ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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Estrella de Zaun

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Caitlyn soltó a Jinx con cuidado, como quien intenta no romper algo frágil. Jinx no dijo nada. Se limpió la cara con el dorso de la mano, aún temblorosa, dejando un trazo de polvo sobre sus mejillas húmedas. No quería que la vieran así, pero tampoco tenía fuerza para fingir otra cosa. Miró a Vi. Sin palabras, sin gestos exagerados. Solo una mirada, suficiente para que Vi entendiera. Vi se acercó y la abrazó por detrás, con suavidad. Un abrazo sin urgencia, solo presente. Jinx apoyó la cabeza en su hombro. Seguía temblando, pero al menos no estaba sola. Se quedó así, respirando, sostenida por algo más fuerte que su miedo. Caitlyn dio un último vistazo a ambas. Luego inhaló profundo, se giró, y caminó hacia el pasillo con pasos decididos. Sus botas hacían un sonido leve sobre el suelo, marcando el ritmo de su elección. Al llegar al recibidor, la vio. Sevika estaba allí, recostada con flojera contra una columna, el brazo metálico apoyado en la cadera. Una ceja levantada hablaba por ella: fastidio, pero también expectativa. Caitlyn se detuvo a una distancia prudente, el cuerpo erguido, pero con los músculos del cuello y los hombros tensos como si sostuvieran algo invisible. Su mirada era precisa, como si ya hubiese hecho este cálculo antes. —¿Qué es eso de que el consejo quiere sacarme del cargo? —Preguntó, sin elevar el tono, pero con una cadencia que cortaba. Sevika soltó una breve risa, seca, como un chasquido en la garganta. —Tal cual. Gerold puso la idea sobre la mesa. Dice que estás tomando decisiones como si fueras una reina herida, no una líder. Caitlyn no pestañeó. Solo entrecerró los ojos, midiendo cada palabra recibida. —¿Y qué dijeron los demás? —Los de siempre. Algunos callaron con cara de estatua. Otros fingieron sorpresa. Shoola habló, Vickers también. Yo... dejé claro lo que pienso. Sevika se enderezó y dio un par de pasos, deteniéndose frente a Caitlyn. La distancia entre ellas se llenó con un silencio denso, cargado de respeto y reconocimiento. —Te defendí porque lo mereces. No por carisma ni apellido, sino por las veces que te has ensuciado las manos sin perderte en el lodo. Caitlyn bajó un poco la vista, un gesto mínimo, casi imperceptible. Luego la levantó de nuevo con firmeza. —Gracias. Sevika negó con la cabeza, sin sonrisa. —No es por ti, Kiramman. Es porque si tú caes... se viene todo abajo. Caitlyn inspiró profundamente, como quien se llena los pulmones justo antes de saltar. Después alzó la barbilla, la voz más firme que antes. —Quiero enfrentar esto. ¿Puedes reunir al consejo mañana por la tarde? Si van a cuestionarme, que lo hagan viéndome a los ojos. Sevika alzó una ceja, casi divertida, pero su expresión tenía algo de aprobación genuina. —Así se habla. Cuenta con eso. Sin decir más, se dio la vuelta. Sus pasos resonaron con un ritmo constante, y el golpe metálico de su bota marcó cada segundo hasta que la puerta principal se cerró tras ella. Sevika salió de la mansión, llevándose con ella la tensión acumulada, como si fuera parte del botín de una batalla silenciosa. Caitlyn se quedó unos segundos mirando la puerta por donde Sevika se había marchado. No había alivio en su rostro, solo esa rigidez controlada de quien sabe que el siguiente golpe viene en camino. Inhaló profundo, intentando recuperar el centro… pero no lo logró del todo. Detrás de ella, pasos suaves. Vi apareció primero, y a su lado, más rezagada, Jinx. Ya no era la versión explosiva de siempre. Caminaba con la mirada baja, los ojos todavía enrojecidos y los dedos jugueteando nerviosos con una tuerca entre sus manos, como si aferrarse a ella fuera lo único que evitaba que se desarmara de nuevo. —Bueno… —Murmuró sin la energía habitual. —Ya me voy. Tengo que hacer algunas cosas antes de… No terminó la frase. Su voz se apagó en el borde, como si no supiera cómo cerrarla. Caitlyn se giró apenas, lo justo para verla. —¿Antes de qué? Jinx levantó la vista, y por un instante, fue solo Powder ahí: vulnerable, con los ojos aún húmedos. La máscara no volvió del todo, pero intentó al menos una sombra de lo que solía ser. Le guiñó un ojo a Caitlyn, más como un reflejo automático que como un chiste real, y forzó una sonrisa torcida. Avanzó unos pasos hacia la salida y se fue. La puerta se cerró tras ella con un sonido sordo. Nada de explosiones. Nada de risas. Solo la retirada discreta de alguien que acababa de derramarse más de lo que pensaba permitir. Vi la siguió con la mirada, el cuerpo tenso. No había burla en su postura, solo una tristeza contenida, como si despidiera una parte de su historia cada vez que Jinx se alejaba así. Cuando ya no la pudo ver, se volvió hacia Caitlyn. Su expresión era otra. Más firme. Más seria. —Tú y yo… tenemos que hablar. Caitlyn miró a Vi y entendió de inmediato que se venía una conversación difícil. Sin decir nada, le indicó con un gesto de cabeza que la siguiera. Subieron la escalera en silencio, con un aire tenso entre ellas. El sonido de sus pasos era lo único que rompía la quietud, como si cada escalón sumara peso a lo que estaban por hablar. Cuando llegaron al cuarto, Caitlyn abrió la puerta con suavidad y se sentó al borde de la cama, inclinándose hacia adelante como si todo el cansancio del día se le viniera encima. Se pasó una mano por la frente, tratando de despejar la mente. Vi cerró la puerta con calma y se quedó apoyada ahí, con los brazos cruzados y el rostro serio. —¿Es verdad que tú y yo vamos a infiltrarnos en Noxus? —Preguntó. Su voz no era fuerte, pero sonaba firme. —¿No se supone que algo así se habla primero? Caitlyn no respondió de inmediato. Tenía las manos juntas y los nudillos tensos. Tomó aire antes de contestar. —Sabemos lo que está en juego y somos las más preparadas para esta misión. —¿Sabemos? —Vi caminó despacio hacia ella, con una mezcla de duda y enojo en su paso. —Entiendo lo importante que es, Cait. Pero ¿cuándo decidiste esto sin mí? ¿Cuándo pensabas decírmelo? —Esperaba estar lista para cuando me dijeras que no. —Caitlyn levantó la mirada. Aunque sus ojos estaban apagados, su voz era firme. —Y ahora necesito que estés conmigo. Vi frunció los labios, se giró y caminó hasta la ventana. Miró hacia la ciudad, llena de colores y movimiento. —Esto no es cualquier misión. No es algo que podamos tomar a la ligera. —Dijo sin mirarla. —Vamos a cruzar a Noxus con Jinx, que es una bomba emocional, y Lux, que brilla como un faro en plena oscuridad. ¿De verdad crees que esto tiene sentido? —No tiene sentido. Pero es lo que hay que hacer. —Caitlyn se puso de pie, su tono directo pero sin levantar la voz. —No vamos a recuperar nada si esperamos sentadas. Necesitamos información, y dentro de Noxus hay puntos débiles que podemos usar. Además, hay personas allá que podrían necesitar ayuda… como Mel. No podemos dejar que piensen que los abandonamos. —¿Y si no regresamos? —Entonces al menos sabrán que lo intentamos. Vi se giró, con rabia contenida. No alzó la voz, pero cada palabra tembló con la mezcla difícil de miedo, amor y frustración. —¿Y yo qué hago si tú no vuelves? ¿Si no logro protegerte? ¿Si ninguna regresa? ¿Te parece justo dejarme con eso encima? —No. —Dijo Caitlyn, suave. Dio un paso hacia ella. —Pero tampoco sería justo quedarme quieta mientras siguen muriendo personas allá afuera. Esto no se trata solo de mí, Vi. Es por todos. Por Jinx, por Ekko, por Sarah. Por los niños de Zaun. Por ti. Vi la miró, atrapada entre el deseo de abrazarla y el impulso de gritar. —Siempre tienes las palabras precisas. Siempre lógica, siempre firme. Pero yo no soy así. Yo soy golpes. Soy de pérdidas... y ya perdí demasiado. —Y aun así estás aquí. —Susurró Caitlyn. Dio otro paso. —Conmigo. El silencio entre ambas era denso. Vi bajó la mirada. Sus ojos, llenos