ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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Tarde

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La luz entraba a través de las rendijas de la persiana, empujando como si quisiera colarse sin permiso en una pieza que todavía olía a noche. Eran poco más de las diez, pero ahí dentro el tiempo se notaba más por los suspiros que por los minutos. Vi seguía donde había caído anoche: con los pantalones puestos, los calcetines mal puestos y las vendas ajustadas en el pecho. Su chaqueta estaba tirada cerca de la puerta, hecha un montón de cuero con manchas de pintura. Respiraba hondo, tranquila, con ese ruido suave de alguien que ha corrido, reído fuerte y querido de verdad. Caitlyn estaba acostada de lado, mirándola. El vestido azul que anoche fue todo un espectáculo, ahora parecía un disfraz viejo. Llevaba la camiseta de Vi enredada al cuello como una bufanda, y tenía mechones de pelo pegados a la cara por culpa del sudor y la pintura. Su maquillaje estaba corrido, pero ni le importaba. Dormía con los labios apenas abiertos y una mano debajo de la mejilla, como una niña cansada después de una travesura larga. Las dos estaban cerca, en el centro de la cama, con las piernas entrelazadas bajo las sábanas arrugadas. Sus pies descalzos sobresalían de las mantas, como si fueran una pequeña tregua después del caos. Vi fue la primera en despertar. Parpadeó lento y soltó un suspiro profundo. Se quedó viendo la cara de Caitlyn por varios segundos, como si estuviera mirando algo muy especial solo para ella. —Mmh... —Susurró Vi, con voz cálida y adormecida. —¿Esto es real o solo un buen sueño que no quiere terminar? Caitlyn frunció la nariz sin abrir los ojos, sonriendo apenas. —Si esta es la consecuencia... —Murmuró. —...entonces valió cada segundo. Vi soltó una risa tranquila, como un suspiro que se le escapó del pecho. —Tienes pintura en la nariz, y en la oreja. Y... ¿cómo terminó en tu rodilla? —Fuiste tú quien me convirtió en una obra de arte improvisada. —Abrió los ojos despacio, solo para encontrarse con los de Vi. —¿Pudiste descansar algo? —Lo justo como para mirarte ahora y seguir sintiendo que esto es real. Eso me basta. Caitlyn buscó su mano con calma, hasta que sus dedos se encontraron. —Tu humor sigue siendo tan único como esa famosa cucaracha frita de Jericho. —Y tú... sigues siendo increíble, incluso cubierta de pintura y con cara de haber peleado contra una tormenta de colores. El silencio entre ellas era cálido y tranquilo. Vi se acercó con lentitud, y Caitlyn también, como si sus movimientos buscaran reflejarse el uno en el otro. Sus frentes se rozaron apenas, una caricia sutil cargada de complicidad. Sus narices se tocaron, respirando al mismo ritmo, suaves, en calma. —¿Nos levantamos? —Podríamos quedarnos un poco más. Pretender que el mundo todavía no ha vuelto a moverse. —Cada vez que hacemos eso... —Caitlyn le acarició la mejilla con ternura. —...el mundo nos sacude como si quisiera recordarnos que no podemos escondernos para siempre. —Lo sé... —Vi sonrió, pasando una mano por el rostro para despejarse un poco. —Pero al menos vayamos por desayuno y una ducha que nos saque el caos de encima. No prometo volver a ser civilizada, pero tal vez logre parecer menos apocalíptica. Ambas rieron. Se estiraron con pereza, se dedicaron un último roce de manos, y finalmente salieron rumbo al baño, arrastrando los pies como si el suelo pesara más de la cuenta. Unos minutos después, ya limpias y con el cabello aún húmedo, Vi apareció con una camiseta vieja y pantalones sueltos, elásticos a la altura de los tobillos. A su lado, Caitlyn caminaba con paso firme, llevando el uniforme oficial de comandante: azul oscuro, de líneas pulcras y botones dorados que brillaban bajo la luz matinal. Caminaban en silencio hacia el comedor, una al lado de la otra, como si el mundo aún no hubiera decidido interrumpirlas. La puerta estaba entreabierta. Un olor a café recién hecho se deslizaba por el pasillo como una bienvenida tibia. Caitlyn lo olió antes de entrar, cerró los ojos por un segundo, y suspiró, como si el mundo volviera a su eje con cada respiración. Al entrar, vieron a Tobias Kiramman, estaba sentado a la cabecera de la mesa, con el diario sin abrir y una taza humeante entre las manos. Las observó como si ya supiera todo lo que había pasado en la madrugada. No habló al principio. Solo bebió. Luego, fijando la mirada en el rostro cansado de su hija y en la expresión adormilada de Vi, rompió el silencio. —Buenos días… o lo que queda de ellos. —Dijo con tono tranquilo. Vi aclaró la garganta. Caitlyn besó a su padre en la mejilla antes de sentarse. Llevaba el cabello aún mojado recogido en una coleta. Sus ojos mostraban cansancio, pero su postura era firme. —Café, por favor, y sin comentarios, si es que se puede. —Dijo con media sonrisa. Tobias miró a Vi, que se dejó caer en la silla con cansancio. —Ojeras, risas contenidas y pasos sospechosos. Diría que fue una noche agitada. —Comentó Tobias, levantando una ceja. —Digamos que Jinx tuvo una de sus ideas brillantes… —Respondió Vi con una sonrisa algo agotada. —El resto fue pura improvisación. Mejor no entremos en detalles. Tobias, como si ya se lo esperara, sirvió café en silencio. El aroma llenó el comedor con una calidez familiar. —Espero que haya valido la pena. —Dijo finalmente. Caitlyn y Vi se miraron. Después, sonrieron, lentas, como si compartieran un secreto. —Mucho más de lo que imaginas. —Respondieron casi al mismo tiempo. Tobias dejó la taza en su platillo y las miró con una expresión más suave. Había cariño en su mirada, ese tipo de ternura silenciosa que se reserva para quienes uno cuida.  —Me alegra verlas así. —Dijo con voz tranquila. —¿Qué tienen planeado para hoy? Vi se estiró con lentitud, dejando que el café hiciera su trabajo. —Voy al laboratorio. Jayce terminó unas nuevas armas Hextech y necesita a alguien que las pruebe... y viva para contarlo. Adivina quién aceptó el desafío. Tobias ladeó una ceja, medio en serio, medio en broma. —Siempre fuiste buena para ponerte al frente. Aunque no siempre sea lo más prudente. Vi sonrió apenas. —A veces hay que hacerlo. Aunque solo sea para mostrar que alguien está dispuesto. Caitlyn intervino con tono más sereno, pero firme: —Yo iré al cuartel. Hoy retomo oficialmente mi cargo como comandante. Luego tengo reunión con el consejo. Tobias frunció el ceño, pero no respondió. Vi sí lo hizo, con suavidad. —¿Quieres que te acompañe? —No. —Caitlyn negó con la cabeza, sin dureza. Buscó la mano de Vi debajo de la mesa y la apretó con calma. —Estoy lista para enfrentar esto, pero que estés dispuesta a acompañarme... significa mucho. Vi le devolvió el apretón en silencio. Tobias las observó unos segundos más, luego suspiró y dio un nuevo sorbo a su café. —Yo también tengo turno. Me toca en la unidad médica que queda justo entre Zaun y Piltover. Hay muchos pacientes, pocos recursos… pero haremos lo que se pueda. Como siempre. Bajó la mirada un momento, como si el peso de la ciudad entera le cayera encima solo por pensarlo. Pero luego, casi como si cambiara de escena, levantó la taza, tomó un buen trago y dejó escapar una sonrisa que anunciaba otra cosa. —Pero bueno, las obligaciones pueden esperar hasta después del desayuno. —Dejó la taza en su platillo con un gesto pausado. Luego las miró directamente. —Lo que no puede esperar es la verdadera pregunta… ¿para cuándo la boda? Vi casi se atraganta con el café y tuvo que toser para no escupirlo. —¿La qué? Caitlyn lo miró con los ojos bien abiertos, como si su padre acabara de plantearle una pregunta tan inesperada como profunda, que aún no sabía cómo responder. —Papá… —¿Qué? Solo quiero saber si ya tienen fecha. —Dijo Tobias, con una sonrisa que dejaba ver lo mucho que le alegraba la idea. —Porque si van a seguir mirándose así todas las mañanas, alguien debería empezar a planear el brindis. —Pasaron solo dos días. —Replicó Caitlyn, escondiendo una sonrisa detrás de su taza. —Exactamente. Ya pasaron 48 horas. Solo quería saber si ya lo han hablado con calma. A veces las decisiones más importantes necesitan menos tiempo del que creemos. Vi soltó una carcajada más fuerte esta vez, con ese tono burlón que usaba para esconder lo que sentía de verdad. —Dame un respiro, viejo. Cuando se lo pedí, se quedó tan callada que pensé que me iba a decir que no. Estuve a segundos de inventar una excusa para cambiar de tema. Caitlyn la interrumpió con una patada bajo la mesa, suave pero precisa, y una sonrisa que traicionaba lo mucho que la conocía. —¿Ves? Eso suena bastante serio. Golpes bajo la mesa… un idioma que solo manejan quienes han sobrevivido juntas a más de una batalla. —No hay fecha todavía. —Dijo Caitlyn finalmente. —Pero hay un compromiso, y eso, para nosotras, ya significa mucho. Tobias las miró con