ID de la obra: 660

Harry Potter y las Hermanas Súcubos

Gen
PG-13
En progreso
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 45 páginas, 20.205 palabras, 3 capítulos
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Descripción:
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El mago y la súcubo

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Notas:
Casa Aensland-Potter… Los días seguían pasando, y de pronto para Harry, los años que pasó viviendo con los Dursley comenzaban a sentirse como un recuerdo lejano. En muy poco tiempo estaba empezando a aclimatarse a su nueva casa, y a su nueva dinámica. Quizás lo único que le hacía sentir un poco culpable era que estaba faltando a la escuela, pero Morrigan le dijo que de eso no tendría que preocuparse, ya que ellas dos se ocuparían de terminar de enseñarle lo que necesitara. Harry no se atrevió a protestar, ya que estudiar en casa sonaba mejor que ir a una escuela donde todos lo evitaban o se metían con él. Y eso era precisamente lo que estaba haciendo ahora. Él y Lilith estaban en el patio trasero, frente a la cancha de baloncesto, con un balón en el suelo, y en frente del aro. Lilith dio un paso adelante, y extendiendo una mano, hizo levitar el balón para lanzarlo describiendo un arco, y encestarlo en el aro. Afortunadamente, la cerca era lo bastante alta para evitar las miradas de vecinos curiosos, así que nadie podría verlos. – Aunque la magia puede sortear algunas de las leyes de la ciencia que los muggles conocen, también tiene sus reglas, y sus limitaciones. – explicaba Lilith. – Los magos y brujas normalmente necesitan canalizar sus poderes a través de varitas para mayor control y efectividad en sus hechizos, pero es posible usar magia incluso sin ellas. Hay quienes dicen que usualmente se requiere un gran talento y poder en bruto para hacerlo, pero con práctica hasta el más inexperto puede lograrlo. – Entonces, ¿qué debo hacer? – preguntó Harry. – Empezaremos con tareas sencillas. Como acabas de verme, la magia puede usarse para mover objetos sin tocarlos. – Lilith recogió el balón y lo puso a los pies de Harry. – Entre más grande y pesado sea el objeto, más poder deberás utilizar para moverlo, así que primero lo haremos con algo ligero. Haz levitar este balón y trata de encestarlo en el aro. Lilith se echó atrás para darle espacio, y Harry miró el balón inmóvil en el suelo. Se puso a pensar un poco, y recordó aquella película de ciencia ficción donde el protagonista intentaba aprender a mover objetos con la mente usando una especie de fuerza cósmica. El maestro le decía que tenía que aprender a sentirla para que hiciera lo que él quería, y tal vez la magia funcionaba de la misma manera. – Aquí voy. – Harry extendió una mano hacia el balón, manteniendo su distancia. Intentó visualizar el balón, cómo este se elevaba, volaba en arco hacia el aro y luego caía a través de la red. Al principio no pasó nada, así que Harry intentó concentrarse con más fuerza. Unos segundos después, finalmente comenzó a moverse, y a levantarse del suelo. Harry sonrió, pero esa emoción que sintió rompió su concentración y el balón cayó al suelo de nuevo, rebotando hasta detenerse de nuevo a sus pies. – Pude moverlo. – señaló Harry. – En serio pude moverlo. – Sí, pero tienes que concentrarte para mantenerlo. – dijo Lilith. – No te preocupes, ya cuando practiques más podrás hacerlo casi por instinto. Harry asintió, así que volvió a intentarlo de nuevo. La segunda vez, no se le hizo tan difícil empezar a levantarlo del suelo, y en segundos ya lo tenía flotando por encima de su cabeza. Harry intentó hacer un movimiento con la mano para lanzarlo hacia el aro, pero se pasó de fuerza, y el balón se fue por encima del aro, por encima de la cerca, y al parecer le cayó a alguien que iba trotando por el camino en ese momento. – ¡Hey! ¡Cuidado, no lancen balones a la calle! – les gritó lanzándoselos de vuelta. – ¡Perdón! – se disculpó Lilith. – Quizás sea mejor practicar bajo techo, por si acaso. Harry estuvo de acuerdo. No quería tener problemas porque lo pillaron practicando magia en público. Volvieron al interior de la casa y se disponían a seguir practicando a mover objetos pequeños, cuando la entrada se abrió y Morrigan entró a la casa. – Hola, ya llegué. – los saludó. – ¿Se están portando bien, niños? – Bienvenida, Morrigan. – replicó Lilith. – Por cierto, los espejos han estado sonando todo el día por alguna razón. Parece que tienes un mensaje. – ¿Mensaje? – dijo la súcubo mayor, algo sorprendida. – Hmm, ¿quién podrá ser? – Ni idea. Supuse que podría ser algo privado, así que no los he revisado. – dijo Lilith. – Qué considerada. – replicó Morrigan con una sonrisa. Se dirigió hacia uno de los espejos que estaban en la sala, y lo tocó con el dedo. Al instante, una luz rodeó todo el contorno del espejo, y el reflejo de Morrigan se vio reemplazado por la imagen de otra persona. Específicamente, de un hombre anciano, con cabello y barba larguísimos de color plateado, con gafas de media luna y un traje que no luciría fuera de lugar en las historias de magos y caballeros de la edad media. – Saludos, Morrigan. Sé que ha pasado un largo tiempo desde la última vez que nos vimos, pero necesito hablar contigo urgentemente. Ha llegado a mi conocimiento que Harry Potter se encuentra bajo tu