de emociones, vibraban como si una parte de ella aún dudara de todo… menos de Caitlyn. Negó con la cabeza, y una media sonrisa cansada se dibujó en su rostro. —Eres una idiota terca. ¿Lo sabes, cierto? Caitlyn bajó ligeramente el mentón, sus labios se curvaron apenas, como si la respuesta le naciera desde un lugar que dolía. —Eso me han dicho. Vi suspiró, una exhalación lenta que apenas movió los mechones de su frente. Dio un paso hacia Caitlyn. Su mano rozó su cintura, y cuando la abrazó, sus dedos temblaban un poco, como si ese abrazo fuera lo único que le devolvía el aire. —Si alguien se mete contigo y te hace daño... le rompo la cara. Y si eso no basta, también el alma. —Dijo Vi en voz baja, con un tono ronco que dejaba claro que lo decía en serio. Caitlyn tardó unos segundos, pero luego le devolvió el abrazo. Apoyó la cabeza en su hombro, inclinándola solo un poco, como buscando ese punto exacto donde su corazón podía sentirse. —Entonces cuídame, pero recuerda que yo también puedo cuidarte. —dijo Caitlyn en voz baja, pero con determinación. Suspiró y dejó caer más su cabeza en el hombro de Vi. Todavía le costaba soltar toda la tensión. —Tenemos tanto por hacer… y mucho que pensar. —murmuró, con los ojos entrecerrados, sintiendo el peso del día como una piedra en el pecho. Vi le besó la frente con suavidad, y luego la mejilla, dejando palabras entre cada beso. —Y también necesitamos tiempo para nosotras. Aunque sea un rato. Aunque solo sean tres días. Caitlyn sonrió apenas, pero no tardó en incorporarse un poco, como si buscara el valor en el movimiento. Mientras lo hacía, su mirada se desvió, recorriendo la habitación sin encontrar un punto fijo, y sus dedos fueron al cuello, tocándolo con nerviosismo. —Sé que antes insinué que quizá esta noche... —murmuró, con la voz envuelta en duda— pero no puedo. No es que esté agotada físicamente… es mi cabeza. Se siente como si hubiera corrido sin frenar durante horas. No logro que se calle. Vi parpadeó, como si su cerebro se reiniciara por un segundo, y luego soltó una risa descarada, esa que siempre salía de un rincón roto del pecho, medio sanado, medio abierto todavía. —¿Qué...? ¡No iba por ahí la cosa! ¿Ya vives con la mente en la cloaca o qué? Mierda, Cait, te estoy dañando. Caitlyn hizo una mueca fingida, con los labios fruncidos, pero sus ojos tenían ese brillo que la traición del corazón no podía ocultar. —Tal vez sea contagioso. Tu corrupción tiene alcance viral. —Con ese ritmo, vas a terminar robándole el whisky a Sarah y pateando puertas como Ekko. —Vi le guiñó un ojo, la risa aún baja, pero con chispa. —Lo haría con más estilo que ambos juntos. —replicó Caitlyn, levantando una ceja con aire de reina invicta. Vi la miró como si acabara de enamorarse otra vez, pero sin exageraciones: solo con esa ternura extraña que se esconde en los rincones rotos. Ladeó la cabeza y su sonrisa se volvió más traviesa. —Ponte algo elegante. Esta noche quiero que brilles. Caitlyn parpadeó, confundida por el cambio de tema. —¿Hoy? —¡Obvio que hoy! Tenemos mucho por hacer, pero también merecemos disfrutar un poco. Y el tiempo no nos va a esperar. —Vi le tocó la nariz con suavidad, esa sonrisa traviesa brotando sin pedir permiso—. Tienes una hora, y esta vez, ni se te ocurra aparecer con hebillas tácticas ni cuero de combate. —¿Elegante para qué? —preguntó Caitlyn, con una mezcla de sospecha y genuina intriga. —Solo quiero presumirte un poco. —Vi encogió los hombros como si no fuera gran cosa, pero sus ojos decían otra historia—. Quiero ver a la versión más ridículamente sofisticada de ti. Solo eso. Nada de estrategias ni misiones. Solo tú. Esta noche, brillando para mí. Caitlyn levantó una ceja, claramente dudando. Vi no dijo nada más. Solo sonrió, como si supiera algo que aún no quería contar. El momento se desvaneció poco a poco, como cuando se enfría una taza de té. Y el silencio que quedó fue... casi cómodo. Más tarde, el sonido del agua llenaba el baño mientras el vapor cubría los espejos. Caitlyn abrió la regadera y dejó que el agua tibia la relajara. Cerró los ojos y dejó que el agua se llevara el cansancio del día. Tocó su nuca, recordando el abrazo de Vi, y por un segundo deseó quedarse ahí, en ese momento. Salió envuelta en una toalla blanca, con el vapor siguiéndola como una nube. Su cabello, mojado y desordenado, caía sobre su cuello. Caminó hasta el espejo grande del baño, todavía cubierto de vapor. Vi estaba ahí mismo, muy cerca, lavándose los dientes y apoyada en el lavabo. Frente a ella, el espejo empañado mostraba claramente a Caitlyn, que acababa de salir de la ducha, envuelta en una toalla y rodeada de vapor. Su silueta se dibujaba entre el vidrio nublado, con una elegancia natural. Vi, en medio de enjuagarse la boca, se quedó quieta por un momento, olvidando la pasta en la lengua mientras la miraba con una mezcla de asombro y atracción. Luego escupió con calma, se enjuagó. —¿Siempre sales así del baño o es tu forma de distraerme a propósito? —preguntó Vi con una sonrisa burlona. Caitlyn agarró un cepillo y empezó a peinarse el cabello mojado con calma. El baño seguía lleno de vapor, como si una nube tibia los envolviera. Caminó tranquila hacia donde estaba Vi. Vi se secaba con una toalla, pero sin quitarle los ojos de encima. Movió un poco la cabeza para seguirla con la mirada mientras ella avanzaba, entrecerrando los ojos con una mezcla clara de deseo. La observaba en silencio, como si verla le doliera y le gustara al mismo tiempo. Caitlyn se detuvo a su lado. No dijo nada. Seguía peinándose, dejando que el ambiente hablara por ellas. Vi acercó un poco más la cabeza, sonriendo más, entre divertida y atrapada. —Solo digo que si querías llamar mi atención… lo lograste. Aunque aún no decides qué te vas a poner. —Estoy decidiendo cuánta tortura visual puedes manejar esta noche. —respondió Caitlyn con una ceja alzada—. Y créeme, tengo niveles más altos si te atreves a pedirlos. Vi soltó un pequeño chasquido con la lengua y bajó la mirada. Se detuvo un segundo en los muslos que la toalla apenas cubría. Luego volvió a mirarla, subiendo la vista por su cuerpo como si cada parte fuera una obra de arte. —No hace falta. Ya estás rompiendo todas las reglas de sensualidad. Caitlyn ladeó la cabeza, con esa sonrisa filosa que usaba cuando estaba por soltar una frase con veneno dulce. —Tendrás que presentar una queja formal. Aunque no creo que te tomen en serio si llegas babeando. Se giró para ir al cuarto, haciendo que la toalla se moviera apenas sobre sus muslos, pero no alcanzó a dar más de dos pasos. Vi la tomó por la muñeca con una firmeza ardiente, sin violencia pero con la urgencia de quien no piensa dejar escapar nada más. La giró con decisión, y antes de que Caitlyn pudiera articular palabra, sus labios cayeron sobre los suyos en un beso que mordía. Un beso lleno de ansiedad y hambre acumulada, de silencios gritados y deseo contenido. Las manos de Vi, aunque levemente temblorosas, se movieron con decisión hacia el nudo de la toalla. Estaba justo ahí, entre el pecho aún húmedo de Caitlyn. Lo soltó con rapidez, como quien sabe que no hay vuelta atrás. La toalla cayó al suelo sin hacer ruido, y la piel de Caitlyn reaccionó de inmediato: se erizó, como si un escalofrío la recorriera de arriba a abajo. Vi se acercó a su oído, su aliento cálido tocando la piel sensible. —Estás ardiendo, comandante... —Susurró con voz baja, cargada de deseo. El cuerpo de Caitlyn se tensó y luego vibró, atrapado en esa mezcla de nervios y calor que no podía controlar. Sin decir nada más, Vi bajó lentamente, dejando besos suaves y húmedos en su cuello. Cada uno era más pausado que el anterior, más intencional. El aliento de Cait se volvió irregular, dejando escapar pequeños jadeos entre cada roce. Cuando los labios de Vi alcanzaron su clavícula, Cait cerró los ojos sintiendo una intensidad abrumadora. Los pezones se