la mirada un segundo a sus labios antes de volver a mirarla a los ojos. —Nunca pensé que un solo beso... pudiera cambiarme la vida.
Lo dijo sin adornos, sin exagerar. Solo la verdad, directa, ardiendo entre ellas como una estrella nueva. Caitlyn parpadeó, sorprendida, como si sus palabras fueran tan simples que costaba creerlas. Su mirada vaciló, como si su corazón tuviera que ponerse al día con su mente. Después bajó la cabeza despacio y apoyó su frente contra la de Vi.
Las dos cerraron los ojos, unidas en ese gesto tan íntimo que no necesitaba explicación. El silencio entre ellas no era incómodo. Era un lenguaje propio, hecho de respiraciones compartidas. Entonces Vi murmuró, con una voz ronca y dulce:
—Ese momento... no lo cambiaría por nada en este mundo.
No hicieron falta más palabras. El cielo estrellado, extendido sobre ellas como un techo infinito, bastó para envolver la escena en un silencio especial, en el que ambas sabían que estar juntas era lo único que importaba.
Al amanecer siguiente, cuando la luz del sol apenas empezaba a colarse entre las ramas de los árboles, Caitlyn ya estaba despierta, amarrándose las botas. El aire frío olía a tierra mojada y madera vieja. Dentro de la cabaña, Vi seguía dormida, envuelta en las mantas, con el pelo desordenado y una pierna fuera del colchón, como si estuviera soñando que peleaba con alguien.
Caitlyn la observó unos segundos. Vi respiraba tranquila y murmuraba cosas sin sentido mientras dormía. Caitlyn sonrió, se puso la chaqueta con cuidado de no hacer ruido y salió. El aire frío la golpeó en la cara, pero no le molestó.
Desde la noche anterior, cuando Vi le pidió que no volviera a cubrirse el ojo, había dejado de usar el parche. Al principio le resultó extraño, pero su cuerpo ya se había acostumbrado. Gracias a los tratamientos con su padre, las mejoras técnicas de Jayce y los entrenamientos constantes con Vi, había aprendido a moverse con confianza y a aceptar lo que era. Por eso ahora, el implante brillaba libre bajo la luz de la mañana, como si siempre hubiera estado allí.
Necesitaba moverse, mantener el cuerpo en forma. Aunque estuvieran en un lugar tranquilo por un tiempo, la guerra no se detenía. Y su mente tampoco. A veces sentía que, incluso lejos, podía escuchar a Piltover llamándola, recordándole que aún quedaban batallas por pelear.
Bajó por el camino junto a la cabaña. Sus pasos eran firmes sobre el suelo húmedo. Con cada zancada, salía vapor de su aliento, desapareciendo al instante, como sus preocupaciones cuando se enfocaba solo en correr. El ritmo la mantenía centrada, pero también la impulsaba. El corazón latiendo rápido, el aire entrando con fuerza en sus pulmones, el sudor frío bajándole por la espalda.
Había algo muy humano en ese esfuerzo, sí, pero también algo táctico. Al empujar su cuerpo al límite, sentía que se preparaba para el día en que volviera a enfrentar a Jhin. No quería cometer errores, no quería que nadie más saliera herido por su culpa. Mientras corría, se hacía una promesa: esta vez estaría lista. Sería más fuerte, más rápida, más precisa. Protegería a todos. A Vi, a su padre, a su ciudad. Aunque eso significara dejar atrás partes de sí misma para convertirse en la persona que necesitaban.
Habían pasado más de tres horas, o eso calculaba por la posición del sol. Su respiración era constante, y el sudor le corría por la cara. Llevaba más de veinte vueltas alrededor de la cabaña, como si cada paso fuera una forma de entrenar no solo el cuerpo, sino también el corazón. Estaba agotada, sí, pero también más clara. El dolor en sus músculos no era castigo, era crecimiento.
Se detuvo junto a un tronco cubierto de musgo, tomó su cantimplora y bebió con fuerza. El mundo estaba tranquilo, pero su mente seguía activa. Cada entrenamiento, cada recuerdo, cada combate vivido era una advertencia. No podía permitirse bajar la guardia después de todo lo que había perdido... y también ganado.
