ID de la obra: 783

Sobre el derecho a una oportunidad

Mezcla
NC-21
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planificada Midi, escritos 63 páginas, 22.083 palabras, 3 capítulos
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Un viejo sabor en el fondo de la garganta

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Un largo gemido resonó desde la interior de la forja. Celegorm se llevó las manos a la cara, masajeándose el puente de la nariz, aún oía los gemidos ahogados y los jadeos desde dentro de la estancia y se preguntaba porque se molestaban en intentar callarse, si al final era incapaces.   Desde que su medio primo había llegado hacía una semana, Celegorm no había podido descansar en paz. Por suerte, el embarazo y la necesidad apremiante de proteger a su cachorro le habían dado a Curvo una nueva y reluciente columna vertebral, por lo que todos en la casa estaban vigilando con lupa cada paso que daba Ingo, Celegorm sabía bastaría una sola estupidez de su parte para Curvo diera el visto bueno y Celegorm pudiera expulsarlo de la casa con una patada en su principesco culo.   Entre está vida y la anterior, ya le habían aguantado bastantes tonterías a ese estúpido alfa.   Por si acaso, retrocedió sigilosamente desde la puerta de la forja (milagrosamente no había llegado a llamar antes de escucharlos) hasta una de las pequeñas ventanas es uno de los laterales, que Curvo y Eöl insistían en tener porque decían que necesitaban para comprobar el brillo exacto de ciertos materiales.   Allí mismo, apoyando la frente y los brazos en la pared, Curvo estaba doblado por la cintura, su prominente barriga colgaba hacía abajo entre sus piernas abiertas y su pecho se movía rápidamente por su respiración agitada. Finrod estaba sentado detrás de él con la cara enterrada en el culo de Curvo, las manos rodeando sus muslos y abriendo las nalgas del omega para tener un mejor acceso a su ano.   Al menos, su hermano se lo estaba pasando bien. Curvo se veía sonrojado y sudoroso, mientras trataba de tapar sus gemidos sin éxito. Y Finrod; bueno, Finrod parecía completamente entregado a adorar el trasero de su omega como si fuera un santuario bendito. Findaráto había avanzado mucho en esa semana para que Curufin ahora le permitiera estar a su espalda; de rodillas, pero a su espalda, era bastante progreso.   Y bien alejado del cuello de Curvo.   Satisfecho al no ver ningún riesgo inmediato, Celegorm abandonó su posición y se dirigió de vuelta a la casa. Había otras cosas que podía hacer. Aguantar a Findaráto no le había hecho mucha gracia, no había sido fácil no romperle el cuello cada vez que lo veía mirando a su hermanito con esa cara jodidamente anhelante, pero su presencia le hacía bien a Curvo (de momento) y Curvo todavía no sentía muy mal con él cerca, así que Celegorm podía tolerarlo.   Se encaminó de vuelta a la casa. Era apenas el principio del crepúsculo y Celegorm había tenido una caza fructuosa, podía pasar unas horas preparando pieles.   Recogió sus cosas en el pequeño cobertizo que le habían concedido, afiló sus cuchillos y se hundió alegremente en la familiar tarea; cortar, apartar tripas, embadurnar y suavizar las pieles se sentía como ejercitar un músculo, no pensaba, solo se movía, sus manos sabían perfectamente lo que hacían, pues lo había hecho durante toda su inmortal vida.   Era tranquilo, a pesar de estar lleno de sangre. Celegorm supone que es correcto para él, estar en paz entre tanta muerte.   Estos dos últimos días había viajado más lejos que nunca desde que su hermano y él se habían instalado en la casa de Eöl; al menos Ingo servía para distraer a Curvo, así que su hermano ya no estaba constantemente encima de él, preocupándose por como Celegorm se excedía y murmurando que debería ser más cuidadoso con su embarazo.   La audacia, como si Celegorm no se preocupara de la salud de sus gemelos. Él era perfectamente consciente de sus propios límites, muchas gracias.   Había conseguido cazar un gran oso de un raro color blanco, solo había oído de su existencia por parte de los que cruzaron el hielo, pues esos osos viven en zonas frías; pero a Celegorm no lo llamaron un gran cazador por nada, por lo que había conseguido rastrear y cazar uno. También había encontrado un enorme felino de color naranja vibrante con rayas negras, normalmente lo hubiera dejado en paz, pues él ya tenía su presa, pero el felino lo había ataca de golpe, posiblemente para robar su caza, y Celegorm había reaccionado.   Acabó con las pieles y dejó los tendones estirados para que se secaran. Celegorm había amontonado la carne para cocinar en una enorme cesta de mimbre, era bueno que fuera tanta, teniendo en cuenta lo que comían entre tres omegas embarazados.   Recogió la enorme cesta, ignorando cuidadosamente la voz en su cabeza, que sonaba como la de Nelyo, que le decía que no cargara peso estando embarazado, y la llevó hasta la cocina.   Tenían una especie de acuerdo; Celegorm cazaba la carne, Eöl o sus topos recogían la fruta y verdura de sus plantas, y Curufin o sus soldados traían cualquier otro alimento que no pudieran conseguir por sí mismos.   