El Color de tu Ausencia
11 de septiembre de 2025, 14:03
El sol ya estaba alto en el cielo, iluminando las estructuras viejas y oxidadas de Zaun. Sus rayos atravesaban las tuberías colgantes y las vigas rotas, dejando ver lo deteriorado que estaba todo. La luz apenas lograba pasar entre el polvo del aire, dándole al ambiente un color pálido, casi fantasmal. Jayce y Lux caminaban juntos por las calles, rodeados de sombras y del sonido lejano de las máquinas trabajando. No hablaban, pero el silencio entre ellos no era incómodo; cada uno estaba perdido en sus propios pensamientos.
Venían del laboratorio, donde Vi y Jinx habían estado entrenando con las nuevas mejoras hextech. Fue una sesión caótica, con chispas, bromas pesadas y bastante sudor. Más que un entrenamiento, parecía una forma de desahogarse. Al terminar, Vi se fue directo a la mansión Kiramman. Jinx, en cambio, simplemente dijo que tenía algo que hacer y se fue sin explicar nada más, como solía hacerlo.
Jayce y Lux no se quedaron atrás por no saber a dónde ir. Sabían a dónde debían ir, pero no tenían prisa.
—¿A dónde crees que fue? —Preguntó Jayce con tono bajo, casi como quien lanza una piedra al agua para ver las ondas.
Lux no desvió la mirada hacia él, pero comprendió de inmediato a quién se refería. Mantuvo los ojos fijos en la calzada agrietada que se extendía ante ellos, donde el reflejo del cielo deslavado del mediodía se colaba en los charcos como si intentara recuperar algo perdido en sus aguas turbias. Su voz, cuando respondió, fue contenida y sin dramatismos, cargada de una resignación apenas velada.
—No me lo dijo. —Respondió Lux al fin, dejando que las palabras salieran con esa lentitud medida que sólo tiene quien se ha acostumbrado a pensar dos veces antes de hablar.
Jayce giró apenas el rostro hacia ella, lo suficiente para demostrar interés, pero sin invadir el espacio que ella parecía necesitar.
—Lleva días distinta. —Agregó ella, en un tono que oscilaba entre la observación y la preocupación.
Hizo una pausa breve. El ruido lejano de una válvula goteando llenó el espacio, marcando el tiempo sin prisa.
—No sé con certeza a dónde fue. —Admitió entonces. —Pero me da la impresión de que está buscando una respuesta que no tengo, algo que ha quedado entre el pasado y el presente. Una herida que necesita entender por sí sola.
Jayce apretó ligeramente los labios, como si tanteara una sospecha ya conocida.
—¿Ekko?
Esta vez Lux si giró hacia él, y en ese gesto sus ojos adquirieron un peso distinto. No había ironía ni evasión.
—¿Cómo lo supiste? —Inquirió, sin tono acusador, pero con el interés genuino de quien se sorprende de ser leída.
Jayce alzó un hombro y esbozó una sonrisa ladeada, carente de alegría pero llena de comprensión.
—No lo sabía, en realidad. Pero durante la reunión en casa de Caitlyn... se notaba. No tanto en lo que decían, sino en lo que callaban. Las miradas contenidas, la forma en que evitaban coincidir. La tensión estaba allí, suspendida como electricidad antes de una tormenta. Y ahora, sin querer, lo has confirmado.
Lux tardó un momento en reaccionar. Parpadeó, como si el simple hecho de ser expuesta la tomara por sorpresa, y bajó la mirada con una lentitud que delataba más que cualquier palabra. No era un gesto de vergüenza, sino de contención. Cuando volvió a alzar los ojos, ya no era la maga radiante de siempre, sino una joven envuelta en la contradicción de saberse descubierta y, al mismo tiempo, no saber cómo explicarse.
—¿Tan evidente era? —Preguntó con voz apenas audible, dejando entrever una vulnerabilidad cuidadosamente disimulada, pero no ausente.
Jayce asintió con suavidad.
—No hace falta nombrar lo que se arrastra en silencio. A veces basta con mirar cómo alguien desvía la mirada para entender que aún hay heridas sin cerrar.
El silencio que siguió fue denso. Lux volvió a respirar, esta vez de forma más pausada, como si ese gesto le sirviera para mantenerse en una pieza. Su expresión, tan serena como estudiada, era el reflejo de alguien que lleva años perfeccionando la habilidad de no dejar entrever nada. Pero Jayce no necesitaba ver lágrimas para saber que algo dolía. Conocía las señales invisibles: la tensión imperceptible en la mandíbula, la rigidez contenida en los hombros, el modo exacto en que Lux mantenía una postura impecable, como si aferrarse a esa forma externa pudiera evitar que se le desbordara el caos interno.
—Es más difícil de lo que parece. —Dijo finalmente, su voz firme, aunque ligeramente quebrada en los bordes. —Y todavía no tengo el valor para ponerlo en palabras.
Jayce no dijo nada más. Comprendía con una claridad dolorosa que hay combates que no se libran con espadas ni discursos, sino con el silencio sostenido de quienes han aprendido a esconder su dolor detrás de la compostura. En ese instante, el respeto no era una cortesía, sino una forma de estar presente sin invadir.
Sus ojos permanecieron fijos en ella, atentos pero sin juicio. No necesitaba explicaciones ni promesas. Sabía reconocer esa forma de entereza que no se exhibe, que se ha moldeado en la soledad y en la práctica constante de sostenerse por dentro cuando todo afuera tambalea. Lo que Lux mostraba no era una fortaleza luminosa, sino una vieja armadura: un mecanismo de defensa tan pulido que ya formaba parte de su piel. Y ese tipo de lucha, callada, prolongada, era quizás la más desgastante de todas.
Jayce bajó la mirada para pensar mejor. Su vista se detuvo en su reloj de pulsera, un modelo antiguo con engranajes expuestos que giraban con precisión casi hipnótica. Su suspiro fue leve, pero significativo, como si una idea hubiera encontrado por fin la forma correcta de instalarse. Y entonces, sonrió, con la intención genuina de ofrecer un respiro, un desvío, algo pequeño pero necesario en medio de tanto peso.
—Entonces creo que me toca a mí ofrecerte un respiro.
Lux lo miró con desconfianza suave, una ceja apenas levantada como quien aún no sabe si lo que viene es una locura o una revelación.
—¿Qué estás tramando ahora?
Jayce deslizó la mano dentro de su abrigo y sacó una máscara elegante, de esas que cubren el rostro desde la nariz hacia arriba, como las usadas en antiguos bailes de disfraces piltovianos. Sus bordes dorados y el diseño sobrio le conferían una mezcla extraña entre distinción aristocrática y extravagancia de inventor.
—Hoy hay una convención de científicos en el centro de Piltover. —Comentó mientras giraba la máscara entre los dedos. —Una de esas reuniones donde las ideas se cruzan, donde los inventos desafían la lógica y algunas teorías, que parecen ridículas al inicio, terminan por redefinir todo. Comienza en unos cuarenta minutos. Pensé que podríamos ir. Cambiar el aire, ver algo distinto. Algo que, aunque solo sea por un instante, nos recuerde que hay más mundo allá afuera que este que tanto pesa.
Se detuvo un momento. Su tono, aunque ligero, llevaba la intención honesta de ofrecer una pausa verdadera, sin exigencias.
—Nos vendría bien salir de este bucle por un rato. —Añadió. —Perdernos entre rarezas.
Lux se quedó pensativa, mordiéndose el labio inferior con una duda en su mente.
—¿Y si alguien te reconoce?
Jayce respondió con una risa apagada, y al colocarse la máscara, su voz se volvió un poco más grave, aunque aún reconocible.
—Para eso traje esto, y si alguien llega a reconocerme… bueno, será un espectáculo digno de anotar. No todos los días se topan con un fantasma caminando entre los vivos.
Lux no pudo evitar soltar una risa breve, suave pero genuina. A pesar del nudo que aún llevaba en el pecho, la imagen absurda que pintaba Jayce y su manera ligera de enfrentar lo imposible lograban, por momentos, aliviar la tensión que arrastraba.
Jayce, con esa chispa aún encendida en la mirada, se acercó a ella con lentitud. Alzó ambas manos con cuidado y, sin pedir permiso, pero con ese tipo de confianza que se construye en el respeto mutuo, le levantó la capucha del abrigo que Lux llevaba puesto. La tela, de un blanco profundo con forro interior trenzado en cobre tenue, cayó sobre su rostro con suavidad, difuminando los contornos nítidos de su expresión sin ocultarla del todo.
—No necesitas esconderte. —Dijo mientras acomodaba el borde sobre sus sienes. —Pero a veces ayuda no tener que responder a todas las miradas. Además, tú… brillas incluso cuando no lo intentas.
Lux lo miró sin apartar los ojos, con una expresión que oscilaba entre el desconcierto y una gratitud que no sabía cómo traducirse en palabras. Durante unos segundos, se permitió sostenerle la mirada, no como un acto de desafío, sino como una forma silenciosa de agradecerle ese gesto inesperado, tan humano como delicado. Fue entonces cuando la tensión que mantenía rígidos sus hombros cedió apenas.
—No temo ser vista. —Respondió finalmente, con una voz cargada de ese agotamiento que nace más del alma que del cuerpo. —Ya no. Pero aun así… la llevaré puesta.
Jayce asintió apenas, inclinando la cabeza con quietud. Sus manos descendieron con suavidad.
Ella exhaló con lentitud, era ese tipo de aliento que parece liberar algo que lleva demasiado tiempo contenido. Luego, su boca se curvó en una sonrisa discreta, verdadera, desprovista de intención o pose.
—Si alguien pregunta por ti. —Dijo con tono neutral, sin dureza, pero tampoco con ternura. —No voy a explicarle. Ni defenderte. Que cada quien saque sus propias conclusiones.
Jayce se giró entonces con teatralidad, como quien necesita convertir el cierre de una conversación íntima en una escena más ligera para no dejar que pese demasiado.
—Perfecto. Vámonos antes de que nos gane la cobardía.
El trayecto hacia Piltover fue breve en distancia, pero denso en esa clase de silencio que, más que ausencia de palabras, se convierte en un entendimiento tácito. Jayce y Lux caminaban por senderos apartados, donde el ruido metálico de Zaun se desvanecía gradualmente, sustituido por la pulcritud creciente de la ciudad alta. A medida que ascendían, las construcciones abandonaban la improvisación oxidada para adoptar líneas rectas, estructuras simétricas y una vigilancia más evidente que nunca parecía dormir.
El edificio al que se dirigían se alzaba con una elegancia sin ostentación a pocas calles del antiguo Consejo. De diseño art déco, con su fachada impecablemente simétrica y detalles de acero pulido, no imponía por su tamaño, sino por el magnetismo intelectual que irradiaba. Era un santuario del pensamiento disruptivo.
