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Mil motivos para odiarme

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planificada Maxi, escritos 188 páginas, 96.807 palabras, 22 capítulos
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CAPÍTULO 18

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CAPÍTULO 18

¿En qué momento todo había cambiado tanto? ¿En qué momento había cogido tanta confianza como para abrir directamente esa puerta y entrar? Y si había algo peor era que la mujer en su interior no hizo sino alegrarse por aquella visita. Mikasa alzó un pequeño cestito de mimbre que contenía algún que otro preparado que Lisa le había mandado como recado y Sandra no pudo más que agradecer totalmente encantada. La obligó a sentarse nada más entrar y enseguida se dispuso a anunciar que iba a preparar un té para ambas. Entonces comenzaba la charla, comenzaban a preguntarse qué tal había ido el día y la abuela rápidamente se preocupaba por el estado tanto de la madre como de la bebé, que, pese a no saber su sexo, el abuelo había pedido por activa y por pasiva que la tratasen de nena y ella, como buena esposa que era, madre y futura abuela, había accedido a ello sin nada que reprochar. Se sentó frente a la morena una vez el té estuvo hecho y la conversación continuó. Daba igual el tema, pues Mikasa adoraba hablar con aquella mujer, con lo que le contaba que le había sucedido, sus consejos y su forma de sentirse en la actualidad. Era una mujer abierta que en tener algo de confianza se soltaba como nunca antes y rápidamente empezaba a ofrecerte incluso lo que no tenía. Hizo buenas migas con Lisa y junto a Megumi se estaban encargando de preparar todo lo necesario para la llegada de la nueva integrante, cuya empezaba a ser un hecho y se notaba en el ánimo general. Y tras un rato de charla, entonces aparecía el tema favorito de Mikasa: Jean Kirstein. Su corazón empezaba a latir con rapidez, con nerviosismo y con algo más que desconocía por completo. Sandra siempre le contaba algo nuevo sobre él y Mikasa lo memorizaba a fuego, notando como un cosquilleo extraño se hacía con todo su interior y según cómo fuera, su criatura era capaz de llamar su atención. ¿Igual aquel cosquilleo le llegaba a ella? ¿Era posible? En todo aquel tiempo había conocido a Jean más de lo esperado, conociendo momentos que seguro que él habría deseado que no hubieran salido a la luz, pero también momentos que explicaban el porqué él era así y aquello le hacía sentir una ternura total hacia su persona. Quería estar a su lado para acariciar su rostro y poder decirle que podía contar con ella, que ya no debía cargar con ningún pesar solo y que admiraba su capacidad de hacerse fuerte frente a la adversidad. Según el día, igual tocaba contar cosas que ella ya sabía de él, pero escucharlas con tanto amor incondicional por parte de su madre hacían que fueran más increíbles. ¿Cómo estaría en estos momentos? —¿Te quieres quedar a comer, Mikasa? —Te lo agradezco, Sandra, pero no quiero ocupar más tiempo. Además, quiero pasar por el puesto de las telas para comprar una nueva y poder hacerle así una sábana gruesa para la cuna, que el frío estará en lo más fuerte cuando llegue el momento. La mujer asentía tras cada palabra, no pudiendo evitar sonreír ante lo último— ¿Puedo acompañarte? Me encanta ese puesto y así compro unas cosas pendientes. —¿Para el bebé? —Sandra asintió con debilidad— ¿No nos estamos pasando con tantas creaciones…? —Cuestionó con algo de apuro, pues tampoco le gustaba hacer ese feo a la abuela, pero es que las abuelas ya le llevaban más de veinte conjuntos, de todos los colores y formas, por no contar los cuatro que ella había hecho. Decían que los bebés necesitaban recambios, que nunca había suficiente, pero es que ya tenía dos cajoneras de su cómoda completas de recambios los cuales, no iba a negarlo, le encantaba observar. —No es para hacerle ningún conjunto. Es algo que Emma me ha pedido para cuando nazca. —¿Emma? ¿Qué te ha pedido? —Es un secreto. —Sandra se tapó la boca con su dedo índice para zanjar las preguntas de Mikasa, quien no pudo evitar rechistar débilmente ante aquello. Ya estaba conociendo una parte oculta de la morena y sabía que aquello ahora le iba a provocar una necesidad interna de querer saber, pero tanto ella como Emma habían estado jugando a ser fuertes para no caer ante la presión de la Ackerman, así que el secreto de la pequeña estaba a salvo. Después de aquello no tardaron en salir camino al centro del distrito, donde se encontraba la gran mayoría de puestos y cómo cambiaba todo cuando Mikasa iba sola a cuando iba acompañada. Todo el mundo saludaba a Sandra y era