A la sombra del eclipse
11 de septiembre de 2025, 14:03
Vi seguía de pie, la mochila colgando de un hombro, aún jadeando. Caitlyn no apartó la mirada. La frase que había escupido con dureza flotaba todavía entre ellas, suspendida en el aire como una bala que se niega a caer.
Pero entonces algo cambió. Apenas un destello, un parpadeo de humanidad atravesó la coraza de mármol con la que había enfrentado al consejo. El filo de su rabia se resquebrajó en la curva de sus labios, como si ya no tuviera fuerzas para sostener la máscara. En sus ojos empezó a asomar un brillo distinto: agotamiento, tristeza.
Vi bajó lentamente la mano con la que se había señalado, y la sonrisa burlona se deshizo. Dio un paso, luego otro, hasta que el suelo dejó de importar y lo único real fue la mínima distancia que quedaba entre ambas.
Caitlyn no se movió, pero sus brazos, traicionados por la voluntad, se abrieron. Un gesto instintivo, humano, vulnerable. Vi no necesitó más. Dejó caer la mochila y la abrazó con una fuerza que parecía contener al mundo entero.
El cuerpo de Caitlyn temblaba, como quien regresa de un campo de batalla invisible. Sus dedos se aferraron a la chaqueta de Vi, hundiéndose en la tela. Vi la sostuvo sin vacilar: firme, inquebrantable. Cerró los ojos, hundió el rostro en su cabello y tragó el nudo de rabia que le ardía en el pecho. No sabía aún qué había ocurrido dentro del consejo, pero sí sabía que odiaba verla así, quebrada.
Pasaron largos segundos antes de que Caitlyn se apartara apenas, lo suficiente para mirarla a los ojos.
Los de Vi, en cambio, estaban llenos de preguntas.
—¿Qué pasó, amor? —Susurró, acariciando su mejilla. Su pulgar recorrió con suavidad el contorno del ojo de Caitlyn, como si borrara una lágrima antes de que se atreviera a caer y pudiera disipar el dolor con ese simple contacto.
Caitlyn no respondió enseguida. Giró apenas el rostro y lanzó una mirada por encima del hombro hacia el edificio del consejo que se erguía tras ella. La mandíbula se le tensó. No les daría el espectáculo de verla rendida. Había sido la Comandante Kiramman y no permitiría que la recordaran como alguien frágil.
—Te lo contaré todo… —Murmuró al fin, la voz baja, cargada. —Pero por favor… vámonos de aquí.
Vi asintió sin dudar. Se agachó, recogió la mochila y la sostuvo con firmeza. Luego rodeó la cintura de Caitlyn con el brazo y la guio lejos del edificio, sin regalarle ni una sola mirada atrás.
Ya en la plaza, Caitlyn se dejó caer en una de las sillas de hierro forjado frente a la fuente. El murmullo del agua la envolvió con un ritmo constante, como si quisiera arrastrar la suciedad que el consejo había dejado en su espíritu.
Vi, sin decir nada, se apartó unos metros. Caitlyn la siguió con la mirada hasta descubrirla frente a un pequeño puesto de helados. La escena parecía arrancada de otro universo, ajeno a las intrigas y las máscaras de Piltover. Vi gesticulaba con exageración casi teatral, señalando los sabores como si esa elección fuese una misión de vida o muerte, con la misma intensidad con la que solía lanzarse a un combate.
Caitlyn ladeó la cabeza, agotada pero incapaz de apartar la vista. Recordó la famosa lista de deseos que Vi había improvisado en uno de sus arranques de ternura caótica: comer helado de vainilla. Nunca supo si realmente lo había escrito o si lo inventó en ese instante solo para hacerla sonreír. Pero no importaba. La amaba por eso: por su forma de volver épico lo ordinario, de arrancar destellos de magia incluso en lo común.
Y entonces lo percibió. Los matices. La manera en que la mujer del puesto inclinaba la cabeza con atención calculada, el roce innecesario de los dedos al entregar el cambio, esa sonrisa cargada de intención que no buscaba agradar, sino tentar. Hubo una pausa sutil, un retardo en soltar su mano. Una chispa disfrazada de descuido.
Vi, con su estilo desarmante, quizás ni lo notó. O tal vez sí, y simplemente lo ignoró. Porque cuando giró con los helados en las manos, sus pasos no buscaron sombra ni descanso: la buscaron a ella. Solo a ella.
Y Caitlyn lo supo. Con esa certeza serena que llega cuando las dudas ya no pesan. En otro tiempo, aquel gesto habría encendido celos y reproches. Ahora, en cambio, se dejó quedar en esa calma extraña, convencida de que Vi jamás había sido mujer de medias tintas. Incluso sus torpezas eran decisiones.
Vi se dejó caer en la silla junto a ella. El metal crujió bajo su peso y llenó el silencio compartido por un instante. Luego, sin grandilocuencias, le tendió el helado con una sonrisa torcida, contenida, pero tan sincera que desarmaba cualquier sombra.
—Ten. —Dijo, con esa voz suave que solo usaba con ella. —Es de vainilla. Espero te guste.
Caitlyn tomó el cono con una ceja arqueada, divertida.—Mmm. ¿Notaste a la señora del puesto? —Le dio una lamida al helado, la sonrisa apenas insinuada. —Te miraba como si hubieras aparecido en la portada de su novela favorita.
Vi frunció el ceño.—¿La heladera? ¿En serio?
—Completamente en serio. Tenías esa mirada encima como si fueras la última cucharada antes del fin del mundo. —Caitlyn la miró de reojo, mordaz. —Con ese cuerpo tuyo, cualquiera se derrite. No te hagas la tonta.
Vi soltó una risa corta, sacudiendo la cabeza.—Bah, exagerada. Yo solo quiero derretir a una persona. —La miró de lado, sin alardes, solo con esa calma suya que pesaba más que cualquier frase grandilocuente. —Tú.
Y antes de darle opción a la réplica, se inclinó y le robó un beso breve, seguro, sin adornos, directo. Caitlyn respondió al instante, con esa intensidad contenida que le hacía olvidar lo que había alrededor. Cuando se separaron, apenas un centímetro, Caitlyn inclinó la cabeza lo justo para que la mujer del puesto alcanzara a verlas. Un gesto pequeño, pero suficiente: Vi no estaba sola.
Vi sonrió al notarlo, pero no dijo nada. Se limitó a bajar la vista al helado que goteaba en la mano de Caitlyn.—Parece que el helado también se rinde contigo. —Murmuró, señalando las gotas que resbalaban por sus dedos. —No lo culpo.
Caitlyn dejó escapar una carcajada breve, nítida, como si de pronto recordara lo fácil que podía ser reír. Vi le tendió una servilleta sin decir nada, apenas un gesto práctico, seco. Pero en sus ojos había algo más: no dulzura fácil, sino esa chispa de complicidad que solo comparten quienes han estado juntos en la línea de fuego.
Vi arqueó una ceja, todavía con la sonrisa ladeada. Luego se enderezó en el asiento, echando los hombros hacia atrás con esa mezcla de calma y desafío tan suya. Se subió la capucha de la chamarra, hundió una mano en el bolsillo del pantalón mientras con la otra sostenía el helado, y se quedó mirándola fijo con esa media sonrisa que era un arma en sí misma.
—Bueno… ahora que ya comprobamos que el helado funcionó como distracción y como espectáculo de celos encubiertos… ¿me vas a contar cómo estuvo tu día? —Preguntó con tono ligero, aunque sus ojos la diseccionaban con precisión quirúrgica.
Caitlyn giró el helado entre los dedos, pensativa. Su mirada se perdió un instante en la fuente, como si necesitara templar el ánimo antes de hablar.
—Fue… largo. —Respiró hondo, y el gesto de girar el cono pareció una forma de ordenar los recuerdos. —Me recibieron en el cuartel con honores, condecoraciones, reconocimientos en papel con el sello del consejo. Todo demasiado pulcro, demasiado perfecto. Sonrisas de protocolo. No fue un mal recibimiento, pero se sentía como un disfraz mal cosido sobre una herida que aún sangra.
Vi frunció los labios, pero no la interrumpió.
—Después vino la parte tediosa. Informes, autorizaciones, despedidas oficiales… firmar y firmar. Era como cerrar puertas una por una, viendo cómo mi nombre, con cada rúbrica, me pertenecía un poco menos. —Hizo una pausa, bajando la voz. —Y luego hablé con Lynn.
Vi arqueó una ceja, casi sin pensarlo.
—¿Lynn?
Caitlyn asintió, notando cómo ese nombre tensaba el aire entre ellas. No por Lynn, sino por la sombra que cargaba detrás.
