Dos semanas para morir de amor (Parte 3)
11 de septiembre de 2025, 14:03
El sol del día trece caía en diagonal, filtrándose entre las ramas como cuchillas doradas que marcaban las figuras de Caitlyn y Vi en medio del claro, como si fueran dos guerreras congeladas en el tiempo, detenidas en un cuadro que parecía respirar con cada hoja que se movía. Pero esta vez, la que se movía más rápido no era Vi.
—¿Ese fue un intento de golpe, ejecutora? —Dijo Caitlyn, girando con agilidad felina para esquivar el puñetazo que Vi lanzó directo a su cara.
—¿Ejecutora? ¿Desde cuándo trabajo para ti, comandante? —Vi levantó una ceja con una media sonrisa torcida. —No hables tanto y sube tu guardia, Cait. Cuanto más te confíes, más dura va a ser la caída... y no me molestaría verte caer.
—Un día vas a aceptar mi propuesta. Sería genial tenerte en mi equipo. —Caitlyn dio un paso al frente, sin bajar la guardia. —Y mejor aún, tenerte vigilada. No quiero que otra pirata se acerque demasiado.
Vi chasqueó la lengua, entretenida, con esa chispa provocadora que siempre traía a los entrenamientos. Se lanzó repentinamente hacia el lado izquierdo de Caitlyn, pero esta ya había anticipado el movimiento. Con un giro rápido de muñeca, bloqueó el ataque y la desequilibró con una barrida perfectamente calculada. Vi cayó de panza contra la tierra húmeda, su abdomen golpeando con fuerza el suelo, y el aire escapándole del pecho en un jadeo corto. Por un segundo, se quedó quieta, con el rostro hacia el barro y el cabello pegado a la cara por el sudor. Luego gruñó suavemente, apoyó los puños firmes contra la tierra mojada, y con un solo impulso, se alzó de nuevo. Se sentó un instante, recuperando el aliento, para luego incorporarse por completo, con las rodillas flexionadas, los puños cerrados, el cabello pegado a la frente y los ojos encendidos con una intensidad feroz. Sonreía como si la caída hubiera sido gasolina para el fuego que la impulsaba.
—¿Eso fue una orden o estás celosa?
—Ninguna. —Caitlyn inclinó la cabeza con una calma que provocaba. —Solo digo que serías perfecta como ejecutora. Tienes la fuerza, la presencia... aunque ahora yo soy más rápida, más precisa, y sí, un poco mejor. Supongo que sería la jefa ideal para ti.
—¿Te oyes? —Vi se acomodó para seguir peleando, las botas firmes en la tierra. —Estás tan confiada que pareces inflarte sola como un globo antes de reventar.
—Entonces, inténtalo otra vez. Sorpréndeme. —Respondió Caitlyn, con un gesto que era mitad desafío, mitad invitación.
Y siguieron peleando, cada golpe iba acompañado de risas, provocaciones y miradas que decían mucho más de lo que las palabras podían. Vi lanzó un puñetazo al rostro, pero Caitlyn se agachó con elegancia y le dio un leve toque en la nuca con los nudillos.
—¿Ese era tu golpe especial? —Dijo con una sonrisa burlona.
Vi gruñó con teatralidad y atacó con varios golpes rápidos, furiosos. Caitlyn esquivaba con una gracia casi irritante, tocando a Vi apenas con cada respuesta. Sus movimientos eran precisos, elegantes, casi como si estuviera bailando una coreografía que conocía de memoria.
Vi retrocedió unos pasos, respirando con dificultad, mientras el sudor se le acumulaba en la frente y descendía en gotas densas por sus sienes. Sus ojos, brillando con intensidad, reflejaban no solo el orgullo herido de quien se resiste a la derrota, sino también un sentimiento más complejo y visceral, tal vez una mezcla de admiración, deseo contenido y una melancolía que aún no se atrevía a verbalizar. Había algo en esa mirada que iba más allá del combate físico: era una batalla interna que aún no encontraba palabras.
—Te estás agrandando, comandante.
—¿Y tú te estás volviendo lenta, o es nostalgia de cuando podías seguirme el ritmo?
Vi atacó con una barrida baja, rápida y potente, pero Caitlyn la anticipó. Saltó con precisión quirúrgica y cayó justo detrás de ella, como una sombra que nunca pierde el control.
—Punto para mí. —Susurró al oído de Vi antes de empujarla y hacerla tropezar con un movimiento fluido.
Vi rodó por el suelo, riendo, la espalda manchada de tierra y orgullo maltratado.
—Estás insoportable.
—Estoy ganando. No es lo mismo.
El combate evocaba una danza construida desde códigos distintos pero compatibles, como si cada una hablara un idioma propio y, aun así, pudieran leerse entre líneas. Caitlyn marcaba el ritmo con la seguridad de quien ya no duda de sus decisiones, mientras Vi respondía con una fuerza instintiva, casi primaria, hecha de músculo y memoria. Caitlyn, en cambio, se movía como una estratega consumada: no sólo era ágil, sino que cada uno de sus desplazamientos tenía un propósito táctico.
Vi se lanzó hacia Caitlyn con la intención de sujetarla por la cintura, pero Cait ya había anticipado el movimiento. Usó la misma fuerza de Vi en su contra: giró sobre su eje, pivotando con la precisión de quien ha ensayado ese movimiento cientos de veces. Vi tropezó, perdió el equilibrio y cayó de espaldas con un golpe sordo contra la tierra. El impacto le sacó un jadeo. Antes de que pudiera reaccionar, Caitlyn ya estaba sobre ella, con las rodillas firmes a cada lado de sus caderas, dominando la posición con una mezcla perfecta de técnica y presencia. Le sujetó las muñecas contra el suelo con firmeza, sin brusquedad, inclinando apenas la cabeza mientras alzaba una ceja, como si no estuviera observando un cuerpo derrotado, sino escaneando las grietas de una emoción que Vi intentaba enterrar.
—¿Te rindes?
Vi respiraba agitada. Tenía las manos atrapadas por las muñecas, los labios entreabiertos por el esfuerzo y una sonrisa torcida de orgullo roto.
—Por hoy… sí. Pero esto no se queda así, Kiramman. —Vi alzó la mirada con una sonrisa ladeada, los labios entreabiertos por la respiración agitada. Seguía bajo el cuerpo de Caitlyn, con las muñecas sujetas, y aunque el orgullo estaba herido, en su mirada aún chispeaba el fuego. —Aunque… si vas a sujetarme así cada vez que me ganes... deberíamos repetirlo más seguido. No suena tan mal.
—Perfecto. Porque pienso hacerlo cada vez que pueda.
Caitlyn respondió con una sonrisa que le cruzó los labios antes de echar el cabello hacia atrás, dejando que el sudor resbalara por su cuello. Luego bajó el rostro, lenta y segura, hasta que sus labios encontraron los de Vi en un beso profundo, tenso como una cuerda a punto de romperse. El aire se espesó entre ellas, como si el claro entero contuviera la respiración.
El claro quedó en silencio, apenas roto por el crujido de las hojas húmedas bajo sus rodillas. Caitlyn se incorporó primero, apartándose con un leve impulso de la tierra. Le ofreció la mano a Vi, que aún seguía tumbada, con el ceño fruncido y los labios apretados por la frustración. Vi aceptó la ayuda, se dejó arrastrar hasta sentarse, y luego, con un empuje de sus manos firmes contra el suelo, se alzó por completo. Caitlyn ya estaba de pie, esperándola con una ceja alzada. Vi sacudió un poco la tierra de su ropa sin demasiado entusiasmo. Caitlyn le dio una palmadita en la espalda, más gesto cómplice que burla.
—Vamos, aún no has terminado de perder.
Vi soltó una risa ronca y empezó a caminar junto a ella. La siguió con una sonrisa que no se le borró, aunque sus músculos protestaran con cada paso.
Treinta minutos más tarde, el entrenamiento había terminado. Pero el calor de lo que había entre ellas no se fue con la tarde. No podía, era demasiado real, demasiado reciente, demasiado necesario.
El regreso a la cabaña fue lento, casi arrastrado por el peso del cansancio, pero también por la electricidad silenciosa que aún vibraba entre ellas. Cada paso dolía, cada músculo protestaba, y sin embargo, ninguna deseaba que ese día terminara en rutina.
Ya dentro, el crepitar del fuego en la chimenea parecía un eco suave de su propio calor interno. Caitlyn y Vi estaban acurrucadas en el sillón más grande, envueltas en una manta que olía a lavanda y humo. Las piernas entrelazadas, el cuerpo de Vi aún húmedo tras una ducha rápida, el cabello goteando con lentitud sobre la tela del sofá. Caitlyn sostenía una taza humeante entre las manos, pero su mirada se perdía en el rostro de Vi, que tarareaba en voz baja con un tono juguetón, casi como si quisiera hechizarla.
—¿Qué canción es esa? —Preguntó Caitlyn con una sonrisa mientras ladeaba la cabeza.
—¿Esto? Pff… una tontería que cantaba cuando era pequeña. —Respondió Vi, sonriendo con un poco de vergüenza.
—Quiero oírla. —Dijo Caitlyn, dejando su taza a un lado y acomodándose.
—Créeme, no quieres. Canto horrible, como un gato atrapado bajo la lluvia. —Bromeó Vi.
—Justo por eso quiero escucharte. —Insistió Caitlyn con una risita.
Vi la miró con una ceja levantada y una sonrisa traviesa.
—Solo si tú cantas después.
—Trato hecho.
Sin decir más, Vi se levantó de un salto y se dirigió a la escoba apoyada en la pared. La levantó como si fuera un micrófono y caminó al centro de la sala, que ahora era su escenario.
—Señoras y señores… prepárense para lo peor. —Anunció con voz grave.
[1] Y de inmediato comenzó a cantar con mucha energía el clásico "Take on Me" de A-ha, exagerando como si estuviera en un concierto de los años 80.
—We're talking away, I don't know what... I'm to say I'll say it anyway! —Gritó con una voz aguda, mientras se movía por la sala como una estrella de videoclip animado.
Caitlyn se tapó la boca, riendo fuerte, y luego silbó como si estuviera animando a una artista famosa. Vi giró, bailó con pasos cómicos, y actuó como si estuviera escapando de una historieta.
Caminó entre los muebles con pasos juguetones hasta quedar frente a Caitlyn. Se arrodilló como si estuviera haciendo una gran propuesta y le extendió el palo con la seriedad de quien ofrece un micrófono real.
—Acompáñame, comandante. —Dijo con una sonrisa traviesa y una ceja en alto, como si invitarla a cantar fuera una misión secreta.
Caitlyn frunció el ceño con fingida duda, aunque la chispa de diversión ya brillaba en sus ojos. Pero antes de que pudiera responder, Vi le tomó la mano con una seguridad que no admitía objeción y la condujo al centro de la alfombra, ahora su improvisado escenario.
—¡Esto es un dúo! Tú vas con los agudos. —Proclamó como si estuvieran en una audición importante.
Le colocó el palo en las manos a Caitlyn con toda la ceremonia posible, luego se puso a su lado. Empujó su cabello hacia atrás con una exageración dramática que arrancó una carcajada inmediata.
Caitlyn, ya rendida ante la situación, se cubrió la cara con ambas manos, su rostro encendido por un leve rubor. Luego suspiró con una risa resignada y se acomodó el cabello detrás de la oreja.
—No puedo creer que esté haciendo esto… —Murmuró, conteniendo la risa.
—Take on meeee… —Entonó Vi con voz exageradamente grave y una expresión digna de tragedia griega.
—Take on me… —Respondió Caitlyn, aún tímida, pero contagiada por el entusiasmo.
—Take me oooon… —Vi extendió un brazo y giró como si estuviera en un videoclip ochentero.
—Take on me… —Continuó Caitlyn, soltándose poco a poco.
—I'll be gone… in a day or twooooo! —Cantaron las dos, levantando los brazos como si saludaran a una multitud imaginaria.
Y entonces estalló la locura. Vi empezó a hacer pasos grandes, casi ridículos, como si caminara sobre resortes invisibles, mientras Caitlyn la seguía intentando imitarla entre carcajadas.
—Take on me! —Gritaron juntas. Vi la rodeó por la cintura y la hizo girar con torpeza encantadora, como si estuvieran en un musical improvisado.
La sala entera resonaba con sus risas.
—¡Estás completamente loca! —Dijo Caitlyn, soltando carcajadas.
—¡Y tú por seguirme el juego! —Contestó Vi, apuntándola con el palo como si fuera una varita mágica.