Jayce empujó la puerta principal con una naturalidad casi doméstica y Lux lo siguió ajustando su capucha con un gesto casi automático. Apenas cruzaron el umbral, una ráfaga de sonidos, luces y actividad vibrante los envolvió como una corriente viva. La convención ya hervía en pleno apogeo: corredores saturados de inventos extraños, hologramas suspendidos que giraban sin aparente propósito, prototipos levitando sobre plataformas inestables y una multitud caótica de asistentes, desde genios consumidos por la cafeína hasta excéntricos soñadores en batas coloridas, todos inmersos en su propia versión del asombro.
Lux entreabrió los labios por la genuina magnitud del espectáculo frente a ella.
—Esto es mucho más de lo que imaginaba. —Dijo, sin alzar la voz, como si temiera perturbar el equilibrio de aquel universo.
Jayce sonrió de lado, reconociendo en su expresión una mezcla de incredulidad y deleite.
—Bienvenida al caos ilustrado. —Respondió. —Será mejor que avancemos antes de que las verdaderas locuras comiencen a explotar… literalmente.
El primer artefacto que llamó su atención fue una mesa repleta de calzado en apariencia convencional. Sin embargo, una placa cuidadosamente grabada indicaba su verdadera naturaleza: “Zapatos Anticaídas – Versión 3.2”. Jayce frunció ligeramente el ceño al leer el nombre y, movido por la curiosidad y una pizca de escepticismo, se inclinó para calzarse uno de los pares.
Al momento en que apoyó el pie sobre el suelo, una vibración sutil recorrió la suela del zapato, como si el propio objeto evaluara su estabilidad.
—¿Qué clase de magia mal calibrada es esta? —Murmuró mientras daba otro paso. La misma vibración se repitió, leve pero constante, como una advertencia silenciosa en cada pisada.
Lux, que observaba con los brazos cruzados y una ceja levantada, dejó escapar una risa contenida que se le escapó como un respiro entre los labios.
—¿Se supone que eso evita que te caigas o simplemente te avisa cuando estás a punto de hacerlo?
Jayce se enderezó con una mezcla de ironía y resignación, sacando su libreta del bolsillo interior.
—Según la teoría, está diseñado para prevenir accidentes. —Comentó mientras escribía algunas notas rápidas. —Pero en la práctica, da la sensación de estar caminando sobre un ejército de insectos con ansiedad.
Unos pasos más adelante, sobre una mesa completamente despejada, reposaba un dispositivo de apariencia simple pero llamativa: un pequeño artefacto metálico coronado por un botón rojo de proporciones deliberadamente exageradas. El cartel que lo acompañaba no dejaba lugar a interpretaciones rebuscadas: “Botón de excusa instantánea”.
Jayce, incapaz de resistirse a la provocación implícita en aquel artefacto tan descaradamente absurdo, lo presionó sin dudar. Un tono mecánico, acompañado de una voz automatizada de timbre monótono, llenó el aire entre ambos:
—Perdón, mi medidor de energía social acaba de llegar a cero.
Lux, sin disimular el desconcierto que le generaba el invento, alzó una ceja en un gesto que mezclaba juicio y asombro. La expresión de su rostro parecía debatirse entre la crítica y una risa incipiente que no terminaba de nacer.
—¿Esto pretende ser tecnología funcional o es simplemente sarcasmo convertido en objeto?
Jayce esbozó una sonrisa ladeada mientras sacaba su libreta nuevamente.
—Probablemente ambas cosas. —Replicó sin levantar la vista. —Aunque admito que podría volverse indispensable en ciertos círculos… especialmente en comités muy largos.
Continuaron su recorrido hasta detenerse frente a una estructura sencilla pero inquietante: una pluma suspendida en el aire, sostenida apenas por un campo electromagnético sutil. Junto a ella, una pila de hojas reposaba sobre una base de vidrio con anotaciones en múltiples colores. Un cartel discreto indicaba: “Pluma de emociones”.
Lux tomó la pluma con la misma delicadeza con la que alguien tocaría un recuerdo doloroso. Escribió con pulso firme pero pausado: Todo está bajo control. Mientras escribía, la tinta tomaba un tono azul grisáceo, apagado.
Jayce frunció levemente el ceño, observando la tonalidad con una mezcla de curiosidad y cautela.
—¿Ese color… qué significa exactamente?
Antes de que Lux pudiera responder o siquiera formular una excusa, un hombre con gafas redondas y expresión absorta, probablemente el creador del invento, intervino con tono neutral pero certero:
—Azul representa tristeza. Es un tono que aparece cuando la emoción dominante al escribir es melancólica. Bastante preciso, en la mayoría de los casos.
La mano de Lux descendió de inmediato, con la decisión de quien corta una conversación antes de que se vuelva demasiado íntima.
—No. Ese color está equivocado. —Afirmó sin titubeo, su tono seco, sin margen para cuestionamientos. —Esa pluma no sirve.
Sin añadir más, giró sobre sus talones y continuó su camino hacia el siguiente stand, sin siquiera mirar atrás. Jayce la siguió con la mirada, en silencio. Luego sacó su libreta, escribió con trazo calmo: La tinta no miente. Pero las personas sí.
Permaneció unos segundos más frente al dispositivo. Y sin mediar palabra, sacó unas monedas, las dejó sobre la mesa y tomó la pluma como quien recoge un fragmento de verdad incómoda. Lux, varios metros más adelante, se detuvo brevemente. No dijo nada, no regresó sobre sus pasos, pero giró el rostro lo suficiente para mirarlo por encima del hombro, alzando una ceja con una expresión que decía más que cualquier frase: ¿En serio?. Luego, simplemente siguió caminando, sin apurarse, pero tampoco esperando que él la alcanzara de inmediato.
A unos pasos del último invento, una flor mecánica reposaba con delicadeza sobre una base metálica, sostenida por una maraña de cables finos que palpitaban con una cadencia suave, casi biológica. La inscripción a su lado era breve pero contundente: “Flora de Veritas: se abre cuando alguien miente cerca.”
Un hombre de mediana edad, con bata blanca impoluta y una sonrisa que parecía ensayada, se aproximó con aire de superioridad profesional.
—Todo en este stand cuenta con el aval absoluto de la Junta de Regulación Científica. —Declaró con énfasis.
Apenas terminó la frase, la flor se desplegó con un chasquido sutil pero inmediato. Lux apenas alcanzó a llevarse una mano a la boca, conteniendo la risa que amenazaba con estallar. Sus ojos brillaban con esa mezcla de incredulidad burlona.
Jayce, por su parte, permaneció impasible. Sacó su libreta, escribió con pulso firme: Alta sensibilidad. No apta para políticos, y luego permaneció unos segundos en silencio, contemplando el mecanismo.
—Uno nunca sabe cuándo un pequeño detector de mentiras podría salvarte o arruinarte. —Comentó, dejando escapar una risa seca, más reflexiva que burlona.
Sin decir más, sacó unas monedas y las depositó sobre la mesa con naturalidad, como si aquella compra tuviera un propósito más allá de la utilidad inmediata.
En un rincón discreto, algo alejado del bullicio central de la convención, un cubo metálico de superficie pulida descansaba sobre una pequeña base. Estaba adornado con inscripciones diminutas que giraban en espiral, como si la información grabada buscara colarse lentamente en la mente de quien lo mirara por demasiado tiempo. Un cartel discreto, casi irónico, lo anunciaba como: “Cubo Conversacional: gira para romper el hielo.”
Jayce lo observó con una mezcla de sospecha y curiosidad, antes de estirar la mano y hacerlo girar. Al detenerse, el cubo emitió un leve zumbido seguido de una voz suave y perfectamente modulada:
—¿Qué harías si mañana despertaras y, en lugar de tu voz, solo pudieras hablar como un pato enojado durante el resto del mes?
Lux no pudo evitar una risa auténtica que escapó sin permiso, breve pero tan natural que hasta sus hombros se movieron ligeramente. La sonrisa que acompañó a esa carcajada era una de esas que no se planean, que nacen en el reflejo de lo absurdo.
—Eso suena exactamente a algo que preguntaría Jinx. —Comentó, con un tono cargado de resignación cómplice.
Jayce giró el rostro hacia ella con una expresión que oscilaba entre la incredulidad y el cansancio moral.
—Estoy empezando a considerar seriamente quemar este objeto.
No obstante, y como si no pudiera evitarlo, sacó su libreta y escribió sin prisa: Aplicación potencial en interrogatorios no convencionales. Riesgo emocional: moderado.
Después de casi una hora inmersos en pasillos saturados de ruido, inventos imposibles y multitudes ansiosas por cada novedad, Jayce y Lux llegaron a los márgenes del recinto. Allí, donde la intensidad comenzaba a disolverse y el aire se volvía más contemplativo, encontraron algo que no estaba en los mapas de exhibición ni en el bullicio de las vitrinas.
Era un espejo alto, sin marco, cuya superficie parecía una lámina de agua inmóvil contenida por pura voluntad. A su lado, una placa de metal oscuro ofrecía una advertencia serena: “Reflejo Esencial. No refleja lo que aparentas. Refleja cómo está tu alma.”
La superficie del espejo no devolvió su imagen. En su lugar, una figura compuesta de luz blanca se alzó lentamente. Aquella luz, aunque inicialmente diáfana, presentaba una grieta profunda en el centro del pecho, como si algo interno hubiera estallado sin romper del todo. La figura no se movía, pero un leve pulso, casi imperceptible, sugería que aún se sostenía, resistiendo el colapso.
Lux no pestañeó. Sus manos permanecieron a los costados, temblando con discreción. Cuando la imagen se desvaneció, no emitió palabra. Solo respiró, profundo y contenido.
Un hombre de edad avanzada se aproximó con cadencia tranquila. Iba envuelto en una túnica de lino desprovista de ornamento, y sus ojos, ocultos bajo una venda de tela jordiana, no parecían necesitar visión. Su presencia, sin esfuerzo, era tan imponente como el objeto que custodiaba.
—Ese espejo no requiere ojos para ver. —Dijo, con una voz que parecía arrastrar no solo años, sino también las preguntas no formuladas de generaciones. —Percibe lo que otros esconden incluso de sí mismos. Y tú, muchacha… eres una de las presencias más radiantes que he percibido, pero también una de las más perdidas. Como si avanzar fuera tu única respuesta, incluso cuando no sabes hacia dónde te diriges.