cuidado. Las orejas de Harry se aguzaron en el momento en que el hombre pronunció su nombre. Inmediatamente él y Lilith se pusieron al lado de Morrigan, cuya expresión, aunque calmada, también denotaba cierta sorpresa en sus ojos. – Ya que te conozco, confiaré en que no tienes malas intenciones con él, pero debes saber que tu decisión, cualesquiera que hayan sido tus motivaciones, ha causado un gran revuelo en toda la comunidad mágica. La gente se está preguntando en dónde está, ya que desapareció sin dejar rastro, y el hecho de que no he podido darles una respuesta está causándome muchos problemas en este momento. Así que, si no es molestia, me gustaría que pudieses contactarme a la brevedad, para que podamos hablar sobre esto. El hombre hizo una cortés reverencia antes de cerrar el mensaje. – Espero que te encuentres bien. Y pido disculpas por no contactarte en mejores circunstancias. Y dicho eso, el mensaje terminó, y el espejo volvió a la normalidad. Harry y Lilith miraron a Morrigan, que parecía profundamente pensativa, y fue el chico quien finalmente decidió romper el silencio. – Morrigan… ¿quién era ese anciano? ¿Y cómo es que sabe mi nombre? – Albus Dumbledore. – replicó Morrigan. – Es el director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y posiblemente el mago más poderoso que vive actualmente. En cuanto a por qué sabe tu nombre… la verdad no tengo idea, pero supongo que si se lo pregunto me lo dirá. – ¿Son amigos ustedes dos? – preguntó Lilith. – Sonaba a que te conocía, aunque por su mensaje parece que no se han visto en mucho tiempo. – En efecto, de eso ya hacen más de cincuenta años. – asintió Morrigan. – Supongo que… tengo que devolverle la llamada de inmediato. Las horas de clase en Hogwarts ya deben haber terminado, así que imagino que estará disponible para contestar. Escuchen, pueden empezar a cenar sin mí, yo tengo que hacer una llamada. Harry se quedó mirando a Morrigan mientras subía a su habitación, con más preguntas que respuestas. Algo era seguro; este hombre llamado Albus Dumbledore sabía quién era él, por lo que posiblemente también quiénes eran sus padres y por qué había terminado al cuidado de los Dursley. Morrigan subió las escaleras sin prisa, pero sin detenerse. El mensaje de Albus Dumbledore hizo que la súcubo se pusiera más seria de lo usual, pues su intuición le decía que, si él estaba involucrado, entonces habría mucho más detrás de la historia de Harry de lo que se imaginaba. Eso, y si tenía la oportunidad de sonsacarle cualquier información sobre el chico, no podía dejarla pasar. Ya en su habitación, Morrigan fue hacia el espejo de su gabinete de ropa. Aunque podría haber utilizado cualquiera de los espejos que trajo a la casa, incluyendo el de la sala en el que recibió el mensaje, algo en ella le dijo que este asunto era muy serio y privado. Y por si acaso Harry y Lilith planeaban escuchar detrás de la puerta, también tomó la precaución de insonorizar la habitación. – Bueno… parece que finalmente decidió usar el regalo que le dejé. – se dijo mientras tocaba el espejo para activar el canal de comunicación mágica. – Albus Dumbledore… deseo hablar contigo ahora. Igual que antes, la imagen en el espejo se distorsionó en un remolino, y al cabo de unos segundos, apareció la imagen del anciano director. La expresión de éste, aunque a primera vista insondable, le dijo que ya se esperaba su llamada. – Buenas noches, Morrigan. Me respondiste antes de lo esperado. – le dijo. – Disculpa si te hice esperar. – dijo ella en tono casual. – Estaba en el trabajo, y sólo vi tu mensaje después de volver a casa. – Lo entiendo. – respondió el director. – Aun así, me alegro que respondieras tan pronto. Necesitamos hablar. De preferencia… en un lugar privado. Morrigan miró fijamente al director. Los dos compartían algo de historia pasada, incluso podría decirse que consideraba a Dumbledore un viejo amigo. Aunque no estaba segura si el sentimiento era recíproco, ya que siempre tuvo la sensación de que él no confiaba al 100% en ella. – ¿Qué tal si nos vemos en el campo donde tú y Gellert Grindelwald tuvieron su duelo legendario? – sugirió ella. – Allí fue donde nos vimos en persona por última vez, ¿no? – Hmm… supongo que es apropiado. – Dumbledore accedió. – De momento, necesito ordenar algunos asuntos, así que te avisaré durante el transcurso de la semana para establecer un día y hora. – Me parece justo. Estaré esperando tu siguiente llamada con muchas ansias. – dijo Morrigan en un tono ligeramente coqueto, y guiñándole el ojo. – No te hagas falsas ideas. – replicó seriamente el director. – Sólo quiero conversar contigo, nada más. – Sí, por supuesto. – Morrigan volvió a ponerse seria. – Yo también tengo algunas preguntas para ti, después de todo. – Estaré feliz de contestarlas, en la medida de lo posible. – dijo Dumbledore con voz serena. – Nos veremos pronto, si todo va bien. Que tengas buenas noches, Morrigan. – Tú también, Albus. Gusto en saludarte. El espejo se apagó, y la imagen de Dumbledore desapareció. Una vez que Morrigan vio su reflejo nuevamente, su semblante volvió a tornarse serio. Cuando le prometió a Harry que buscaría información sobre él y su familia, no se imaginó que la fuente vendría a ella directamente. Por supuesto, no se quejaría. – Albus… ¿qué es lo que sabes sobre Harry?