Saltaron, giraron, y terminaron con una pose final: Vi cayó dramáticamente al suelo, y Caitlyn quedó de pie, levantando el micrófono falso como si acabara de ganar un premio importante.
Todo quedó en silencio unos segundos, roto solo por sus risas largas y sinceras.
—¿Grabaste eso? —Preguntó Caitlyn, secándose las lágrimas de tanto reír.
—Si lo hubiera hecho, me chantajearías con eso por años. —Respondió Vi desde el suelo.
—Exacto.
Vi seguía tirada en el suelo, riéndose a carcajadas. Apoyada sobre un codo, alzó una ceja y miró a Caitlyn con esa sonrisa suya, mezcla de broma y reto.
—Bueno, comandante, ahora sí te toca cantar de verdad. Nada de duetos. Quiero verte sola, como toda una estrella, con tus fans imaginarios gritando tu nombre.
Caitlyn arqueó una ceja, entre divertida y condescendiente. Acomodó su ropa de forma exagerada, como si se preparara para una clase.
—Negativo, agente. El trato consistía en cantar, y técnicamente lo hice. Fue un dueto perfectamente válido. —Cruzó los brazos con teatralidad, conteniendo la risa.
Vi rodó los ojos, divertida, y desde el suelo se incorporó hasta quedar sentada, sacudiéndose el cabello hacia atrás. Luego se levantó con un pequeño salto y caminó hasta el sillón, dejándose caer en él con un suspiro exagerado.
—Tramposa. Eso fue trampa técnica. Yo quiero ver a la señorita Kiramman haciendo un solo, estilo Piltover’s Got Talent. Con luces, emoción y todo.
Caitlyn soltó un suspiro teatral, pero el brillo en sus ojos la delataba. Caminó con calma hasta Vi, le quitó la escoba con elegancia y se giró hacia el centro de la sala. Acomodó su blusa ligeramente arrugada del cuello y giró el micrófono improvisado entre los dedos.
—Muy bien. Si voy a hacer el ridículo, al menos lo haré con estilo.
Vi se acomodó mejor en el sillón, una sonrisa tranquila en su cara mientras observaba a Caitlyn caminar hacia el centro de la sala. El fuego lanzaba sombras suaves sobre su cuerpo, y el sonido de la leña ardiendo llenaba el ambiente como un suspiro constante.
Caitlyn se detuvo junto a la chimenea y giró entre los dedos el micrófono improvisado. Le lanzó una mirada cómplice a Vi, inclinando la cabeza como quien dice: "Atenta".
[2] Entonces, comenzó a cantar. "Can't Help Falling in Love". Su voz salió baja, temblorosa al principio, pero pronto encontró firmeza. Cada palabra sonaba honesta, como si las estuviera diciendo por primera vez y solo para Vi.
Vi se quedó quieta. La sala pareció volverse más callada, más densa. Abrazó sus piernas, la mirada clavada en Caitlyn. El fuego bajó su intensidad y hasta las llamas parecieron escuchar.
—Wise men say… only fools rush in… —Cantó Caitlyn, ya con más confianza. Sus mejillas tenían un leve tono rosado. En su voz había algo sincero, como si cantara con el corazón abierto.
Vi tragó saliva, sintiendo una mezcla de emoción y sorpresa. La sonrisa que tenía dio paso a algo más intenso. Estaba escuchando mucho más que una canción.
—But I can't help… fallin' in love with you. —Caitlyn dio un paso hacia ella, sin dejar de mirarla.
Caminó con calma, como si el tiempo no apurara a nadie. Se arrodilló frente a Vi, tan cerca que sus rodillas se tocaron. Y con la voz casi en un susurro, dijo:
—For I can't help… falling in love with you.
Vi se quedó inmóvil. Algo le apretaba el pecho. Pensó en soltar una broma, algo que rompiera la tensión… pero no pudo.
Solo la miró, los ojos húmedos, y acarició su mejilla con los dedos, como si quisiera asegurarse de que era real.
Caitlyn mantuvo la mirada fija en Vi, con una expresión seria pero suave.
—¿Eso estuvo a la altura de tu show? —preguntó con un tono casi susurrado.
No era una broma. Era su forma tímida de preguntar: "¿Te diste cuenta? ¿Pudiste sentir lo que intenté decir con esa canción?"
Vi negó con la cabeza, pero sonreía de verdad.
—Cait… me dejaste sin palabras. Literalmente. Esa voz me mató.
En vez de hablar más, Vi simplemente se inclinó hacia ella y la besó. Fue un beso directo, natural, como si ya lo hubieran decidido mucho antes de que Caitlyn empezara a cantar.
El beso fue profundo, sin apuro. No buscaban correr. Solo querían estar ahí, cerrar la distancia que ya no tenía sentido. Cuando sus labios se encontraron, todo lo demás pareció desaparecer.
Se movían despacio, como si quisieran guardar cada segundo. No estaban huyendo de sus recuerdos, pero por un momento lograron dejarlos atrás. En ese instante, solo existía el ahora.
Vi la sostuvo con fuerza, como si quisiera mantenerla anclada a la realidad, y Caitlyn respondió con ternura, enredando una mano en la nuca de Vi y rozando su mejilla con la otra. Siguieron besándose unos segundos más, hasta que el aire comenzó a faltarles.
Se separaron apenas lo justo para respirar. Sus frentes quedaron juntas, sus respiraciones mezclándose en el aire cálido. Se miraron sin decir nada, como si entre sus bocas aún flotaran todas las cosas que no necesitaban palabras.
El fuego chisporroteaba suave, como un segundo corazón latiendo cerca. Las sombras en las paredes se movían sin molestar, formando un fondo cálido que lo envolvía todo. No había interrupciones. No sobraba nada. Solo estaban ellas, vivas, presentes en ese instante.
Caitlyn temblaba un poco, pero no era miedo. Era lo que pasa cuando dejas ver todo lo que sientes. Sabía que su canción no fue una actuación ni una broma. Fue una confesión. Una forma de decir "te amo" sin decirlo, y Vi lo había entendido.
—Cait… —Murmuró Vi, con un tono inseguro, como si le costara juntar las palabras. —Yo... yo también. También estoy locamente enamorada de tí.
Los ojos de Caitlyn se iluminaron de inmediato. Se mordió el labio, y esa frase, torpe pero honesta, fue como encajar la última pieza de un rompecabezas que llevaban armando en silencio desde hacía meses. Con una mirada intensa, sin más palabras, respondió con un beso. Uno más tranquilo, más firme. Un beso que no pedía permiso: afirmaba todo.
Vi se acomodó en el sillón, hundida en el respaldo como si quisiera desaparecer en él, y luego estiró los brazos para atraer a Caitlyn. Ella se dejó caer sobre su pecho, encajando la cabeza justo sobre el corazón de Vi, que latía con una calma nueva.
Las piernas de Cait se recogieron hacia un lado. Una de sus manos descansó sobre el pecho cálido de Vi, mientras la otra enredaba suavemente un mechón rebelde de su cabello. Vi la envolvió con ambos brazos, no para encerrarla, sino como un refugio. Su abrazo decía lo que ya no hacía falta decir: estás segura conmigo.
El fuego seguía parpadeando en la chimenea. Afuera, la lluvia caía suave, en gotas finas, apenas audibles. Cada una marcaba un ritmo ligero en el techo y las ventanas, como un susurro que acompañaba la respiración de ambas.
Dentro de la cabaña, el aire tenía ese tipo de quietud que solo llega después de soltar lo que pesa. Una calma tibia, hecha de silencios compartidos, de cuerpos cerca, de esa calidez que no viene solo del fuego.
Pasaron unos minutos en silencio, escuchando cómo la lluvia golpeaba suavemente las ventanas. Cada gota parecía marcar el ritmo de ese momento tranquilo, mientras algún trueno lejano recordaba que el mundo seguía ahí, aunque para ellas, el tiempo se hubiera detenido un poco.
Vi apoyaba el mentón sobre la cabeza de Caitlyn, abrazándola como si temiera que se fuera. Cait, por su parte, miraba el fuego, pero su mente estaba lejos, preguntándose cosas que aún no se atrevía a decir.
Hasta que, con voz baja y cuidada, Caitlyn rompió el silencio:
—Vi… No quiero que esto arruine lo que estamos sintiendo ahora, pero necesito preguntarte algo. No puedo dejarlo pasar como si no hubiera sido importante.
Vi bajó la mirada, sin soltarla. Seguía abrazándola con la misma fuerza, pero ahora estaba más tensa, más alerta.
—¿Qué pasa?
Caitlyn respiró hondo antes de hablar.
—Lo de hace unos días, en la cocina… —Hizo una pausa. —Fue un momento hermoso. Me sentí querida, deseada, pero cuando intenté tocarte… te alejaste. No estoy molesta, solo... me quedé pensando. Me sentí un poco insegura, como si hubiera hecho algo mal.
Se incorporó lentamente, sentándose con cuidado para poder mirarla a los ojos, sin romper el contacto entre ambas.
—No es que quiera que todo sea exactamente igual para las dos. No se trata de contar quién da más o menos. Solo... me importa cómo te sientes. También quiero darte, no solo recibir. Estar para ti como tú has estado para mí, desde siempre.
Un trueno lejano retumbó, haciendo que Vi pestañeara una vez, lento, como si su cuerpo registrara la vibración antes que su mente. La lluvia se volvió un poco más intensa, y en ese breve instante, Vi apretó un poco los labios, bajó la mirada, y sus cejas se fruncieron apenas. Como si esa descarga en el cielo le hubiera tocado algo por dentro y el cielo también la hubiera escuchado.
—Vi... siento que algo te está doliendo, y no quiero que te lo guardes. No quiero que lo que vivimos se llene de silencios que después duelan más.
Vi tardó en contestar, pero su mirada se hizo más seria, más densa. Sus ojos mostraban algo parecido a la preocupación, como si estuviera intentando encontrar las palabras correctas y no supiera por dónde empezar. Sabía que ese era el momento difícil, ese punto incómodo donde había que hablar, aunque no supiera cómo.
Se incorporó sin apuro y se sentó como siempre lo hacía cuando necesitaba pensar: las piernas abiertas, con firmeza, los codos apoyados sobre las rodillas. Entrelazó los dedos y comenzó a jugar con sus manos, girándolas despacio, una sobre la otra. Pensaba. Y mientras lo hacía, bajó ligeramente la cabeza, no por vergüenza, sino como quien se prepara para hablar de algo que lleva tiempo empujando hacia el fondo.
Aún estaban cerca. El calor entre ellas no se había ido.
—No me gusta que me toquen. —Dijo finalmente, con voz baja. —No sé explicarlo del todo. Es como si mi cuerpo se cerrara antes de que yo decida. Me pongo tensa, me bloqueo. No es algo contra ti. Es algo que simplemente… pasa.
Caitlyn no la interrumpió. Permaneció en silencio, con la mirada puesta en ella, atenta, presente, como si cada palabra que Vi decía estuviera siendo cuidadosamente recogida.
Vi bajó la vista un momento. Sus manos se apretaron un poco, como si esperara una reacción que no quería enfrentar.
—Vi… —Dijo Caitlyn con voz suave, midiendo cada palabra. —Aquella noche en la mansión, cuando estuvimos juntas… tú me dejaste tocarte. Estuviste ahí, conmigo, completamente. Por eso, ahora que te alejaste, no puedo evitar preguntarme qué cambió. Estoy tratando de entenderte, me dolió... pero más que nada… me preocupó sentirte tan distante cuando solo quería estar cerca de ti.
Caitlyn notó cómo Vi bajaba de nuevo la mirada, esa vez sin ocultarlo, como si ya no tuviera fuerzas para disimular. Sus dedos seguían girando uno sobre el otro, nerviosos, como si enredaran palabras que aún no sabía cómo soltar. No asintió ni negó, solo se quedó quieta, con la mandíbula tensa y los ojos fijos en el fuego. Era como si esperara que las llamas pudieran ordenarle el alma, o al menos darle algo que decir sin que doliera tanto.
—Esa versión de mí... —Susurró, con un hilo de voz. —No sabía todo lo que había vivido. No entendía aún lo que significaba ser tocada... no de forma real. Todo lo que había aprendido a olvidar seguía enterrado.
Caitlyn se quedó en silencio unos segundos. Respiró hondo, como si necesitara espacio para entender todo lo que acababa de escuchar. Su cara no mostraba juicio ni lástima, solo una atención completa. Después, con suavidad, estiró la mano y tomó las de Vi entre las suyas. No apretó, no forzó nada. Solo dejó que el contacto hablara por ella, diciendo sin palabras que estaba ahí, que no se iría.
