Recompensa
12 de septiembre de 2025, 5:28
—¡Maldita sea esta mazmorra! Espero que el tesoro al final valga el esfuerzo —masculló Satoru, apartando la vigésima telaraña de su cara con un chasquido de irritación. El denso hilo de seda, húmedo y pegajoso, le recordó el agotamiento que sentía.
Llevaba horas adentrándose en las entrañas de la tierra, un camino mucho más largo de lo que había previsto. La confianza que lo definía se había ido desvaneciendo con cada paso, castigada por una horda de monstruos y bestias de categoría uno y especial. En su camino se había enfrentado a un sinfín de criaturas: desde la feroz agresión de los Goblins hasta la letal precisión de los Sombra. Estos encuentros, algunos por exceso de confianza y otros por pura mala suerte, habían drenado sus recursos de curación y alimento, dejando sus provisiones en un estado precario. Los rumores no mentían: este lugar no solo ponía a prueba la fuerza, sino también la resistencia y la astucia del mejor de los héroes.
La mazmorra se alzaba, solitaria y ominosa, lejos de las concurridas sendas de las ciudades, lo que ya la hacía sospechosa. Se decía que era de las más peligrosas, no por la cantidad de criaturas, sino por el formidable guardián que la custodiaba: la bestia que todos catalogaban como "el jefe final". Era la única mazmorra conocida donde el tesoro no estaba esparcido por el camino, sino que se concentraba al final, resguardado por su guardián. Era la promesa de algo súper raro, legendario o incluso épico, este último, un tesoro casi mítico. La recompensa definitiva.
Gojo, el Aventurero más fuerte, o el Héroe más fuerte, según la región, había entrado con la arrogancia de quien sabe que saldrá victorioso. Un título que se había ganado a pulso, cimentado en su innegable poder. No por nada se le conocía también por su atractivo: una melena blanca como la nieve y unos ojos tan azules como el cielo despejado, enmarcados por un físico imponente, digno de un guerrero y tan agraciado que muchas doncellas lo confundían con un príncipe de cuentos de hadas. Pero para sus amigos cercanos, su personalidad excéntrica y a veces infantil era un defecto que solo ellos sabían apreciar.
El hedor a muerte y moho que había impregnado el aire durante todo el recorrido se desvaneció al llegar al final del pasillo. Ante él se erguía una imponente puerta de piedra, cubierta de hermosos y delicados detalles dorados que imitaban enredaderas y plantas. Era un espectáculo tan elegante y sereno, tan enigmático y fuera de lugar, que la simple visión de la puerta hizo que el cansancio de Satoru se convirtiera en una anticipación palpitante.
Gojo empujó la enorme puerta con un gruñido de fastidio. Quería terminar pronto, acabar con la bestia, reclamar el tesoro y regresar a la civilización para descansar. Pero lo que vio en el interior lo dejó completamente paralizado. No era la sala pulcramente adornada con pilares dorados, ni el mítico tesoro épico que imaginaba reluciendo en un pedestal. En el centro de la gigantesca habitación, la recompensa era otra.
Una fascinante criatura humanoide lo esperaba, su apariencia tan hermosa que parecía haber sido tallada por los dioses mismos. Era delicado y etéreo, con una piel de porcelana que contrastaba con los sutiles rasgos demoníacos de su rostro. Lo más impactante eran sus ojos, radiantes e hipnóticos como el jade, tan profundos que Satoru casi juró ver un bosque reflejado en ellos. El atuendo que usaba, sugerente y audaz, no dejaba mucho a la imaginación.
Era una recompensa mucho más jugosa de lo que había anticipado.
Su estatura era un poco más baja que la de él, una altura humana promedio. Gojo no mentiría, en su fuero interno esperaba algo más imponente en tamaño, pero el aura que emanaba la criatura era poderosa y sofocante, una presencia que helaba la sangre y exigía respeto.
La bestia lo observó, acercándose mientras una espada larga y oscura surgía de entre las sombras, el acero brillando con un filo letal.
—Por fin has llegado. ¡Prepárate para conocer tu final! —rugió la criatura, alzando el arma, lista para el combate.
—¡DE ESTO ESTABA HABLANDO! —gritó Satoru con absoluta euforia, extendiendo ambos brazos al aire en un gesto de pura celebración.
La bestia se detuvo en seco, confundida. Su ataque quedó suspendido en el aire, sin saber si su oponente estaba a punto de atacar o si enloqueció por el miedo.
—¿Qué? —preguntó la criatura, su voz teñida de perplejidad.
El albino alzó a la criatura con una facilidad asombrosa, como si fuera una muñeca de porcelana. Satoru la acomodó cómodamente en sus brazos, dándole una suave palmada en la cabeza, y se dio media vuelta para emprender el camino de regreso.
La criatura, estupefacta, frunció el ceño con una mezcla de confusión y furia. ¿Acaso esto era un chiste? Entendía que no poseía el poder ancestral de su padre, quien había cimentado la reputación de la mazmorra, pero eso no lo hacía menos. Él mismo había arrebatado la vida de incontables héroes y aventureros.
—¡Bájame de inmediato! ¡Soy el jefe final! —forcejeó la criatura, moviéndose en los brazos de Gojo sin ningún éxito.
—Nop. Eres mi tesoro ahora~ —canturreó con una sonrisa amplia y satisfecha, como si acabara de ganar el premio gordo de la lotería.
—¡No soy un tesoro, idiota!
—Eso lo decidiremos en el registro civil —respondió con absoluta seriedad, dedicándole a su futura... esposa, una gran sonrisa.
La expresión de la bestia se congeló.
—Hmm, cierto. Necesitaremos un nombre para ti —murmuró, pensativo, mientras la criatura lo miraba con los ojos desorbitados. Satoru chasqueó los dedos con una revelación—. ¡Ya sé! ¡Megumi! Te llamaré Megumi.
—¿Megumi? —la criatura frunció el ceño, el término retumbando en su cabeza. ¿No era nombre de mujer?
—No puedo esperar para nuestra noche de bodas, Megumi~ —agregó Satoru, un brillo travieso en sus ojos.
—¿Noche de... QUÉ...?
Palabras: 982
[Nox Vulpes~]