***

Unos días después… Morrigan siempre se presentaba puntual a las citas, y esta vez no era la excepción. Especialmente tratándose de un viejo amigo, a quien no veía literalmente desde hacía décadas. Y como cabría esperar, dicho amigo también se presentó a la hora acordada, llegando apenas dos minutos después de ella. Una media sonrisa curvó los labios de la súcubo. Aunque los años habían dejado su marca en Albus Dumbledore, y ciertamente ya no era ese hombre apuesto que conoció de joven, el mago aún se conducía con la misma elegancia y dignidad que hacía tantos años, y tuvo que admitir que su apariencia de abuelito también era encantadora a su manera. Sus ojos aún tenían el mismo brillo de antaño, aunque ahora más templados con la experiencia y la sabiduría. «Una pena que nunca se sintiera atraído por mí.» Por supuesto, ella no le guardaba ningún rencor, y de hecho le tenía cierto respeto por haber sido uno de los pocos individuos capaces de resistir sus poderes de seducción, aunque fuese sólo debido a sus preferencias. Aun así, ella aún lo consideraba un amigo, aunque quizás él no la viese de la misma manera. – Hola, Albus. Es bueno volver a verte. – lo saludó. – Ha pasado un tiempo, Morrigan. – replicó el anciano cortésmente. – Te ves bien, especialmente para tus, ¿cuántos, 110 años? – Morrigan sonrió pícaramente. – 109, en realidad. – le corrigió Dumbledore, sonriendo también. – Y tú no has cambiado nada desde la última vez que nos vimos. Pero no he venido aquí a hablar de los viejos tiempos. – No, por supuesto que no. – El semblante de Morrigan se tornó serio, y cruzó los brazos. – No me habrías citado para hablar en este lugar si no fuese importante, ¿verdad? – Así es. – asintió el mago. – Debo decirlo, me sorprendió mucho descubrir que tú, de todas las personas, decidiste llevarte contigo a Harry Potter. – Lo hice sólo porque mi querida hermanita pareció encariñarse con él. – dijo Morrigan. – Aunque no lo niego, es un muchacho simpático, amable y encantador, así que yo habría hecho lo mismo. Especialmente considerando cómo lo trataba su familia, si es que merecen que los llamen así. – Morrigan, ese niño no puede estar fuera de esa casa. Por su propio bien. – ¿Por su propio bien? – Morrigan puso los brazos en jarras, e intencionalmente se hizo levitar ligeramente para ver a Dumbledore desde arriba mientras le apuntaba con un dedo acusador. – ¿Tienes idea de cómo lo maltrataban? ¿Cómo lo hacían dormir en una oscura alacena, cómo su primo y sus amigos siempre lo golpeaban, y cómo lo trataban como a un sirviente no remunerado? ¿Cómo puedes decir que fue por su propio bien? – Morrigan, no puedes juzgarme si no entiendes todo el contexto. – se defendió Dumbledore. – Entonces ilumíname. – replicó ella. – En primer lugar, quiero saber por qué ese niño estaba allí en ese lugar tan tóxico. Me imagino que tú debes saber qué les pasó a sus padres, ¿verdad? Dumbledore no respondió de inmediato, pero su expresión fue toda la respuesta que Morrigan necesitaba. El anciano suspiró y desvió la mirada brevemente antes de volver a hablar. – Es… complicado. Te aseguro, no habría dejado a Harry allí si realmente no fuese por su propia seguridad. – ¿Y qué tiene de especial Harry? Si hablas de su seguridad, supongo que ha de haber algo o alguien que lo está persiguiendo, ¿no? – De mente aguda, como siempre. – la halagó Dumbledore. – Te preguntaré algo: ¿qué tan al tanto estás de los sucesos en el mundo mágico en los últimos veinte años? – No mucho, la verdad. – dijo Morrigan despreocupadamente. – Siempre he sentido que ustedes los magos se han estancado en muchas cosas, mientras que al menos los muggles sí han progresado, particularmente en el área del entretenimiento. Así que he estado muy desconectada, sin ofender. – No hay ofensa, sólo has dicho la verdad. – aceptó Dumbledore con dignidad. – Entonces supongo que puedo decirte esto. Hasta hace unos diez años, estaba en ascenso uno de los magos tenebrosos más malvados y poderosos del último tiempo. Se hacía llamar Lord Voldemort, y en su ascenso al poder, él y sus seguidores aterrorizaron a la comunidad mágica de Gran Bretaña como nunca se había hecho en décadas. Morrigan escuchó atentamente los relatos de Dumbledore, de los sucesos, las desapariciones, muertes. Cómo ese mago malvado reclutaba seguidores, no sólo otros magos tenebrosos, sino criaturas oscuras que se unieron a sus filas, bajo su causa de generar terror y estragos a todos aquellos que se les oponían. Y las cosas que llegó a hacer el que se hacía llamar Voldemort (un nombre realmente ridículo, si se lo preguntaban) casi le daban ganas de vomitar. – Suena a que este sujeto Voldemort es incluso peor que Grindelwald. – dijo Morrigan, aprovechando una pausa para dar comentarios al respecto. – Pero sigo sin entender dónde figura Harry en todo esto. – Ya estoy llegando a esa