—Yo pedí la charla. Fue breve. Quería verla más allá del uniforme. No puedo permitirme un elemento inestable tan cerca de lo que estamos construyendo. Tenía que saber si era otra Sarah… o alguien con un propósito claro. Y no, no es Sarah. Me pareció sensata. Equilibrada.
Vi no contestó al instante. Masticó el helado como quien necesita un gesto físico para no tensar más la mandíbula.
—Ajá. —Murmuró al final, sin levantar la vista.
Caitlyn lo percibió y se adelantó.
—No te preocupes. No hubo tensión ni nada parecido. Solo necesitaba medir el terreno. —Alzó los ojos, firme. —No puedo darme el lujo de tener un mal elemento en el cuartel.
Vi soltó el aire despacio, como liberando un peso que llevaba demasiado tiempo encima.
—Cada vez que aparece algo relacionado con Sarah pienso que vas a marcharte. Que no vas a soportar ciertas… heridas. Pero no lo haces. Te quedas. Tomas el control. Y me recuerdas que no todo lo que duele tiene que rompernos.
Caitlyn bajó la mirada, dejando escapar una sonrisa leve. Luego la sostuvo, clara, sin titubeos. Ninguna de las dos añadió nada más. Se limitaron a saborear el silencio, lamiendo los conos que se derretían bajo el sol. El helado les escurría por los dedos, un descanso dulce entre confesiones más amargas.
—Después fui a Stillwater. Quería ver la realidad del lugar.
El cambio en Vi fue inmediato: la postura, la respiración, hasta el brillo de los ojos. Como si un músculo viejo y adolorido se hubiera activado solo al escuchar el nombre. Caitlyn lo notó y, sin decir nada, buscó sus dedos dentro del bolsillo y le tomó la mano con suavidad. Solo para recordarle que estaba allí.
—Ahí conocí a Alira.
Vi se quedó inmóvil, mirando a ninguna parte. El cono en su mano ya no tenía forma.
—¿Alira? —Preguntó al fin, la voz casi apagada, apenas aire que no se atrevía a ser palabra.
Caitlyn no respondió enseguida. Se limitó a entrelazar sus dedos con más fuerza, como si ese gesto pudiera contener lo que sabía que venía. Como si le dijera en silencio: lo sé, estoy aquí, no estás sola.
Vi bajó la mirada un instante. Caitlyn se inclinó apenas, buscando sus ojos.
—Ella me habló de ti. —Susurró, con voz baja, medida como una caricia. —De lo que hiciste por ella… y de lo que vivieron ahí adentro.
Vi echó la cabeza hacia atrás, mirando el cielo como si buscara aire. El nombre de Alira le golpeó directo en el pecho. Sus hombros, que hace un momento se habían relajado con el calor del día y el sabor del helado, se tensaron otra vez, como si aún cargara los grilletes invisibles que la prisión nunca logró quitarle del todo.
—Ella… —Murmuró al final, con la vista clavada en el suelo entre ellas. —No pensé que llegarías a conocerla.
—Ella me encontró. —Dijo Caitlyn, apretándole los dedos con firmeza tranquila. —No dio detalles, pero me hizo entender hasta dónde tuviste que resistir. No tienes que explicarme nada, Vi. Solo quería que supieras que lo comprendí un poco más.
Vi soltó un suspiro hondo, como si lo desenterrara de muy adentro. Se frotó la nuca con la mano pegajosa de helado, sin importarle. Su mandíbula seguía rígida, aunque el resto de su rostro parecía más joven, más desarmado.
— Yo… no sabía qué hacer con ella. Se quedó cuando todos los demás se iban, y yo me aferré como quien se aferra a un borde resbaladizo: solo para no caer.
Caitlyn guardó silencio. Y esa escucha bastó.
—Ella me daba algo que no entendía. —Continuó Vi, bajando la voz. —A veces me dolía. A veces me salvaba. Y no supe cómo responderle.
—Lo sé. —Susurró Caitlyn, sin soltar su mano.
Vi alzó los ojos, sorprendida por la certeza en esa respuesta.
—¿Te lo dijo ella?
—Sí.
Vi desvió la mirada, limpiándose la comisura de la boca con el dorso de la mano.
—La odiaba, a veces. —Confesó. —Porque me obligaba a sentir, no me dejaba hundirme del todo.
—Y lo agradecías al mismo tiempo. —Dijo Caitlyn, casi como un hecho.
Vi asintió despacio.
—Sí. Era eso. Me hablaba como si aún pudiera salir de ahí.
Se quedó en silencio unos segundos, respirando hondo.
—¿Ella está bien?
—Viva. Fuerte. Aunque no sé si eso siempre significa estar bien.
Vi apretó los labios, como si las palabras resquebrajaran algo en su memoria.
—Quiero verla algún día. No ahora. Pero… cuando pueda. Quiero agradecerle.
—Cuando llegue ese día. —Respondió Caitlyn, firme. —Estaré contigo.
Vi levantó apenas la cabeza, y entonces se miraron.
Caitlyn alzó la mano libre y le apartó unos mechones sueltos detrás de la oreja. La acarició con los nudillos, con una ternura inesperada después de un día tan áspero. Su pulgar recorrió despacio la línea de su rostro, como si con ese gesto pudiera suavizar memorias que aún dolían.
—No puedo prometer que no discutamos, Vi. Que no nos enojemos. Y sí… alguna vez te fallé. Eso todavía me pesa. Pero puedo prometerte otra cosa. —Susurró, firme, aunque con la voz envuelta en cuidado. —Nunca haré nada que no quieras. Puedo prometerte respeto. Siempre. Ante ti, tu cuerpo, tu historia.
Vi no respondió de inmediato. Bajó la mirada, un rubor leve encendiendo su piel, no de vergüenza, sino de algo más íntimo: un agradecimiento difícil de decir. Cuando alzó de nuevo los ojos, su voz salió baja, temblorosa.
—Tú… me ayudaste a mirar de frente mis miedos, Cait. Les quitaste veneno a recuerdos que parecían intocables. Sin forzarlo, me enseñaste que podía recomponerme. Que aún había forma de sanar. Tu presencia desarmó trampas que yo misma me había puesto. Me hiciste querer aprender a… hacerlo bien. A no vivir solo sobreviviendo.
Con delicadeza, tomó la mano de Caitlyn entre las suyas y le besó los nudillos, con los ojos cerrados, como si ese gesto contuviera lo que no encontraba en palabras.
El silencio se prolongó, cálido pero necesario, hasta que Vi levantó el rostro con una sonrisa apenas dibujada. Bajó la mirada un instante y luego volvió a alzarla, con esa dulzura que solo aparecía cuando lo serio se mezclaba con el humor.
—¿Era por eso…? —Murmuró. —¿Por Stillwater? ¿Por Alira? ¿Por todo eso estabas tan enojada?
La mirada de Caitlyn se desvió hacia la fuente, luego al helado en su mano, y finalmente regresó a Vi. Había serenidad en sus ojos, pero de esa que dolía más que cualquier tormenta.
—No solo por eso. —Respondió. Y en un destello, su voz volvió a tener el filo de mármol que usaba frente al consejo. —Fue lo que hicieron conmigo. Lo que decidieron.
Vi se irguió un poco, sin perderle los ojos de encima. Caitlyn respiró hondo y habló con la calma controlada de quien sabe que la herida sigue abierta.
—Yo ya sabía a qué iba. —Dijo. —La sesión estaba convocada para decidir si seguiría siendo comandante. No me hice ilusiones. Tres consejeros estaban en mi contra: Gerold, Delacroix y Enora. Tres me apoyaban: Sevika, Shoola… y Adele. Todo apuntaba a un empate y yo iba preparada para eso.
Vi frunció el ceño.
—¿Entonces…?
—Entonces Adele cambió de lado. —Replicó Caitlyn, sin alzar la voz, pero con una firmeza que pesaba más que un grito. —En la sala, frente a todos, rompió el empate. Solo me respaldaría si aceptaba convertirme en sheriff. Bajo autoridad directa del consejo, sin voto, ni mando. Sin poder real.
Vi apretó los labios, el gesto duro, expectante.
—Acepté. —Continuó Caitlyn, y la serenidad de su voz hizo que sonara todavía más devastador. —Dejé mi placa sobre la mesa. Ya no soy comandante de Piltover.
El silencio cayó entre ellas. No era simple confesión: era la constatación de una traición. Una amputación política, limpia y pública. Vi lo sintió como un golpe en la sangre.
Deslizó la mano por la espalda de Caitlyn y la atrajo contra su costado, sin apretar demasiado, solo lo justo para que no se le escapara.
