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Fue un acto reflejo el aferrar a su hija lo máximo posible contra su cuerpo. Con su mano temblorosa la tapó aún más y ya no pudo moverse más. El pánico se apoderó de ella y de todos los presentes. Jean y Sandra pararon a medio camino de la tabla sin saber muy bien cómo debían reaccionar; e igual pasaba con Mateo, John y Mimi, quienes se quedaron congelados al escuchar la voz de Eren. Sonó tosca, enrabietada y decepcionada. ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo lo había sabido? Julio ya avisó de que había que llevar cuidado, que el rey, igual que él, tenía ojos y oídos en todas partes, pero todo había salido tan redondo, veían que Mikasa iba a poder salir de aquel infierno, que se olvidaron por completo de aquel peligro del que quería huir. Y Mikasa fue la primera que notó caer el mundo sobre sí cuando la voz de Eren la golpeó con aquella molestia. Sus lágrimas empezaron a caer despavoridas por su rostro. Su labio inferior le temblaba sin parar y de su nariz, unido al frío de la noche, le caía agüita también con temor. La mano izquierda de Eren se posó sobre el hombro izquierdo de Mikasa, apoyando entonces su mentón en la cabeza contraria, notando como la morena reaccionaba con un débil repullo. Aferró aquel tembloroso cuerpo contra sí, abrazándola con una posesión que oprimía a todos los presentes. Y ahí surgió la pena, aún más si cabía, sobre Mikasa. Acababa de ser encerrada en una jaula y se la podía ver en una esquinita de la misma sin emitir sonido, totalmente colapsada por su realidad, que era la de ver totalmente fuera de sus opciones la salvación que ansiaba para su hija. Eren entonces besó aquella nuca con cariño antes de bajar su mirada hacia la pequeña criatura que estaba siendo escondida por su madre. —Mira que te lo dije… —Susurró intentando camuflar por completo aquella rabia que hervía por todo su interior. No se creyó nada cuando le dieron el anuncio de que Mikasa había dado a luz hacía unas horas y que iba camino al puerto para marcharse hacia Jalier, seguramente para encontrarse con sus amigos y el padre de la criatura. Salió a toda velocidad, no sin antes gritar a todo pulmón, intentando soltar algo de rabia antes de partir. El eco de aquel grito se mantuvo más de lo esperado, asustando a todo el personal de palacio, quienes aún no se acostumbraban a aquel tipo de comportamiento de su rey— ¿Y ahora, después de todo, te quieres ir? —Mikasa sólo pudo tragar saliva, pero tenía la garganta totalmente seca— Dijimos que íbamos a hacer un punto y aparte y que no ibas a obligarle a formar parte de algo que no quería. ¿Por qué de pronto haces esto, Mikasa? —Su voz era acusativa y sus palabras salían totalmente escupidas. El silencio se hizo, pues la morena no era capaz de mediar palabra. Volvía a sentir aquel pánico que sintió cuando Eren la estuvo esperando tras la primera visita a los señores Kirstein. Volvía a sentirse vulnerable, como si no fuera capaz de hacerle frente a aquel peligro. En un inicio porque estaba embarazada y la vida que se gestaba en su interior podría perderse y ahora, simplemente, porque aquel ser que estuvo dentro de sí se encontraba entre sus brazos, cuya fragilidad era suficiente como para evitar intentar hacer cualquier movimiento brusco. Ante el silencio, la mano derecha de su hermano se posó sobre aquella criatura, quien dormía plácidamente sobre aquellos sobreprotectores brazos. La acarició con cariño, dibujando una débil sonrisa en su rostro. No supo cómo ni cuándo, pero cuando fue consciente, Eren estaba cogiendo a Sasha con el máximo cuidado posible. ¿Por qué sus brazos dejaron de hacer fuerza y dejaron libre a su hija? ¿Qué le estaba pasando, cómo podía ser tan estúpida? Mikasa se mantuvo temblando y llorando sin parar, observando a Eren con súplica, pues ahora sólo quería que su hija volviera a estar entre sus brazos. —La pequeña Sasha tenía prisa por nacer, ¿eh…? —Habló Eren con un cariño paternal a la pequeña, empezando a mecerla como si fuera su propia hija. Sus dedos empezaron a acariciar aquellas