Una brisa suave movió las hojas y le trajo el olor a tierra húmeda, a corteza y a agua escondida bajo el suelo. Caitlyn cerró los ojos y respiró hondo. Por un instante, su mente se quedó en blanco. El bosque, inmenso y vivo, la envolvía por completo. Ya no se sentía pequeña frente a él, sino parte de algo más grande, más antiguo. Como si los árboles, las hojas y el viento la entendieran, como si hablaran un idioma que su cuerpo reconocía sin pensar.
El bosque no solo la rodeaba, también parecía habitarla. Sentía la humedad en su piel, el sabor resinoso en su lengua, el roce de las hojas en su espalda como un abrazo. No había pensamientos, solo sensaciones. Por un momento, no era soldado, ni francotiradora, ni comandante. Era solo Caitlyn, ella misma.
Y entonces, su ojo Hextech. Ese que tantas veces había ocultado, ahora brillaba sin temor, con una intensidad nueva. Desde que dejó de usar el parche, todo se había vuelto más claro, más vivo. Sentía el roce del aire con una precisión exquisita, la temperatura de la mañana, las mínimas variaciones de luz filtrándose entre las hojas, los movimientos sutiles del bosque. Cada estímulo era más nítido, más real.
El implante ya no era una herramienta de guerra. Era una extensión de su cuerpo, de su percepción, de su sensibilidad. El bosque parecía respirar con ella, sincronizado a su pulso, como si la naturaleza y su tecnología finalmente hubieran encontrado una armonía secreta. No había miedo, ni ruido, ni pasado. Solo la vida latiendo alrededor y dentro de ella. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió completa, verdaderamente ella.
Y justo en ese momento de calma total, lo escuchó. Un crujido leve, como una hoja partiéndose bajo un paso suave. Abrió los ojos lentamente, aún sintiendo la paz del bosque… y lo vio.
Un zorro.
De pelaje anaranjado, movimientos elegantes y mirada brillante. Caminaba sin apuro entre los arbustos, cruzando frente a Caitlyn como si no tuviera miedo. Ella contuvo la respiración, no quería asustarlo. El animal se detuvo a unos metros y, para su sorpresa, no huyó. Se sentó tranquilo, levantó la cabeza y empezó a lamerse las patas delanteras como si estuviera en casa. El bosque parecía en silencio, como si todo estuviera esperando junto a ella.
Caitlyn sonrió. No sabía por qué, pero sintió que ese instante era especial. Una especie de señal, algo que no podía explicar con lógica. Nunca había creído en señales... hasta ese momento.
—Lindo zorro. —Comentó una voz detrás de ella, serena, casi en susurro, como si tampoco quisiera romper el encanto del momento.
Caitlyn se sobresaltó y giró bruscamente. Su corazón dio un brinco, no tenía idea de cuándo, ni cómo Vi había llegado hasta allí y eso era lo que más la sorprendía. Ella, que lo notaba todo, no la sintió venir, ni una rama crujió, ni una brisa distinta la delató. Vi simplemente… estaba.
Su presencia era tan natural como el propio bosque. Estaba a pocos pasos, descalza, con una camiseta vieja que le caía de un hombro, el cabello revuelto por el sueño y una expresión suave, medio dormida. Y sin embargo, sonreía con esa sonrisa tranquila que parecía decir "todo está bien".
—¿Qué haces aquí? —Preguntó Caitlyn, entre la sorpresa y la calidez, sin poder apartar los ojos de ella.
Vi sonrió más ampliamente y se agachó con cuidado junto al zorro, que seguía acicalándose sin apuro.
—Si yo fuera un asesino, ya estarías muerta, pastelito. Muy mal eso de distraerse con criaturas adorables.
Cait frunció los labios, entrecerrando los ojos con fingido fastidio, aunque no podía ocultar la sonrisa que le asomaba.
—Estaba embelesada con el zorro, no dormida.
