ID de la obra: 752

Ace’s Path II : “Mi vida contigo” — Portgas D. Ace

Het
NC-17
Finalizada
0
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
126 páginas, 36.208 palabras, 16 capítulos
Descripción:
Notas:
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“Samerah”

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Observamos la isla acercándose emocionados. Tal y como nos había dicho Ace, estabamos llegando a Samerah. Al contrario de lo que creía la isla parecía bastante moderna. No había muchos barcos atracados. Me recordó un poco a Water 7 por todo el concreto a la vista, excepto por el gigantesco árbol en el centro de la isla y los distintivos edificios circulares que eran algo novedoso que jamás había visto. Como anillos uno encima de otro, achatados. Pensé que habría más verde pero no al parecer excepto ese árbol gigante. —Se ven muy modernos. — comento. — Y raros. Ace pasó su brazo por mis hombros. —Ustedes quédense en el barco a organizar lo que bajaremos. Aloise y yo iremos. Será mejor que ella de una vuelta para que examine la isla. —Suenas como si yo fuera un perro rastreador. Me sacude un poco —Pues debes registrar la isla para saltar ¿no? El puerto era muy tranquilo a pesar del ruido del viento azotando. No había mucho movimiento. A diferencia de Alabasta o Dressrosa, había un silencio cómodo alrededor. Eso sí, estaba abarrotada de gente pero todos iban con paso tranquilo y sonriendo. Hasta los niños jugaban pasivamente. Ace atracó el barco y se acercó a mí para ponernos en marcha. —Ponte una remera y quítate el sombrero. —le dije y me obedeció rápidamente. —Hecho. — dice levantándome y saltando al muelle. Me baja con cuidado —¿Qué dices de teñirte de rubio Ace? Me miró confundido —¿Qué? —Creo que un plus más para pasar desapercibido no está mal. —Me da igual. — me toma de la mano. — Vamos. A la vez que nos vamos adentrando más a la ciudad la esencia de hierbas se hace más presente, con un ligero toque a medicina. Me sentí transportar a los pasillos de un hospital. A pesar de ello, no era desagradable. Se podía percibir perfumes o el olor de productos de limpieza. Era bastante extraño.  No había nada en las calles. Para todo era necesario ingresar al local para ver sus productos. Algunos tenían un patio en frente con sillas y mesas antes de poder ingresar al comercio. Ni un solo cartel o silla era puesto fuera de los edificios, todo estaba dentro. Ace no lo soportó y se llevó la mano a la nariz. —Son demasiados olores mezclados. —Quizás sea esta calle, vayamos a otra paralela.  Cuando giramos en una esquina el olor disminuyó. Tomando la calle paralela a la que estabamos, esta vez se podían registrar— —¿Qué es eso? Huele a carne asada. — Ace se detuvo a respirar hondo. — Hay otras cosas. Esta es nuestra calle. Le puse los ojos en blanco. —¿Cómo es que es tan drástico el cambio? — Debe ser por el aire. Al parecer viene de adentro para fuera de la isla. Eso tenía sentido. Seguimos caminando para adentro y podíamos ver, a lo lejos, que en un punto ya terminaban las casas y empezaban los hospitales. Veo a alguien acercarse a nosotros con una silueta rara hasta que por fin veo que posee una máscara. —¿Qué es eso? — dice Ace. —Disculpe. — detuve a una abuelita caminando cerca mío. —¿Es peligroso seguir? Veo que usan máscaras. —¿Oh? Deben ser turistas. No, cariño. No es necesario pero no podrás avanzar más de aquí. —¿Por qué? —¿Has notado que las familias viven en la costa de la isla? Luego los jovenes o adultos independientes más en el centro y por aquí estamos nosotros los de avanzada edad. Eso se debe a que el aire es más puro aquí por lo que nos ayuda a mantenernos más saludables al envejecer. Hace mucho que no adquiero alguna enfermedad. —rió. Eso no tenía sentido. —Desde ese punto el aire se vuelve tan puro que no podemos soportarlo, sin embargo los bebés o personas con necesidades de mayor oxigeno se encuentran en esos hospitales. Por eso los doctores se encuentran con máscaras para poder tratar a esos pacientes. —¿Entonces en vez de que el paciente utilice oxígeno son los doctores lo que lo usan? Asintió. —Todo esto debido al árbol gigante que se encuentra en el centro. Debido a él por las calles puede sentirse en horas concretas fuertes ventiscas de viento. Tienen suerte de no venir en invierno, las ventiscas de nieve esas son horribles. —¿Si quisiéramos ir a un hospital deberíamos ponernos las máscaras?  —Oh, no. Sólo giren a la derecha y caminen cinco cuadras. Hay hospitales disponibles sin máscaras. —¡Gracias! Nos sonríe y sigue su camino. Volteo a ver a Ace preocupada. —Estaremos bien. Vamos. Seguimos sus indicaciones hasta llegar al lugar. Cabe decir que desde que llegamos toda la ciudad era muy limpia y ordenada. Veíamos pocas personas entrando y saliendo de allí y me sentí inquieta. La ultima vez que estuve en el hospital fue cuando mi padre falleció. —Dame la mano.  Tomé la mano que me extendía e ingresamos dentro. Por un minuto creí que estaba de vuelta al mundo real si no fuera por el tacto de Ace y que haya dado un paso en mi campo de visión. —Creo que allá hay un doctor disponible. Seguí su mirada y había un doctor bajo con canas que daba saltitos tarareando al parecer una canción. Mi sexto sentido, que era el de peligro, me alertó sobre él pero para Ace ese sentido fue perdido hace tantos años que ni cosquillas le causaba. Lo sentí arrastrarme hacia él. —Hola, buenos días. ¿Nos podría decir cómo podríamos definir una consulta? —¡Oh! ¡Hola! Síganme. Yo les ayudo directamente. Vemos que camina hacia los consultorios. Abre una, luego la cierra. Abre otra y la vuelve a cerrar. Observé las placas de nombres y me pareció curioso que no supiera el suyo como para ir buscando de esa manera. Luego de abrir dos más rápido, entra en una y lo analiza. —Algo no está bien. —le susurro a Ace. Veo a alguien al final del pasillo contrario al nosotros que viene corriendo. Era un doctor mucho más joven y parecía estar buscando a alguien. Conectamos. Empieza a correr hacia mí cuando el viejo hombre sale a invitarnos a pasar. El rostro del chico se ilumina en reconocimiento. —¡Doctor Phanes! ¡No...! ¡Dejenlo— El viejo nos empujó adentro del consultorio y cerró la puerta. Todo esto me parecía una locura. Miré a Ace y él estaba tranquilo. Mientras el doctor Phanes gira alrededor de la mesa para sentarse en su silla, escuchamos como golpean la puerta detrás de nosotros. —¡Abra la puerta doctor! ¡Salga inmediatamente! ¡Voy a llamar a Eugene! —Ignórenlo. — dice tranquilo. — Es un muchacho molesto. —¿Y cómo piensa ayudarnos? — fue directamente al punto. —Soy doctor en este hospital así que no se preocupen. Así que podemos comenzar. Quítense la ropa. —¿Qué? — quizás no oí bien. —Quítense la ropa. — su mirada cae en Ace. — Tú primero. Así ella no se pone nerviosa. No. Prefiero hacerlo yo primero que él. —Lo haré yo. — digo. —No. — dice Ace y se pone frente a mí. —¿Cómo sé que eres realmente un doctor? Sentado en la silla busca en su bolsillo su credencial. Lo saca y nos lo enseña. "Dr. Phanes Craus" Bueno, sí era un doctor. Juzgando por el muchacho que se había rendido en sacarlo de aquí, era conocido en el hospital. —Bien. — continuó Ace escéptico. — Estamos aquí para que pueda examinar a unos amigos, no a nosotros. —Primero los examinaré a ustedes. Quítense la ropa. —No lo haremos. — sentenció Ace ocultándome más de él. —Cualquier persona que llegue a mí tiene que ser revisado. Aún si no serán ustedes los que consulten. Es mi modo de trabajar. —Pues buscaremos un doctor. Veo que hace un movimiento a su pantalón y lo que menos espero sucede. Con el arma nos apunta y como si estuviera acostumbrado le quita el seguro mientras nos observa sin cambiar su expresión tranquila. —¡¿Qué?! ¡¿Qué hace?! — ¡Este señor está loco! —Ahora desvístanse. — impuso otra vez. Toqué la espalda