Capítulo 5: La Desesperanza y la Partida (reescrito)
12 de septiembre de 2025, 1:36
El estado de Draco se deterioraba a un ritmo aterrador. Ya no eran solo ataques esporádicos; la tos era casi constante, un sonido húmedo y quejumbroso que resonaba en la silenciosa mazmorra. Los pétalos blancos de gardenia, ahora casi siempre teñidos de un rojo oscuro y alarmante, salpicaban su cama y el suelo. Había perdido tanto peso que su túnica le colgaba de los hombros, y su piel, antes pálida pero con vida, tenía ahora el tono translúcido de la cera.
Pansy, Blaise y Theo estaban al borde del colapso. La desesperación y la impotencia los consumían. Ya no podían ocultar la gravedad de la situación. Fue Theo, el más lógico de todos, quien tomó la decisión final.
"Esto se nos va de las manos. No somos sanadores. Se nos está muriendo en los brazos," dijo con voz ronca, observando a Draco, que dormía inquieto, agitado por una fiebre que no cedía. Cada respiración era un silbido cortante y doloroso.
"¿A quién le decimos? No podemos llevarlo a Pomfrey, todo el castillo se enteraría," argumentó Blaise, frotándose el rostro cansado.
"Al único que podría entenderlo. Al único que podría saber qué hacer sin juzgarlo," susurró Pansy, sus ojos hinchados por el llanto fijos en la figura demacrada de su amigo. "A Snape."
Con sigilo, Blaise se escabulló hacia los dominios del director. Severus Snape, aunque atareado con la reconstrucción de Hogwarts, siempre tenía tiempo para ciertos alumnos. Sobre todo para aquel a quien había jurado proteger con su vida.
Minutos después, Snape entraba en el dormitorio con su habitual paso silencioso. Pero al ver a Draco, su impasible máscara se quebró. Su rostro se demudó, y una sombra de auténtico horror cruzó sus ojos negros. El olor a sangre y flores marchitas lo golpeó.
"¿Cuánto tiempo?" preguntó, su voz más áspera de lo normal, mientras se acercaba a la cama y colocaba una mano larga y pálida sobre la frente febril de Draco.
"Unas tres semanas, profesor," respondió Pansy, con la voz quebrada. "Empezó... después de que Potter..."
"No es necesario que me den detalles," la interrumpió Snape, aunque su oscura mirada sugería que ya lo sabía todo. Examinó los pétalos ensangrentados en el cubo con una repulsión científica. "Hanahaki." Pronunció la palabra como una maldición, con un desprecio profundo por la magia que premiaba el sufrimiento con una muerte tan poéticamente cruel.
Draco despertó con otro violento acceso de tos, arqueándose sobre la cama. Snape lo sostuvo con una fuerza sorprendente, ayudándole a expulsar un ramillete completo de flores, sus pétalos blancos irreconocibles bajo la sangre espesa. Draco jadeó, sus ojos vidriosos y llenos de un pánico animal se encontraron con los de su padrino.
"Padrino..." logró articular, su voz apenas un susurro ronco. "Duele... mucho duele."
Snape apretó la mandíbula. Un raro destello de algo que podía ser angustia cruzó su rostro. "Lo sé, Draco," murmuró, con una ternura que nadie, excepto quizás Narcissa, le había conocido. "Pero esto ha terminado. Ya no estás solo."
Sin perder un segundo, Snape se dirigió a la chimenea. Tomó un puñado de polvo Flú de un jarrón cercano y lo lanzó a las llamas, que se tornaron esmeraldas.
"Mansión Malfoy. Lucius Malfoy. Urgente."
La cara angustiada de Lucius Malfoy apareció en las llamas. Su orgullo y su porte aristocrático se desmoronaron al instante al ver el rostro grave de Snape y, detrás de él, la figura moribunda de su hijo.
"Severus, ¿qué...?"
"No hay tiempo para explicaciones, Lucius," cortó Snape, su voz era un filo. "Draco está gravemente enfermo. Una maldición rara. Deben venir ahora. Por la red Flú de mi despacho. Ahora mismo."
No hubo discusión. En menos de cinco minutos, Lucius y Narcissa Malfoy emergían de la chimenea de la sala común de Slytherin. Narcissa, al ver a su hijo, lanzó un grito ahogado y se abalanzó hacia la cama, cayendo de rodillas y tomando la mano de Draco entre las suyas.
"¡Draco! ¡Mi niño! ¿Qué te han hecho?" Sus lágrimas caían sobre la fría piel de su hijo.
Lucius se quedó paralizado, palideciendo horriblemente. Su bastón se le cayó de la mano con un estruendo sordo. "Hanahaki," respiró, reconociendo la enfermedad de inmediato. Su mirada, llena de una ira helada, se encontró con la de Snape. "¿Potter?"
Snape asintió una vez, brevemente. "No importa el 'quién' ahora, Lucius. Importa el 'qué'. Se está muriendo. Necesita cuidados que no puede recibir aquí."
Narcissa alzó la vista, sus ojos azules, idénticos a los de Draco pero desgarrados por el dolor, brillaban con una determinación feroz. "Nos lo llevamos. Ahora. A Francia. Tenemos una propiedad allí. Lejos de... de todo esto." La forma en que dijo "todo esto" incluía a Hogwarts, a Potter, y al mundo que había destrozado a su hijo.
Entre Snape y Lucius, ayudaron a Draco a ponerse de pie. El joven Malfoy estaba demasiado débil incluso para caminar, apoyando todo su peso en ellos. Pansy, Blaise y Theo observaban, llorando en silencio, sabiendo que probablemente era la última vez que veían a su amigo con vida.
Al llegar al umbral de la sala común, Draco hizo una seña débil para que se detuvieran. Con un esfuerzo sobrehumano, volvió la cabeza para mirar a sus tres amigos. Una tos leve le sacudió el pecho, pero la contuvo.
"Gracias," logró susurrar, su voz quebrada por el dolor y la enfermedad. "Por... por no abandonarme."
Pansy sollozó abiertamente. "Siempre, Draco. Siempre."
Y así, esa noche, Draco Malfoy, el niño de pelo de lino y sonrisa arrogante que se había convertido en un joven roto por un amor no correspondido, dejó Hogwarts para siempre, escoltado por el fantasma de su propio amor y el dolor
silencioso de sus padres.
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Atte: C. Sanchez ✨