—Sí, claro… —Dijo Vi, riendo por lo bajo mientras se sentaba frente al animal, cruzando las piernas con naturalidad. —Y yo soy un hechicero.
Caitlyn bufó, pero sonrió igual. No pudo evitarlo. A pesar de lo extraño de la escena, algo en ella se sentía en paz. El zorro seguía con su baño, como si ambas formaran parte natural del paisaje.
Entonces el zorro, como si hubiera notado que lo observaban aún más de cerca, detuvo su limpieza. Se quedó muy quieto y miró a Vi fijamente. Vi le sostuvo la mirada con curiosidad, levantando una ceja, luego giró la cabeza hacia un lado. El zorro la imitó. Vi giró al otro. El zorro también. Desde atrás, Caitlyn los miraba con una mezcla de desconcierto y risa contenida, como si estuviera viendo una escena sacada de un sueño raro.
Vi no se detuvo. Mantuvo el juego, levantó una mano y la agitó un poco. El zorro levantó una pata delantera. Vi cambió de mano, y el zorro hizo lo mismo, luego parpadeó lento. El zorro parpadeó también. Caitlyn cruzó los brazos, una ceja peligrosamente levantada y una sonrisa que ya no podía ocultar.
—No puedo creer que estés jugando a las muecas con un zorro. —Dijo, medio divertida, medio incrédula.
Vi sonrió como si eso fuera lo más normal del mundo. Luego, como si se le ocurriera una idea brillante, sacó del bolsillo algunos pedazos de galleta que había guardado del día anterior. Los sostuvo en la mano abierta, sin moverse.
El zorro olfateó el aire y se acercó con cuidado. Su nariz húmeda rozó los dedos de Vi antes de empezar a comer con calma, como si la conociera de siempre.
Vi lo miraba con asombro y ternura, como si el animal le estuviera revelando un secreto muy personal.
—¿Te vas a enamorar de él también o todavía tengo el primer lugar? —Bromeó Caitlyn, con una sonrisa que intentaba sonar ligera, pero no ocultaba del todo el brillo real de emoción en sus ojos.
Vi giró apenas el rostro hacia ella, con esa sonrisa juguetona que solo usaba cuando se sabía ganadora. Seguía acariciando al zorro con ternura, pero ahora sus ojos se alzaron con intención directa, buscando los de Caitlyn como quien lanza una flecha suave pero certera.
—No te pongas celosa, pastelito… —Dijo en un tono dulce, con esa picardía tranquila que siempre la desarmaba. —Tengo amor para repartir, sí. Pero tranquila... tú sigues teniendo el pedazo más grande.
Caitlyn ladeó la cabeza, cruzando los brazos con teatralidad, la ceja arqueada y una expresión entre divertida y fingidamente dolida.
—Así que ahora compartes galletas con cualquiera que te mire bonito, ¿eh? —Dijo Caitlyn, con una ceja alzada y un tono lleno de sarcasmo, aunque la sonrisa en sus labios la delataba. —Y yo que pensé que solo competía contra asesinas, no contra zorros expertos en robarle el corazón a mi novia. Ahora sí me voy a poner celosa.
Vi se encogió de hombros, con una sonrisa que mezclaba diversión y ternura sincera.
—¿"Novia"? —Repitió, alzando una ceja con ironía suave. —Qué curioso… no recuerdo haber firmado ningún contrato, ni que tú me lo hayas pedido con flores, pastelito. ¿O ahora declaras relaciones sin consulta previa?
Caitlyn parpadeó, atónita. Su boca se abrió, pero lo único que logró decir fue un torpe “yo…”, seguido de un “es que…” que se desinfló antes de tener forma. Abrió y cerró la boca como si buscara en el aire una explicación razonable, pero todo lo que encontró fue un rubor subiéndole por las mejillas como una emboscada inesperada. Bajó la mirada, soltó un suspiro nervioso y se llevó una mano al rostro, tapándose medio ojo como si pudiera esconder el sonrojo. Luego hizo un gesto torpe con la mano libre, como si estuviera dispuesta a levantar una bandera blanca de rendición emocional.