endurecieron al contacto con el aire cargado de vapor, y también por la lengua que trazaba su camino como si supiera exactamente dónde dejar su firma. La piel se cubría de una especie de piel de gallina dorada, donde cada beso dejaba un ardor apenas contenido. Los dedos de Cait se aferraron a los brazos de Vi con desesperación contenida, no para rechazarla, sino para sostenerse, como si el mundo entero girara más rápido bajo sus pies. Vi bajó aún más. Su lengua rozó el borde tenso de un pezón, un roce fugaz pero abrasador. Caitlyn jadeó, su respiración quebrándose al contacto. Pero en ese instante exacto, algo cambió. Caitlyn alzó una mano, temblorosa pero firme, y la apoyó en el rostro de Vi, obligándola a levantar la mirada. Retrocedió un paso, aún con el pecho agitado, como si cada aliento ardiera por dentro. Una sonrisa astuta apareció en sus labios al inclinarse con lentitud, recogiendo la toalla con una elegancia que parecía un desafío. —Tú dijiste que tenía una hora. —Susurró Caitlyn, con la voz entrecortada por la respiración, y una sonrisa que brillaba entre picardía y revancha. —Y ya pasó más de una hora. Qué pena... mejor suerte para la próxima. Vi ni siquiera alcanzó a responder. Caitlyn se inclinó con calma, recogiendo la toalla del suelo con la misma elegancia con la que habría recogido un guante en un salón de baile. El vapor acariciaba sus piernas desnudas, y el movimiento dejó al descubierto aún más de lo que Vi ya había imaginado. Se giró apenas, lo suficiente para lanzarle una mirada por sobre el hombro. No era solo una advertencia, era una sentencia disfrazada de sonrisa: ladeada, afilada, con más filo que ternura y el doble de intención. —Tengo más voluntad de la que crees. —Murmuró con voz firme, aún entrecortada por la excitación, pero envuelta en control absoluto. Sin mirar atrás, caminó hacia el cuarto. El vapor del baño quedó flotando en el aire, y Vi se quedó sola, con la respiración agitada y el corazón acelerado, como si todavía sintiera cada segundo de lo que acababan de vivir. Pasaron unos minutos. Caitlyn fue al vestidor, mientras Vi se sentaba al borde de la cama. Tenía las piernas abiertas, los codos apoyados en las rodillas y la mirada clavada en la puerta entreabierta. El aire seguía cálido, cargado de un silencio espeso que parecía contener todo lo que no se decía. No había prisa, solo una espera llena de emociones que giraban dentro de su pecho. Entonces, Caitlyn cruzó la puerta. Llevaba un vestido azul oscuro que le quedaba perfecto, como si lo hubieran hecho solo para ella. El escote era discreto, pero llamaba la atención, y su elegancia era natural. Un collar fino con una perla plateada colgaba sobre su clavícula, y los aretes azul profundo con detalles plateados recordaban su apellido y todo lo que representaba. Los tacones golpeaban la madera con un ritmo firme, seco, elegante. Cada paso era como una nota que rompía el silencio, como si con cada uno reclamara su lugar. Tac, tac, tac... Para Vi, era como música.  El cabello húmedo le caía por los hombros, despeinado de forma perfecta. Y cuando cruzó por completo, la habitación pareció contener el aliento. Vi no pudo evitarlo. Sonrió sin pensarlo, con esa calidez que solo Caitlyn le sacaba. Sus ojos la siguieron, primero con sorpresa y luego con algo más silencioso. No era solo deseo, era esa sensación de belleza que te aprieta el pecho. Como ver las estrellas después de mucho tiempo en la oscuridad. Verla entrar al vestidor con esa seguridad tan suya le apretó el pecho. Caminaba firme, como si cada paso fuera una declaración de control. Elegante sin esfuerzo, con una calma que parecía burlarse del desastre alrededor. Caitlyn era eso: una línea recta en medio del temblor. Vi soltó un silbido bajo. No decir algo le iba a explotar por dentro. —Maldita sea... —Susurró con la voz rasposa. —Vas a lograr que los ciegos aprendan a ver solo para quedarse ciegos por mirarte. Vi tragó saliva, sin dejar de mirar. Una parte suya, celosa y protectora, pensaba que tal vez no debió dejarla salir con ese vestido. Sabía que muchos se voltearían a verla, que seguirían con la vista cada parte de su cuerpo. Igual que ella lo hacía ahora, pero con amor y admiración. Caitlyn no pudo evitar que se le subieran los colores al rostro después del comentario. La forma en que Vi la miraba era tan intensa que parecía que la estaba acariciando solo con los ojos. Le daba algo de pena, sí, pero también le gustaba. Se sentía vista, especial. —¿Y tú? —Le preguntó, mirando a Vi de arriba abajo. —¿No pensabas cambiarte? Vi bajó la mirada hacia su ropa de siempre: guantes viejos, botas sucias y una camiseta que ya había sobrevivido demasiadas peleas. —Eh... no es que no quiera, pero no tengo nada que se acerque a tu pinta de reina elegante. —Dijo Vi, rascándose la nuca con una mezcla de vergüenza y sinceridad. —Lo mío es más de taller, golpes y polvo. Caitlyn no dijo nada. Caminó hacia el vestidor y volvió con una chaqueta en las manos. Era negra, ajustada, con cierres de metal que cruzaban en ángulos raros y unas hombreras que le daban un aire fuerte. Por dentro, tenía un forro azul oscuro con hilos plateados que parecían dibujos de tecnología Hextech. El cuello alto y el diseño moderno hacían que se viera rebelde, pero al mismo tiempo elegante, como si fuera parte de un uniforme especial. —Póntela. —Dijo con calma. Vi se la puso sin estar muy segura, pero cuando se vio en el espejo, inclinó la cabeza con una sonrisa que iba creciendo. Le quedaba perfecta, como si la hubieran hecho solo para ella. —No sabía que tenías tan buen gusto. Sobre todo porque la mayoría del tiempo te vistes como si me fueras a arrestar. Caitlyn se rió bajito, como cuando algo te hace gracia de verdad y no puedes evitarlo. —Tengo una pieza llena de ropa. —Le dijo mientras se acercaba a Vi. Con cuidado, le acomodó el cuello de la chaqueta y pasó los dedos por el cuero para alisarlo. —Me regalaron montones de cosas. Algunas eran enormes, otras me quedaban justas. Estoy segura de que varias te vendrían perfectas. Levantó una ceja y sonrió con picardía. —Después de tantas fiestas diplomáticas… y unas cuantas salidas a escondidas, uno va aprendiendo a vestirse bien… o a robar estilo. Vi se rió también, le ofreció la mano como si fueran a bailar, e hizo una reverencia exagerada, como jugando. —Después de usted... Su Alteza Kiramman. Caitlyn aceptó la mano sin pensarlo mucho, y las dos salieron juntas, caminando al mismo ritmo, listas para el plan que Vi tenía preparado. Iban por un camino con poca luz. A lo lejos, las luces de Piltover se reflejaban en las piedras del suelo, y el aire olía a lluvia reciente. —Listo. —Vi sacó una venda negra de su bolsillo y la levantó como si estuviera mostrando su jugada ganadora en un juego de cartas. —Tienes que ponértela. No quiero que veas la sorpresa antes de tiempo. Caitlyn la miró, dudando, pero con una sonrisa curiosa. —¿Esto es un secuestro o una cita sorpresa? —¿Y si es un poco de las dos? —Vi le guiñó un ojo y se agachó con exageración. —Sube a mi espalda. No quiero que tropieces y termines arruinando esos tacones tan elegantes. Caitlyn suspiró, pero se rió. Se puso la venda. —Más te vale que esto sea bueno, Vi. —Confía en mí, pastelito. No lo vas a olvidar. El camino fue largo, pero no incómodo. Caitlyn iba subida en la espalda de Vi y sentía claramente cada paso que daba sobre el suelo de piedra. Aunque tenía los ojos tapados con una venda, estaba muy atenta. Sabía que ya no estaban en Piltover. Todo se sentía diferente. Los sonidos no eran los mismos: eran más fuertes, metálicos y caóticos. Se escuchaban tubos temblando, vapor saliendo por grietas oxidadas, y risas lejanas con voces rotas. Pero lo que más le llamaba la atención eran los olores. Caitlyn respiraba hondo y casi podía adivinar cada calle que cruzaban. Sentía el olor dulce y raro de productos químicos cocinados en lugares