carnosas mejillas y sólo pudo reír con debilidad. La niña, pese a tener aún sus rasgos por definir, se notaba que iba a ser como su madre. Eren la observaba con amor, totalmente encandilado por poder tener entre sus brazos a aquella criatura que durante tanto tiempo se había estado gestando en el interior de Mikasa— Teníamos muchas ganas de conocerte, no hacía falta esta prisa, pequeña… —Entonces besó su frente con el mismo amor con el que la había estado tratando desde el principio. Estudiaba cada rasgo para marcárselo a fuego en su interior. Después de la noticia, las voces de Jimmy y Lucas empezaron a resonar en su interior, con aquel ruego de que necesitaban a la niña para empezar a probar el suero. Salió con tantísima rabia, que su único pensamiento era arrebatarle a la niña por haberle hecho aquel feo. ¡Se había preocupado por ella y le hacía eso! ¡Seguro que quería irse para encontrarse con Jean! Y no, eso no iba a permitirlo. Jean no había estado con ella en ningún instante y había aceptado que no iba a estarlo, ¿qué se le había pasado entonces por la cabeza? ¿Por qué iba a traicionarlo de aquella manera? Su rabia cegó su juicio y por primera vez odió de verdad a Mikasa. Odió aquella manera tan desagradecida de actuar, su falsedad frente a su promesa. ¿Por qué Jean la había corrompido así? Y entonces pudo entenderla. Cuando tuvo a Sasha en sus brazos lo entendió: aquella niña era la causa de todo. Y en su caso, era la causa también de su perdición, pues al mirarla tan fijamente vio que no podía hacerle ningún daño. Si vendía a esa niña a los experimentos de Jimmy, estaría vendiendo a Mikasa. Alzó su mirada hacia los padres de Jean, quienes le observaban entre lágrimas, con una débil sonrisa— Señora Kirstein, ¿a que no se parece a Jean? —Sandra negó con pánico, pues no sabía cómo responder, ya no por el miedo que el propio rey le suponía, sino por su nieta, que era la mayor víctima ahora mismo— Menos mal… —Susurró ahora con debilidad antes de observar a Mikasa— Menuda cruz si llega a sacar algo de él, ¿verdad? —Rió débilmente mientras volvía a mirar a la pequeña totalmente prendado por su belleza. —Eren… —Fue lo primero que pudo decir en todo aquel rato. Caminó el paso que había de distancia entre ambos para posar sus temblorosas manos sobre el fornido brazo de su hermano. Eren no respondió, la ignoró por completo— Dámela… —Puedes irte, Mikasa. —Sonó tajante, lo que sorprendió a la morena de tal forma, que su corazón se paró— Eres una irresponsable. ¿Acaso has pensado en lo que podía suponer para Sasha un viaje tan largo? —Aquellas palabras fueron clavándose en ella como espadas en su interior, cortando su aire con un salvajismo propio de bestias— No voy a dejar que le pase nada, por lo que si quieres irte, ¡vete, Mikasa! —Lo último lo gritó con rabia— Con lo egoísta que acabas de demostrar ser, súbete a ese barco y vete con Jean, que es lo único que parece que te supone interés. —Mentira… —¿Mentira? ¿En qué estabas pensando, Mikasa? ¿Acaso no estabas siendo egoísta para irte con él? ¿Cuántas cartas has recibido? ¡Ni siquiera ha aceptado tras la petición de…! —¡¿Lo sabe, Eren?! —Gritó entonces Mikasa totalmente desolada, haciendo que ahora fuera Eren el que tenía que tragar saliva— Eren… ¿Jean lo sabe de verdad…? ¿Sabe que iba a ser padre…? Porque no sólo no he recibido nada de él, Eren… Ni de Armin… Nadie… —¿Qué insinuas? ¿Que te he robado las cartas? ¿Es eso? —Eren acercó su rostro con malestar hacia su hermana, juntando su frente con la contraria y dejando que su respiración chocase con el húmedo rostro de la morena. —No lo sé, Eren… —Ya no pudo más, estaba siendo totalmente superada por la situación y su cuerpo perdió la fuerza, dejándose caer sobre sus piernas totalmente devastada— Dame a mi hija… Por favor… Eren la observó caer y algo dentro de sí quebró. Uno de los miles de fragmentos se deshizo en su interior entre otros miles al ver a Mikasa tan destrozada. No quería herirla así, ¿pero es que tenía otra opción? Jean era el mayor culpable de todo y también la recién nacida, pero su compañero el primero. Si