una ternura profunda, de esas que no necesitan explicarse porque se sienten con solo estar presentes. —Para mí, con que se cuiden, se hagan reír y se miren así cada día… ya tengo todo lo que podría pedir. Vi bajó un poco la mirada, llevándose la mano a la nuca, más conmovida de lo que estaba dispuesta a admitir en voz alta. —Creo que eso merece un desayuno como corresponde. Algo que se note que viene desde el corazón. —¿Eso es una forma elegante de decir que vas a cocinar tú? —Preguntó Caitlyn, alzando una ceja, divertida pero escéptica. —Es una forma elegante de decir que prefiero no arruinar esta hermosa mañana. —Respondió Vi, con una sonrisa ladeada. —Entonces está decidido, yo me encargo. —Dijo Caitlyn, poniéndose de pie con un suspiro tranquilo, más tierno que resignado. Tobias sonrió mientras veía a Caitlyn ir hacia la cocina. Observó cómo se arremangaba el uniforme y se ponía el delantal con esa seguridad que solo da la costumbre. La noche en que regresaron, Caitlyn le había pedido algo muy concreto: aligerar la carga del personal, mejorar sus horarios y tratar a todos con respeto. También le habló de un proyecto más ambicioso: un plan para alimentar a los niños de Zaun. Sonaba difícil, pero su tono firme le dejó claro que no era un simple deseo, era una decisión. Desde su asiento, Vi la observaba con una sonrisa tranquila. Ver a Caitlyn cumplir lo que había prometido, empezando por los pequeños gestos, le revolvía algo adentro. Ella lo había dicho: que volvería para hacer las cosas distintas, y estaba cumpliendo. Mientras el aroma del pan tostado se mezclaba con el chispeo del sartén, Tobias miró a Vi con una mezcla de orgullo y paciencia. —Ahora que vas a ser parte de los Kiramman… hay algunas reglas no escritas que deberías conocer. —Dijo, como quien se prepara para una conversación importante. Vi lo miró de reojo, entre desconfiada y divertida. —¿Reglas? ¿Tan oficial es esto? —La primera. —Continuó Tobias, sin alterarse. —Cuida el apellido. No hablo de cosas grandes, solo sentido común. Nada de peleas cerca de la prensa y mucho menos en cenas diplomáticas. Vi frunció los labios, como si analizara opciones. —¿Y si el diplomático lo tiene merecido? —Incluso entonces. —Respondió Tobias con firmeza, aunque con una chispa de humor en los ojos. —Hay formas más inteligentes de manejar las cosas. Vi suspiró, resignada. —Empezamos exigentes. —La segunda. —Agregó Tobias, levantando un dedo como quien dicta ley. —Vas a tener que asistir a ciertos eventos formales. Tragos caros, discursos largos y sonrisas de cartón, y sí, te va a tocar vestirte para la ocasión. Vi lo miró como si le acabara de hablar en otro idioma. Luego giró la cabeza hacia la cocina y alzó la voz: —¡Cait! ¡Tu papá quiere meterme en un traje y sentarme con gente que habla como si estuvieran redactando tratados de guerra! ¿Aún estoy a tiempo de decir que necesito más tiempo para pensarlo? Desde la cocina llegó una risa suave, acompañada por el murmullo constante del aceite caliente. Tobias fingió no haber escuchado, manteniendo su porte tranquilo. —La tercera. —Dijo con voz más baja, casi como una confesión. —Hazla feliz. Haz que se sienta segura. Esa no puede esperar, Vi. Las otras pueden hacerlo… pero esa no. Vi parpadeó. La burla habitual se desvaneció un poco, dejando a la vista una emoción más sincera. —Esa… está cubierta. —Respondió, sin escudos esta vez. Tobias asintió, despacio, como quien deja en manos de otro algo que ha cuidado toda su vida. Vi exhaló con un gesto pequeño, mezcla de alivio y determinación. —Las dos primeras, no te voy a mentir, no van a ser fáciles. —Dijo en voz baja. —Pero la última… esa no hace falta que la digas. Ya la llevo en el corazón desde hace tiempo. Ambos sonrieron justo cuando Caitlyn regresaba, bandeja en mano y la mirada de quien ha escuchado más de lo que aparenta. —Vi, las dos primeras me encargaré de que las cumplas. —Dijo Caitlyn al dejar los platos sobre la mesa. —Y sí, ya es tarde para echarse atrás. Vi la miró con ternura, esa que se construye con el tiempo, con las batallas compartidas y los silencios que ya no necesitan traducción. —Echarme atrás, no… —Respondió mientras tomaba el tenedor, con una sonrisa tranquila. —Pero sobre los trajes... eso aún merece discusión. Caitlyn se sentó con una sonrisa serena, todavía con el delantal puesto y el aroma del desayuno acompañándola como una segunda piel. En su manera de moverse había algo familiar, más cercano a lo íntimo que a lo formal. Vi le guiñó un ojo con esa confianza silenciosa que se gana con el tiempo, y Caitlyn respondió con una leve palmada en el brazo, ofreciéndole su taza como si le entregara una parte de esa rutina que ambas habían aprendido a cuidar. Tobias giraba la cuchara dentro de su taza con movimientos lentos, como si pudiera alargar ese momento solo un poco más antes de que la rutina lo reclamara. Terminaron de desayunar entre risas suaves, bocados compartidos y comentarios ligeros sobre quién tenía peor cara después de una noche intensa. Tobias fue el primero en levantarse, soltando un suspiro que sonó a despedida de esa calma breve antes de volver al ajetreo del día. —Me voy. El hospital no se va a atender solo. —Dijo mientras se acomodaba el abrigo. —Cuídense. Y Vi… —Lo sé. Buen comportamiento, cero peleas y hacerla feliz. —Respondió Vi, alzando la mano con tono solemne, como si repitiera un juramento. —Con eso basta. —Dijo Tobias con una expresión tranquila, luego se inclinó para besar la frente de Caitlyn y se alejó por el pasillo, dejando tras de sí el eco de sus pasos y el aroma persistente del café recién hecho. Vi y Caitlyn permanecieron en silencio unos segundos, solas en la quietud cálida que deja el café después de una conversación larga. El reloj marcaba poco más de las once, pero el tiempo apremiaba. Caitlyn comenzó a recoger los platos con movimientos meticulosos, como si su mente ya estuviera en otro sitio. —Debería empezar a moverme. —Dijo sin mucho énfasis, más como pensamiento en voz alta que como anuncio. Vi se inclinó sobre la mesa, apoyando el codo y observándola con atención. —Cait, espera… ¿a qué hora sales hoy? Caitlyn la miró con curiosidad genuina, arqueando una ceja. —Entre siete y ocho, probablemente. ¿Por qué? Vi bajó la voz, pero no perdió esa chispa que le iluminaba los ojos. —Porque esta noche... tenemos otra cita. Todavía tengo pendientes en esa lista que escribí, y no pienso dejar que se queden sin cumplirse, por si acaso la infiltración a Noxus nos deja sin mañana. Caitlyn ladeó la cabeza con una mezcla de ternura y diversión. —¿Otra cita? —Repitió, sin poder evitar sonreír. —Me empieza a preocupar lo extensa que es esa lista. Vi levantó los hombros con aire inocente. —No es culpa mía si sigue creciendo. —O sea, que estás agregando más cosas a propósito. —Dijo Caitlyn, cruzándose de brazos con esa sonrisa que usa cuando está a punto de rendirse con gracia. —Con razón no termina nunca. —La escribí para sobrevivir a lo peor. —Admitió Vi, con tono más bajo. —Pero ahora... es para celebrar que seguimos aquí. Que estás viva. Que te tengo. Caitlyn respiró hondo y sus ojos se suavizaron con ternura. Luego negó con la cabeza, dejando escapar una risa breve. —No puedo caminar por Zaun con el uniforme de comandante, si eso es lo que tienes en mente. —Descuida, ya pensé en todo. —Vi se encogió de hombros, con esa sonrisa suya, confiada. —Solo necesito que digas que sí... y que lo disfrutes. Caitlyn soltó un suspiro, y en su rostro apareció una sonrisa tranquila, espontánea, como esas que simplemente llegan cuando algo encaja sin esfuerzo. —Está bien. Te veo a las siete, afuera del consejo. Pero prométeme que esta vez será algo tranquilo. Nada de cenas en Zaun ni de tener que salir corriendo para salvarnos. —Lo que te prometo es que esta vez… será diferente. —Vi se puso de pie con ella y la besó. Fue un beso suave, lleno de complicidad, con ese tipo de intención que no necesita palabras porque se siente en la piel y se entiende con los ojos cerrados. Al separarse, Caitlyn le rozó la mejilla con los nudillos, un gesto suave y breve, como si no quisiera que el momento se terminara del todo. —Nos vemos esta noche, Vi. —A las siete. No fallaré. Poco después, el ambiente cambió por completo. El sol quedó atrás y Vi caminaba ya por los túneles que unían los bordes de Piltover con el corazón áspero de Zaun. A su alrededor, solo sombras, metal oxidado y el eco lejano de pasos viejos. Mantenía las manos en los bolsillos, y cada paso de sus botas mojadas hacía vibrar el concreto. La vieja base de Silco ya no era lo que solía ser. Jinx la había redecorado a su manera, y Jayce la había llenado de herramientas y energía Hextech. Ahora parecía un taller, no un escondite. Aunque las paredes todavía conservaban marcas del pasado, también había tecnología, planos y piezas nuevas. Algo distinto