ID de la obra: 679

A pesar de todo, eres tú

Slash
NC-17
En progreso
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Midi, escritos 109 páginas, 44.428 palabras, 9 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
2 Me gusta 0 Comentarios 1 Para la colección Descargar

I

Ajustes de texto
El hombre flotaba. No había cables, ni plataforma, ni tecnología visible que lo justificara. La figura, si es que podía llamarse hombre, simplemente estaba allí, suspendida en el aire, desafiando la gravedad como por capricho. Vestía un traje azul y una capa roja, con una brillante "S" estampada en el pecho. Bruce no parpadeó. Los sensores internos instalados en la capucha ya estaban escaneando al intruso: altura aproximada, masa corporal, presión en la voz, temperatura. Lo observaba con la precisión de un bisturí, todo en este hombre era una anomalía inexplicable que irradiaba peligro. Necesitaba ser neutralizado. Y sin embargo, lo que más inquietaba a Bruce no era lo que podía ver. Era lo que sentía. Algo... se desacomodó. Parecía desalineado. Una tensión inexplicable se le instaló entre los omóplatos, como si su cuerpo, ese cuerpo que rara vez lo traicionaba, reconociera antes que su mente que había algo distinto, una urgencia sin nombre, una alerta emocional que no podía categorizar. El sujeto descendió lentamente, con las manos abiertas, intentando no parecer hostil. Hablaba con voz firme, tranquila. Intentaba calmar al Joker. Claramente, no sabía lo que hacía. —Tranquilo. Superman va a ayudarte.

Superman.