—No espero entenderlo todo. —Dijo con voz baja. —Pero sí estoy aquí para caminar a tu lado mientras decides mostrarme lo que puedas. Esto no es una deuda, no tienes que compensar nada, no estamos compitiendo, solo estamos… avanzando, como somos ahora.
Vi dejó escapar el aire que retenía. No era alivio, pero sí una rendija por donde su cuerpo soltó parte de la tensión.
Caitlyn no la empujaba. No llenaba los silencios con frases vacías. Solo se quedaba, respirando a su lado. La habitación parecía contener el aliento con ellas, mientras el fuego crepitaba bajo, como si también esperara.
Y entonces, la lluvia golpeó con aún más fuerza. Las gotas rebotaban en las ventanas con un ritmo irregular, más marcado, más presente. Como si el cielo quisiera recordarles que no estaban solas. Vi tragó saliva y cerró los ojos con fuerza. Bajó la mirada aún más y frotó sus piernas con ambas manos, como si intentara reconectar con su cuerpo. Sus dedos temblaban, pero ya no se escondía.
—Tenía catorce años cuando me encerraron en Stillwater. —Dijo finalmente, con la voz rasposa, como si cada palabra rascara algo viejo y no del todo sanado.
Se detuvo. Su pierna temblaba sin control, el pecho subía y bajaba como si respirar fuera una tarea difícil.
—Era una niña, y ya me trataban como culpable... solo por existir, por haber nacido donde nací.
Llevó ambas manos a su rostro, deslizándolas desde el mentón hasta la cabeza, como si intentara peinar hacia atrás los recuerdos que aún dolían. Sus dedos se quedaron allí por unos segundos, aferrados a su cabello, antes de bajar con lentitud. Cuando sus manos volvieron a descansar sobre su regazo, sus ojos ya estaban vidriosos, empañados por el peso de lo vivido. Miró el fuego con fijeza, como si entre las llamas pudiera encontrar una explicación, un sentido breve, aunque fuera fugaz, para todo ese pasado.
—Los guardias... eran monstruos. Me golpeaban por cualquier cosa, por hablar, por mirar, por respirar... Por no saber quedarme quieta.
Su voz se quebró, cortante, como cristal al romperse.
—También hacían otras cosas... Cosas que me rompieron, me partieron en más pedazos de los que yo sabía que tenía.
Vi llevó la mano hasta su boca, como si el impulso de hablar hubiera llegado antes que su decisión. Luego la deslizó hacia abajo, rozando la barbilla y siguiendo la línea de su mandíbula en un gesto lento, casi nervioso, como si intentara acomodarse el rostro antes de levantar la vista. Finalmente, alzó los ojos hacia Caitlyn, sin ocultarse, dejándose ver por completo.
—No es que no quiera estar contigo. Es que hay partes de mí que reaccionan solas, como si todo lo malo regresara sin avisar.
Tocaba su pantalón con los dedos, inquieta, como buscando consuelo.
—Lo que me pasó no se fue, se quedó grabado. Es como si mi cuerpo tuviera memoria propia, me asusto, me tenso, aunque sé que contigo estoy segura. No siempre entiendo por qué, pero sucede, como si el pasado se colara cuando menos lo espero.
Bajó la cabeza, no por vergüenza, sino porque estaba agotada. Caitlyn la abrazó en silencio, con calma.
Vi se apoyó en el pecho de Caitlyn, firme al principio, como si su cuerpo aún buscara sostener la dignidad entre los restos del dolor. Pero segundo a segundo, esa rigidez empezó a deshacerse. Su frente tocó la tela caliente de la ropa de Caitlyn, y luego sus hombros bajaron, como si ya no pudiera luchar contra el cansancio de tanto silencio. Cayó de a poco, rendida, dejando que las pocas lágrimas que salían fueran profundas, pesadas, de esas que no necesitan cantidad para romper lo que queda en pie.
Caitlyn no la soltó. La sostuvo con ternura, con una mano en su nuca y la otra en su espalda, como si con ese abrazo pudiera decirle que ya no estaba sola.
—Nadie más va a tocarte, ni herirte, ni romper lo que ya estás reconstruyendo. —Dijo Caitlyn, su voz baja pero firme, cargada de una determinación que parecía envolverlas. Inclinó un poco el rostro, acercándose con cuidado, y deslizó su mejilla por el cabello de Vi en una caricia muda. Fue un gesto suave, casi imperceptible, pero lo bastante íntimo como para decirlo todo sin palabras. —No mientras yo respire a tu lado.
Vi temblaba un poco, pero no se apartó. Su voz salió apagada, apenas un suspiro contra la ropa de Caitlyn.
—Ninguna niña debería pasar por algo así. Nadie me cuidó cuando más lo necesitaba. Me dejaron sola... y me quitaron todo.
Las palabras de Vi salieron a trozos, como si cada una pesara más al pronunciarla.
Caitlyn cerró los ojos un segundo, conteniendo las lágrimas que empujaban desde adentro. Pero se mantuvo firme por Vi. Notaba cómo el cuerpo de ella respiraba de forma irregular, cómo su espalda subía y bajaba como si el aire también doliera.
Vi no lloraba con desesperación, sino como alguien que por fin permite que el peso acumulado se vaya.
—Me cuesta confiar en que no va a doler, pero contigo… contigo lo intento.
Se quedó en sus brazos, hecha un ovillo, frágil pero sincera.
Caitlyn no dijo nada. Solo la sostuvo con más fuerza, como si pudiera ayudar a reconstruir algo roto sin necesidad de palabras.
Vi alzó lentamente la cabeza, buscó sus ojos. Tenía los párpados húmedos y la piel enrojecida, pero en su mirada había algo. Un brillo leve, incierto, pero real. Tal vez no era alivio. Tal vez ni siquiera era consuelo. Pero sí era un inicio pequeño, algo parecido a esperanza.
Caitlyn levantó la mano y le acarició la mejilla con suavidad. Le temblaba un poco.
—Lo siento. —Susurró. —No quería hacerte revivir todo eso.
Vi negó suavemente con la cabeza. No dijo nada, pero su expresión lo decía todo: "No es tu culpa". Y en ese silencio que quedó, no hubo tensión, Solo una pausa tranquila que les dio espacio para respirar, para quedarse ahí, juntas. Eso bastaba.
Caitlyn, con una ternura que no tuvo que pensar, le tomó la mano. No para guiarla, ni para empujarla a nada, solo para que Vi supiera que no necesitaba decir nada más. Que no tenía que moverse, ni hacer algo en especial. Que estar ahí, con ella, ya era suficiente.
—No voy a dejarte sola en esto. —Dijo Caitlyn, con una sonrisa que tenía más fuerza de la que aparentaba. —No vamos a huir. Y si decides intentarlo... sé cómo empezar. Con paciencia, con cuidado, con lo que tú mereces. Sin cargar sola con nada.
Vi no dijo nada, pero algo en ella cambió. Sus hombros, que llevaban tanto encima, bajaron lento, como si soltara parte de esa carga invisible. Su respiración se volvió más profunda, más estable, como si el cuerpo recordara lo que era estar a salvo. No era un alivio total, pero sí una calma nueva. En su cara apareció un gesto distinto. Pequeño, casi imperceptible, pero sincero.
Vi se quedó callada unos segundos. Se mordió el labio, bajó un poco la mirada y luego la levantó de nuevo. Respiró profundo.
—Quiero intentarlo... —Dijo, con la voz temblando apenas. —Pero solo si tú también quieres. Si no, está bien. Podemos esperar. No tiene que ser ahora. Tal vez otro día, cuando estemos más tranquilas... cuando todo pese menos.
Movió la mano con torpeza, como si no supiera cómo explicar todo lo que sentía.
Caitlyn le sonrió con ternura, esa mezcla de cariño y paciencia que solo se tiene cuando de verdad te importa alguien. Levantó una ceja y le acarició la mano, despacio, como diciéndole que estaba ahí.
Entonces se levantó con esa forma tranquila y elegante que tenía, y soltó la mano de Vi con cuidado. Caminó hacia la entrada. Afuera, la lluvia había bajado su intensidad, y ahora solo caían gotas finas por la ventana. Se quedó mirando por un momento el cristal, como si buscara la señal de que era el momento.
Vi no entendía muy bien qué pasaba, pero no sentía miedo. Caitlyn se acercó, le ofreció la mano con una mirada firme pero suave, como si le dijera sin hablar: "Confía en mí".
—Ven.
Vi tomó su mano. Fue un apretón leve, pero lleno de significado. No hubo palabras, pero en ese gesto había una aceptación silenciosa. Salieron de la cabaña juntas, bajo la lluvia fina que seguía cayendo como un susurro constante. El sonido de las gotas sobre el techo se transformó en un murmullo entre las hojas, y el suelo mojado crujía apenas bajo sus pasos. El aire olía a tierra fresca, viva.
Caminaban de la mano, sin hablar. Vi la seguía, sin entender del todo hacia dónde iban, pero sin dudar. Había algo en la manera en que Caitlyn la guiaba que le impedía preguntar. El silencio entre ellas era tan íntimo, tan cargado de sentido, que romperlo habría sido casi un sacrilegio.
La lluvia persistía, ahora transformada en gotas delgadas y espaciadas, como caricias que caían del cielo con delicadeza. Vi seguía cada paso de Cait con cuidado, sin saber por qué su pecho latía más rápido.
Y entonces, sin aviso, el bosque se abrió ante ellas y apareció el lago. El mundo pareció contener la respiración. El agua, inmóvil, reflejaba la luna con una claridad imposible. Solo la llovizna rompía esa quietud, dibujando círculos suaves en la superficie. Una neblina baja flotaba sin prisa, como si el tiempo se hubiera detenido.
Caitlyn se detuvo justo en el borde, donde el agua comenzaba a tocar la tierra. Se quedó ahí, en silencio. Luego se giró para mirar a Vi. Sus ojos no pedían nada. No esperaban nada. Solo ofrecían.
[3] Sin decir nada, Caitlyn comenzó a desvestirse con una calma precisa, casi ceremoniosa. Cada movimiento tenía intención. Primero las botas, que soltaron un leve crujido al caer. Luego la chaqueta, que resbaló por sus brazos como si el aire mismo la ayudara. El resto de su ropa fue dejando su cuerpo poco a poco, húmeda por la llovizna suave que no dejaba de caer.
Vi la observaba sin moverse. Sus labios se entreabrían sin que se diera cuenta, y sus mejillas ardían con un calor tímido. No era solo deseo. En sus ojos había una mezcla de asombro, ternura y respeto. No se sentía invitada a mirar, pero tampoco apartó la vista. Porque Caitlyn no ocultaba nada, no se cubría ni buscaba provocarla. Estaba ahí, completamente expuesta, y sin embargo más segura que nunca.
La lluvia acariciaba su piel como un manto casi invisible. La luz de la luna la bañaba entera, haciendo que su figura brillara apenas, como una escultura viva. Y en esa quietud, en esa forma de mostrarse sin miedo, había un mensaje claro: no vengo a imponerme, vengo a estar contigo, a compartir este frío, esta agua, esta vulnerabilidad.
Vi sintió un nudo en la garganta. La mirada de Cait no buscaba seducirla. Le ofrecía algo real. Una tregua y un refugio.
Y en ese instante, Vi se sintió menos sola. Sintió que quizás podía dejar de estar siempre a la defensiva. Que podía dejarse caer un poco… y alguien estaría allí para sostenerla.
Caitlyn entró al lago sin mirar atrás. El agua la envolvió con una calma casi solemne, como si supiera lo que esa noche significaba. Dio unos pasos hasta quedar sumergida hasta los hombros, y allí se detuvo. Cerró los ojos un instante, dejando que la lluvia y el lago se confundieran sobre su piel.
Después, con los dedos empapados, llevó ambas manos hacia atrás y alisó su cabello. El gesto fue lento, sin apuro, y dejó que el agua escurriera por su espalda como si la lavara por dentro también. Abrió los ojos y giró la cabeza. No dijo nada, pero su mirada buscó a Vi con una claridad que cortaba el aire. Con un leve gesto de cabeza, la invitó.
Vi tragó saliva. Se quitó la chaqueta con movimientos lentos, luego los guantes húmedos. Bajó la cremallera de sus botas y las dejó a un lado, sintiendo el frío del suelo filtrarse a través de sus calcetines, que también se quitó con cuidado. Después vino la camiseta, que resbaló por sus brazos como si el aire la empujara. Finalmente, desabrochó los pantalones, los deslizó por sus piernas y los dejó junto al resto, quedando en bóxers y las vendas que aún cubrían su torso.
