Capítulo 8: el devastador adiós (reescrito)
12 de septiembre de 2025, 1:40
El viaje a través del Flú fue un borrón de chimeneas extranjeras y gritos desesperados. Harry salió tambaleándose de una lujosa chimenea de mármol en un pueblo costero francés, el polvo aún adherido a su ropa y a sus lágrimas. No sabía el nombre exacto de la villa, solo la descripción de Blaise. Corrió como un loco por las empedradas calles, gritando el nombre de Draco a cualquier persona que encontrara, su español neutro entrecortado por el pánico.
"¡¿La Villa des Lys Blancs?! ¡¿Dónde está?!" jadeaba, con el corazón a punto de estallarle en el pecho.
Finalmente, un jardinero asustado le señaló una imponente mansión blanca al final de un camino de cipreses. Harry corrió, sus pulmones ardían, pero el miedo le daba alas. Saltó la verja de hierro forjado y se abalanzó contra la pesada puerta de roble, golpeándola con ambas manos.
"¡Draco! ¡¡DRACO!!" gritaba, su voz rasgada por el terror y la desesperación.
La puerta se abrió bruscamente. Narcissa Malfoy estaba allí, vestida de un luto severo que la hacía parecer un espectro. Sus ojos, alguna vez fríos y calculadores, ahora estaban inyectados en sangre e hinchados por el llanto. Al ver a Harry, su dolor se transformó en una ira pura y devastadora.
"Tú," escupió la palabra como si fuera veneno. "¿Cómo te atreves a venir aquí? ¿A manchar nuestro umbral con tu presencia?"
"¡Señora Malfoy, por favor! ¡Tengo que verlo! ¡Tengo que hablar con Draco! ¡Es un malentendido, todo! ¡Por favor!" suplicó Harry, tratando de mirar más allá de ella.
Narcissa no dijo una palabra. Con una elegancia feroz y llena de odio, le propinó una bofetada tan fuerte que hizo que Harry girara sobre sí mismo. El sonido resonó en el silencioso vestíbulo.
"¿Un malentendido?" su voz era un silbido cargado de dolor. "¿Llama usted a la muerte de mi hijo un malentendido? ¡Sal de aquí, Potter! ¡Antes de que termine lo que mi hermana empezó!"
Dentro de la sala, Lucius Malfoy estaba de pie, junto a un ataúd abierto de ébano tallado. Parecía haber envejecido veinte años; su espalda ya no estaba recta y sus ojos, fijos en el interior del féretro, estaban vacíos y llorosos. En un rincón, Severus Snape, más pálido y severo que nunca, observaba la escena con una expresión impenetrable, pero su puño apretado contra la pared delataba su tormento interior.
Harry, ignorando el dolor en su mejilla, se abrió paso pasando a una Narcissa que lo maldecía en voz baja. Y entonces lo vio.
El ataúd.
Y en su interior, recostado sobre terciopelo blanco, estaba Draco.
Pálido como la porcelana, inmóvil, hermoso y terrible en su quietud eterna. Estaba vestido con unas ricas vestiduras de seda negra, y sus manos, pálidas y largas, sostenían un solo lirio blanco. Alrededor de él, como una burla macabra, se amontonaban pétalos sueltos de gardenia.
"No..." La palabra salió de los labios de Harry como un susurro quebrado. "No. No, no, no..."
Se acercó tambaleándose al ataúd, sus piernas negándose a sostenerlo. "Draco... Draco, para ya. Basta de jugar. Levántate." Su voz era una súplica infantil, cargada de una negación absoluta.
Extendió una mano temblorosa para tocar la mejía de Draco. La piel estaba fría. Terriblemente fría.
"¡No! ¡Despierta!" gritó, agarrando el hombro de Draco y sacudiéndolo suavemente. "¡Despierta, Draco! ¡Te amo! ¿Me escuchas? ¡Te amo! ¡Lo siento mucho! ¡Esa no era yo, fue la poción, fue Ginny, yo te amaba, iba a decírtelo ese mismo día!"
Las lágrimas caían sobre el rostro sereno de Draco, pero no hubo respuesta. Ni un suspiro, ni un parpadeo. Solo el silencio aplastante de la muerte.
"Por favor," sollozó Harry, aferrándose al borde del ataúd como a un salvavidas. "Por favor, no me hagas esto. No te vayas. Te amo. Siempre te he amado. No era yo, Draco, ¡no era yo! ¡Vuelve! ¡VUELVE!"
Su voz se elevó en un grito desgarrador, un alarido de angustia pura que resonó en la lujosa sala. Intentó con todas sus fuerzas sacar el cuerpo inerte de Draco del ataúd, abrazarlo, darle el calor que su propio cuerpo había perdido.
"¡No está muerto! ¡NO ESTÁ MUERTO! ¡Tiene que escucharme!"
Fueron brazos fuertes y firmes los que lo detuvieron. Snape lo rodeó con sus brazos, conteniéndolo con una fuerza que no admitía discusión.
"Basta, Potter," dijo la voz de Snape, ronca y extrañamente quebrada. "Basta. Se ha ido. Déjalo descansar en paz."
"¡No! ¡Suélteme! ¡Él no está muerto! ¡No puede estarlo!" Harry luchó contra él, cegado por las lágrimas y la negación, repitiendo como un mantra desesperado las mismas palabras, una y otra vez, mientras Narcissa observaba desde la puerta, su dolor convertido en un frío y cruel consuelo al ver el sufrimiento de Harry.
"¿Ves lo que hiciste, Potter?" dijo Narcissa, su voz ahora un hilo de hielo cortante. "¿Ves el fruto de tu desdén? Lo mataste tan seguramente como si le hubieras lanzado el Avada Kedavra tú mismo. Eres una plaga. Una maldición caminante. Todo lo que tocas se marchita y muere. Sirius Black, la hija de mi hermana Andrómeda, ahora mi hijo... ¿Quién más tendrá que morir para saciar tu hambre de destrucción? Ojalá nunca hubieras nacido."
Cada palabra era un cuchillo que se clavaba en el corazón ya destrozado de Harry. Pero ya no tenía fuerza para defenderse. Se derrumbó en los brazos de Snape, sus gritos convirtiéndose en unos sollozos desesperados y ahogados, mientras la realidad, fría, inmutable y devastadora, se cerraba sobre él para siempre.
Draco Malfoy había muerto. Y con él, toda la luz del mundo de Harry se apagó.
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Atte: C. Sanchez ✨