de Ace y lo jalé  hacia mí para evitar que hiciera algo. Podía notar que estaba preparándose para actuar. —¿Qué usted no es un doctor? No debería matar a nadie. —¿Matar? No los voy a matar. Voy a herirlos para curarlos. Ese es mi deber de todas maneras. Curar sus heridas. Bien. Completamente demente. Ace suspiró y me miró por el rabillo del ojo. —¿Qué quieres que haga? —¿Puedes dejarlo inconsciente sin lastimarlo? Se lo pensó un segundo. No le había gustado la idea. —Sí, sí puedo. Se puso de pie. —Hazlo muchacho y ahora mismo jalo el gatillo e irá a la pierna o el brazo de tu chica. —Mira que para amenazarla y atreverte a lastimarla frente a mí debes querer morir. —Bueno, ya me cansé de tanta hospitalidad. —¿Sólo va a examinarnos? —Sólo eso cariño. —No le digas cariño. Hubo un silencio que hicieron que tuviera ganas de saltar al puerto.  —¿Como no somos pacientes no nos hará registrar? ¿Es esto sólo porque usted quiere? —Así es. Si no registran ni a Ace ni a mi estaremos bien. Además, había algo que he notado anteriormente que nos beneficiaba. —¿Quieres que lo haga? — me pregunta Ace dudoso. —Si tú quieres. —No me fascina la idea que el doctor que me vea intente matarme. — dice pero de todas maneras se quita la remera. —¡Por todas las hojas de la gran Samerah! ¡¿Qué es esto?! Guarda su revolver impresionado por la cicatriz en el pecho de Ace. Se acerca a él y puedo ver que lo está asesinado con la mirada. Cuando su dedo cae sobre su pecho le quita la mano molesto. —No me toque si no es necesario. —¿Qué te ha pasado muchacho? Esto es una maravilla. —No creo que sea una maravilla para nada. — dijo con la voz unas notas más baja. Acaricié su espalda para calmarlo. —Las cicatrices hacen al hombre. Son historias que contar. Expresan cuánto has vivido y cuanto has recorrido. Hmm... esto es de ¿dos o un año?  —¿Qué importa? — lo cortó Ace. — Ya pasó hace mucho tiempo. — se puso de vuelta la remera. —¿Oh? ¿Anillos? ¿Están casados? —Sí. — respondí. Ace lo miró con desprecio. — Él es mi esposo. —¡Ya veo! ¡Oh! Qué alegría. Tienes a un hombre que pasó por muchas batallas, debes sentirte segura con él. —Así es. Confío mucho en él. Empezó a abrir su bata desvistiéndose y me hice para atrás atónita. —¿Qué cree que está haciendo? — preguntó disgustado Ace. Por toda su piel había cicatrices y todas de diferentes tipos. Habían algunas que tenían un aspecto horrendo que me hizo imaginarme cómo carajos uno se conseguía algo así. Giré por la impresión hacia otro lado. —Estos son mis trofeos. De todos ellos, sólo dos de ellos murieron. Los demás pudieron recuperarse. —¿Fueron sus pacientes? —A diferencia de lo que sea tu caso, mis batallas son con mis pacientes. ¡Por eso siempre llevo el revolver conmigo! — se rió. —¿Los mataste con tu revolver? —Oh no. Es sólo para amenaza. Ace se llevó una mano al rostro incapaz de seguir la conversación. —No importa qué tan salvajes o locos eran siempre terminaba mi trabajo. Así que estoy muy orgulloso de toda mi trayectoria. —Ya veo. — respondí no muy segura de qué decir. Nos tuvimos que topar con un loco de doctor. —Permiso. — dice mientras busca en el maletín que se encontraba en la mesa (que estoy segura no era suyo) un estetoscopio. Se lo pone sobre el corazón de Ace y su rostro cambia. —¡Oh! —¿Qué sucede? —Hijo... —¿Qué? Arrugó su rostro fastidiado. —Estás sano. —Imbécil eso es bueno. — le reclama su paciente. —Ahora tú. Quítate la ropa. — me sonrió de lado. —¡Eso no va a pasar! — le gritó Ace furioso. La puerta se azota contra la pared dejando la entrada libre a dos guardias que toman al doctor de los hombros. Una mujer está de pie con los brazos cruzados y estaba el joven que había visto, observando atrás de ella sobre sus hombros. —¡Eugene! ¿Cómo estás? —¡Sabes bien doctor Craus que usted tiene sus actividades en el ala este! ¡Sus pacientes han estado esperando por usted todo el día! —¡Ah! ¡Todos ellos son simples resfríos! ¡Estoy cansado de los resfríos! —¡Pues es lo que hay! No sé que espera de una isla saludable como la nuestra. Si quiere más acción váyase al mar pero con su edad ya no puede hacer mucho. —¡Voy a morir de aburrimiento! — dijo tirandose de rodillas al suelo. — ¡Ese árbol y las flores a su alrededor causan las alergias que afectan a esos condenados también! ¡Estoy cansado! —¿Y qué quiere? ¿Qué el árbol deje de respirar?  —¿No puede respirar más suave o despacio? Cada vez que lo hace manda volar todos los techos. —Es un exagerado. Llévenselo al ala este. — pude ver la sonrisa del chico atrás de ella. —¡Eugene espera! — se sujetó con fuerzas de la puerta mientras los dos guardias lo empujaban. Eugene entró al consultorio evitándolo. — ¡Estaba tratando con estos dos jóvenes...! Eugene cerró la puerta. —Siento mucho lo que tuvieron que vivir. ¿Se encuentran bien? —Sí, no ha sucedido mucho. —Nos apuntó con su revolver. — declaró mi esposo molesto. —Disculpen el trato. Tenemos algunos doctores un poco... excéntricos. Me encargaré yo misma de ayudarlos. Soy Eugene Mistfel, soy directora de este hospital. —Es un placer. El caso es este: tenemos una embarazada de pocas semanas en nuestro barco y decidimos venir hasta aquí para que pudieran asistirla. —Pues vinieron en el lugar correcto. — dijo sonriendo. —No se preocupen, nos encargaremos de ello. ¿Son navegantes independientes? Demonios, las preguntas. —Sí. —¿Fueron piratas o marinos? —¿Uno de los dos? — bromeé.  Eugene miró a Ace. —Aquí tratamos a todos por igual. La salud es garantizada para toda persona en esta isla. No somos parte del gobierno ni la marina tiene poder aquí. Somos una isla independiente así que no importa. Hago estas preguntas para poder actuar en caso de persecuciones o conflictos, pueden estar tranquilos. —No nos persigue nadie Doctora Eugene. Aunque de todas maneras preferiríamos no llamar la atención. —De acuerdo. Eso está bien para mí. De nuevo, les pido una disculpa por el mal rato.  Pueden traer a la embarazada mañana por la mañana, veré por ella yo misma. —Muchas gracias.  —¿Es su primera vez en Samerah? —Así es. —Bien. Me gustaría informarles un poco sobre cómo se maneja la isla pero no me queda mucho tiempo. — miré el reloj que estaba detrás de nosotros. — Lo que sí puedo informarles es que deben entrar en algún edificio, sea el que sea y se encuentre cerca en los horarios de ocho y diez de la mañana y dos y cinco de la tarde. Duran unos veinte minutos. Por las noches es mejor permanecer adentro pues es impredecible cómo irá. —¿Disculpe? —Samerah tiene fuertes corrientes de aire que expulsan todo lo que haya en las calles al mar. Serán cortados y lanzados al mar si no están atentos. ¿No vieron en el puerto los puntos de información? Ace y yo nos miramos. Creíamos que eran carteles de publicidad. —Lo siento, pensamos que era publicidad de los locales cercanos. Se llevó una mano a la frente. —Bueno, no los culpo. Su diseño es horrible. Hablaré con el intendente sobre eso. Bueno, se me hace tarde. Informaré a mi equipo que los estaré esperando. Los espero para las nueve de la mañana. ¿Cuales son sus nombres? —Alec y Aloise. —Un placer. Entonces nos veremos. Se retira del consultorio dejándonos solos. —¿Estás bien?  —¿Por qué preguntas? Se sienta sobre la mesa jugando con sus piernas al aire. —Te pregunto si no estás ansiosa por mi cicatriz o las preguntas. —Ah, no. Es una isla aislada. —¿Por qué lo dices? —¿Oíste lo de las corrientes de aire? Pues eso evita que las gaviotas se acerquen así que aunque hayan oído de la guerra lo sabrían muy poca gente de la isla. Como no hay movimiento de la marina ni del gobierno, no hay carteles de se busca. Un momento. —¿Qué pasa? —¿Sabes qué eso significa? Poco después sus ojos demuestran que lo ha pillado. Se pone de pie. — Significa que tienen el poder de defenderse solos. —Exacto.
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