La llovizna le acariciaba los hombros como dedos suaves, y por un segundo se quedó quieta. Dudó, pero no retrocedió. Dio un paso hacia el agua, con la piel erizada y el corazón latiéndole como si se preparara para saltar desde una altura imposible.
El primer contacto fue como una descarga, pero no huyó. Siguió avanzando, despacio, con esa mezcla de miedo y necesidad que tienen las decisiones importantes. Caitlyn no se movía, pero su presencia llenaba el lago entero. Estaba ahí, abierta, sin exigencias, como un refugio.
Vi se detuvo. Sus ojos se encontraron, y fue como si el mundo dejara de hacer ruido. El agua le subía por las piernas, pero lo que la estremecía era esa calma cargada, ese momento suspendido.
Cait alzó una ceja y le sonrió, apenas. Vi respiró hondo, dio otro paso, y otro, hasta que la distancia entre ellas desapareció, y solo quedó el calor compartido bajo la lluvia.
Alzó la mano despacio, acercándola a las vendas que aún cubrían el torso de Vi. Pero se detuvo justo antes de tocarlas. La miró a los ojos, no había apuro. Solo la intención de hacer todo bien.
—¿Puedo… ayudarte con esto? —Susurró.
Vi tragó saliva. Sus ojos brillaban bajo la lluvia. No habló de inmediato, solo asintió, muy leve, como si ese gesto le costara más que cualquier batalla.
Pero Cait no se movió todavía. Dio un paso más cerca y negó con la cabeza, suave, con firmeza tierna.
—No solo quiero que lo permitas. —Dijo. —Quiero que lo digas tú, que lo elijas tú, aquí puedes hacerlo.
Vi bajó la mirada, y luego volvió a subirla. Su voz salió baja, frágil pero firme.
—Sí… quiero que lo hagas.
Cait se acercó en silencio. Sus dedos tocaron el nudo de las vendas con cuidado, como si sostuviera algo sagrado. No tiró de inmediato, la miró. Vi asintió de nuevo, más segura esta vez.
La tela se soltó lentamente. Las vendas resbalaron una a una, dejando al descubierto la piel marcada por historias viejas. Cait no bajó la mirada de inmediato. Se quedó ahí, frente a ella, viéndola completa. Vi respiró hondo, sin moverse. Y entonces Cait bajó la vista, despacio, con la misma delicadeza con la que uno abre los ojos al amanecer.
Caitlyn alzó la mano y dejó que sus dedos se deslizaran por el pecho de Vi, apenas rozando la piel mojada. Fue un toque tan suave que pareció dibujar un suspiro en el aire.
Vi reaccionó de inmediato, casi por reflejo. Se acercó y la rodeó con un brazo firme, atrayéndola hacia sí como si necesitara afirmarse en algo conocido. Control, quizás, pero Cait se mantuvo firme. Le puso una mano en el pecho, no para alejarla, sino para sostenerla justo ahí.
—No, Vi. —Su voz fue baja, íntima. —Esta vez… déjame a mí.
Vi respiró hondo. No se apartó, pero tampoco insistió. Y cuando Cait le tomó la mano, no dudó. La dejó guiarla al centro del lago, donde el agua las envolvía sin peso. Cait aún de pie, Vi flotando, apenas sostenida por esa mezcla de agua y presencia.
Vi bajó la mirada un segundo.
—No sé nadar… —Dijo, como si el agua pudiera tragar algo más que su cuerpo.
Cait no respondió con palabras. Sonrió y la atrajo con lentitud, rodeándola bajo el agua. La sostuvo, la mantuvo a flote con brazos que no temblaban.
—No importa. —Susurró cerca de su oído. —Aquí no tienes que saber nada. Yo te sostengo.
Vi rodeó el cuello de Caitlyn con ambos brazos. Apoyó la cabeza en su piel mojada y tibia, como si buscara un lugar seguro. Cait pasó su mano lentamente por la espalda de Vi, bajando hasta su cintura. Cada caricia era suave, como si pidiera permiso sin decirlo.
La movió con cuidado, como si flotaran juntas. Sus dedos tocaron la tela mojada del bóxer, sin apuro, como si esperara una señal. La lluvia seguía cayendo, fría, pero entre ellas había algo que seguía cálido.
—Si algo no te hace sentir bien… me detengo. —Murmuró Cait, bajito, casi sobre su oído.
Vi no respondió. Solo asintió muy leve, sin levantar la cabeza. Seguía ahí, hundida en la clavícula de Cait, como si ese rincón fuera lo único que todavía le ofrecía refugio. El aliento le chocaba suave contra la piel mojada.
Cait bajó la mano con lentitud, con el tipo de cuidado que se tiene al tocar algo que duele. Llegó al borde del bóxer y lo fue deslizando, dejando que el agua hiciera más fácil el movimiento, sin sacar a Vi de ese abrazo ni forzar la mirada.
Vi soltó una risa bajita, casi temblorosa, como quien no sabe si está bromeando o llorando.
—¿Con una sola mano, comandante? Me impresionas…
Las dos rieron bajito, compartiendo el momento. Cait no respondió, solo sonrió también, y con un movimiento tranquilo, terminó de quitarle el bóxer.
Caitlyn la sostuvo con más fuerza, atrapando el cuerpo de Vi contra el suyo como si temiera que escapara con la corriente. Sus labios rozaron primero la comisura de su boca, luego lentamente descendieron por la mandíbula hasta llegar al cuello, donde se entretuvo saboreando la suavidad húmeda de su piel. Vi inclinó la cabeza ligeramente hacia atrás, exponiendo su garganta en un gesto de entrega silenciosa. Cait besaba cada centímetro con lentitud casi dolorosa, disfrutando del sabor de la lluvia mezclada con el calor salado de la piel de Vi.
Las manos de Vi se aferraban con delicadeza al rostro de Cait, acariciando su mejilla, siguiendo el contorno de su mandíbula, sus dedos se enredaban suavemente en el cabello mojado. Sus cuerpos se movían lentamente bajo el agua, cada roce amplificando la intensidad de la sensación compartida. Vi cerró los ojos por un instante, dejándose llevar por ese ritmo pausado y cargado de significado.
Caitlyn bajó la mano derecha con una calma intencional, acariciando la espalda de Vi con suavidad extrema antes de dirigirse lentamente hacia sus muslos. Cada caricia parecía una pregunta muda, un permiso que solicitaba y obtenía con cada suspiro. Sus labios nunca se apartaron por completo, continuaron explorando su piel en pequeñas pausas llenas de ternura y deseo contenido.
Finalmente, con los dedos apenas temblando de anticipación, Cait acarició la parte interna de los muslos de Vi, ascendiendo muy lentamente, deteniéndose justo al borde de la intimidad, rozando con una suavidad calculada sobre la tela mojada. Sintió cómo el cuerpo de Vi se tensaba de inmediato, notando el calor ardiente que emergía bajo sus dedos.
Se detuvo apenas, elevando la mirada para buscar los ojos de Vi. Su respiración chocaba suavemente contra el rostro húmedo de su compañera mientras sostenía su rostro muy cerca del suyo, en una proximidad íntima y silenciosa.
—¿Todo bien? —Susurró con voz profunda, llena de cuidado y promesa, manteniendo su mano quieta en esa frontera sutil.
Vi sostuvo la mirada por un instante largo, intenso, cargado de emoción. Sus labios se curvaron lentamente en una sonrisa que era mitad súplica, mitad entrega absoluta.
—Sigue… —Susurró con voz temblorosa, antes de acercarse para besarla, hundiendo sus labios contra los de Cait en un encuentro lento, profundo, lleno de confianza y deseo.
Mientras el beso se hacía más profundo, Caitlyn dejó que sus dedos se deslizaran en su interior con suavidad infinita, entrando lentamente, centímetro a centímetro, como si cada pequeño avance fuera una promesa silenciosa, susurrada directamente a la piel de Vi.
Vi reaccionó inmediatamente. Sus labios entreabiertos dejaron escapar un jadeo suave, mezcla perfecta entre sorpresa y placer. Sus ojos se cerraron por un instante, sus cejas se arquearon levemente, expresando ese placer sutil pero imparable. Sus caderas buscaron instintivamente más cercanía, arqueándose hacia Cait en un movimiento lento, intenso, casi desesperado.
Cait la sostuvo firmemente con el brazo que rodeaba su cintura, manteniéndola cerca, sintiendo cómo cada pequeña embestida de sus dedos arrancaba de Vi gemidos cada vez más hondos y desinhibidos. Sus labios descendieron nuevamente hacia su cuello, saboreando lentamente la piel húmeda, marcada por el pulso acelerado de Vi, mientras la lluvia resbalaba por ambas, mezclándose con su respiración agitada.
Vi, con las piernas apretadas firmemente alrededor del cuerpo de Caitlyn, la encerraba en un abrazo desesperado y posesivo. Sus muslos temblaban bajo el agua con cada movimiento profundo de Cait, sus pezones endurecidos rozaban constantemente la piel cálida de Caitlyn, intensificando aún más su placer.
El agua se movía en suaves oleadas, testigo silencioso de cada embestida lenta pero decidida. Caitlyn sentía la tensión creciente en cada respiración agitada de Vi, la veía en cada contracción de sus músculos, en la manera en que su espalda se arqueaba ligeramente, como ofreciéndose al placer que ella le estaba dando.
Cait miraba a Vi con absoluta devoción, cada movimiento cuidadosamente controlado para llevarla al borde de la locura. Su pulgar se movía con precisión exacta, haciendo círculos lentos y firmes, mientras sus dedos exploraban más profundamente con reverencia absoluta.
Vi abrió los ojos lentamente, nublados por el placer y la vulnerabilidad. Su rostro estaba ruborizado, sus labios entreabiertos dejando escapar gemidos suaves y temblorosos. Sus manos se aferraron con más fuerza al cabello mojado de Cait, necesitando sentirla más cerca, anclándose a ella como si fuera la única certeza en medio de un mar infinito.
—Más, Cait… por favor… —Rogó, con una voz quebrada de deseo.
Caitlyn obedeció al instante, incrementando el ritmo con una ternura casi salvaje. Cada empuje era calculado, cada roce perfectamente diseñado para llevar a Vi al borde de la locura.
—Mírame. —Susurró Cait, con una voz que era pura ternura y puro deseo. —Quiero verte cuando te rompas… para poder sostenerte.
Vi abrió los ojos lentamente, cargados de deseo y vulnerabilidad. Lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia en su rostro ruborizado, dibujando senderos que Caitlyn seguía con absoluta devoción. Sus labios temblaban, apenas entreabiertos, dejando escapar suspiros que resonaban íntimos, urgentes, necesitados.
Caitlyn profundizó sus movimientos, con dos dedos enterrados en el calor de Vi, embistiéndola lentamente pero con firmeza. Su mano libre sostenía con fuerza las nalgas de Vi, empujándola suavemente contra su cuerpo, asegurando que cada embestida la penetrara aún más profundamente. La tensión en sus músculos era visible bajo la piel mojada, cada movimiento una entrega absoluta.
Sus miradas se mantenían unidas, ojos entrecerrados, respiraciones entremezcladas, sintiendo el calor de sus alientos como un vínculo más íntimo que cualquier palabra. Los labios de Caitlyn permanecían entreabiertos, jadeando suavemente, mientras observaba cada pequeña reacción en el rostro de Vi, como si cada gesto fuera un tesoro que quisiera memorizar para siempre.
Vi se arqueaba en sus brazos, su cuello expuesto hacia atrás, sus labios abiertos en gemidos profundos, crudos y sin filtro. Su rostro estaba ruborizado, sus ojos nublados por el placer, mientras cada respiración se convertía en una súplica, cada jadeo en una declaración de absoluta entrega.
Caitlyn contemplaba el rostro de Vi con fascinación absoluta, adorando cada temblor, cada suspiro, cada indicio de placer que aparecía en su expresión. Su propia respiración se aceleraba al ritmo del placer de Vi, sintiendo cómo ese deseo compartido le quemaba la piel.
—Cait… estoy… tan cerca… —Susurró Vi, con voz rota por la intensidad del momento.
—Lo sé, amor… —Susurró Cait, sus labios rozando suavemente los de Vi, entregándole cada palabra como una promesa absoluta. —Déjate ir… estoy aquí. Te sostengo.
