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Superman aún no regresaba del vestidor, el sensor térmico lo registraba cada cinco minutos como una constante: figura humana, movimientos continuos, temperatura corporal elevada pero estable. Y mientras tanto, Bruce no dijo nada; mantuvo su mente en silencio mientras abría con cuidado uno de sus cajones con llave. En el fondo podía ver sus diferentes cuadernos forrados en cuero negro. Aunque con el paso de los años había adoptado un enfoque menos analógico, nunca dejó de documentar cada año del proyecto Gotham con su puño y letra. Seis cuadernos en total. Bruce ya no era ese hombre desbordado por la rabia. No del mismo modo. Han pasado seis años desde que Gotham escuchó por primera vez el eco de sus pisadas en la oscuridad, y aunque la ciudad no ha cambiado tanto él como esperaba, él sí lo ha hecho. Bruce ya no es el joven insomne de veinticinco que se perdía en la máscara porque no podía habitar su propio rostro. Ya no se lanza a cada pelea como si su cuerpo no importara, aún patrulla hasta el amanecer como un adicto, pero aprendió —a golpes, heridas y pérdidas— que la obsesión también mata, y que a veces el miedo no basta para impartir justicia. Sigue siendo Batman, pero no como antes. Ya no necesita que cada noche sea una cruzada contra sus propios fantasmas. Su rabia sigue ahí, sí, pero ahora es una herramienta, no un ancla. Y lenta y dolorosamente, había empezado a aceptar la verdad de que Bruce Wayne aún existía como parte de él, y que no todo lo que toca el sol tiene que pudrirse bajo su sombra. La línea entre la máscara y el hombre ya no era una herida sangrante, sino una cicatriz que Bruce había cicatrizado hacía tiempo, una que Bruce había cosido con tiempo y esfuerzo, con cuidado de que no se supurara. Todavía dolía, a veces. Todavía se abría, de vez en cuando. Pero nunca del todo. Superman demostró no ser una amenaza, pero eso no significaba que Bruce supiera cómo manejarlo. Sabía enfrentarse a asesinos, mafiosos, lunáticos e incluso a armas nucleares, pero no a Superman. Un alíen perdido que se sentaba en silencio en su base de operaciones… eso era nuevo. Con cautela escribió en las páginas en blanco las horas y los acontecimientos desde la llegada de Clark, poco a poco su escritura se volvía más suelta, y de manera inconsciente lo distanciaba un poco más del hombre que aterrizó en la ciudad con la capa empapada y los ojos grandes y brillantes de un cachorro perdido. Bruce notaba que Clark estaba herido y molesto, se veía terriblemente humano. Y lo peor era que no quería que se fuera. No por razones tácticas, sino porque había algo en él que le resultaba menos perturbador de lo que debería. La puerta se abrió con un leve chirrido y Clark entró, incómodo, aclarándose la garganta. —Espero que no te moleste que me haya dado una ducha —dijo, la voz un poco tensa. Bruce levantó la vista y se quedó momentáneamente sin palabras. Clark estaba... impresionante. La ropa, demasiado ajustada para su cuerpo, estaba ceñida, delineaba cada músculo de sus anchos hombros, y la piel firme bajo la tela, dibujaba la silueta de un cuerpo innegablemente vivo. Un festín para los ojos doloridos de Bruce Wayne. El cabello, sin el habitual fijador que Clark solía aplicar antes de usar el traje se rizaba libremente, cayendo en suaves ondas sobre la frente húmeda. En ese momento, Clark era más que solo un extraño o un visitante perdido; era un hombre tangible, palpable, y Bruce sintió cómo sus ojos se clavaban en él, con una mezcla de sorpresa y deseo que no esperaba, despertó