—Tiraron a la basura a la única persona que podía enderezar Piltover. —Murmuró, ronca de emoción contenida. —Cuando quieras, voy con los guantes y les rompo la mandíbula uno por uno.
Caitlyn soltó una risa breve, apagada, pero sincera.
—No hará falta. —Dijo, girando hacia ella con un destello en los ojos. —Lo bueno de ya no ser comandante… es que por fin pude decirle a Lord Gerold que cerrara la puta boca.
Vi abrió los ojos de par en par antes de soltar una carcajada.
—¿Tú? ¿La señorita alta fineza mandando a callar así en pleno consejo? Cait, eso debería estar en los archivos oficiales.
—Oh, Vi… —Replicó con una media sonrisa, apenas torcida. —Puedo ser mucho peor que eso.
Y la risa compartida, íntima, terminó cosiendo lo que el consejo había intentado romper.
Se fueron apagando poco a poco, hasta que Caitlyn, con un destello serio en la mirada, retomó el hilo.
—Al menos me aseguré de dejar algo en pie antes de entregar el cargo. —Dijo con calma. —Puse en orden Stillwater. Destituí a varios ejecutores corruptos y liberé a prisioneros que jamás debieron estar ahí. Entre ellos, Alira.
Vi parpadeó, sorprendida.
—¿La sacaste?
—Sí. —Caitlyn asintió. —Le daré la vida que esta ciudad le arrebató. Es lo mínimo que puedo hacer después de todo lo que hizo por ti.
El gesto de Vi cambió. Primero incredulidad, después orgullo. La miró de reojo y sonrió con esa mezcla de ternura y burla que solo ella podía juntar.
—Mira a mi Comandante, barriendo la mugre y rescatando a la gente antes de que los buitres la bajaran del puesto. Si eso no es estilo, no sé qué lo es.
Caitlyn soltó una pequeña risa, negando con la cabeza.
—¿Y sabes qué es lo mejor? —Agregó, bajando la voz y mirándola directo a los ojos. —Que ahora tendré más tiempo para ti.
Vi la miró con una chispa entre la picardía y la ternura. Terminaron los últimos restos del helado en silencio, saboreando tanto el dulce como el momento. Luego Vi se acurrucó contra ella, apoyando la cabeza en el hueco de su clavícula.
—Qué bueno… porque entonces estas citas van a ser más seguidas. —Susurró, deslizándole los dedos por la tela de la chaqueta hasta colar la mano debajo, rodeándole la cintura con un gesto firme pero suave. Como si necesitara sentir el calor real de su cuerpo, no solo la tela y memorizar su presencia desde adentro.
Caitlyn sonrió, esa sonrisa pequeña y serena que solo Vi conocía. Bajó el brazo, la atrajo más contra su costado y depositó un beso cálido en su cabello.
—Con gusto. —Murmuró, sintiendo que, por fin, el mundo podía callarse un rato.
De pronto, Vi se incorporó con un respingo, como si algo le hubiera picado la memoria.
—¡Oh! Espera, espera… —Dijo, hurgando con torpeza.
Se inclinó hacia la mochila, aún tirada junto al banco, y empezó a revolver entre los compartimentos con una mezcla de apuro y descuido: un guante viejo, una venda, ¿algo que claramente no era suyo? Hasta que dio con un bulto envuelto en tela negra con bordes dorados.
—Aquí está… —Murmuró con alivio, sacando una pequeña caja.
Caitlyn la miró con curiosidad, mientras Vi se la tendía con ambas manos, como si ofreciera una reliquia robada. La madera oscura brillaba con un pulido suave, adornada con detalles metálicos en forma de enredaderas. Al abrirla, una melodía antigua escapó en notas delicadas, y en el centro comenzaron a girar dos figuras diminutas: un hombre y una mujer bailando, él con capa dorada, ella con vestido azul profundo. La base llevaba grabado: “Hasta la eternidad”.
Caitlyn no dijo nada. La sostuvo como si tuviera un secreto en las manos, dejando que la música la envolviera.
—Vi… —Susurró. —Es hermosa.
Vi bajó la mirada, rascándose la nuca con gesto torpe.
—Bah, solo quería que tuvieras algo que sonara cuando me extrañes. Que lo abras y digas: ahí está la molesta que no te deja en paz ni con música de fondo.
Caitlyn ladeó una sonrisa breve, apretándole la mano en silencio.
—¿Y bien? —Preguntó después, arqueando una ceja. —¿De dónde sacaste esta joya?
Vi se encogió de hombros, intentando sonar inocente.
—Préstamo emocional de alto riesgo. Si preguntan, me declaras culpable y ya.
Caitlyn la miró con una mezcla de incredulidad y diversión.
—¿Y qué hacía ropa de mujer en tu mochila?
Vi abrió la boca, luego la cerró. Parpadeó un par de veces.
—Eh… logística de la misión. ¿Vale como respuesta oficial?
Caitlyn arqueó ambas cejas, conteniendo una risa.
—¿Logística? Qué conveniente.
—¡Oye! —Vi se inclinó hacia ella, con esa sonrisa torcida que desarmaba cualquier intento de regaño. —No es lo que piensas. Es la segunda parte de la cita.
Caitlyn ladeó la cabeza, divertida, mientras seguía acariciando la caja musical con los dedos.
—Entonces será mejor que me muestres esa segunda parte… antes de que mi curiosidad se vuelva insoportable.
—La curiosidad mató al gato. —Murmuró Vi, poniéndose de pie y extendiéndole la mano. —Que bueno que tienes nueve vidas. Aunque, si hacemos memoria, ya gastaste varias conmigo.
Caitlyn tomó su mano, sonriendo con ese brillo que era solo para ella. Vi tiró suavemente de ella, los ojos chispeando picardía.
—Anda. Caminemos un rato antes de que se nos derrita también la noche.
Caminaron sin prisa. Primero entre calles empedradas de Piltover, con vitrales que todavía atrapaban la luz del sol, reflejándola sobre los muros altos. Luego, de a poco, las fachadas pulcras se volvieron más irregulares, los tejados elegantes dieron paso a estructuras de hierro expuesto y tuberías que serpenteaban hacia abajo. El aire también cambiaba: menos perfume de flores, más humo y metal.
Iban una al lado de la otra, a veces rozándose los hombros, otras calladas, dejando que la ciudad hablara sola. Vi señalaba algún grafiti recién pintado seguramente por gente de Zaun o imitaba el grito exagerado de un vendedor, y Caitlyn, con una sonrisa contenida, terminaba soltando una carcajada.
Al llegar al puente se detuvieron, justo en medio, donde el rugido del agua se mezclaba con el rumor metálico de las vigas que sostenían a Zaun. El sol ya se rendía, tiñendo el horizonte de cobre y violeta.
Vi apoyó la barbilla en su hombro, abrazándola por la espalda.
—Este puente solía ser un mal recuerdo… —Dijo en voz baja, mirando al frente. —Ahora solo es un puente entre mis dos hogares.
Caitlyn no respondió. Solo entrelazó sus dedos con los de Vi. El silencio bastó.
Vi respiró hondo y, tras unos segundos, rompió la quietud con esa voz suya, ronca y burlona:
—Pero la noche recién empieza, pastelito. Y no vamos a volver a casa todavía.
Caitlyn rió, suave.
—¿Qué estás tramando ahora?
—Nada peligroso… por ahora. Pero para la segunda parte de la cita necesitas cambiarte. Con la ropa de la “otra” mujer que encontraste en mi mochila.
Caitlyn giró el rostro para mirarla de reojo, arqueando una ceja.
—¿Cambiarme?
Vi le guiñó un ojo.
—Confía en mí. Prometo que va a ser una noche inolvidable.
—Tus noches inolvidables siempre lo son… aunque no sé si eso es un halago. Nunca sé si voy a terminar cenando tranquila, corriendo carreras ilegales o esquivando ejecutores.
Vi se encogió de hombros, sonriendo con descaro.
—Ahí está lo divertido, ¿no?
Caitlyn negó con la cabeza, aunque la sonrisa la delató. Se tomaron de la mano y siguieron caminando. El sol desaparecía tras los edificios, y con él, el día. Lo que venía recién empezaba.
Descendieron hacia un callejón estrecho y húmedo, escondido entre dos edificios de ladrillo corroído en el límite entre Piltover y Zaun. El tipo de sitio donde nadie se fija en dos sombras de paso. Caitlyn se detuvo, arqueando una ceja con escepticismo.
—¿Este es tu gran plan? —Preguntó, observando un par de botes oxidados contra la pared.