Con una última embestida lenta, profunda, casi reverencial, Caitlyn sintió cómo Vi comenzaba a desmoronarse completamente en sus brazos. El cuerpo de Vi se tensó por completo, cada músculo vibrando intensamente bajo la piel mojada, estremeciéndose en oleadas irresistibles que la atravesaban una y otra vez, imparables, inevitables. Vi dejó escapar un gemido profundo, quebrado, casi desgarrador, devorada por un placer absoluto que parecía consumir cada fibra de su ser. Sus sentidos se desbordaron, sus pensamientos se disolvieron en una explosión devastadora y liberadora, dejando tras de sí años de dolor y angustia.
Sus ojos, abiertos apenas, revelaban una vulnerabilidad desnuda, una entrega completa, absoluta. Lágrimas cayeron sin control, resbalando por sus mejillas mezclándose con las gotas de lluvia y el agua tibia del lago, lavando cada miedo, cada herida antigua en un gesto simbólico de liberación. Sus manos temblorosas se aferraban desesperadamente a la espalda de Caitlyn, clavando las uñas en su piel, como si solo así pudiera mantenerse anclada en esa realidad hermosa y aterradora al mismo tiempo.
Caitlyn la sostenía con una firmeza que era al mismo tiempo suave y protectora, sus dedos acariciaban con suavidad la piel de Vi, sosteniéndola cerca, asegurándose de que se sintiera segura en cada segundo de esa intensa experiencia. Su mirada no se apartaba jamás del rostro de Vi, capturando cada mínimo gesto, cada contracción, cada jadeo suave que escapaba de sus labios entreabiertos y trémulos.
—¿Estás bien? —Susurró Caitlyn, con voz tan baja y tierna que apenas rompía el silencio cargado de emoción. Su aliento tibio rozaba los labios de Vi, quien jadeaba suavemente, aún perdida en el éxtasis. —¿Te lastimé?
Vi negó lentamente, incapaz todavía de encontrar palabras claras, sus ojos nublados por el placer y el alivio profundo de haber confiado plenamente en alguien más. Finalmente, respirando profundamente, levantó la vista y enfrentó los ojos cálidos de Caitlyn. Su mirada era brillante, húmeda de lágrimas y llena de gratitud, felicidad, y sobre todo, asombro por lo que acababa de vivir.
—Me siento… fantástica. Jodidamente fantástica. —Dijo Vi con voz ronca, impregnada de una verdad que apenas comenzaba a entender, y una sonrisa insegura y temblorosa apareció lentamente en su rostro.
Caitlyn tomó aire profundamente, sintiendo cómo su propio corazón latía acelerado de orgullo, felicidad y ternura. Con infinito cuidado, tomó el rostro de Vi entre ambas manos, acariciando lentamente cada línea de sus mejillas ruborizadas, explorando con ternura infinita cada centímetro de piel que había sido testigo de ese momento trascendental. Sus labios se posaron repetidamente sobre los de Vi en pequeños besos suaves, cargados de adoración, respeto y profundo afecto. Cada beso parecía decir mil palabras que sus voces no podían expresar; cada roce era una promesa renovada de cuidado y devoción.
Caitlyn sintió cómo una lágrima solitaria escapaba de sus propios ojos, deslizándose lentamente hasta mezclarse con las gotas de agua que recorrían su rostro. Cerró los ojos un instante, dejando que esa emoción profunda la embargara por completo, antes de abrirlos nuevamente, brillantes y sinceros, para mirar fijamente a Vi.
Con un último suspiro lleno de emoción contenida, Caitlyn la abrazó con una intensidad silenciosa, aferrándose a ella como si deseara mantenerla allí para siempre, protegerla del mundo entero. Permanecieron así por un minuto eterno, simplemente sosteniéndose la mirada en silencio, muy cerca la una de la otra, compartiendo una complicidad íntima que no requería palabras. Las sonrisas aparecieron lentamente entre suspiros suaves, como confirmando sin decir nada que aquello era real, que ambas estaban allí, sostenidas mutuamente por sus manos, por sus miradas y por una confianza absoluta que jamás podría romperse.
El silencio entre ellas duró apenas unos segundos, pero tenía el peso de una eternidad compartida. Caitlyn respiró hondo, con los ojos aún brillosos por la emoción, y con una sonrisa que le temblaba en los labios, la dejó escapar.
—Lo sabía… —Susurró, con esa voz baja que se cuela entre las grietas de lo solemne y lo tierno, apenas un poco ronca, como si ella también se estuviera recomponiendo. —Soy una diosa del placer. Una leyenda viviente. Van a tener que poner mi nombre en una placa dorada o algo así, mínimo.
Vi parpadeó, incrédula, y soltó una carcajada que le salió rota, rasposa, mezcla de alivio, amor y agotamiento. El cambio de tono la tomó por sorpresa, y agradeció en silencio ese don que Caitlyn tenía de saber cuándo devolverla al presente.
—Eres… —Vi se soltó con suavidad del abrazo de Caitlyn, como si necesitara un respiro solo para recuperar la risa. Se alejó apenas unos pasos, el agua le llegaba al pecho, suficiente para mantenerse de pie sin hundirse. El movimiento fue lento, casi juguetón, y sus ojos nunca se apartaron de Cait.
La miró con esa chispa brillante entre el cariño y la burla, esa expresión que solo ella podía conjurar cuando el amor y el sarcasmo bailaban juntos. Ladeó un poco la cabeza, sonrió de lado… y sin previo aviso, con un gesto rápido de sus brazos, le lanzó un buen chorro de agua directo al rostro.
—Modesta como siempre… —Dijo, con una ceja levantada y una sonrisa de ironía dibujada con precisión en sus labios.
Cait se encogió de hombros como si realmente no pudiera evitarlo. Sonrió con descaro, aunque la dulzura en su mirada seguía intacta, como si el corazón aún estuviera hablando por encima del ego. Nadó hacia ella y la rodeó otra vez, con ese mismo abrazo suave pero firme, ese que sostenía más que cuerpos: sostenía verdades.
La besó con lentitud, con esa paciencia de quien no tiene prisa porque ya encontró el lugar al que pertenece. Un beso que no buscaba más, solo afirmaba. Vi le devolvió el beso con la misma entrega, ahora con una sonrisa en medio.
—Si no lo digo yo, ¿entonces quién? —Repitió Cait con una sonrisa ladeada, la voz aún temblorosa por la risa, pero con un fondo de ternura que no se despegaba de sus palabras.
Caitlyn bajó la cabeza despacio y apoyó su frente contra la de Vi. Las dos cerraron los ojos al mismo tiempo, como si entendieran que también se podía abrazar sin tocar.
El agua se movía tranquila a su alrededor. Estaban muy cerca, respirando igual, compartiendo un silencio que se sentía cómodo y bonito.
Bajo el agua, sus manos se encontraron sin pensarlo, como si supieran exactamente a dónde ir. Se entrelazaron con una naturalidad que no necesitaba explicación. Se dieron otro beso, lento, tierno, lleno de esa calidez que no necesita apuro.
Permanecieron así, abrazadas en medio del lago, dejando que el agua las rodeara. Caitlyn la sostuvo con fuerza, como si pudiera guardar ese instante solo apretándola un poco más.
Se miraron muy cerca, sin necesidad de hablar. Sus manos subieron despacio, recorriendo mejillas húmedas con dedos temblorosos. Sonrisas pequeñas. Respiraciones mezcladas. Todo en silencio, todo en calma.
En ese momento, hasta la lluvia, que había estado presente todo el tiempo como si también quisiera ver lo que ocurría, se detuvo. El mundo, por un instante, pareció hacer una pausa. El amor estaba ahí, claro y real, sin necesidad de explicarlo con palabras.
A la mañana siguiente, una luz suave se filtraba por las cortinas. Caitlyn fue la primera en abrir los ojos. Tardó unos segundos en ubicarse, pero al sentir el calor encima suyo, lo recordó: la noche en el lago, los abrazos bajo el agua y lo que vino después, más intenso, más sincero, como si ya no tuvieran nada que esconder. Estaban desnudas, cubiertas apenas por una sábana de seda que llegaba solo hasta la cintura.
Vi dormía profundamente, con la cabeza apoyada entre los pechos descubiertos de Caitlyn, aferrada a ella como si el sueño no bastara para separarlas. Cait no quiso moverse. Pasó los dedos por su espalda con cuidado, reconociendo cada parte como quien recorre algo conocido y querido.
Entre sus pechos, el cabello de Vi estaba enredado, todavía un poco mojado. Caitlyn sonrió al ver lo despeinada que estaba. Bajó la mirada y se rió en silencio: Vi tenía la boca entreabierta y una pequeña línea de baba le bajaba por la barbilla hasta su piel. Era una imagen graciosa y tierna que Cait supo que nunca olvidaría.
—Eres arte, cariño… —Murmuró Cait, acariciando su cabello con los labios apenas rozándole.
Se quedó quieta, mirándola, deseando que ese momento durara para siempre. Justo cuando pensó que Vi seguiría dormida un rato más, sintió cómo se movía. Primero fue un suspiro, luego un pequeño estirón y el roce de sus piernas, aún enredadas bajo la sábana.
—Buenos días… amor… —Murmuró Vi sin abrir los ojos, con la voz ronca por el sueño.
Cait sonrió y la abrazó más fuerte, como si no quisiera soltarla nunca.
—Buenos días, mi vida.
Vi sonrió también, sin abrir los ojos. Se estiró como un gato perezoso y buscó los labios de Caitlyn, dándole varios besos suaves, como si quisiera recordarle cuánto la quería.
—¿Qué vamos a hacer hoy, en nuestro último día de descanso? —Preguntó con ese tono que mezclaba broma y cariño.
Cait se rió bajito, su nariz rozando la frente de Vi.
—Nada. Hoy no hay planes. Dejé todo eso en Piltover, hoy solo quiero disfrutar.
Vi seguía recostada sobre el pecho de Caitlyn, pero esta vez juntó las manos justo encima, entrelazando los dedos, y apoyó su barbilla sobre los nudillos. La miraba desde abajo con una ceja levantada, medio sonriente, como si estuviera planeando algo.
—Eres una aburrida, comandante. —Dijo riendo. —Menos mal que yo sí tengo ideas.
Cait levantó una ceja, divertida.
—¿Ah, sí? ¿Qué ideas?
Vi no respondió al tiro. Se levantó de la cama con dramatismo, estirando su cuerpo desnudo como si supiera que estaba siendo observada, y sí lo sabía, Caitlyn la seguía con los ojos como si fuera un privilegio ganado.
Se puso unos bóxers y una playera sin mangas, blanca, simple, del tipo que Vi siempre usaba. Estaba arrugada, pero le quedaba perfecta.
—Voy a hacer el desayuno. Hoy cocino yo.
Caitlyn se sentó en la cama, aún sonriendo, pero con un toque de preocupación en la cara.
—Vi… tú sabes que la cocina no es tu fuerte, ¿verdad? La última vez fue un desastre...
Vi se rió mientras caminaba hacia la cocina, levantando el puño como si fuera una campeona.
—¡Hoy se come lo que yo diga! Y tú, Caitlyn Kiramman, te lo vas a tragar sin quejarte, con sonrisa incluida. ¿Entendido?
Cait volvió a recostarse, riendo sola.
—Y yo que pensé que lo más difícil de este viaje ya había pasado…
Minutos después, Vi volvió con una bandeja en las manos. Caitlyn se sentó, esperando ver algo sencillo o quemado, pero lo que traía la sorprendió. El olor era rico, con un toque de albahaca y limón que flotaba en el aire. Aunque no estaba decorado como en un restaurante, se notaba el esfuerzo: pan tostado con mantequilla de hierbas, frutas frescas acomodadas con cuidado, huevos bien cocinados con especias suaves, y una salsa cremosa hecha por Vi con tomates asados, pimientos dulces y un poco de miel.
Cait probó un poco y levantó las cejas, de verdad sorprendida.
—Está riquísimo. Y esta vez no estoy fingiendo, lo juro por todo lo que quiero.
Vi sonrió con orgullo, como si hubiera ganado un premio.
—¿Ves? No eres la única que ha mejorado estos días.
Cait la miró con interés mientras seguía comiendo.
—¿Y cómo aprendiste a hacer esto?
Vi ya había dejado la bandeja sobre sus piernas y se acomodó a su lado, con una sonrisa de travesura.
—Mientras tú dormías la siesta, yo leía libros de cocina a escondidas y hacía pruebas como una loca. Después escondía todo para que no te dieras cuenta. Capaz que todavía hay cáscaras enterradas por ahí… o tal vez los mapaches ya se las comieron.
Ambas se rieron, llenando la habitación con un sonido que parecía hacer desaparecer el resto del mundo. Mientras comían y bromeaban, la conversación se sentía natural, como si todo fuera nuevo otra vez. Entonces Vi, con una mirada traviesa, observó a Caitlyn mientras masticaba pan.