estaba creciendo allí. Lo primero que Vi escuchó al entrar no fueron voces ni ruidos de máquinas. Fue música. Alta, desordenada, imposible de ignorar. Una voz femenina retumbó por los parlantes: "Wanna join me? Come and play. But I might shoot you in your face..." —¿Es en serio...? —Murmuró Vi con una ceja alzada. Jinx estaba sentada sobre una silla, con las gafas puestas y una llave inglesa en la mano, trabajando en unas piezas metálicas. Su cabello alborotado se movía con cada sacudida de cabeza mientras soldaba, cantando a todo pulmón al ritmo de la música que salía de los parlantes. A diferencia de otras veces, no reía ni gritaba: solo movía los pies, tarareaba con fuerza y hacía ruidos mecánicos con ritmo propio. Jayce revisaba planos en la mesa de al lado, concentrado, y Lux observaba todo desde un rincón, entre divertida y algo incrédula por ver a Jinx tan enfocada… a su manera. Cuando Vi dio un par de pasos más, Jinx giró una vez su silla, la detuvo frente a ella y sonrió. —Mira nada más quién se dignó a venir. —Canturreó mientras bajaba la música con un golpecito al panel. —La favorita de Piltover ha descendido entre los mortales. Vi alzó una ceja, cruzándose de brazos. —¿Y necesitabas gritarle al mundo mientras soldabas? —Inspiración musical, hermana. —Respondió Jinx, sin dejar de mover los pies. —Una mente caótica necesita su propia banda sonora. Vi sonrió de lado, pero antes de decir algo, Jinx se giró hacia Jayce, con una chispa traviesa en los ojos. —Ah, justo a tiempo para el experimento de Jayce. Lo llamamos "El arte de perder contra la física básica". —Sigo escuchando, ¿eh? —Dijo Jayce, sin despegarse de los planos. —Al menos yo no convierto cada cosa en una posible explosión. —Bueno, el caos también es una ciencia. Solo que más divertida. —Intervino Lux, sin levantar la vista de sus fórmulas. Luego miró a Vi con una sonrisa tranquila. —Hola, Vi. Llegaste justo para la parte entretenida. ¿Lista para probar las mejoras? Vi se acercó a la mesa y asintió brevemente. Jayce abrió una caja acolchada. Adentro, un par de guantes Hextech brillaban con un tono azul tenue. Eran robustos, bien diseñados y claramente personalizados. —Tienen refuerzos para impactos y disparos desde los nudillos. Lux ajustó los núcleos y Jinx... bueno, también dejó su toque. —Comentó, evitando mirar directamente. Vi se puso los guantes sin esfuerzo. La energía corrió por sus dedos como si la reconociera. Los dibujos de Jinx brillaban bajo la luz: caritas extrañas, corazones con grietas, rayos mal trazados y sonrisas torcidas. Vi los observó en silencio, posando la mirada un segundo más en los pinchos, hasta que una sonrisa leve se le escapó. —Están geniales. —Y no precisamente livianos, son casi tan pesados como tu gusto para elegir pareja. —Dijo Jinx con una sonrisa burlona, inclinando apenas la cabeza. Lux miró los guantes con atención, su sonrisa era pequeña pero genuina. —Vi, se ven increíbles. Hasta un centinela de Demacia pensaría dos veces antes de meterse contigo. Vi la miró y sonrió apenas, como agradeciendo sin palabras. —Gracias. A los tres. Superaron mis expectativas. —Te lo ganaste. —Dijo Lux con sinceridad, mirando a Vi con afecto. —Sí, hermanita. Esto es por ti. —Agregó Jinx, con la voz un poco más suave, como si por un instante dejara asomar a Powder entre sus palabras. Vi soltó una breve risa, enternecida por el gesto. —Qué bueno estar de vuelta. —Dijo Vi, y miró a Jinx con una sonrisa de lado. —Lo admito, hasta extrañé tus tonterías. Jinx levantó la mano como si fuera una pistola, apuntó a Vi y soltó un suave "¡Pow!", dejando caer la mano después con una sonrisa torcida. Jayce aprovechó el silencio y carraspeó. —Hablando de inventos locos… —Dijo, mientras sacaba otra caja, más larga. —El nuevo rifle Hextech de Caitlyn ya está listo. Con cuidado, abrió la caja. El rifle brillaba bajo la luz azul del laboratorio. Más delgado que el anterior, de líneas suaves, con energía vibrando en el núcleo. Elegante y letal. Vi soltó un silbido bajo. —Wow… es hermoso. Se nota que tiene historia. Jayce asintió, con una mezcla de orgullo y nostalgia. —Es lo mejor que puedo darle a mi hermanita. Vi lo miró un momento, y le asintió con un gesto sincero. —Gracias, Jayce. De verdad. Ella va a amarlo. Tomó el rifle con cuidado, lo colocó en su espalda con precisión y luego se volvió hacia Jinx, que seguía balanceándose sobre sus talones con aire distraído. —Jinx… ¿podemos hablar un momento? A solas. Jinx bufó apenas, con su sonrisa ladeada. —¿Qué pasa? ¿Va a ser de esas charlas donde me miras fijo y esperas que derrame mi alma? Vi negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. —Nada de eso. Solo cinco minutos. Sin teatro. —Perfecto. Pero si esto se pone raro, haré como si explotara y me iré girando, dramáticamente. —Jinx dio una vuelta rápida sobre sí misma, con esa teatralidad tan suya, y luego caminó con aire despreocupado. —Vamos, antes de que Lux se ponga nostálgica y Jayce saque su museo personal de hologramas. Vi dejó el rifle cuidadosamente apoyado en la pared antes de alejarse con Jinx unos pasos del grupo, dejando atrás el zumbido constante del laboratorio y a Lux hojeando planos mientras Jayce revisaba un nuevo artefacto. —Jinx... —Vi habló con suavidad, aunque su mirada dejaba claro que no iba a dar vueltas. —Sabes que tarde o temprano hay que hablarlo, ¿cierto? Jinx frenó justo antes de patear una lata en el pasillo. Se quedó ahí, quieta, con los ojos más serios que de costumbre. No estaba a punto de romperse. Solo... dispuesta. —¿Sobre Lux, Ekko y todo ese lío? —Vi asintió. Jinx bajó la vista un segundo. Cuando respondió, su voz era más baja de lo habitual. —Lux ya no está, Ekko fue parte del pasado. Ya lo dije ayer, no hay más que explicar. Vi la observó, sin presionar. —¿Y cómo te sientes con eso? Jinx soltó una risa seca. —Vacía, pero en el buen sentido. Nada me aprieta el pecho, nadie me quita el sueño. Es como flotar. Vi ladeó la cabeza, sin perder la calma. —Ignorar lo que duele no es lo mismo que dejarlo atrás. Jinx se encogió de hombros. —¿Y qué se supone que haga? ¿Que aparezca, les dé un abrazo y finjamos que todo está bien? —Claro que no. —Vi negó con firmeza. —Pero si no enfrentas lo que sientes, esos fantasmas van a volver, y peor. Jinx apretó los labios. No respondió enseguida. Miró al suelo, respiró hondo, y al final levantó la mirada con una media sonrisa. —Me fastidia cuando tienes razón. —Acostúmbrate. —Vi sonrió leve. Presionó con suavidad el hombro de su hermana, como quien intenta decir sin palabras que aún hay más por mostrar. Jinx ladeó la cabeza, juguetona, y murmuró: —Tengo una sorpresa para ti... Pero ojo, ni Jayce ni Lux han visto esto. Caminaron por un pasillo lateral del laboratorio hasta llegar a una puerta vieja y oxidada. Al abrirla, encontraron lo que parecía ser un depósito lleno de piezas inútiles, hasta que Jinx apuntó a un rincón. —Ahí. ¿Ves ese cubo? No es solo basura. Vi se acercó y, con uno de sus guanteletes, levantó el cubo. En cuanto lo tocó, un zumbido vibró en el aire y el objeto comenzó a brillar con una luz azul intensa. —¿Qué se supone que es esto? —Preguntó Vi, con el ceño fruncido. Jinx le devolvió una sonrisa misteriosa. —Presiónalo contra tu pecho. Con fuerza. Confía en mí. Vi dudó. El cubo seguía brillando en su mano, y por un momento, un escalofrío le subió por el brazo. No era solo una herramienta. Algo en su interior le decía que esto era mucho más. Respiró hondo y lo hizo. Apretó el cubo contra su pecho. Al instante, una explosión de luz y engranajes llenó la sala. Partes mecánicas emergieron del cubo como si hubieran estado dormidas. Brazos metálicos se desplegaron y se sujetaron con fuerza a sus hombros, piernas y cintura. El cubo se transformó por completo, conectándose a los guanteletes con una precisión inquietante, como si los reconociera. Vi dio un paso atrás por instinto. El ensamblaje se movía como si tuviera vida. Por un segundo, su respiración se agitó. Pero cuando la estructura terminó de ajustarse, sintió que algo dentro de ella encajaba. Como si la armadura la completara. La transformación fue veloz y precisa. Casi como si el exoesqueleto supiera exactamente qué hacer. Las piezas se acoplaron una a una, cubriéndola con placas resistentes y articulaciones reforzadas. Se veía más alta, más fuerte. Más lista para cualquier cosa. Cuando terminó, Vi quedó en silencio, completamente cubierta por una armadura que parecía latir con energía viva. Los guanteletes brillaban con más intensidad, como si hubieran despertado. —Jinx... —Susurró Vi, sin poder ocultar su asombro. —Lo sé. —Jinx cruzó los brazos, sonriendo con una mezcla de orgullo, ternura y esa chispa de locura tan suya. —Ahora sí pareces una maldita fuerza imparable. —¿Cómo lo hiciste? —Robé unas cuantas gemas de Jayce. No me mires así, no las necesitaba todas. Y