—Shh. No subestimes la elegancia del camuflaje urbano. —Replicó Vi mientras se agachaba junto a un contenedor y rebuscaba en su mochila con aire de conspiración. —Mira lo que traje.
Sacó un conjunto de ropa: pantalones morados de corte alto con hebillas laterales, botas reforzadas hasta la rodilla, una blusa blanca de mangas abullonadas y, por encima, la chaqueta entallada de cuero oscuro con hombreras y detalles metálicos. Era el mismo atuendo que Caitlyn había llevado durante su recorrido clandestino junto a Vi por Zaun: una mezcla de nobleza y campo de batalla, símbolo del momento en que dejó atrás los protocolos de Piltover para mancharse las manos en las profundidades.
Caitlyn la miró con los ojos entrecerrados.
—¿En serio me guardaste esto?
—Obvio. Te quedaba demasiado bien como para devolverlo al olvido.
Caitlyn rodó los ojos, pero la curva de su sonrisa la traicionó. Tomó el atuendo con cuidado, repasando la tela con los dedos.
—Voy a cambiarme. Date la vuelta.
Vi levantó las manos en gesto inocente.
—Tranquila, pastelito. Sé comportarme… cuando quiero.
—Eso es lo que me preocupa. —Caitlyn avanzó hacia el hueco entre los botes, seria.
Vi suspiró exagerando, dándose media vuelta, aunque no del todo. Un ojo curioso se asomó por encima del hombro.
—Vi… —La voz de Cait sonó cortante.
—¿Sí?
—Concéntrate.
Vi soltó una risita baja.
—Lo intento, pero no es tan fácil. Tengo a la mujer más peligrosa de Piltover cambiándose a tres pasos y me pides que piense en… ¿qué? ¿Formaciones tácticas?
—Exacto. —Respondió Caitlyn, firme. —Piensa en cómo sobrevivirás a la vergüenza si alguien nos ve aquí.
—A esta hora nadie pasa por este callejón. Y si alguien aparece… le parto la cara y seguimos. —Vi se encogió de hombros, como si fuera la solución más lógica del mundo.
Caitlyn se acomodó la blusa blanca, alisando con cuidado las mangas abullonadas antes de ceñirse la chaqueta de cuero oscuro. Ajustó los pantalones altos en la cintura, se calzó las botas hasta la rodilla y abrochó el cinturón con gesto firme. Finalmente cerró los guantes, cada hebilla en su sitio, como si todo el ritual le devolviera la armadura que conocía de memoria.
Cuando salió de entre los botes, Vi la recorrió con la mirada de arriba abajo, una sonrisa ladeada curvándole los labios.
—Oh, sí. Eso sigue siendo ilegalmente perfecto.
—¿Y ahora sí piensas decirme a dónde vamos? —Preguntó Caitlyn, cruzándose de brazos con una media sonrisa.
Vi dio unos pasos hacia atrás, cruzándose de brazos con la confianza de alguien que sabe más de lo que dice. La sonrisa torcida seguía ahí, insolente.
—Te prometí algo inolvidable, ¿o no?
Caitlyn soltó una risa breve, incrédula.
—Esto va a ser un desastre.
—Nah, pastelito. —Vi echó a andar callejón abajo, sin esperar réplica. —Va a ser perfecto.
Caitlyn, con la capucha puesta, la siguió a paso rápido. El cambio no tardó en hacerse sentir. Si la entrada de Zaun ya era deprimente, adentrarse en sus venas lo era aún más. El corazón de Zaun no era un lugar para almas delicadas: fábricas oxidadas convertidas en ruinas vivas, pasillos corroídos por el smog, y gente que sobrevivía con lo puesto, con tatuajes fluorescentes que eran a la vez adorno y advertencia.
Pero ahí mismo, entre tanta podredumbre, Vi torció hacia una fábrica abandonada cuya fachada parecía a punto de desmoronarse. Golpeó una lámina metálica en un patrón rápido y el eco respondió con un zumbido eléctrico. Al cruzar, Caitlyn entendió: dentro, el infierno tenía luces propias.
Neones verdes y púrpuras iluminaban la penumbra, música industrial sacudía las paredes corroídas y una multitud apretada se movía como si nada más existiera. El olor era una mezcla brutal de licor barato, sudor y aceite quemado. No había glamour, pero sí una energía tan salvaje que casi dolía respirar.
Vi atrapó la mano de Caitlyn y la arrastró entre el gentío con una seguridad descarada.
—Bienvenida a Zaun como es de verdad.
—¿Esto era la sorpresa? —Preguntó Caitlyn, arqueando una ceja mientras levantaba la voz por encima del bajo atronador.
Vi se inclinó hacia su oído, con esa media sonrisa engreída que usaba cuando sabía que tenía la ventaja.
—¿No dijiste que necesitabas distraerte?
—Sí, pero… esperaba algo con menos olor a óxido.
—Bah. —Vi le dio un apretón juguetón en la mano, como cerrando la discusión. —Lo vas a agradecer después.
Llegaron a la barra, custodiada por un bartender de cabello turquesa con más piercings que paciencia. Vi golpeó la madera grasienta con los nudillos.
—Dos suaves. Es nuestra primera ronda.
El tipo asintió y sirvió dos vasos que chispeaban con tonos violetas y rosas, como si hubieran embotellado un rayo de neón.
Caitlyn lo miró con cautela.
—¿Esto es seguro?
Vi alzó su trago, burlona.
—Tan seguro como yo en una fosa. Brinda, pastelito: por Zaun, por sobrevivir… y porque te traje al mejor maldito espectáculo que esta ciudad tiene para dar.
Caitlyn bebió con cuidado. El sabor la golpeó: dulce al inicio, fuego al final. Tosió, pero rió.
—Esto es… distinto.
Vi soltó una carcajada, apoyándose en la barra.
—Déjame adivinar: tus fiestas eran valses aburridos, sin tragos, discursos que duraban horas y bandejas de canapés, ¿no?
—Y con cero gente lanzándose pintura fluorescente encima. —Caitlyn sonrió de lado, señalando al grupo que chapoteaba en colores brillantes como si fueran niños en barro.
Vi se inclinó más, su voz grave apenas audible sobre la música.
—Olvídate de los valses, sheriff. Esta noche vas a aprender lo que es una fiesta de verdad.
La pista latía como un monstruo desbocado, cada neón marcando el pulso de un corazón que no conocía descanso. Vi arrastró a Caitlyn hasta el centro del torbellino humano como quien empuja una chispa directo a la pólvora. Caitlyn la siguió a regañadientes, con pasos medidos, casi marciales, como una soldado en terreno hostil. Vi, en cambio, era puro descaro: giraba con soltura, reía a carcajadas, y cada movimiento suyo era una provocación alegre.
—¡Esto no es bailar! —Gritó Caitlyn, entre risas ahogadas y tropiezos.
—¡Pues claro que sí! —Vi le sostuvo los hombros con firmeza, obligándola a soltar la rigidez. —Muévete como si fueras libre, pastelito. Como si nadie te mirara… aunque yo sí, y créeme, no podría apartar los ojos aunque quisiera.
La música rugía con un punk que parecía querer romper huesos. Caitlyn intentaba encontrar algún patrón en el caos, pero se detuvo al mirar a Vi.
Vi no bailaba como los demás. No saltaba, no agitaba los brazos, no necesitaba exagerar nada. Solo dejaba que el ritmo le atravesara: hombros que subían apenas, caderas que marcaban un compás invisible, cabeza que se balanceaba con una naturalidad insolente. No era técnica, ni pose: era libertad. Cada gesto suyo gritaba que no tenía nada que demostrar.
Caitlyn quedó inmóvil, atrapada en esa imagen. Porque Vi, bajo luces violentas y sombras líquidas, era belleza sin adornos. Una tormenta que, por un instante, decide bailar en vez de arrasar.
Vi cerró los ojos un segundo, dejando que el ritmo se disolviera en su cuerpo, ligera en medio del caos. Cuando los abrió, Caitlyn seguía mirándola: rígida, absorta. Vi arqueó una ceja, sonrió con ese aire engreído tan suyo, y se inclinó hacia su oído.
—No te me congeles ahora, sheriff… —Susurró con voz grave, divertida. —Apenas estoy calentando.
Y, con una sonrisa pícara, le guiñó un ojo antes de soltarle la mano.
—Aguarda aquí.
Vi se abrió paso entre la multitud y llegó hasta el DJ. Le dijo algo al oído, y aunque la música devoró sus palabras, el gesto fue claro. El chico dudó un segundo, luego asintió. En cuanto el nuevo tema empezó, un murmullo recorrió la pista.