algo peligroso bajo la máscara. Si las circunstancias hubieran sido otras —si lo hubiera conocido como Bruce Wayne a Clark Kent, y no como Batman a Superman—, probablemente ya se habrían acostado. Una cena elegante. Una conversación suave. Un roce de manos en la oscuridad antes de rendirse y entregarse al deseo. Pero nada de eso sucedió así. Clark se movió incómodo, tirando ligeramente de la tela de la camisa. —Esto… me aprieta un poco —murmuró, con una risa breve, casi avergonzada. Y después añadió, con una risa que parecía la de un idiota—. La verdad es que no estoy muy acostumbrado a usar ropa que no es mía. Bruce parpadeó, recuperando el control de su expresión y cerró el cuaderno con cuidado, como si necesitara una excusa física para apartar la mirada. No la alzó de nuevo. Un imperceptible rubor pasó por las mejillas de Bruce, que contestó, sin que la voz le temblara, sin alzarla, con su acostumbrada afabilidad: —Hay más ropa en la sala de pruebas —casi en un susurro agregó—. Algo debe quedarte mejor. Clark asintió despacio, pero no se movió. Lo observaba, como si supiera que había algo más bajo esa superficie de férrea compostura. Y tal vez lo sabía. —¿Esto te incomoda? —preguntó con suavidad. No había burla en su tono, ni provocación. Solo una pregunta directa, transparente. Bruce levantó la vista. Sus miradas se cruzaron. Y ahí estaba: la comprensión. Clark lo sabía. No todo, pero lo suficiente. Clark sabía leer personas, incluso si nunca se lo reconocían. Especialmente cuando estaban tratando tan desesperadamente de no decir lo que pensaban. Pero esta vez, la sensación era aún más intensa, casi voraz. Tenía que ser el vínculo el que estaba actuando. Bruce sostuvo su mirada apenas un segundo más de lo necesario, y luego desvió los ojos. —Tienes el doble de mi espalda. Te aprieta. No es ciencia aeroespacial. Clark esbozó una leve sonrisa. —No. No lo es. Clark se acercó al escritorio donde Alfred había estado antes leyendo. No sabía si tenía permiso para merodear, pero Batman aún no había establecido ninguna regla ni límites al respecto. Así que tomó el periódico abandonado que había quedado arriba de una pila de recortes. Eran, por supuesto, del Gotham Gazette, en su mayoría citas vacías y noticias sin interés real. Ese año Gotham había experimentado la peor helada de la última década, y los Gotham Knight's habían vencido nuevamente a los Metropolis Meteors llevándose el campeonato por cuarto año consecutivo. Algunas cosas no eran tan diferentes a su mundo. Entre los titulares, uno que otro llamaba la atención: «Harvey Dent sufre un nuevo ataque en el juicio por corrupción», con detalles sobre la caída en desgracia del fiscal de distrito, ahora conocido como Dos Caras. En otra página, una nota sobre el Asilo Arkham resaltaba: «Intento de fuga en Arkham interrumpido por el equipo especializado del DPCG; se reforzarán las medidas de contención». Clark leyó cómo los internos más peligrosos, varios de ellos, nombres que reconoció de su propio mundo habían sido mencionados, y como seguían siendo una amenaza constante para la ciudad. Un tercer artículo, más pequeño pero igual de alarmante, hablaba de una protesta ambiental en el Jardín Botánico de Gotham que había terminado con varios policías intoxicados: «Doctora en biotecnología y terrorista ecológica: Pamela Isley reaparece entre hiedras venenosas», decía el encabezado. El texto describía cómo la mujer, detenida años atrás por cargos de bioterrorismo, había manipulado los sistemas de irrigación para liberar una toxina paralizante. No se reportaron víctimas