parte. – dijo Dumbledore con calma. – Todo comenzó hace unos diez años. Estaba entrevistando a una aspirante para el puesto de profesora de Adivinación en Hogwarts. Te seré sincero, estaba considerando muy seriamente retirar la materia del programa escolar. – No te culpo, la verdad es que no veo cuál es el sentido de preocuparte tanto por el futuro. – replicó ella despreocupadamente. – Saber lo que va a pasar le quita lo divertido a la vida. – Sin embargo, mientras la entrevistaba, entró en una especie de trance. – continuó Dumbledore, ignorando su comentario sarcástico. – Y recitó una profecía, una profecía auténtica. Hablaba sobre un niño que nacería a finales del mes de julio, y que estaba destinado a derrotar a Voldemort. – Y ese niño… ¿ahora me dirás que es Harry? – preguntó Morrigan arqueando una ceja. – Lo curioso es que podría no haber sido él. Verás, la profecía decía lo siguiente. "El único con el poder para derrotar al señor tenebroso se acerca. Nacido de los que le han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes". En ese entonces, dos parejas de miembros de mi Orden del Fénix se encontraban esperando hijos, Frank y Alice Longbottom… y James y Lily Potter. Ambos matrimonios ya se habían enfrentado a Voldemort tres veces, y escapado por los pelos con vida. La última parte hizo que Morrigan pensara profundamente. No había que ser un genio para juntar dos y dos y deducir que la segunda pareja eran los padres de Harry. La súcubo empezó a sospechar que detrás de la cicatriz en la frente del chico debía haber una historia todavía más siniestra de lo que imaginó. Pero aún quedaban algunos detalles que no encajaban. – Pero espera… si había dos posibles candidatos, ¿cómo estás tan seguro de que Harry es el niño de esa profecía? – inquirió Morrigan. – Esa es la segunda parte. El hijo de los Longbottom, Neville, nació el 30 de julio, mientras que Harry nació el 31. Podría haber sido cualquiera de los dos. Pero la segunda mitad rezaba: "Y el señor tenebroso lo marcará como su igual, pero él tendrá un poder que el señor tenebroso no conoce. Y uno de los dos deberá morir a mano del otro, pues ninguno podrá vivir mientras siga el otro con vida". La segunda parte de la profecía era aún más ominosa que la primera. Morrigan dedujo, por la parte de "lo marcará como su igual" que el propio Voldemort sería el que decidiría quién de los dos se convertiría en su enemigo mortal. Pero la peor parte era naturalmente el final. Eso significaba que uno de los dos debía matar al otro. – Entonces… ¿asumo que Voldemort decidió cortar el problema de raíz y matar al niño cuando aún era un bebé, antes que se convirtiera en una amenaza para él? – preguntó Morrigan, a lo que Dumbledore asintió. – Así fue. La noche de Halloween hace casi diez años, Voldemort atacó a los Potter en su casa, mientras intentaban ocultarse, y después de matar a James y a Lily, fue por Harry. Morrigan de nuevo sintió ganas de vomitar. Asesinar a un bebé, uno de los actos más cobardes que alguien podría cometer, si se lo preguntaban. Pero evidentemente, algo salió mal esa noche. Porque Harry aún seguía aquí, lo que significaba que Voldemort no pudo matarlo. – Pero no resultó tan fácil como esperaba, ¿verdad? – inquirió Morrigan, aunque no era realmente una pregunta. – De alguna manera, Harry salió de allí, sin más que una cicatriz en la frente por alguna razón. – Sólo puedo especular, pero sospecho que antes de morir, Lily Potter conjuró una protección sacrificial sobre Harry. – explicó Dumbledore. – Un tipo de magia antigua que sólo se da en condiciones muy específicas. – He leído sobre ella. – dijo Morrigan. – Es una protección que sólo puede conjurarse si la persona en cuestión tiene una posibilidad de salvar su propia vida, pero activamente la rechaza para proteger a alguien a quien ama. Muy pocas personas están dispuestas a hacer ese sacrificio, y aún menos tienen la oportunidad de hacer esa elección. Pero entonces, si esa protección dio resultado, y Voldemort no pudo matar a Harry, el problema está resuelto, ¿no? – Me temo que no es tan simple. – dijo Dumbledore con gravedad. – En primer lugar, aunque Voldemort se haya ido, muchos de sus seguidores aún siguen allá afuera, y más de uno desearía cobrar venganza. Y en segundo… porque sospecho que Voldemort no se ha ido para siempre. Morrigan levantó una ceja. Su intuición le decía que ahora venía una parte todavía más seria de toda esta historia. – Desde que lo conocí, Voldemort siempre había estado obsesionado con la inmortalidad. – continuó Dumbledore con voz grave. – Durante años se ha sumido en las artes oscuras y llevado a cabo experimentos horripilantes para evadir a la muerte a toda costa. Es por eso que cuando supo sobre esta profecía, sabía que este niño se convertiría en una amenaza para su existencia, y tenía que eliminarlo a toda costa. – Tch, entre más