“Adiós, fue lindo conocerte”
11 de septiembre de 2025, 21:09
Me desperté temprano, y por supuesto que lo haría por este tremendo dolor de cabeza. Me enderecé y me juré una vez más (no sé cuántas veces van) que dejaría el vodka. Ah, maldita sustancia ponzoñosa.
El rostro de Sabo palpita en mis pensamientos y trago nerviosa. Me masajeo la sien tratando de hacer pasar lo que sea que sean estas emociones.
Se repite nuestro momento bajo la luz del farol de la fría noche de la madrugada. Había sido un caballero, soportándome los cambios de humor drásticos que surgieron por el alcohol.
Ay, qué vergüenza. Dejé salir todos mis fantasmas.
Veo un abrigo azul sobre la silla y me quedo estática. No te puedo creer, me vine con su abrigo.
¿Es necesario que se lo devuelva? No me siento bien quedándomelo.
Por favor, sólo quieres volver a verlo.
Ugh, no. No es así. ¿Pero qué se supone que haga con un abrigo de hombre conmigo?
Voy a devolvérselo y luego me largo.
Había dicho que estaba poniendo su barco en condiciones, así que hay una probabilidad de que lo encuentre en el puerto.
No es como si tuviera algo mejor que hacer de todas maneras.
Me puse lo primero que encontré, me aseguré de no hacer ruido —no quería que Marco o alguno de los chicos me atrapara—, y salí al muelle.
La bruma matinal era espesa, y el aire frío me quemaba a través de la ropa, pero nada de eso me importaba. Caminé entre los barcos como una niña aburrida, esquivando cajas, sogas, sombras.
¿Dónde demonios estás, Sabo?
Y entonces, como si mis pensamientos tuvieran eco en el aire, escuché una risa familiar.
Lo busqué, y allí estaba.
Sabo estaba sentado sobre un barril, conversando con un par de hombres, su cabello revuelto como lo recordaba y su actitud tranquila, como si el mundo entero no fuera más que un escenario secundario para su existencia.
Me acerqué antes de que pudiera pensar demasiado. No quiero que me pille admirándolo.
Él fue el primero en verme. La sorpresa pasó fugazmente por su rostro, seguida de una sonrisa suave que me hizo latir el corazón más rápido.
—¿Me estabas buscando? —preguntó, con esa voz baja y un poco divertida que me recordó nuestro tiempo juntos en la madrugada.
Me detuve a unos pasos de él. Mis manos se tensaron en el abrigo que traía conmigo. Las personas a su alrededor se dispersaron para dejarnos hablar tranquilos.
—Puede ser —murmuré, sintiéndome ridícula y valiente al mismo tiempo.
Sabo ladeó la cabeza, su sonrisa ensanchándose apenas.
—Vaya —dijo, con su tono cálido que ya parecía acostumbrarme—. Eso es halagador.
Por un segundo pensé que iba a acercarse más, pero no lo hizo. Se quedó allí, esperándome... como si me diera la opción de decidir.
—¿Te metiste en problemas por mi culpa? —añadió, arqueando una ceja.
Negué con la cabeza, sonriendo sin querer.
—Todavía no —dije.
Él rió suavemente, y el sonido se deslizó por mi piel como una caricia. Oh Dios mío, sí que era atractivo.
—Vengo a devolverte esto. No quiero que pienses que soy una ladrona.
—Jamás se me ocurriría —dijo, acercándose por fin para tomar el abrigo de mis manos.
Sabo tomó el abrigo de mis manos, pero en vez de colgarlo sobre su brazo o guardarlo, lo miró un segundo, como si el pedazo de tela le dijera algo importante.
Yo no sabía qué hacer con las manos ahora. Me las metí en los bolsillos como una idiota.
—¿Estás ocupada ahora mismo? —preguntó de repente, sus ojos azules fijos en mí.
Parpadeé, descolocada. ¿Qué? ¿Para qué?
—¿Depende? —dije desorientada, no esperando para nada esa pregunta. Sólo venía a entregarle el abrigo e irme.
Sabo sonrió de lado, esa sonrisa tranquila que parecía prometerme que todo estaría bien.
—Podrías ayudarme un rato en el barco —Se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa—. Es mejor que caminar por ahí congelándote, ¿no?
Mi primer instinto fue decir que no. Mantenerme a salvo. No volver a meterme en nada complicado.
Pero ahí estaba él. Mirándome de esa forma.
Y tal vez, sólo tal vez... no era tan terrible dejarse llevar un poquito. No era tan indefensa como aparentaba ser y él lo sabía.
—Supongo que puedo hacer espacio en mi apretada agenda —dije, alzando la barbilla con falsa arrogancia.
Él rió de nuevo, esa risa suave que me iba afectando poco a poco.
—Entonces ven —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia el muelle—. Te prometo que no te secuestraré.