luego, bueno... experimenté. —Jinx hizo un gesto con las manos como si mezclar cosas peligrosas fuera lo más normal del mundo. —La armadura se ajusta sola a tu cuerpo, mejora tu fuerza, velocidad... Pero sin el hextech, sin tus guanteletes, no haría nada. La construí pensando en ti. Por un momento, se quedó observando a Vi en completo silencio. Sus ojos se agrandaron, como si viera algo que ni siquiera ella esperaba. Luego sonrió con orgullo, levantó una ceja y dijo, con tono burlón: —De nada, grandulona. —¿Y cómo me lo saco? —Preguntó Vi, aún con la respiración algo agitada de la emoción. Jinx chasqueó la lengua y levantó un dedo, como si revelara un truco de magia. —Fácil. ¿Ves esas gemas en la parte de arriba de los guanteletes? —Jinx sonrió con picardía y las señaló. —Golpéalas fuerte entre sí, una sola vez. Vas a ver una chispa, como si se cargaran. Y justo después, lleva la palma del guante derecho al centro del pecho. Ahí empieza la magia: rayitos por todos lados... y ¡bam!, el exoesqueleto se recoge solito y vuelve a ser cubo. Vi frunció una ceja. —¿Y si exploto? —Sería una salida gloriosa. Pero tranquila, lo probé... en simulaciones. —Jinx levantó los hombros, haciéndose la inocente. Vi resopló, juntó con fuerza las gemas de sus guanteletes. Al instante, una chispa saltó entre ellas, cargando de electricidad el aire. Sin dudar, llevó la palma derecha directo al centro de su pecho. Una oleada de rayos recorrió la armadura, como si el exoesqueleto reaccionara al gesto con vida propia. Con un crujido metálico, las placas comenzaron a soltarse una a una, deslizándose sobre su cuerpo hasta retraerse por completo. En pocos segundos, la estructura entera se replegó con precisión mecánica y volvió a adoptar la forma del cubo brillante, que Vi atrapó entre su mano derecha. Vi lo miró, aún un poco sorprendida. —No está nada mal. —Ya lo sé. —Jinx le guiñó un ojo, inflando el pecho con orgullo. —Te queda perfecto. Vi guardó el cubo en su mochila con un gesto rápido pero preciso, como si supiera que ese objeto valía más de lo que aparentaba. Luego, las dos caminaron de regreso al laboratorio sin decir palabra. El silencio entre ellas no era incómodo, más bien era como un pacto secreto, algo que se entendía sin hablar. Jayce fue el primero en notar su regreso. Levantó la vista desde su banco de trabajo, esbozando una sonrisa que mezclaba orgullo con una chispa de curiosidad. Más atrás, Lux cerraba con delicadeza un compartimento, todavía ajena a que Vi y Jinx habían vuelto. —¿Cómo les fue? —Preguntó Jayce con voz animada. Vi y Jinx compartieron una mirada cómplice, como si escondieran dinamita emocional en el bolsillo. Respondieron casi al mismo tiempo: —Bien. —Y esa palabra venía cargada de secretos. Jayce los observó con una ceja alzada, pero antes de poder escarbar, Jinx se giró hacia Vi con los ojos chispeantes de picardía. —Antes de que empieces con los adioses sentimentales... —Jinx hizo un gesto exagerado hacia Jayce y Lux, como si estuviera en una obra de teatro. —Recuerda que aún tenemos una misión pendiente, hermanita. Nada de irse sin probar los juguetes, ¿sí o qué? Vi rió, cruzándose de brazos con esa cara que decía "esto es una locura, pero me encanta". —¿De verdad crees que podrías darme un disparo? —Le lanzó en tono burlón. Jinx dio un paso al frente y levantó su pistola Hextech con una sonrisa de esas que dicen "mira lo que hice". El arma era la misma de siempre, pero claramente le había metido mano: tenía piezas nuevas que brillaban en el cañón, una luz turquesa que latía como si tuviera pulso y unos grabados finos que mostraban que había estado trabajando en ella a escondidas. —Créeme, lo haré, pero con el modo no letal, ¿okey? No quiero arruinar tu boda... a menos que quieras agujeros como decoración. Vi levantó los puños con los guantes puestos y los chocó con fuerza. Salieron chispas azules que iluminaron su sonrisa torcida. El sonido metálico retumbó como una campana anunciando que se venía el caos. —Inténtalo, si te da el valor. Jayce levantó las manos de inmediato. —¡Alto ahí! ¡Fuera del laboratorio! ¡Todo aquí puede explotar y no pienso perder otra mesa por culpa de ustedes! Jinx lo miró con una ceja alzada, como si estuviera evaluando un mal chiste. —Uy, qué humor el tuyo, Jayce. ¿Te atragantaste con una fórmula lógica o qué? Lux, que apenas podía ocultar su sonrisa, habló con tono firme pero tranquilo: —Vayan al pasillo de atrás. Yo me encargo de que nada explote por accidente. Y si van a jugar a las peleas… háganlo con algo de elegancia, sin dejar esto como un campo de guerra. Jinx soltó un silbido, impresionada. —¿Viste? Así se habla. Dale, musculitos. A ver si tus nuevos juguetes pueden seguirle el ritmo a mi caos. Vi se rió por lo bajo y empezó a caminar detrás de ella, moviendo los hombros como si se preparara para algo más divertido que serio. Apenas salieron del laboratorio, el aire cambió. El pasillo de atrás parecía una zona de combate olvidada: tenía techos altos llenos de tubos, paredes dañadas y luces que parpadeaban como si estuvieran por apagarse. El piso era de metal oscuro, marcado por explosiones pasadas, y aún se podía oler la pólvora en el ambiente. Vi dejó su mochila con cuidado junto a unas cajas de metal, luego estiró los brazos y crujió los nudillos dentro de sus guantes Hextech, que vibraban con energía. Jinx estaba más allá, jugando con su pistola como si esperara el inicio de un show. —¿Lista para perder, hermana? —Canturreó Jinx, caminando en círculos como un animal enjaulado. —Solo si tú estás lista para que te desarmen la cabeza. —Contestó Vi con una sonrisa. Sus ojos tenían el mismo brillo que cuando subía a pelear en un ring, pero esta vez no era furia: era cariño disfrazado de competencia. Desde la entrada, Lux levantó las manos y usó su magia para crear una esfera de luz. Esa esfera se convirtió en una barrera transparente que rodeó el área, como si fuera una burbuja gigante. Brillaba de forma tranquila, pero parecía que dentro se estaba preparando algo fuerte. —Intenten no matarse, y por favor, no me dejen sorda. —Dijo Lux, sonriendo un poco. —Antes de empezar, falta algo. Vi caminó hacia su mochila, que estaba entre unas cajas cerca del pasillo. La abrió rápido y buscó algo específico. Sacó el cubo de metal. Cuando lo agarró con sus guantes, se encendieron unas luces azules en la superficie. Vi lo miró por un momento, pensativa, y luego volvió al centro del pasillo. —¿Qué es eso...? —Preguntó Lux, con sorpresa. —Un regalo. —Respondió Vi, sin dejar de mirar el cubo. Luego miró a Jinx, se paró con firmeza, respiró hondo y presionó el cubo con fuerza contra su pecho, manteniéndolo en contacto con su guantelete. Enseguida, sintió cómo una energía fuerte le subía por el brazo. Sintió el poder activarse. El exoesqueleto se armó rápido y se conectó a su cuerpo. Cuando terminó, Vi se quedó de pie, derecha, con los puños brillando. No dijo nada. Solo sonrió. Era la sonrisa de alguien que sabe que tiene el control. —Ahora sí... —Dijo en voz baja, con los ojos brillando como si acabara de recordar quién era. Jinx dio un paso atrás, mordiéndose el labio con una sonrisa que se le escapaba sin remedio. —Tarán... ¡sorpresa! —Canturreó como si estuviera presentando el acto final de un espectáculo. —Desde que hicimos funcionar el ojo Hextech, supe que podía crear algo más loco. Y por supuesto, lo hice. Porque cuando eres un genio como yo, es imposible no superarse. Lux parpadeó, impactada. Su cara era una mezcla de asombro y confusión, como si acabara de ver a un pastel recitar poesía en latín. —¿Por qué no me lo dijiste antes? —Porque esto no es cualquier chatarra Hextech, brillitos. —Jinx se cruzó de brazos y alzó la barbilla. —Esto es mi obra maestra, y como toda artista de verdad, sabía que debía esperar el momento justo para el gran estreno. Y bueno... aquí estamos. Aplausos opcionales, pero merecidos. —¿Ya acabaste de presumir? —Dijo Vi, levantando una ceja. —¿Presumir? Nah. Estoy mostrando arte. Que tú no lo entiendas es otra cosa. —Respondió Jinx, girando sobre sí misma como si estuviera en un escenario. —Pero tranquila, los lentos también aprenden. —¿Lentos? —Vi sonrió, dando un paso con los puños encendidos. —Te voy a enseñar rapidito cómo se queda alguien sin balas. —Uy, qué miedo. —Dijo Jinx, fingiendo retroceder. —Cuidado con la experta en puñetazos. ¿Me vas a dar una charla o un golpe? —Menos charla, más acción. —Respondió Vi, inclinándose hacia adelante. —Dale, genio. Jinx fue la primera en atacar. Disparó una esfera metálica que tenía luces azules parpadeando. Salió volando sin aviso, como una bala viva, y explotó al tocar el suelo con una fuerte explosión. Pedazos de metal volaron por todos lados, con energía chispeando a su alrededor. Vi reaccionó rápido. Levantó el brazo derecho y el exoesqueleto que llevaba puesto absorbió el