ID de la obra: 769

Alterno

Slash
G
Finalizada
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160 páginas, 57.700 palabras, 28 capítulos
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Extra Dos

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[10 de Agosto del 2022,Ciudad Aventura] .... Marshall siempre había tenido malas experiencias por su apariencia. Todas —o la gran mayoría— consistían en golpes o burlas.Incluso preguntas estúpidas como: “¿Por qué no te pintas el cabello?”.Todo eso era algo con lo que había crecido y, aunque lo odiaba, ya estaba acostumbrado. Cuando cumplió los años suficientes para graduarse de la universidad, obtuvo un título en ingeniería astronáutica.Sus padres estaban muy orgullosos de él. Pero, antes de poder encontrar algún trabajo oficial, ocurrió un accidente en su empleo de medio tiempo, ese en el que había estado durante toda su carrera universitaria.Justo cuando su turno estaba por comenzar, un incendio estalló en el restaurante. Fue grave, provocado por una explosión que dejó inconscientes a dos personas dentro del local. Marshall no se sintió capaz de dejarlos ahí.Especialmente porque su mejor amiga, Skye, se encontraba en el incendio. Sabía que los bomberos tardarían un poco, así que tenía que hacer lo que estuviera a su alcance para ayudar. Al principio pensó en todas las medidas de seguridad que les enseñaron desde niños en la escuela. Pensó que quizá sería suficiente. Se cubrió la boca con un paño húmedo y se arrastró por el suelo hasta llegar al primer cuerpo desmayado. Era un joven de no más de veinte años, con piel morena y cabello castaño. Lo tomó por los brazos y, con toda su fuerza, lo arrastró para sacarlo de ahí. Una vez afuera, notó que no respiraba, así que le practicó RCP hasta que logró que volviera a inhalar aire, fresco y libre de monóxido de carbono.Supo que, si ese chico estaba así, Skye tal vez estaba aún peor.Se apresuró a volver al interior, confiándose demasiado al no usar esta vez el pañuelo que le cubría el rostro.Aun así, al llegar con su mejor amiga, la sostuvo por las axilas y comenzó a jalarla hacia la salida. Estaban tan cerca de salir…Pero entonces cayó al suelo, mareado.El humo había invadido su sistema y le costaba respirar. Se quedó mirando la puerta de cristal frente a él, incapaz de alcanzarla con la mano que temblaba, extendida hacia el vacío.Aun así, fue capaz de ver cómo el chico al que había salvado antes se levantaba con dificultad. Y, tambaleándose, comenzaba a caminar en su dirección. No supo exactamente cómo sucedió, pero pronto estuvo afuera, sujetando la mano de Skye mientras yacía en el suelo, acunado entre los brazos de aquel joven tan intimidante. —Estás bien... estás bien... —lo escuchó repetir como un mantra.Su voz era ronca, pero sus ojos cafés le transmitían una tranquilidad inigualable.Le creía. Si ese chico le decía que todo iba a estar bien, entonces todo estaría bien. Sintió cómo las grandes manos de aquel joven le acariciaban el rostro con suavidad.Apenas se había dado cuenta de que estaba llorando, por la irritación de sus pulmones y ojos envenenados por el humo. —Tú me salvaste... gracias... —dijo con voz débil. Volteó a ver a su mejor amiga, que seguía inconsciente. —Ella estará bien. Aún respira y tiene pulso. La ambulancia no tarda en llegar. Marshall cerró los ojos, satisfecho. Había logrado sacar a Skye del fuego… y también a ese chico tan apuesto, por supuesto. Una cara como esa no debía estar enmarcada en negro, rodeada de flores de luto. No, no, no. Ese tipo de belleza debía brillar. Pasados varios meses del accidente, sintió un