Luego, al pasar junto a Lux, alzó una mano con lentitud y apoyó suavemente los dedos sobre su hombro. El gesto fue breve, pero en el instante en que la tocó, su respiración se detuvo por un segundo imperceptible. Frunció ligeramente el ceño, no con alarma, sino con una perplejidad profunda, como quien percibe algo antiguo, conocido y temido a la vez.
—Oh… La luz demaciana. —Murmuró, deteniendo sus dedos en el aire como si hubiese tocado fuego invisible. No había juicio en su voz, solo una extraña reverencia. —Tu destino será turbulento, teñido de sangre y dudas. Pero justo ahí, en el filo de tus miedos, serás la llave que abra el destino de un reino entero.
Luego se alejó, sin decir más, como si su papel allí hubiese terminado en ese gesto revelador.
Lux no respondió. Sus ojos bajaron apenas, como quien intenta ordenar una sensación que aún no ha sido pensada del todo. Su rostro, usualmente firme y controlado, tenía ahora una sombra más suave, como si algo en ella se hubiese desplazado, mínimamente, pero con efecto duradero.
Jayce dio un par de pasos hacia ella, manteniendo una distancia prudente. Su voz, cuando habló, fue tan medida como su gesto.
—¿Qué viste?
Lux tardó en contestar. El silencio se extendió apenas un par de segundos, pero lo suficiente para que se notara que la pregunta había alcanzado un lugar vulnerable. Al alzar finalmente el rostro, su expresión ya se había rehecho, envuelta en una neutralidad elegante que parecía parte de su escudo habitual.
—Nada importante. —Respondió, y aunque su voz no tembló, tampoco engañaba del todo.
Jayce no discutió la evasiva. Asintió con una leve inclinación de cabeza, como si entendiera que las verdades, a veces, necesitan tiempo para florecer.
—¿Al menos valió la pena el desvío?
Lux lo miró de reojo, y por un instante, toda la máscara cayó. La sonrisa que se dibujó en su rostro no fue amplia, pero sí verdadera, limpia de defensas.
—Sí. Mucho más de lo que esperaba.
Abandonaron el edificio justo cuando la luz del sol comenzaba a declinar con lentitud, tiñendo los bordes de los tejados con un resplandor casi dorado. El cielo, todavía libre del naranja encendido del crepúsculo, se mantenía en una paleta suave de azules que anunciaba el principio del atardecer.
Las calles de Piltover respiraban actividad con un ritmo pausado pero constante: niños correteaban entre las veredas, un vendedor cantaba su mercancía con entusiasmo, y en la distancia, el murmullo de una fuente componía una melodía líquida que tejía fondo a la escena cotidiana.
Lux se detuvo por un momento, aspirando el aire con lentitud. Jayce, sin interrumpirla, la observó de reojo con esa atención discreta que no invade, pero acompaña.
—No es mi ciudad. —Murmuró ella, con una voz que no necesita volumen para ser clara. —Pero tiene algo... algo que no encuentro en mi ciudad. Es cálida, a su manera. Humana, incluso con toda su tecnología. Nunca seré parte de Piltover por completo, pero quizás… quizás logré construir aquí una versión distinta de pertenencia. Un segundo hogar, en sus propios términos.
Jayce se limitó a sonreír, sin prisa, sin palabras.
Lux dio un paso más hacia él, y con un gesto sutil, enlazó su brazo con el de Jayce. Luego apoyó la cabeza justo por debajo de su hombro, con esa familiaridad que nace de la complicidad verdadera. No fue un gesto solemne ni efusivo, sino un acto silencioso de confianza, como si por unos segundos ambos pudieran dejar de sostener el mundo y dejarse sostener entre ellos.
—Gracias por esto, Jayce. —Dijo, su voz un hilo cálido que parecía hecho para ese instante exacto.
Jayce no respondió con frases. Solo apretó con suavidad su brazo contra el de ella, con ese lenguaje sin palabras que dice más que cualquier promesa: aquí estoy, siempre.
Y así, fundidos en un silencio compartido que no pedía ser llenado, se alejaron juntos por las calles de una ciudad que aún vibraba, paso a paso, hacia la mansión que los esperaba.
Al llegar, los recibió la madre de Jayce en el umbral, con los brazos ligeramente abiertos y una sonrisa que parecía haber estado allí desde siempre, esperando solo a ellos. Había en su presencia una calidez sencilla, esa que no necesita palabras grandilocuentes para hacer sentir hogar. Incluso los pasillos de piedra, fríos por naturaleza, parecían suavizarse a su paso.
—Los estaba esperando… —Dijo con ternura, sus ojos brillando con reconocimiento. —¿Les sirvo jugo o té?
Sin esperar respuesta, ya giraba hacia el interior, como si esa casa hubiera tenido siempre un rincón reservado para ellos.
—Jugo está bien. —Dijeron casi al mismo tiempo, cruzando una mirada que se sostuvo apenas un segundo, suficiente para que la complicidad habitual se dibujara sin esfuerzo en sus rostros.
Cuando ella se perdió por el pasillo rumbo a la cocina, Jayce y Lux se adentraron en el salón principal. Antes de sentarse, Jayce dejó sobre la mesa su máscara, la libreta con anotaciones, y el lápiz de emociones. Solo conservó la flor mecánica entre los dedos, girándola con suavidad mientras tomaba asiento.
Lux, por su parte, se dejó caer con elegancia sobre el sillón contiguo, retirándose la capucha y dejándola deslizarse por sus hombros sin apuro.
—Esta flor detecta mentiras. —Comentó Jayce con media sonrisa, observándola con atención. —Entonces imagino que no sobreviviría ni un minuto en una reunión del consejo.
Se echó a reír, divertido por su propia observación.
Lux tomó la flor mecánica y la observó con atención, combinando su curiosidad con el análisis tranquilo de alguien que ha aprendido a pensar con cuidado. Parecía entenderla con solo mirarla, como si incluso los objetos más extraños pudieran tener sentido en sus manos.
—Probemos entonces. Veamos si está a la altura de su reputación.
Jayce asintió, dejando que su cuerpo se hundiera más en el sillón, y formuló la pregunta con el tono casual de quien no quiere parecer demasiado atento:
—¿Alguna vez te has enamorado?
Lux sostuvo la mirada un segundo exacto, el suficiente para que la pregunta no pasara desapercibida, y respondió con la serenidad de quien no necesita adornos ni defensas.
—Sí. Dos veces.
La flor mecánica, expectante en su quietud, no mostró reacción alguna. Ni un solo pétalo se alteró, como si corroborara la verdad contenida en esas dos sílabas.
Jayce levantó ambas cejas, más sorprendido por lo que acababa de escuchar que por el nulo movimiento de la flor. Con cuidado, giró la flor mecánica entre los dedos, como si el movimiento lo ayudara a pensar antes de continuar con la siguiente pregunta.
—¿De quién? —Preguntó, su voz sin juicio, cargada únicamente de atención.
—De Jinx. —Dijo con claridad, sin rodeos ni dramatismo. Hizo una breve pausa, lo justo para marcar que la frase no había terminado. —Y de un mago demaciano. Fue parte de mi historia en una época en la que aún no entendía del todo mis poderes. Él me ayudó a dominarlos. Nunca pasó nada entre nosotros, al menos no en el mundo real. Fue... algo platónico. Algo que vivió más en mi cabeza que en la realidad.
La flor siguió inalterable. Otra vez, sin el menor temblor.
Jayce soltó una sonrisa ladeada, mezcla de sorpresa genuina y esa simpatía que le nacía sin esfuerzo.
—Vaya... Cada vez encuentro más capas en ti, mi brillante y enigmática amiga demaciana. —Dijo con tono reflexivo, casi admirado. —Y pensar que no eras la única con magia en ese reino es algo interesante...
Lux desvió la mirada, sin perder la compostura, pero bajando apenas la voz.
—Créeme, había más de los que imaginas, pero mientras escondía a Jinx… ocurrieron cosas.
Jayce notó el leve cambio en su expresión, esa tensión sutil que solo quien conoce bien sabe leer, y sin darle espacio a la incomodidad, decidió intervenir antes de que el tema se volviera más pesado.
—No necesitas hablar de eso si no quieres. —Dijo, extendiéndole la flor mecánica con suavidad. —Ahora es tu turno de preguntar.
Lux le respondió con una sonrisa tranquila. Tomó la flor entre los dedos y la hizo girar lentamente.
—Dime, Jayce... ¿alguna vez has sido tan vanidoso como para creerte el mejor inventor del continente?
Jayce llevó una mano al pecho con una teatralidad calculada, como si acabara de recibir una acusación injusta y devastadora.
—¿Yo? Jamás se me ocurriría algo así.
La flor se desplegó de golpe, con una precisión casi burlona, como si hubiera estado esperando exactamente esa respuesta.
Lux soltó una carcajada luminosa, inclinándose hacia adelante mientras la risa le sacudía los hombros.
—¡Lo sabía!
Jayce rodó los ojos con exageración y negó lentamente con la cabeza, como si cargara el peso de una injusticia milenaria.
—Muy graciosa. Uno se esfuerza por mantener una imagen seria y científica, y termina acusado de vanidoso por una flor sin credenciales.
Lux, divertida, alzó la flor como si fuera un trofeo recién ganado.
—Por cómo reaccionó, diría que eres bastante sobrevalorado, y con una humildad… selectiva, digamos.
Jayce soltó un bufido teatral, hundiéndose aún más en el sillón como quien decide resignarse al destino.
—Traicionado por la botánica. Qué caída más indigna para la ciencia.
Ambos estallaron en nuevas carcajadas. El juego continuó entre bromas cada vez más absurdas, pasándose la flor de uno a otro como si fuera un cetro de interrogatorios sin sentido. Las preguntas se volvieron cada vez más ridículas, pero con cada una, el peso del día se volvía un poco más liviano.
Fue entonces cuando la madre de Jayce entró en escena, con una bandeja bien equilibrada en las manos y dos vasos altos rebosantes de jugo fresco. Se detuvo unos segundos al verlos, y arqueó una ceja con una sonrisa pícara.
—Si no supiera con certeza que entre ustedes no hay nada, juraría que forman una pareja encantadora.
Lux soltó una risa ligera, mientras Jayce negaba con la cabeza, todavía sonriendo. Luego miró a su madre con la misma tranquilidad con la que se observa a alguien querido, pero sin permitir que la broma echara raíces.
—Es como una hermana pequeña para mí. —Dijo, con voz clara, sin una pizca de duda o doble sentido. —Una hermana con la que discutí, compartí y que aprendí a querer desde ese lugar. No hay más, ni tiene que haberlo.
Lux, lejos de incomodarse, asintió con una sonrisa tranquila, como si esa definición también fuera suya.
—Y qué bueno, la verdad. —Dijo ella, divertida. —Porque tú no eres mi tipo para nada. Me atraen personas un poco más… caóticas, digamos.