—¡¿Qué mierda es esto?! —Gritó alguien desde el fondo, y varias protestas siguieron.
A Vi le importó un carajo. Con esa media sonrisa que encendía mundos enteros, caminó de vuelta hacia Caitlyn como si nada más existiera. Y para Cait, de hecho, nada más existía: verla atravesar las luces estroboscópicas era como verla en cámara lenta, cada paso decidido, cada mirada fija en ella.
Cuando llegó, Vi la tomó de la cintura sin pedir permiso. Sus dedos encontraron su sitio como si siempre hubieran pertenecido allí. El bajo brutal se había esfumado, reemplazado por la voz cálida y devastadora de Make You Feel My Love. Una melodía que no encajaba en Zaun, pero que encajaba perfectamente entre ellas.
Vi empezó a guiarla despacio, marcando el paso como si estuvieran en un salón de mármol bajo candelabros. No en medio del sudor y el caos. Caitlyn, sorprendida pero sonriendo, rodeó su cuello con los brazos y se dejó llevar.
—¿Así está mejor para la señorita Kiramman? —Murmuró Vi, arqueando una ceja mientras hacía una reverencia exagerada.
—Mucho más de lo que esperaba de las costumbres zaunitas —replicó Caitlyn con una risa suave.
Vi bajó la mirada un segundo, luego volvió a subirla, seria, aunque con esa chispa de burla siempre encendida.
—Pues parece que soy mitad Zaunita… y mitad tuya.
El silencio que siguió pesó más que cualquier beat. Caitlyn lo rompió acercándose, y sus labios se encontraron en un beso lento, suave, hecho de promesas.
Cuando se separaron, Caitlyn apoyó la frente contra la de Vi y susurró, con una sonrisa cómplice:
—¿Sabes que todos odian la canción?
Vi ladeó la cabeza, acercándose a su oído.
—Que se jodan. Esta pista es nuestra.
Y siguieron bailando, ignorando las miradas y las quejas, como si el corazón de Zaun les perteneciera.
La canción terminó, y justo cuando el último acorde se desvanecía, Vi se detuvo, respirando agitada, pero sonriendo de oreja a oreja.
—¿Qué tal lo hice?
Caitlyn le acarició la nuca con ternura.
—Tan bien… que hasta pareces una Kiramman.
La sonrisa de Vi se ensanchó justo cuando un nuevo beat explotó en la pista. Las luces frenéticas regresaron, los cuerpos volvieron al descontrol. Ambas se miraron un segundo, y estallaron en carcajadas.
Vi se estiró como una gata lista para saltar y la tomó de la mano otra vez.
—Ahora sí, pastelito… muéstrame qué tan bien te mueves cuando no hay reglas.
Las luces giraban como si el mundo se deshiciera en neón. La pista era un enjambre de cuerpos sudorosos y gritos desafinados, pero Caitlyn y Vi se movían como si estuvieran en otra órbita. Cada paso era un idioma propio; cada risa, un conjuro secreto que las mantenía unidas en medio del caos.
Vi regresó de la barra con dos vasos en alto, meneando los hombros con un desparpajo casi insultante. Caitlyn, que giraba con los brazos arriba, la esperaba en el centro, la mirada encendida. Bebieron de un trago, rieron a carcajadas y volvieron a lanzarse al torbellino humano como si el universo entero no existiera fuera de esas miradas cómplices.
En un instante, Vi apareció detrás de ella, le rodeó la cintura y la giró con brusquedad deliciosa, arrancándole a Caitlyn una carcajada limpia. Ella respondió empujándola hacia el centro, los ojos brillando con un desafío elegante: a ver qué tienes. Vi comenzó a sacudir el cuerpo como si la electricidad del lugar la atravesara. Caitlyn, que al principio intentó seguir con decoro, terminó riendo y entregándose, torpe pero sin reservas.
La locura alcanzó su clímax cuando Vi regresó con dos vasos más, levantados por encima de su cabeza para no perder ni una gota. Justo cuando iba a entregárselos a Caitlyn, alguien chocó contra ella y el licor terminó deslizándose por su pecho y su chaqueta. Un silencio expectante se abrió paso entre risas contenidas.
—¡Pero qué carajo! —Vi rompió el momento con una carcajada, mirando a Caitlyn mientras el alcohol le escurría como un tatuaje líquido.
Cait soltó una risa sonora que atrajo aún más miradas. Vi arqueó las cejas, fingiendo indignación, como si esperara un jurado que la absolviera.
—¡Te estás burlando de mí!
—¡Pareces bañada en poción fluorescente! —Replicó Caitlyn, doblada de la risa.
Vi, teatral, se inclinó.
—Lo que hago por el arte.
Acto seguido, se arrancó la chaqueta empapada y la arrojó al suelo. Caitlyn se quedó inmóvil. El aire se espesó. Vi estaba ahí, con los brazos al descubierto, la piel húmeda brillando bajo el neón, el pecho vendado apenas cubierto, cada músculo dibujado como una escultura insolente. Caitlyn sintió un rugido interno cuando notó otras miradas devorándola también.
Vi lo percibió y sonrió con descaro.
—¿Sigues ahí, pastelito? ¿O planeas comerme con los ojos toda la noche?
Caitlyn lo hizo. La recorrió con una lentitud premeditada, la mirada afilada de cazadora. Bajó hasta las vendas tensas y, con un dedo, dibujó una línea invisible desde el esternón hasta el ombligo. Su voz fue seda y filo a la vez.
—Con esas vendas empapadas te van a llover las gárgolas. Y no pienso compartir banquete.
Vi rió ronca, la tomó por la cintura y la pegó a su cuerpo con descaro. Sus dedos rozaron su espalda baja, apenas un toque bajo la tela. Su voz se quebró en un susurro áspero junto a sus labios.
—Entonces mírame más fuerte. Hazlo tú antes que el resto.
—Si lo hago, no vas a sobrevivir la noche. —Replicó Caitlyn, sonrisa peligrosa, labios rozando los suyos.
Vi arqueó una ceja, divertidísima.
—¿Eso fue cumplido o amenaza? Porque me dieron ganas de quitarme más ropa.
—Fue ambas. —Caitlyn clavó la mirada como quien ajusta la mira de un rifle. —Y recuerda: solo yo puedo mirarte así. Solo yo puedo tocarte así.
Vi estalló en carcajadas.
—Tranquila, cazadora real. Esta diosa empapada es toda tuya. ¿Bailamos?
Volvieron a lanzarse al torbellino. Vi, reluciente, bailaba como si el caos fuese su trono. Caitlyn, por primera vez, se rindió del todo: ya no había protocolos ni deberes, solo música y Vi sosteniéndola.
Al regresar con otra ronda, varias mujeres rozaron descaradamente a Vi. Una le acarició el brazo, otra los abdominales. Vi sonrió burlona sin detenerse.
—Lo siento, señoritas. —Alzando la voz con sorna. —Esta mujer ya tiene dueña.
Caitlyn avanzó para interceptarla, la rodeó de la cintura con gesto elegante y feroz, y le susurró rozándole la mejilla:
—Una más que te toque… y no respondo.
Vi le entregó un vaso, con sonrisa amplia.
—Tranquila, pastelito. Nadie me toca como tú.
—Ni se atrevan. —Sentenció Caitlyn, chocando el vaso con un tintineo seco.
Se miraron un instante, perdidas entre la música. Vi alzó la ceja.
—Si mañana despierto con resaca, será tu culpa.
—Y la disfrutarás. —Respondió Caitlyn, con una media sonrisa que quemaba.
Vi sacudió el cabello revuelto, carcajada ronca.
—Entonces… ¿lista para la siguiente parte de la cita?
—Más que lista. —Caitlyn lo dijo como una amenaza envuelta en seda. —Si no nos vamos ya, tendré que romperle los dedos a tus fans.
Vi rió fuerte, tomó aire como gata lista para saltar y guiñó un ojo.
—Entonces será mejor que me mueva. Voy por la mochila… y por esa chaqueta que seguro está bajo algún zapato brillante.
Caitlyn la seguía con la mirada, sonrisa de media luna en los labios, mezcla de posesión y deseo. Vi regresaba con la chaqueta en una mano y la mochila colgando del hombro, pero se detuvo en seco. Algo había cambiado.
Cait, aún de espaldas, mantenía aquella sonrisa serena cuando sintió un cuerpo demasiado cerca. Primero el calor, después la presión descarada de una cadera ajena contra la suya. Dio un paso hacia adelante, con elegancia natural, pero él volvió a pegarse como una sombra mal aprendida.