deseo incontrolable de ayudar a las personas, de rescatar, de proteger las vidas de quienes lo necesitaran.Por eso se convirtió en bombero.Presentó una solicitud, se sometió a exámenes, estudios, pruebas de aptitud… y finalmente fue aceptado de forma oficial. Era algo que, descubrió, le apasionaba. Durante varios meses, todo fue normal.Misiones, entrenamientos, el ritmo de siempre.Lidiar con sus compañeros no era tan difícil, aunque al principio no se integraba mucho al grupo. Era callado, reservado, distante. Pero ellos, al notarlo, hicieron de todo para hacerlo sentir cómodo. Parte del equipo. Y lo logró, por un tiempo. Al menos hasta que ocurrió un cambio de jefe, tras el despido del anterior.Humdinger, el millonario de siempre, había movido contactos y palancas para colocar a alguien de su propio bando en el puesto.Fue entonces cuando comenzó su verdadero infierno. Marshall mentiría si dijera que nunca había notado las miradas que ese hombre le lanzaba.Le hacían sentir como una muñeca en exhibición.Como si estuviera ahí solo para ser observado, deseado, analizado.Le daba asco solo pensarlo. Pronto empezó a llamarlo con apodos como "cariño", "chiquito" o "blanquito".Este último parecía ser su favorito, por la obvia alusión a su piel y cabello.Lo peor de todo era que ser albino parecía ser su mayor fetiche. En más de una ocasión intentó tocarlo de forma inapropiada.Lo trataba con una preferencia enfermiza, fuera de lugar. Un día, le asignaron tanto papeleo —tareas que en realidad le correspondían a su jefe— que tuvo que quedarse en la estación y faltar a una misión.Se convirtió en el único presente junto a ese hombre. Fue entonces cuando intentó ir más allá.Con promesas vacías, susurros repulsivos: que lo haría jefe de bomberos cuando él dejara el cargo, que podía darle todo lo que quisiera, que lo merecía.Mil estupideces más. Marshall no lo aguantó.Le repugnaba.Le dieron náuseas al sentir esas manos asquerosas deslizándose por sus hombros, por la espalda, por los brazos, incluso por las piernas. Lo odiaba.Lo odiaba tanto como para querer ahorcarlo con cualquier cosa que tuviera a la mano. Y, aun así, algo dentro de él se rompía. Sentía culpa.Como si todo eso fuera su culpa.Como si ser albino lo volviera culpable del acoso.Como si su apariencia lo condenara a ser mirado de esa manera, como si por ser quien era, eso lo hiciera merecedor de ese trato. En un último intento por calmar su mente, por deshacerse de esa sensación, decidió teñirse el cabello.Negro, con tinte permanente. Sabía que no duraría más de dos meses, que tendría que retocar una y otra vez cada que las raíces blancas comenzaran a aparecer.Pero no le importó.Era su forma de gritar ya basta. Cuando llegó a la estación, todos lo miraron con sorpresa.Soltaron halagos, le dijeron que se veía bien así.Pero él sabía que mentían. El único que no fingió, que ni siquiera intentó disimular su disgusto, fue su jefe.Desde entonces, se volvió más arisco, más tosco, más hiriente. Lanzaba comentarios groseros como:—Parece que te echaron petróleo en la cabeza.O:—No te queda. Se ve gris… pareces un anciano. Pero el anciano era otro.   ...... [12 de Diciembre de 2024, Ciudad Aventura.]   