Capitán/ Fuga
12 de septiembre de 2025, 23:26
Marshall despertó. Estaba en la sala del hospital, solo. A su alrededor, mesas de noche llenas de flores y regalos que no recordaba haber recibido. La luz del exterior era tenue, casi oscura. Miró la hora en su reloj: casi las 2 de la mañana. ¿Había dormido tanto?
Intentó volver a conciliar el sueño, pero el cansancio físico no lograba apoderarse de él, y su mente seguía despierta, llena de pensamientos dispersos.
Por fin, llegó la mañana. La enfermera entró en su habitación.
—Oh, Señor Byce, ha despertado.
—Sí... no pude volver a dormir. ¿Qué me sucedió? —preguntó, rascándose la cabeza, aún desorientado.
—Tuvimos que anestesiarlo. Estaba entrando en crisis cuando el oficial de policía estuvo aquí —respondió la enfermera con una sonrisa amable.
Marshall asintió mientras se acomodaba en la cama. Todavía pensaba en todos los recuerdos que había visto, en todo lo que había descubierto sobre sí mismo. Se sentía triste al pensar en su vida pasada. Esa tristeza parecía haberse apoderado de su cuerpo, llenándolo de una sensación extraña. No podía recordar cuándo fue la última vez que se sintió verdaderamente feliz desde que había llegado a este lugar.
—Tiene visita —anunció la enfermera, y al instante, la puerta se abrió.
Marshall pensó que sería Chase quien lo buscaría, pero, para su sorpresa, era Chad quien estaba de pie en el umbral. El monitor del corazón de Marshall se aceleró por un momento.
—¿Chad? ¿Qué te trae aquí? —preguntó, sorprendido.
—Eh... solo vine a traerte flores —dijo Chad mientras levantaba un ramo de girasoles—. Aunque veo que ya tienes muchas.
—Gracias —respondió Marshall, tomando el ramo y colocándolo junto a la cama.
—Creí que seguirías dormido —comentó Chad, tomándose un momento antes de sentarse en la silla junto a la cama.
—¿Estabas aquí? —preguntó Marshall, aún algo confundido.
—Sí, vine poco después de que el oficial Wallas se fuera ayer. Te habían anestesiado —explicó Chad mientras se sentaba, mirando a Marshall con una ligera sonrisa—. Por cierto, hablabas dormido, ¿sabías?
Las mejillas de Marshall se tiñeron de rojo.
—¿Qué decía? No fue nada vergonzoso, ¿verdad? —preguntó, sintiendo un leve nerviosismo.
—Para ser sincero... llorabas mucho por Capitán —dijo Chad, con un tono más suave y tranquilo que el habitual.
—Capitán... —Marshall sintió un nudo en la garganta, pero forzó una sonrisa—. Ca... Capitán era mi perro de la infancia —se rió nerviosamente.
—Oh... ¿y qué raza era? —preguntó Chad, mostrando interés.
—Dálmata —respondió Marshall, sintiendo que su corazón se aceleraba ligeramente.
Chad no pudo evitar sonreír al escuchar la respuesta. Comenzó a cortar las bases de las flores para hacerlas más presentables.
—¿Dije algo gracioso? —preguntó Marshall, curioso.
—No... es solo que... creo que un dálmata te queda muy bien —respondió Chad, con una sonrisa juguetona.
Marshall se rió, aunque un poco nervioso.
—Tienes razón. Probablemente en otra vida fui un dálmata y por eso nací así, ¿no? —dijo Chad, señalando su albinismo.
—No me sorprendería si eso fuera verdad —respondió Marshall con una sonrisa.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la conversación ligera.
—Chad... ¿por qué decidiste venir tan temprano? Probablemente estaría dormido —preguntó Marshall, sintiéndose algo confundido por la calidez de la situación.
—Bueno... hoy tengo mi turno más tarde, así que pensé que debía venir. Eres mi compañero —dijo Chad con dulzura, mirando a Marshall. Esa dulzura le hizo sentir algo cálido dentro, algo que no había sentido en mucho tiempo.
Marshall sintió que algo estaba mal. ¿Por qué le agradaba tanto la compañía de Chad? No podía evitarlo.
En ese momento, la puerta se abrió nuevamente, y entró el doctor que vino a darle los resultados. El diagnóstico era claro: estaría en observación una noche más, y luego de eso, podría irse a casa.
Pero no podría regresar a trabajar hasta dentro de un mes.
—No te preocupes, Mar. Pronto estarás mejor —dijo el doctor con una sonrisa.
