ID de la obra: 780

Escritos GoFushi

Slash
NC-17
En progreso
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 14 páginas, 4.905 palabras, 4 capítulos
Descripción:
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¿Un Ángel del Espacio?

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El golpe seco de la puerta al cerrarse resonó como un eco hueco en la oscuridad del apartamento, donde solo la luz plateada de la luna se atrevía a entrar.   Megumi se movía como un autómata, sus pasos arrastrados por un cansancio abrumador. Con un suspiro profundo, se revolvió el cabello oscuro, deshaciendo la rígida armadura de gel que lo mantenía profesionalmente impecable. La vida de asalariado era una carga pesada, una rutina que le absorbía el alma. Se dejó caer en el sofá con un gemido de puro agotamiento, que pronto se transformó en un suspiro de alivio absoluto. La corbata voló por el aire como una bandera de rendición, mientras desabotonaba con lentitud el cuello de su camisa.   La mano se deslizó hacia su bolsillo, extrayendo una pequeña cajetilla de cigarrillos. Sacó uno, y cuando su mano se extendió hacia el encendedor sobre la mesa de centro, su mirada se detuvo en una fotografía que yacía a su lado. Una sonrisa suave y melancólica se dibujó en sus labios, una que no usaba a menudo. La imagen, desgastada por el tiempo, aún conservaba la esencia de una felicidad inquebrantable: el rostro radiante de su madre. Ella lo sostenía en sus brazos, con su dedo índice apuntando hacia el cielo, un lienzo oscuro y salpicado de estrellas que brillaban como diamantes.   "No mires tanto al cielo porque te puede caer un ángel."   Esa frase, un susurro cómplice y compartido solo entre ellos dos, regresó a él, resonando en su memoria como una melodía de la infancia. Era una broma cariñosa, un eco lejano de un cuento olvidado que su madre había rescatado del baúl de los recuerdos para hacerlo un secreto de ambos.   La calidez de ese recuerdo le llenó el pecho, transformando su sonrisa en una expresión de pura nostalgia. La mujer de la fotografía había partido hacía muchos años, dejando un vacío que el tiempo no lograba llenar del todo.   Incluso ahora, en la monotonía de la vida adulta, esas palabras se habían aferrado a su ser, como una huella indeleble que se negaba a desaparecer de su alma.   Tomó el encendedor y se dirigió al balcón, donde el aire fresco de la noche lo recibió. La ciudad dormía bajo la inmensidad del cielo. El humo del cigarrillo a punto de unirse a la noche estrellada. Levantó la vista, y una sonrisa se dibujó en su rostro, un eco de la ternura de ese recuerdo.   "Nunca dudes..."   Justo cuando el cigarrillo estaba a punto de encenderse, se detuvo en el aire. Un silbido, un zumbido extraño, algo en el vasto lienzo oscuro captó su atención. Una esfera de luz, un punto de brillantez pura, se precipitaba sin rumbo aparente. Tragó saliva con dificultad, el papel cilíndrico de tabaco cayó de sus dedos, sin siquiera haber sido encendido. "...que del cielo..."   La chispa de la curiosidad se apagó en su mente de forma abrupta, reemplazada de golpe por el terror. Aquella luz se había transformado en una bola de fuego que crecía a una velocidad aterradora, una flecha de destrucción que se dirigía directamente hacia él.   "...puede caerte un ángel."   El instinto tomó el control. Se lanzó al interior de su apartamento un segundo antes del impacto. La onda expansiva lo empujó con fuerza mientras el balcón se hacía añicos. El estruendo fue ensordecedor, un rugido que lo envolvió todo.   Tosió, apartando la densa nube de polvo y humo que lo ahogaba. A duras penas, la oscuridad se disipó, revelando una silueta que se erguía con lentitud entre los escombros.   Una voz peculiar, tan suave y peculiar como el roce de dos hojas de papel, rompió el silencio.   —¡Ay, qué horrible aterrizaje! —se quejó la criatura, haciendo crujir los huesos de su espalda y brazos con un gemido de alivio —. ¿Hmm?   Megumi, aún en el suelo, quedó petrificado ante la visión que tenía frente a él. Era un ser de una belleza antinatural: cabello blanco como la nieve virgen de diciembre y ojos tan azules y profundos como el océano más inexplorado.   El extraño detuvo sus estiramientos al verlo, y una expresión de puro asombro cruzó su rostro.   —¡Oh, un humano! —exclamó con un brillo de fascinación en sus ojos. Era la primera vez que veía uno en persona. Había dedicado tanto tiempo a estudiarlos, a descifrar sus complejas vidas desde la distancia, y finalmente, después de innumerables exámenes, había sido aprobado para visitar el planeta al que llamaban hogar.   —¡Eres fascinante!   Fushiguro se arrastró hacia atrás, su mente un torbellino de confusión y terror. ¿Qué demonios estaba pasando? La mirada del extraño, tan intensa y curiosa, lo hacía sentir como un insecto bajo una lupa. Pero el miedo se convirtió rápidamente en rabia al ver el estado de su balcón.   —¡Destruiste mi balcón! —gritó, su voz temblando por el shock.   El ser parpadeó, la confusión pintada en su rostro perfecto.   —¿Hmm? —murmuró, girando para contemplar el caos que había creado. Un simple "Oh..." fue todo lo que salió de sus labios antes de volver a sonreír con una luz cegadora —. ¿Puedo quedarme contigo?   Su nave se había hecho añicos con el impacto, así que ahora necesitaba un lugar donde refugiarse mientras la reparaba. Y el humano frente a él parecía agradable. A sus ojos, no había ningún rastro de maldad en su ser.   El pelinegro frunció el ceño ante la audacia de la pregunta. ¿Cómo podía pedir eso después de semejante desastre?   —¿Puedo tomar tu silencio como un sí? —preguntó, acercándose peligrosamente. La noción de "espacio personal" parecía no existir en su universo.   Megumi lo apartó con una mano, sintiendo la extraña calidez de su piel.   —¿Qué eres? —cuestionó, su voz apenas un susurro de incredulidad. Nunca había visto a nadie con esa apariencia tan singular, ni con una vestimenta tan extravagante.   —¡Cierto! Asómbrate, humano —exclamó el ser con un gesto teatral y un brillo de orgullo en sus ojos —. Soy un ser de fuera de este mundo. Jamás visto en tu planeta. ¡Soy un Ensof! Aunque ustedes, los humanos, nos llamarían... alienígenas.   —¿Enslo?   —Ensof —corrigió con una sonrisa paciente —. Un ser de energía infinita. Estoy aquí para estudiar y aprender de la humanidad. Aunque, bueno, según sus conceptos, encajo más como un ángel —murmuró lo último para sí mismo. Chasqueó los dedos con energía —. ¡Un ángel del espacio!   Necesitaban actualizar la información que tenían sobre las criaturas que habitaban el universo. Por ello, cada cierto tiempo, enviaban a algunos de los suyos para estudiar las distintas especies. Los Ensof se encargaban de mantener el equilibrio del universo; un dato erróneo podía desatar el caos en algunas galaxias, lo que, a su vez, podría desencadenar guerras catastróficas.   El alienígena se dirigió al humano.   —Puedes llamarme Satoru —sugirió con una sonrisa atractiva —. Satoru Gojo. Los humanos usan nombre y apellido, a diferencia de nosotros —su especie no requería de nombres o códigos, podían identificarse con facilidad, pues sabían quiénes eran. En cambio, los humanos no lo sabían.   Los ojos de Megumi se abrieron de par en par. La frase de su madre, resonando en su mente, se encontró con una realidad absurda.   «¿Un ángel?»   «¿Un ángel del espacio?»   Miró al cielo a través de los escombros de lo que alguna vez fue su balcón. Un escalofrío le recorrió la espalda. Las palabras de su madre, ahora, ya no eran una broma.   "Nunca dudes que del cielo puede caerte un ángel..."                             Palabras: 1, 238 [Nox Vulpes~]
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