Durante un evento de recaudación organizado por la estación de bomberos, los magnates de la ciudad fueron invitados a dar donaciones benéficas.Muchas familias asistieron para divertirse con los juegos y actividades que sus compañeros habían preparado con esmero. Marshall estaba por instalar su propio puesto cuando su jefe lo llamó.Le dijo que no podía llevar a cabo su idea, sin explicar demasiado.Lo citó en su oficina para discutirlo. Grave error. Marshall reconoció el olor en el paño incluso antes de perder el equilibrio.Sabía lo que era.La droga. Esa que se usaba en los casos más crueles, para despojar de voluntad, de juicio, de control. El mundo comenzó a desdibujarse.Se sentía atrapado dentro de su propio cuerpo.Consciente, pero incapaz de defenderse.Su cuerpo ya no era suyo. Durante horas, todo se volvió confuso, borroso, irreal.Pero el dolor no se confundía.El asco tampoco.El miedo, mucho menos. Sintió cómo lo marcaban.Cómo invadían su espacio, su dignidad, su seguridad.Quiso gritar, forcejear, escapar.Pero las palabras no salían.Las fuerzas tampoco. Lo odiaba.Odiaba cada segundo.Odiaba cómo dolía.Odiaba no poder defenderse.Odiaba haber bajado la guardia. —¿De verdad creíste que con ese cambio de look ibas a librarte de mí? —susurró su jefe con una voz que se le quedó tatuada en el alma—.Pues no. Tú, Marshall, eres mío. Me perteneces. Todo de ti es mío.Espero que después de lo que te voy a hacer… no se te olvide. Esas palabras lo rompieron.Lo destrozaron por dentro.Fueron las que encendieron algo oscuro en su pecho.El punto de quiebre. Lloró.Lloró tanto que el suelo, la silla y el escritorio quedaron manchados con el carmín de la humillación.Era la única prueba silenciosa de lo que había pasado ahí. Justo cuando creyó que lo peor estaba por terminar, lo indescriptible tomó el control del momento.Y entonces, la puerta se abrió. Era Humdinger. Lo miró.Con una mezcla de repulsión y desdén. —A-ayúdame… —susurró Marshall, con la voz rota.Supo que lo había oído.Lo vio en su rostro, en la forma en que frunció el ceño y se acomodó el saco. —No deberías estar haciendo tus cochinadas aquí, Francis —dijo, molesto—. Hay demasiada gente cerca. Podrían entrar. —No te preocupes. Ya casi termino —respondió su jefe con una risa áspera—. Cuando salgas, cierra la puerta… y pon el cartel de ‘no interrumpir’. Y así lo hizo.   《¿Qué?》《¿Por qué?》《NO》《NO TE VAYAS》《NO ME DEJES》《¡AYÚDAME!》《Ayúdame...》《Por favor...》《No me dejes...》《No...》 Los días siguientes fueron una tortura.No podía caminar con normalidad.Faltó dos días al trabajo, y cuando volvió, todos lo miraban distinto. Ya sabían. Pero no sabían la verdad completa. Sí, había estado con su jefe.Pero no porque quisiera. Aun así, los rumores crecieron con rapidez.Creyeron que lo había seducido.Que él lo había buscado. No le quedó de otra más que acudir a la policía.Denunció el acoso. El abuso. Al principio, nadie quiso tomar su declaración.No con el nombre de ese hombre involucrado. Hasta que el Jefe de Policía, Wallas, se hizo cargo.Escuchó su historia.Investigó.Buscó pruebas.Y finalmente, lo arrestó. Marshall sintió alivio... por un momento.Pero ese alivio duró poco. Cinco años.Cinco años de prisión y una fianza de apenas diez mil dólares.Eso fue todo. Su cuerpo seguía gritando por justicia.Pero el sistema decía que ya se había hecho. Para no hundirse, se refugió en lo único que solía darle paz:Su antiguo hobby.La investigación de meteoritos. Revisó foros, blogs, chats especializados.Ahí conoció a Verónica Vance.Y en una conversación sobre el odio compartido que ambos sentían por Humdinger, terminó contándole todo. Ella lo escuchó.Lo apoyó.Y juntos comenzaron a planear cómo deshacerse de esa basura de una vez por todas. Cuando la fecha de salida de su agresor se empezó a acercar, tomó una decisión firme.Un año antes de su liberación, Marshall empacó sus cosas y se mudó a Bahía Aventura. Quería un nuevo comienzo.Una nueva vida.Lejos de ese pasado que le había quitado tanto.
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