ID de la obra: 696

Escuela FMA

Gen
G
Finalizada
1
Tamaño:
13 páginas, 5.802 palabras, 10 capítulos
Descripción:
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3

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“Cuando vuelva a casa, sonreiré junto a ella y me olvidaré de todas las cosas horribles que he hecho”. Maes Hughes Resultó que el hedor provenía de un cuarto de kebab que había en la papelera. No era de sorprender que alguien se hubiera fugado de Amestris para comprar comida rápida, porque el primer plato de aquel mediodía habían sido judías verdes. Sin embargo, los charcos de vómito del suelo del comedor no habían disuadido al cocinero de engullir las bandejas de sobras. Edward llevaba una eternidad queriendo arrastrar a Alphonse a un local mugriento de kebab (“La Piedra Filosofal”), pero Alphonse se negaba. Había oído que las indigestiones provocadas por un pequeño kebab eran suficientes para sacar el alma del cuerpo. La pizarra estaba como la había dejado Hughes, el profesor de Historia suplente que ocupaba el puesto de María Ross, quien había tenido que cruzar la frontera hacia otro país atravesando el desierto a causa de una emergencia. Los alumnos no se ponían de acuerdo en si iban a operarla a ella o a su madre; circulaban todo tipo de chismes al respecto. Hasta se decía que la perseguía el ejército. Majaderías. Sobre la mesa había una baraja abandonada con las cartas fuera, desordenadas. Parece que Hughes, en vez de corregir parciales, prefería empezar Solitarios para luego no poderlos acabar. Por su parte, Selim estaba sacando libro tras libro de texto de su mochilita. Cada uno de ellos superaba las cuatrocientas páginas y medía medio Selim. Se puso a resolver un problema de matemáticas concentrado. Pronto dio claras muestras de frustración. —¿Necesitas ayuda? —dijo Al. En un abrir y cerrar de ojos, Al se encontró resolviendo los doce ejercicios de multiplicaciones que Hawkeye había mandado de deberes a la clase de Selim, y Ed hacía lo suyo con una redacción de inglés ajena. Selim les agradecía efusivamente los servicios prestados. Estaba contentísimo. Su madre, su padre y su abuelo volverían a felicitarle por buenas notas. Una hora más tarde, a las seis y cuarto, se hizo de noche y Al estaba indignado. Al cabestro de su hermano le había parecido buena idea enseñar a jugar al póquer al crío, que por si fuera poco era un talento natural y estaba desplumándolo. Como no le apetecía ver cómo arrebataban más dinero a su familia, miró por la ventana. —¿Qué es eso? —dijo. Tras hacer una pausa, añadió—: No os asustéis… pero creo que alguien está intentando colarse en el edificio. En el aparcamiento, una linterna perforaba la oscuridad. Su dueño llevaba un pasamontañas y un inmaculado traje blanco.
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