me describes a ese tal Voldemort, más me repugna. – Morrigan se cruzó de brazos. Ya era suficientemente malo saber que intentó asesinar a un bebé, pero el contexto detrás de ello lo hacía ver aún más cobarde y canalla. Podría sonar algo hipócrita viniendo de ella que, técnicamente, era una criatura oscura y a veces se metía con magias antiguas y prohibidas, pero jamás llegaría a cosas como esas. – Mi punto es, que Voldemort aún sigue allí fuera. – continuó Dumbledore. – Obviamente está débil, y no es más que una sombra de lo que fue, pero aún está vivo. Y mientras lo esté, no descansará hasta recuperar su poder, y lo más importante, hasta acabar con la vida de Harry, el único que tiene el poder para derrotarlo. Así que he hecho lo mejor que podía, dadas las circunstancias. Gracias al sacrificio de la madre de Harry, la protección que ella le dejó sigue en sus venas, y a partir de ella, pude conjurar otra protección adicional, la cual se mantendrá mientras el chico viva bajo el mismo techo que un familiar con la misma sangre de su madre. En este caso, su hermana, Petunia. Harry estará protegido allí, hasta que cumpla los 17 años. Morrigan se mordió el labio ligeramente. Había estado dando muchas vueltas, pero poco a poco las cosas encajaban. Ahora al menos ya tenía todo el contexto, o la mayor parte, del porqué Harry se encontraba viviendo en ese hogar abusivo con esas personas tan desagradables. Visto desde fuera, en el panorama general, tenía sentido: si realmente Voldemort no se había ido permanentemente, y si sus secuaces aún rondaban por allí buscando venganza por la caída de su señor, entonces sí, ese era el lugar más seguro para Harry. Pero obviamente, había un minúsculo e insignificante detalle que Dumbledore había pasado por alto. – Dime una cosa, Albus. Cuando dejaste a Harry en esa casa, ¿esperabas que simplemente acogieran al chico sin protestar? ¿No pensaste que tal vez, sólo tal vez, no iban a estar exactamente felices de tenerlo allí, que iban a hacer de su vida un infierno? – Tenía la esperanza de que al menos entendieran la situación. – admitió Dumbledore sin sonar muy seguro de sí mismo. Morrigan suspiró. – A veces, parece que tiendes a creer demasiado en la bondad de la gente, incluso cuando es obvio que no se lo merecen. – dijo la súcubo. – ¿Sabes lo cerca que estuvo Harry de haberse vuelto un Obscurial? Tú deberías saberlo mejor que nadie, ¿no? Dumbledore retrocedió ligeramente ante eso. Al ver la expresión de shock en su rostro, Morrigan inmediatamente sintió remordimiento y desvió la mirada. – Lo siento, ese fue un golpe bajo. – se disculpó, con total sinceridad. Decir esa palabra seguramente debió traerle muy malos recuerdos, de su hermana Ariana, y de su sobrino Aurelius. – No, está bien. – dijo Dumbledore. – Y tienes toda la razón. Debo admitir que, en ese momento, sí pensé un poco en ello, pero al final, creí que sería un riesgo calculado. Y dejé a uno de mis contactos para que vigilase a Harry y me reportara lo que sucedía. No hubo incidentes mayores durante los últimos nueve años así que creí que… que había tomado la decisión correcta. – Sabes, si me hubieras contactado, con mucho gusto habría acudido en tu ayuda. – dijo Morrigan, con cierto deje de indignación. – Después de todo, te ayudé a prepararte para tu duelo contra Gellert Grindelwald, y mantuve a sus seguidores a raya para que nadie interfiriera. Y si necesitabas proteger al chico, yo podría haberlo ocultado sin problemas. Dumbledore miró a Morrigan con algo de vergüenza. – Si te soy sincero… en ese momento realmente no quise hacerlo. Tal vez por orgullo, o… porque no estaba seguro si podía confiar en ti. Morrigan rodó los ojos. Admitiéndolo, se sentía un poco herida, pero entendía su razonamiento, hasta cierto punto. Además, durante ese tiempo ella se encontraba del otro lado del océano, pues pasaba la mayor parte de su tiempo en el mundo humano en Estados Unidos. Pero si la hubiese llamado, ella habría ido de inmediato a darle una mano, que por como sonaban las cosas realmente la necesitaba. Dicho eso, ella sabía que Dumbledore era de mente mucho más abierta que la mayoría de magos modernos, y que al menos trataría de juzgarla como individuo, y no por el estigma que los magos y brujas tenían en contra de las súcubos en general. Pero bueno, era humano, y por lo tanto tenía permitido cometer errores, aunque sus intenciones fuesen buenas. – Escucha, no me gusta nada el hecho de que quieras usar a Harry como arma para derrotar a Voldemort. El pobre sólo es un niño y no tendría por qué involucrarse en guerras de adultos. – dijo Morrigan. – No es que yo esté feliz con ello tampoco. – señaló Dumbledore. – Pero es nuestra mejor esperanza, aunque me duela admitirlo. – Y eso lo entiendo. Lo que me lleva al siguiente punto: si realmente Harry está destinado a pelear a muerte con Voldemort, no has