Vi rió por lo bajo, más con ternura que con burla, y alzó la mirada hacia ella.
—Tranquila, amor… solo estaba jugando contigo. —Dijo Vi, su voz suave como terciopelo mañanero. —Eres mi novia, Cait. Aunque nunca lo hayamos dicho en voz alta con todas sus letras, siempre lo hemos sido. Novias, amigas, amantes, cómplices… todo eso y más, desde mucho antes de atrevernos a nombrarlo.
Caitlyn, que hasta ese momento se había quedado más callada de lo habitual tras el comentario anterior, se ruborizó sin remedio. La ejecutora. La comandante. La francotiradora invencible… atrapada en un mar de nervios por una sola palabra: "novia". Ni siquiera en las peores emboscadas había sentido que el corazón le latiera así de rápido.
Parpadeó un par de veces, tragó saliva, y aun sin encontrar palabras, extendió una mano. La apoyó suavemente sobre el hombro de Vi, como si ese gesto pudiera decir lo que su voz todavía no lograba articular. El contacto era simple, pero estaba lleno de cosas no dichas. Estoy aquí, te escuché, y sí, me importó más de lo que jamás voy a confesar en voz alta.
Vi se incorporó lentamente, aún con esa sonrisa de niña emocionada dibujada en la cara. Caitlyn, que seguía con una mano aún apoyada en su hombro desde antes, la retiró con una mezcla de torpeza y calidez. Luego cruzó los brazos con deliberación, arqueando una ceja y lanzándole una mirada cargada de una incredulidad tan tierna que apenas podía disimularse. La sonrisa se le escapó, pequeña y sincera, asomando por la comisura de sus labios como si no pudiera contenerla más.
—Cait… vamos a adoptarla. ¿Qué te parece? Será nuestra zorri-hija. —Dijo Vi, alzando al animalito como si lo estuviera presentando en una ceremonia secreta donde el trono fuera un almohadón lleno de migas.
Caitlyn parpadeó varias veces, como si intentara sacudirse los restos de un sueño particularmente absurdo. Miró a Vi, luego al zorro. Volvió a mirar a Vi.
—No. —Dijo con la misma firmeza con la que una vez negó una tregua en plena guerra de bandas.
—¡Oh, vamos! Míralo… —Insistió Vi, girando al zorrito como si lo hiciera bailar al ritmo de una melodía solo audible en su cabeza.
—Vi… los zorros no se adoptan. Son salvajes, tienen instintos, necesidades, patas.
Vi ladeó la cabeza con falsa solemnidad, mientras el zorro la miraba con cara de "yo solo pasaba por aquí".
—¿Y qué? Yo también tengo patas, necesidades y soy más salvaje que la mayoría… y aún así me dejaste quedarme.
Caitlyn se llevó una mano a la sien, como si ese argumento tuviera sentido en alguna dimensión paralela. Y sin embargo, algo en esa expresión, tan Vi, tan niña con juguete nuevo, la desarmó por completo. El dolor en Vi, las heridas del pasado, todo eso parecía haber desaparecido por un instante, sustituido por un entusiasmo puro y desbordante.
—Está bien… —Dijo al fin, rindiéndose. —Pero tú limpias cada rincón donde esa criatura se cague. Sin excepciones.
Vi lanzó un chillido feliz y abrazó al zorro contra el pecho como si fuera una reliquia de Zaun bendecida por el mismísimo Ekko.
—¡Te llamarás Sophie! ¿Te gusta? Sophie. Es internacional, sofisticado y tiene pinta de heroína peluda.
El pequeño zorro la miró y ladeó la cabeza, como si no entendiera lo que pasaba, pero tampoco mostraba rechazo.
Caitlyn cruzó los brazos, tratando de parecer seria, pero una ceja se le levantó sin querer. Sus ojos, acostumbrados a enfocar con precisión en el combate, ahora brillaban con una ternura inesperada. La sonrisa apareció en su rostro sin aviso: primero sutil, luego amplia, como si acabara de rendirse a algo que no podía controlar. Vi tenía ese efecto en ella. Siempre lograba hacerla bajar la guardia con solo una mirada o alguna tontería. Esta vez, fue con una pequeña zorrita con nombre de película francesa.