golpe, brillando con fuerza. Aun así, un pedazo logró pasar entre las placas y le cortó la manga, dejando una delgada línea de sangre en su brazo. —¿Eso era todo? Pensé que ibas a ser más peligrosa —Dijo Vi, con una sonrisa desafiante. —Eso fue solo para calentar, musculitos —Respondió Jinx, girando su arma mientras vibraba con energía. —¡Ahora empieza lo bueno! Lo que vino después fue un ataque rápido. Jinx disparó cuatro veces seguidas, y cada tiro llenó el pasillo con destellos de luz Hextech. Vi logró esquivar el primero, pero el segundo le dio de lleno en el pecho. Por suerte, el exoesqueleto que llevaba puesto absorbió la mayor parte del golpe. El tercer disparo le rozó la pierna, y el cuarto explotó detrás de ella, haciendo que cayera al suelo. Rodó para evitar quedar expuesta, y cuando se levantó, tenía la ceja sangrando. Esa pelea ya no era un juego, era de verdad. —¡¿Quieres jugar sucio?! ¡Perfecto! —Gritó Vi, activando los propulsores de sus guanteletes. Salió disparada como una bala, con los puños listos para aplastar. Cayó con fuerza, golpeando el suelo con el puño extendido. El impacto fue brutal. El piso se quebró en varias direcciones y una onda expansiva sacudió el pasillo, levantando polvo por todas partes. Pero Jinx ya no estaba allí. —Con mejoras y todo… aún eres muy lenta, hermanita. —Se burló desde lo alto de una viga oxidada, con una sonrisa y su pistola girando entre los dedos. Jinx lanzó una bomba que se partió en cinco partes, con fragmentos llenos de energía azul que salieron disparados en todas direcciones como si fueran picaduras explosivas. Vi reaccionó rápido y corrió a cubrirse detrás de unas cajas de metal justo antes de que explotara. Los pedazos volaron con fuerza, y varios terminaron golpeando la barrera mágica que Lux había creado. Lux, que estaba tan concentrada mirando la pelea, no se dio cuenta de que su hechizo se estaba debilitando. Las esquirlas chocaron con fuerza contra la cúpula, y algunas la atravesaron, llegando cerca de la entrada del laboratorio. Jayce, que todavía estaba adentro, escuchó el escándalo y salió corriendo para ver qué pasaba. —¡¿Qué demonios...?! —Gritó Jayce, saliendo del laboratorio justo cuando una esquirla pasó volando cerca de su cara. Se cubrió con el brazo, y una chispa le quemó la manga. —¡LUX! —Gritó, alarmado. —¡Ya, ya, ya! ¡Lo tengo! —Respondió Lux, con el corazón latiendo a mil por hora. Alzó ambas manos rápido y lanzó una nueva capa de luz dorada sobre la cúpula, que volvió a brillar justo a tiempo para detener los fragmentos que venían volando. Jayce bajó el brazo, respirando agitado, y la miró. —¿Qué demonios está usando Vi? ¿Qué es esa cosa? —Pregúntale a Jinx... —Dijo Lux, sin dejar de mirar hacia donde seguían peleando. —Yo solo intento que nadie salga volando por los aires. Jinx no perdió tiempo. Saltó desde la viga hacia una baranda oxidada, disparando mientras bajaba con una risa fuerte y descontrolada. —¡Vamos, hermana! ¡Quiero ver si esos guantes sirven para algo más que lucirse y si esa armadura te salva el pellejo! Vi gritó con fuerza y arrancó una plancha metálica de la pared. La usó como escudo mientras avanzaba entre los disparos de Jinx, que chocaban contra el metal como si fueran golpes de tambor. Uno. Dos. Tres disparos. Entonces Vi recordó una de las nuevas funciones de sus guantes y disparó una ráfaga de energía Hextech directamente hacia su hermana. Pero Jinx ya estaba en el aire, girando y disparando mientras caía de cabeza. Vi levantó su guante justo a tiempo. El escudo de energía se activó con un brillo azul y bloqueó el disparo. Jinx aterrizó de pie con una sonrisa desafiante. —Ríndete ya, hermana. Estás muy lenta para esto. —En tus sueños. —Contestó Vi, sin perder el ritmo. Empezó a levantar cajas cercanas y a lanzarlas una tras otra. Jinx las esquivaba riendo, confiada, hasta que el sonido de un impulso la hizo voltear. Vi ya estaba frente a ella. El exoesqueleto brillaba y su puño estaba a centímetros de la cara de Jinx. La golpeó con fuerza y la mandó volando. Jinx apenas logró levantarse cuando Vi agarró otra vez la plancha de metal y la pateó con fuerza, como si estuviera chuteando una puerta cerrada. La plancha salió volando y golpeó a Jinx directo en el pecho. El golpe la levantó del suelo y la lanzó contra la pared con un sonido seco. Cayó de rodillas, mareada, y soltó una risa ahogada mientras escupía sangre. Vi no se detuvo. Activó los propulsores de sus guantes y cruzó el pasillo en un segundo. Jinx apenas alzó la vista para ver el puño de Vi, cargado de energía azul, detenido a centímetros de su cara. —¿Vas a llorar o vas a disparar otra vez? —Dijo Vi, sin dejar de jadear. Jinx, despeinada y sangrando, soltó una carcajada entrecortada. —Dame cinco minutos... y una bomba más. —Dijo con voz ronca, escupiendo sangre al costado mientras extendía una mano temblorosa. Vi se la tomó y, con fuerza pero sin lastimarla, la ayudó a ponerse de pie. Jinx tambaleó, pero Vi la sostuvo con un brazo por detrás, como si no pensara dejarla caer otra vez. Se quedaron así, juntas, entre humo y ruinas, apoyándose una en la otra mientras todo a su alrededor seguía humeando. —Deberías ver tu cara… —Murmuró Jinx con la voz ronca y una media sonrisa que se le escurría entre los labios partidos. —Pareces una tostada explosiva que perdió la voluntad de vivir. —¿Y tú? —Vi arqueó una ceja, pasándole un brazo por detrás con gesto protector. —Te ves como si te hubiesen atropellado. Jinx resopló entre risas, apoyándose un poco más en Vi mientras avanzaban hacia la salida —Algún día, musculitos, algún día te voy a ganar… y lo voy a grabar. En piedra, con dinamita. Lux, con el hechizo ya apagado, corrió hacia Jinx al verla tambalearse. Se posicionó junto a ella con preocupación en la cara, y sin decir nada, usó un trapo para limpiarle la cara sucia de polvo y sangre. —¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? —Preguntó en voz baja, con un tono tembloroso. Jinx frunció el ceño, molesta, y apartó su mano con brusquedad. —Estoy bien. Ocúpate de ti. —Dijo seca, sin mirarla a los ojos. Quedaron en silencio unos segundos. No dijeron nada, pero se notaba la tensión. Lux apretó los labios. Jinx bajó la mirada apenas un momento. Había orgullo herido, y mucho más que no se estaban diciendo. Jayce se acercó por un lado, con la manga aún quemada y la mirada fija en la armadura de Vi. —¿Qué hiciste, Jinx? Jinx se encogió de hombros con una sonrisa enorme. —Fui una genio. Inventé algo que nadie más había logrado. ¿Tan difícil de entender es eso para ti? Jayce negó con la cabeza y caminó alrededor de Vi, mirando con atención el exoesqueleto como si fuera un experimento raro que trataba de entender. —Esto... no debería estar funcionando tan bien. —Murmuró, mezclando sorpresa con un poco de desconfianza. Jinx levantó la cabeza con confianza, todavía colgada de Vi como si no pesara nada. —Pero funciona, y fue Jinx quien lo hizo. —Dijo Vi, mirándola con una sonrisa sincera. —De verdad, es una locura lo bueno que está. Vi sostuvo a Jinx unos segundos más para que no se cayera, y luego se la entregó con cuidado a Jayce. Después, apretó con fuerza las dos gemas que tenía en la parte de arriba de sus guantes. Puso su guante derecho sobre su pecho. En ese momento se escuchó un sonido bajo, como si una máquina se encendiera, y la armadura empezó a desarmarse sola. Las piezas se apagaban y se iban soltando poco a poco, hasta que todo se transformó de nuevo en el pequeño cubo metálico del inicio. Vi se quedó mirando el cubo unos segundos y respiró profundo. Luego se lo pasó a Jayce. En cuanto él lo recibió, el cubo dejó de brillar y se apagó por completo. Ahora parecía solo un pedazo de metal cualquiera. —Esto es... fascinante. —Dijo Jayce, sorprendido. —Parece que ahora la mujer del progreso soy yo. —Dijo Jinx con una sonrisa burlona, disfrutando cada segundo del asombro de Jayce. Antes de que regresaran al laboratorio, Vi fue hacia un rincón donde había unas cajas metálicas. Allí estaba su mochila, justo donde la había dejado antes de la pelea. La levantó, le sacudió el polvo y la abrió con rapidez. Luego se acercó a Jayce. Con un gesto corto, tomó el cubo de su mano y lo metió con cuidado en la mochila, como si estuviera guardando algo muy frágil. Cerró el cierre con firmeza y se la colgó al hombro. Después de eso, los cuatro volvieron al laboratorio. Jayce ayudó a Jinx a sentarse en una silla cerca de una de las mesas. Vi se acercó a él con una expresión seria y le hizo una seña con la cabeza. Jayce entendió al instante y ambos se alejaron hacia una esquina del taller que estaba poco iluminada. —¿Trajiste lo que te pedí? —Preguntó Vi en voz baja, cruzándose de brazos. Jayce suspiró, como si le costara mucho admitirlo. —Sí... pero no me pidas algo así otra vez. —Dijo mientras sacaba una pequeña caja metálica con bordes