él no hubiera profanado a Mikasa seguro que todo se habría mantenido como debía. ¡Sus planes no se habrían visto truncados! Pero no, tuvo que aprovecharse de ella y embarazarla, ¡destrozándolo todo! Y lo peor era su relación, la cual ahora mismo estaba en un momento crítico. Y todo por culpa del Kirstein. Mikasa lloraba de forma destructiva mientras se abrazaba a sí misma sin dejar de rogar que le diera a su hija. Jimmy y Lucas se iban a enfadar con él si no aparecía con la pequeña Sasha, ¡pero es que no podía sacrificarla! Mikasa estaba terrible por su culpa, que a la vez era una consecuencia de la culpa de Jean, ¡y así nunca iba a tenerla a su lado de nuevo! Sus pensamientos se vieron rotos cuando la pequeña empezó a llorar. ¿Por qué lloraban las dos ahora? Se agobió por un instante, empezando a mecer con cuidado a Sasha, pero no paraba. Su llanto iba en crecimiento, como si ella también hubiera empezado a rogar el estar con su madre. ¿Es que también había empezado a odiarle? —Sasha… No llores… —Le susurraba con cierto temblor antes de depositar débiles besos en su frente, más de nada sirvió. La nena lloraba cada vez más y más intensa, casi a la par que su madre, por lo que su corazón estaba totalmente encogido. ¡Él no era malo! Si por primera vez había cogido a un bebé entre sus brazos, ¡a la creación de Mikasa! Y había sido la sensación más bonita del mundo, deseando poder compartir aquel mundo con su nuevo orden a su lado. ¡Por eso se había alegrado tanto de que Jean no estuviera presente en sus rasgos! Era tan bonita que no quería soltarla en absoluto, la quería para él y para Mikasa, como debería haber sido desde el inicio. —Eren… El mencionado se agachó hacia la contraria, quien con la respiración totalmente descompasada, puso sus manos sobre su brazo y su pequeña. Le volvió a rogar en silencio— Júramelo, Mikasa… —Mikasa sólo cerró sus ojos con fuerza, dejando caer más lágrimas derrotadas— Júrame que no volverás a hacer una locura así… Que no vas a salir de aquí para ir a buscarle… Mikasa asintió antes de esconder su rostro en el cuerpecito de su nena. Empezó a llorar con fuerza, mezclando su llanto con el de su hija. Se sentía terriblemente mal, pero en aquel momento vendería su alma al diablo con tal de mantener a su hija a su lado. ¿Qué no iba a ver a Jean en su vida? Lo aceptaba. Le dolía en lo más profundo de su pecho, pero aceptaría aquella condición con tal de no perder a su hija, pues ella era lo que más amaba en el mundo. —Si vuelves a intentarlo, Mikasa, ¡si vuelves siquiera a pensar en intentarlo! Te juro que no la vuelves a ver… No voy a dejar que hagas locuras… Ya me has demostrado que esto te viene grande, pero, al contrario que tú, elijo confiar en ti. —¿Me prometes que no le pasará nada…? —Alzó su mirada ahora, mientras su temblorosa mano derecha se dirigía hacia el rostro de su hermano— ¿Me juras que no le harán nada, que nunca estará en peligro…? ¿Que estará fuera de los experimentos…? Ahora fue él quien sólo pudo tragar saliva. No pudo contestarle, pues sintió como si Mikasa acabara de desnudarle por completo. Desnudó la parte más cruel de su interior, la que era capaz de poner en peligro una vida inocente como la de su sobrina en pos de la investigación. La de una persona cualquiera, bueno, se podía llevar, ¿pero a su propia familia? No, eso de verdad que era terrible y fue Mikasa la que se lo hizo ver. Observó de nuevo a Sasha, cuyo llanto empezaba a sonar carrasposo, antes de observar a su hermana, quien le rogaba sin parar con la mirada. Sólo pudo acercársela en silencio. La dejó sobre sus brazos con cuidado y la pena creció cuando la morena empezó a calmar a su hija entre lágrimas. La nena se removía sin parar, sus manitas cerradas por completo temblaban casi como las de su madre, quien la empezó a mecer y a acariciar con todo el cariño del mundo. Se levantó con lentitud, totalmente horrorizado por lo que en un principio querían haberle hecho hacer, pero también por cómo se había comportado con Mikasa. Estaba enfadado con ella, mucho, había llegado demasiado lejos y sintió como si le