increíble la cantidad de paradas que había que hacer para charlar entre vecinas. Mas llegaron. Tardaron el triple de tiempo que Mikasa habría gustado, pero al final llegaron y ambas directamente se fueron al puesto de telas. Las tres se pusieron a mirar las telas y, una vez más, la inexperiencia de Mikasa pronto hizo que se quedase relegada para disfrutar de cómo Sandra tenía en cuenta mil cosas que a ella se le habían pasado por completo. Iba a ser una sábana sin más para el frío, pero Sandra iba más allá y empezó a preguntar mil detalles para que a la bebé no le fuera a molestar. No pudo evitar observarla con atención para sentir una pena extraña, pero no era de llorar, sino de nostalgia y melancolía. Pensó en su madre y en si ese momento habría sido igual de estar ella allí. ¿La estaría acompañando así en todo momento, tal y como lo estaba haciendo Sandra? Esta última no la dejó de lado ni un segundo y en una de sus conversaciones le preguntó si se estaba excediendo, haciendo que Mikasa negase con preocupación, ya que no quería perder el apoyo con el que contaba, mas ahora mismo le gustaría que estuviera allí junto a ellas para compartir esa experiencia que la vida le estaba dando la oportunidad de vivir. Dirigió su mirada hacia el centro de la plaza y sin saber muy bien el motivo, las palabras que Mateo padre le había dedicado empezaron a resonar en su mente. Debía mantener un perfil bajo y observar como un búho, cosa que hacía por primera vez. Estaba entrenada para el campo de batalla y siempre para dejarse llevar cuando Eren estaba en peligro, sin pensar en las consecuencias, mas ahora, por algún motivo desconocido, se quiso mantener con aquel perfil. Cierto era que no tenía motivo para tirarse de cabeza al peligro y que su estado tampoco acompañaba, pero estaba viendo cosas que siempre se le habían escapado. Su mirada se dirigió hacia una taberna cuya fachada destartalada no invitaba a entrar, no obstante, ahí había un hombre que le sacaría unos veinte años más, observándola con atención mientras se terminaba su cigarrillo. Sus miradas se toparon y hablaron. Qué se dijeron, Mikasa no sabría qué responder, pero algo hubo en aquel intercambio. Luego la mirada gris de la joven siguió viajando por la plaza, observando de forma novata a toda aquella gente haciendo su vida y entre medias, diferentes guardias que parecían estar vigilando algo del lugar. Nunca se había percatado de ellos, pues no eran unos simples guardias, sino eran de rango elevado y se encontraban en una plaza sin más vigilando. ¿Qué otros detalles había estado perdiendo por novata? Sandra la despertó de su misión vigilante y lo hizo con una tela entre sus brazos, explicándole el motivo por el que la había elegido. Mikasa sólo pudo asentir totalmente agradecida antes de agarrarla con cariño. Tras ello tocó la despedida. Sandra se tenía que marchar para preparar la comida, mientras que Mikasa volvería al orfanato, pero mintió. Inició el camino, mas cuando Sandra se perdió de su visión y se aseguró de que entró hacia su calle, desandó lo andado para volver a la plaza y seguir con la observación. El joven de la taberna ya no estaba y los dos grupos de guardias que había contado tampoco. Se paseó por ella para empezar a crear teorías mientras seguía observando cada esquina del lugar. —Si su objetivo no está, ellos tampoco. —Aquella voz, tan cerca de su oído, hizo que toda su piel se erizase. Se giró con rapidez para ver quién era el dueño de aquella voz— Te queda mucho por aprender, Ackerman. —¿Quién eres? —Su voz salió totalmente debilitada, sin recuperarse de la impresión anterior. —Alguien que sí que sabe observar y hacerse con los detalles. Una ratita de la plaza. —Rió con debilidad antes de volver a encenderse un cigarrillo— Sé qué información necesitas, pero las embarazadas llaman mucho la atención en mi reino. Más si es la hermana del rey, ¿sabes? —¿Que quién eres? —Ya tendremos tiempo de conocernos, mujer. —Respondió risueño iniciando con paso seguro su camino hacia aquella taberna tan penosa. Mikasa observó a aquel hombre, quien también se notaba trabajado. Tenía el pelo castaño a media altura y sus ojos eran de color avellana; además de ser muy fumador, pues su olor cortaba la respiración si te acercabas a él, cosa que le molestó muchísimo. No se giró ni una sola vez. —Una ratita de la plaza… —Susurró sin querer. ¿Así debía empezar a actuar? ¿Y aquella persona iba a hacerle el favor de enseñarla? Aunque era muy arriesgado en vista de la desventaja que había. ¿Y a qué se refería con que sabía qué información necesitaba? Su cabeza empezó a dolerle con fuerza, así como su estómago emitió un leve quejido de malestar.

