ID de la obra: 750

Sabo’s Path - “Legado”

Het
NC-17
En progreso
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 72 páginas, 20.954 palabras, 11 capítulos
Etiquetas:
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

“¿Quién mierda se creen estos los de la Revolución?”

Ajustes de texto
¿Quién puta se creían para decidir por mí MI vida? Ahora mismo me meteré un cuchillo directo al corazón si piensan arrastrarme a no sé donde mierda en contra de mi voluntad. Sabo me sujeta de los hombros y me hace retroceder notando mi agresividad hacia la señorita con nombre de marsupial. —Será mejor que me sueltes Sabo —le amenazo conteniéndome lo mejor que puedo. El dolor de mi pierna hace que la rabia aumente— porque ahora mismo no estoy en mis cabales y tu cara es lo que más ganas tengo de romper ahora. —Escucha— El barco se mueve y mi histeria crece. ¿Vamos a dejar a Marco? ¿Lo vamos a abandonar? ¿Voy a ir con estas personas que quién sabe qué putas quieren? Escudriño a Sabo mientras los nervios me hacían temblar las manos. ¿Quién era este sujeto? ¿Que quería de mí? La traición recorre a través de mis venas considerando la idea que se acercó a mi a propósito. Mi pecho sube y baja rápido, los latidos en mi sien martillean como tambores de guerra. —¿Quién eres tú? —escupo la pregunta, la voz quebrada de furia y miedo. Sabo entreabre los labios, pero no dice nada. No dice nada. ¿Por qué no dice nada? Su silencio es más estruendoso que cualquier grito. —¡Dime la verdad! —le empujo con fuerza. Creo que estoy por tener un ataque de pánico—. ¿Qué mierda quieres de mí? ¿Quién te envió? La chica se mueve hacia nosotros, pero Sabo le lanza una mirada que la detiene. No me importa. Podría venir todo un ejército ahora mismo y yo seguiría desgarrándome la garganta para que alguien me respondiera. —Yo... —comienza— yo no quería que fuera así. La sangre se me hiela. —¿Así cómo? —susurro, el corazón encogiéndoseme. —No quería que te enteraras... no así —murmura apenado. —Dime quién eres o voy a lanzarme al mar. Te lo juro. Me lanzo si las siguientes putas palabras que me digas no me parecen sinceras. —Soy del Ejército Revolucionario. La madre que me parió. Veo algo acercarse y mi corazón vuelve a latir, resonando junto el aleteo de las alas de Marco acercándose. Marco, sólo necesito a Marco ahora mismo. Desciende sobre la cubierta bruscamente y gira dando órdenes a sus subordinados. Estaba bien, gracias a Dios. Me acerco a él rengueando y lo hago girar hacia mí, sujetándome de su camisa. —¡Nunca más se te ocurra abandonarme! ¿Me oíste? ¡Tú me trajiste aquí! —Maddy, ey, Maddy —posando sus manos firmemente en mis antebrazos, anclándome a la cubierta antes de que me rompiera en pedazos ahí mismo—. Respira, despacio. Respira conmigo. Inhalé y exhalé un buen rato y endurecí mi rostro ante el intento de que se caigan lágrimas. No iba a llorar en plena cubierta, no frente de Sabo y la chica. —Me alegra que estés bien —dice él, sobándome los brazos ayudándome a relajarme. —¿Qué es esto Marco? —digo nerviosa— ¿Por qué ellos están aquí? Él suspiró, cansado. Y por su mirada pude notar que tampoco lo sabía. Quiero creer eso, quiero creer que no lo sabe. Necesito comprobarlo. —Quieren llevarme con ellos —le confieso. —¿Qué? —me espeta sorprendido. Su mirada pasa a los dos, molesto. Se hace camino hacia ellos —¿Planean llevársela? Que se haya enojado por mí me alivia en sobremanera. No estoy sola. No estoy sola en esta demente travesía. Usando a Marco de escudo, me posiciono detrás de él para escuchar la discusión. Un hombre se acerca a sugerirme tratar la herida de mi pierna pero lo mando a la mierda. La chica traga saliva, mirando de reojo a Sabo. Él mantiene la mirada fija en Marco, pero yo veo cómo sus manos se tensan a los costados. Está nervioso. Bien. Que esté nervioso. Maldito embustero. La furia asciende de vuelta ante su patético teatro. —Jamás le haríamos daño —dice, su voz áspera, intentando razonar con Marco—. Queremos protegerla. Protegerla de lo que podría venir. —¿Y creen que llevándosela es la mejor manera? ¿Que con ustedes estará segura? Un silencio cargado cae sobre nosotros. —No queremos que se repita —continúa—. Si el mundo sabe quién es ella, si la Marina se entera de su existencia... harán lo mismo. Irán tras ella. La exhibirán. La usarán como símbolo. Y luego la ejecutarán para enviar un mensaje. Las palabras golpean mi pecho como cuchillos. El rostro de Marco se endurece, los labios convertidos en una línea delgada. Me aferro a la camisa de Marco a su espalda. No sé qué parte de mí quiere gritar, llorar o romper algo. No pedí esto. No quería ser importante. Solo quería vivir. —¿Y esconderme es la solución? —mi voz tiembla, feroz—. ¿Van a encerrarme como un animal porque lo decidieron así? Sabo aprieta los labios, está seguro que es la decisión correcta. —Es mejor que verte morir —declara como si odiara cada palabra que dijo. Sus ojos, cuando me mira, no parece reconocerme frente a él. Son los de alguien que rememora y que ya vio ese final antes. Que lo vivió. No, no, no. —El objetivo de este viaje no era esto Marco —le jalo la camisa en busca de respuestas—, iba a ver la tumba y regresaba. Sólo iba a... —voltea hacia mí y su rostro resignado me responde, horrorizada— Marco. —me río de los nervios. —Estarías segura con ellos Maddy. Se me cae el mundo encima. Me separo de Marco de un empujón brusco, como si me quemara. —¿Así que ya está decidido? —mi voz sale rota, desgarrada, mucho más alta de lo que pretendía—. ¿Ni siquiera tengo derecho a elegir? —Maddy... —intenta calmarme, acercándose. Retrocedo. —¡No te acerques! ¡No te atrevas! —grito, sintiendo cómo la garganta se me rasga. Miro a Sabo, a Marco, a esta extraña. A todos. Mi corazón late tan fuerte que apenas puedo respirar. No pienso quedarme. No pienso dejar que tomen mi libertad. Mis piernas se mueven solas. Corro hacia la barandilla del barco, ignorando las voces que me llaman. El viento me corta la cara, las lágrimas que no quiero mostrar me nublan la vista. Trepo. No pienso. Actúo. Un brazo me atrapa antes de que pueda saltar. —¡Suéltame! ¡Suéltame! —chillo, golpeándolo con los puños cerrados. Marco me sostiene fuerte, como si aferrarse a mí fuera lo único que importara. —¡Maddy, basta! ¡Te vas a matar! —ruge. —¡Prefiero eso a ser una maldita prisionera! —me retuerzo como un animal herido. El mundo gira y de repente estamos en el suelo, él sosteniéndome para que no me lastime. Pero no importa. No importa nada. Mi pecho no obedece. Inhalo y no entra aire. Exhalo y no sale. El sonido de mi respiración se convierte en un jadeo irregular, roto. Mi visión se llena de puntos negros. Tengo frío, tengo frío. —Shh, shh, Maddy, estoy aquí —escucho a Marco decir, desesperado—. Respira. Respira conmigo, tranquila... No puedo. El miedo me devora entera. Es como si toda la cubierta, todo el cielo, todo el océano, cayera sobre mí. Siento más manos, voces. Pero sólo quiero desaparecer. —Maddy, mírame —Marco me obliga a verlo a los ojos, apretando mi rostro entre sus manos—. No te voy a dejar sola, ¿me escuchas? No te vamos a encerrar. Sólo queremos protegerte. ¡Mírame! Un sollozo escapa de mi garganta, violento, primitivo. Y finalmente, me rompo. Me hundo en su pecho, temblando como una hoja, mientras las lágrimas que había jurado no derramar manchan su camisa. Marco no dice nada más. Sólo me sostiene. Mi vida está arruinada. . . . Estoy sentada en la cama observando la manta cubriendo mis piernas. Estoy completamente apagada, sin energías. Me muero de hambre pero no tengo ganas de levantarme de mi cama. Sé que detrás de la puerta de mi habitación debe estar alguien, cuidando que no se me vuelva a ocurrir lanzarme al mar. No lo iba a hacer, ya no tengo la fuerza para hacerlo. ¿Qué...? No sé ni qué decir. Ni qué pensar más. ¿De qué sirve? No sirve de nada. Qué importa a estas alturas lo que yo piense. Todo esto por el idiota de Ace. Me azota de vuelta la furia. Es injusto. Esto es injusto. La gran puta. Yo no he hecho nada. No soy una puta pirata. No soy nadie. Nadie. ¿Y me tienen que proteger? Todo es su culpa. Todo lo que me pasa. Todo por su inmadurez y realidad alterada. Por su maldita culpa. Tocan la puerta. ¿Qué putas quieren? Veo que Sabo asoma su cabeza y su rostro tranquilo destapa el infierno contenido detrás de las puertas de la cordura. —¿Qué