estuviera traicionando. Ella estaba donde estaba también gracias a él, le debía un agradecimiento total, el cual siempre sintió, pero todo se torció y Mikasa se sentía totalmente corrompida. Se empezó a alejar en silencio sin dejar de mirar hacia su hermana, quien en todo aquel rato, desde que su hija estuvo de nuevo en sus brazos, no había levantado su vista de la nena. Sasha se tranquilizó al poco de empezar a ser mecida por su madre y él lo notó extraño. ¿Acaso también su sobrina le había rechazado? Se subió al carruaje totalmente ido por toda la situación, pensando en todo lo que acababa de suceder. Necesitaba tiempo para procesar todo aquel momento. —Matad al capitán y que sea comida para los peces. —Fue lo único que pudo ordenar. No pasó más de un minuto cuando el tiro sonó, siguiéndole quejidos de sorpresa. Su mirada se mantuvo impasible al frente hasta que el cochero avisó de que ya habían cumplido la orden— A palacio. —Sin más, el carruaje empezó su camino de vuelta a lo que debía llamar hogar, aunque habría sido mucho mejor si Mikasa no le hubiera traicionado de aquella manera, pues ahora tendría un color diferente con la pequeña Sasha inundando sus paredes con su llantito. Cuando el carruaje se perdió por el horizonte, Mimi y Sandra corrieron para estar al lado de la morena. La castaña esperó a que la abuela llegase para intentar calmar a su amiga, quien aún no dejaba de llorar ni de mecerse para calmar a su hija, aunque esta última se mantenía totalmente tranquila, haciendo leves quejidos, mientras observaba con sus ojitos entreabiertos a su madre. Sandra abrazó a Mikasa con fuerza maternal. Ella también temblaba y no pudo evitar llorar después de haber visto toda aquella escena. Que el rey se hubiera alegrado de que su nieta no tuviera nada de su padre fue doloroso, pues para ella su hijo, obviamente, era un deseo y el amor más puro con su marido. Su nieta no vino de la igual manera que su hijo, pero sí había sido testigo de que había muchísimo amor en su creación y rechazar una parte, aquella que estuvo siempre enamorada, le era muy triste. Y lo que más le dolía es que, por segunda vez, su hijo había perdido la oportunidad de conocer a su hija. Mikasa empezó a disculparse totalmente desolada y Sandra sólo pudo empezar a negar a la vez que acariciaba su pelo y espalda con cariño. —De verdad… Que lo hacía por ella… —Fue lo único que logró decir antes de que Sandra la mandase a callar con cariño. Sentía que había muerto por dentro y sólo sentía pena, pánico y decepción por haber fallado a tantas personas. En todo momento tuvo la intención de querer salvar a su hija, ella era su principal motivo, pero Eren le dio la vuelta por completo y en su interior se había implantado la duda de si realmente estaba hecha para criar a una hija. ¿Acaso el querer marcharse no era también para eludir su responsabilidad? Si Jean estaba con ella, en caso de aceptarla, ¿acaso no era una manera de deshacerse de aquella obligación? No se sentía así antes de aquel encuentro, pero casi un día después de haber dado a luz, sentía que no servía para ser madre. Dirigió de nuevo su mirada hacia su pequeña, quien la seguía observando con atención totalmente calmada, moviendo débilmente sus extremidades. Sólo pudo agachar su cabeza para besarla con cariño, recibiendo un leve gemido como respuesta.***
No tuvieron que alquilar un carruaje de vuelta, pues el rey había ordenado llevarles de vuelta al orfanato, por lo que, después de lo vivido y una vez Mikasa se sintió algo recuperada de su estado deprimido, aceptaron sin mostrar ni un ápice de rebeldía. El camino transcurría en silencio y sólo era cortado por algún que otro gemido de la pequeña, pero nadie era capaz de emitir sonido alguno. Mikasa volvía a mirar en silencio por la ventana y el resto lo hacía a la nada, pues cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos sobre todo lo que acababan de vivir con Eren. Después de aquella actuación no había duda de que Sasha estaba en peligro, pero tampoco había que olvidar a su madre y cómo iba a afectar de cara a futuro el hecho de