—¿Te gustan los tatuajes?
Caitlyn levantó la vista desde el pan que aún tenía en la mano, intrigada por la pregunta.
—Los tuyos me encantan. —Respondió con una sonrisa rápida. —Cada uno parece contar una historia.
Vi soltó una carcajada.
—No me refería a los míos, tonta. Me refería a si tú te harías uno.
Cait parpadeó, sorprendida, y luego sonrió de lado.
—Nunca lo he pensado… no creo que sea muy de mi estilo. ¿Te imaginas lo que dirían en el cuartel?
Vi alzó una ceja, divertida, y le dio un sorbo largo a su jugo.
—Pues es tu último día en esta cabaña perdida del mundo. El momento ideal para hacer algo que nadie más sepa. —Le guiñó un ojo, con una sonrisa que no prometía nada bueno. —Vístete.
Cait frunció el ceño, dejando lentamente el pan en el plato.
—Vi… si es lo que estoy imaginando, es una locura. Iría contra todo el protocolo de los ejecutores.
Vi no dijo nada. Solo siguió comiendo, con una sonrisa de niña traviesa que no necesita confesarse porque ya fue perdonada de antemano. Apenas terminaron, Vi desapareció. Cait pensó que habría ido a lavar los platos o a buscar más frutas. Pero cuando la vio volver, con esa mirada de quien lleva días organizando una sorpresa, supo que algo estaba por pasar. Vi le tendió la mano sin decir nada.
—Vamos. Tengo algo que mostrarte. —Dijo finalmente, con esa mezcla perfecta entre misterio y caos controlado.
Cait, ya vestida con unos pantalones suaves y una blusa ligera, dudó un segundo… pero igual tomó su mano. Y juntas, salieron de la cama, dejando atrás el olor a desayuno recién hecho y los platos aún calientes.
Vi la llevó por el pasillo hasta una de las habitaciones de la cabaña. Cuando Caitlyn entró, se quedó quieta, sorprendida.
[4]Sobre una camilla de masajes cubierta con una sábana limpia, Vi había preparado un espacio para tatuar. Había guantes, frascos de tinta, agujas esterilizadas y alcohol. Todo estaba improvisado, pero bien ordenado.
Caitlyn se quedó en la puerta, con una mezcla de curiosidad y un poco de miedo.
—¿De dónde sacaste todo esto?
Vi se dio vuelta, poniéndose los guantes con una sonrisa orgullosa.
—Lo planeé antes de que saliéramos de Piltover. Lo escondí entre mis cosas.
Cait cruzó los brazos y levantó una ceja, sonriendo con burla.
—Nunca pensé que tú, la reina del caos, fueras buena organizando cosas.
Vi soltó una risa grave y se sentó junto a la camilla.
—Cállate, Kiramman. También sé hacer cosas bonitas… para mi chica… si es que esa es la palabra correcta.
Caitlyn se rió, negando con la cabeza, pero volvió a mirar el set de tatuaje.
—¿Estás segura de que esto es seguro? —Preguntó, con los ojos bien abiertos.
Vi ya estaba ajustando con cuidado la aguja en la máquina y cargándola con tinta. Cada clic que hacía la hacía sonreír más, como si todo estuviera saliendo perfecto.
—Lo aprendí en prisión. Créeme, sé lo que hago.
Caitlyn no se movió del marco de la puerta.
—No lo sé, Vi… no me imagino como una ejecutora con un tatuaje, y mucho menos como comandante.
Vi se rió y le dio un golpecito a la camilla.
—Tranquila. No es en la cara, es en el hombro. Nadie va a notarlo, ni siquiera los del consejo. Solo yo… y con eso me basta.
Caitlyn la miró unos segundos, pensativa, y luego soltó un suspiro con una sonrisa resignada.
—No entiendo cómo lo logras, pero siempre termino diciendo que sí a tus locuras.
Pasó casi una hora. Vi trabajó concentrada, sin distraerse. Caitlyn, que al principio parecía tranquila, terminó con la cara hundida en una almohada y los dientes apretados por el dolor.
—Listo. —Anunció Vi al fin, dejando la máquina sobre la mesa.
Cait se giró despacio y soltó un suspiro exagerado.
—Por fin. Sentí como si me estuvieras tatuando con garras de un dragón.
Vi se rió mientras se quitaba los guantes.
—Vamos, Cait. Has sobrevivido a explosiones, balaceras, discursos del consejo... y a mí borracha. No te queda hacerte la delicada por unas agujitas.
Caitlyn sonrió, con esa mezcla de orgullo y vergüenza. Se incorporó con cuidado, girando el torso sin mirar aún.
—Bueno… ¿y qué fue lo que me tatuaste?
Vi levantó una ceja, con una sonrisa que mezclaba ternura y picardía.
—Nada de adelantos. Te dije que era sorpresa. Espera aquí.
Fue hasta un rincón de la habitación, rebuscó entre unas cosas y volvió con un pequeño espejo de mano. Se lo pasó a Caitlyn con una seriedad fingida, como si estuviera entregando una obra de arte.
Cait miró su reflejo en el espejo, enfocando su hombro derecho… y se quedó en silencio.
Allí, con líneas finas y un sombreado suave, había una mano levantando el dedo índice. En la última línea del dedo, un hilo rojo estaba atado con un pequeño nudo. El hilo seguía hasta el borde del hombro, como si aún no supiera a dónde ir.
—Vi… —Dijo Caitlyn en voz baja, sin poder esconder la sorpresa. —Es hermoso, pero ¿Qué significa?
Vi se sentó a su lado, apoyando el codo en la camilla, relajada.
—¿Has oído la historia del hilo rojo?
Caitlyn negó, todavía mirando el tatuaje con curiosidad.
—Dicen que hay un hilo invisible que une a las personas que están destinadas a encontrarse. No importa el tiempo, el lugar o lo que pase. El hilo puede enredarse o estirarse, pero no se rompe.
Cait miró de nuevo el tatuaje, esta vez con los ojos brillantes, entre emoción y orgullo. Sonrió apenas, sorprendida de cómo algo tan pequeño podía tener tanto significado. Entendía por qué dolía, y por qué valía la pena. Porque desde que conoció a Vi, todo había cambiado. Como si ese hilo hubiera tirado de ella desde el principio, llevándola directo a ella.
Vi se levantó, tomó la mano de Cait y la ayudó a ponerse de pie con cuidado. Luego, con una sonrisa traviesa, se recostó en la camilla donde hacía unos minutos había tatuado a Caitlyn.
—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Caitlyn, entre divertida y confundida.
Vi ya tenía la aguja en la mano y preparaba la tinta con calma.
—La otra punta del hilo tiene que ir a algún lugar, ¿no? —Dijo con una sonrisa en el rostro. —Me haré el mismo tatuaje en el hombro izquierdo. Pero necesito que me sostengas el espejo.
Cait la miró sorprendida mientras tomaba el espejo.
—Estás completamente loca.
—Y aún así me quieres. —Dijo Vi, guiñándole un ojo mientras se preparaba para tatuarse.
Pasaron casi dos horas. Tatuarse una misma era mucho más difícil. Vi hacía muecas, se detenía a cada rato para cambiar de posición o sacudir la mano que se le cansaba. Cait, sentada cerca, sostenía el espejo y la ayudaba con paciencia, dándole indicaciones suaves como: "Ahí no, un poco más arriba" o "Estás torciendo la línea".
—Podrías guardar silencio y dejar que me concentre. —Gruñó Vi en una de esas pausas.
—Si no te digo nada, ese trazo va a terminar pareciendo una caricatura en movimiento —Respondió Caitlyn, con una sonrisa que mezclaba burla y falsa superioridad. —Y créeme, mi sentido del orden no lo soportaría.
Cuando Vi por fin dijo "listo", el sol ya había cambiado de lugar y entraba con otra luz por la ventana. Cait se acercó con el espejo en la mano, y Vi giró el cuerpo con esfuerzo para mostrarle su hombro izquierdo.
El tatuaje no era perfecto. Las líneas eran más gruesas, menos simétricas. El sombreado era torpe en algunas zonas, y el hilo rojo parecía danzar como si el viento lo hubiera agitado. Pero era hermoso. Caótico, visceral, genuino. Tal como era Vi.
—Está precioso. —Dijo Caitlyn en voz baja, como si en esa imperfección pudiera leerse una historia completa.
Vi se encogió de hombros, fingiendo modestia.
—Tinta con actitud. Justo como yo.
Se pusieron de pie juntas, todavía envueltas en ese ambiente tranquilo y cercano. Vi se acercó y se colocó junto a Caitlyn frente al espejo. Cait todavía tenía el marco en las manos, y al ver sus reflejos lado a lado, no hizo falta decir nada.
Por la diferencia de altura, el tatuaje de Vi quedaba más cerca del borde superior de su hombro izquierdo, mientras que el de Caitlyn se asentaba un poco más abajo en el derecho. Pero visualmente, las dos manos tatuadas se encontraban. Una apuntaba a la izquierda, la otra a la derecha. Y el hilo rojo, aunque apenas visible, parecía cruzar el aire entre ambas, conectándolas como si fuera real.
Un hilo invisible y completo.
—Ahora sí. —Dijo Vi, con una sonrisa tranquila mientras observaban el reflejo. —El hilo está completo.
Caitlyn asintió, sin apartar la vista del espejo.
—Y si alguna vez me pierdo… sabré exactamente por dónde volver. —Dijo, bajando la voz.
Vi la miró de reojo, con ternura.
—Te juro que si te pierdes, yo voy a jalar de ese hilo hasta encontrarte.
Cait sonrió, apoyando la frente contra la de Vi.
—Entonces estamos a salvo. Las dos.
El resto del día pasó entre risas suaves, caminatas tranquilas por el bosque y silencios que se sentían cómodos, como si hablar fuera innecesario. Vi no dejaba de encontrar maneras de sorprender a Caitlyn, como si cada minuto antes de volver al mundo real tuviera que ser guardado como un secreto compartido.
La tarde comenzó a caer lentamente. El cielo tomó tonos dorados, y la luz se volvió suave, envolvente. Vi salió primero al jardín, se sentó en una de las sillas con los brazos cruzados y la mirada fija en el horizonte. Cerró los ojos por un segundo, respiró profundo, y los abrió otra vez como si buscara guardar esa imagen dentro de sí.
No mucho después, Caitlyn salió desde la cabaña, llevando en sus manos dos tazas humeantes. Al llegar, le entregó una a Vi, rozando sus dedos con suavidad. Luego se sentó frente a ella en la otra silla de madera. Ninguna habló al principio. Se quedaron ahí, simplemente observando el sol que descendía, mientras el vapor de las tazas subía lento, como si también observara el cielo.
Fue Caitlyn quien rompió el silencio.
—Amé estas dos semanas. —Dijo en voz baja, con los ojos fijos en el atardecer. —Por un momento… olvidé que el mundo seguía girando allá afuera.
Vi la miró, con una ternura que no necesitaba explicación. Bajó la vista a su taza, la sostuvo un momento, como si no supiera si tomar o dejarla. Luego suspiró, ese tipo de suspiro que dice más de lo que una frase podría decir, y colocó la taza sobre la mesa. Acarició el borde de la madera con la yema de los dedos, pensativa, y se puso de pie sin apuro, como quien toma una decisión interna que ya no puede esperar. Sin decir nada, entró a la cabaña.
Caitlyn alzó una ceja, notando el cambio de aire, pero no preguntó. Solo la siguió con la mirada, curiosa, mientras la taza aún le calentaba las manos.
Minutos después, Vi regresó con una caja de madera, pequeña y bien cuidada, decorada con dibujos hechos a plumón. La dejó sobre la mesa con un golpe suave, como si ese objeto guardara algo importante.
—¿Y esto? —Preguntó Caitlyn, inclinándose hacia adelante, con una sonrisa cargada de intriga.
Vi sonrió mientras abría la caja, revelando su contenido: decenas de papeles pequeños, todos doblados con cuidado.
—Es un juego. —Dijo, levantando un papel con los dedos. —Cada una saca uno y hay una pregunta escrita. La otra tiene que responder con sinceridad. Sin excusas.
Caitlyn alzó ambas cejas, claramente divertida.
—Suena peligroso… me intriga saber qué tipo de preguntas se te ocurrieron.
—Algunas son mías… otras son cortesía de Jinx. —Vi le guiñó un ojo, y Caitlyn la miró de inmediato como si acabara de pisar una mina. Ambas rieron.
