“Maldito insoportable”
11 de septiembre de 2025, 21:09
—Maddy.
—No acordamos esto Marco.
Suspiró. —Lo sé.
Estaba sentado al lado mío de la cama. Había ingresado hace ya varios minutos pero no había dicho nada hasta ahora.
—Es muy peligroso para ti volver, podrías poner a tu madre y toda la isla en peligro.
Ya lo sabía, no me estaba diciendo nada nuevo.
—¿Y si me cambio el nombre y la apariencia? ¿Algo así para que no me reconozcan?
Marco me miró en silencio unos segundos —¿Estás hablando en serio o en broma?
—Completamente seria.
Marco suspiró por segunda vez—No va a funcionar. Tarde o temprano terminarán dando contigo.
—¿Por qué lo dices?
—No tienes idea de todo lo que hicieron para cazar al hijo de Gol D. Roger—
—Sí la tengo.
—Entonces no tienes nada que discutir. El ejército revolucionario es tu mejor opción.
Me llevé las manos a la cabeza, impotente. ¿En serio no había otra manera? ¿Voy a tener que vivir mi vida con ellos?
—¿Qué harás tú?
—Aun tengo que encargarme de las cosas de Papá... —guarda silencio un momento— Voy a acompañarte hasta donde me sea posible.
—No quiero estar sola en ese lugar.
—No estarás sola.
Sus ojos fijos en mi me dieron la respuesta. No estará pensando...
—¿Lo dices por Sabo?
—Creo que le importas.
Bufé. —Tonterías.
—Se preocupa de que estés bien. Sólo no queremos que te suceda nada malo Maddy.
—¿Y esperas que confíe en él?
—Confía en mi. No quiero repetir lo que pasó —dice en un susurro evitando mirarme.
Ugh. Es que fui estúpida yo también. Desde el día uno hubo señales de que desapercibida iba a pasar la rata del barco, no yo. Todo pintaba mal.
—Era obvio que esto iba a pasar. Todo el mundo corrió el rumor en cuanto me subí en tu barco.
—No. No debió pasar —sentenció fríamente—. Alguien te delató y no fuimos nosotros. Seriamos los últimos en querer que pases peligro y voy a averiguar qué sucedió.
Le negué cansina —Ya no importa ahora.
Se pone de pie y camina hacia la puerta —Hablaré con Sabo para que vele por todo lo que necesites. Esta gente es justa y puedes confiar en su palabra.
—Eh... ¿me mintió sobre él y todo lo demás? ¿Hola?
—No es que pueda revelar su coartada—
—¿Te estás poniendo de su parte?
—No es ponerme de su parte —posa sus manos en su cintura. Puedo ver que está buscando qué decirme—. Te convendría llevarte bien con él ya que es el único de la Revolución que ya conoces un poco.
—¿Sus mentiras?
—Eres increíblemente terca.
Me cruce de brazos —Sí, y me ha funcionado vivir así. Si me hubiera mantenido terca no hubiera pasado todo esto.
—Puedes odiarme si eso te alivia —dice, cruzadose de brazos—. Pero deja de mentirte. Desde que subiste a este barco... no quisiste mirar atrás.
—No es cierto.
—No hace falta que me convenzas a mí. Convéncete a ti.
Lo miré furiosa.
—Hablamos luego. Cuando tu orgullo deje de hablar por ti.
Salió dejandome con las palabras en la boca. Apoyé el rostro en mis palmas, intentando calmar el calor que subía por mi piel. No sabía si era fiebre, enojo o la maldita impotencia carcomiéndome desde adentro.
Marco tenía razón. Odiarlo era fácil. Más fácil que aceptar que yo misma elegí estar aquí, que lo busqué, que en el fondo deseaba encontrar algo para mí.
Golpeé la almohada con la palma, frustrada.
Quiero escapar.
Quiero volver el tiempo atrás.
Quiero dejar de importarle a nadie.
Me pasa por ambiciosa.
Observo el techo de la habitación e inhalo todo el aire que puedo y cierro los ojos. Ya, lo hecho hecho está. No ganaré nada revolviéndome aquí en lo que pudo ser.