La madre de Jayce soltó una carcajada suave, sacudiendo la cabeza con afecto antes de alejarse por el pasillo.
—Voy a recostarme un rato. —Dijo su madre, dejando los vasos sobre la mesa. —Si necesitan algo, estaré en mi habitación.
Se inclinó levemente, le dio a Jayce un beso breve en la mejilla, y se marchó por el pasillo con la misma calma serena con la que había llegado.
Lux dejó que el silencio se acomodara entre ellos como un viejo amigo que no necesita explicaciones. Afuera, el día se deslizaba hacia su ocaso con la parsimonia de un cuadro viviente: los árboles inmóviles, el trino de un par de aves que no querían rendirse aún al sueño, y el cielo virando del oro al cobre.
Solo entonces, con un giro suave del cuello y un cambio sutil en su expresión, Lux miró a Jayce. Había en sus ojos un brillo distinto, como si buscara algo en él que el tiempo no le había permitido preguntar. No era curiosidad ligera, ni el juego de quien lanza preguntas para incomodar: era esa clase de inquietud que se guarda por mucho tiempo, esperando el instante adecuado.
—Sé que no es asunto mío. —Dijo, con una voz suave que flotaba entre la sinceridad y la precaución. —Pero… ¿fue Mel la única persona que amaste de verdad?
Jayce sostuvo su mirada con la misma firmeza con la que uno responde a su propia conciencia.
—Sí.
La flor, inmóvil sobre la mesa, pareció abrirse lentamente, como si confirmara la verdad con un gesto lleno de gravedad.
Lux no se apresuró a contestar. Mantuvo la mirada fija en él, una ceja apenas alzada, no en gesto de juicio, sino como quien espera que la conversación respire antes de continuar.
Y lo hizo, un silencio espeso, cargado, se deslizó entre ambos, hasta que finalmente, con un tono que sonaba a afirmación disfrazada de pregunta, ella habló:
—Entonces... ¿por qué siento que esa no es toda la historia?
Jayce dirigió una mirada cautelosa hacia el pasillo, verificando que su madre no estuviera cerca. Luego, como quien por fin se permite quitarse una carga, bajó la voz y habló con la contención de quien arrastra un secreto desde hace demasiado.
—Viktor. —Pronunció, casi en un murmullo, como si el simple hecho de decirlo fuera suficiente para convocar a los fantasmas del pasado.
Lux no respondió de inmediato. Parpadeó con lentitud y luego ladeó ligeramente la cabeza, dibujando una media sonrisa que no era irónica, sino serena y comprensiva.
—¿Viktor? —Repitió, sin sorpresa. —No me desconcierta tanto como crees.
Jayce la observó, desconcertado, y ella se limitó a encogerse de hombros con esa soltura natural que tenía cuando estaba en confianza.
—Siempre lo mencionabas con una voz distinta. No era amorosa, en el sentido convencional, pero sí impregnada de afecto, de respeto profundo… y de una tristeza que nunca dijiste en voz alta. Lo intuía, solo que no quise invadir ese espacio.
Jayce exhaló una risa breve por la nariz, no porque algo le resultara gracioso, sino porque en ese gesto se colaba una aceptación involuntaria, una suerte de rendición sin dramatismo. Desvió la mirada hacia el vaso que sostenía con ambas manos, enfocándose en la transparencia del cristal y en las pequeñas vibraciones del líquido, como si allí pudiera encontrar las palabras que aún no sabía cómo pronunciar.
—¿Era tan evidente? —Preguntó al fin, sin levantar la vista, con una mezcla de pudor resignado y alivio que comenzaba a filtrarse por los bordes de su voz.
Lux no respondió con palabras. Le bastó una sonrisa leve, apenas dibujada, pero cargada de comprensión.
Jayce soltó el aire contenido en su pecho.
—Nunca hice un anuncio formal, pero sí… existió algo entre nosotros. Antes de que todo cambiara, antes de que él se perdiera en su obsesión con el poder arcano. Fue algo breve, extraño incluso, pero no por eso menos auténtico. Un vínculo que aún hoy me resulta difícil de descifrar, aunque su huella no haya desaparecido. Y creo que parte de mí solo necesitaba que alguien más lo supiera, sin que yo tuviera que decirlo explícitamente.
Jayce bajó la mirada hacia su muñeca izquierda. Durante un instante, sus dedos tocaron la runa que llevaba allí y que volvía latente el recuerdo de Viktor.
Lux lo escuchó en silencio, atenta, dándole espacio a cada palabra sin apurarlo.
—Y cuando "morí", al cruzar ese umbral incierto hacia lo que se encuentra más allá de la vida, él estaba allí. No puedo asegurar si fue una alucinación nacida del agotamiento, una manifestación de mi mente aferrada a la memoria, o algo mucho más profundo y real. Pero en ese instante, sentí una serenidad tan abrumadora, tan total, que entendí con certeza que, cuando mi tiempo aquí concluya, no temeré, porque sé que lo volveré a ver.
Lux no respondió con gestos teatrales ni expresiones huecas. Solo inclinó levemente la cabeza, en ese gesto discreto de quien guarda un tesoro prestado.
—¿Te dolió dejarlo?
Jayce respiró hondo antes de contestar.
—No más de lo que me dolió perderlo.
La flor mecánica, quieta sobre el suelo, conservó su rigidez. Ni un pétalo se alteró.
Lux bajó la vista hacia su vaso, deslizando el dedo por el borde con una lentitud que parecía pensativa. Y entonces, sin levantar la voz, como si hablara para sí misma, preguntó:
—¿Y qué ocurrirá cuando te vayas? ¿Qué será de tu madre… de Caitlyn… de Vi…? —Hizo una pausa, profunda, densa. —¿Y de mí?
Jayce giró un poco el rostro hacia ella. Su expresión era serena, pero sus ojos hablaban de años que pesaban más de lo que decía su voz.
—Caitlyn encontrará la forma de seguir. No necesita demostrar su fortaleza; está en su naturaleza. Mi madre… le dolerá, pero tendrá el consuelo de lo vivido. Vi… es otra historia, ha perdido demasiado. Su reacción será impredecible: tal vez rabia, tal vez silencio, tal vez ambos. Con Vi, es imposible anticiparse.
Hizo una pausa breve para dejar que sus palabras respiraran, como si el peso de lo siguiente necesitara su propio espacio.
—Y tú… tú llevarás la parte más difícil. Lo sé. Porque no fuiste solo compañía, fuiste y eres mi hermana. Ese rincón irreemplazable que ningún otro puede ocupar. El tipo de vínculo que no se nombra con facilidad porque se siente más profundo que las palabras. Aunque yo me vaya, esa parte de ti en mí, y de mí en ti, seguirá ahí.
Lux mantuvo el silencio, la mirada algo vidriosa. Permitió que las palabras de Jayce reposaran en el aire, como si cada una necesitara asentarse antes de ser entendida del todo. Luego, sin buscar su mirada, preguntó con una voz que rozaba la intimidad sin caer en la fragilidad:
—La carta que le diste a Vi para Mel…
Jayce alzó levemente una mano, interrumpiéndola con calma, como quien ya ha ensayado muchas veces esa respuesta en el silencio de su memoria.
—Algunas historias necesitan cerrarse desde la distancia. Decírselo en persona solo habría reabierto cicatrices que apenas comenzaban a sanar. La carta... fue suficiente. No hacía falta más que eso.
Lux aceptó su respuesta con un leve movimiento de cabeza. Dejaron que el silencio llenara el espacio entre ambos. Afuera, el cielo ya se teñía de rojo, anunciando la llegada inevitable de la noche.
Sin necesidad de hablar, se pusieron de pie casi al mismo tiempo y caminaron hacia la chimenea. Jayce la encendió con uno de los viejos mecheros que descansaban junto a los leños, y el fuego no tardó en proyectar su calor contra las paredes del salón.
Se acomodaron en el suelo, espalda contra el sillón, las piernas extendidas hacia el calor danzante del fuego, como si el momento necesitara una pausa antes de continuar.
Lux fue quien se atrevió a romper el silencio esta vez. Su voz descendió en volumen por el peso denso de lo que venía cargando desde hacía días, como una piedra en el pecho que ya no podía seguir fingiendo que no dolía.
—El día en que hicimos aquel espectáculo de magia para encontrar a tu madre… ese día terminé mi relación con Jinx.
Jayce giró levemente el rostro, sorprendido por la confesión, pero eligió el silencio, brindándole el espacio para continuar.
—La noche anterior, Jinx estuvo con Ekko. Cuando volvió… algo en ella había cambiado. Era como un relámpago embotellado: ni feliz ni angustiada, solo a punto de estallar. Me dijo que casi se besaron, y lo soltó como quien lanza una cerilla sobre alcohol. Esa noche no durmió conmigo.
Lux inspiró hondo antes de continuar, como si las palabras siguientes dolieran más al sacarlas que al guardarlas.
—Fue un quiebre total, Jayce. Estar a mi lado le dolía más que alejarse. Era como si, al mirarme, viera un reflejo que ya no podía soportar.
Se detuvo. Su respiración, ahora más profunda, se confundía con el crepitar del fuego cercano.
—Fue ahí cuando comprendí que debía dar un paso atrás. No porque hubiese dejado de quererla, sino porque precisamente la amaba. Y si ese amor era sincero, entonces tenía que dejarla ir, permitirle reconstruirse sin la presión de mis expectativas o de una versión de sí misma moldeada por mi deseo.
Las llamas crepitaban con lentitud frente a ellos, danzando en espirales anaranjadas que proyectaban figuras temblorosas sobre las paredes del salón. El silencio se extendió entre ambos, no como un vacío incómodo, sino como una tregua necesaria. Hasta que, sin apartar la mirada del fuego, Lux volvió a hablar.
—Y pasó lo que más temía, Jayce. —Admitió Lux en un susurro, sin adornos ni dramatismos. —No volvió… y por lo que veo, no va a hacerlo.
Se quedó mirando las llamas unos segundos más, dejando que el calor del fuego llenara el espacio donde antes solo cabía el nudo que apretaba su garganta.
—A menudo me esfuerzo por ser esa mujer fuerte, resuelta, la figura que todos esperan encontrar cuando hablan de la guardiana de la corona o la luz de Demacia. Pero hay días en los que ni siquiera sé cuál es mi camino. Y entonces, me descubro tomando decisiones no por convicción propia, sino por el peso de las expectativas ajenas.
Hizo una pausa. No por falta de palabras, sino porque algunas verdades necesitan espacio para no quebrarse al salir.