secretos, el olor fuerte del óxido viejo, y el humo espeso de una fábrica oculta que ya conocía desde antes de ser comandante. —Vi... —Dijo con una voz bajita, pero con tono peligroso. —Te voy a matar. —¿Qué hice ahora? —Preguntó Vi, divertida. —Estamos en Zaun. Cerca de Jericho. Ese olor a chatarra con salsa picante es imposible de olvidar. Lo reconocería hasta en medio de una batalla. —Dijo Caitlyn, apretando los labios. Vi se rió por lo bajo, relajada. —A veces se me olvida que eres comandante. Pero luego te veo reconociendo calles solo por el olor... y se me pasa. Se detuvieron frente a un puesto callejero construido con pedazos de metal viejo, iluminado por focos colgantes que parpadeaban como si tuvieran vida propia. El aire estaba lleno de olores intensos: metal caliente, ajo frito y algo más que no se podía identificar fácilmente. Vi se agachó despacio, tomó a Caitlyn de la cintura con firmeza y la ayudó a bajar de su espalda con cuidado. Luego, con una mano en su cadera y la otra en la venda, se la quitó despacio, como si estuviera destapando una sorpresa especial. —Ta-dá. —Susurró. Caitlyn abrió los ojos... y la sorpresa fue total. Detrás del mostrador estaba Jericho. Sobre uno de los bancos altos, con las piernas cruzadas y una sonrisa traviesa, Jinx ya la esperaba, jugando con un cucharón como si fuera una pistola. —¡Por fin! Me estaba empezando a comer el mantel del hambre. —Jinx dio un pequeño salto y aterrizó justo frente a Caitlyn, con los ojos brillando. —¿Qué tal el secuestro, pastelito? ¿Vi te cargó bien o ya necesitas masajes? Caitlyn parpadeó, confundida al ver a Jinx. —Jinx... ¿Qué haces aquí? —Preguntó con sorpresa, mirando a Vi. —Pensé que esto era una cita. Jinx soltó una risa y giró el cucharón como si apuntara con él. —¡Lo es! Solo que con invitada especial. No te quejes, tengo mejor sentido del humor que Vi. Jericho solo gruñó, con un cuchillo en la mano y esa sonrisa rara que no dejaba claro si estaba feliz de verlas o a punto de echarlas. Su barra seguía igual: vieja, armada con piezas recicladas, pero sorprendentemente limpia. Las ollas soltaban vapor, una tetera hervía en una esquina, y el pan tostado despedía un olor que daba hambre al instante. —Cena zaunita en su máximo nivel. —Dijo Vi, sonriendo con algo de nostalgia. —Jinx insistió en venir, dijo que esto era parte de la “tradición familiar”. Y bueno… pensé que una cita con un poco de locura también era válida. ¿Te acuerdas de la primera vez? Babosas en salsa dudosa… pero ricas. Jericho gruñó otra vez desde la barra. Sonaba como si su garganta estuviera hecha de metal. Aún tenía su cuchillo grande entre las manos, afilándolo con cuidado, como si afilara viejos recuerdos. Jinx lo miró con una ceja levantada y luego miró a Caitlyn y Vi. —Ese fue su “hola”, versión Jericho. O tal vez quiere decir “no toquen nada sin pagar”. Nunca lo sabremos. Caitlyn se llevó los dedos al puente de la nariz, y mientras reprimía una carcajada, fingió un fastidio teatral. —¿Me explicas por qué demonios me hiciste ponerme este vestido si íbamos a terminar aquí? —Preguntó, sin alzar la voz, pero con las mejillas tan rojas como el vino más caro de Piltover. Vi ladeó la cabeza, con esa sonrisa de niña traviesa que sabe que la travesura valió la pena. —Me gusta ser innovadora... y muy buena haciendo bromas. Aunque lo admito. —Sus ojos recorrieron a Caitlyn con adoración descarada. —Me estoy empezando a arrepentir. Ese escote va a dejar a Zaun entero sin aliento, y yo solo quería verte brillar para mí. —¿En serio, Vi? —Interrumpió Jinx desde el banco, dándose un golpe en la frente con el cucharón. —Ugh, qué asco. Está bien que estés enamorada, pero ¿puedes no mirarla como si fuera un pastel que vas a devorar? Esto ya parece un menú de cursilería, no una cena. Caitlyn soltó una risa breve y se sentó frente a la barra, cruzando las piernas con una elegancia que ya no necesitaba esfuerzo. Soltó un suspiro apenas audible antes de hablar. —¿Y qué hay en el menú, aparte de miradas indeseadas? Jericho, desde detrás de la barra, soltó una serie de gruñidos guturales, cada uno más escupido y húmedo que el anterior, salpicando gotas de baba sobre el tablón de madera mientras movía apenas los labios en una pantomima de lenguaje secreto. Era como si una locomotora oxidada intentara contar un chiste en clave. Caitlyn parpadeó. Su expresión era una mezcla perfecta de confusión, ceja arqueada y labios entreabiertos. —¿Está... bien? —Susurró, como si hablar más fuerte pudiera provocar otra explosión de baba. Vi se acomodó en la banca junto a Caitlyn y apoyó los codos en la barra con una naturalidad ensayada. Levantó un dedo con fingida solemnidad, como si estuviera haciendo una orden en un restaurante con cinco estrellas y cero ventanas. —Un spaghetti con salsa robina para la señorita, por favor. Y para mí, lo de siempre: babosas en su salsa especial... y cucarachas en criomena. Bien crujientes, como me gustan. Jinx golpeó el cucharón sobre la barra un par de veces, como si tocara una campana invisible. —Jericho, ya sabes lo que quiero: sopa mutante con pedazos de chatarra crujiente, bien picante. Y si no hay, ¡invéntate algo! Pero que huela raro y parezca peligroso. Jericho asintió, su sonrisa aún más amplia, mientras unas gotas de baba le caían por la comisura de los labios. Sin emitir palabra, se giró con parsimonia y empezó a cocinar, moviéndose con esa torpeza precisa de alguien que conoce cada herramienta como una extensión de su cuerpo maltrecho. Caitlyn lo miró un rato, intentando entender lo que acababa de ver, y luego se giró hacia Vi con cara de "¿esto es normal?" mezclada con algo de confusión y hasta un poco de interés. —¿Cómo pueden estar seguras de que eso fue lo que dijo? —Preguntó, con una ceja levantada. —No tengo idea. —Dijo Vi encogiéndose de hombros, con una sonrisa tranquila. —Solo espero que realmente haya entendido el pedido. Aunque si termina trayendo sopa con tuercas, igual me la como. Por respeto. —Y un poco por costumbre. —Agregó Jinx, girando el cucharón entre sus dedos sin mirar a nadie. —Somos de Zaun, querida. Entender gruñidos, explosiones y cosas raras es parte del paquete genético... o al menos hacer como que los entendemos. —¿Criomena...? —Repitió Caitlyn, entre confundida y resignada. —Shhh... solo sonríe, Alteza. Esta cena es más como una ruleta con sabor a nostalgia. —Cerró Vi con una mueca divertida. Jericho apareció frente a ellas con la misma parsimonia con la que un gato deja caer su presa. Primero dejó el plato de Vi: un cuenco metálico hondo lleno de babosas aún humeantes, nadando en una salsa espesa de tonos marrón verdoso que parecía moverse por sí sola. A un lado, una porción de cucarachas crujientes con un brillo extraño, como barnizadas con resina. Luego, con algo más de cuidado, dejó frente a Caitlyn un plato de spaghetti con una salsa rojiza que intentaba parecer refinada... pero fallaba miserablemente. Algunos trozos no identificables flotaban como testigos del crimen gastronómico que estaba por comenzar. Finalmente, con una sonrisa torcida que parecía orgullo, Jericho dejó frente a Jinx un cuenco humeante que parecía sacado de una pesadilla. La sopa mutante brillaba en tonos turquesa y naranja, con trozos de chatarra que crujían al burbujear, y algo que claramente estaba moviéndose por su cuenta. —Perfecto. —Dijo Jinx, mirando su plato con una sonrisa satisfecha. —Si no arde, si no cruje, y si no muerde de vuelta... no es comida. Vi no esperó. Agarró la cuchara y empezó a devorar su plato con una mezcla de nostalgia y desesperación. Sus mejillas se inflaban mientras masticaba, y un hilo de la salsa de las babosas se escurrió por la comisura de su boca. —Mmm... mierda, esto está mejor que antes. —Murmuró Vi con la boca llena, sin dejar de comer. —Claro que sí está mejor. —Saltó Jinx, con una papa mutante en el tenedor. —¡Porque lo cocinó Jericho y no