—¿Por qué tan sola, preciosa? —Murmuró una voz áspera, tan cerca de su oído que le provocó un escalofrío más de repulsión que de miedo.
Caitlyn giró apenas la cabeza, el ceño fruncido, los ojos helados como cañones cargados.
—Aléjate. —Ordenó. Sílabas, frías, implacables.
El idiota sonrió, o al menos lo intentó, y alzó la mano como si tuviera derecho a tocar lo intocable.
No alcanzó.
Vi llegó como un relámpago con botas. Un puño seco, preciso, directo. El golpe sonó más fuerte que la música y lo dejó en el suelo con la mandíbula torcida y el alma desconectada. El silencio fue denso; solo los bajos distorsionados siguieron latiendo, como un eco lejano.
—¿Qué mierda crees que estás haciendo? —Escupió Vi, con la furia encendida en cada palabra. No era una pregunta: era una sentencia.
El tipo se tambaleó, sangre en el labio, ojos de borrego ante la fiera. Vi mantenía los nudillos aún en alto, los hombros tensos, la mirada ardiendo como bengalas listas para explotar. La multitud contuvo la respiración: unos rieron nerviosos, otros vitorearon, algunos miraban con morbosa fascinación. El idiota retrocedió, paso a paso, hasta perderse entre la gente. Vivo, de pura suerte.
Caitlyn lo siguió con los ojos hasta que desapareció, y recién entonces se giró hacia Vi. La miró como quien observa un incendio que podría consumirlo todo, sin saber si agradecérselo o reprenderlo.
—¿Era necesario golpearlo? —Preguntó con voz baja, casi con ironía. —Lo tenía controlado.
Vi resopló, aún con la rabia vibrando en el pecho.
—Puede ser. Pero nadie se pega a ti así. Nadie. —La miró fijo, sin pestañear. —Y nadie toca lo que es mío.
Lo dijo con descaro, sin esconder la posesión que le hervía en las venas. Pero al terminar, carraspeó, bajando un poco la voz:
—Digo… metafóricamente.
Caitlyn arqueó una ceja, felina, y caminó hacia ella con esa calma suya que siempre sabía más a amenaza que a ternura. Le tomó el brazo despacio, deslizando los dedos hasta su muñeca, sintiendo aún el pulso violento bajo la piel.
—Gracias por defender lo que es tuyo. —Susurró, tan cerca que Vi sintió el calor de su aliento recorrerle la garganta.
Vi tragó saliva, tragó el temblor de todo lo que le estallaba dentro. Bajó la mirada un segundo, luego volvió a subirla con esa sonrisa ladeada que siempre anunciaba tormenta.
—Vamos a casa.
Caitlyn no contestó. Solo entrelazó sus dedos con los de ella, apretándolos con una fuerza que decía más que cualquier palabra. Salieron del club como si huyeran de un incendio, corriendo por las calles húmedas de Zaun. La risa les brotaba de la boca a borbotones, como vino derramado que chisporrotea en los labios. El aire era un cuchillo helado, pero sus cuerpos ardían: piel contra piel, deseo contra deseo.
Se besaban en cada esquina, tropezaban contra los muros, jadeaban con los pulmones encendidos. El sabor metálico del aire nocturno se mezclaba con el calor de sus bocas; las manos encontraban piel bajo la ropa con urgencia torpe, como si el tiempo estuviera a punto de extinguirse. Caitlyn levantó la vista un instante, vio cómo la luna parecía esconderse detrás de un velo oscuro, pero ni siquiera eso logró apartarla del fuego que tenía a centímetros.
Cuando llegaron a la mansión, apenas cruzaron la puerta, Vi la empujó contra la pared del recibidor con un beso que era mitad furia, mitad hambre. Sus cuerpos chocaron, las manos se buscaban, temblaban, exploraban como si necesitaran comprobar que aquello era real. Vi la levantó de la cintura con la facilidad de quien conoce su fuerza, y Caitlyn rió contra su boca, con un jadeo convertido en burla.
—Cuidado con mis botas, mujer bruta. —Murmuró entre risas cortadas por el aliento. —Me vas a dejar coja antes de que empiece lo bueno.
Vi soltó una carcajada ronca contra su cuello, mordiéndole suavemente la piel.
—Entonces me toca compensarte después. —Y volvió a besarla, salvaje, sin darle respiro.
Subieron las escaleras a tropiezos, besándose entre escalón y escalón, con las ropas ya ardiendo de deseo, cada prenda convertida en obstáculo a punto de caer. Se reían entre jadeos, se empujaban y se atraían, como si la casa entera fuera demasiado pequeña para contenerlas.
Al cerrar la puerta de la habitación, Caitlyn tiró de Vi hacia la cama con una fuerza que sorprendió incluso a la boxeadora. Sus bocas chocaron con una urgencia que llevaba semanas contenida. Vi rió bajo, entre respiraciones agitadas, mientras Caitlyn le desabrochaba la chaqueta aún húmeda. La tela cayó al suelo con un golpe húmedo, seguida por el cinturón que Vi soltó con un gesto rápido de muñeca.
—Siempre cubierta de cuero… —Susurró Caitlyn entre risas y mordidas suaves, forcejeando con el botón del pantalón de Vi. —Esto es una condena.
—Me protege… de mujeres peligrosas como tú. —Replicó Vi con media sonrisa, observando sus dedos impacientes.
El botón cedió, y Caitlyn tiró del pantalón, deslizándolo con lentitud por las caderas firmes de Vi, disfrutando del roce, de la provocación implícita en cada centímetro descubierto. Vi, tumbada ya contra la cama, levantó apenas la cadera como si cada movimiento fuera una invitación descarada.
Entonces, con calma peligrosa, llevó sus manos al borde de la camiseta de Caitlyn y la subió despacio, revelando la piel blanca que brillaba bajo la luz amarillenta de la ventana. Cada centímetro expuesto era un territorio conquistado con devoción.
Sus labios se encontraron otra vez, más despacio ahora, como si quisieran grabarse mutuamente a fuego en la memoria. Las caricias se volvieron una mezcla de deseo y reverencia, no solo urgencia: era la certeza de tocar lo sagrado.
Caitlyn, encima de Vi, se incorporó un poco, con la respiración entrecortada, y dejó que sus dedos se deslizaran por el borde de las vendas húmedas que apretaban el pecho de Vi. La miró directo a los ojos mientras recorría con lentitud el contorno de los vendajes, apenas rozando la piel sudorosa y tibia.
—Estas vendas… —Susurró, con voz grave, sus dedos jugando en los límites del secreto que guardaban. —Ocultan demasiado.
Vi tragó aire, la sonrisa ladeada temblando entre la burla y la rendición.
—Entonces… rómpelas, pastelito.
Caitlyn no obedeció con delicadeza. Obedeció con hambre.Sus dedos se cerraron en el borde de las vendas y, en un solo movimiento, tiró con fuerza. La tela cedió con un chasquido áspero, desgarrándose entre sus manos hasta abrirse en jirones. Vi soltó un gemido ronco, mezcla de sorpresa y excitación, arqueando la espalda mientras el aire frío besaba la piel recién liberada.
Las vendas cayeron hechas trizas a los costados de la cama. Caitlyn se inclinó de inmediato, reclamando el territorio con los labios, trazando un sendero ardiente por la clavícula expuesta, subiendo hasta el cuello, marcando cada cicatriz como si fueran medallas secretas que solo ella tenía derecho a venerar.
Vi jadeó, cerrando los ojos, sus manos descendiendo ansiosas por las caderas de Caitlyn hasta enganchar la tela de su pantalón y las bragas en un solo movimiento. Tiró hacia abajo con fuerza, torpe en su prisa, riéndose cuando la tela se le resistió enredándose en los muslos perfectos de ella.
Caitlyn rió por lo bajo mientras se liberaba de las últimas prendas, dejándolas caer al suelo como un rastro de abandono. Quedó completamente desnuda sobre Vi, la piel bañada en ámbar por la luz que aún se filtraba por la ventana.
Vi la recibió con las manos firmes en sus caderas, arrastrándola hacia sí hasta borrar cualquier espacio entre ambas. Su respiración chocó contra la de Caitlyn en un instante suspendido, piel contra piel, sin vendas, sin barreras, solo el temblor dulce y feroz de un deseo a punto de romperse en llamas.
La luz se deshacía en sombras inciertas, cada vez más débiles, como si el mundo entero decidiera detenerse allí, en ese instante suspendido. Caitlyn, montada sobre Vi, se detuvo un momento, su pulso acelerado retumbando en el silencio. Giró lentamente el rostro hacia la ventana.