—Últimamente me he sentido muy perdida. Hoy, al verme en el espejo de la convención, no vi a la maga, ni a la guardiana. Vi a una mujer cansada. Vi que esa imagen mostraba una luz en mí que seguía ahí, sí… pero también un rincón oscuro que me atravesaba.
Lux bajó la mirada, como si acabara de soltar una carga invisible, pero no por ello menos pesada.
—Pensé entonces que tal vez debo regresar a Demacia. Allá aún hay fragmentos rotos que me pertenecen. Te quiero como a un hermano, Jayce, y pensar en alejarme de ti me duele profundamente… pero fuera de nuestro vínculo, ya no encuentro en Piltover algo que me ancle. En cambio, allá hay cuentas pendientes, heridas que claman por atención, aunque no sepa aún si estoy lista para enfrentarlas.
Jayce la observó en silencio, con un leve gesto de sorpresa que se fue suavizando hasta convertirse en comprensión. Luego, con la calma que solo otorgan los vínculos forjados en lo más duro de la vida, le tomó la mano.
—Solo asegúrate de que esa decisión nazca de la claridad de tu mente… y no de un corazón lastimado.
Lux asintió con una leve sonrisa.
—Gracias, Jayce. —Susurró al fin, y esta vez su voz ya no temblaba.
El tiempo se deslizó sin anunciarse, como si el reloj hubiese olvidado su propósito. Seguían sentados en el suelo, con la espalda apoyada en el sillón y las piernas extendidas hacia el calor sereno del fuego. Entre risas y palabras sin urgencia, compartieron historias antiguas, e incluso comentaron sobre las leyes más ridículas de Piltover. Las carcajadas, inesperadamente sinceras, rompieron con dulzura el tono grave de la conversación anterior.
Pero la armonía se hizo añicos sin previo aviso.
Un sonido seco, punzante, como el de un cristal al romperse en la distancia, los arrancó del momento con brutalidad. Ambos se tensaron de inmediato, los cuerpos aún en el suelo, las espaldas firmes contra el sillón. No cruzaron palabras: sabían, con una certeza nacida del instinto, que ese sonido no era casual.
El ruido venía del cuarto de Lux. Apenas se apagó el eco de aquel crujido lejano, el aire pareció tensarse, como si todo el salón contuviera la respiración en esa espera. Los pasos llegaron después, firmes pero sigilosos, como si el suelo supiera a quién sostenía.
Entonces apareció.
Primero fue la cabeza, asomando por el marco de la puerta. El cabello azul, desordenado como si una tormenta hubiera intentado peinarlo, caía sobre su rostro con una rebeldía natural. Su mirada era una mezcla perfecta de curiosidad alerta y picardía contenida, como una niña traviesa que irrumpe en un salón sin saber si va a encontrarse con una celebración o con un campo minado.
—¡Holaaaa, cerebritos! —Canturreó Jinx, asomándose al salón con una sonrisa ladeada, mezcla de desafío y súplica disfrazada de chiste. —Prometo no incendiar nada… todavía. ¿Me dan pase libre o ya me pusieron en la lista negra del club?
Su tono mantenía ese filo juguetón que la caracterizaba, pero ahora había algo diferente: una suavidad en los bordes, como si cada palabra hubiese sido pulida antes de salir. Sus ojos, chispeantes como siempre, no estaban cazando reacciones.
Jayce giró apenas la cabeza, una sonrisa leve curvándole los labios, más por la familiaridad que por sorpresa. Lux, en cambio, la miró con una ternura tensa, como quien vuelve a ver una herida cicatrizada de forma irregular: no sabes si va a aguantar, pero sigue allí.
—Claro. —Dijo Lux, apenas con un susurro.
Jayce se volvió hacia Jinx, manteniendo esa cortesía amable que le nacía por instinto, aunque en su mirada ya se leía que entendía lo que esa escena significaba.
—¿Quieres que las deje a solas?
Jinx entró al salón con pasos amplios, casi coreografiados, como si cruzar ese umbral fuera el clímax de una obra que solo ella sabía que estaba en escena. Alzó una ceja, encogió los hombros y dejó caer una media sonrisa torcida.
—Pues claro… —Murmuró, bajando la voz con esa dulzura que siempre suena a peligro. —Esta función es solo para nosotras, Jayce. ¿O necesitabas un diagrama para entenderlo?
Jayce alzó una ceja, sin molestarse en discutir. Se puso de pie con la calma de quien entiende que insistir sería tan inútil como intentar apagar dinamita con palabras. Antes de irse, le dirigió a Lux una última mirada en un mensaje silencioso, claro como el metal golpeado al rojo vivo: Estoy contigo en lo que venga. Y se fue, dejando tras de sí el peso preciso de su ausencia.
Jinx quedó parada, inmóvil por un segundo, como si su cuerpo estuviera decidiendo si avanzar más o dar media vuelta. Sus ojos estaban fijos en Lux, no con la intensidad de antes, sino con un temblor nuevo, una especie de contención que luchaba por no quebrarse.
Lux se puso de pie despacio, permitiendo que el calor del fuego se desprendiera de su espalda como una capa que ya no necesitaba. No había sorpresa en su rostro. Sabía que Jinx no había llegado hasta allí por azar. Dio un par de pasos, suaves, medidos, dejando espacio entre ambas, pero acercándose lo suficiente como para que la distancia no doliera.
—¿Qué sucede? —Preguntó, con una voz firme y sin adornos.
Jinx ladeó la cabeza, como si la pregunta le hubiera llegado con retraso o en otro idioma. Parpadeó una vez, se revolvió los hombros, y rascó su nuca con esa torpeza que solo aparece cuando se está a punto de decir algo que importa.
—Yo… verás… este lugar huele a jugo de naranja y culpa. —Murmuró, frunciendo la nariz con una expresión tan suya que parecía aligerar el peso del momento. —Y sé que no vine por el jugo. Vine por ti, o por nosotras, o tal vez… por mí. Por esa parte de mí que quiere ser alguien menos caótica, menos peligrosa. ¿Eso tiene sentido?
Lux entrecerró los ojos, sin emitir juicio todavía, dejando que el silencio hiciera su parte.
—Lo de Ekko… —Empezó Jinx, buscando palabras como quien intenta atrapar humo con las manos. —Fue… raro. ¿Raro? No, patético, en realidad. Shhh. No ahora. Concéntrate. ¡Concéntrate, Jinx! No fue lo que parece, o quizás sí, pero no de la forma en que suena. Hubo algo, sí, pero no fue lo que podría llamarse un momento real. No como debería haber sido.
Movió las manos en círculos, como si intentara dar forma a un pensamiento que se le escurría en cada giro.
—Fue un beso. De esos que en tu cabeza se sienten enormes, importantes... casi bonitos. Pero en la vida real... solo cagan todo.
Se pasó la mano por la cara con frustración, como si quisiera arrancarse el momento de la piel.
—Mierda. ¿qué fue eso? En mi cabeza sonaba mejor… mucho mejor.
Lux desvió la mirada, como si necesitara un segundo para no romperse ahí mismo. La rabia no era lo que apretaba su pecho… era otra cosa, más silenciosa, más triste. Se le tensó la voz al hablar, pero no tembló. Era una herida limpia, recién hecha.
—Jinx… me voy a Demacia.
El silencio fue un puñetazo en seco, directo al pecho. Jinx parpadeó, como si le hubieran cambiado el mundo sin avisarle. Luego, retrocedió un paso, como si las palabras la hubieran golpeado de verdad. Miró hacia atrás, como buscando una salida que no existía, y entonces giró de golpe, avanzando un paso hasta quedar frente a Lux, demasiado cerca.
—¿Qué? ¿Te vas? ¿Así, sin más? ¿Y la jodida misión a Noxus? —Soltó, con la voz oscilando entre burla nerviosa y miedo apenas disfrazado. —¿Desde cuándo rendirse es parte del maldito plan?
Lux no bajó la mirada, pero su voz se volvió más baja, más honesta, más cruel sin quererlo.
—Aún no se lo digo a Cait, pero, necesito pensar en mí, Jinx…
“Ahí está. Ya no eres parte de ese ‘mí’. Solo un estorbo más.”
—Hay cosas allá… que dejé sin resolver, heridas que…
“Mentira. Te está dejando porque no soporta verte así. Porque te vio de verdad y ahora quiere irse antes de que la rompas tú también.”
Jinx parpadeó rápido. El zumbido en su cabeza era tan fuerte que ya no distinguía la voz real de las otras. Apoyó los dedos contra las sienes, como si pudiera apagarlas a presión.
—...hay cosas que necesito entender. —Continuó Lux, sin saber cuánto pesaban ya sus palabras.
“¿Entender qué? ¿Qué estás rota? Ya lo sabe. Lo único que no entiende es por qué perdió el tiempo contigo.”
—...y no puedo hacerlo si sigo aquí…
—¡Cállense! —Susurró Jinx con los dientes apretados, las pupilas dilatadas por algo que no era furia, sino puro pánico.
Lux abrió la boca de nuevo, pero no alcanzó a decir una palabra. Jinx dio un paso rápido, sus dedos temblorosos taparon la boca de Lux antes de que el golpe final pudiera salir.
—No. No sigas. —Dijo con la voz rota, apenas un susurro. —Si lo dices… ya no puedo fingir que no pasó.
Sus ojos se movieron por el salón, buscando algo que anclara la situación antes de que se esfumara. Entonces los vio: la libreta de Jayce. Su mente se encendió como un resorte.
Retiró lentamente la mano de la boca de Lux y dio un paso atrás. Le temblaban los dedos.
—Espera aquí, no te muevas. Solo dame unos minutos. Necesito… necesito hacer algo antes de que digas algo más.
Caminó hasta la mesa, sin siquiera rozar la mirada de Lux, y se sentó. Tomó una hoja de la libreta de Jayce y atrapó el lápiz como si fuera su única herramienta para sostenerse. No dijo una sola palabra. Solo dejó que las ideas contenidas comenzaran a brotar como si cada letra fuera una grieta en la armadura de su silencio.
Lux, por su parte, permaneció quieta. Rodeó el sillón con lentitud y se apoyó sobre el respaldo, cruzando los brazos. Sus ojos se fijaron en la espalda de Jinx, en el leve vaivén de su respiración, en la forma torpe pero constante con la que sus trazos se imprimían en la hoja. Solo se dedicó a observar sin interrumpir.
—Ni se te ocurra mirar antes de que termine. —Soltó Jinx sin volverse, con ese tono suyo entre burla y advertencia real. —Te juro que te arranco los ojos… y después me sentiría mal. Supongo.
Lux alzó las manos, como quien promete no cruzar un umbral invisible. No se movió del sitio, respetando el ritual improvisado que Jinx acababa de instaurar.
