ID de la obra: 696

Escuela FMA

Gen
G
Finalizada
1
Tamaño:
13 páginas, 5.802 palabras, 10 capítulos
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“No huyas de la muerte, mírala de frente”.Solf J. Kimbley Solf J. Kimbley estaba indignado. ¿Dónde estaba su contacto? Debía haberse reunido con él en la rotonda frente a la verja que amurallaba el escuela, pero al no haber aparecido se vio obligado a infiltrarse para hacer su trabajo. Esta vez ni siquiera la astucia podía ayudarlo a comportarse como un ladrón eficiente. Sabía lo que estaba buscando. Sabía dónde estaba. Pero no sabía dónde estaba el lugar que buscaba. Es decir, sabía que había una caja fuerte en el exclusivo chalé donde dormía la junta directiva, que se vaciaba de incómodos testigos potenciales por las tardes. Sin embargo, el dicho edificio podía estar en cualquier parte. Había seis entre los que elegir: la isla del tesoro (el que buscaba), primaria uno, primaria dos, secundaria uno, secundaria dos y secundaria tres. Entró en el edificio más grande. Sacó el machete de la funda del bolsillo de su chaqueta. Había que estar preparado. No es que le apeteciera rajar a alguien. Llevaba tres víctimas ese mes y no quería sumarse más notoriedad hasta la primavera. Tenía que evitar un encarcelamiento a toda costa, porque en la trena le sería complicado matar. ¿Por qué había un trofeo de caza en la pared? ¡Y de un oso! ¡Menudo susto, si parecía vivo! En la placa ponía que la verdugo había sido Riza Hawkeye, ¿algún aficionado a la caza mayor daba clases en Amestris? Un bulto rubio lo placó y derribó. Contuvo un grito. Cegado momentáneamente su campo de visión, dio un tajo en la dirección donde supuso que estaría el niño que tan desafortunadamente se había cruzado con él. No dejaba testigos, era cosa de honor, casi de caballerosidad, pero no cortó más que aire. —¡Ed, está armado! Estupendo, había dos. Nunca había deseado ser un asesino de niños, esa especialidad de su trabajo atraía demasiada policía. Y ahora iban a ser dos sus víctimas infantiles. Qué se le iba a hacer, mejor asesinato en mano que ciento volando. El muchacho que lo había placado había vuelto a la carga, pero se había detenido en seco alertado por el grito. Y estaba a su alcance. Así que hizo lo que mejor sabía: apuñalar. No tuvo en cuenta que el niño que había gritado estaba cerca. Utilizando su experiencia como defensa estrella, Alphonse Elric detuvo con el zapato el machete que estuvo a punto de cortarle la pierna a su hermano. Siguió una pelea que demostró al ladrón que no era sencillo dañar a este par de rubios canijos (sobre todo uno de ellos) que parecían un cinturón negro de dos cabezas. Entonces una torre que había oído el estruendo de la lucha bloqueó una de las salidas: Scar. Acorralado, Kimbley puso pies en polvorosa. En su apresuramiento se le cayó la cartera. Scar leyó su nombre en el carnet de conducir y se marchó también sin una palabra más. Al preguntó: —¿Dónde está Selim? —preguntó Al. Había desaparecido.
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