¿Qué hago ahora entonces? No pienso hablarle a Sabo todavía, estoy demasiado furiosa con él que sólo será peor.
¿Qué voy a hacer al llegar? ¿Cómo es ahí? ¿No me van a encerrar en una celda o una habitación verdad? ¿Con quién voy a conversar o pasar el tiempo...?
Pff, como si alguna vez fui del tipo sociable.
Me enderece de vuelta en la cama y miré la puerta. Estoy perdida, completamente.
Necesito que alguien me de un poco de información. Quizás alguno de los hombres de Sabo o la chica esa llamada Koala me ayude.
Me deslicé y salí de la cama perezosamente. Quizás encuentre a alguien en la cocina. Al abrir la puerta no veo a nadie por la cubierta ni alrededor, y es que bueno, ya ha anochecido. Ni idea de qué hora es pero no debe ser tarde.
Voy camino a la cocina bostezando del aburrimiento o sueño cuando escucho murmullos. Empiezo a caminar de puntillas para poder oír algo.
Reconocí una enseguida.
—...muy propio de Hack —dice riendo Sabo.
—¿Tú crees? A mi me dejó sorprendida.
—Lo estás juzgando mal.
—¡Lo conozco más tiempo que tú!
Lanzó una carcajada tan sincera que mi enojo subió cinco grados. Tan tranquilo luego de arruinar mi vida.
—No puedo creer que Dragon aceptara.
—Sí... —lo escucho carraspear nervioso—. Debe haber considerado otras posibilidades pero le pareció mejor esta.
—Prepárate para lo que se te viene cuando llegues —le advierte la chica. Escucho el golpe del vaso contra la mesa—No sé cómo nos llevaremos entre todos estando ahí. Es decir, no habla con nadie. Y a ti te odia.
—No me importa si me odia —respondió él. Su voz sonaba distinta—. Lo que me importa es que no la maten por nuestra inacción. No voy a repetir lo que pasó con Ace.
Silencio.
—Por lo que oí de Marco, él cree que ella no es una amenaza. Yo también me he convencido. Pero el mundo no va a pensar igual. Alguien va a usarla. La Marina, los Nobles... o peor. Y si eso pasa, Maddy no va a morir en el mar. Va a morir en una plaza, con el mundo mirando. Es la hija de una leyenda después de todo, del gran Barbablanca que declaró la guerra contra la Marina por el hijo del Rey de los Piratas. Su descendencia también ya está condenada.—Tragué saliva.—¿Y crees que ella va a entender eso? —preguntó Koala.
Miré mis pies y moví los dedos. Tenía que distraerme de este malestar que se subía por mi garganta.
—No —respondió él, sin dudar—. Pero prefiero que me odie el resto de su vida, a tener que ver cómo le exhiben frente al mundo y le clavan una lanza en el corazón.
Carajo. El dolor imaginario hizo que me acariciara el corazón.
Osea, una cosa es que te lo digan en la cara a que escuches que otros en confianza expresen que morirás. Si me lo dicen de frente puedo decir que está equivocado sólo a mí para envalentonarme y pensar en la posibilidad de que erró, pero que entre ellos haya un aire de que es un hecho obvio y ni duden del desenlace me debilita peligrosamente la cordura.
Es un final alternativo. No es un hecho.
Escucho los pasos de uno de los dos y me enderezo. Entonces, la puerta se abre.
Retrocedo un paso tontamente, pero ya es tarde.
—¿Te perdiste? —pregunta Koala al verme, con ese tono neutro que puede ser una amenaza o una cortesía, dependiendo de quién la mire.
—No. —Miento. No necesito sonar convincente, sólo desganada.
Sus ojos recorren mi rostro, mi postura, el temblor leve de mis dedos. Sabe que escuché todo. Y no dice nada.
Me encojo de hombros, pero la mirada me traiciona. Está afilada. Incómoda. Peligrosa.
—¿Vas a decirme que lo hicieron por mi bien?
—No. —responde sin titubear—. Voy a decirte que lo hicieron porque tienen miedo.
—¿De mí?
—Del mundo. De lo que el mundo hace con personas como tú.
La odio por sonar tan segura, tan tranquila. Por no mentirme.