***

Preparó la camilla con el mismo cuidado de siempre, colocando la tela sobre ella con el máximo mimo posible. Cuando estuvo de su gusto, se dirigió hacia una de las pequeñas celdas que había en el lugar, abrió la que correspondía la niña más pequeñita, cuya se encontraba sollozando en la esquina izquierda más profunda de la misma. Extendió su mano y con una gentil sonrisa, invitó a la pequeña a salir de allí. No entendía qué tenía, mas siempre conseguía que los niños confiaran en él a la primera y eso le jodía enormemente, pues lo único que deseaba es que le escupieran, pegasen y odiasen para que así luego no fuera tan doloroso su final. Porque eso es lo que se iban a encontrar allí: el final de su vida. Jimmy no conseguía el punto para que los niños se hicieran al suero y siempre morían a los pocos minutos de inyectárselo, por lo que el día de experimentación para él era un día agónico, de los que quería darse unos cuantos cabezazos contra la pared para olvidarlos. Caminó agarrado de la nena, cuyo nombre se negaba a saber, para subirla con cuidado a aquella camilla. La nena se abrazaba entre temblores sin dejar de mirarle con una especie de ruego, como si estuviera pidiéndole la salvación, cuya no estaba en su mano. Apartaba la mirada con pesar para ir hacia las celdas para taparlas con una densa tela. Odiaba que el resto de niños fueran testigos de lo que estaba por venirles. —Muy bien, túmbate. —Pidió con voz dulce. La cría hizo caso a la primera y volvió a maldecirse por ser tan nefasto. Se dispuso a sujetar a la niña con las correas que la camilla tenía y una vez inmovilizada por los tobillos y muñecas, se puso sus guantes de camino a coger la jeringuilla que contenía la nueva versión del suero— Eres una niña bendecida, ¿lo sabes? —La pequeña negó con ímpetu— Lo eres porque pronto serás un ángel, lo sé. —Esa era su manera de buscar el perdón por lo que estaba a punto de hacer, como si aquella frase rebajase la crueldad que estaba a punto de llevar a cabo. Y pinchó sin más. La nena se quejó antes de empezar a gritar con todas sus fuerzas y ahí volvía a dejar su mirada en un tono inerte. No era capaz de observar a la pequeña removerse con todo el dolor del mundo. Ya no lloraba como sí lo hizo las primeras veces, pues ahora grababa aquellos gritos de dolor a fuego en su interior para que luego se les empezaran a reproducir sin parar cuando la noche fuera a caer. La respiración contraria se descompensó por completo antes de empezar a perder fuerza para llegar el final, tal y como esperaba— Vuela alto, pequeña. —Le susurró antes de cerrar sus párpados, los cuales siempre se les quedaban abiertos. Después tocaba empezar a desatar aquellas correas, cuyas habían vuelto a romper la piel de aquella pobre nena y le había hecho varias heridas profundas que, de haber sobrevivido, hubieran requerido varios puntos. Por suerte ya no le iba a doler más. Empezó con el protocolo de siempre, apuntando qué había visto durante el proceso de matar a una nueva vida inocente y qué era lo que creía que había fallado para cambiarlo de cara a la siguiente sujeto. Suspiró de forma agotada al terminar. Dejó sus apuntes sobre su escritorio de mala gana y no tardó en preparar a la pequeña para la cremación. Nadie iba a reclamarla y cuando fue vendida por su madre, estaba seguro de que no lo hizo con aquella intención. ¿Cómo iba a sentirse si en un futuro le diera por intentar recobrar el contacto perdido? Ojalá aquella madre fuera capaz de perdonarle por haberle dado un final tan atroz. —¿Tampoco ha funcionado? —La voz de Lina sonó decepcionada— No hay manera… ¿El suero en los niños es demasiado fuerte o es que los niños son demasiado débiles? —Cuestionó más para sí que para su compañero. Empezó a recoger la tela de la camilla y de camino para llevarla a lavar, se paró para ver los apuntes de su compañero— Qué desastre, a veces pienso que estamos más lejos que cerca. —Pues que eso cambie. Estoy cansado de estar matando niños. —Cerró la puerta del horno con molestia para ponerse a trabajar en la nueva versión del suero. —Tranquilo, Rivo… Toda prueba es camino. Y eso le jodía en gran medida, pues mientras el resto de sádicos veían que en cada muerte infantil había un paso hacia delante, él sólo era capaz de ver cómo caminaba hacia su perdición y hacia el terror que le suponía encontrarse en el infierno con todas aquellas almas que iban a reclamarle explicaciones, cosa que le consumía a pasos agigantados. Cogió una pequeña cuchilla que tenía guardada en el lapicero de su zona de investigación y ni lo dudó: se marcó con ella una nueva línea en el antebrazo.