Marshall sintió su corazón latir con fuerza al escuchar ese apodo familiar. Mar. Ahora lo entendía todo. Los latidos de su corazón no dejaban de acelerarse.
Mar estaba ahí.
—Yo... Gracias, Chad —murmuró, sintiendo una extraña gratitud.
Más tarde...
La puerta volvió a abrirse, y esta vez fue Chase quien entró rápidamente.
—Marshall, recibí tu mensaje. ¿Estás bien? —preguntó, su voz llena de preocupación. Parecía haber llegado muy rápido.
—Sí... yo... olvidé decirte que me he vuelto a conectar con el meteorito —dijo Marshall, apretando las sábanas con las manos.
—¿Sí? ¿Y cómo te sientes? —Chase parecía más preocupado por él que por la información que quería obtener, y por alguna razón, eso le dio a Marshall una sensación de alivio.
—Estoy bien... Yo... ya sé que te dije que estaba cerca del mar, pero ahora no solo creo eso, sino que creo que es un laboratorio. Cuando me conecté con el meteorito, pude ver todo a su alrededor —explicó Marshall, con más claridad.
Eso sorprendió a Chase, quien comenzó a tomar notas rápidamente.
—Quién tiene el meteorito es una mujer. Parece ser bastante inteligente, porque había muchos cálculos matemáticos en una pizarra... Oh, y creo que ese lugar todavía usa pizarras de tiza en lugar de marcadores o pantallas —agregó, tratando de recordar más detalles.
—Bien, eso reduce el área de búsqueda. Gracias, Marshall —respondió Chase mientras guardaba su bloc de notas—. ¿Te darán el alta hoy?
—Sí... —Marshall asintió.
—Entonces yo te llevo a casa —dijo Chase, sonriendo, con su carisma tan natural. Esa sonrisa y la forma en que le habló hicieron que el corazón de Marshall latiera más rápido. ¿Cómo podía Chase ser tan cálido y amable en ambos mundos?
Chase acarició su cabello con dulzura.
—También me dijo la enfermera que no has podido dormir desde ayer. ¿Todo bien? —preguntó, preocupado.
—Yo... sí. Solo no lo sé. Siento que si vuelvo a dormir, me conectaré con el meteorito otra vez —respondió Marshall, mirando al suelo.
—¿No quieres eso? —preguntó Chase, claramente curioso.
—Bueno... algo me dice que no debo hacerlo. Hay muchas cosas que aún no logro recordar, Chase. Es algo importante... Pero al mismo tiempo, si lo recuerdo... no sé si será bueno. —Marshall cerró los ojos, pensando en los recuerdos que había visto, los flashbacks de un pasado que no era suyo—. No... no creo que deba recordarlo.
En ese momento, un fuerte trueno hizo eco en la habitación. Fue tan estruendoso que incluso Chase dio un salto.
—¿Eso fue...? —preguntó, mirando hacia atrás.
—¿Chase? ¿Qué sucede? —preguntó Marshall, alarmado.
Chase miró rápidamente la hora en su reloj.
—Apenas han pasado 15 minutos —respondió, confundido.
—¿Qué está mal? —Marshall frunció el ceño.
—Marshall... cuando llegué, el cielo estaba completamente despejado —dijo Chase, caminando hacia la ventana y abriendo las cortinas. El cielo estaba completamente oscuro, con nubes grises que ocasionalmente mostraban destellos de luz.
—Oh... eso no es bueno. El cielo no cambia tan rápidamente —comentó Marshall, una sensación extraña invadiéndole.
—No se ve nada de luz. Es como si se hubiera hecho de noche de repente —agregó Chase.
Un leve dolor de cabeza llegó a Marshall. Justo cuando una llamada llegó al teléfono de Chase, el dolor en su cabeza se intensificó, haciéndolo retorcerse en su lugar.
El meteorito estaba siendo usado otra vez.
____________________________
Marshall no dejaba de retorcerse. Había sido un milagro que las enfermeras lo dejaran salir en ese estado, pero la influencia de un policía siempre era útil.
Chase conducía su auto a toda velocidad, mientras las calles estaban atascadas de tráfico. Ambos se dirigían al laboratorio de Sarah.
Cuando finalmente llegaron, Marshall ya había perdido el conocimiento. No tuvo más opción que cargarlo y llevarlo rápidamente a la zona de observación. La doctora los recibió, y al ver al albino, su rostro se llenó de preocupación. Rápidamente comenzó a estabilizarlo mientras Chase se preparaba para lo que quedaba por hacer.
Ya tenían la ubicación del meteorito.