Bruce catalogó la palabra; no significaba nada para él, pero algo en ella hizo eco, una resonancia que revisaría más tarde. El Joker, Bruce sabía sin lugar a dudas que el hombre, se retorcía en el suelo, riendo con más fuerza, como si esa simple frase fuera el mejor chiste que hubiera escuchado jamás, uno que atesoraría por siempre. Bruce no se rio. No dejaba de observar a ese supuesto Superman. Cada segundo era una evaluación táctica. Cada movimiento del otro hombre, una amenaza latente. Nadie con ese nivel de poder aparecía en Gotham sin dejar rastro. Sin antecedentes. Sin historia. Sin explicación. Y sin embargo… Cuando sus ojos se encontraron con los del desconocido, de un azul inquietante, Bruce sintió una sacudida. Una opresión irracional en el pecho. Algo primitivo, mal ubicado, como si sus instintos lo impulsaran a hacer algo que no entendía: acercarse. Hablar. Tal vez incluso recordar algo que no recordaba. Lo bloqueó, lo arrojó a un profundo abismo mental y se obligó a su voz a endurecerse. —¿Superman? No te conozco —dijo con frialdad quirúrgica. El hombre abrió los ojos de par en par con lo que parecía sorpresa, quizá, pero pareció encogerse por dentro. Solo por un instante. Como si esas palabras lo hubieran herido—. No sé quién eres. Bruce sostuvo la mirada.   Pero algo, en lo más profundo, no cuadraba. No con las cámaras de seguridad de Arkham. No con los datos biométricos. No con los registros médicos del manicomio. No, no tenía sentido en su interior.  Ese nombre, Superman, era algo que nunca había oído antes, y sin embargo, podía jurar que lo había escuchado antes. No en un informe, no en un sueño, sino en una pesadilla. Bruce apretó su puño a escasos centímetros del rostro del Joker, pero en lugar de golpearlo, lo sujetó por los hombros y lo arrastró por los pasillos oscuros y mal iluminados de Arkham. Cuando por fin lo devolvió a su celda, el maniaco apuntaba con sus dedos curtidos en cicatrices hacia atrás, con la risa que empezó como un gemido agudo, casi un susurro, pero pronto se convirtió en un canto de locura, haciendo ese interrogante que Bruce debía resolver. Intentó marcharse sin mirar atrás. —Espera… ¿Eres Batman? ¿Cierto? El justiciero de Gotham. He oído hablar de ti, pero nunca he encontrado el momento adecuado para acercarme. Siempre he tenido curiosidad. El hombre flotante, el supuesto Superman, no ofreció resistencia. No interfirió. No dijo nada más que cosas suaves e inseguras, demasiado cómodas para alguien aparentemente tan poderoso. Bruce lo sintió antes de escucharlo. Ese cambio sutil de presión en el aire. Ese algo que le indicaba que no estaba solo, incluso cuando sus sensores no emitían alerta alguna. El hombre volaba a una distancia prudente, sin invadir su espacio personal pero sin dejarlo ir, silencioso y persistente. Bruce detestaba no tener respuestas. Detestaba aún más no tener el control. Pero sobre todo, detestaba la parte de sí que no se sentía incómoda con esa presencia. —¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz tensa, sin apartar la mirada. —Te sigo —respondió el otro con calma—. Todavía no sé cómo explicártelo, solo debo... necesito estar cerca. Y necesito hablar contigo. Urgentemente. Bruce apretó la mandíbula y dio un paso atrás, sin dejar de observarlo. —No puedo dejar que esto continúe. No eres de aquí. No sé quién eres ni qué quieres. Desconozco tus intenciones. Pero si vuelves a aparecer sin una buena razón, te juro que te detendré. El hombre asintió con la cabeza baja. —No estoy aquí para pelear. Solo quiero respuestas. Las manos de Clark temblaban, apenas, pero lo suficiente. Las mismas manos que podían contener una estrella ardiente, ahora estaban ligeramente inestables, como si incluso el acto de flotar exigiera a su cuerpo más de lo debido. Sus ojos, aún de un azul intenso, escudriñaban el entorno, de repente demasiado inseguros, casi infantiles. El aire olía distinto, más denso, más… sucio, embarrado, como las secuelas luego de una inundación. Había rastros de algo quemado en cada bocanada, y un zumbido constante, eléctrico, urbano, lleno de tensión, le recorría la piel como una advertencia silenciosa. Clark sabía que esto era Gotham. Él lo sabía. Él podía reconocerlo. Pero no era su Gotham. El contorno de los edificios estaba en el lugar correcto. Las calles eran similares. Incluso las luces casi familiares, pero todo estaba desfasado. Como un reflejo roto en un charco sucio. Bruce dudó. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía un plan ni una respuesta. Y peor aún, no podía negar que algo en ese hombre, al parecer, le importaba. —Vete —advirtió Bruce mientras se daba la vuelta—. ¡Fuera de mi ciudad! Mientras se alejaba, esa extraña sensación persistía en ese hombre, ese extraño con la habilidad de volar, lo reconocía. Sintió que lo había estado esperando, no al Murciélago exactamente, pero a él, por alguna razón. Él sabía quién era Batman.  