De regreso en la cabaña, con hojas secas aún pegadas a sus ropas y risas flotando en el aire, las tres disfrutaron de una tarde tranquila. Vi intentó enseñarle a Sophie a hacerse la muerta usando una ramita de menta, Caitlyn terminó llena de tierra hasta el cinturón, y Sophie solo respondía rodando cuesta abajo como una bolita de pelo con energía. Vi corría detrás riendo como una niña, y Caitlyn fingía estar molesta cada vez que se caía… pero en realidad, lo estaba disfrutando por completo. El sol seguía en lo alto, bañando el claro con su luz cálida, como si también quisiera descansar ahí.
Cuando el sol empezó a bajar y las sombras se alargaban, Caitlyn se puso de pie, se sacudió la ropa y anunció con tono serio que era hora de cocinar. Vi protestó desde el suelo, con Sophie dormida sobre su estómago, pero Caitlyn ya se dirigía a la cabaña, decidida a enfrentar el reto de la cena.
Entró a la cocina en silencio, dejando que el ambiente de la casa la envolviera. Entre cuchillos, sartenes y aromas familiares, todo se sentía más cálido. El sonido de la mantequilla derritiéndose, las especias en la sartén y el pan en el horno llenaban el lugar con una sensación de hogar. Todo ahí no era solo suyo, era de las tres.
Más tarde, mientras preparaba una salsa, Caitlyn miró por la ventana abierta. Vi jugaba con Sophie en el césped, teñido de tonos anaranjados por el atardecer. La pequeña zorra corría detrás de una ramita que Vi movía como si fuera un juguete de verdad, y luego se acostaba boca arriba para recibir caricias que Vi le daba feliz. Era un momento simple, pero lleno de ternura. Caitlyn sonrió sin querer.
Vi no se preocupaba por ensuciarse. Enseñaba a Sophie con paciencia y celebraba cada intento, incluso cuando la zorrita se tropezaba. Caitlyn, desde la cocina, se quedó observando y en su interior, algo se aflojó.
Se dio cuenta de que Vi tenía el corazón de una madre. No de esas perfectas que salen en libros, sino una madre real: libre, instintiva y protectora. Alguien que cuidaba con todo su ser, incluso lo que otros ignoraban.
Y entonces pensó. En otra vida, quizá ella estaría casada con alguien de apellido importante, viviendo entre fiestas y compromisos sin sentido. Y Vi… Vi tal vez seguiría presa en Stillwater, juzgada por un sistema que nunca se preocupó por conocerla, pero algo había cambiado ese destino. Ahora estaban juntas.
Viviendo esos días en una cabaña sencilla, sin lujos ni promesas, pero con lo que realmente importaba. Vi era especial, no por lo que hacía, sino por cómo sentía. Amaba con fuerza, con sinceridad. Y al ver cómo Sophie jugaba y Vi reía, Caitlyn sintió algo profundo en el pecho.
Jamás se había detenido a pensar en la maternidad. Nunca fue un anhelo que la persiguiera en su infancia, ni una meta trazada con lápiz en sus libretas de academia. Pero ese día, mientras el vapor de la olla le acariciaba el rostro y el olor de albahaca se mezclaba con el pan caliente, algo cambió. Con los dedos manchados de harina y el corazón latiendo más lento, más profundo, pensó: si alguna vez llegara a ser madre… me gustaría que fuera con ella.
Y esa idea no llegó como un trueno, sino como una lluvia suave. No la asustó. Le trajo calma. Como si una parte dormida dentro de su pecho, una parte que nunca se sintió autorizada a soñar en voz alta, se estirara al fin y susurrara: aquí estoy. Porque nadie como Vi sabría convertir el caos en nido, nadie sabría transformar las cicatrices en canciones de cuna, ni reiría con tanta verdad en medio del desastre.