una máquina piltovense con complejo de chef! Esto tiene identidad. Y trozos de cosas no identificables, pero igual. Caitlyn miró su plato con cara de duda. No lo tocó. Solo lo observó como si algo fuera a salir de la salsa y morderla. Frunció el ceño y se echó un poco hacia atrás en el asiento, como buscando una salida rápida por si el plato cobraba vida. —Vi... esto parece comida para una escena del crimen. Vi tragó, se limpió con el dorso de la mano y le sonrió. —No vas a morir de comida envenenada. Créeme, si yo sobreviví, tú también puedes. Dale una oportunidad. Te va a gustar... probablemente. Además, harás sentir mal a Jericho si no comes. —Y si eso pasa, prepárate para una escena. —Añadió Jinx, apuntando con el cuchillo como si diera una advertencia seria. —Llora baba. En serio. Es como ver a un motor oxidado teniendo sentimientos. Da entre risa y pesadillas. Caitlyn miró a Jericho de reojo. Él seguía ahí, con esa sonrisa que daba escalofríos, mostrando los dientes como si fuera parte del menú. Unas gotas de baba todavía colgaban de su barbilla mientras revolvía algo en una olla usando el cuchillo como si fuera una cuchara cualquiera. Caitlyn soltó un suspiro. Agarró el tenedor como si fuera una herramienta de emergencia, lo clavó con cuidado en el spaghetti y empezó a enrollar los fideos muy lentamente, como si estuviera firmando su sentencia. Se tomó su tiempo, respiró profundo... y al final, lo probó. Tal como lo imaginó, el primer bocado fue raro: la salsa era pegajosa, los fideos un poco pasados, y el olor seguía diciéndole “huye”. Pero mientras masticaba, algo cambió. Había sabores fuertes, desconocidos, como si alguien hubiera cocinado con chatarra y recuerdos de calle. Caitlyn cerró los ojos. Poco a poco, su paladar, acostumbrado a lo más elegante de Piltover, empezó a entenderlo. Lo que al principio parecía un castigo, terminó sorprendiéndola. No estaba tan mal. De hecho… tenía algo. Vi la observaba de reojo, los labios brillantes por la salsa, con media cucaracha entre los dientes. —¿Y? —Preguntó. —¿Cuál es el veredicto? Caitlyn tragó, sacó con discreción un pequeño pañuelo de su bolso y se limpió los labios con la delicadeza propia de su linaje, antes de alzar apenas una ceja. —No está mal. Extrañamente... no está mal. Vi sonrió, exagerando una expresión de falsa modestia. —Sabía que te iba a gustar. La comida zaunita puede parecer un crimen a la vista, pero tiene ese sabor que las cenas elegantes de Piltover jamás van a entender. Caitlyn se recargó en el respaldo del banco, pensativa, y giró apenas la cabeza hacia Jinx. —¿Y Lux? ¿Por qué no la trajiste? Jinx, que hasta ese momento revolvía distraída su sopa, se quedó mirando su cuchara como si acabara de encontrar un secreto en el fondo. Vi la miró de inmediato, luego a Caitlyn, y respiró hondo. —Tal vez... —Dijo con tono suave, tratando de aliviar la tensión. —Este no es el mejor momento para hablar de eso. Jinx soltó una risa corta, sin levantar la vista. —Todo bien. Ella me terminó. Ya no estamos juntas. Fin del show, sigan comiendo. Caitlyn apretó un poco el tenedor, como si quisiera retroceder el tiempo unos segundos. Bajó la mirada y luego asintió, sin decir nada. El aire se volvió más denso, como si algo invisible flotara entre ellas. Volvieron a centrarse en sus platos, cada una masticando más de lo que realmente quería decir. Terminaron de comer con esa sensación extraña de satisfacción que solo puede dejar un plato dudoso que, contra todo pronóstico, no mató a nadie. Caitlyn dejó el tenedor sobre el plato vacío, se recostó levemente contra la barra y giró el rostro hacia Vi con una ceja alzada. —¿Y ahora qué sigue en tu gran plan de cita nocturna? —Preguntó, con una ironía tan fina como la curva de su sonrisa. Vi la miró, se encogió de hombros y sonrió, un poco culpable. —Nada, en realidad. Solo quería tachar uno de los deseos de mi lista: comer aquí contigo. Lo demás... no lo planeé. Jinx soltó una carcajada desde su banco, limpiándose la boca con la manga. —Menos mal que vine yo entonces. Porque sí tengo algo planeado. Y no, no es vomitar en una esquina. Así que prepárense, hermanitas. Esto apenas empieza. Las tres se levantaron de las bancas. Vi sacó unas monedas de oro de su chaqueta y las dejó sobre la barra sin decir nada. Jinx estiró los brazos con flojera, como si el caos digestivo fuera parte del ritual, mientras Caitlyn se acomodaba el vestido con dignidad restaurada. Jericho no respondió con palabras. Solo clavó su cuchillo gigante en un pilar de madera con un golpe seco, como si marcara el final de un capítulo. Luego, con su eterna sonrisa torcida, recogió las monedas una por una con movimientos lentos, dejando que una gota de baba le colgara sin apuro de la comisura de los labios. Jinx alzó una mano en el aire, girándola con dramatismo exagerado. —Nos vemos, Jericho. Sigue cocinando como si odiaras a tus ingredientes. Caitlyn asintió con una leve inclinación de cabeza. Vi solo dijo, medio en serio, medio en burla: —Gracias, Jericho. Inquietante, como siempre. El gruñido grave que se escuchó desde la garganta de Jericho fue lo más parecido a un “de nada” que podía ofrecer. Zaun de noche era otra cosa. Menos ruido, más sombras. Pero no menos peligro. Jinx iba adelante, saltando entre charcos y escombros como si estuviera caminando por una pasarela de caos. Vi la seguía, con las manos en los bolsillos y los ojos atentos. Caitlyn iba unos pasos más atrás, ajustando el paso para no tropezar con los adoquines rotos. Ya se había quitado los tacones, cargándolos en una mano como armas improvisadas. —¿Seguro que sabes a dónde vas? —Preguntó Caitlyn. —Por supuesto que no. —Respondió Jinx. —Pero eso lo hace más emocionante. Vi sonrió con resignación, justo antes de que el grupo se detuviera en seco. Tres tipos se habían cruzado en el callejón. Uno tenía un tubo metálico al hombro, otro una cadena, y el tercero una sonrisa de esas que avisan que se viene algo feo. —Bueno, bueno… miren lo que tenemos aquí. —Dijo el de la cadena, con voz chorreada de malicia. —Tres muñecas perdidas paseando por Zaun, qué noche para tener suerte. —¿Suerte? —Jinx alzó una ceja, ladeando la cabeza. —Depende de cuánto te gusten los huesos rotos. Tenemos tres estilos distintos, si te interesa la variedad. —¿Eso era una amenaza? —Se burló el del tubo, haciendo girar el metal entre las manos. —¿Una amenaza? —Vi dio un paso al frente con tranquilidad y una sonrisa confiada. —No, compañero. Eso fue una advertencia... y ya es tarde para cambiar de idea. El primero en moverse fue el de la cadena. Mala idea. Vi lo esquivó y le metió un rodillazo directo al estómago, luego un golpe con el codo que lo dejó en el suelo gimiendo. El del tubo se lanzó contra Caitlyn, pero ella ya tenía un tacón en mano. Se lo lanzó a la frente, lo desorientó, y luego lo agarró del brazo con una llave que lo hizo gritar. —Deberías ver lo que hago con el otro zapato. —Le susurró al oído. Mientras tanto, el tercer tipo intentó atrapar a Jinx, pero ella ya no estaba ahí. Un destello de Shimmer y había desaparecido. Apareció detrás de él y lo pateó en la espalda. —¿Muy rápido para ti? ¡Ups! —Rió, y le metió un codazo que lo mandó de cara al suelo. Los tres quedaron tirados, quejándose, mientras las chicas se sacudían como si acabaran de esquivar polvo. —¿Era parte de tu plan también? —Preguntó Caitlyn, sacudiéndose el polvo de las manos. —¿Qué te digo? Zaun siempre da sorpresas. —Respondió Jinx con una sonrisa enorme, como si todo esto fuera parte de un show. Vi se acercó a Caitlyn, repasándola de arriba abajo. —¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? Caitlyn levantó uno de sus tacones rotos como si fuera un trofeo. —Estoy entera. Solo perdí un zapato y un poco de dignidad. Aunque admito que estos tacones son mejores que algunas pistolas. Lástima que ya están muertos. Vi soltó una carcajada. —Lo voy a recordar: tacones, arma oficial de emergencia. —Se giró hacia Jinx, alzando la vista. —Bueno, genio criminal... ¿cuánto falta para tu misteriosa sorpresa? Jinx miró hacia arriba como si recién cayera en cuenta. —Ah, eso. Está justo ahí arriba. Literalmente encima de nosotras. Vi siguió su mirada, contempló la altura del edificio con resignación, y suspiró largo. —Perfecto... Cait, súbete a mi espalda otra vez. Tenemos una nueva locura psicótica versión Jinx que cumplir. —Me pregunto si las citas normales existen. —Dijo Caitlyn mientras se acomodaba para subirse. —No en esta familia. —Añadió Jinx ya trepando por una escalera oxidada. —Bienvenida a la edición especial del caos. Vi se agachó para que Caitlyn pudiera subir. —Si cuando lleguemos hay fuegos artificiales, o una bomba, la empujo del techo. Lo juro. —¡Te escuché! —Gritó Jinx desde más arriba. —Y no pienso disculparme por el espectáculo. —Genial. —Murmuró Caitlyn, ajustando su agarre en los hombros de Vi. —Pasamos de cena a asalto y ahora a escalar edificios. Justo lo que soñé desde niña. —Tal como nos enamoramos, ¿no? —Respondió Vi con una sonrisa mientras comenzaban a subir. Las tres subieron por las estructuras viejas, entre escaleras chuecas, barandas flojas y plataformas que crujían con cada paso. El techo quedaba mucho más alto de lo que parecía desde abajo. Era uno de los edificios más altos de Zaun, una torre olvidada que se alzaba por sobre todas las demás como una estatua oxidada. Arriba, el aire era espeso, pero distinto. No tenía ese veneno denso de las calles, era más fresco, más limpio. Desde ahí, la ciudad se veía como un monstruo dormido: luces verdes parpadeando, humo saliendo de fábricas, tubos como venas enredadas por todos lados, y mucha, muchísima oscuridad entre todo eso. Caitlyn se detuvo un momento, sin decir nada. Miraba todo como si fuera la primera vez que veía Zaun. Y en cierto modo, lo era. Estaba fascinada. —Wow… —Murmuró. —Nunca pensé que Zaun podía verse tan… bonito. —Te lo dije. —Dijo Jinx, sonriendo como si acabara de mostrarle su obra maestra. —Cortesía de Jinx. —Lo hiciste bien, hermana. —Agregó Vi con una media sonrisa. —Obvio que sí. —Respondió Jinx, girando como si estuviera en un escenario. Luego sacó una bolsa y la tiró al suelo con un golpe seco. —Ahora viene la mejor parte. Caitlyn frunció el ceño. —¿Qué parte? Jinx abrió la bolsa y sacó varias latas de pintura en aerosol: una azul, una roja, una celeste y una rosada. Las acomodó en línea como si estuviera a punto de comenzar un experimento raro. —Vamos a pintar un mural. Es una tradición. Si vas a ser parte de esta familia, tienes que dejar tu marca. Literalmente. —¿Estás diciendo que pinte una pared con graffiti? —Preguntó Caitlyn, levantando una ceja. —¿Yo? ¿La comandante? —Sí. —Jinx le lanzó la lata rosada y Cait la atrapó sin pensarlo. —Solo por esta noche, olvídate de ser la comandante. Sé tú, pero con pintura en las manos. Vi soltó una risa suave. —Vamos, Cupcake. Te prometo que no vamos a poner esto en ningún informe oficial. Caitlyn miró la lata y luego miró la pared. Era enorme, gris y llena de pedazos de pintura vieja, frases borradas por el tiempo y la niebla. Suspiró. —Está bien. Pero si alguien me pregunta, diré que me obligaste. —Perfecto. —Dijo Jinx, agitando su lata azul. Las tres se acercaron a la pared. Jinx empezó a rociar pintura como si su cabeza explotara de ideas. Primero dibujó uno de sus típicos monitos: ojos grandes, sonrisa demente. Luego, con un trazo más lento y casi con respeto, dibujó a Isha, de espaldas, mirando hacia el sol. Después añadió a Vander, sentado con una cerveza en una mano, y a Vi de niña, con los guantes colgando. Y no se detuvo ahí: pintó a Caitlyn con cara de gruñona, cruzada de brazos, pero con una corona hecha de flores. —Mira, ¡eres tú! Siempre seria, siempre reina del fastidio. —Jinx guiñó un ojo mientras pintaba corazones a su alrededor. Vi tomó la lata roja y, con una sonrisa melancólica, dibujó a las tres sentadas en el puesto de Jericho, comiendo y riéndose. Aunque eran solo siluetas, el momento se entendía sin necesidad de palabras. Caitlyn miró el muro sin saber por dónde empezar. Sostenía la lata de pintura, pero ninguna idea le parecía lo bastante buena. Hasta que, de pronto, lo tuvo claro. Se acercó y empezó a dibujar con cuidado el rostro de una mujer de expresión firme y elegante. Abajo, con una letra cuidada, escribió: "La ciudad subterránea también merece respirar. Cassandra Kiramman. Creadora del sistema de ventilación de Zaun.” Vi se acercó a Jinx y le ofreció la mano. Ella la miró por un momento, dudando, pero luego la aceptó. —Isha estaría orgullosa de ti. —Le dijo Vi con voz baja, mientras apretaba su mano. —Por lo que eres ahora. Jinx parpadeó. Esa chispa intensa que solía brillar en sus ojos se volvió más suave, como si algo dentro de ella se calmara por un momento. Después, su mirada fue hacia el mural de Caitlyn. Vio la imagen de Cassandra y la frase escrita debajo. Algo en su expresión cambió. Sus labios se apretaron y bajó la vista, como si recordara algo que le dolía más de lo que quería admitir. Caitlyn la observó en silencio, notando el cambio en su cara. Entonces habló, como si su respuesta hubiera estado esperándola desde antes. —Eso ya quedó atrás. No lo borraremos, pero sí podemos aprender de ello. Quiero que sepan que no somos dos mundos distintos. Somos dos ciudades que se necesitan. Jinx la miró y le nació una sonrisa pequeña, medio torpe, pero sincera. Bajó la vista y luego la levantó de nuevo, con una expresión que ya no era burlona ni a la defensiva. Solo calma. Como si algo en su forma de ver a Caitlyn hubiera cambiado del todo. Caitlyn la miró igual, sin tensión, y asintió leve. Jinx se rascó la nuca, incómoda, soltando un bufido suave, como diciendo "vale, ya entendí" sin necesidad de hablar. —Ya está. Iniciación completada. —Dijo Jinx, girando hacia la baranda. —Hora de irnos antes de que esto parezca una postal emocional. Vi se rió por lo bajo. —Creo que me voy a quedar un rato más con Caitlyn. Jinx alzó una ceja, pero no dijo nada sarcástico. Solo asintió con una media sonrisa. —Ok. Pero no se quejen si alguien las intenta asaltar. Hoy ya salvé suficientes traseros. Vi se acercó a ella y la abrazó con fuerza. Jinx respondió con un apretón corto, algo torpe, pero sincero. Luego se soltaron. Jinx se dio media vuelta y saltó entre los tubos del techo como si fuera parte del paisaje. Su figura se fue perdiendo entre el vapor y las sombras. Vi y Caitlyn se quedaron frente al mural. Los colores seguían bajando por la pared, lentos, como si quisieran quedarse un rato más. Cada trazo parecía guardar un recuerdo, una conversación sin palabras, algo que no se podía borrar ni aunque lo intentaran. Caminando sin decir mucho, se acercaron al borde del edificio y se sentaron. Las piernas colgaban al vacío, y entre ellas se instaló un silencio cómodo, de esos que no pesan. Como si el viento supiera que ya no hacía falta hablar. —Gracias por lo de Jinx. —Dijo Vi al fin, sin mirarla de frente. —Por abrazarla… por quedarte. Caitlyn giró la cabeza hacia ella y sonrió de lado, con ese tono medio sarcástico que le salía sin esfuerzo. —No fue gran cosa. Incluso la locura a veces necesita un abrazo. Aunque venga armada hasta los dientes. Vi soltó una risa leve por la nariz, y el viento pareció mover el aire con un soplo suave. Por un momento, ese rincón olvidado de Zaun se sentía menos triste. Se quedó callada un rato, como si le costara poner en palabras lo que pensaba. Luego suspiró, todavía con una pequeña sonrisa, pero con los ojos algo perdidos en sus recuerdos. —Esa noche... la de las bombas de purpurina... estaba tan ebria que juré que la luna tenía cara. Jinx no paraba de reír. Era como si el mundo dejara de importar. Solo nosotras y ese techo. Por un rato... era como volver al pasado. Caitlyn no dijo nada. Solo la escuchaba, con