—¿Es…? —Susurró, casi incrédula.
Vi, aún con el pecho agitado y los labios curvados en esa media sonrisa que siempre anunciaba tormenta, respondió:
—Un eclipse. —Se humedeció los labios, su voz vibrando con deseo. —Supongo que hasta la luna quiso apagarse un rato… para dejarnos solas.
Ambas rieron, pero no fue como antes. Fue más suave. Más lento. Como si las risas ahora flotaran en un espacio suspendido, entre la pasión y el abismo.
Vi se incorporó un poco, la sonrisa ladeada brillando en su rostro como si estuviera a punto de soltar una bomba. Había esa chispa en sus ojos: descarada, juguetona, imposible de ignorar.
—Tengo una sorpresa para ti, pastelito. —Susurró, con voz ronca de deseo y burla a la vez.
Caitlyn arqueó una ceja, aún encima de ella, con el cabello desordenado cayéndole como seda oscura.
—¿Ahora? ¿Justo ahora? —Preguntó, como quien sabe que se viene una locura y no está segura si detenerla o dejarse arrastrar.
Vi alargó la mano hacia abajo, tanteando bajo la cama, hasta sacar una caja rectangular de madera con herrajes metálicos. La puso sobre el colchón con un gesto ceremonioso, exagerado, como si presentara un tesoro.
—Tachán.
Caitlyn ladeó la cabeza, entre divertida y desconcertada.
—¿Qué demonios es eso?
Un clic, y la tapa reveló un arnés de metal oscuro con correas suaves y un núcleo Hextech palpitando en el centro. La energía chisporroteaba apenas, azulada, como un corazón artificial a punto de arrancar.
—Vi… —Caitlyn parpadeó, incrédula. —¿Esto es de Jayce?
Vi soltó una carcajada baja, mordaz.
—Por favor. Jayce no tendría las agallas de inventar algo así solo. Esto es un… favor especial.
—¿Favor especial? —Repitió Caitlyn, con los ojos entornados.
Vi se inclinó, rozándole los labios con los suyos mientras murmuraba.
—Le pedí ayuda. Le conté lo que quería, lo que imaginaba contigo… —Rió entre dientes. —El pobre casi se cae de la silla. Juró que era experimental, que ni siquiera estaba probado, que podía explotar. Y yo pensé: qué mejor que estrenarlo con mi sheriff favorita.
Caitlyn se echó hacia atrás, tapándose la cara un instante, riendo con incredulidad.
—Eres una descarada sin remedio.
—Y tú me adoras por eso. —Vi la besó fugazmente y añadió, guiñándole un ojo.
Caitlyn la miró con mezcla de picardía y alarma fingida.
—¿Me estás diciendo que me vas a meter en un prototipo sin manual de instrucciones?
—Exacto. —Vi sonrió con esa seguridad que siempre era mitad promesa, mitad amenaza deliciosa. —Pero si algo se rompe… será la cama, no tú.
Caitlyn suspiró, teatral, dejándose caer de espaldas sobre las sábanas revueltas.
—Estás completamente loca.
Vi se inclinó sobre ella, con el descaro convertido en ternura por un segundo, y susurró contra su oído:
—Loca por ti.
El beso que siguió fue lento, incendiario, como si Vi reclamara cada milímetro de aire que existía entre sus bocas. Luego tomó el arnés con manos firmes, seguras, y se lo colocó como quien se enfunda un arma hecha a su medida. Las correas se ajustaron a su cintura con un chasquido suave, el metal frío contra su piel ardiente.
Cuando activó el núcleo Hextech, un pulso vibrante recorrió su cuerpo desde adentro, arrancándole un gemido bajo, gutural, que no tenía nada de fragilidad. Era placer puro, bruto, incontrolable. Su mandíbula se tensó y luego se relajó al ritmo de la vibración, y por un instante cerró los ojos, dejándose perder en esa ola caliente que le arrancó el aliento. Se arqueó apenas, riendo entre jadeos.
—Mierda… —murmuró con una carcajada ronca—. Esto es aún mejor de lo que imaginaba.
Abrió los ojos de golpe, fijos en Caitlyn con esa intensidad voraz que quemaba y seducía a la vez. Descarada. Dueña. Una diosa empapada en deseo. Se inclinó sobre ella, rozando su nariz con la suya, y susurró con voz áspera, cortada por la vibración que seguía palpitando en su cuerpo:
Con el arnés brillando en su cintura, la miraba desde arriba con una sonrisa torcida, pura confianza. El zumbido Hextech vibraba contra su vientre, arrancándole un jadeo que se volvió risa.
—Mmm… ¿sientes eso, pastelito? —Su voz era ronca, pegada a su oído. —Ni siquiera he empezado y ya me está volviendo loca.
Caitlyn se mordió el labio, arqueando la espalda, todavía encima de las sábanas desordenadas. Vi deslizó la palma por sus muslos, separándolos sin pedir permiso, hasta abrirla del todo. El arnés brilló como una amenaza deliciosa.
—Te voy a embestir hasta que olvides tu nombre. —Gruñó Vi, sujetándola fuerte de la cadera. —Aguanta, cazadora.
El primer empuje fue un golpe seco de cadera, profundo, que arrancó a Caitlyn un gemido entrecortado, puro fuego en la garganta. Sus uñas se hundieron de inmediato en la espalda desnuda de Vi, dejando marcas que ardían como si quisieran reclamar cada músculo bajo sus dedos.
Vi rió ronca, disfrutando de esa entrega.
—Eso… así, pastelito. Arañame todo lo que quieras, pero no vas a escapar de mí.
La vibración del arnés se transmitía en cada embestida, recorriéndoles los cuerpos como un latigazo eléctrico. Caitlyn arqueaba la espalda, recibiéndola, la respiración hecha jadeo contra la boca de Vi. La boxeadora se inclinó, pegando el pecho contra el suyo, y en un gesto de dominio entrelazó los dedos en el cabello de Caitlyn, tirando apenas hacia atrás para exponerle la garganta.
—Mírate… —Susurró Vi, lamiendo el cuello descubierto antes de morderlo con fuerza medida. —Toda mía, y aún así suplicando por más.
Caitlyn soltó un gemido ahogado, sus labios temblando entre protesta y rendición. Vi aprovechó ese instante para embestir otra vez, más hondo, con un ritmo marcado que hacía crujir la cama bajo su peso. Cada golpe de cadera arrancaba un chasquido húmedo, un jadeo más alto, un “Vi…” que se quebraba en su boca.
—¿Lo sientes? —Preguntó Vi contra su oído, sin detener el ritmo, la voz ronca, vibrando igual que el arnés. —Soy yo… llenándote, partiéndote en dos… hasta que no quede nada más que mi nombre en tu boca.
Caitlyn hundió las uñas más profundo, gimiendo como si esas palabras fueran la única verdad posible. Vi la sujetaba firme de la cadera con una mano, la otra aún enredada en su cabello, controlando cada movimiento, cada ángulo.
El calor del eclipse teñía la habitación, sombras danzando sobre sus cuerpos sudados. Caitlyn lo sintió: cómo Vi la dominaba sin romperla, cómo cada embestida era feroz pero también cuidada, un vaivén de poder y ternura escondida. Esa mezcla la volvía loca.
Vi bajó el ritmo un instante, casi cruel, solo para sentirla retorcerse bajo su peso. La miró a los ojos, jadeando, con la frente pegada a la suya.
—Dímelo, pastelito. —Susurró, acariciándole la mejilla con los nudillos mientras mantenía su cabello atrapado entre los dedos. —Dime que soy la única que puede llevarte hasta aquí.
—Tú… —Jadeó Caitlyn, el cuerpo entero tenso. —Solo tú, Vi. Nadie más.
La respuesta desató la tormenta. Vi gruñó y retomó el ritmo, más rápido, más fuerte, embistiéndola con una cadencia brutal. El arnés vibraba con tanta intensidad que recorría a ambas, arrancándole gemidos a Vi también, que se sacudía como si el placer la atravesara desde dentro.
—Mierda… —Jadeó, riendo entre dientes, con la voz rota. —Cait, voy a…
El cuerpo de Caitlyn tembló, sus muslos apretándose alrededor de Vi, el grito escapando de sus labios sin contención. El ojo Hextech se encendió de golpe, un destello azul violento que iluminó la habitación como un relámpago atrapado en cristal. El implante palpitaba al ritmo de su orgasmo, liberando chispazos eléctricos en la piel, marcando cada contracción de su cuerpo con destellos de luz que la hacían parecer irreal, casi divina.