Jinx frunció el ceño, concentrada, y continuó escribiendo con la intensidad de quien apuesta lo último que le queda. Cuando terminó se levantó y caminó hacia Lux sin hacer gestos, sin escudos ni adornos, y le tendió el papel como quien ofrece una parte de sí misma.
Lux tomó el papel con la delicadeza de quien sostiene algo que podría romperse… o romperla a ella. En cuanto sus ojos recorrieron las primeras líneas, algo en su rostro cambió. Apenas una contracción en las pupilas, un parpadeo más lento de lo normal. Como si, de pronto, el aire se hubiera vuelto más pesado.
Sus dedos aflojaron el agarre, aunque no lo soltó, solo miró, una vez, luego otra, y después, levantó la vista hacia Jinx con una expresión de sorpresa, como si lo que acababa de descubrir la hubiese dejado atrapada entre demasiadas emociones a la vez.
—¿Te… importa si salgo un momento? —Preguntó, con la voz reducida a casi nada.
Jinx ladeó la cabeza, genuinamente confundida.
—¿Eh? ¿Puse mal una palabra? ¿Le erré a una coma?
—No. No es eso. —Respondió Lux rápido, casi con urgencia, sacudiendo levemente la cabeza. —Solo… necesito encontrar algo. No voy a tardar.
Sin pedir permiso ni mirar atrás, Lux abandonó el salón. Sus pasos resonaron con prisa por el pasillo hasta que se detuvo junto a una de las paredes. Apoyó la espalda contra ella y cerró los ojos, forzando a sus pulmones a recuperar el ritmo como quien intenta reacomodar el caos con una sola exhalación. Luego, con los labios apretados y el pensamiento ardiendo, reanudó la marcha hacia el espacio que Jayce usaba como taller improvisado.
En el interior, Jayce manipulaba un engranaje minúsculo bajo la lente de aumento, completamente absorto, hasta que la irrupción de Lux lo obligó a levantar la vista.
—Jayce. —Dijo ella sin rodeos. —Es urgente. Necesito saber si el tipo que te vendió el lápiz dejó algún tipo de manual o instrucciones.
Él la miró con la ceja arqueada, desconcertado pero sin cuestionarla. Metió la mano en el bolsillo y extrajo un pliegue de papel gastado, doblado en cuatro partes iguales.
—Sí… venía con esto.
Lux lo tomó con una mezcla de urgencia y ansiedad apenas disimulada. Sus dedos arrancaron el papel con más fuerza de la necesaria, y sin perder tiempo, comenzó a leerlo mientras ya estaba cruzando de nuevo el umbral del cuarto. Su corazón latía con un ritmo salvaje, y la carta de Jinx aún temblaba en su otra mano.
—Rojo: amor. Azul: tristeza. Amarillo: esperanza. Negro: culpa. Morado: confusión. Verde: paz. Rosa: cariño… y arrepentimiento también. Turquesa: claridad. Naranja: valentía. Blanco: vacío.
Lux avanzaba, pronunciando en voz alta cada color del instructivo como si, con cada palabra, confirmara una sospecha que hasta entonces se había negado. El papel crujía entre sus dedos, cargado de una tensión que parecía extenderse desde la tinta hasta su pecho. Cada término era un empujón sutil, una presión invisible que la acercaba al borde de una emoción contenida.
—Y el lápiz… cambia de color según lo que siente quien escribe. —Leyó casi en un murmullo. —Cada palabra queda impregnada con la emoción exacta del momento en que fue escrita. No puede falsificarse. No puede corregirse.
Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor de la hoja, y por un instante, el temblor que recorrió sus manos fue imposible de disimular. Esa frase, "Cada palabra queda impregnada con la emoción exacta del momento en que fue escrita", resonaba en su mente como un mantra imposible de evadir.
Se detuvo y apoyó la espalda contra la pared, como si solo en ese contacto pudiera anclar su cuerpo a algo más sólido que sus propias emociones. El peso del momento le cayó encima con la lentitud de una marea, y su cuerpo, vencido por esa ola silenciosa, se deslizó con gracia hasta quedar sentada en el suelo. Tenía la carta frente a sí. El papel, leve como un suspiro, vibraba apenas entre sus dedos. No era solo tinta sobre fibra: era el pulso íntimo de Jinx convertido en palabras.
Cada línea, cada palabra, parecía teñida por la emoción que le dio origen. No eran simples frases, eran verdades desnudas, derramadas con una honestidad que respiraba todavía.
"
(Rojo) Lucesita,
(Morado)
No sé cómo se empieza algo así sin sonar ridícula. Hablar nunca fue lo mío. Siempre termino empujando a la gente, rompiendo cosas o huyendo de lo que más quiero. Así que esta vez no lo haré, solo voy a dejar que salgan las palabras en el papel.
(Azul)
El día que te fuiste no grité, no hice chistes, no destruí nada. Me quedé inmóvil. Vi cómo te alejabas y me tragué mis palabras porque ya era tarde para decirlas y… inútiles para abarcar todo lo que siento.
(Negro)
Intenté hacer como que no pasaba nada. Fingí que era otra herida, otra más en mi historial. Pero eras tú. Tú, que me abrazaste cuando nadie más se atrevía, que me miraste sin miedo, sin juicio. Y yo respondí como sé: con pólvora en las manos y miedo en los ojos.
(Blanco)
Cuando todo se quedó en silencio, ya no había culpables. No había ruido. No había tú. Solo quedaba yo, en el espacio donde solías estar. Y ese vacío no hacía ruido. Solo se quedaba ahí. Presente. Pesado.
(Morado)
Ekko… él siempre fue una historia mal cerrada. Pensé que si me acercaba a él, si me perdía un poco entre su pasado y el mío, tal vez encontraría algo parecido a paz. Pero no encontré nada, solo… más ruido.
(Rosa)
Casi lo besé, retrocedí, me paralicé. Después te vi a ti, y no supe qué hacer. Estaba hecha pedazos, y tú me mirabas como si aún creyeras que podías juntarlos.
(Negro)
Te fallé. No por lo Ekko. Te fallé por no haber tenido el valor de mirarte a los ojos y decir que tenía miedo. Miedo de quererte tanto. Miedo de romper eso también.
(Rojo)
Pero lo que siento por ti… es real. Tan real que seguí sintiéndolo incluso cuando ya no estabas. Y sí, lo sé: tú no huiste. Me diste espacio… y en cuanto te fuiste ese espacio empezó a gritar tu nombre.
(Turquesa)
Vi me dijo que dejara de hacerme la idiota. Que dejara de esconderme, así que fui con Ekko. Nos besamos, o me besó. Da igual. Creí que aclararía las cosas, y lo hizo… pero no como pensaba.
(Azul)
Porque al besarlo, no hubo nada, ni vértigo, ni chispa, ni siquiera el consuelo de un error. Solo el hueco. Tu hueco. Tu olor, tu voz, tu risa, tu maldito resplandor. Todo lo que no era él. Y ahí, en ese hueco exacto, me di cuenta: no hay otra persona. Solo tú.
(Amarillo)
Te elegí porque en medio de todo mi ruido, tú eres lo único que me calma, contigo puedo dejar de correr.
(Rojo)
Te amo, Lucecita. Nunca lo había dicho así, nunca lo había sentido así. Sé que esto no resuelve nada, pero es lo más sincero que tengo. Y me da miedo escribirlo si es que es tarde, pero más me aterra no decírtelo.
(Naranja)
No sé si puedes perdonarme, pero aquí estoy, con cada cicatriz abierta, hablándole a quien fue mi hogar, aquel que no quiero perder.
(Verde)
No vengo a rogar. Bueno… tal vez un poco sí, porque no quiero que te vayas de aquí, ni de mi lado... Si queda un solo rincón para mí en tu vida… solo quiero quedarme, como tú te quedaste para mí.
—J
"
Lux cerró la mano sobre la carta. No lo hizo con rabia, sino con un cuidado tembloroso, como si soltar ese papel pudiera hacer que lo escrito se desvaneciera. Lo sostuvo contra su pecho, tratando de guardar cada palabra.
Respiró hondo y, aún sentada en el pasillo, apoyó las manos en el suelo para ayudar a levantarse. Con la carta aún entre los dedos temblorosos, caminó hacia la puerta del salón. La abrió suavemente. La madera crujió, pero Jinx no se giró.
Jinx estaba frente a la chimenea, sentada en el sillón más grande. Tenía las piernas abiertas, con una postura relajada que parecía desafiar el silencio de la habitación. Su mano derecha sostenía su cabeza, apoyada en la mejilla, mientras el codo descansaba firme sobre su muslo. Su otro brazo colgaba sin fuerzas sobre la otra rodilla, como si el cansancio se le hubiera escapado entre los dedos junto con todo lo que no había dicho.
Las llamas proyectaban sombras móviles sobre su rostro, pero sus ojos permanecían anclados en un punto fijo del fuego, como si esperaran que alguna respuesta surgiera de entre las brasas. Masticaba un palillo sin ritmo ni intención, solo por inercia, como si ese gesto inútil fuese lo único que aún podía controlar. Lux la miraba desde la entrada, en silencio. No se atrevía a romper ese silencio aún; parte de ella temía que Jinx ya no esperara que nadie lo hiciera.
Tragó saliva con dificultad, y cada paso que dio le pareció más un acto de fe que un simple movimiento. Cruzó el umbral del salón como si atravesara una delgada capa de cristal. Con las manos ocultas detrás de su espalda, empujó las puertas y las cerró tras de sí con un clic apenas audible.
Pero fue suficiente. El sonido cortó el silencio como un cuchillo. Jinx parpadeó, su mandíbula se tensó con sutileza y, poco a poco, su mirada se desprendió del fuego para posarse en la figura que acababa de entrar. Sus ojos se encontraron. Lux no dijo nada al principio. Solo la contempló, inmóvil, como si al hablar pudiera romper un hechizo que la mantenía viva y entera frente a ella. Solo entonces, tras una respiración entrecortada, se atrevió a pronunciar su nombre.
—Jinx.
Jinx se levantó de golpe, como si su cuerpo, impulsado por una corriente eléctrica, se adelantara a cualquier pensamiento. Abrió la boca, y las palabras salieron atropelladas, sin pulirse, ni contenerse.
—Lux… lo que dice ese papel… es verdad.
Lux avanzó un paso.
—Pero entiendo si llegué tarde. Si ya decidiste irte a Demacia. Si después de todo, ya no quieres verme…
Otro paso, esta vez más firme.
—No quiero que te sientas obligada. Yo solo… necesitaba que supieras… que...