la cabeza inclinada. —Estoy tratando de volver a ser esa Vi de antes, cuando solo éramos Powder y yo. Aunque todo cambió, ella sigue siendo mi hermana menor, y todavía quiero cuidarla. Solo que... a veces me asusta no lograrlo y que esas voces en su mente tomen el control. Caitlyn puso su mano con suavidad sobre la de Vi. Al principio no dijo nada. Luego habló, con esa voz suya que siempre suena firme pero cálida: —Aunque parezca que se aleja, yo voy a estar aquí. Para recordarte quién eras cuando solo eran ustedes dos en un techo riéndose. Para ayudarte a sostenerla cuando sientas que no puedes más. Porque eso que tienen, Vi... eso es más fuerte que cualquier voz en su cabeza. Vi giró la mano y entrelazó sus dedos con los de Caitlyn. No la miró, pero respiró más profundo. No era tranquilidad total, pero sí estar un poco más cerca. Bajó la vista y notó los pies descalzos de Caitlyn, manchados de pintura y llenos de polvo. —Tus pies parecen haber cruzado todo Zaun sin permiso. —Bromeó, levantando una ceja. Caitlyn soltó una pequeña risa, sin preocuparse de esconderlos. —Estoy bien. —Te paso mis botas, princesa. Solo esta vez. —Dijo Vi, empezando a sacarse una. —No. —Caitlyn negó con la cabeza y sonrió. —Esta noche no soy una chica rica de Piltover. Esta noche soy de Zaun. Y si aquí se camina con los pies al aire, entonces tengo que aprender. Vi la miró un segundo, luego dejó de desatar la bota y se volvió a acomodar. —Entonces bienvenida al club de las plantas sucias. Ya no hay vuelta atrás. Vi se quedó mirando el mural unos segundos más, como si algo hiciera falta. Frunció ligeramente el ceño, pensativa, y luego se levantó con decisión, sacudiéndose las manos manchadas de pintura. —Ven. Me faltó una última cosa. —dijo, tomando con suavidad la mano de Caitlyn y guiándola hacia la pared otra vez. Cait la siguió en silencio, sin preguntar. Había aprendido que, con Vi, a veces lo mejor era simplemente confiar. Vi se agachó, rebuscó en la bolsa de latas y sacó dos: una celeste y otra rosada. Respiró hondo, como quien se prepara para algo importante, y empezó a dibujar. No lo hizo rápido ni con la energía impulsiva de antes. Esta vez, cada trazo era lento, casi ceremonioso. Como si escribiera una promesa o dibujara un secreto. Unos minutos después, se apartó en silencio para que Caitlyn pudiera ver lo que había hecho. Allí, en un rincón limpio del mural, había dos bebés dormidos, dibujados con trazos suaves y cariñosos. Uno tenía detalles celestes; el otro, rosados. Encima de ellos, con letras claras y firmes, se leían dos nombres: Kaeris y Elara. Caitlyn parpadeó. Sus labios se movieron al leer los nombres en voz baja, como si al pronunciarlos ya los estuviera trayendo al mundo. —¿Y esto...? —Preguntó sin apartar la vista del mural, con una mezcla de sorpresa y ternura en la voz. Vi cruzó los brazos, sonriendo con orgullo. —Te dije que quiero dos príncipes. Primero la pequeña princesa Elara Kiramman. Después, su hermano Kaeris Kiramman. Y los dibujé ahora porque quiero que este futuro también quede aquí, en Zaun. Entre nosotras. Cait la miró, emocionada. Sonrió, con los ojos un poco brillosos. —¿Y si nacen al revés? —Entonces Kaeris será el mayor que la arrastre por los pasillos a ella. —Dijo Vi, levantando una ceja, con esa sonrisa cómplice que usaba cuando ya tenía toda la escena armada en su cabeza y se divertía solo de imaginarla. —¿Y si no quieren ser príncipes ni princesas? —Entonces serán lo que quieran. Pero siempre Kiramman. Siempre nuestros. —Respondió Vi, con esa firmeza tranquila que Caitlyn tanto adoraba. Caitlyn dio un paso más cerca, sin dejar de mirar el mural, y apoyó su brazo contra el de Vi. No hubo palabras, solo un gesto simple, compartido. Sus cuerpos seguían uno al lado del otro, fijos frente a esa pared llena de historia, de pintura, de caos y ternura. El mural ya no hablaba solo del pasado, ni de todo lo que habían perdido o soportado. Ahora también mostraba lo que soñaban. Lo que, en el fondo, estaban dispuestas a construir. Juntas. Sin importar cuán lejos estuviera ese futuro, o cuánto tuvieran que pelear para alcanzarlo. —¿Y? ¿Qué opinas? ¿Tu debut en Zaun estuvo a la altura? Caitlyn miró el mural durante unos segundos, luego giró hacia Vi, y finalmente levantó la vista al cielo sin estrellas. —Más que a la altura. Fue perfecto... a su manera. Imperfecto, sí, pero de esos errores que uno no querría borrar. Justo en ese instante, una voz ronca interrumpió el momento. —¿Quién anda ahí? Ambas se quedaron quietas. Vi giró ligeramente la cabeza hacia el borde del tejado. A lo lejos, un ejecutor de Piltover corría por el techo de un edificio vecino, iluminando con su linterna en dirección a donde estaban ellas. —Mierda. —Murmuró Caitlyn para sí misma, sintiendo cómo el estómago se le encogía. Si uno de sus propios agentes la veía allí, descalza, cubierta de pintura, grafiteando paredes... el escándalo llegaría hasta el consejo. Pero Vi ya se estaba moviendo. En un segundo, se quitó la chaqueta de cuero, dejándola caer a un lado con rapidez. Luego, sin pensarlo demasiado, se quitó la camiseta, revelando su torso cubierto apenas por unas vendas ajustadas que cruzaban su pecho, delineando cada músculo con la crudeza de alguien que ha sobrevivido más de lo que ha vivido. Su abdomen era puro acero bajo la luz mortecina, y sus hombros brillaban por el sudor y la pintura acumulada durante la noche. Por un segundo, Caitlyn no supo si correr... o quedarse a contemplar. Vi recogió la chaqueta y se la volvió a poner sin abrochar, el cuero cayendo sobre su espalda como si intentara contener, sin éxito, toda su energía desbordante. Se acercó rápido, le lanzó la camiseta encima y le cubrió la cabeza y parte de la cara. Luego, sin perder tiempo, tomó uno de los aerosoles de grafiti y le roció pintura roja directamente en el rostro. Después la esparció con la mano, dejando su cara llena de manchas brillantes y coloridas, como si intentara esconder su identidad bajo una capa caótica de pintura. Desde lejos, Caitlyn ya no se veía como una oficial de Piltover. Parecía una sombra anónima salida de las calles de Zaun, desordenada, brillante y completamente irreconocible. —¡¿Qué estás haciendo?! —Alcanzó a decir Caitlyn desde debajo de la camiseta, con la voz apagada por la tela. —Estoy evitando que te echen, detective brillante. —Vi le guiñó un ojo, le tomó la mano y dijo. —¡Corre! Y salieron disparadas, sin mirar atrás. Bajaron del tejado como si fueran sombras hechas de risa y cansancio, con el aire entrando a trompicones por la boca, las piernas pesadas de tanto correr, y los pies descalzos de Caitlyn golpeando el suelo con una mezcla de vértigo, dolor y adrenalina. Las dos saltaban de un techo a otro, con el crujido del metal viejo y oxidado mezclándose con sus propios latidos, tan fuertes que casi podían escucharlos más que sus pasos. Vi apenas se permitió mirar hacia atrás. Su pecho subía y bajaba como si estuviera corriendo desde hacía años, el aire le rasgaba la garganta con cada respiro, y aun así... sonreía. Sonreía como una niña que acaba de robar algo y salió corriendo sin que la atraparan. Libre. Viva. Detrás de ellas, el ejecutor seguía en movimiento. Era más grande, más lento, pero no se rendía. Su linterna cortaba la oscuridad como un cuchillo, y cada vez que gritaba “¡Alto ahí! ¡Deténganse!”, su voz parecía más cerca, más molesta, más peligrosa. —¡Por acá! —Gritó Vi, con la voz entrecortada por el cansancio. Señaló un tubo de escape ancho que bajaba en espiral hacia una calle angosta. Su respiración era áspera, sus brazos marcados brillaban por el sudor y la pintura. La chaqueta colgaba sin abrochar, y las vendas del torso, mojadas por el esfuerzo, se le pegaban como si fueran parte de su piel. Caitlyn apenas podía seguirle el paso, pero aun así, no podía dejar de mirarla. Caitlyn se detuvo un segundo frente al tubo, jadeando. —¿Seguro