Lo declaró con una confianza poco común para ser un engaño. Era casi patético lo blando que se veía ante él, tan blando frente a un simple humano. Bruce se dio cuenta, tardíamente, que no se iría fácilmente. No sin respuestas. Superman no se interponía. No volvió a hablar, pero tampoco se fue. Volaba a una distancia prudente. Sin invadir el espacio de Bruce, pero tampoco dejándolo ir solo. Como un perro perdido que ha encontrado algo familiar sin saber por qué. —¿Qué está haciendo? —preguntó Bruce en voz baja a través del comunicador. —Siguiéndolo, señor —dijo Alfred, sin levantar la vista del monitor—. Lleva diecisiete minutos y cuarenta segundos. No ha dicho una sola palabra. Solo lo observa, flotando a unos cinco metros detrás de usted. Su aparente ingravidez es… profundamente inquietante. Bruce resopló por la nariz, apretando la mandíbula. Debería estar aterrorizado ante esta situación. Las leyes de la maldita gravedad se estaban reduciendo a polvo tras él. —¿Interviene? —En absoluto. Simplemente te acompaña. Como una sombra muy educada. —¿Algún rastro en los sistemas? ¿Coincidencia facial? ¿Reconocimiento de voz? —Nada —respondió el mayordomo, con un tono que era una mezcla de resignación y fascinación—. Según los datos obtenidos, no existe. Bruce se detuvo en una azotea. La figura descendió unos metros más, aterrizando con suavidad a una distancia respetuosa. No habló. No hizo preguntas. Simplemente… esperó. Como si supiera que Bruce era la única brújula en este mundo nuevo y desconocido. —Esto no es un juego —dijo Bruce, finalmente, sin volverse—. No eres de aquí. No sé de dónde vienes ni qué buscas, pero no toleraré intromisiones en Gotham. ¡Largo de mi ciudad! Superman no respondió.  Solo permaneció allí, de pie, bajo la lluvia, empapado como si no se diera cuenta. No tiritaba, no se movía. Pero tenía las manos apretadas en puños, y su respiración, aunque silenciosa, no era tranquila. Bruce lo miró de reojo una vez más. No era un ataque. No era una maniobra de infiltración. No era un intento de manipulación. Era peor. Fue una súplica muda. Y por alguna razón que no sabía explicar, que no quería explicar, no lo echó de la azotea. Aún no. El silencio se prolongó, denso, casi insoportable. Bruce giró apenas el rostro, lo justo para encontrarse con esos ojos azules que lo miraban fijamente. No había ningún desafío en ellos. Había algo peor… esperanza. Una esperanza torpe e infundada. Como si esperara algo de Bruce. Algo que Bruce no sabía enfrentar o que había olvidado dar hacía tiempo. —¿Por qué me sigues? —preguntó Bruce, más molesto consigo mismo que con el otro hombre. El hombre dudó. Bajó la mirada, como si acabara de darse cuenta de algo. Como si lo hubieran atrapado en falta. —Eres mi… —titubeó, trago saliva, tragándose también la palabra que no se atrevía a decir—. Creo que puedes ayudarme. —¿Ayudarte con qué, exactamente? —Bruce cruzó los brazos con voz gélida—. ¿Con tus alucinaciones? —No estoy loco —respondió Superman sin alzar la voz—. Estoy perdido. Y tú… tú me resultas familiar. No sé cómo explicarlo sin parecer un lunático. Bruce no respondió. Todavía no. —Mira, sé cómo suena esto —agregó el otro, dando un paso al frente—. Lo sé. Pero esto no es un truco, no soy una amenaza. No vine aquí a pelear. Solo estaba... en otro lugar. En otro mundo. Algo pasó, y acabé aquí… Pero está no es mi realidad. Bruce entrecerró los ojos. —Sé que suena loco. Lo oigo, y hasta yo pienso que no sirve de nada. Pero... literalmente vuelo, ¿no? Eso debería darme un mínimo de credibilidad. Bruce ni parpadeó. —Ok. Nada de credibilidad. Entiendo. Me parece bien —Clark se pasó una mano por el pelo empapado por la lluvia, claramente luchando entre la desesperación y el impulso de no parecer un completo desastre flotante.  La lluvia seguía cayendo entre ellos, sin prisa, empapándolo todo. El silencio se alargó. No porque Bruce no tuviera nada que decir, sino porque no confiaba en lo que saldría de su boca si lo hablaba.  El hombre hablaba con una desesperación contenida que no era fingida, eso lo hacía más difícil de enfrentar que cualquier amenaza directa. Entonces Bruce miró hacia otro lado, frustrado consigo mismo. —Se está encariñando con usted —comentó Alfred más tarde por el comunicador, con una taza de té en la mano—. Ese hombre, sea lo que sea, parece más un joven confundido... que una amenaza Bruce inhaló lenta y profundamente por la nariz, como si intentara exhalar un pensamiento antes de que tomara forma. —No puede encariñarse con alguien que no conoce —murmuró Bruce entre dientes, sin saber si lo decía para Alfred, por sí mismo o por el hombre que tenía delante. El otro no respondió. Solo permaneció quieto, con sus botas rojas goteando sobre la piedra húmeda, como si no tuviera otro lugar donde ir. Incluso sin flotar, seguía siendo más alto que Bruce.  —¿Está seguro, señor? —preguntó el anciano, con una ceja en alto—. Porque parece más seguro de usted, y con usted, que la mayoría de los que sí lo conocen. Bruce no respondió porque no tenía idea de cómo responder a eso. Se suponía que el Murciélago era un símbolo de miedo para los criminales de Gotham. No… una maldita niñera. Y en el fondo, Bruce empezaba a temer que tal vez, solo tal vez, aquel extraño sí lo necesitara. Esto era una pésima idea. Estúpida. Peligrosa. Pero aun así, en contra su mejor juicio, en contra de cada maldito protocolo de seguridad que había escrito él mismo, se dio vuelta apenas, sin mirarlo directamente, y dijo con voz baja y controlada: —Sígueme. Vuela. Literalmente vuela. Y aun así parece un cachorro empapado que no sabe dónde sentarse, solo sigue sus pasos.
2 Me gusta 0 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (0)