hecho absolutamente nada para prepararlo en los últimos diez años. – continuó Morrigan. – Por lo que Lilith me contó, el pobre chico tiene que pasársela huyendo de los matones que quieren golpearlo. Si no puede contra ellos, ¿cómo esperas que se enfrente a un mago tenebroso que le lleva décadas en experiencia y poder, eh? – ¿Qué sugieres entonces? – preguntó Dumbledore educadamente. Era obvio que era sólo una forma de evadir la pregunta de ella, para no admitir abiertamente ese garrafal error suyo. Pero ella no estaba de humor para recriminárselo. – Lilith y yo podemos proteger a Harry de lo que sea, y de quien sea. Y también podemos entrenarlo para que aprenda a protegerse a sí mismo. – dijo Morrigan. – Ambas pudimos sentirlo, el chico tiene un gran potencial. Todo lo que necesita es alguien que le ayude a desarrollarlo. – ¿Realmente crees poder hacerlo? – cuestionó Dumbledore. Morrigan simplemente sonrió con confianza. – Con el debido respeto, he vivido al menos tres veces más que tú, así que es obvio que tengo experiencia de sobra. – dijo la súcubo chasqueando los dedos. – Hay muchas cosas que puedo enseñarle, incluyendo nuestra magia personal de contacto. La mayoría de magos y brujas no sabrían qué los golpeó. – Suenas muy segura de ti misma. – dijo el anciano director, algo suspicaz. Parecía que todavía no lo convencía al 100%. – En ese caso, ¿qué tal si hacemos un trato? – dijo Morrigan. – Harry se queda conmigo y con mi hermana, y nosotras nos ocupamos de que esté bien. A cambio, te contactamos regularmente para que sepas lo que sucede, y puedas estar tranquilo. Aún falta un año para que Harry reciba su carta de admisión en tu colegio, ¿verdad? – Sí, en efecto. – asintió Dumbledore. – Aunque, si haces un buen trabajo, quizás ni siquiera necesite asistir. – Ah, creo que le hará bien, para que pueda relacionarse y hacer amigos de su edad. – dijo Morrigan. – Pero será su decisión, no nuestra. – Me parece justo. – dijo Dumbledore. – Entonces… ¿prometes que cuidarás bien de Harry hasta que llegue el momento? – Por supuesto que lo haré. – dijo Morrigan. – Puede que sólo hayan sido unas semanas, pero me he encariñado mucho con él. Y Lilith también, estoy segura. Ahora, respecto a lo que hemos hablado… ¿qué tanto debería decirle a Harry? – Morrigan… – Dumbledore estuvo a punto de decir algo, pero ella lo silenció con el dedo. – No me vengas con tonterías como que "aún es muy pequeño". Los niños no son tan tontos como a veces creemos los adultos, ¿sabes? Ocultarles cosas bajo la excusa de protegerlos a veces sólo empeora las cosas. – Lo sé. Pero debes admitir que sería demasiado decirle todo de una vez. – Creo que, al menos por ahora, el chico merece saber quiénes fueron sus padres, y que ambos dieron su vida para protegerlo. – dijo Morrigan. – Esos muggles con los que vivía le mintieron descaradamente, diciéndole que habían muerto en un accidente de auto, y ni siquiera sabe sus nombres. Lo único que sabe es que su madre era hermana de su tía, y ni siquiera tienen fotos de ella en su casa, ¿puedes imaginártelo? – Eso… es realmente lamentable. – Dumbledore sonó decepcionado. Quizás con esa mujer, y consigo mismo por confiar en ella. – Creo que subestimé cuánto rencor le guardaba Petunia a Lily. – Ya no podemos hacer nada respecto a eso. – dijo Morrigan. – Bueno, al menos ahora que tengo sus nombres, será mucho más fácil ubicar a quienes los conocían, y tal vez pedirles algunas fotos para que Harry pueda tenerlas. – Yo puedo ocuparme de eso. – dijo Dumbledore. – Tengo los registros de todos los estudiantes que han pasado por Hogwarts, y se me hará fácil contactarlos. – Muy bien, te lo encargo. – dijo Morrigan. – Mientras tanto, yo me ocuparé de Harry, de sus necesidades, y de entrenarlo personalmente. Tal vez ni lo reconozcas cuando lo veas. – No sé si debería alegrarme o preocuparme por eso. – dijo Dumbledore esbozando una sonrisa. Luego sacó del bolsillo de su túnica un reloj, que tenía doce manecillas y en lugar de números tenía varios planetas orbitando a su alrededor. – Bueno, creo que esta reunión ya se prolongó lo suficiente. Debo volver a atender mis deberes como director. – Ah, ¿tan pronto? Y apenas estábamos empezando a ponernos al día. – Morrigan sonó decepcionada. – Bueno, supongo que tendremos que vernos otro día. – Así será. No creí que diría esto, pero… me dio gusto volver a verte, Morrigan. – A mí también, Albus. A mí también. Y sin decir adiós, cada uno se fue por su lado. Morrigan se echó a volar, mientras Dumbledore alzaba su varita y desaparecía de allí, con un breve sonido de latigazo que apenas era audible, aunque no hubiese nadie excepto ella. Bueno, la conversación había sido bastante fructífera. Ahora Morrigan sabía más sobre Harry, y tenía mucho que contarle sobre lo que querría saber. La pregunta era, ¿qué tanto estaría bien revelarle por el momento?