que esta vez no vamos a caer en un basurero? —¡Lo prometo! —Vi soltó una risa entrecortada y le dio un empujón en la espalda. —¡Muévete, que nos vienen siguiendo! —¡Alto! ¡Deténganse! ¡Por la autoridad de Piltover! —Gritó el ejecutor, más cerca de lo que creían. Caitlyn rodó los ojos, soltó un suspiro agitado, murmuró una maldición por lo bajo y se lanzó por el tubo. El corazón le latía con fuerza y los pies le dolían. El metal frío le rozó la piel mientras bajaba, y por un instante, esa mezcla de vértigo, pintura y locura le pareció, de forma extraña... perfecta. Vi no perdió tiempo. Metió la mano en el cinturón improvisado y sacó una bomba de humo con el logo inconfundible de Jinx. No la había traído ella. Jinx se la había entregado disimuladamente esa misma noche, justo antes de separarse del último abrazo, metiéndola entre sus cosas como quien deja un regalo explosivo. "Por si esta ciudad se pone divertida", le había susurrado con esa sonrisa suya de caos encantador. Vi no pensó que tendría que usarla tan pronto, pero ahora se alegraba de haberle hecho caso. La giró dos veces entre los dedos, con la naturalidad de alguien que ya no necesita practicar. Y justo cuando el ejecutor apareció en el borde del tejado, le lanzó la bomba directo a los pies. Un estallido seco llenó el aire con una nube densa y brillante de humo rojo. El ejecutor comenzó a toser de inmediato, desorientado por la niebla color sangre que lo envolvía. —¡Con cariño! —Gritó Vi, soltando una carcajada mientras se lanzaba por el tubo tras Caitlyn. El metal helado le rozó la piel mientras descendía a toda velocidad. Los pulmones le ardían, el corazón le golpeaba el pecho como un tambor desbocado, pero aún así, reía. Una risa rota, desordenada y luminosa, como la noche misma. Mientras el viento le alborotaba el cabello, Vi sintió, con una certeza absurda pero real, que aunque todo se viniera abajo, esa noche ya era perfecta. Cayeron entre bolsas viejas, humo tibio y ladrillos húmedos. Caitlyn aterrizó de costado, las manos intentando frenar el golpe, y soltó un quejido cuando el aire se le escapó del pecho. Un segundo después, Vi aterrizó justo encima, su cuerpo caliente y acelerado por la carrera encajando sobre el suyo como si siempre hubiera pertenecido ahí. El peso de Vi la mantuvo entre las bolsas, su torso apenas cubierto por la chaqueta abierta, las vendas húmedas, la piel rozando el muslo de Caitlyn, la respiración agitada haciéndole cosquillas en el oído. Vi no se levantó de inmediato. Solo apoyó las manos a ambos lados del rostro de Caitlyn, sus caras tan cerca que podían sentir el calor de la otra en cada respiro. —Amor... —Dijo entre risas cortadas por el cansancio. —Ya habrá tiempo para esto... por ahora, hay que seguir corriendo. Caitlyn soltó una risa corta, aún sin aliento, con los ojos fijos en los de Vi. —Muy graciosa. —Murmuró, con una sonrisa que se le escapó sin que pudiera esconderla. Por unos segundos, se quedaron quietas, respirando el mismo aire, sintiendo el calor compartido que les subía por el pecho. Luego, todavía riéndose por lo bajo, se levantaron como pudieron, con torpeza y empujones suaves, sacudiéndose el polvo del tejado y los restos de risa que les colgaban de los labios. Salieron corriendo por los estrechas calles de Zaun, sus pasos marcando el ritmo de una huida caótica, llena de chispas, adrenalina… y libertad. Avanzaban por callejones tranquilos, todavía con la respiración algo agitada, pero riéndose como si aún sintieran la emoción corriéndoles por las venas. La pintura seguía brillando por todas partes: en el cabello despeinado de Caitlyn, en los pliegues arrugados de su vestido, y en los bordes abiertos de la chaqueta de cuero que Vi llevaba como si fuera parte de su piel. —Dime algo. —Dijo Vi, girando la cabeza con una media sonrisa—¿Alguna vez hiciste algo así con alguna de esas novias elegantes que tuviste? Caitlyn soltó una risa por la nariz y le lanzó una mirada divertida. —Mis novias eran demasiado refinadas como para ensuciarse las manos. Ni hablar de correr por tejados llenas de pintura. Una de ellas se enojaba si me mojaba el vestido con la lluvia. —Hizo una pausa como si pensara en voz alta. —Eran un desastre... pero siempre bien peinadas. Vi rió con ganas, su risa rebotando entre las paredes sucias de Zaun. —¿Y tú? —Preguntó Caitlyn, mirándola de reojo. —¿Has hecho algo así con alguna novia? Vi se encogió de hombros, y aunque intentó sonar casual, en su cara se notaba algo distinto. —La verdad... nunca he tenido una. Caitlyn alzó ambas cejas, entre sorprendida y divertida. —¿En serio? Vi se llevó una mano al pecho, como si estuviera jurando ante un juez, con una sonrisa exagerada. —En serio. Aunque parezca increíble con esta cara hermosa y este cuerpo de escultura... no me meto con cualquiera. Soy exigente. Caitlyn soltó una carcajada, cubriéndose la boca con el dorso de la mano. —¿Quién lo diría? Caitlyn Kiramman, conquistando el corazón de la más difícil. Vi le dio un codazo suave. —Presumida. —Dijo Vi en broma, justo antes de notar que Caitlyn caminaba raro. Se fijó bien y la vio hacer una mueca cada vez que su pie tocaba el suelo. —¿Te duele al caminar? —Estoy descalza, Vi. Tengo los pies llenos de ampollas. No es tan difícil de entender. —respondió Caitlyn, tratando de no hacer mucho drama. Sin decir nada más, Vi se dio la vuelta y, de golpe, cargó a Caitlyn en brazos como si fuera lo más normal del mundo. —¡Vi! —Protestó Caitlyn, agarrándose fuerte de su cuello. —Ahora soy tu transporte oficial hasta la mansión. Y no se aceptan reclamos. Tus pies de niña bien de Piltover no sobrevivieron la prueba de las calles de Zaun. —Exageras. —Dijo Caitlyn, pero no intentó bajarse. Su cuerpo encajaba perfectamente con el de Vi. Se acercó un poco más y respiró hondo, notando el olor a cuero, polvo... y algo que, sin saber cómo, le daba una sensación de hogar. Vi la miró de reojo, en silencio. Sus brazos no temblaban. La sostenía firme, como si fuera el único lugar en el mundo donde quería tener sus manos. —Hoy fuiste la estrella de Zaun. —Susurró. Caitlyn no respondió de inmediato. Apoyó la cabeza en el hombro de Vi y se quedó ahí, dejando que su respiración la calmara. Cerró los ojos por un momento y sintió un calor raro en el pecho. Tal vez era orgullo… o algo más difícil de explicar. —Sabes que esta noche no va a pasar nada, ¿cierto? —Dijo con un tono tranquilo, pero con una sonrisa pícara. —Aunque admito que esta cita fue una locura bastante interesante. Vi soltó una risa baja, rasposa, como si le dolieran los músculos de tanto reír. Sonaba a polvo, a pintura de aerosol y a libertad. A una noche larga, sí, pero también feliz. Muy feliz. —Igual no quiero terminar saboreando pintura. —Bromeó entre risas, con esa sonrisa suya que siempre dejaba a Caitlyn sin palabras. Se miraron un momento más, entendiendo sin decirlo que no querían que esa noche terminara aún. Luego se rieron fuerte, juntas, como si todo lo vivido solo pudiera terminar así: con una carcajada que limpiaba el alma. Vi caminó hacia la mansión cargando a Caitlyn en brazos, como si se la hubiera robado justo antes de que alguien dijera "los declaro esposas". Cait no se resistió. Apoyó la cabeza en su hombro, sintiendo cómo cada paso la alejaba del pasado y la acercaba a algo nuevo. Sonreía como si caminar así, con Vi llevándola, fuera el mejor destino posible. Zaun seguía viva y vibrante a su alrededor. Todo estaba sucio, con olor a pintura, metal y humedad. El vestido arrugado, las vendas flojas, los pies marcados, las caras llenas de manchas de color. Pero nada de eso importaba. Nadie los miraba. Solo el humo, los cuervos, y la luz débil de una farola que apenas podía seguirles el ritmo. Y aun así, lo sabían: Esa noche no era para títulos, ni para medallas, ni para discursos en salones dorados. Era suya. Solo suya.
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