Vi la sintió romperse debajo de ella y no pudo contenerse. Embistió una última vez, profunda, brutal, y el núcleo Hextech del arnés explotó en vibraciones descontroladas, arrancándole un gemido grave, casi un rugido animal. La electricidad del implante de Caitlyn se mezcló con el pulso del arnés, como si ambas hubieran alcanzado el mismo borde: cuerpo, máquina y deseo estallando en una misma onda.
Se quedaron pegadas, temblando, respirando como bestias desbocadas. Vi aún enredaba los dedos en el cabello de Caitlyn, pero ya no como gesto de dominio, sino de ternura, acariciándole el cuero cabelludo suavemente.
—Joder… —Susurró contra sus labios, con una sonrisa rota, sudorosa. —Creo que acabo de reventar medio prototipo.
Caitlyn rió débil, besándola despacio, todavía con el cuerpo sacudido por los ecos del clímax.
—Y aún así… —Susurró, mordiéndole el labio inferior con picardía. —Sobreviví.
Vi apoyó la frente contra la suya, aun jadeando.
—No, pastelito. —Corrigió, con esa sonrisa torcida que siempre prometía caos. —No sobreviviste. Te rendiste y eso fue perfecto.
Vi se desplomó literalmente encima de Caitlyn, jadeando, con los labios entreabiertos y los ojos medio cerrados, todavía presa del pulso eléctrico que le recorría las sienes. Su peso la aplastaba con calor húmedo y piel pegajosa, pero Caitlyn no se quejó: sentirla así, rendida y encima de ella, era el recordatorio perfecto de que habían sobrevivido al mismo incendio.
Una sonrisa perezosa se dibujaba en los labios de Vi, la mirada fija en ella como si acabara de presenciar un milagro nacer entre sus brazos. Caitlyn bajó los ojos, mordiéndose el labio, y Vi —aún con la respiración irregular— alzó la mano para rozárselo con el pulgar. El ojo Hextech parpadeó de nuevo, un destello breve, y después se calmó en un azul suave, acompasado a la quietud que empezaba a extenderse en ambas.
Vi la besó. Un beso lento, profundo, que aún sabía a electricidad, sudor y amor sin reservas. El calor que quemaba sus cuerpos empezaba a disiparse, pero el temblor en los dedos de Caitlyn decía que el fuego no había desaparecido: se había convertido en brasas dulces, escondidas bajo la piel.
Con un suspiro, Caitlyn se deslizó hacia un costado, saliendo con delicadeza del Hexstrap. Se acomodó al lado de Vi, con la cabeza apoyada sobre su pecho, escuchando el eco irregular de su corazón. Vi, aún jadeando, se quitó el arnés con lentitud, casi reverente, como si descargara un arma sagrada. Lo guardó en su caja, cerró la tapa y lo dejó a un costado, fuera de la cama, como un secreto peligroso.
Luego volvió a girarse hacia Caitlyn. Le apartó un mechón húmedo de la frente, y aún con el calor vibrando en su entrepierna y el alma llena de vértigo, susurró:
—Por favor… que sea así cada noche de nuestras vidas.
Caitlyn soltó una carcajada ronca, cálida, que vibró contra su piel.
—Eso fue… delicioso. Como si la magia existiera. —Murmuró con los ojos cerrados, una sonrisa perezosa aún en los labios.
Vi rio bajito, deslizando la mano por su cadera.
—Esa cosa es demasiado sensible. —Su voz tembló, todavía encendida. —Cada embestida me estaba volviendo loca… cada apretón tuyo… y cuando te corriste, pastelito… juro que sentí que yo también me rompía por dentro. Era como si tu cuerpo se hubiera quedado dentro del mío.
Caitlyn giró el rostro para mirarla. Sus ojos brillaban con una ternura capaz de derribar fortalezas enteras.
—Vi… —Susurró, apenas un aliento.
—¿Mmm? —Murmuró Vi.
Caitlyn tragó saliva y dejó que el silencio hablara por ella unos segundos más, hasta que por fin lo dijo:
—Eres el amor de mi vida.
Vi levantó lentamente la cabeza. La miró con los ojos bien abiertos, como si esa frase le hubiera detenido el corazón por un instante. Y luego sonrió, pero no solo con la boca: sonrió con todo el rostro, con el alma entera. La besó despacio, apenas rozando sus labios, y murmuró contra ellos:
—Y tú de todo mi jodido universo.
La abrazó fuerte, como si el cuerpo de Caitlyn pudiera deshacerse si no lo sostenía. Y así, envueltas en calor, con la respiración bajando al ritmo humano, Vi cerró los ojos y se dejó caer en el sueño, aún abrazada a la mujer que se había vuelto su hogar.
Caitlyn, sin embargo, no durmió de inmediato. Quedó mirando hacia la ventana. La luna, antes brillante, ahora era solo una silueta oscura recortada en el cielo. Pero por unos segundos, ese contorno apagado se tiñó de rojo. Un anillo tenue, rojizo, como un resplandor imposible envolviendo la oscuridad.
No era solo la luna. Era como si alguien hubiese encendido un sol negro en mitad del cielo.
En ese instante detenido, los hilos comenzaron a unirse en su mente. Las palabras que había oído. Las advertencias veladas. Las piezas encajaban solas, con la precisión de una bala entrando en el tambor.
Cerró los ojos con fuerza, como si pudiera retrasar lo inevitable.
“Mierda”, pensó. Porque ahora lo entendía, había llegado ese día.
Ocho horas después
No puedo precisar el instante en que el cielo comenzó a teñirse de rojo. Solo recuerdo la vibración inicial, un zumbido que se filtró a través de las paredes y me atravesó el pecho, aún tendida bajo el peso cálido de Vi, su respiración mezclada con la mía. Fue el último respiro de calma antes de que todo se fracturara.
Ahora, el mundo arde.
Aprieto el rifle contra mi hombro. El cañón todavía vibra por el calor del disparo anterior, y mis dedos tiemblan, no de cansancio, sino de la certeza de que no queda margen de error. Sobrevivir o morir. No hay otra ecuación.
Vi sigue a mi lado. Siempre a mi lado. Pero hoy la imagen duele más que nunca. Tiene el rostro manchado de sangre, un corte abierto sobre la ceja que no deja de sangrar, y el brazo izquierdo colgando apenas sostenido por la fuerza de su rabia. Los guanteletes Hextech chisporrotean; antes eran símbolo de poder, hoy son recordatorio de que ni siquiera la fuerza más bruta es invencible.
Jayce ha caído de rodillas. El martillo lo mantiene erguido como un poste clavado en la arena. Su abdomen es un río oscuro que amenaza con ahogarlo, pero su mirada aún se clava en el frente, negándose a caer del todo.
Sarah Fortune dispara desde una caja astillada, su pierna empapada en sangre que no deja de fluir. Su piel está lívida, pero las pistolas siguen alzándose, como si se negaran a aceptar que su dueña está perdiendo terreno.
Sevika es un muro en movimiento. Dos flechas le atraviesan la espalda, pero su brazo mecánico gira y destruye con la misma fiereza que siempre. Camina como quien desconoce la palabra rendición.
Jinx ríe con demencia mientras hace estallar media docena de enemigos. Ekko danza como un espectro, cada golpe cayendo con precisión letal. Lux convierte la penumbra en un resplandor irreal, su luz abriéndose paso entre la sangre y el humo. Una tríada imposible, sostenida por la urgencia de no morir aquí.
¿Y yo? Estoy entera. Relativamente entera. Más que cualquiera de ellos. Y eso no me reconforta, me condena.
Porque me persigue una certeza.
Fallé.
No vi lo que debía ver. No anticipé lo inevitable.
El incendio devora el muelle. El eclipse terminó, pero el aire sigue impregnado de ceniza, hierro fundido y derrota. Mi ojo Hextech arde, no como una herramienta, sino como una maldición: me obliga a mirar atrás, a revivir con precisión quirúrgica el segundo exacto en que entendí que ya era demasiado tarde.
Fue cuando vi el anillo ígneo que dibujó la luna eclipsada: un sol negro suspendido en el cielo, abrasador y eterno.
No era belleza astronómica. Era la señal.
La señal que Noxus esperaba.
La señal que encendió esta invasión.
El mundo comenzó a quebrarse frente a nosotras… pero no estoy sola. Todos ellos siguen allí, luchando, aunque la derrota nos respira en la nuca.
Me aferraré a esa visión con la fuerza con que se aferra un náufrago a un pedazo de madera. Porque incluso en medio del humo y la sangre, una certeza brilla entre las ruinas:
Todavía queda una última esperanza.
Y yo no voy pienso soltarla.