—Entonces soy una bomba. Perfecto. Me ocultamos, me silenciamos, y todos felices, ¿no?
—O te dejamos suelta y el mundo se te viene encima —responde con la misma calma—. No todos te miran como Sabo. Ni como Marco.
—No me interesa cómo me mira él.
—No dije que te interese. Dije que lo hace.
Silencio.
—¿Esto es parte de tu estrategia para que acepte esto más fácil? ¿La parte de "te entiendo, yo también fui alguna vez una víctima"? ¿Vamos a hermanarnos en traumas?
Sus labios se tensan. —No intento buscar tu simpatía. Sólo que si vamos a convivir, prefiero que sepamos dónde estamos paradas.
—Perfecto. Estamos paradas en lados opuestos —respondo, girándome para marcharme.
—Entonces te condenas a pasar mal.
Me detengo. No sé por qué. Pero me detengo.
—¿Y eso qué importa?
—Importa si no estás lista. Porque allá no vamos a tener tiempo para tus berrinches. Si no sabés en quién confiar, te vas a quebrar sola.
Me doy vuelta lentamente. —Ya estoy quebrada.
Koala me sostiene la mirada. Me observa con nuevos ojos, pensativa. Hay una especie de reconocimiento.
—Entonces empieza a construirte de nuevo.
Segunda vez en el día que me dejan sin palabras.
—No me he presentado todavía pero ya sabes mi nombre. Soy Koala, soy un oficial de alto rango en el Ejercito Revolucionario e instructora asistente de karate. No tengo nada en contra tuya, no me mal entiendas. Espero podamos llevarnos bien —dice despidiéndose de mi con la mano alejándose hacia su camerino.
Acercándome a la puerta abierta, veo a Sabo mirando para acá. Genial, también escuchó nuestra conversación.
—¿Necesitas algo?
—No. —respondo automáticamente. Ni siquiera lo he pensado, sólo no quiero nada de él.
Se forma un silencio que no parece incomodarle a él, pero a mí si. ¿Qué hago ahora? ¿Me vuelvo a mi habitación como estúpida o entro y me sirvo al menos un vaso de agua para mostrarle que me tiene sin cuidado?
Analizo las posibilidades mientras él se vuelve a acercar el vaso a la boca, bebiendo de un trago lo que sea que se hubiera servido. Lo deja con un golpe en la mesa y exhala como si estuviera cansado de la vida misma. Agradezco que no me esté mirando.
—Te dejo cenar. —dice poniendose de pie y tomando su abrigo de la silla.
—¿Koala es tu novia?
—¿Disculpa qué? —dice girando violentamente a mirarme con los ojos salidos.
Demonios. Se me escapó. Maldita impulsividad.
Quiero darme un tiro.
—Eh... pues... no —balbucea descolocado. Su rostro se arruga y sé que está tratando de entender que qué significa que le haga esa pregunta. Que no se haga ideas, sigo enojada.
—Ah. —suelto. Lo ignoro entrando a la cocina a buscar un vaso. Si reaccionó así a lo que sea que se había bebido, por aquí debe haber algo con alcohol. No me importa de quién sea.
—Maddy.
—¿Que quieres? — su tonito amable me puso de mal humor.
Encuentro una botella de vino y la saco para verla mejor. Sí, esto tiene pinta de que está bueno.
No está diciendo nada. Volteo a mirarlo.
Se quedó de pie observándome.
—¿Me vas a decir que no puedo beberlo?
—No.
—Bien. Porque igual me lo iba a beber.
Tomé una copa y lo vertí en él. Dejé la botella en la mesada y me llevé la copa a los labios. Uff, madre mía. Era esto lo que necesitaba.
—¿Ya no estás molesta?
—Vete a la mierda.
Se queda observándome otra vez y veo que sonríe burlón. ¿De qué putas se está riendo?
Se vuelve a sentar.
—¿Qué haces?
—Me quedo a beber contigo.
—¿Por qué? —digo anonadada.
—No eres muy buena con el alcohol.
Que se vaya a la puta.
—Esa vez era diferente.
—Sí, sí.
No, no lo odio. Este sentimiento de pura aversión, furia y rabia profunda no puede ser ese sentimiento tan insignificante.