acolchados. El cierre tenía un sello Hextech, y la abrió con mucho cuidado, como si dentro hubiera algo que no debía existir. Adentro había un dispositivo pequeño, cilíndrico y brillante, con bordes suaves y un núcleo hueco diseñado para contener una gema Hextech. A simple vista parecía una joya elegante, pero en realidad era otra cosa: el Hexstrap, una creación especial que Jayce había fabricado a pedido de Vi. —Esto es lo más raro y vergonzoso que he construido. —Murmuró. —Y eso incluye aquel lanzador automático de panquecitos que hice para Heimerdinger. Vi lo tomó con las mejillas levemente rojas. —Gracias, Jayce. En serio. Es... algo importante para nosotras. —Lo sé. —Jayce tragó saliva, algo incómodo. —Pero por favor, no me pidas hacer otro, y mucho menos con modificaciones especiales. En ese momento, una voz los interrumpió desde atrás. —¿Así que eso era lo que escondían? —Dijo Lux con una sonrisa que mezclaba picardía e inocencia. —Me preguntaba por qué tanto secreto. Jinx, sentada, aplaudió con burla. —¡Oh! ¡Un artefacto para el amor y el caos, creado por el ingeniero más moralmente dudoso! ¡Qué tierno! Vi se volteó, visiblemente irritada. —¡¿Y por qué ustedes dos saben esto?! Jayce levantó las manos, como si se rindiera. —¿De quién esperabas que aprendiera sobre... temas no tan comunes? ¿Del manual de conducta de Piltover? Por favor. Tu hermana y tu cuñada son como bibliotecas con experiencias prácticas. Lux cruzó los brazos con una sonrisa incómoda y miró hacia otro lado, como si no hubiera escuchado la palabra que Jayce acababa de decir. —Yo no uso ese tipo de cosas, por si alguien lo preguntaba. —Dijo bajito, intentando sonar tranquila, aunque claramente evitaba el tema. Jinx soltó una risa corta y algo burlona. —Ay, Lux… ese papel de niña inocente ya no te queda. —Se inclinó un poco hacia ella, alzando una ceja con su típica sonrisa ladeada. —Sobre todo después de lo que aprendiste conmigo... de forma práctica, por así decirlo. Lux se puso roja hasta las orejas, pero no dijo nada. Fingió que se acomodaba el cabello, como si no hubiera escuchado. Jinx le guiñó un ojo con complicidad. —Aunque, admito que se te ve linda intentando disimular. Vi se tapó la cara con ambas manos, frustrada. —Por favor... ya tengo suficientes imágenes en la cabeza. No necesito más. —Pero hermanita, tú fuiste la que pidió que lo construyeran. —Respondió Jinx con una sonrisa traviesa. —¡Sí, pero era un asunto privado entre Jayce y yo! —Protestó Vi, visiblemente incómoda. —Vaya, qué mala suerte. —Dijo Jinx con tono burlón. —¿No sería terrible que alguien más se enterara? —Ni se te ocurra, Jinx. —Tranquila, musculitos. Tu secreto está a salvo... en mis labios. Vi soltó un suspiro, metió el Hexstrap en su mochila con cuidado y se estiró los hombros. —Bueno, es hora de volver a la mansión. Tengo que dejar el rifle de Caitlyn, el cubo, mis guantes... y este aparatito del terror, claro. —Dijo mientras ponía los ojos en blanco. —¡Escóndelo bien, hermana! —Gritó Jinx desde la silla. —No vaya a ser que medio Zaun y Piltover descubran tu tesoro escondido. Serías la fundadora de una revolución sexual sin querer. Vi soltó un suspiro, evitando mirar a Jinx directamente. —Nos vemos luego. Jinx se levantó con lentitud, ya un poco más recuperada del combate. Se sacudió el polvo de la ropa con desgano. —Yo también me voy. Tengo... cosas que hacer. Vi la miró con una ceja levantada, pero luego sus ojos se suavizaron. —Así se habla, hermana. —Le dio un golpecito amistoso en el hombro. —¡Ay! ¡Cuidado! ¡Estoy llena de moretones, Vi! —Se quejó Jinx, poniendo cara de dolor como si cada músculo le recordara la pelea. Jayce se enderezó desde el banco donde había estado medio desplomado. —Yo también. Ya fue suficiente Hextech por hoy... —Sí, totalmente. —Agregó Lux. —Te acompaño, Jayce. Vi ya estaba por irse cuando Jayce levantó la mano para detenerla. Caminó hacia ella. —Espera. Antes de que te vayas... —Dijo, buscando entre su abrigo hasta sacar un sobre cerrado, con el escudo de la casa Talis en una esquina. —Es para Mel. La conozco bien, y aunque esté en problemas, no se va a mover de Noxus hasta terminar lo que empezó. Le pasó el sobre con expresión seria, casi como si fuera algo muy importante. —Como no voy a ir con ustedes en esta misión, necesito que tú se lo entregues. Confío en ti para eso. Vi miró la carta con una ceja levantada. —¿Y esto qué es? ¿Una carta de amor? —No. —Jayce cruzó los brazos. —Es un asunto entre ella y yo. Solo entrégasela, ¿sí? Hazlo por mí... por el favor que ya sabes. Vi hizo un gesto con la lengua, pero guardó la carta con cuidado entre sus cosas. —Está bien. Pero si resulta ser algo subido de tono, me reservo el derecho de abrirla, reírme y leérsela en voz alta a Caitlyn. Jinx se rió con fuerza mientras empujaba la puerta para salir. —¡Hazlo, vamos! Que sea por la ciencia... y porque siempre hace falta un buen show. Vi negó con la cabeza mientras Lux hacía una especie de reverencia exagerada, como si estuviera actuando en una obra escolar, y Jayce simplemente levantó la mano, claramente agotado. Dejaron el laboratorio atrás, con las risas todavía rebotando en las paredes, algunos silencios incómodos flotando en el aire, y uno que otro secreto guardado entre herramientas, humo y luces parpadeantes. El cambio se notó al instante. Del ruido constante del taller al silencio casi sagrado de la mansión Kiramman. La gran puerta se cerró con un clic suave, y todo quedó en calma, como si el lugar mismo respirara en voz baja. Era ese tipo de silencio elegante que se siente en las casas antiguas, con olor a madera pulida y recuerdos guardados. Cada paso que daba Vi por el pasillo parecía reconocido por el suelo, como si le dijera "bienvenida otra vez". La luz del sol entraba por los ventanales altos, formando dibujos dorados sobre el mármol blanco. Vi caminó directo a la habitación que compartía con Caitlyn. Llevaba su mochila colgando de un solo hombro, cargada no solo con objetos, sino con muchas emociones que pesaban más que cualquier arma. Cansancio, orgullo... y algo de vergüenza que parecía asomarse entre los cierres de la mochila. Abrió la puerta del vestidor de Caitlyn empujándola con la cadera. Era un lugar lleno de lujo, con estanterías ordenadas, vitrinas con joyas brillantes y vestidos que colgaban como si esperaran una fiesta que nunca llegó. Vi sabía bien que Caitlyn prefería su uniforme de ejecutora por sobre cualquier vestido elegante. Ese vestidor era como un museo de todas las versiones de Cait que nunca existieron. Un recordatorio de cómo siempre eligió el deber en vez del deseo. Sobre una pequeña banca tapizada de terciopelo azul, Vi dejó el rifle de Caitlyn con cuidado, casi como si le devolviera algo sagrado. Luego se quitó sus guantes Hextech con un suspiro y los puso junto al cubo metálico del exoesqueleto. Sacó las gemas de los guantes con cuidado. Volvió a la habitación con paso tranquilo, todavía con la mochila al hombro. El Hexstrap... eso era otro tema aparte. Se arrodilló al borde de la cama y levantó la cubierta inferior. Sacó una caja de seguridad reforzada. Dentro, puso la caja del Hexstrap con una de las gemas ya instalada y las otras a un lado. Luego cerró la tapa, la aseguró con cinta y la empujó hasta el fondo, bien escondida bajo la cama. —Vamos a ver si eres tan útil como raro. —Murmuró Vi para sí misma, con una sonrisa torcida, mientras se limpiaba las manos al ponerse de pie. La habitación volvió a quedarse en silencio. Vi se quedó ahí un momento más, mirando la cama como si acabara de esconder una bomba emocional debajo. Luego suspiró, tomó algo de ropa de Caitlyn, la metió en la mochila, y salió al pasillo con paso firme, llevándose consigo una mezcla de vergüenza, orgullo... y una pequeña esperanza que no se atrevía a nombrar. El camino al centro fue corto, pero Vi lo aprovechó para aclarar la cabeza. Caminó por calles cada vez más llenas de gente, dejando atrás la tranquilidad elegante de la mansión Kiramman. Piltover parecía un tablero vivo: comerciantes gritando, niños corriendo con cometas de papel y agentes vigilando con disimulo. En el aire flotaban olores familiares: metal caliente, pan recién hecho y pasos constantes sobre los adoquines. Vi iba con la mochila al hombro, tarareando suavemente mientras revisaba cada escaparate con atención. Estaba buscando algo especial. Un detalle. Un regalo que dijera: "Esta cita la organicé yo… y quiero que te sientas especial". Pasó frente a una tienda de relojes, luego una de libros antiguos. Pero nada la convencía. Hasta que un sonido seco la detuvo. Un cuerpo salió volando por los aires y cayó en medio de la calle, golpeando el suelo frente a una fuente. El tipo sangraba por la ceja. Vi se tensó, lista para intervenir... hasta que vio quién estaba detrás. Sarah Fortune salió del callejón con las mangas subidas, una