Nunca imaginó encontrar todo eso en alguien tan distinta a lo que su mundo siempre le había dicho que era "correcto". Pero hay amores que rompen moldes. Y a veces, de lo roto, nace lo más hermoso. Vi, su Vi, era eso: un estallido de ternura en medio del ruido. Si alguna vez formaban una familia, Caitlyn no querría a nadie más a su lado.
Con esa certeza en el corazón, Caitlyn apagó el fuego, cubrió la olla y limpió con cuidado la encimera. La cena estaba lista. Se secó las manos y salió al patio, guiada por las risas de Vi. Al abrir la puerta, la vio recostada en el césped, con Sophie de pie sobre su pecho, tambaleándose con las patitas firmes, mientras una de ellas jugueteaba entre los mechones rojizos del cabello de Vi.
—La cena está lista. —Anunció Caitlyn, con ese tono entre dulce y mandón que le salía tan natural como el uniforme.
Vi alzó la vista desde el pasto, aún recostada, con Sophie firmemente de pie sobre su pecho. La zorrita se balanceaba con sus patitas como si caminara sobre una cuerda floja, mientras una de ellas jugueteaba entre los mechones rojizos del cabello de Vi, tan cómoda como si siempre hubiese vivido allí.
—¿Y qué fue lo que cocinaste, chef Kiramman? ¿Sopa mágica de constelaciones o pastel de diplomacia con reducción de protocolo? —Bromeó Vi sin moverse, más entretenida con la escena peluda que con el menú.
—Terrina de ave rellena con reducción de vino dulce, peras al romero caramelizadas y un toque de crema de mostaza antigua. —Respondió Caitlyn, con una sonrisa de esas que usaba cuando sabía que acababa de dar en el blanco. Se cruzó de brazos, orgullosa como si acabara de capturar a un criminal con una cuchara de madera.
Vi entrecerró los ojos, ladeó la cabeza y soltó una risa incrédula.
—Eso no es comida. Es un hechizo gourmet sacado de un grimorio del Consejo, seguro que el horno necesitó una bendición arcana para hornear esa cosa.
—Tú mastica y agradece que hoy no te tocó sopa de hongos y sarcasmo. —Replicó Caitlyn, rodando los ojos con una media sonrisa afilada. Su tono decía "estás bienvenida", pero sus cejas decían "ni se te ocurra burlarte más".
Vi se rio, un sonido grave y suave que le vibró en el pecho, y bajó la mirada con ternura para acariciar a Sophie… pero su mano solo tocó el vacío. El corazón le dio un vuelco.
—¿Sophie? —Se incorporó de golpe. Buscó con la mirada, palpando su pecho como si aún pudiera encontrarla allí, dormida.
El pasto estaba vacío.
Ambas se miraron con alarma. Caitlyn ya fruncía el ceño y escaneaba el jardín como si estuviera en medio de una redada. Vi se levantó del suelo en un solo movimiento, los ojos buscando entre las sombras, la respiración acelerada. Llamaron a Sophie. Nada. Revisaron arbustos, bordes, hasta el cobertizo del fondo. Vi abrió la puerta de un golpe como si el bosque le debiera explicaciones, pero solo encontró herramientas viejas.
—¿Dónde está...? —Susurró Vi, los nervios asomando por los bordes de la voz.
—Puede que se haya metido en cualquier rincón. Es pequeña. —Dijo Caitlyn, aunque ni ella se tragaba su propia calma.
Fue entonces cuando algo la hizo girar. Un leve temblor entre los setos. Un destello cobrizo como una moneda al sol. Su brazo se alzó casi por instinto.
—Allí. ¡Vi, allí!
Ambas corrieron. El césped húmedo frenaba sus pasos, pero no las ganas. Cuando llegaron al límite del jardín, se detuvieron.
Sophie no estaba sola. Frente a ella, una zorra adulta de pelaje oscuro las observaba con ojos profundos. A su alrededor, tres cachorros revoloteaban con torpeza encantadora.
Sophie no parecía perdida, parecía en casa.
Su cuerpo temblaba de emoción, su colita se movía como un metrónomo desenfrenado. Giraba sobre sí misma, chillaba con sonidos agudos y suaves. Los otros zorritos la olían, la empujaban, se reían con el cuerpo. La madre observaba todo con una serenidad que conmovía.