***

De vuelta en casa, al anochecer… Morrigan tardó bastante en volver. Hasta entonces, Harry y Lilith decidieron matar el tiempo jugando y practicando más el uso de la magia. Harry empezaba a ganar control gradualmente, pero por el momento sólo podía mover objetos muy pequeños, como tazas o cubiertos. Fue tal como se lo dijo Lilith, mover objetos más grandes y pesados requería un mayor esfuerzo y control, y no era como en esa película con la fuerza cósmica. De todas maneras, no era que tuviese tanta prisa por aprender a utilizarla. Fuera de aquellas instancias accidentales, nunca había tenido que depender de ella, y sinceramente una parte de él pensaba que, si se ponía a utilizarla, tal vez el poder se le podría subir un poco a la cabeza. A él no le importaría seguir viviendo de manera normal, sin tener que utilizarla, aunque también estaba a considerar lo que le contaron Morrigan y Lilith que podría suceder si la reprimía. «Supongo que tendré que aprender de una forma u otra,» pensó. Morrigan había mencionado que ese hombre que la llamó por el espejo era el director de un colegio de magia y hechicería. ¿Significaba eso que había escuelas donde te enseñaban a utilizar la magia? Tendría sentido, si existían ese tipo de riesgos con esa clase de poder. Tenía ganas de preguntarle sobre eso. Y como si le leyera el pensamiento, justo en ese momento Morrigan regresó. No entró por la puerta, sino que se materializó en un círculo de magia verde en el suelo que formó una nube de murciélagos. – Bienvenida, Morrigan. – la saludó Lilith. – ¿Cómo resultó todo? – Supongo que valió la pena. – La súcubo mayor caminó hacia el sofá donde estaban sentados y se dejó caer entre los dos. – Y te traigo buenas noticias… y otras no tan buenas. Harry notó el semblante de Morrigan. Aunque estaba sonriendo, su expresión se veía ligeramente más seria que cuando se marchó. Algo en él intuía un poco de lo que se refería. – Es… ¿acerca de mis padres? – se aventuró a preguntar. Morrigan aspiró profundamente, y tomó la mano del chico con suavidad mientras lo miraba a los ojos. – Lo que te voy a decir… es muy delicado, Harry. – dijo Morrigan. – En lo que a mí concierne, mereces saberlo mejor que nadie, pero piénsalo bien. Una vez que aceptes, no habrá vuelta atrás. ¿Realmente quieres saberlo? – Por supuesto que quiero saberlo. – respondió Harry, sin un ápice de duda. Morrigan sonrió, y apretó la mano del muchacho entre las dos suyas. – Hasta hace unos diez años, en la comunidad mágica de Gran Bretaña se estaba librando una terrible guerra, contra un mago malvado que se hacía llamar… Lord Voldemort. – empezó a contar Morrigan, antes de rodar los ojos ante la mención del nombre. – En serio, no sé a quién se le ocurre un nombre tan ridículo. Como sea, tus padres eran parte de una organización que se oponía a él, llamada la Orden del Fénix. Fue él quien los mató. Harry no dijo nada. Simplemente se tomó un momento para asimilar lo que acababa de decirle Morrigan, y todas sus implicaciones. Desde que Morrigan y Lilith lo sacaron de Privet Drive, se había empezado a cuestionar si lo que le dijo tía Petunia sobre sus padres era cierto o no. Una parte de él ya se esperaba que le hubiese mentido sobre cómo habían muerto, pero enterarse que habían sido asesinados… eso realmente era impactante. Morrigan entonces le palpó la cicatriz en la frente, y miró a Lilith antes de continuar. – Tal como dijiste, esta cicatriz fue provocada por una maldición. Una maldición con la cual iba encaminada a matar. Pero falló, gracias a que la madre de Harry se interpuso para protegerlo. Fuiste afortunado, querido Harry. Tus padres te amaban tanto, que dieron sus vidas para protegerte de ese malvado mago tenebroso. La conmoción que Harry sintió por enterarse que sus padres habían sido asesinados, ahora se entremezclaba con una ligera calidez y gratitud. Durante el tiempo que vivió con los Dursley, constantemente todos le recordaban que nadie lo quería. Incluso había quienes sugerían de manera cruel que sus padres también lo habían abandonado, cosa que él, naturalmente, se negó a creer. Aunque no cambiaba el hecho de que estuvieran muertos, saber que en realidad murieron para protegerlo de cierto modo mitigaba ese dolor de haberlos perdido. Eso significaba que, al menos, eran buenas personas. – ¿Ese anciano te dijo algo más? – preguntó Harry, queriendo indagar todo lo posible. – ¿Sus nombres o algo? – Sí, me dijo que sus nombres eran James y Lily Potter. – dijo Morrigan. – No tuve tiempo para preguntarle más detalles, pero ahora que sabemos sus nombres, será mucho más fácil contactar a quienes hayan sido sus amigos en el colegio. Tal vez podamos preguntarles más sobre ellos y conseguir fotos suyas, para que sepas cómo lucían. – Eso… eso me gustaría. – Harry sonrió ligeramente. Quizás conseguir fotografías de sus padres le ayudaría a aliviar un poco ese vacío. – ¿Qué más te contó? Quiero saberlo todo. – Ya habrá tiempo para hablar con calma de eso después. – dijo Morrigan. – Mientras tanto, también estuve pensando, y creo que ya es hora de que yo también te enseñe un poco cómo utilizar