sonrisa entre peligrosa y confiada, y los ojos puestos en el sujeto en el suelo. Se agachó, lo tomó por el cuello de la camisa y le gruñó: —Dime de dónde sacaste esas armas, idiota. Y si no hablas, te parto la otra costilla. Vi se cruzó de brazos, apoyándose en una farola con descaro. —¿Todo bajo control, Almirante? ¿O solo estás divirtiéndote un rato? Sarah levantó la mirada. Su expresión cambió de inmediato: de furiosa cazadora a amiga reencontrada después de mucho tiempo. —¡Vi! Justo a tiempo. ¿Quieres unirte? Este tipo no suelta nada, pero aguanta bien los golpes. Vi se rió y se acercó caminando tranquila. —No hace falta, pero... ¿me dejas quedarme con su chaqueta? Parece de cuero del bueno. Sarah rió con ganas, como si la idea le encantara. Luego miró al tipo herido y le susurró algo al oído, con una voz suave que contrastaba con lo mal que estaba. —Hoy tienes suerte... estoy de buen humor. —Después giró hacia Vi, con esa sonrisa atrevida que nunca le faltaba. —Además, tengo mejor compañía con quien pasar el rato. Soltó al hombre como si no valiera la pena. Pero antes de alejarse, vio las pistolas que el tipo aún tenía en el cinturón. Se las quitó con rapidez, sin perder el estilo. —Esto… —Dijo alzándolas. —Esto es mío. Y cuando el sujeto pensó que ya había terminado, Sarah se inclinó de nuevo y le quitó la chaqueta de un tirón. La echó sobre su hombro sin mirar atrás. —Y esto también. A Vi le gusta. Vi cruzó los brazos con una sonrisa de medio lado. —Ah, sí. Siempre tan atenta, Almirante. Sarah se puso al lado de Vi sin decir nada. Caminaron juntas por la vereda, mezclándose con la gente como si fueran dos personas normales. Pero sus hombros tensos las delataban. Llevaban demasiadas historias encima como para relajarse del todo. —¿Y entonces? —Preguntó Vi, alzando una ceja. —¿Qué hacías por acá? No me digas que ahora te gusta la arquitectura de Piltover. Sarah soltó una risa corta mientras se acomodaba la chaqueta que recién había conseguido. —Negocios. Aunque tenga el título de almirante, no pienso dejar mi verdadera chamba. Sigo aceptando trabajos… solo que ahora me muevo entre lo legal y lo que apenas roza lo ilegal. —Qué elegante. Una almirante pirata. Suena como el arranque de un chiste malo. —Vi sonrió, girando una moneda entre los dedos. —¿Y el tipo de hace un rato? —Trató de robarme. Un idiota. Pero eso no fue lo peor: traía armas raras. No eran de Zaun. Tampoco de Piltover. Eran extranjeras y feas. Así que lo tumbé. Quería respuestas… pero terminó sirviendo más como saco de boxeo. Vi se rió con fuerza. —Eres única, Sarah. En serio. Nunca se puede tener un día tranquilo contigo. Sarah la miró de reojo, con una sonrisa que le salía de medio lado. —No te hagas. A ti también te sigue el caos. Desde que te conozco eres como un imán para los líos. La diferencia es que yo no me quejo. Me adapto, y disfruto el desorden que traes. Vi sonrió, bajando un poco la cabeza con esa mezcla de risa y resignación. Había algo en el aire entre ellas que no necesitaba explicación. Una cercanía que seguía viva, aunque no se vieran por mucho tiempo. Sarah la miró de reojo, entornando los ojos como si estuviera a punto de soltar un comentario con doble filo. —¿Sabes qué me da curiosidad? —Dijo con voz lenta, como quien lanza una broma con veneno dulce. —Ver a una zaunita caminando tan tranquila por el centro de Piltover. Vi iba a responder, pero Sarah se le adelantó con una sonrisa llena de picardía, la cabeza inclinada y los ojos brillando con ganas de molestar: —¡Ah, claro! Se me olvidaba que ahora eres toda una Kiramman. Me imagino saludándote con reverencias, tomando té con el meñique levantado... y diciendo "querida" cada tres frases. —¡Jaja! Ríete lo que quieras. —Resopló Vi, con los ojos encendidos de humor. —Pero el día que tú te enamores tanto como para andar suspirando mientras planeas una propuesta de matrimonio o cruces media ciudad buscando un regalo para tu prometida… ahí sí me voy a sentar con palomitas. Porque te voy a devolver cada burla con intereses. Sarah no dijo nada al principio. Solo sonrió un poco, pero sus ojos se oscurecieron como si algo le apretara el pecho. —Ya estuve así una vez. —Dijo en voz baja. Vi la miró. Su sonrisa se apagó por un segundo, pero volvió enseguida. Inclinó la cabeza con ese gesto incómodo que solo sacaba cuando el pasado la tocaba por sorpresa. —Lo siento. No era mi intención... —Tranquila. —La interrumpió Sarah, levantando una mano. —Lo viví, lo disfruté. Algunas tormentas no se esquivan... se bailan. El silencio que siguió fue corto y un poco incómodo. Pero Sarah lo rompió de inmediato, cambiando totalmente el ambiente. —Vamos, no vamos a encontrar el regalo perfecto quedándonos quietas. Y si estás buscando algo especial para tu prometida, nadie mejor que una pirata como yo para ayudarte a elegir algo único. —Mientras no me hagas regalarle una daga envenenada, vamos bien. —Bromeó Vi. Ambas se metieron entre los puestos callejeros, mirando joyas de plata, vitrinas con relojes antiguos y baratijas llenas de historia. Hasta que los ojos de Vi se detuvieron en una esquina iluminada de la plaza: un puesto de joyas hechas a mano, con piedras talladas y cadenas tan delicadas que parecía que podían romperse con solo tocarlas. Vi se detuvo frente al puesto, mirando fijamente una cadena con una piedra verde que brillaba con la luz del atardecer. Tenía exactamente el mismo color que los ojos de Sarah. Ella la notó y entrecerró los ojos con curiosidad. —No creo que Cait necesite más joyas. —Dijo Sarah, cruzando los brazos. —Seguro que en esa mansión ya tiene más de las que podría usar en toda su vida. Vi sonrió sin despegar los ojos de la cadena. —No es por eso que me detuve. —Dijo. —La primera vez que vi a Cait, cuando no recordaba nada y me arrestó por robo… fue por algo parecido. Había tomado una cadena así de un puesto como este. Tenía una piedra rojiza, como mi pelo. La quería para ti, pero Cait me la quitó. Nunca le dije que sí, que de verdad la había robado. Sarah ladeó la cabeza, una ceja en alto. —¿Así que esa era la historia? Vaya... —Dejó escapar una risa baja. —Hasta yo me lo creí cuando dijiste que no habías robado nada. Eras buena mintiendo… parecías toda una pirata. Me mentiste a mí y a ella como si fuera un deporte. Vi se encogió de hombros con una sonrisa culpable. —Supongo que no podía evitarlo. Entonces salió el vendedor, un hombre de bigote retorcido y sonrisa demasiado amplia para ser honesta. —¿Les puedo ayudar con algo, hermosas damas? ¿Collares, pulseras, anillos de compromiso? Para una pareja tan encantadora tengo justo lo que necesitan. Vi y Sarah se miraron al mismo tiempo, alzando las cejas… y luego soltaron una carcajada al unísono. —No somos pareja. —Dijeron juntas. Pero la forma en que sus risas se mezclaron decía que, al menos en otra vida, esa frase podría haber sido mentira. Vi miró al vendedor y le señaló la cadena con la piedra verde. —Esa. La quiero. El hombre la tomó con delicadeza, la colocó en una pequeña caja aterciopelada y se la extendió con una reverencia innecesaria. Sarah se cruzó de brazos, una ceja arqueada con diversión y un dejo de picardía. —Vaya, así que una joyita más para la señorita de la nobleza... muy digno de ti. Vi tomó la caja, la sostuvo un segundo entre sus manos y luego se la extendió a Sarah con una sonrisa medio culpable, medio tierna. —En ese tiempo no pude dártela. Pero ahora sí. Así que... te la regalo. Sarah la miró como si le acabaran de lanzar una bomba emocional directa al pecho, pero sin dolor. Sus ojos se iluminaron con sorpresa y emoción al mismo tiempo. Abrió un poco la boca, pero al principio no le salieron las palabras. —Vi… Ella solo se encogió de hombros. —No es gran cosa. Solo algo que había quedado pendiente. Sarah bajó la mirada a la caja, luego volvió a ver a Vi, y sus ojos se suavizaron. Era esa expresión entre nostalgia y gratitud que no mostraba muy seguido. —Eres un caos emocional con músculos, ¿lo sabías? Vi soltó una risa mientras ya empezaba a caminar hacia el siguiente puesto. —Lo sé, y tú eres una pirata con cara de gatito mojado. Quedamos empatadas. Sarah se quedó mirándola un poco más, pasando los dedos por la caja como si fuera un recuerdo valioso. Después sonrió, pero no era la sonrisa de la almirante ni de la pirata. Era la sonrisa de alguien que había amado de verdad, sin condiciones. —Gracias, Vi. A veces los tesoros llegan tarde... pero llegan. Se quedó pensativa unos segundos, como si algo le diera vueltas por dentro. Después, con una mirada traviesa, dijo: —Sabes... tal vez no haya nada en todo Piltover lo bastante bonito para regalarle a Caitlyn. Vi giró la cabeza, levantando una ceja. —¿Me estás diciendo que me rinda? —Te estoy diciendo que vengas al barco. —Sarah sonrió con picardía. —Tengo cosas allá que harían sonrojar hasta a la nobleza más estirada. Vi