Sophie se acercó, se frotó contra su vientre, y la madre bajó el cuello para lamerle la cabeza con un gesto tan tierno que dolía.
Vi no se movió. El pecho le subía y bajaba por la carrera, pero sus ojos no pestañeaban.
—Su familia… —Susurró, y en su voz había algo que no tenía nombre, pero que se sentía como calor.
Caitlyn se quedó junto a Vi, en completo silencio, con la respiración contenida y la mirada suave, como si necesitara memorizar cada segundo. Observó cómo Sophie se deslizaba entre los pequeños zorros, tan similares a ella en tamaño como en vitalidad, y cómo la madre la acogía sin dudar, permitiéndole enredarse en sus patas, rozar su hocico contra el pelaje espeso y compartir ese lenguaje antiguo que solo entienden los que alguna vez estuvieron solos. La ternura le atravesó el pecho como una corriente tibia, y en el centro de todo ese caos hermoso, sintió que algo adentro, algo que no sabía que le faltaba, se completaba al fin. Como si ese instante, en su aparente simpleza, tejiera un hilo directo al corazón: esto es familia, esto es hogar.
Vi bajó la mirada, luchando con una mezcla de alivio y punzada en el pecho. Sophie se separó por un segundo de sus nuevos hermanos, se acercó a Vi con pasitos seguros y frotó su cabeza contra su pierna, dejándole una caricia breve pero intensa. Vi se agachó, despacio, posó una mano en el lomo suave de la zorrita y exhaló un suspiro bajo, como si en ese roce se despidiera de una parte de sí misma. Sophie no tardó en volver con los suyos, con la naturalidad de quien regresa a casa.
—Parece que encontró lo que había perdido. —Dijo Cait, suave, casi como un pensamiento en voz alta.
Vi asintió. Tenía los ojos clavados en la escena, con los labios entreabiertos y esa expresión que combinaba sorpresa, orgullo y un dolor tierno que no apretaba, pero se sentía.
Sophie corría entre sus hermanos como si siempre hubiera pertenecido allí. Vi la seguía con la vista, y por dentro, algo se aflojaba. No sentía la urgencia de protegerla, ni la ansiedad de perderla. Solo una quietud nueva. Comprendía que ese pedazo de amor que compartieron, aunque breve, ya era parte de algo mayor. Que Sophie era de ese rincón salvaje del mundo, de esa familia construida con instinto y caricias, y que ella simplemente fue la mano que la sostuvo cuando más lo necesitaba.
—Deberíamos dejarla. —Agregó Caitlyn, tocándole el brazo con ternura.
Vi no respondió. Pero la mirada le brillaba con una calma extraña, como si acabara de entender algo que llevaba años sin poder descifrar. No era tristeza lo que sentía. Era otra cosa. Era paz. Era saber que había hecho algo bueno, que aunque esa pequeña ya no fuera suya, había sido parte de algo importante. Que el amor no siempre se trata de quedarse, sino de saber soltar a tiempo.
Su historia no era solo dolor y pérdida. También estaba hecha de amor. También estaba tejida con memoria. Y Sophie, esa chispa diminuta y luminosa, era la prueba viva de que aún podía construir lazos verdaderos, incluso si dolían al momento de dejarlos ir.
Respiró hondo. Miró hacia el bosque. La madre zorra la observó con respeto, como si entendiera. No había miedo, solo reconocimiento. Entonces, la familia entera se internó entre los árboles, y Sophie fue con ellos, pero antes de perderse del todo, volvió el rostro una vez más.
Vi alzó la mano, le regaló una sonrisa leve, y susurró:
—Adiós, Sophie...
La zorrita desapareció entre los árboles.
Vi seguía aún con una rodilla apoyada en la tierra húmeda, la mirada clavada en el lugar donde Sophie se había perdido entre los árboles. Respiró hondo, como si con ese aire pudiera guardar el momento. Luego, con un leve impulso, se puso de pie, sacudiéndose las manos con suavidad, sin apartar la vista del bosque. Aún con la respiración un poco entrecortada, sintió el crujido suave de pasos tras ella.