La dinámica empezó entre risas tímidas y miradas cargadas de curiosidad. Vi revolvió la pila de papeles con una mano y eligió uno al azar. Lo abrió con lentitud, como si estuviera a punto de leer una verdad importante.
—¿Cuál fue el momento exacto en que supiste que me amabas?
Caitlyn se quedó mirándola un momento, tragó saliva y luego sonrió. Su voz era tranquila, pero se notaba que hablaba desde el corazón.
—Fue… —Dijo bajando la mirada, dejando escapar una pequeña risa. —Fue esa noche después de que te fuiste molesta del consejo, con la lluvia cayendo fuerte. Yo llegué a casa, me metí a bañar... y no podía dejar de pensar en ti.
Vi asintió, escuchando sin interrumpir.
—Cada cosa que vivimos ese día se repetía en mi mente como si no quisiera irse. Tu voz, tus ojos, tu forma de hablarme… era como si aún estuvieras ahí conmigo. El agua caía sobre mí, pero ni la sentía. Solo pensaba en ti. Me sentía tonta, pero al mismo tiempo tan segura. Supe en ese momento que me habías cambiado. Que me habías abierto los ojos. Que te amaba. Y también entendí que amar así duele, pero vale la pena.
Hizo una pausa, buscando sus ojos.
—Esa fue la última vez que te vi… antes de que Jinx me llevara. Pero también fue la primera vez que entendí que el amor de verdad puede doler… incluso antes de comenzar.
Vi se quedó en silencio unos segundos. La miró con una mezcla de ternura y picardía, ladeando la cabeza con una ceja alzada.
—Así que pensabas en mí… mientras te bañabas. —Murmuró con una sonrisa traviesa—. ¿Me quieres decir que fui parte de tu rutina de limpieza emocional?
Caitlyn soltó una risa nerviosa y le lanzó una mirada entre burlona y avergonzada.
—No fue así. Fue… introspectivo. Sensible.
—Claro, claro… súper profundo. —Vi rió en voz baja. —Igual me halagas. Hay gente que canta en la ducha. Tú piensas en mí.
—Y mira cómo terminó eso… —Replicó Caitlyn, sonriendo mientras le tocaba suavemente la rodilla.
Vi bajó la mirada a ese toque, sonrió de lado y luego respiró hondo.
—Bueno… con ese contexto emocionalmente húmedo… te cedo el turno.
Sin decir nada más, Vi le empujó la caja a Caitlyn con una sonrisita desafiante, como si dijera "a ver con qué sales ahora".
Una a una, las preguntas fueron trayendo recuerdos, risas, secretos. Algunas las hicieron reír hasta dolerles el estómago. Otras, quedarse en silencio unos segundos antes de suspirar. También hubo esas que dolían un poco, pero igual se respondían, porque ya no tenían miedo de mostrarse tal como eran.
Caitlyn sacó el siguiente papelito. Lo abrió con cuidado y luego levantó una ceja, mirándola con curiosidad.
—¿Qué miedo no te has atrevido a contarme?
Vi se acomodó en la silla, se cruzó de brazos como si fuera a dar un discurso importante, y con la cara completamente seria dijo:
—Las arañas, las odio. No importa si son del tamaño de una uña o como un pastel de cumpleaños. Todas son puro caos con patas.
Caitlyn se echó a reír, llevándose una mano al pecho.
—¿Ese es tu gran miedo? ¿Arañas?
—¿Tú sabes lo difícil que es mantener una imagen ruda cuando corres por toda la casa con una chancla porque viste una con patas peludas? —Añadió Vi, levantando una ceja. —Una vez, Jinx me encerró en el baño con una de esas. Estuve atrapada dos horas. No fue mi momento más glorioso.
Cait seguía riendo mientras Vi sacudía la cabeza y metía la mano de nuevo en la caja, lista para la siguiente ronda.
—¿Qué parte de ti solo me has mostrado a mí?
Caitlyn sonrió, bajando la mirada un momento, como si pensara si debía decirlo.
—Mi ternura. —Respondió, en voz baja, como si estuviera contando un secreto.
Vi levantó una ceja, confundida pero intrigada.
—¿Tu ternura? ¿Eso es todo?
Cait rió con suavidad, y luego negó con la cabeza.
—No me entiendes. Cuando era más joven… tuve varias novias. Pero con ellas era diferente. Más seria, más correcta. Era todo muy formal, muy controlado. Hasta los besos. Incluso cuando hubo sexo, se sentía… vacío. Como si yo estuviera cumpliendo un guion, no viviendo algo real. Incluso con Maddie.
Vi frunció los labios, fingiendo enojo.
—Ugh… Maddie. Rata traidora. Solo de pensar que tuvo tu atención por un año entero, me da coraje, como si me hubiera robado un pedazo de historia que nos tocaba a nosotras.
Cait soltó una risa sincera, divertida, y negó con la cabeza mientras metía la mano de nuevo en la caja para sacar otro papelito.
—Veamos qué tenemos aquí…
Desplegó el papel con un gesto teatral y leyó en voz alta:
—Si tuvieras que describir nuestra última noche en solo un sonido, ¿cuál sería?
Vi soltó una carcajada tan fuerte que hizo vibrar la mesa.
—¡Esa la contesto yo! —Dijo, dándose un golpecito en el pecho como si se ofreciera para una hazaña épica.
Y sin previo aviso, se llevó una mano a la garganta, respiró hondo, y comenzó a imitar los gemidos de Caitlyn de la noche anterior. Lo hizo con voz chillona, dramáticamente exagerada, y con movimientos de hombros como actriz de teatro exagerando el clímax de una ópera.
—¡Aaah! ¡Vi! ¡No pares! ¡S-Sí! ¡Justo ahí! —Entonó como si se tratara de una comedia romántica en su punto más ridículo.
Caitlyn se congeló un segundo, luego se tapó la cara con ambas manos, roja como tomate al horno.
—¡Vi, por favor! —Dijo entre risas. —¡Yo no grito así!
Le lanzó el papel arrugado a la frente, mezcla de vergüenza, risa y amor.
Vi lo atrapó al vuelo con una sonrisa triunfal, lo besó como si fuera un trofeo y respondió:
—Créeme, amor… gritas incluso más bonito que eso.
Con una risa más suave, como quien guarda un secreto bajo la lengua, metió la mano en la caja para sacar el siguiente papelito.
Desplegó el siguiente papelito, y al leerlo, Vi arqueó las cejas como si reconociera la letra de inmediato. Una sonrisa divertida se le escapó mientras se lo pasaba a Caitlyn con una mirada de advertencia fingida.
—Este… huele mucho a Jinx. —Dijo, con un tono entre juego y sospecha. —Léelo tú, yo paso.
Cait lo tomó, lo leyó en voz alta, y frunció el ceño al instante.
—¿Qué es lo que hace mal en la cama, pero igual finges que todo está bien porque, bueno… el amor es ciego (y un poquito masoquista)?
Se quedó callada un segundo.
—¿Qué tipo de pregunta es esta?
—Una buenísima. —Dijo Vi, cruzándose de brazos con una sonrisa de lado mientras se apoyaba en el respaldo. —Pero no te me pongas nerviosa. Respóndela. Prometo no ofenderme…
Caitlyn le lanzó una mirada entre divertida y dudosa, se cruzó de piernas con calma y soltó un suspiro teatral.
—Está bien… a veces, cuando te emocionas mucho, tu ritmo se vuelve tan loco que siento que en vez de hacer el amor estás intentando echarme un demonio a patadas.
Vi parpadeó, abrió la boca, la volvió a cerrar, y luego la miró como si no pudiera decidir si reírse o ofenderse.
—¿Echarte un demonio? ¿En serio, Cait?
—¡Con cariño! —Dijo Caitlyn, riéndose mientras levantaba las manos como si se rindiera.
Vi entrecerró los ojos, fingiendo estar muy ofendida, pero ya se le asomaba una sonrisa.
—Esto no va a quedar así.
—Prometiste no enojarte. —Dijo Caitlyn, mordiéndose el labio para no reír de nuevo.
—Dije que no me ofendería. Nunca dije que no pensara vengarme con estilo.
Cait soltó una carcajada y, todavía riéndose, metió la mano en la caja para sacar el siguiente papel.
Desplegó el papelito con cuidado, y apenas leyó las primeras palabras en silencio, soltó una risa ahogada mientras negaba con la cabeza.
—Voy a estrangular a Jinx cuando volvamos a Piltover.
Vi alzó ambas cejas, divertida.
—¿Qué dice ahora?
—Escucha esto. —Dijo Caitlyn, aclarando la garganta mientras se acomodaba en la silla. —"Si ella tuviera un clon… ¿te atreverías a un trío? Sé sincera, sincero. O lo que seas ahora."
Vi no tardó ni un segundo en reaccionar. Se inclinó hacia adelante con una sonrisa de oreja a oreja, los ojos encendidos como si le acabaran de entregar un regalo de cumpleaños.
—¿Dos Caitlyn? Por favor. Es como el sueño dorado de cualquier mortal. Doble elegancia, doble inteligencia, doble trasero. ¿Quién en su sano juicio diría que no?
Cait puso los ojos en blanco, tapándose la cara con una mano mientras reía entre dientes.
—Eres una desvergonzada.
—Así te gustó, no lo niegues. —Dijo Vi con una sonrisa pícara, guiñándole un ojo.
Se rió sin culpa y metió la mano en la caja otra vez. Todavía sonreía como si todo esto fuera un juego que le encantaba. Miró dentro de la caja y alzó una ceja.
—Parece que queda el último papelito… —Dijo mientras lo sacaba con calma. —“¿Dónde te imaginas viviendo conmigo en cinco años?”
Caitlyn bajó un poco la mirada, pensativa. Luego una sonrisa tranquila apareció en sus labios. Cuando levantó la vista, sus ojos estaban llenos de cariño.
—Justo aquí. Tú y yo, sentadas en este jardín, viendo el atardecer todos los días. Sin prisas. Sin guerras. Solo… nosotras.
Vi la miró con ternura, pero su expresión cambió un poco. Había algo más serio detrás de su sonrisa. Bajó la mirada.
—Cait… —Dijo Vi en voz baja. —No te dije toda la verdad.
Caitlyn la miró, confundida y sorprendida, con el corazón dándole un vuelco.
Vi sacó con cuidado un papel doblado de su bolsillo. Era más grande que los demás.
—Este no era el último papelito. —Sonrió levemente. —Guardé uno más... porque es solo para ti.
Lo extendió hacia ella, en silencio, como si el papel pesara más que cualquier palabra que ya habían compartido.
Caitlyn lo recibió con ambas manos y lo abrió despacio, como si tuviera miedo de romper algo importante. En cuanto empezó a leer, todo lo demás pareció desaparecer.
[5] Ya no estaba el atardecer, ni la cabaña, ni siquiera Vi a su lado. Solo quedaba su letra, un poco chueca, escrita con tinta negra, y cada palabra, escrita con el corazón.
"Cait,
No sé muy bien cómo empezar esto sin que suene tonto o demasiado cursi. O las dos cosas al mismo tiempo. Así que, como siempre, voy a hablarte directo, sin rodeos.
Estas dos semanas contigo fueron lo más parecido a sentir paz que he vivido en toda mi vida. Y eso que he pasado por cosas bastante intensas: disparos, peleas, caídas desde edificios… incluso una pelea con un jabalí (sí, algún día te cuento). Pero nada de eso me preparó para estar contigo. Para despertar y verte ahí, incluso cuando parecías molesta en sueños, como si aún estuvieras en el cuartel dando órdenes… y aún así pensar: “no quiero irme de este lugar nunca más”.
Intenté hacerme la fuerte, como siempre. Durante los entrenamientos fingía que no me afectaba perder, aunque tú y yo sabemos que empezaste a ganarme. Y en el último combate… no sé si me venciste o me diste una clase de estrategia con las piernas. Fue tan elegante… y sí, muy atractiva. Yo en el suelo, viéndote, solo pensaba: “qué hermosa se ve cuando me derriba así”.
Y en el tiro al blanco… también fingí que no me importaba que tu puntería fuera mejor que la mía. Pero la verdad… me encendió. Sí, lo dije. Tu puntería me puso caliente. Así, sin vueltas. No lo analices mucho. O sí. Como quieras. Seguro ya lo sabías.
Después vino el karaoke. ¿Quién lo diría? Yo, Vi, la chica dura de Zaun, cantando Take On Me de A-ha, haciendo falsete y moviendo las caderas como si estuviera en un show de talentos. Y tú, sentada en el sillón, riéndote con esa risa que hace que mi pecho se sienta más ligero, mirándome como si estuviera loca, pero sin dejar de aplaudir. En ese momento tan tonto y divertido, me sentí como una estrella.