Las manos de Jinx se movían como si quisieran atrapar algo que no estaba ahí: el aire, una excusa, una salida. Su mirada rebotaba entre las sombras que danzaban con la luz del fuego, evitando los ojos de Lux, porque mirarla sería abrir una puerta… y Jinx no sabía si quería entrar o salir corriendo.
Y de pronto, Lux se movió rápido. Como si no pensara y fuera el cuerpo que decidiera por ella. La agarró del cuello de la chaqueta, la empujó un paso hacia atrás y la besó. Fue un beso de los que queman al contacto, de los que nacen del nudo en el pecho y no de la cabeza.
Jinx se quedó quieta, o quizá el mundo lo hizo por ella. Abrió los ojos, descolocada, sintiendo cómo su caos interior tambaleaba ante ese contacto directo, honesto, brutalmente simple.
Se tensó, sí, por instinto, pero no se apartó.
Lux se alejó apenas un suspiro, lo justo para que sus labios rozaran los de Jinx, su respiración entrecortada.
—Cállate. —Susurró, con los ojos clavados en los de ella, brillando como si acabara de decidir quemarse viva. — Y bésame antes de que me arrepienta.
El silencio se tensó entre ellas, contenido en el filo de un suspiro.
Jinx la besó.
Su cuerpo se adelantó al pensamiento, guiado por esa urgencia que nace cuando se acumulan demasiadas palabras sin salida. El contacto fue directo, sincero, sin máscaras ni estrategias, solo una respuesta a algo que ya no podía guardarse.
Sus labios se encontraron con una mezcla de ansiedad y necesidad, no había delicadeza en el gesto, pero tampoco violencia, solo una verdad expuesta sin filtros, una entrega que temblaba bajo la piel. Las manos de Jinx recorrieron la espalda de Lux con lentitud nerviosa, subiendo desde la cintura hasta los omóplatos, como quien memoriza el contorno de un lugar al que quiere quedarse.
Cuando llegó a ese punto, la atrajo con firmeza, sujetándola con decisión, por fin había logrado entender que no podía dejarla ir. Sus dedos se aferraron allí, sin presión brusca, pero con una fuerza nacida del miedo a perderla.
El beso se volvió más profundo, más respirado, más compartido. Las bocas se buscaban como si quisieran decir todo lo que el tiempo les había negado, y el ritmo de sus respiraciones se volvió irregular, entrecortado por la intensidad del momento. Jinx temblaba, pero no de temor. Esta vez no había huida en ella. Solo el vértigo de sentir de verdad.
Cuando sus labios se separaron, el mundo entero pareció replegarse en silencio. El fuego seguía crepitando a un lado, pero era solo un susurro lejano comparado con lo que acababa de suceder. Lux se mantuvo cerca, con la frente apoyada en la de Jinx, sin soltar el contacto, como si la cercanía bastara para sostenerlas.
Jinx tampoco aflojó el abrazo. Sus ojos seguían cerrados, negándose a dejar que ese instante se escapara. Sus brazos, tensos pero seguros, la envolvían con una determinación nacida del dolor y la esperanza.
Y cuando al fin habló, su voz salió baja, rasposa, cargada de todo lo que por tanto tiempo había callado.
—Eres la única certeza que me queda en este puto mundo.
No esperó respuesta. Se inclinó otra vez y la besó con una urgencia que no necesitaba explicación. Fue un beso largo, profundo, cargado de lo que habían callado, de lo que habían perdido y lo que estaban eligiendo en ese instante. Sus manos subieron al rostro de Lux, delineando sus mejillas con una suavidad inesperada, como si en ese contacto quisiera memorizarla por completo.
El beso no se detuvo. Las movió sin esfuerzo, guiadas por el ritmo compartido de sus cuerpos, por esa necesidad de permanecer unidas un poco más. Jinx, sin soltarla, comenzó a conducirla hacia la salida del salón. No hubo palabras, ni tropiezos, ni instrucciones. Solo pasos tejidos con el roce de sus bocas, con el temblor de sus dedos buscando más piel.
El fuego quedó atrás, perdiéndose en la distancia. El calor ahora nacía de ellas.
Al llegar a las puertas corredizas, Jinx las abrió sin apartar la mirada, como si sus manos supieran exactamente lo que debían hacer. El aire tibio del pasillo se coló entre sus cuerpos, pero no logró separarlas. Avanzaron entre besos, con ese tipo de torpeza que solo existe cuando el deseo se mezcla con la risa, con las manos acariciando más que guiando, con los labios marcando el camino.
Cuando llegaron al dormitorio, Jinx empujó suavemente a Lux con la espalda contra la puerta abriéndola completamente y llevándola hasta la cama con un equilibrio perfecto entre decisión y cuidado. Cayeron juntas sobre el colchón, y el cuerpo de Lux quedó extendido boca arriba, su cabello revuelto y su respiración agitada. Jinx la miró desde arriba, apoyada sobre los brazos a ambos lados de su rostro, sin imponer peso, solo observándola.
Su expresión había cambiado. No había prisa. No había miedo. Solo una mirada cargada de profundidad: paz, asombro, y ese tipo de devoción que no necesita palabras.
Con la yema de los dedos, acarició su mejilla. Despacio, sin urgencia, como si tocara algo que había estado buscando desde hacía mucho tiempo y en ese gesto, pudiera empezar a decir todo lo que jamás había sabido poner en voz alta.
—¿Qué te hizo volver al salón? —Murmuró Jinx, sin apartar la mirada, como si la respuesta pudiera cambiar todo.
Lux se le quedó mirando, aún con la respiración desordenada y las mejillas encendidas. Soltó una risita suave, entre caricia y rastro de adrenalina.
—¿No notaste nada raro en tu carta?
Jinx frunció el ceño, escarbando en la memoria.
—¿Te refieres a esa orgía de colores? Parecía que la había escrito bajo el efecto de hongos felices.
—Exacto. —Lux sonrió, medio enterrando la cabeza en la almohada mientras reía. —Un arcoíris de emociones.
—Lo vi. —Admitió Jinx, alzando una ceja. —Pero honestamente, estaba más ocupada tratando de no colapsar que en analizar con qué lápiz lo había escrito.
Lux deslizó una mano por su nuca, con un gesto lento y cálido.
—Ese lápiz no es cualquiera, Jinx. Es… especial. Muestra lo que sientes. Cada color, una emoción. No se puede mentir con él.
Jinx se quedó inmóvil. Parpadeó lento, como si procesar lo que acababa de escuchar le costara más de lo que esperaba. La sonrisa que le apareció fue pequeña, torcida, casi avergonzada.
—¿Me estás diciendo que te entregué, sin saberlo, un mapa emocional directo desde el caos de mi cabeza?
—Y fue precioso. —Susurró Lux, manteniendo los dedos enredados en su nuca. —Por primera vez sentí y entendí realmente lo que tú sentías.
Jinx soltó una risita nerviosa, bajando un poco la mirada, como si por un segundo le pesara haber quedado tan expuesta.
—¿Quién demonios inventa un lápiz así? ¿Y por qué no me avisaste?
—No lo supe hasta que vi la hoja. Fue... claro como el agua.
Jinx negó con la cabeza, todavía con una sonrisa que no lograba borrar del todo.
—Eres una tramposa, Lucecita…
—Y tú… fuiste más honesta de lo que crees.
Y sin mediar palabra, Jinx volvió a besarla, no con el ímpetu desbordado de antes, sino con una ternura que ardía en su interior como brasas bien protegidas. Sus labios se fundieron con los de Lux en un gesto impropio de alguien acostumbrada al caos y la fuga.
Llevó las manos hasta el cuello de su camisa, y con una paciencia casi ceremoniosa, comenzó a desabrocharla. Cada botón caía como una pequeña rendición, un paso silencioso hacia una intimidad más honda que el mero deseo. De tanto en tanto, alzaba la mirada para encontrar los ojos de Lux, dedicándole una sonrisa contenida.
Cuando hubo terminado, Lux alzó levemente la espalda. El gesto, más ofrenda que impulso, pareció suspendido en la delicadeza del momento. Sus manos recorrieron su propio cuerpo hacia atrás, y con sus dedos encontró el broche del sostén. Lo desabrochó sin apartar la mirada de Jinx.
El clic del broche fue casi imperceptible, pero la prenda aún abrazaba su pecho. Jinx, sin apuro, se inclinó y fue retirando la prenda.
Al retirarlo del todo, los pechos de Lux quedaron al descubierto, palpitantes de vida. Jinx detuvo el aliento, todo su universo se redujo a ese instante, a ese cuerpo, a esa mujer que nuevamente estaba a su alcance. Sus ojos recorrieron cada curva, cada detalle, grabándolos en su memoria. Luego, inclinándose, besó justo entre medio de sus senos.
Sus labios se demoraron allí, hundiéndose lentamente entre la suavidad cálida del busto de Lux, respirando contra su piel, sintiendo el latido acelerado debajo de la lengua. Jinx saboreó ese rincón con lentitud, marcándolo con besos húmedos y prolongados, permitiendo que el deseo se extendiera desde su boca hasta la última fibra de ambas.
Luego fue descendiendo, beso tras beso, en un recorrido ardiente hacia abajo. Su boca siguió una ruta pausada sobre el abdomen, sintiendo el estremecer suave de Lux, cuyo aliento se quebraba en jadeos bajos, cada vez más urgentes. Las manos de Jinx alcanzaron el lazo del pantalón, soltándolo lentamente, sin interrumpir la conexión de sus labios contra esa piel tibia y palpitante.
Lux elevó ligeramente la cadera, facilitando que la ropa resbalara fuera de su cuerpo. Su respiración era corta, anticipada. Con decisión, se despojó de la última prenda que quedaba entre ambas, dejándola deslizar hasta el suelo.
Jinx bajó aún más, recorriendo la suave curva de los muslos con besos lentos y profundos. Levantó la vista, sus ojos encontraron la mirada encendida y expectante de Lux, y en respuesta esbozó una sonrisa traviesa, promesa clara de lo que vendría. Cerró nuevamente los ojos, guiándose por el aroma y el calor del cuerpo que ansiaba descubrir.
Sus labios llegaron al centro íntimo con una caricia apenas perceptible, un roce que arrancó de Lux un gemido tímido, tembloroso. Su espalda se arqueó suavemente, demandando más contacto. Jinx respondió de inmediato, presionando su lengua con más firmeza, recorriendo con una paciencia tortuosa cada pliegue húmedo, explorando con un deseo honesto y despojado de dudas.
El sabor de Lux se deslizó sobre su lengua, cálido y dulce, inundando sus sentidos, y Jinx lo recibió con un suspiro vibrante, hundiéndose aún más profundamente entre sus muslos. Las manos de Jinx aferraron con decisión las caderas de Lux, separando suavemente sus piernas para entregarse plenamente al placer de ese encuentro.