***

Su dolor de cabeza había disminuido bastante gracias al remedio de Megumi, el cual, acompañado por aquella sopa tan deliciosa, hizo que su estado y su ánimo se vieran totalmente recuperados. Sentada en el porche del orfanato, observaba a los niños jugar animados. No había recibido noticias de ninguno de sus compañeros de misión, quienes hacía casi un mes que no aparecían por allí y la verdad es que aquello la hacía sentir algo incómoda, pues sabía que todo iba a ir lento para no llamar la atención, pero tanto tiempo la tenía dentro de una agonía que la hacía querer asaltar el cuartel para saber de ellos. No obstante, no podía negar que ella estaba siendo igual o peor, pues no había ido a visitar ni a Eren, ni a Historia ni a la pequeña Ymir durante aquel mes, pero es que tampoco quería. Los viajes cada vez se le hacían más pesados y no sabía cómo iba a ser encontrarse con Eren, ya no por cómo se fuera a comportar, sino por ella, que empezaba a notar que todo la afectaba mucho más de lo debido, por lo que, en cuanto a su hermano, había decidido tomar la distancia necesaria para no verse alterada. Megumi se sentó a su lado en silencio, fue el crujir del banco quien le hizo saber que ella estaba allí. Le dedicó una débil sonrisa, a la cual correspondió. —¿Todo bien? Mikasa suspiró de forma tendida antes de responder— Pensaba en que ya ha pasado un mes sin que sepa nada de Mateo, Mimi y John, cosa que me preocupa, pero luego he pensado que yo he hecho lo mismo con Eren e Historia. —Bueno, son prioridades. —Mikasa la observó con curiosidad por aquello— Cuando uno tiene una familia o trabajo, el tiempo se ve reducido a lo importante. Los chicos están con su trabajo y con lo que sea que tenéis por ahí; y tú y los reyes tenéis vuestras familias y propias faenas. La prioridad es diferente. —Megumi… —La conversación se vio interrumpida cuando Mateo y Mimi aparecieron de entre los árboles que separaban el orfanato del resto de la civilización. Venían hablando animados, totalmente ajenos a su alrededor, y Mikasa vio algo ahí, algo de lo que no se había percatado hasta entonces: las miradas entre ellos. Eran miradas que dejaban ver respeto y ese algo que sólo se consigue cuando alguien hace palpitar el corazón con una vibración única. Se limitó a sonreír con debilidad. —El amor es lo más bonito que existe, ¿verdad? —Megumi la interrumpió con su tono dulce habitual— Soy de las que cree que siempre triunfa. —Le susurró antes de guiñarle un ojo para caminar hacia el grupo de niños y empezar a poner orden. Mikasa la observó sonrojada sin poder decir nada. —¡Hola, Mikasa! —Mimi saludó con su emoción habitual, sentándose a su lado para abrazarla por su costado izquierdo antes de centrar sus caricias en aquella barrigota— Hola, bebé. —Susurró ahora posando su oreja sobre ella y riendo animada al notar como se removía con ánimo. —Por fin… Os he echado de menos. —Era su forma de saludar. Su tono era el habitual, pero se podía intuir que la morena estaba feliz de verles aparecer por allí después de dos semanas— ¿Y John? —Tiene guardia. —Respondió Mateo con rapidez, pues ahora mismo no quería centrar las cosas en la ausencia de su compañero y rápidamente sacó un abultado sobre del bolsillo interior de su gabardina. —¿Buenas noticias? —En breve lo descubriremos. ¿Podemos ir a nuestra sala de reuniones para ver qué hay aquí sobre ese tal Rivo? Mikasa se levantó con ánimo, tal que no pudo evitar que Mimi se preocupase por aquel ímpetu. La regañó con debilidad, pues sabía que a veces, pese a estar ya entrando en el séptimo mes, se olvidaba de su estado. Mateo rió con debilidad aprovechando para abrir la puerta e ingresar en el lugar. Los dos nuevos visitantes saludaron con ánimo a todo aquel que tenían cerca y si no lo estaban, gritaban con emoción. Tenían ya tanta confianza que después de aquello caminaban sin más hacia su sala, pues así era y habían avisado a los niños que allí no podían entrar más que los mayores. Y los enanos aceptaron obedientes, pues mientras tuvieran su zona de juegos en el comedor, fuera o en la habitación de Mikasa, todo iba a ir bien. Además, Artur y Jean padre habían empezado a montar la cuna y con la ayuda de los niños estaban decidiendo de qué color pintarla, así que había cosas más importantes que entrar allí. Mimi fue ahora quien cerró tras de sí y Mateo corrió hacia su silla, al lado de la esquina derecha de la mesa, dejando el sobre en el centro de la mesa de madera. Mikasa se sentó en la silla que todo lo presidía y Mimi se puso a su lado izquierdo. Los tres observaron como bobos el sobre, pues ninguno se atrevía a abrirlo. —Mikasa, capitana, hazlo. —Pidió en ruego Mateo. Mikasa obedeció no sin