ID de la obra: 696

Escuela FMA

Gen
G
Finalizada
1
Tamaño:
13 páginas, 5.802 palabras, 10 capítulos
Descripción:
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“No dudaré en disparar a quien sea hasta el día en que la persona a la que protejo alcance sus metas”. Riza Hawkeye Edward tenía mal día. En primer lugar, sabía cómo le trataría el entrenador Envy a partir de ahora por perder a Selim. Aún peor era que se había roto el tobillo. No había sido al bajar de la escuela, construido en una montaña. Para llegar a su hogar a salvo solo tenía que caminar quince minutos y sortear el área más aterradora del país: la carnicería Izumi, de cuya dueña se contaba que gozaba de fuerza sobrehumana. Sus hazañas salvajes eran parte de las joyas del tesoro de leyendas urbanas de Amestris. Pero no, Edward Elric se hizo el esguince al entrar en casa y saludar a su madre. Fue corriendo a darle un abrazo con demasiado entusiasmo, y como tenía la pierna débil por haberla estampado contra los hierros que Alphonse tenía por huesos, tropezó. Pero lo peor no era el dolor del tobillo, sino que estaba en clase de mates con el demonio personificado: la estricta Hawkeye. En una ocasión se coló un oso pardo en Amestris. En otra ocasión, la carnicera Izumi se coló en el colegio para vender porquerías fritas a los alumnos y la expulsó la profesora Olivia, la aterradora profesora rusa de secundaria. El oso pardo no tuvo tanta suerte, sino que su cabeza fue disecada y colgada en la pared del laboratorio de química de los privilegiados de bachillerato. Los alumnos no estaban seguros de cómo mató al oso la profesora Hawkeye. Circulaban rumores de lo más variopintos. Que si había acabado con él en combate singular, que si había usado la pistola que se guarda para emergencias (la existencia o no existencia de la pistola era una pieza de mitología en sí misma), que si lo había drogado con formol… La versión más creíble es que le disparó una tiza en un ojo. Todos conocían su frase estrella, que repetía a menudo en clase: “Donde pongo el ojo, pongo la tiza”. Y la experiencia dictaba que no era una amenaza vana. No fallaba nunca. Podía acertar a una lata de Coca Cola a cincuenta metros con una tiza. Las siguientes clases de Ed eran más livianas: Lengua y Literatura con Sheska, seguida de Historia con Hughes. Y después, como un oasis, el patio. La espera no se le hizo larga hablando con Winry, su vecina. En realidad, más que conversar discutían sobre quién estaba impidiendo más a quién prestar atención a la clase. Edward, además de discutir, también habló de física, y Winry, de tuercas con diferentes resistencias. Sheska añadió a Ed y Winry a la lista negra de los individuos a los que ponía mil peros para prestarles libros en la biblioteca (Sheska era la bibliotecaria escolar fuera de su horario lectivo). Esa gentuza que no escuchaba no era de fiar. Garabateaba los libros. Hughes, en cambio, ni se enteró de que los tortolitos hablaban. No hizo más que hablar, como mandaba su trabajo, pero por las razones equivocadas. Dio muchos más detalles sobre su familia que sobre los reyes históricos que estaban estudiando. Llegó a afirmar que los mofletes de su hijita eran el material más blandito y achuchable del universo, verdad que nadie puso en duda.
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