Entonces llevó su lengua directamente al clítoris, acariciándolo primero con movimientos lentos, círculos que se intensificaban poco a poco, provocando en Lux gemidos cada vez más profundos. Finalmente, atrapó con delicadeza ese punto sensible entre sus labios, presionando con una firmeza experta, entregándose al ritmo constante y ascendente del placer.
El cuerpo de Lux reaccionó violentamente, estremeciéndose bajo ella. Su voz estalló en un gemido sin reservas, lleno de deseo y rendición:
—¡Ah… Jinx!
Su grito resonó por el cuarto, cargado de desesperación y alivio, rompiendo cualquier silencio que quedara. Jinx sonrió contra su piel, sin disminuir la intensidad, observando con fascinación cada detalle: las mejillas sonrojadas, la respiración irregular, la mirada perdida en el placer más profundo.
Mantuvo el ritmo con dedicación, decidida a grabar ese momento en la piel y la memoria de ambas, sintiendo cómo Lux se deshacía lentamente entre sus labios, rendida por completo al calor, a la humedad y al latir imparable de sus cuerpos finalmente sincronizados.
De pronto subió, arrastrándose entre las sábanas sin perder el tacto delicado que había guiado cada gesto. Su rostro se detuvo sobre el de Lux, apenas un segundo de mirada profunda cargada de todo lo que no cabía en palabras, y la besó.
Un beso hondo, urgente, mientras sus caderas hallaban su sitio entre las piernas de Lux. Pegó su frente a la de ella, exhalando un suspiro tembloroso. Depositó en sus labios el sabor compartido, sin reservas, ofreciéndole una parte íntima de sí misma.
Su mano descendió con lentitud, acariciando el muslo de Lux hasta encontrar la calidez palpitante de su centro. Los dedos se hundieron en esa entrega abierta, viva, sin resistencia.
Lux jadeó, los ojos cerrados, el rubor extendido en su rostro. Se aferró a Jinx, necesitando sostenerse en ese contacto que parecía el único ancla posible.
Jinx acomodó su cuerpo entre sus piernas, firme pero sin agresividad. Deslizó su muslo derecho hacia el interior, aplicando presión que permitió a sus dedos avanzar con mayor fuerza. Dos se abrieron paso sin prisa, envueltos por la humedad que los recibió, por ese latido íntimo que parecía llamarla desde dentro.
Cerró los ojos. Quiso conservar en la memoria esa sensación densa, ese calor que le devolvía Lux con cada espasmo. El cuerpo de ambas encontró un ritmo común, un vaivén profundo y constante.
Extendió el brazo izquierdo y buscó la mano de Lux, entrelazando los dedos. Se inclinó hasta quedar a un suspiro de su rostro. Ambas respiraban en sincronía, compartiendo el aliento, dejando que el deseo flotara entre ellas, sin necesidad de palabras.
Fue Lux quien rompió el hechizo. Sus manos, aún con un leve temblor, buscaron el borde de la camisa de Jinx y la deslizaron con paciencia, dejando al descubierto la piel que tantas veces había visto. Jinx respondió incorporándose apenas, sus ojos fijos en los de ella, y llevó sus dedos al cinturón del pantalón. Lo soltó sin apuro, bajándolo junto con la ropa interior. La prenda cayó por sus muslos hasta quedar completamente expuesta.
Entonces, sin ropa entre ellas, Lux se acercó. Su mano buscó la cadera de Jinx, acercándola poco a poco, sin palabras ni interrupciones innecesarias.
De pronto, Jinx ascendió despacio, deslizándose entre las sábanas con sensualidad y delicadeza. Se detuvo sobre Lux, sosteniendo su mirada con una intensidad profunda y llena de promesas antes de besarla nuevamente.
Fue un beso profundo y urgente, mientras sus caderas se acomodaban naturalmente entre las piernas abiertas de Lux. Apoyó su frente contra la de ella, compartiendo respiraciones agitadas y entrecortadas. Sus labios le entregaron el sabor del placer que acababa de provocar, sin filtros ni dudas.
Con suavidad, su mano descendió por el muslo de Lux, acariciando cada centímetro de piel ardiente hasta encontrar nuevamente su centro cálido y húmedo. Sus dedos se deslizaron dentro de ella sin resistencia, provocando un jadeo profundo de Lux, quien apretó con fuerza las nalgas de Jinx, acercándola aún más hacia sí.
Los movimientos de Jinx se hicieron más profundos, lentos y constantes, acompasados por los gemidos cada vez más intensos de Lux. Cerró los ojos, entregándose completamente a la sensación, sintiendo cómo el cuerpo debajo suyo respondía con creciente deseo.
Lux deslizó sus manos hacia arriba, temblorosas por el placer, alcanzando el borde de la camisa de Jinx. Su insistencia silenciosa hizo que Jinx detuviera sus movimientos suavemente. Retiró sus dedos con cuidado, provocando un leve estremecimiento en Lux.
Con los ojos aún conectados intensamente con los de Lux, Jinx permitió que le quitara la camisa, revelando la piel desnuda y ardiente. Luego, incorporándose un poco más, liberó el cinturón y dejó caer su ropa restante hasta quedar totalmente expuesta.
Sin nada entre ellas, Lux atrajo firmemente a Jinx hacia su cuerpo, rozando suavemente su piel sensible.
—Quiero probarte. —Susurró Lux, con voz baja, profunda, cargada de determinación y deseo.
Jinx arqueó una ceja con leve sorpresa, pero enseguida apareció en sus labios una sonrisa pícara y juguetona.
—¿En serio quieres hacerlo?
—Sí.
Sin dudar, Jinx cambió de posición, situándose sobre Lux con las caderas directamente sobre su rostro. Su cuerpo se estremeció al sentir la exposición del aire fresco sobre su piel sensible, pero no se detuvo. Bajó nuevamente hacia el sexo de Lux, retomando su atención con renovado ardor.
Lux gimió con fuerza al sentir nuevamente los labios de Jinx, y sus manos sujetaron con decisión las caderas que tenía frente a ella. Su lengua recorrió la intimidad expuesta, atrapando el clítoris entre sus labios, succionándolo suavemente hasta arrancar un gemido profundo de Jinx.
Ambas mujeres se entregaron sin reservas, sus cuerpos moviéndose en perfecta sincronía. Lux mantuvo un ritmo firme, explorando cada pliegue húmedo con precisión y deseo creciente. Su lengua aceleró el ritmo sobre el clítoris, provocando que los jadeos de Jinx se hicieran cada vez más fuertes y desesperados.
El clímax llegó de manera inevitable. Lux se arqueó con un último grito, estremeciéndose con fuerza mientras su placer fluía libremente. Jinx no se apartó, manteniendo la presión, recibiendo y saboreando cada segundo del orgasmo que acababa de provocar.
Casi al mismo instante, Jinx también alcanzó el éxtasis. Su cuerpo se tensó con violencia, un gemido ronco escapó de sus labios mientras se aferraba a las sábanas, liberándose sobre la boca abierta de Lux, quien la recibió con avidez, prolongando la intensidad del momento.
Agotada y satisfecha, Jinx cayó suavemente sobre Lux, su aliento caliente acariciando la piel aún húmeda y estremecida. Permanecieron así, fundidas en un silencio lleno de complicidad, con el latido acelerado de sus corazones resonando en sincronía.
—Mierda... —Murmuró Jinx con voz ronca, aun respirando con dificultad. —Necesitaba esto más de lo que creía.
Lux soltó una risa suave, extenuada pero llena de satisfacción, con el calor todavía palpitando sobre su piel. Jinx permaneció allí unos instantes más, con la mejilla apoyada suavemente en la intimidad aún cálida de Lux, disfrutando del aroma y del ritmo lento de su respiración. Poco a poco, con movimientos pausados y torpes, ascendió hasta acostarse junto a ella, buscando de inmediato su proximidad.
Con ternura y delicadeza, Jinx deslizó un brazo alrededor de la cintura de Lux, atrayéndola hacia su cuerpo hasta que ambas quedaron encajadas perfectamente. Pegó su pecho a la espalda de Lux y apoyó el rostro cerca del cuello de ella, regalándole un beso suave en la mejilla antes de susurrarle al oído:
—Eres tú… —Murmuró con voz baja, profundamente honesta, casi un suspiro lleno de vulnerabilidad.
Lux guardó silencio durante un instante, dejándose envolver por esas palabras, sintiendo cómo el corazón latía fuerte en su pecho. Lentamente entrelazó sus dedos con los de Jinx, apretando con suavidad su mano.
—Yo también te amo. —Respondió Lux finalmente, con voz tranquila y segura, sabiendo que esas palabras decían más que cualquier otra explicación.
Jinx cerró los ojos, dejando que esa confesión resonara dentro de ella, tensando ese vínculo invisible que las unía más fuerte que nunca.
—¿Todavía quieres regresar a Demacia? —Preguntó Jinx suavemente, sin atreverse a soltarla.
Lux permaneció callada unos segundos antes de responder.
—Sí… pero no ahora. Primero la misión a Noxus. Después… solo si tú vienes conmigo. Solo si lo hacemos juntas.
—Te seguiría hasta el fin del mundo. —Contestó Jinx con sinceridad absoluta, apretándola aún más fuerte contra sí, hundiendo su rostro con dulzura en el cuello de Lux.
Así permanecieron, unidas, compartiendo el calor de sus cuerpos, dejando que el cansancio y la calma reemplazaran lentamente la intensidad del placer que acababan de experimentar. Poco a poco, con los dedos aún entrelazados, se rindieron al sueño, seguras y tranquilas en los brazos una de la otra.
Mientras tanto, en otro extremo de la mansión, Jayce permanecía despierto en su improvisado laboratorio. Sentado frente a una mesa repleta de planos y herramientas, observaba detenidamente una pequeña gema verde que sostenía entre sus dedos. La luz tenue de una lámpara proyectaba sombras suaves sobre su rostro cansado.
—Parece que finalmente se reconciliaron. —Comentó para sí mismo con una leve sonrisa, sin despegar la vista de los planos. —Me alegro por ellas.
Luego sus ojos se dirigieron lentamente a la runa brillante en su muñeca izquierda. Habló nuevamente, esta vez con más determinación.
—Todo estará bien, Viktor. —Dijo en voz baja, pronunciando esas palabras como una promesa íntima, sabiendo que alguien, de algún modo, lo escuchaba.
En el silencio que siguió, Jayce volvió a sumergirse en el trabajo, decidido a continuar hasta que el agotamiento finalmente lo venciera. Había demasiado por hacer, demasiado que construir, y él no estaba dispuesto a detenerse todavía.