haber intentado abandonar la isla sin el permiso del rey y en secreto. Además, tampoco podían dejar pasar por alto qué consecuencias iba a tener para los tres compañeros, pues seguramente algo iba a pasar con ellos. Y debían prepararse para eso. El camino se hizo larguísimo para todos y la noche estaba muy cerrada cuando llegaron al orfanato. Obviamente, al ser poco habitual recibir carruaje a aquellas horas de la noche, Artur fue el primero en salir para ver qué estaba ocurriendo y el corazón se le paró cuando vio al señor Kirstein bajar el primero con su rostro totalmente desencajado. Caminó con rapidez hacia el carruaje, seguido entonces de Lisa y Megumi, para posar sus manos sobre los hombros contrarios y por supuesto, el nombre Mikasa y Sasha fueron los que salieron de sus labios. Sandra salió tras su marido con el mismo pesar, mientras que Mateo, John y Mimi lo hacían por la otra puerta de igual manera. Sandra se hizo a un lado para ayudar a la morena a bajar, siendo recibida por un cálido y desahogado abrazo por parte de Artur. Mikasa, de nuevo, sólo pudo llorar de forma desconsolada. Los tres adultos no dijeron nada, sólo observaron que, quitando el estado mental, todos estaban vivos. Artur y Jean padre acompañaron a Mikasa al interior, siendo Lisa y Megumi quienes se quedaron con Sandra tras ellos, comenzando a preguntar qué era lo que había ocurrido. Mientras, Mateo, John y Mimi se quedaron tiesos en su sitio aún cuando el carruaje se había marchado. —Ha sido horrible… —Susurró Mimi sin poder aguantar sus lágrimas. Sus dos compañeros sólo pudieron asentir— No me arrepiento de nada, sólo de no haber sido más valiente para ayudarla… —No íbamos a poder hacer mucho tampoco, Mimi… Eren estaba siendo terrorífico. —Aportó John, abrazando a su compañera por los hombros— Tenemos que centrarnos en el ahora, pues esto nos va a traer consecuencias. Mimi asintió— Si me tiran del cuerpo, me da igual. —Mateo sólo asintió. —No nos adelantemos… Intentemos descansar y ya tendremos tiempo de ver qué hacemos si nos tiran… —Si nos tiran, haré una barcaza para sacar a Mikasa y a Sasha de aquí… Y me iré con ellas. —Planazo, Mimi. Yo me uno. —Añadió entonces Mateo a la vez que la abrazaba por encima del brazo de John. —Pero fuera de bromas… El rey está fatal. No sé cómo describirlo, pero el peligro que supone es asfixiante y demoledor. Si nosotros, que no somos nada más que unos cómplices, nos hemos quedado así de devastados, ¿cómo tiene que estar Mikasa? Que ella tiene justo el mayor motivo para estar en guardia y en pánico constantemente… No hubo respuesta al comentario de Mimi, mas era cierto todo lo que acababa de decir. Ellos parecía que habían recibido una paliza, pero su amiga, la línea directa con el rey, ¿cómo debía sentirse realmente? La cantidad de cosas que estaba teniendo que vivir no era ni para desearlas al peor enemigo de cada uno. —No lo sé, pero… Sí que he decidido que estaré de su parte siempre… Quiero estar a su lado, apoyándola todo lo posible hasta que este infierno llegue a su fin. —Mimi asintió con debilidad tras las palabras de Mateo, las cuales salieron de su interior seguras. Las desgracias unían y Mikasa nunca se portó mal con ninguno de ellos, al contrario, por lo que les era imposible darle la espalda en una situación tan dura. No estaban obligados a estar al lado de su ex-capitana, pero sí que era cierto que después de los que descubrieron en Quinta, algo invisible se creó entre ellos, como una lealtad inquebrantable que iban a mantener costase lo que costase y tuviera las consecuencias que tuviera.***