antes suspirar con nerviosismo. Le dio una lectura rápida, mas las miradas punzantes de sus compañeros hicieron que empezase a leer lo que había allí escrito— Rivo Freid, originario del distrito Harber, de treinta y seis años y médico. Se formó en el mismo escuadrón que Hugo Osda. —Después de aquella información sus ojos cayeron con rapidez hacia el resto del texto, omitiendo las diferentes incursiones que había llevado a cabo, y hubo un detalle que la hizo sentir como si se le cayera todo el peso del mundo encima. —¿Qué pasa? —Cuestionó Mateo impaciente mientras se levantaba levemente de su asiento para quitarle los papeles con rapidez a su compañera— Único superviviente de Quinta, apareciendo cinco meses después de la caída del muro… —¡No es posible! —Exclamó Mimi totalmente pálida. —Por eso sabía de Emma… —Susurró Mikasa sin poder evitar tapar su boca con nerviosismo, pues no sabía qué esperar, pero el que Rivo hubiera estado en un inicio en Quinta para luego salir, no. —¿Quieres decir que se forma con Hugo, que seguro que se hacen amigos, que se va a Quinta para ayudar en el desalojo, se queda atrapado allí, sabe que Emma nace y se pira, dejándoles tirados? No tiene ningún puto sentido… —Me pidió que la protegiese… —Volvió a susurrar, ahora totalmente aturdida y notando como en su cabeza empezaba a nacer de nuevo un punzante dolor— Tuvo que haber algún motivo… —¿Y qué motivo hay? —No lo sé, Mimi… —Mikasa empezó a frotar su frente con debilidad, pues no podía dejar de pensar en la cantidad de información que de pronto se le estaba viviendo. Había tantísimas cosas por conectar, que le era imposible hacerlo. Podía lanzar teorías al aire, ¿pero cuál era la correcta?— Hay que hablar con él. —¿Perdona? —Mateo hizo un movimiento con su mano, cerca de su oreja, como si le estuviera rogando que volviera a repetir aquello que acababa de decir la morena. Y hubo una primera conexión: la taberna destartalada de la plaza. Aquel hombre parecía saber mucho de ella, ¿y si aquella información de la que le habló fuera sobre Rivo? No, sin duda todo estaba sonando a locos. Negó con debilidad antes de suspirar con frustración. —Pero tampoco perdemos nada. —Dijo sin más, haciendo que tanto Mimi como Mateo se mirasen con interrogante, pues no estaban entendiendo qué era lo que le estaba pasando por la cabeza— ¿Tenéis algo que hacer esta noche? —Los dos contrarios negaron con debilidad— Pues ya sí: tenéis una cita en la mejor taberna de la plaza. La exclamación fue conjunta. Mikasa había conseguido que la temperatura del lugar ascendiera a unos niveles impensables y si tocaba las mejillas contrarias seguramente se quemaría, por lo que no pudo contener una débil risotada al verles. Aquello molestó a Mateo, quien empezó a meterse con ella sobre su estado sin llegar a la ofensa, no obstante, había conseguido el efecto contrario y Mikasa sólo pudo reír un poco más. —Todo tiene sentido. Tu padre me dijo que debía observar ahora que no puedo estar en el campo de batalla. —La morena observó a sus compañeros antes de proseguir con la explicación del porqué iba a hacerles ir a una taberna de la cual salir con vida era un milagro. Mateo negaba con rapidez por el nerviosismo, mientras Mimi parecía que iba a hiperventilar en cualquier momento por la impresión de verse en una cita con su compañero, pero era cierto que explicado, aunque loco porque al fin y al cabo era ir a un lugar por un leve intercambio de palabras, podía llegar a tener algo de sentido— A mí ya me ha vetado la entrada por esto. —Señaló su vientre— Y tampoco es que perdamos nada, ¿no…? Además, sois un poco dramáticos, que es parte de… La misión. —Bajó su tono aún más antes de apoyar su cuerpo sobre la mesa— Si queréis, claro. —¡Qué te calles! —Le gritó Mateo notando cómo su rostro empezaba a arder con una intensidad nunca antes vista. Mikasa sólo pudo reír con debilidad— ¡Te estás pasando! —Vale, vale, pero id. —La morena se levantó ahora con su indiferencia habitual, dejando a aquellos dos plantados en su sitio, totalmente colapsados por esa parte de la misión que se había sacado de la manga. Mikasa había visto las miradas que se lanzaban, así que igual eran capaces de hacer un dos por uno, pero rezando porque la natalidad no aumentase un poco más si había alcohol por medio. Se giró débilmente y no pudo evitar sonreír al verles tan nerviosos por tan poco, ¿así se veían las personas enamoradas? Pues le pareció algo bonito de ver antes de cerrar tras de sí. Megumi y Lisa la observaban al final del pasillo con mirada cómplice, pues en secreto habían estado escuchando. Sin correr, Mikasa se acercó a ellas con la sonrisa más pícara que, por primera vez, era capaz de mostrar.