Pero el problema era que estaba en manos de la misma mujer que había causado los anteriores incidentes.
Cuando Chase llegó al lugar, se encontró con la escena: la mujer estaba en lo alto del faro de Bahía Aventura, riendo de manera histérica. La policía y la guardia costera se encontraban abajo, esperando cualquier movimiento. Nadie sabía qué esperar.
—¿Tienen algo nuevo? —preguntó Chase a uno de sus compañeros cuando llegó lo más cerca que pudo de la zona restringida.
—Parece que tiene guantes especiales que la ayudaron a subir por el faro desde afuera. Parecen lo suficientemente pegajosos como para sujetarse y escalar —informó uno de los oficiales.
Chase frunció el ceño. Eso probablemente era lo que había causado tanto dolor a Marshall. Ella debía estar usando el poder del meteorito en sus inventos. Comenzó a pensar en cómo podría detenerla. Ordenó a su equipo que comenzaran a armar el campamento; sabía que tratar de convencerla de no hacer más daño sería una tarea casi imposible.
—¿Hay algún rehén dentro del faro? —preguntó, tomando una carpeta de una de las patrullas. Su subordinado asintió.
—Me informaron que tiene al multimillonario Humdinger como rehén —respondió, lo que hizo que Chase frunciera el ceño.
—¿Humdinger? ¿Qué hace él en Bahía Aventura? ¿No estaba en Ciudad Aventura intentando convertirse en alcalde? —preguntó, asqueado solo con la idea de que ese hombre pudiera ser gobernador.
—Regresó cuando sus planes fracasaron. Creo que estaba a punto de registrarse para ser alcalde aquí en Bahía Aventura.
—Increíble... ¿Es el único al que tiene? —Chase preguntó, sin poder ocultar el sarcasmo.
—No. Tiene a sus secuaces y gatos con él —respondió el oficial.
Chase suspiró, frustrado. Sabía que pronto llegarían los reporteros, y eso era justo lo que la mujer quería: atención. Agarró un megáfono y decidió ver qué quería lograr con todo esto.
—¡Científica! —gritó hacia la cima del faro, donde ella permanecía. Aunque no conocía su nombre real, estaba seguro de que era una científica, por una simple suposición. Pareció funcionar, porque ella lo miró desde lo alto. —¡Por favor, deja ir a los rehenes! ¡Si lo haces, las consecuencias serán menores! ¡No sé qué te hizo Humdinger, pero créeme, esto no es la manera!
Ella soltó una risa escalofriante, llena de histeria y locura.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo sabes tú cuál es la manera? ¡ESE HOMBRE ARRUINÓ MI VIDA! —su voz se quebró de enojo, haciendo que cada palabra se sintiera aún más dolorosa.
—¡Entiendo eso! ¡Créeme! Pero llevándote al señor Humdinger de esa forma no arreglarás nada! —Chase sabía que el desastre causado por Humdinger era el principal desencadenante de su furia.
—¡Tú no lo entiendes! Pero, no importa. Muy pronto, el mundo verá de lo que soy capaz. Ya no seré solo la Científica loca... seré LA Científica loca... —Su risa histérica se escuchó una vez más, dejando en claro cuán desquiciada estaba.
Chase chasqueó la lengua, frustrado, sin saber qué hacer. No podía quedarse quieto y esperar. Dejó el megáfono sobre el cofre de uno de los autos de policía. En ese momento, su teléfono sonó. Era una llamada de Sarah.
—Habla Wallas.
—¡Chase! ¡Marshall ha despertado, pero... pero creo que los efectos de la radiación del meteorito lo han afectado gravemente! —La voz de Sarah sonaba inquieta, temblorosa. Podía escuchar la ansiedad en sus palabras. —No pude detenerlo, Chase. Y ciertamente nadie del departamento pudo hacerlo.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Chase, alarmado.
—¡Marshall se dirige hacia donde está el meteorito! ¡Va en camino hacia ti! —dijo Sarah, entre jadeos.
La noticia le dio un golpe en el estómago. La situación ya era difícil, y ahora tener a Marshall en un estado caótico no ayudaba en lo más mínimo.
_____________________________
Marshall despertó nuevamente, pero esta vez se encontraba en lo que parecía ser el meteorito. La diferencia era la descomposición del lugar. Había pedazos de una sustancia viscosa que caían lentamente, y cada ciertos minutos, todo temblaba como si fuera un terremoto.
—¿Hola? ¡¿Hola?! —gritó Marshall, pero no obtuvo respuesta.
Comenzó a inspeccionar todo, sintiendo que el meteorito estaba muriendo. Podía percibirlo en el aire.