Caitlyn estaba justo detrás de ella. Se acercó sin hacer ruido, como si sus pasos conocieran el momento exacto en que debía aparecer. Sin decir nada, rodeó a Vi por la espalda con ambos brazos, fuerte pero sin apuro, como si su cuerpo hablara por ella. Una ternura sin permiso ni preámbulo, que la sostuvo sin pedir nada a cambio. Se inclinó, apoyando la frente en el hueco de su cuello, y ahí, donde el aliento de Vi se volvía calor compartido, cerró los ojos. En ese pequeño refugio de piel, el mundo simplemente se desvaneció.
Permanecieron así, inmóviles, abrazadas bajo un cielo encendido por los últimos tonos dorados del día, como si el mundo hubiese decidido regalarles un instante fuera del tiempo. Cait susurró entonces, en voz baja, apenas rozando la piel de Vi con sus labios:
—Jamás te había sentido tan desarmada y tan llena.
Era una forma de decirle: algo cambió hoy, y ambas lo sabían, aunque ninguna pusiera nombre a ese nudo dulce que se formaba justo en el centro del pecho.
Vi soltó una risa breve, algo áspera.
—No estoy segura de ser buena en eso... pero si alguna vez tenemos hijos… al menos no les va a faltar amor.
Caitlyn no respondió de inmediato. La apretó un poco más por la espalda, como si su cuerpo quisiera hablar por ella, y luego, con la voz apenas teñida de emoción, respondió:
—Si tienen eso… entonces ya lo tienen todo.
El silencio volvió, pero no era frío. Era un silencio lleno, hinchado de algo nuevo que crecía entre las dos. Caitlyn lo sintió palpitarle en el pecho, caliente, blando, desconocido. No era miedo, ni duda. Era la raíz de un pensamiento que no sabía que podía tener: formar una familia. No como posibilidad remota ni como historia ajena, sino como algo que, por alguna razón, con Vi sí podía imaginar. Algo que quería solo con ella.
Permanecieron abrazadas, con la respiración acompasada y el mundo apagado alrededor. Fue Caitlyn quien rompió el momento, con voz baja, sin alejarse, su aliento acariciando la oreja de Vi como un secreto:
—¿Aún quieres cenar?
Vi se quedó en silencio unos segundos. Cerró los ojos como si ese gesto bastara para ordenar el caos que a veces la habitaba, luego los abrió con una chispa suave en la mirada y una sonrisa pequeña, medio torcida.
—Vale. Pero solo si me explicas cómo se pronuncia sin sonar como una bruja de alta cocina invocando postres con título nobiliario.
Se giró despacio hacia Caitlyn, sus ojos todavía cargados de emoción mal contenida. Caitlyn la recibió con esa firmeza tranquila que usaba cuando no sabía cómo decir que también estaba temblando por dentro, pero no quería que se notara.
—Hecho. —Respondió, con una sonrisa que parecía llevarse todo el peso del día sin perder un gramo de ternura.
Sin decir nada más, como si las miradas hubieran dicho lo necesario, empezaron a caminar de regreso a la cabaña. Se tomaron de la mano con naturalidad, entrelazando los dedos como si ese simple gesto guardara un significado especial, un pequeño acuerdo entre las dos.
El sol ya se había escondido detrás de los árboles, y el cielo se llenaba de sombras. El olor de la cena seguía presente en el aire, cálido y reconfortante, como una bienvenida silenciosa. Caminaron despacio, sin apuro, con las manos unidas y el corazón en calma, como si cada paso dijera: "esto podría ser el comienzo de algo más". No era solo el final de un día. Era esa sensación nueva, sutil, de que tal vez ahí, entre risas, caricias y silencios compartidos, podría crecer algo que se pareciera a un hogar. Tal vez incluso a una familia. Caitlyn sintió ese pensamiento brotar como una semilla cuando apretó un poco más los dedos de Vi. No sabían qué venía después, pero si era con ella, quería estar ahí para vivirlo todo.