***

Estaba nerviosa, muy nerviosa por lo que Mikasa les había propuesto. Era para seguir con la misión, ¡pero pedirle salir a modo de cita para ver si conseguían algo de información era demasiado y sentía que su corazón se le iba a salir del pecho! Suspiró de forma tendida y nerviosa mientras se observaba en el espejo de aquella habitación compartida. Se había puesto el mejor, y único, vestido que tenía en su armario, pues tampoco es que su trabajo le hubiera permitido ir a muchas fiestas o mejorar el fondo del mismo. Se quitó los dos moñitos que siempre la acompañaban y así dejaron ver su media melenita castaña. Su pelo era ondulado y cuando lo dejaba suelto, por algún motivo, sus pequitas y sus ojos almendra resaltaban aún más. Ella era incapaz de ver belleza alguna en sí misma y a lo sumo, en su mejor momento, se podría llegar a considerar del montón bajo, por eso, pese a ser una misión, iba a tener su primera cita en toda su vida, pues como no se veía bonita, consideraba que por eso nadie quería nada con ella. La puerta sonó y los nervios explotaron una vez más en su interior. Corrió para abrir, pero al llegar volvió a correr para mirarse una vez más en el espejo, ¡los zapatos! Cachis, se le habían olvidado por completo y ahora iba descalza por la habitación. Se puso a buscarlos y no encontraba los dichosos zapatos. Otra vez llamaron a la puerta, corriendo hacia ella y su estado era de caos total. —¡Mateo! —Saludó nerviosa— Perdona, perdona… Es que no encuentro los zapatos. —Hablaba con rapidez y se iba trabando por el camino. Dejó la puerta abierta para correr a buscarlos y aquella escena hizo que quien allí estaba riese con debilidad. Se conocían desde que entraron como cadetes y junto a John formaron el equipo de tres que habían sido hasta el momento. Y sin saber en qué momento, empezaron a ser inseparables. Iban juntos a todo, a las comidas, a los entrenamientos e intentaban cuadrarse las guardias para estar siempre los unos con los otros. El roce hace el cariño y entre los dos integrantes de aquella habitación surgió, en silencio, el amor entre ambos. No se habían dicho nunca nada fuera de lo habitual, pero un comentario por aquí, una risa por allá, una broma que viene y golpea con debilidad, un abrazo pacífico por volver a reencontrarse tras varios días de ausencia con misiones por medio… Todo eso al final fue calando en lo más profundo de los presentes y en lo más profundo del ser de cada uno. Mimi siempre decía que no era bonita, que por sus rasgos tan claros de piel y ese castaño tirando a rojizo hacía que la gente la mirase un poco extraña, pero que tampoco le importaba porque era consciente de ello, sin embargo, para Mateo era preciosa. Adoraba sus ojos y esos labios tan carnosos, así como esas pecas que decoraban con extrañeza su rostro, hasta el punto de haberse imaginado con ella y con hijos en común, ¡pero con esas pecas! Quería que sus hijos las heredasen sí o sí. Y Mateo no decía nada, pero él sí que iba levantando algún que otro suspiro femenino, lo que hacía que a veces el corazón de Mimi se entristeciera de más, pero al final siempre hacía de tripas corazón y se intentaba autoconvencer de que él terminaría con alguna chica bonita del cuartel. Dolía, mas sabía que esa iba a ser la realidad y cuanto antes la tuviera asimilada, mejor. Mateo entró con cuidado a la habitación, pues era una compartida de chicas y tampoco quería molestar con su presencia allí. Le dedicó una rápida mirada y se sorprendió por lo personal que era. Las cosas de las dos dueñas del lugar estaban mezcladas, pero sabría decir perfectamente qué cosas pertenecían a Mimi, pues la conocía demasiado bien. La observó rebuscar con nerviosismo y no había manera. —¿Cuáles buscas? —Se atrevió a preguntar para ayudarla. —Las chanclas que tienen los hilos para atar en el tobillo. —Ah, esas. —Mateo carcajeó con algo de fuerza, lo que hizo que la contraria le mirase interrogante— Siempre las guardas tras la puerta, ¿recuerdas? —Hizo un gesto con su mano, pues aunque no había mirado tras el lugar mencionado, Mimi siempre guardaba los zapatos menos usados tras la puerta, pues era como el lugar adjudicado para ellos. La escuchó exclamar avergonzada antes de correr hacia allí— Me conoces mejor que yo misma. —Bromeó mientras empezaba a ponérselas sin darse cuenta de que aquello sonrojó a su compañero a unos niveles brutales, ¿pues acaso no era algo obvio? Seguro que si se le preguntaba a John iba a responder lo mismo— ¡Lista! —Anunció una vez puesta la última. Cogió su bolsito y se preparó para salir— Cuando quieras. Caminaban con paso lento por la calle principal, observando como el ánimo se iba apagando. La ciudad era totalmente diferente por la mañana a por la tarde, sobre todo cuando la noche empezaba a hacerse con ella. Los comercios cerraban en su totalidad y pasaba a despertar la otra cara, la de los barecitos que, aunque algunos estaban abiertos de forma constante, otros sólo hacían acto de vida cuando la luna reinaba el sitio. Y con ello, el ambiente y la gente cambiaba por completo. No era la primera vez que salían por la noche, pues cada uno ya lo había hecho con sus otros grupos de formación y juntos todos a la vez, pero esta vez era diferente. Estaban de misión, pero era una