Luego fue tu turno. Elegiste Can’t Help Falling in Love. Al principio estabas nerviosa, con la voz temblando un poco, pero luego cantaste con una calma que me dejó sin palabras. Me miraste como si estuvieras cantando para mí, para mis heridas, para esa parte de mí que siempre escondo. Y en ese momento pensé: “Si todo se acabara mañana, esto ya habría valido la pena”.
Anoche, cuando fuimos al lago, por un rato dejé de ser esa Vi que siempre está a la defensiva, que guarda todo lo que siente. Por un rato me olvidé de todo: de Stillwater, de las cosas feas que viví, de todo lo que me volvió fría por dentro. No sé cómo lo hiciste, Cait, pero lograste que bajara la guardia sin darme cuenta. Me tocaste, sí… pero no fue solo físico. Fue algo más profundo. Fue como si supieras quién soy de verdad, más allá de mis heridas. Como si creyeras que todo lo roto en mí podía arreglarse. Y por primera vez… yo también lo creí.
Ah, y sí: también jugamos ajedrez desnudas. (Palabras que jamás creí juntar en una oración y que ahora son mi nueva religión). Me ganaste muchas veces. Perdí ropa, sí. Tal vez un poco de dignidad también, pero lo disfruté igual.
Y después llegó Sophie. Nuestra pequeña criatura peluda. Se robó unas galletas, me mordió los dedos y se quedó dormida encima de mí. Y por un ratito… sentí que teníamos algo parecido a una familia. Pequeña, algo loca, pero nuestra.
Y sí, Cait… sé que tú también lo sentiste. Por un momento, con Sophie dormida en mi pecho y tú mirándome con esa sonrisa que usas cuando crees que no me doy cuenta que me amas… pensé: “podría tener una familia contigo”. Y no me dio miedo, me dio tranquilidad, me dieron ganas.
Y aún con todo eso… siento que nada alcanza para explicar lo que tengo adentro. Porque no es solo por lo que vivimos o recordamos. Es por cómo me miras cuando crees que no te das cuenta. Por cómo me corriges el agarre del rifle con esos dedos suaves, que después me acarician la espalda como si pudieran arreglar todo lo roto que llevo encima. Por cómo me dejas dormir abrazada a ti como si yo fuera algo frágil… y tú la única capaz de sostenerme sin romperme.
Te amo.
Con ese tipo de amor que da miedo. Ese que hace temblar, pero yo me quedo. Porque prefiero temblar a tu lado que sentirme fuerte con alguien más.
No sé si este papel aguanta lo que siento. No sé si las palabras lo explican bien, pero si algún día dudas de lo que eres para mí… lee esto otra vez. Y si eso no alcanza… mirame. Porque aunque no se me da bien hablar, ni escribir, ni prometer… sí sé amarte.
Y pienso seguir haciéndolo.
Hasta que ese hilo rojo se convierta en nudo. Y aunque se enrede, aunque duela, aunque el mundo quiera romperlo… yo voy a seguir ahí.
Siempre.
Tuya,
Vi
PD: Mira la notita de abajo. Sí, esa. Pero no la leas si no estás lista para un terremoto en forma de pregunta."
Debajo de la carta, casi al final del papel, había una flechita dibujada con lápiz rojo. Apuntaba hacia un pequeño doblez, tan discreto que casi pasaba desapercibido. Caitlyn lo vio y, con el corazón latiéndole fuerte, metió con cuidado los dedos para despegar lo que parecía otro papel escondido. Lo abrió despacio, como si fuera un secreto que solo ella podía descubrir.
Y ahí, escrito con tinta roja, la misma del tatuaje del hilo, decía:
"¿Te casarías conmigo, Caitlyn Kiramman?"
Caitlyn giró la cabeza rápido, con el corazón latiendo tan fuerte que sentía que se le iba a salir del pecho. Pero no vio una simple sonrisa o una mirada casual. Ahí estaba Vi, a unos pasos, arrodillada. De verdad arrodillada, con ambas rodillas en el pasto húmedo. Su postura era un poco torpe, como incómoda, porque Vi nunca fue buena para estas cosas emocionales, pero igual lo estaba intentando.
Tenía en las manos una pequeña caja azul con detalles dorados. Estaba abierta, y dentro había un anillo fino, elegante, sencillo, como hecho justo para Caitlyn. Sin piedras ni adornos, solo una banda de oro perfecta que parecía pensada solo para ella.
Vi levantó la caja con las manos apenas temblorosas, y en su cara apareció una sonrisa sincera, de esas que casi nunca muestra.
—No quiero solo dos semanas contigo, Cait. —Dijo, con una voz suave, un poco nerviosa pero llena de cariño. —Quiero toda una vida contigo.
Caitlyn se quedó quieta. No por un segundo… por varios. Tantos, que Vi empezó a sudar frío. Tragó saliva. Parpadeó. Intentó una sonrisa incómoda.
—¿Esto es tu forma elegante de decirme que no? —Bromeó Vi, con una sonrisa que temblaba por dentro. —Porque si es así, te aviso que voy a llorar con dignidad… pero después.
Caitlyn no respondía. Solo la miraba, fija, con esa intensidad que podía derretir metales.
—Podemos pretender que todo esto fue una obra de teatro. Yo finjo que me caigo del susto y tú… no sé, aplaudes. ¿No?
Seguía el silencio.
—Oye, si vas a romperme el corazón, al menos avísame antes de que mis rodillas se duerman o antes de que empiece a planear cómo huir al otro lado del continente.
Vi soltó un suspiro bajito, de esos que se escapan cuando ya estás convencida de que las cosas no van a salir bien. Bajó los brazos despacio, se puso de pie sin mucha gracia, y miró el anillo en la caja como quien mira algo que ya no podrá ser. Iba a cerrarla, a guardarla en el bolsillo, a fingir que no dolía tanto… cuando todo cambió.
Caitlyn se levantó de golpe. Tenía la cara encendida, el corazón latiéndole tan rápido que parecía querer salirse por la boca. Antes de que Vi pudiera siquiera reaccionar, ella cruzó la distancia de un salto, le tomó el rostro con ambas manos y la besó.
Un beso real. Apasionado. De esos que no piden permiso porque nacen del alma. Uno que decía “sí” incluso antes de abrir la boca.
Cuando se separaron, Caitlyn tenía los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa apenas contenida. Aún con las manos en su cara, le dijo, con la voz temblando como un secreto que se convierte en promesa:
—Sí. Sí, y otra vez sí. Hasta el último segundo de nuestras vidas. Hasta que se nos acaben las palabras o el mundo se venga abajo. Soy tuya, Vi. Desde antes de entenderlo, y por mucho más tiempo del que puedo imaginar.
Vi sonrió. No fue cualquier sonrisa. Fue una que le limpió el miedo por dentro. Y entonces actuó sin pensar: alzó a Caitlyn en brazos como si fuera lo más fácil del mundo, la apretó contra sí con toda la fuerza del amor que no cabía en el pecho, y le llenó el rostro de besos. Labios. Mejillas. Frente. Nariz. Uno tras otro, sin freno. Riéndose como si acabara de ganar el premio mayor de la vida.
Luego Vi la levantó un poco más, la hizo girar en el aire, y ambas rieron sin parar. Por un momento, no existía nada más. Solo ellas dos, en medio de una felicidad tan grande que parecía flotar en el aire.
—¡ERES MI MUJER! —Gritó Vi con una mezcla de risa y emoción, como si quisiera que todo el bosque se enterara, como si gritárselo al cielo lo hiciera más real. Su voz sonó fuerte, llena de una alegría tan pura que parecía imposible de contener.
Después la bajó con cuidado, como si el momento fuera frágil y no quisiera romperlo. Caitlyn, con los pies en el suelo pero el corazón todavía volando, le dio un beso suave. Corto, pero con todo el amor del mundo. Luego apoyaron sus frentes juntas, y en ese pequeño espacio entre sus rostros, todo lo demás dejó de importar.
Vi la miró con una ceja levantada y una sonrisa que mezclaba burla y alivio.
—Te odio un poquito, ¿sabías? —Dijo con ese tono sarcástico que usaba cuando estaba feliz pero todavía le temblaban las piernas. —Por un segundo pensé que ibas a decir que no y yo iba a quedar como una tonta ahí, arrodillada, mirando al piso. Ya estaba pensando en cambiarme de nombre y huir de Piltover.
Caitlyn sonrió, negó con la cabeza y le acarició la mejilla con suavidad.
—Lo siento… en serio. No me lo vi venir. Me dejaste sin palabras. —Dijo Caitlyn entre risas suaves. —Pero fue un poco divertido verte tan nerviosa.
—Vas a tener que compensarlo con muchas y sabrosas cenas. —Respondió Vi, sonriendo como si el futuro ya le estuviera haciendo cosquillas en el pecho.
—Todas las que quieras. —Contestó Caitlyn sin dudar, con la voz tranquila pero firme, como si cada palabra fuera una promesa.
—Y quiero un perrito. Uno chiquito. Que duerma con nosotras y me mire feo si te beso demasiado tiempo.
—Será tratado como realeza. —Rió Caitlyn, pasándole los nudillos por la mejilla con ternura, mientras su mirada se suavizaba por completo.
—Y… también quiero que tengamos hijos. —Dijo Vi de pronto, soltándolo sin filtro, como si necesitara decirlo antes de pensar en cómo.
Caitlyn parpadeó. No porque tuviera miedo, ni porque no quisiera escucharlo. Sino porque… jamás imaginó que Vi, la misma chica que antes rompía puertas antes de tocar, dijera algo tan dulce y real.
—¿Hijos? —Susurró Caitlyn, todavía sorprendida y tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—Sí, dos. —Respondió Vi con una sonrisa y una voz decidida, como si lo hubiera pensado mucho. —Primero una niña, la princesa Kiramman, y luego, unos años después, un niño.
—¿Ya pensaste hasta en el orden? —Rió Caitlyn, con una risa sincera que no se ve en el consejo, pero que Vi conocía bien.
—Y también tengo los nombres. —Añadió Vi, abrazándola más fuerte, sus manos firmes en la cintura de Caitlyn. —Pero te los diré después. Solo sé que serán nuestros hijos, los príncipes Kiramman.
Caitlyn se rió de verdad, de esas risas que salen del corazón y te hacen sentir bien por dentro.
—¿Llevas mucho tiempo pensando en esto?
—No desde siempre. —Vi bajó la voz, como si recordara cosas de cuando era niña. —Pero sí desde hace bastante más de lo que crees.
Caitlyn la miró, y por un momento, todo a su alrededor pareció desaparecer. Solo importaban ellas dos.
—Oye… —Dijo Caitlyn, abrazando a Vi por el cuello como si no quisiera soltarla jamás. —¿De dónde sacaste el anillo?
Vi soltó una risa rápida, con un tono travieso.
—Pedí un prestamo Kiramman.
Caitlyn se alejó un poco, sorprendida.
—¿A mi papá? ¿En serio?
—Sí… creo que entendió que ya me gané tu corazón. —Dijo Vi, acariciándole la mejilla con suavidad.
Caitlyn se rió, mezclando ternura con un poco de sarcasmo.
—Bueno, ahora que serás oficialmente la señora Kiramman… nada de coqueteos con otras. Y menos con piratas. Si me engañas… olvídate de este cuerpo y también de duchas juntas.
Vi soltó una carcajada profunda y se acercó más.
—Solo te seré infiel con el silencio. —Susurró, juntando su nariz con la de ella.
Y así, mientras la tarde se vestía de dorado y la noche asomaba como una promesa silenciosa, supieron que al día siguiente volverían a Piltover. Regresarían a la ciudad, al trabajo, al mundo que no sabía detenerse... pero ahora eran distintas, más fuertes.
Llevaban tatuajes que gritaban su historia al viento, promesas grabadas en los labios con sabor a certeza, un anillo que brillaba con la calma de lo definitivo… y ese hilo rojo que ya no era solo destino, sino decisión.
Un hilo que podría tensarse, enredarse, pero jamás romperse. Porque incluso en medio del caos y la tormenta, tenían algo que nadie más podría arrebatarles: un futuro tejido entre risas, caricias y silencios que solo ellas entendían.
Ese futuro ya existía. Ya respiraba entre sus dedos entrelazados, en el calor suave de sus miradas, en ese instante suspendido donde nada sobraba y todo encajaba. Y mientras el sol caía lentamente detrás de los árboles, el hilo rojo seguía ahí, invisible pero firme, como una promesa latiendo suave con cada paso hacia casa.