Me reí ante su comentario. Ah, Marco va a matarme.
Lo seguí, metiendo las manos aún más hondo en mis bolsillos, tratando de contener una sonrisa estúpida que se empeñaba en deformarme la cara.
Subimos al barco, esquivando barriles y tablas de madera. No era un barco lujoso, pero estaba en buen estado. Se notaba que le ponía cariño... o terquedad. A veces no sabía la diferencia.
Sabo caminaba delante mío, sus pasos seguros en la cubierta húmeda. Yo lo seguía, tratando de no pensar demasiado en lo fácil que me resultaba seguirlo.
¿Qué demonios pasaba conmigo? ¿Por qué estaba dejándome llevar?
Estás huyendo de tu realidad. Sabo es el escape momentáneo perfecto.
—¿Y qué exactamente quieres que haga? —pregunté, cruzándome de brazos, porque así me sentía más segura.
Sabo se volvió hacia mí, sonriendo divertido.
—¿Alguna vez barnizaste madera?
—¿Barnizar? —fruncí la nariz—. ¿Parece que barnizo cosas?
Él soltó una carcajada breve y genuina, de esas que uno no puede fingir. Ahora me siento un poco indignada.
—No. Pero te ves como alguien que aprende rápido.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Buena salvada.
Me explicó rápido lo que había que hacer: agarrar un trapo, untarlo en aceite especial, pasarlo por la cubierta para proteger la madera. Nada de ciencia espacial.
—¿Y si arruino tu precioso barco? —bromeé, ya tomando uno de los trapos.
—Confío en ti —dijo, encogiéndose de hombros.
No, no me digas eso. Me quiero arrancar el patético corazón. ¿Por qué dice esas cosas como si fueran tan simples?
Me arrodillé y empecé a trabajar. No era tan difícil, pero el frío me calaba los huesos. Aún así, había algo reconfortante en la tarea repetitiva, en el olor a aceite, en el sonido lejano de la ciudad despertando.
Sabo se sentó cerca, también trabajando, sin presionarme a hablar, sin llenar el aire de palabras innecesarias.
Era extraño.
Con casi todo el mundo, el silencio se volvía incómodo. Pero con él... no era tan malo. Se sentía como un descanso. Un pequeño alto en la carrera interminable que era mi vida.
Después de un rato, me di cuenta de que estaba sonriendo sola.
—¿Te sientes mejor después de lo de ayer?
—Ah, sí. Mis resacas duran poco. — Mentí a medias. Los recuerdos de anoche me pesaban en la conciencia— Lo siento Sabo, te habré arruinado la noche.
—Para nada. —se detuvo un momento y me sonrió— Lo hiciste más entretenida... y trascendente. Fue bueno saber que tenemos mucho en común ¿no crees?
—Sí, pues sí.
—Además —añadió como si fuera la cosa más natural del mundo—. Me agradas. Así que no es molestia pasar tiempo contigo.
Le sonreí de vuelta. Este chico era peligroso.
—Creo que mañana zarpamos para la siguiente isla. —confesé.
—¿Oh? ¿Tan pronto?
—Tenemos a mucha gente así que...
—Entiendo. —su voz sonó tranquila, pero me pareció oírlo un poco decepcionado.
Me quedo en silencio un momento. Siento que Sabo es la primera persona que me ve como realmente soy, quizás por eso me siento confundida con respecto a él. Debe ser porque no he salido mucho de la isla que esto causa una fuerte impresión en mí, sólo lo estoy pensando demasiado.
—Gracias Sabo—necesito que lo sepa—. Nuestra conversación de ayer me ayudó mucho a reunir el valor para tomar con confianza mis decisiones.
Él rió, breve y cálido. —¿De verdad? Creo que desde el inicio ya lo tenías. Eres una chica muy determinada, Maddy.
Eso es. Que él saque a relucir mi lado bueno es lo que atrae a él. No puedo creerlo ¿estoy con tal falta de afecto que me conmuevo tan fácilmente?
Sentí una punzada de duda atravesarme el pecho. Tal vez estaba cometiendo un error. ¿Qué estoy haciendo relacionándome con un desconocido? Ni siquiera sabe quién soy yo en realidad. Aunque no parece ser del tipo que le importe. Eso me perturba más. ¿Qué diría si se lo dijera?
Mientras pensaba eso, Sabo se acercó para tomar algo del barril de pintura a mi lado, pero su codo, sin querer, chocó contra mi brazo.
Un brochazo terminó manchándome la manga de la camisa que traía puesta.
Parpadeé, atónita, mirando la mancha.
—¡Oye! —protesté, aunque sin verdadero enojo.
Sabo se quedó mirándome un segundo, como si evaluara la situación... y luego soltó una carcajada sincera.