mortales, pero tres agentes permanecían en cuidados intensivos. La imagen adjunta mostraba un invernadero en ruinas, devorado por plantas de un inquietante verde antinatural. Lo que llamó su atención no fue sólo el caos habitual de Gotham, sino lo que no estaba allí: ninguna mención de metahumanos. Ninguna referencia a vigilantes superpoderosos, ni héroes en trajes brillantes, ni desastres de escala mundial. Sólo humanos. Peligrosamente humanos. Gotham parecía resistirse a todo lo metahumano como si el mundo más allá de sus fronteras no existiera. Clark frunció el ceño y bajó el periódico con cuidado. Era demasiado extraño. Pero un titular más antiguo atrajo por completo su interés: si seguía la cronología correctamente, tendría al menos nueve meses de antigüedad.𝕿𝖍𝖊 𝕲𝖔𝖙𝖍𝖆𝖒 𝕲𝖆𝖟𝖊𝖙𝖙𝖊
𝚅𝚒𝚎𝚛𝚗𝚎𝚜, 𝟷𝟷 𝚍𝚎 𝙾𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝟸𝟶𝟸𝟺 / 𝙽𝚞𝚋𝚎𝚜, 𝚌𝚘𝚗 𝚙𝚘𝚜𝚒𝚋𝚒𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍 𝚍𝚎 𝚕𝚕𝚞𝚟𝚒𝚊, 𝟷𝟶° /𝙴𝚕 𝚌𝚕𝚒𝚖𝚊: 𝚙𝚊𝚐𝚒𝚗𝚊 𝟸𝟽 — 𝚠𝚠𝚠.𝚐𝚘𝚝𝚑𝚊𝚖𝚐𝚊𝚣𝚎𝚝𝚝𝚎.𝚌𝚘𝚖
BRUCE WAYNE
ARRESTADO
POR EL
ASESINATO DE STAGG
Por Victoria Vale y Joey Day
Conmoción hoy por el arresto bajo cargos de asesinato del empresario multimillonario y filántropo Bruce Wayne.
El arresto es consecuencia de la investigación por el asesinato del empresario Simon Stagg, quien fue encontrado muerto por aparente envenenamiento la noche del miércoles. Victoria Vale del Gotham Gazette ayudó a la policía con información y contribuyó al arresto, cuyos detalles no se revelarán al público mientras Wayne aguarde el juicio.
Este último llegó a los titulares hace varios años cuando heredó un imperio multimillonario de parte de sus padres Thomas y Martha Wayne, quienes fueron asesinados en las calles de Gotham en un aparente robo. Wayne se mantuvo en silencio mientras dejaba la central del DPCG camino a su extradición a Metrópolis, donde ocurrió el crimen.
Fuentes cercanas a la organización Wayne proclaman su inocencia, pero la evidencia se acumula gracias a la investigación de nuestro periódico vecino, el Daily Planet.
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Stagg. Un nombre que conocía demasiado bien. En su mundo, Simon Stagg era una figura omnipresente: dueño de Stagg Enterprises, uno de los gigantes industriales más importantes luego de la caída de LuthorCorp, con sus tentáculos extendidos en tecnología, ciencia y defensa. También era el rostro tras la Justice Gang. Clark había colaborado más de una vez con el grupo de justicieros, Stagg había intentado reclutarlo en varias ocasiones, con cheques que podrían haber comprado países enteros. Clark se negó en cada oportunidad. Porque conocía el fondo de ese acantilado: el ego, el poder sin control, la ambición disfrazada de innovación. Sabía que Stagg no era un hombre justo. No era un buen hombre, no con lo que le había hecho a Rex. Pero Bruce Wayne… ¿un asesino? Clark volvió a estudiar la fotografía, había sido tomada por Jimmy; lo supo al instante por el encuadre, por la mirada que buscaba no solo capturar el momento, sino el drama dentro de él. En ella, Bruce Wayne ocupaba la primera plana. Clark no lo habría reconocido de no ser por el nombre estampado en el encabezado. Era distinto al Bruce Wayne de su mundo, ligeramente. La edad parecía coincidir —treinta años, tal vez más tal vez menos—,y físicamente eran casi idénticos, como dos reflejos en el mismo espejo roto. Los ojos azules estaban allí, inconfundibles, pero algo en la presencia de este Bruce Wayne se sentía diferente. No tenía el cabello corto hacia un lado ni la imagen perfecta de playboy que Clark detestaba