De pronto, una voz ronca y temblorosa lo alcanzó como un eco, distorsionada y rota por la vibración del lugar.
—¿Has regresado, mocoso? —La voz tosió con dureza, como si le costara mucho hablar.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué todo se ve así? —preguntó Marshall, sintiéndose paralizado.
—Mi poder está siendo consumido. Estoy muriendo porque no me han extraído correctamente... no me queda mucho tiempo. —La voz tembló, y Marshall pudo sentir la decadencia en cada palabra, como si el ser que hablaba estuviera luchando por mantenerse.
—Pero... si mueres, no podré regresar... —Marshall sintió un nudo en el estómago ante la idea de no poder volver a su vida anterior, a sus amigos.
—No creo que haya algo que puedas hacer... no cuando tú también me estás haciendo daño. —La voz, aún quebrada, se volvió casi acusatoria.
—¿Te estoy haciendo daño? —Marshall no comprendió lo que estaba pasando, y la acusación lo hizo hablar con más agresividad de la que esperaba—. ¿Cómo puedo estar haciéndote daño si ni siquiera puedo controlar estar aquí?
La voz se tornó más débil, pero con una carga de frustración.
—¿No te lo enseñó todo? —preguntó con tono de decepción.
—¿Enseñarme? ¿Enseñarme qué? —Marshall sentía que las piezas del rompecabezas se le escapaban.
—¡Ese bastardo! ¡Traidor! —La voz comenzó a gritar, pero fue interrumpida por un ataque de tos, que hizo que su tono sonara aún más angustiado. —Ese miserable dijo que te mostraría todo... —La decepción era clara en sus palabras. La voz se calmó después de unos gruñidos—. Bien. No importa. Si no lo hace él, lo haré yo.
De repente, Marshall volvió a ser arrastrado hacia los recuerdos que habitaron en su cuerpo. Pero esta vez todo estaba más borroso, más distorsionado. Apenas lograba comprender lo que sucedía, y las imágenes parecían ir más rápido, como si el tiempo fuera escaso.
Vio cómo era él mismo en la sala de un apartamento, en Ciudad Aventura. Estaba concentrado en su computadora, tecleando rápidamente, con una fijación casi obsesiva.
Marshall se acercó, intentando leer lo que escribía. Poco a poco pudo distinguir algunas palabras, y pronto la verdad comenzó a tomar forma.
Estaba conversando con una Científica sobre el plan de atraer un meteorito a la Tierra. Aparentemente, ellos creían que el meteorito contenía componentes extraños que podrían otorgarles habilidades extraordinarias.
Cuando las piezas encajaron en su mente, la escena cambió. Vio cómo él y la Científica estaban trabajando en el proyecto. Durante el día, Marshall iba a su trabajo como bombero, pero por las tardes y noches se dedicaba a construir el imán para atraer meteoritos junto a su compañera, Victoria Vance.
Marshall sintió un fuerte vuelco en el estómago. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que el lugar en el que estaban trabajando era el mismo laboratorio que había visto el meteorito en su primera conexión.
Sus piernas fallaron y cayó de rodillas, horrorizado al darse cuenta de lo que había estado siguiendo durante meses. La respuesta estaba frente a él, y aún así no podía aceptarla.
La escena cambió una vez más. Ahora veía una discusión entre él, el Marshall humano, y quien supuso era Victoria.
—¡¿A qué te refieres con que no podrás ir a ver dónde caerá el meteorito!? —Marshall levantaba la voz, claramente molesto. —¡Bien, iré solo a Bahía Aventura! Tú quédate en Ciudad Aventura, porque yo me quedaré con todo el crédito de la investigación.
Colgó la llamada con brusquedad.
La siguiente escena mostraba a Marshall esperando en el bosque de Bahía Aventura, esperando ver cualquier señal del meteorito.
Lo último que vio fue el impacto, tan cerca de su campamento que no pudo evitar acercarse a la zona. La radiación era tan fuerte que su cuerpo sucumbió, desmayándose antes de poder hacer algo.
Los recuerdos terminaron, y Marshall se encontraba nuevamente en el interior del meteorito.
—Fui yo... yo lo hice... —Las lágrimas llenaron sus ojos. La culpa lo abrumaba.
A su lado, apareció la sombra que había visto en sus recuerdos. Esta vez, la figura dejó de lado la oscuridad, revelando... a Marshall.
—A-ayúdame, Marshall... por favor. —Su voz temblaba de miedo, su cuerpo tembloroso, temiendo una posible corrupción. —Todo fue un error. Salva a todos...