ID de la obra: 696

Escuela FMA

Gen
G
Finalizada
1
Tamaño:
13 páginas, 5.802 palabras, 10 capítulos
Descripción:
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9

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“Me marcho pero volveré… tras la última transmutación del alquimista de acero” Edward Elric Subieron sin problemas. Del ascensor al despacho mediaban cinco metros. La chimenea iluminaba la estancia, que de todos modos no lo necesitaba gracias a sus amplios ventanales. Hallaron las pruebas que querían, o que quería Ling, detrás de un cuadro: una caja fuerte con la combinación cero-cero-cero custodiaba lingotes de oro, un reloj de plata, esmeraldas, diamantes, incontables bonos del estado y el historial de una trama de blanqueo, malversación de fondos públicos (Amestris era concertado) y fraude fiscal con evasión de impuestos. Había cinco gruesos archivadores a rebosar de pruebas. —Mira esto —dijo Ed—. Hughes. Dice Hughes. La lista que consultaba era muy distinta de las anteriores. Era un formulario de despido firmado por Envy. Estaba redactado con mala letra, como si el solicitante hubiera hecho una chapuza a propósito para dar un soponcio al funcionario que le tocara leerlo. Los Elric escucharon un sonido atronador. Un microondas. Y acto seguido, agua hirviendo cayendo en un vaso. Después, pasos. En dirección a donde estaban. Se agacharon debajo del escritorio embargados por el pánico, agarrándose al clavo ardiendo de que quien quiera que fuese pasaría de largo sin verlos. Cometieron el error de no apagar las luces. —¿Trabajando a la hora de comer, hijito? Era el mandamás de la junta directiva en un albornoz lila, Father Homunculus, el padre de Bradley, Envy, Gluttony, Lust, Greed y Sloth. Reconoció la situación al instante. Ayudó que los Elric habían dejado un revoltijo de folios sobre el escritorio, cuando Bradley era un oficinista pulcro. Father llevaba años pintarrajeando en su imaginación montañas de Worst Case Scenario como ese. Pulsó un botón rojo junto a las luces y abrió un cajón. Sonaron sirenas. Los hermanos salieron escopetados de su escondrijo. Sin embargo, la voz de Father los detuvo en seco: —No tan rápido. Los detuvo su voz… junto a la pistola que llevaba en la mano y apuntaba a Edward, quien hizo una estupidez: se enfrentó desarmado. Saltó. Podía elevarse como una centella con alas de cuervo gracias a haber sido el rematador en un equipo de voleibol donde lo subestimaban por ser bajito. Fue a pegar un patadón a Father en los dedos que sujetaban la pistola, que sin flaquear jalaron del gatillo y destruyeron la pierna buena de Ed. Fue el último chut del futbolista de acero. Y en la caída se torció el brazo derecho de una forma muy fea, fracturándoselo. Al se interpuso entre la pistola y su hermano. —¡Apártate, idiota, nuestros padres tienen suficiente con que acribillen a un hijo! —gritó Ed. —¡Cuando te caíste del columpio que nos había construido papá, deseé poder consolarte! ¡Cuando entré al equipo de fútbol de los mayores gracias a mi talento, quise apoyarte a pesar de la rabia que me daba que nos compararan! ¡Y ahora que me necesitas pretendo ayudarte con todo lo que tengo! Father observó estos discursitos con la ironía de quien sabe que ha ganado. —¿De qué vale un futbolista sin una pierna? Además, ¿qué puedes hacer? —Puedo darle unos segundos. —Los dos contra la pared, de espaldas. —dijo Father, y al ver que no se movían añadió—: ¡Ya! En ese instante, un proyectil impactó su frente. Riza Hawkeye estaba encaramada a la ventana sosteniendo un paquete de tizas cual rifle de francotirador. Ling Yao, preocupado, se lo había contado todo al subdirector y su fiel escudera. Roy Mustang no iba a desaprovechar la oportunidad que llevaba esperando en su eterna aspiración a gobernar Amestris para el pueblo; es decir, los profesores, los alumnos son chusma y no cuentan ni como pueblo. Miento, Mustang quería gobernar incluso para una especie tan ingrata como un adolescente de catorce años o las revoltosas manadas de primaria. En ese momento, el ascensor eyectó en el piso del despacho de Bradley a los propios Mustang y Bradley, acompañados de Kimbley y Selim. —No intente nada —le advirtió Mustang a Father—. Hughes ha llamado a la policía y ya lo ha revelado todo. —Quieren despedirlo por culpa del entrenador —dijo Ed, conteniendo un chillido de dolor y abrazado por Alphonse (se había lanzado sobre su hermano como una pantera en cuanto vio que estaban a salvo). —Nadie se va a librar de Hughes mientras yo esté aquí. Es más, si puedo le meto cargos por difamación a Envy aparte de lo demás —dijo Mustang. Quemó la tramitación del despido de Hughes en la crepitante chimenea y se sentó en el sillón del director. —No necesito el fútbol… si tengo a los míos —musitó Edward, y se desmayó.
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