cada vez que Cat se deshacía en elogios hacia él. En este mundo, al parecer, no vestía su habitual traje elegante a medida entallando cada parte de su cuerpo ni lucía su característica camisa desabotonada. Este Bruce Wayne tenía un porte más sobrio, más elegante. Llevaba el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás, recogido detrás de las orejas con una precisión casi clínica. El Bruce Wayne que Clark conocía era un showman. El Bruce Wayne en la foto parecía una sombra, alguien que preferiría desaparecer antes que enfrentarse a los focos. Había en él algo auténtico, crudo y sin pretensiones, y eso, para Clark, tenía un atractivo que trascendía lo físico. Wayne llevaba los brazos a la espalda, esposado, flanqueado por dos oficiales de policía del DPCG. Al fondo, desenfocado pero inconfundible para su visión, estaba el comisionado Gordon, inusualmente similar al de su mundo. Clark había hablado con él una vez, cuando interceptó rumores sobre un cargamento de kryptonita con destino a Gotham. El Daily Planet había estado tan seguro de la culpabilidad de Bruce Wayne en el asesinato de Stagg, que Clark no pudo evitar pensar en su mundo. En su redacción, el bullpen, en sus colegas y en lo que significaba ejercer el periodismo con responsabilidad. Se acercó a Batman, con el periódico todavía en la mano. —¿Tomó alguna acción legal? ¿Demandó al Daily Planet? —preguntó con una nota de genuina preocupación. Tal vez era irrelevante en este universo, pero Clark amaba su trabajo. Ser periodista era parte de lo que lo definía. Y la idea de que el Planet hubiera sido llevado a juicio por un millonario furioso le revolvía el estómago. Batman lo miró como si le hubiera crecido otra cabeza. Luego bajó los ojos al titular que Clark sostenía. Mierda. El caso Stagg había sido un verdadero dolor de cabeza: un mes entero en que Batman no pudo operar porque Bruce Wayne había estado bajo investigación las veinticuatro horas del día. Eso es lo que se gana por fingir ser un mujeriego caprichoso, de esos que pasan de una gala a otra firmando negociaciones millonarias con una sonrisa vacía y ensayada. No cometió el crimen, por supuesto. Pero tampoco tenía una coartada sólida. Lo que pensó el Gotham Gazette al publicar esa basura lo obligó a dejarse ver en público casi constantemente. Desaparecer por las noches, aunque solo fuera para patrullar o investigar, solo habría reforzado su presunta culpabilidad. La imagen pulcra que aparecía en el artículo no era, ni por asomo, su presentación habitual. La camisa planchada. El cabello cuidadosamente peinado hacia atrás, sujeto detrás de las orejas. El maquillaje estaba aplicado con moderación, lo justo para disimular las ojeras, pero nunca lo suficiente para ocultar el cansancio que se reflejaba en su expresión resignada. Lo meditó un segundo. —No puede tomar represalias, y no lo hizo. Especularon sobre motivaciones, sí, pero nada de lo que se escribió era falso. Clark frunció el ceño. —Eso no necesariamente detiene a un multimillonario. Bruce alzó una ceja. —Clark, escúchame —dijo, con tono medido pero firme—. El Daily Planet siguió los hechos. Eso es lo que hacen los buenos periodistas, ¿no? E hicieron bien su trabajo. Por todo lo que he oído… Bruce Wayne es un hombre razonable. Dudo que guarde rencor, sobre todo después de que esto ocurrió hace casi un año. El periódico crujió entre sus dedos cuando lo cerró con cuidado, pero no lo soltó. Clark había visto a Bruce Wayne de lejos, en galas y eventos benéficos. Siempre rodeado de modelos y copas de champán. Sonriendo como si la vida fuera