se frenó en seco. El nerviosismo le cruzó la cara como un rayo corto. —Sarah… si Caitlyn se entera de que fui sola a tu barco, me mata. De verdad, y no estaría equivocada. —Hermoso comienzo para una pareja comprometida. —Soltó Sarah entre risas. —¿Le tienes miedo a tu prometida? Qué romántico. Después de unos pasos, la miró de reojo con una sonrisa burlona y murmuró: —Cobarde. —No soy cobarde. —Gruñó Vi con media sonrisa, rodando los ojos. —Solo respeto lo que Cait siente. Ambas se rieron mientras seguían caminando hacia el puerto. Aunque Vi se hiciera la difícil, su forma de andar contaba otra historia: en el fondo, ya había aceptado. No solo la invitación, también esa conexión extraña pero real que todavía la unía a Sarah. Sarah, aún con la caja en la mano, giró un poco la cabeza, como si acabara de acordarse de algo importante. —¿Y qué pasó con la pulsera que te regalé? Esa que tenía tu nombre. Vi soltó un resoplido. —Créeme, pirata... no quieres saber. Solo te diré que Caitlyn tiene ciertos cambios de humor que hacen que una explosión en Zaun parezca una tarde tranquila en el parque. La pulsera no sobrevivió a uno de esos momentos. Sarah soltó una risa amarga y negó con la cabeza. —Yo era una mejor opción. —Dijo con ese tono presumido que le salía natural. —No soy celosa, soy guapa y además soy la reina del mar. ¿Qué más se puede pedir? Vi se rió con ganas y le dio un empujón suave en el hombro. —Cállate, anda. Como sigas así, te voy a terminar escribiendo una carta de amor. Siguieron caminando entre la brisa con olor a mar hasta llegar al barco. Subieron sin apuro, escuchando cómo la madera crujía bajo sus botas, como si recordara todas las veces que pisaron ese lugar juntas. Entraron al camarote de Sarah. Vi echó un vistazo rápido alrededor. —¿Y tú tripulación? —Con lo de la Malkora, todos tienen cosas más urgentes que hacer. Hoy, la almirante tiene el barco para ella sola. —Sarah empezó a hurgar entre sus cosas, rebuscando en cajas y cofres llenos de objetos robados, encontrados o ganados en apuestas. Vi miró el lugar con algo de sospecha. —¿Y Lynn? —Vi, no todo gira en torno al sexo. Aunque no lo creas, también existe el trabajo. A Lynn le tocó turno hasta mañana. —Sarah se detuvo un segundo, encontró lo que buscaba y giró con una sonrisa pícara. —Aunque… no le digas a Caitlyn, pero Lynn convenció a su compañero Daemon para que la cubriera esta noche. Vi parpadeó y luego soltó una risa baja, negando con la cabeza. —Sigues siendo la misma pirata descarada de siempre. —Y tú sigues cayendo en mis trampas, Vi. —Sarah le guiñó un ojo mientras seguía revisando. —A ver si encontramos algo que esté a la altura de tu prometida. Sarah buscaba entre cofres llenos de cosas viejas, algunas robadas, otras ganadas, muchas con olor a pólvora. De pronto, soltó un "ajá" emocionado. Se dio la vuelta con algo envuelto en una tela negra con bordes dorados. La desenrolló con cuidado, revelando una caja de música con forma de flor, metálica y dorada. Al presionar un pequeño botón, los pétalos se abrieron suavemente hacia los lados, como una flor despertando al sol. En el centro, sobre una base circular, dos figuras pequeñas comenzaban a girar lentamente: una pareja en posición de baile, tomadas de las manos, con trajes estilizados y detalles brillantes. Parecían simplemente dos personas... bailando, conectadas. Entre los pétalos, grabada en un fino anillo dorado, se leía una inscripción que decía: "Hasta la eternidad". Sarah la sostuvo entre las manos como si fuera algo valioso de verdad. Su expresión era distinta, tranquila, casi como si estuviera recordando algo. —Esto... esto sí está a la altura de ustedes. —Dijo en voz baja, como si no quisiera romper la magia del momento. Vi no respondió enseguida. Sus ojos estaban clavados en la cajita y en la música que llenaba el aire. Era como si ese sonido la llevara de vuelta a sus recuerdos, mezclando pasado y futuro. Miraba a las figuritas bailar con una expresión mezcla de asombro, nostalgia y cariño contenido. —Es perfecta... —Susurró, temiendo que al hablar muy alto, la melodía se rompiera. Sarah no dijo nada más, pero sonrió. Sabía que en ese momento Vi ya no estaba allí con ella, sino en otro lugar más profundo, imaginando cómo sonaría esa cajita en las manos de Caitlyn. En su historia. En su vida juntas. Vi guardó la cajita con mucho cuidado en su mochila, como si fuera algo demasiado valioso para dejar a la vista. Se enderezó y miró una vez más el camarote. Sarah la acompañó en silencio hasta la cubierta. La brisa del mar las despeinó un poco, ese aire salado y libre que parecía ser parte del alma de Sarah. Justo cuando Vi iba a despedirse, Sarah levantó la mano, como pidiéndole que esperara un segundo. —Antes de que corras de vuelta con la mujer que te robó el corazón... —Dijo Sarah con una sonrisa pícara. —Hazme un último favor. Vi alzó una ceja, pero no se fue. Sarah le pasó la pequeña caja que contenía la cadena, y luego se giró, apartando su cabello con suavidad para dejar libre su cuello. La luz del atardecer iluminaba su piel, y ese olor a sal, tan característico de Sarah, volvió a golpear a Vi con fuerza. Vi tragó saliva, se acercó con calma y, sin apuro, le abrochó la cadena con manos firmes pero suaves. El contacto fue tan intenso que por un momento el tiempo pareció detenerse. Al terminar, sus dedos se quedaron apenas un segundo más sobre la nuca de Sarah, como si le costara soltarla. Sarah se giró con lentitud, sus ojos encontrando los de Vi con una expresión tranquila y honesta. —Gracias por esto. —Dijo en un tono bajo, sin coqueteo, solo con recuerdo. Sarah tomó la chaqueta que le había quitado al ladrón, la misma que había dejado sobre una caja junto al camarote. La sacudió un poco, como quitándole el peso del pasado, y se acercó a Vi con pasos lentos. Sin decir nada, se la puso encima con cuidado, ajustándole los hombros y luego el cuello, alisando la tela con movimientos suaves pero firmes. Cuando terminó, se detuvo frente a ella. Sus manos aún tocaban la tela, pero sus ojos ya estaban fijos en los de Vi. No dijo nada al principio, solo la miró como si quisiera congelar ese momento, como si supiera que, al soltarlo, algo importante se rompería. —Te amo. —Dijo al fin, con una voz que no temblaba, pero que dolía por dentro. Vi bajó la mirada por un segundo, y cuando volvió a encontrar los ojos de Sarah, había ternura en los suyos... y una pena sincera. —Yo también... —Susurró. —Pero no de la forma en que tú quieres. Sarah la abrazó sin pensarlo. Fue un abrazo fuerte, silencioso, de esos que dicen muchas cosas sin necesidad de hablar. Vi le devolvió el gesto, sintiendo que ese abrazo era parte despedida y parte disculpa. —Lo sé. —Dijo Sarah con una sonrisa pequeña y los ojos algo brillosos. —Y está bien. Vi asintió. Se miraron por última vez, como si con eso dijeran todo lo que no se atrevieron a decir en voz alta. —Nos vemos, Almirante. Cuida ese collar. —Y tú cuida tu corazón, ex-pirata. Bajó del barco caminando con paso seguro, sin mirar atrás. Sarah se quedó en la cubierta, encendió un cigarro y la observó desaparecer entre la multitud. Vi corrió con todas sus fuerzas. El sol ya bajaba sobre los techos altos de Piltover, y las calles se teñían de un dorado apagado con sombras largas. Sus botas hacían eco en las veredas, marcando un ritmo que se mezclaba con su ansiedad. Tenía que llegar. Había prometido estar ahí a tiempo. Llegó unos minutos tarde. Y ahí estaba Caitlyn, esperándola. De pie, con la espalda recta apoyada contra la fachada del Consejo. Lucía tan impecable como siempre, pero con el rostro serio, la mandíbula apretada y los ojos fijos en el suelo, como si quisiera romperlo con la mirada. Vi se detuvo en seco, a varios metros. Sintió cómo se le erizaba la piel. El ambiente se volvió tenso, casi irrespirable. La energía que salía de Caitlyn se sentía como una tormenta a punto de estallar... y Vi estaba justo en el centro de todo. Caitlyn alzó la cabeza lentamente, mirándola directo, como si pudiera quemarla con los ojos. Tenía esa expresión de “me fallaste” que ni siquiera necesitaba palabras. —Llegaste tarde —Dijo. No fue gritado, pero sonó como una sentencia final. Como si esa única frase pudiera destruirte. Vi parpadeó. Miró a la izquierda. Nada. A la derecha. Nadie. Volvió a verla. Caitlyn seguía igual de quieta, pero con el ceño tan fruncido que parecía que estaba conteniendo un rayo láser. Vi alzó una ceja, se apuntó a sí misma con el dedo en cámara lenta, como preguntando: “¿Es en serio? ¿Yo?” El silencio era tan denso que se podía cortar con una regla de matemáticas. Vi no se movió. Podía sentir el peso de cada palabra no dicha retumbando en el aire. Y entendió, sin dudas: estaba en medio de una tormenta emocional con nombre y apellido. Caitlyn Kiramman.
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