—Ups. —Dijo, claramente nada arrepentido.
Yo no pude evitar reír también, bajando la cabeza. Observé la mancha un momento considerando cómo podría borrarla.
Creo que no será posible.
—Ven aquí —añadió, sonriendo mientras tomaba un trapo viejo—. Déjame arreglarlo.
¿Está seguro que con ese trapo logrará algo?
Se acercó aún más, demasiado cerca. Pude sentir su calor, el olor de su ropa y el leve roce de sus dedos cuando intentó limpiar la mancha con torpeza. No mejoró mucho la situación, pero para ser sincera, tampoco me importaba.
Nuestras risas se fueron apagando poco a poco, reemplazadas por algo más.
Una tensión tibia y pesada que parecía llenar el espacio entre nosotros.
Alcé la mirada.
Sabo estaba ya tan cerca que podía verme en sus ojos azules.
Por un instante, ninguno de los dos dijo nada.
Sólo estábamos allí, suspendidos. No pude evitar extender la mano a su quemadura. No se apartó.
—¿Cómo te pasó esto? —le susurré en voz baja.
Veo que traga nervioso —Consecuencias de adquirir mi libertad —responde y su mano libre llega a la mía.
Escuchamos pasos lo que nos despertó de nuestro trance. Soltó el trapo sobre la madera en la que estaba trabajando.
—¡Sabo!
—Lo siento. Se me cayó.
Me reí de vuelta de él —Estás muy desatento.
—No me suele pasar. —admite y veo que se arrepiente. Vi que su mano dudaba un segundo más sobre la mía antes de apartarse, causando que mi pulso se dispare.
Debo ignorar lo que acaba de pasar. No tiene sentido y no tiene futuro.
—Voy a hacerle otras pasadas, creo que no pasara nada.
—Claro. —dice él llevándose la mano a la nuca, en voz baja.
—Luego de esto creo que será mejor irme. No le dije a nadie que saldría por el puerto.
Me mira sorprendido un momento luego ríe divertido. —Nadie te detiene realmente eh.
Le sonreí de vuelta. Vaya, en dos días, había sonreído más que en toda mi vida.
Caminamos en silencio hacia el muelle más tarde. El sonido de las olas y las gaviotas era un telón de fondo perfecto para esta caminata en la que no encontraba qué decir.
Me detuve cerca del barco, sintiendo un nudo en el estómago.
—Bueno... —murmuré, jugando con mis dedos—. Supongo que aquí nos despedimos.
Sabo me miró con esa calma suya, esa sonrisa que parecía entender más de lo que decía.
—Supongo que sí —respondió, acomodándose el sombrero.
Quise decir algo más. Pasaron en mi mente cosas como gracias otra vez o me alegra haberte conocido o no quiero irme todavía, pero las palabras las atrapé antes de que salgan de mi boca. ¿En qué demonios pensaba queriendo decirle cosas como esas?
Él se inclinó apenas, como si fuera a decirme algo al oído, pero al final sólo rozó su mano con la mía, un gesto sutil, casi accidental.
—Cuídate, Maddy —dijo en voz baja.
—Tú también, Sabo.
¡Ah esto es una locura!
Y antes de que pudiera hacer algo de lo que me arrepienta (o quizás no) después, me di la vuelta y subí al barco. No miré atrás. No, yo jamás haría eso.
Sabo la contempló subirse al barco con el corazón en conflicto. Quizás fue mala idea haber seguido con esto.
—Es la segunda vez que te veo. Ya no parece una coincidencia.
Volteó para ver al hombre detrás de él. Sonrió amable mientras se acomodaba el sombrero.
—Un gusto verte de vuelta Marco.
Lo miró con cara de pocos amigos. —¿Está el Ejercito Revolucionario interesado en Maddy?
—Sólo queremos asegurarnos de que su presencia no desate algo como lo que ocurrió en Marineford.
—No sucederá. Ella no está interesada en seguir los pasos de Papá. Sólo está intentando encontrarse.
—Es lo que he venido a confirmar —gira levemente hacia el barco, contemplándolo—. Informaré a Dragon y tomaremos las medidas para que pueda vivir tranquila.
Marco suspiró, cansado y aliviado al escucharlo —Bien. Pues no quiero volver a pasar lo mismo que con Ace.
Fue un golpe tan duro que Sabo apretó los puños. —No permitiré que suceda.
—Cuento contigo —respondió Marco indiferente pasando de él. No pensaba decirle que Ace estaba vivo.
Sabo se dirigió hacia su barco decidido. Lo mejor sería asegurarse que no hubiera problemas en su viaje. Se encargaría de que Maddy estuviera a salvo hasta que llegara a su pueblo. No le sucedería nada mientras él estuviera aquí.
Se quedaría sólo un poco más con ella.
Sólo un poco más.
Sólo un poco más.