una broma privada que solo él entendía. Un playboy sin propósito, sin cargas, sin ninguna necesidad de cambiar ese estilo de vida despreocupado. Era el tipo de hombre que compraba museos para convertirlos en salones de fiestas. El sonido mecánico del montacargas quebró el silencio cavernoso. El chirrido metálico fue breve, pero lo bastante agudo como para cortar la tensa atmósfera. La compuerta se deslizó con un golpe final, y tras unos pasos perfectamente medidos, la figura de Alfred emergió de entre las sombras de la roca. Traía una taza de café en la mano y su expresión, como siempre, era un equilibrio entre juicio silencioso y compostura intachable. —¿Va a quedarse ahí abajo como un murciélago extraviado? —dijo, sin dirigirse a nadie en particular, aunque colocó la taza a unos pasos de Bruce. Ni Bruce ni Clark respondieron de inmediato. Bruce mantenía una expresión cuidadosamente neutral, mientras Clark permanecía de pie cerca del banco de herramientas, con los brazos cruzados y la mirada quieta. Clark se había cambiado de ropa, algo que evidentemente no pasó desapercibido. Alfred se volvió hacia él con una ceja apenas levantada. —Veo que al menos una sugerencia no cayó en saco roto —dijo, echando un breve vistazo a la ropa nueva—. Le quedaría mejor algo menos comprimido. Clark, ligeramente incómodo, bajó la mirada pero sonrió amablemente. Alfred ya estaba volviendo su atención a Batman. —Podría prepararle una habitación. —No es un huésped —respondió Bruce sin mirarlos. —¿No? ¿Y cómo lo llamarías entonces? Bruce apretó la mandíbula. Alfred suspiró, el tipo de suspiro que se reserva para hablar con un niño que se niega a admitir que está cansado y hambriento. Para su desgracia, el hombre que había criado no solo lo negaba una y otra vez... probablemente sentía ambas cosas en ese preciso instante. —Porque si se queda en un banco mucho más tiempo, es probable que empiece a oxidarse junto con tus prototipos olvidados. Silencio. —Y si no va a echarlo, tal vez podrías considerar ofrecerle... bueno, no sé. ¿Un cojín, quizás? Clark alzó una ceja discretamente. ¿Un cojín? ¿Prepararle una habitación? Miró a Alfred, luego a Batman, y por un segundo intentó entender la dinámica entre ambos. El hombre hablaba con una familiaridad desconcertante. No solo no se intimidaba por la figura del murciélago, sino que lo reprendía con la paciencia exasperada de alguien que había criado al hombre bajo la máscara. ¿Batman tenía alguien que lo cuidara? Clark había esperado… bueno, no estaba seguro de qué. Soledad. Silencio. El reflejo frío y paranoico de lo que se decía en su mundo sobre el Caballero Oscuro. Pero esto… esto era otra cosa. Era personal, era un escenario casi doméstico. Y las palabras de Alfred —esas frases aparentemente lanzadas al aire— no eran tan vagas como parecían. Clark entrecerró los ojos apenas, procesando. Porque Alfred no estaba hablándole a Batman, el símbolo, el mito. Le hablaba a alguien con nombre, con historia, con un hogar. El silencio se estiró apenas un segundo más, hasta que Clark, aún de pie junto al banco de herramientas, habló con suavidad: —Entonces… ¿Batman es su hijo? Alfred se quedó completamente inmóvil. Fue apenas una fracción de segundo, pero Clark lo notó. Un parpadeo que no llegó a completarse. Una pausa en la respiración. Como si la pregunta hubiera sido un disparo que rozaba algo muy, muy personal. —No —respondió finalmente Alfred, sin alzar la voz, pero con una firmeza que no dejaba lugar a réplica—. No lo es. Los dedos de Bruce se apretaron contra el borde del teclado. Clark no insistió.