Había acostado a la nena de nuevo entre ambas. A Emma le habían dado con el vaso de leche una infusión para relajarla, pues desde que Mikasa se había marchado no había sido capaz de dejar de llorar, motivo por el que no se había percatado de su vuelta. Mikasa no podía dormir después de todo lo que había vivido, por lo que, sentada con su espalda apoyada en el cabecero de la cama, observaba con un llanto silencioso a través de la ventana, intentando asimilar las crueles palabras de Eren. No quería creerlas, pero algo dentro de sí sentía que al final estaban introduciéndose en lo más profundo de su ser, como si fuera una semilla que iba a ir creciendo poco a poco con el paso del tiempo. Era una noche silenciosa, como todas, pero aquel silencio se veía roto por los gemidos de su hija, quien acababa de comer y no parecía tener sueño, aunque más bien parecía estar observando algo que le estaba quitando el sueño. Mikasa observaba como aquella recién nacida se movía débilmente e intentaba alternar su mirada con aquello que fuera que viese y con su madre. Ante aquello la morena se acomodó a su lado para observarla con atención, acariciando su pelito con cuidado. —¿Estás bien…? —Susurró antes de besarla de nuevo, esta vez en la puntita de su nariz. Obviamente no recibió respuesta y sólo se limitó a observarla con atención— Perdóname… Te juro que lo he hecho para ponerte a salvo… —Volvió a besar a la pequeña, esta vez en su frente, antes de limpiarse las lágrimas que habían vuelto a derramarse por su rostro. Se sentó en el borde de la cama para levantarse con cuidado, pues no se sentía cómoda de ninguna manera allí. Puso su almohada a modo de cerco para la nena y cuando la aseguró, caminó hacia su escritorio. Sacó unas hojas y simplemente se dispuso a escribir. Jean no recibiría sus cartas, pero no iba a dejar de escribirlas por si en un futuro tuviera la oportunidad de tenerlas en haber. Quería serle sincera con todo lo que estaba viviendo, pedirle perdón por los errores que fuera a cometer y jurarle que todo, absolutamente todo, lo hacía por la nena que tenían en común. Cuando terminó de escribir aquella carta plagada de dolor y miedo, volvió su mirada hacia la cama. Emma estaba totalmente dormida, pero Sasha no había manera. Seguía despierta como si de verdad estuviera viendo algo y entonces le vino un comentario sin más. Un comentario que escuchó sin saber de quién en una de las salidas que hicieron tiempo atrás todos y que decía que los recién nacidos hasta los niños eran capaces de ver cosas fuera de nuestro plano. ¿Acaso su hija estaba viendo algo que a ella se le escapaba? Y ante aquello sólo pudo coger aire con intensidad, ciertamente emocionada. —¿La estás cuidando…? —Susurró al aire antes de abrazarse a sí misma por sus piernas, ahogando una vez más el llanto que no podía cortar desde la aparición de Eren— Por lo menos ya lo estás haciendo mejor que yo…***
Su compañero le abandonó durante un rato para cenar. A él ya le habían servido y tampoco estaba tan mal como para necesitar compañía permanente, pero desde la aparición del principito tanto Connie como Armin se habían quedado preocupados. No les culpaba, pues no era capaz de entender el motivo por el que sería el blanco de su reino. No había hecho nada ofensivo para su corona, al contrario, y como añadido sentía que quería hacer cuanto más, mejor, para poder volver a casa y encontrarse tanto con sus padres como con Mikasa, de la cual quería escuchar muchas cosas, sobre todo el motivo por el que no fue capaz de responderle ni una sola vez, aunque llegados a ese punto empezaba a pensar que Mikasa no habría recibido nada, pues por muy errados que hubieran estado, ella le habría respondido con cordialidad, lo sabía. No obstante, no era el único ignorado y desde el principio Armin achicaba su corazón con sus locas teorías, las cuales, también llegados a este punto estaban dejando de estar locas. Y ojalá hubiera seguido así, pues en su interior se había asentado un malestar extraño y no era agradable ser el centro de la rabia de su reino, la cual iba a hacer todo lo posible por descubrir qué era, pues una simple noche sin más no podía ser tan grave como para querer darle caza. No, algo más había hecho que ahora no era capaz de ubicar. Y lo peor de todo ahora, que Sasha, su difunta amiga, volvía a su mente y en su interior empezaban a revolotear mil mariposas que le dejaban una sensación incómoda. ¿De qué hablaba esa maldita chica patata inerte? ¡Maldita sea, si sabía algo debía haberlo dicho con claridad! Suspiró con molestia porque se estaba volviendo loco. Literalmente.