tu magia. – Pensé que me ibas a dejar a mí a cargo de eso. – comentó Lilith. – Oh, pero claro que sí, querida hermanita. – dijo Morrigan. – Pero el tipo de magia que quiero enseñarle a Harry es… muy diferente. Cosas que definitivamente no le enseñarán en ninguna escuela de magia. La súcubo mayor sonrió de manera enigmática. En el tiempo que llevaba viviendo con ellas, pudo darse cuenta que siempre que Morrigan sonreía de esa forma, era porque se traía algo entre manos. No por malicia, sino más bien para sorprender. – Bueno, Harry, ya se está haciendo tarde, será mejor que te vayas a dormir. – dijo Morrigan. – Seguiremos hablando en la mañana, ¿te parece bien? – Pero aún es muy temprano. – dijo Harry. Morrigan le lanzó una mirada de reojo, y el chico se dio cuenta que no había lugar para discutir. – Ah, está bien, pero te tomo la palabra. Aún tengo muchas preguntas que hacer. – Y estaré feliz de responderlas, cariño. – dijo Morrigan, dándole un besito en la frente. – Pero por ahora, mejor que descanses, ¿de acuerdo? – De acuerdo. Buenas noches, Morrigan. Buenas noches, Lilith. Harry subió las escaleras hacia su dormitorio, dejando a Morrigan y Lilith en el sofá. Se le hizo un poco extraño que Morrigan no mandase a Lilith a dormir también, pero de nuevo, la casa técnicamente era de ellas, así que ellas ponían las reglas, y en realidad no le importaba esperar a mañana para continuar la conversación. Aunque una parte de él tenía la extraña sensación de que la súcubo mayor le estaba ocultando detalles importantes, pero supuso que ya se los diría con calma, a su debido tiempo. Una vez que se oyó la puerta del dormitorio de Harry cerrándose, Morrigan volvió a adoptar una expresión seria. Lilith, que casi no había intervenido en la conversación desde que su hermana regresó, estaba mucho más intrigada por lo que contó Morrigan, o más bien, por lo que NO contó. – De acuerdo, Morrigan, ¿quieres decirme qué sucedió realmente? – le preguntó cruzando los brazos. – Tengo la sensación de que te dejaste por fuera los detalles más importantes. – Tu intuición sigue siendo tan buena como la mía, querida hermanita. – replicó la súcubo mayor. – Con halagos no te vas a escapar. – insistió Lilith. – ¿Qué es lo que pasa? – Bueno… en resumen, a nuestro querido Harry le espera un gran y terrible destino en el futuro. – dijo Morrigan, ya sin bromear más. – Ese malvado mago tenebroso que mató a sus padres y que no pudo matarlo a él, aún sigue allá afuera, esperando para volver y terminar el trabajo. – ¿Qué quieres decir? – preguntó Lilith. – ¿Cómo que terminar el trabajo? Nada podría haber preparado a Lilith para el relato que Morrigan tenía que contarle. Con la voz muy baja, como si temiera que Harry estuviese escuchando, Morrigan le dijo todo lo que había hablado con Albus Dumbledore, sobre la profecía, el cómo y porqué el muchacho terminó bajo el mismo techo que sus parientes muggles. Entre más escuchaba, más preocupada se tornaba, y empezaba a temer por el niño. Y más aún cuando Morrigan explicó que ese tal Lord, como se llamase, tenía muchos seguidores que también querrían venir por su sangre. Ahora estaba aún más agradecida de que lo hubiesen encontrado cuando lo hicieron. – Eso es terrible. – dijo Lilith, una vez que Morrigan finalmente se calló. – ¿Cómo puede ese anciano querer utilizar a un niño como un arma? – Parece estar convencido de que la profecía es auténtica, y que Harry es el único que puede derrotar a ese mago tenebroso. – dijo Morrigan. – Conozco a Albus Dumbledore lo suficiente como para saber que nunca mentiría, aunque a veces podría ocultar cosas. – ¿Y qué vamos a hacer entonces? – preguntó Lilith. – ¿Qué no es obvio? Vamos a proteger a Harry. – dijo Morrigan en tono firme. – Pero también, vamos a enseñarle a protegerse a sí mismo. – No estarás pensando en… – Sí, querida hermanita. – dijo Morrigan. – Vamos a enseñarle a utilizar nuestra magia de contacto. Ese niño tendrá que enfrentarse a muchas amenazas en el futuro, y necesita estar preparado. – Creí que se suponía que esa magia debía ser un secreto de la familia. – comentó Lilith. Morrigan sonrió. – Y lo es. Harry ahora es parte de nuestra familia, ¿o no? – Sólo lo estás usando como una excusa. – Lilith le lanzó una mirada acusatoria. Morrigan simplemente se encogió de hombros. – Bueno, nunca he tenido un aprendiz. – dijo Morrigan. – Presiento que será una experiencia muy… excitante, de cierta manera. Lilith no estaba del todo convencida, pero en algo sí estaba de acuerdo: si realmente había gente allá afuera que querían la sangre de Harry, entonces sí, la mejor decisión sería protegerlo, y enseñarle a pelear para que pudiera protegerse a sí mismo. Y si eso era lo que Morrigan quería hacer, ella estaba 100% lista para apoyarla. Aunque se sentía algo mal por tener que guardar ese secreto tan oscuro, pero sinceramente, no tenía el corazón para soltarle esa bomba a un niño de diez años que apenas empezaba a tener algo de felicidad y normalidad en su vida. ¿Cuánto tiempo tendría que guardarlo? Esta historia continuará…
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