putas quieres? —Se encoge ante mi cólera desenfrenada— Desaparece. Sabo entra, con esa prudencia absurda, como si eso pudiera borrar lo que hizo. Yo no me muevo. No pienso moverme. Mi mirada sigue fija en él, queriendo anclarlo al piso. —No vine a discutir —dice, con esa voz tranquila que ahora solo me da asco—. Solo quiero explicarte. No respondo. No le voy a dar ese lujo. —Nunca te mentí —continúa, avanzando un poco más—. Nunca dije quién era, pero tampoco dije lo contrario. Todo el tiempo fui sincero contigo, de otras maneras. —¿Sincero? —mi voz es baja, plana—. ¿Acercarte con una misión es sinceridad? Sabías que era la hija de Edward Newgate —solté una risa seca—. Soy una idiota. Era tan obvio. Decías justo lo que quería oír esperando mis reacciones— Frunce el ceño. —No fue así. —se remoja los labios— Al principio sí... me acerqué porque debía evaluar quién eras. Pero después... —Después —lo interrumpo, sin subir el tono—. Después, seguiste probándome, Sabo. Conociendo cada una de mis heridas. Cada rincón roto de mí que te mostré cuando pensaba que eras real. Él se queda callado. No tiene respuesta para eso. Claro que no la tiene. —¿Qué esperabas? ¿Que ahora comprenda tu gran misión de proteger el mundo? ¿Que te agradeciera por decidir "creo que es inofensiva, pero de todas maneras es problemática" luego de abrirme contigo? —suelto, casi como quien comenta el clima. Sabo da otro paso, lento, suplicante. —No espero que lo entiendas, pero jamás pensé ni me expresé así de ti. Quería protegerte, desde el principio. Todavía quiero. Todo lo que dije era sincero. Sonrío. Una sonrisa vacía, completamente drenada de gracia ante sus patéticas excusas. —No necesito tu protección. Lo que necesitaba era sinceridad, una conexión sincera. Y tú me engañaste. Él tiembla apenas, como si mis palabras fueran cuchillas. —Maddy, yo... —No —lo corto, sin levantar la voz, sin gritar —No eres bienvenido aquí. No quiero saber de ti. Me levanto despacio de la cama, cada movimiento tan calculado como una ejecución. —Lárgate. Sabo duda. Sus ojos, esos malditos ojos que alguna vez me dieron paz, ahora sólo me devuelven la sombra de lo que fue. —Por favor... —murmura, casi quebrándose—. Déjame hacerte entender. Sólo quiero ayudarte. Me acerco hasta quedar a centímetros de él. Mi voz, cuando hablo, es un susurro mortal: —No necesito tu ayuda, ni la de nadie. Sólo lo que haces es destruirme. Él se queda congelado. No intenta defenderse. Sus ojos registraban cada centímetro de mi rostro, y estoy segura que lo que encontraba era absoluto desprecio. Cuando finalmente da media vuelta y se va, no celebro. No lloro. No me rompo. Sólo me quedo ahí, entera por fuera, hecha polvo por dentro. Sola. Como siempre. Cuando Sabo cerró la puerta tras de sí, no se atrevió a quedarse ni un segundo más ahí. Dios. Cada paso que daba en la cubierta parecía hundirlo más, hasta hacerlo cuestionar si realmente estaba en el barco. La mirada de Maddy quedaría grabado en su retina toda su vida: mortal, un desprecio absoluto que, de algún modo, dolía más que cualquier herida física que haya tenido en su vida. Se apoyó contra la pared y cerró los ojos, apretándolos con fuerza. Maddy tenía razón. Desde el primer momento, fue él quien eligió acercarse. Fue él quien la puso en esa situación. Aunque sus intenciones fueran protegerla al final, aunque quisiera pensar que hacía lo correcto... la traicionó. No importa cuántas razones tenga. No importa cuánto quiera llevarse bien con ella...Para ella, eso no cambia el hecho de que la engañó. Se pasó una mano por el rostro, exhausto. ¿Pero qué podía haber hecho? Debía constatar sus intenciones. Lo constataste, pero no informaste ni decidiste irte. Sí, bueno, una negligencia de su parte. Fue consciente de eso. ¿Podría volver a recuperar su confianza? Estaba muy difícil. No sólo la había engañado, ahora iba a arrastrarla hasta la base. ¿Alguna vez lo perdonaría? Pero había algo que sí sabía con certeza: Esto era lo correcto y no importaba cuánto lo odie, no importaba si jamás lo perdonaba, él la iba a proteger. Aunque ella nunca le vuelva a dirigir la palabra.
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)