misión diferente a las habituales y eso les hacía sentir extraños, sobre todo porque era la primera vez que salían solos. Mateo avisó a John, quien era su compañero de habitación, y sólo recibió una débil carcajada con sorna, cuya hizo que volviera a sonrojarse. Hoy todos lo habían conseguido. —Pues… —Mimi se atrevió a romper un poco el hielo— Es la primera vez que salimos los dos juntos… Mateo carraspeó con nerviosismo— ¡Sí, es cierto! Y es… Raro. —¿Verdad? Estoy nerviosa, fíjate. —Yo… También… —Mimi le dedicó una amplia y nerviosa sonrisa sin saber qué aportar más. Qué bobo era, pues aquello no cambiaba nada de lo que eran. Estaban de misión y punto. Siguieron el avance en silencio, Mimi agarrando aquel bolsito de mano con fuerza y Mateo con sus manos en los bolsillos, escondiendo así el temblor que llevaba sobre sí. No tardaron en llegar a la taberna de la plaza que Mikasa les había indicado y el ambiente les hizo notar que era un lugar reconocido por quienes eran de tendencias nocturnas gracias a la afluencia y a las conversaciones que empezaban a recibir. Mateo dejó que Mimi entrase primero y el ambiente cambió por completo. Estaba cargado por el olor a tabaco y alcohol, así como a sudor de muchos cochinos que no habían pasado por la ducha antes de querer continuar con su noche. Mateo agarró a Mimi de la muñeca, pues aunque habían salido con anterioridad en grupo, aquella taberna nunca había sido una opción. La agarrada se giró para observarle con una mezcla de varios sentimientos, como si le estuviera diciendo algo con la mirada, pero él no fue capaz de comprenderla. Mimi avanzó un poco más, tirando de su compañero para sentarse en unos sillones que había al fondo de la sala. Tuvieron que sortear a unos cuantos grupos de hombres, pero no fue nada complicado. Se dejaron caer con rapidez, pues no querían perder el asiento. —¿Todo bien? —Mimi asintió con rapidez antes de girar su mirada hacia el fondo derecho de la sala, cosa que Mateo siguió y entendió qué era lo que había ocurrido: Rivo estaba allí. Sentado en soledad, fumando un puro mientras iba dando amplios tragos a una enorme botella de alcohol— ¿Algo de suerte para hoy? —Debemos ser reservados, Mateo. —Le susurró mientras acercaba su rostro para evitar que sus palabras llegasen a gente externa a ellos. La distancia mínima sonrojo a su compañero, mas la luz tenue de las velas no lo hizo visible. —Pareja, ¿qué vamos a tomar? —Un hombre de unos cuarenta años se acercó de pronto a ellos, alertándoles al no haberse dado cuenta de su presencia— Sí que se ha dado prisa la morena, ¿eh? —¿Hablas de…? —Yo una copa de vino blanco, por favor. —Cortó Mimi con rapidez antes de dedicarle una intensa mirada a su compañero, como si estuviera exigiendo cautela. Tragó saliva antes de pedir, pues Mimi tenía mucha razón en aquello y casi la pifia a la primera—Para mí una cerveza, por favor. —El hombre guiñó un ojo tras la petición, dejándoles a solas de nuevo— Casi la lío… —Sí… Nos tiene fichados… —Susurró la castaña sin apartar la mirada de aquel hombre, quien ahora se apoyaba en la barra sin dejar de sonreírle con altivez. No obstante, había algo en él que no le hacía sentir hostil. —¿Quién será y por qué sabe tanto? —¿Crees que sabe? —Mateo ladeó su rostro con algo de duda, ya que no había duda de que, mínimo, sabía quiénes eran ellos. —Mikasa ha dicho que es como una ratita de la plaza… ¿Y si quiere tendernos una trampa con un trozo de queso? No podemos dar nada por hecho, pero tampoco podemos mantener una actitud distante si queremos hacernos a ellos. Mateo silbó con admiración ante aquella actitud de su compañera, pues nunca la había escuchado hablar así. Mimi se percató y sólo pudo sonrojarse antes de empezar a buscar alguna excusa— Da igual, Mimi. Te sienta bien el querer estar a la altura de Mikasa, pero no olvides que a ella le caes bien así tal cual. —¿Lo sabías? —Te conozco de hace años y sé que te estás esforzando por querer agradarle de más, pero no hace falta. —Es que… Yo soy la más débil de todos y no quiero ser una carga. —¡¿En serio?! Pero si te quiere en su parto, Mimi… —Mateo se acercó a ella sonriente— Te está confiando su momento más importante. Mimi le respondió con una amplia sonrisa, centrando su mirada en la contraria— ¿A que es curioso lo diferente que puede ser todo según el camino en el que te encuentres? —¿Qué quieres decir? Mimi tardó en responder, pues una camarera apareció para dejar lo que habían demandado y junto a las bebidas les dejó un pequeño cuenco con unos pocos frutos secos— Cortesía del jefe. —Anunció antes de marchar. Mateo y Mimi dirigieron ahora su mirada hacia aquel jefe, quien ahora se alejaba de la barra para sentarse al lado de Rivo, quien alzó su mirada hacia ellos antes de centrarse en el hombre de su lado. —Nosotros no tenemos más valor en la vida que el actual y Mikasa está esperando a su primer hijo. Se me hace como que son dos mundos totalmente diferentes, como si estuviéramos en dos rangos totalmente opuestos. —Entiendo lo que quieres decir. —No sé qué haré con mi vida o qué pasará después de todo lo que estamos viviendo, pero tengo claro que no quiero dejarme nada pendiente. —¿Qué tienes pendiente? —Aquello sonrojó a Mimi de pronto, exclamando con sorpresa por la ida de lengua que había tenido. Bebió con nerviosismo todo el contenido de su copa, consiguiendo que Mateo carcajease— No me respondas, Mimi. De todas formas, creo que eso es algo que todos deberíamos tener por meta… —La voz de Mateo se fue apagando al ver cómo Mimi se levantaba de su asiento para caminar hacia aquellos dos hombres. No supo el motivo, pero sintió que todo se ralentizaba y que no llegaba para alcanzar a su compañera. Mimi era como Mikasa en cuanto al alcohol y visto lo visto, ambas perdían el control de sus actos con rapidez ante el mínimo contacto. Cuando quiso echar a andar, Mimi ya estaba sentada frente a Rivo. Su corazón se le paró de golpe cuando vio que él la miraba con malestar, al contrario que el acompañante, quien reía sin soltar el cigarro de entre sus labios. Sintió que la distancia se duplicaba y que el tiempo para llegar se expandía de tal manera que era incapaz de llegar— ¡Perdón! —Se disculpó cuando por fin consiguió llegar. —¡No te preocupes, muchacho! Si siempre se agradecen el tener nuevas caras por aquí. —Aquel hombre de verdad que no parecía hostil. Arrogante, mucho, pero no se le intuía malas intenciones, sin embargo, después de lo visto no es que uno se pudiera fiar. —¿Quiénes sois? —Cuestionó Mimi intentando mantener la compostura. El alcohol estaba empezando a hacerle bastante efecto y de pronto todo a su alrededor empezó a moverse. Intentó fijar su mirada en la de Rivo, pero es que se le movían los ojos y le era imposible. ¿Por qué no podía parar? Empezaba a ser molesto. —Él es Rivo y yo Julio. Un placer. ¿Una copita más, joven? —Ya ha bebido suficiente. —Rechazó Mateo por ella, quien no dejaba de balancearse de forma leve en su asiento. —Lo que diga el novio protector. —Mateo se sonrojó de pronto ante aquello, haciendo que Julio carcajease, todo lo contrario que Rivo, quien tenía su mirada fijada en la joven, como si estuviera preocupado por su estado de embriaguez— Pero a lo importante de todo esto: Mikasa Ackerman. La pronunciación del nombre de su compañera hizo que cada uno tuviera una reacción diferente, pues Mateo no pudo evitar pegar un pequeño salto en su asiento, mientras que Mimi abrió sus ojos con total emoción, pues es que Mikasa era mucha Mikasa para ella— Voy a ser su matrona… —Guau. —Julio volvió a reír ante la reacción de Rivo, quien hablaba por primera vez en todo aquel rato— ¿Y alguna vez has asistido en algún parto? —Mimi negó con rapidez— ¿Y sabes lo importante que es tener experiencia? El bebé puede morir si no lo haces bien, igual que la madre. —Aquello hizo que el ánimo de la contraria se viera totalmente destrozado, bajando su vista hacia sus manos, las cuales ahora jugaban con la tela de su vestido con nerviosismo. —Rivo… —Susurró Julio con algo de pesar— Perdónale, es médico y no puede evitar preocuparse a la mínima. —No voy a fallarle… Será horrible para ella si le pasa algo a su bebé… Ella lo quiere mucho y yo no voy a hacer que sufra… Al contrario, merece ser feliz después de todo… —Soltó como pudo aquel diálogo, pues aunque era más interno que externo, lo hizo a modo de canalización, con palabras rotas y deprimidas. Aquello le dio un pequeño pellizco al corazón del médico, quien terminó de beberse su botella antes de pedir la última de la noche, todo bajo la atenta mirada de su compañero, pues sin mirarse y sin hablarse los dos sabían qué era lo que estaba pasando por la mente de cada uno. Rivo observó a la joven antes de suspirar con pesadez— Puedo ayudarte con lo básico, pero tenéis que evitar que Mikasa tenga al bebé en palacio. —¿Y eso? —Fue Mateo quien ahora cuestionaba totalmente interrogante por aquella condición. —Mirad, me llamo Julio Ember y soy el mandamás de una parte de los bajos fondos del lugar y en un futuro habrá que elegir bando y sé que estaremos en el mismo, por lo que no nos interesa tener mal a Ackerman. —Julio le dio un trago a su bebida antes de continuar— Y llegará un punto en el que esto será insostenible y habrá que elegir cuál de las dos piezas del tablero hay que eliminar: Eren o Mikasa. Y yo no quiero que sea ella. —Si Mikasa tiene al bebé en palacio se lo van a… —Un fuerte golpe rompió por completo con el ánimo del lugar. Las miradas se dirigieron hacia la puerta principal del mismo y no tardaron en aparecer dos guardias reales por allí, nombrando por nombre y apellido tanto a Mimi como a Mateo para reclamarles en una misión. Los mencionados no pudieron evitar mirarse totalmente impactados y sorprendidos por el tiempo de aquello. Mimi miró tanto a Rivo como a Julio y no hubo quien la calmase, pues que aquello estuviera pasando era porque alguien lo había mandado. ¿Acaso los estaban vigilando? ¿Y qué misión era ahora aquella? ¿Qué iba a pasar con Mikasa? ¿Iba a poder avisarla para que no se preocupase por ellos? Los guardias se acercaron a ellos para exigirles presentarse cuanto antes en el cuartel, sin tiempo para pasar por ningún otro lugar. Preguntaron qué era lo que estaba sucediendo, mas sabían que la respuesta iba a ser la evasiva. Se levantaron con pausa por la impresión de todo aquello y las miradas, una vez más, se hablaron y en esta ocasión supieron qué era lo que estaban diciéndose: no era casualidad.
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