Tyelko no está muy seguro de lo que aporta Finrod.   Llegó a la casa y pasó los próximos 15 minutos deliberando que piel sería la que añadiese a su nido y cual dejaría en la montaña de repuestos que había en el salón (que absolutamente no era un nido comunal, él golpeó a Finrod la primera que sugirió tal estupidez y lo volvería a hacer). Por un lado, ya tenía la piel de un gran oso negro en su nido (el cuerpo entero, si a eso vamos) y el pelaje naranja del felino se vería muy vistoso, como una gran advertencia; por otro lado, la piel del oso blanco era muy rara (pues no muchos Eldar se adentran en zonas lo bastante frías como para cazarlos, Tyelko cree que es por miedo a que los Valar crean que están escapando de Valinor, lo que para Tyelko es otra ventaja de ir allí).   Finalmente se decide a llevarse la piel blanca (muy mullida, esponjosa y cómoda) a su nido y dejar la naranja y negra en el salón, pero se llevaría los largos colmillos de la bestia felina. Deja la piel del felino sobre la acumulación de telas, armas, joyas y objetos varios que Celegorm, Curufin y Eöl se habían dedicado a agrupar en el salón; de forma que la piel queda estira cubriendo y protegiendo los demás artículos del montón.   Un ronroneo satisfecho sube por su garganta y Celegorm se obliga a ahogarlo.   Entonces se dirige a la cocina, con la piel del oso al hombro, pues hasta entonces no se había dado cuenta del hambre que tenía; Celegorm casi extrañaba la época en la que no comía para tres y no necesitaba alimentarse cada pocas horas, pero valdría la pena con creces.   Allí encontró a Eöl sirviéndose té; su panza embarazada sobresalía en una curva elegante por debajo de su holgada túnica de trabajo, aún no estaba ni de lejos tan enorme como Curufin (aparentemente, sus embarazos avanzaban conforme a la edad de sus hijos al morir, por lo que los gemelos de Tyelko serían los últimos en nacer) pero ciertamente tenía el tamaño suficiente como para que el Sindar tuviera que estar frotándose la espalda cada cierto tiempo y se quejara cuando su bebé se pasaba la noche haciendo lo que describía como “acrobacias intrauterinas”. Tyelko prefería por mucho cuando Eöl se quejaba y gruñía (como marcaba su personalidad gruñona e iracunda), no era agradable, pero era mucho mejor que cuando se interrumpía en medio de sus murmullos enojados y hacía un gesto como si se tragara algo que se le atragantase en la garganta.   En su opinión, todo el mundo debería poder quejarse de las indignidades del embarazado, sin importar cuanto amaran a sus cachorros; Eru sabe que Curufin ama a Tyelpë más que a la vida misma, pero no permite que eso no le impida maldecir y quejarse cada vez que su hiperactivo bebé decide practicar sus habilidades motoras en formación contra las paredes de su útero, cosa que sucedía bastante a menudo.   A Celegorm no le extraña para nada, Tyelpë era un huracán de energía cuando era pequeño (sobretodo cuando su padre lo llevaba a la forja) y Celegorm no puede imaginar que ningún hijo de Irissë (y de Eöl) sea sedentario e inactivo.   Tyelko solo puede esperar que sus hijos sean manejables, está bastante seguro de que su primer embarazo fue más o menos bien y los gemelos no lloraron mucho, pero no sabe muy bien como serán; no sabe mucho de cómo son sus hijos.   Apartó esos pensamientos a la velocidad de rayo, se echó miel en su té y revolvió furiosamente. Eöl levantó una ceja hacía él, pero Celegorm no lo dignificó con una respuesta y en cambio empujó una de sus pomadas para dolores musculares en dirección a Eöl, frotarse la espalda hasta sangrar no haría mucho para calmar dolor.   Eöl no dijo nada, pero le dio un leve asentimiento antes de quitarse la túnica y bajarse los pantalones para poder aplicarse el ungüento. En el tiempo que llevaban viviendo juntos, habían tenido la desgracia y el honor de verse (y olerse) de todas las formas posibles, desnudos, vestidos, hormonales, cubiertos en sustancias sospechosas y, recientemente, habían visto a Curvo asaltando la cocina con semen resbalándose por sus muslos, con Finrod detrás completamente rojo y con una expresión culpable; por lo que a estas alturas no van a escandalizarse por una cierta (total) falta de modestia.   La confianza verdaderamente da asco.   Con todo y eso, Celegorm se encontraba bastante cómodo en esa casa. Si alguien le hubiera dicho eso a Tyelko un mes atrás, lo hubiera llamado loco y le hubiera disparado; pero si, de alguna manera estaba pasando un embarazo bastante cómodo en la casa de un medio maia Sindar (¡hermano de Lúthien, nada menos!), claro, las hormonas a veces lo volvían loco y le hacían desear tener una buena polla anudada en el trasero (una en concreto, de hecho) para mantenerlo sujeto, satisfecho y ronroneante en su nido, pero nada que sus juguetes no pudieran subsanar.   Celegorm salió de sus pensamientos justo para ver a Eöl leyendo el papel que le había traído uno de sus topos, sus pequeños espías. Celegorm debe admitir que nunca había pensado demasiado en los pequeños mamíferos, no más que en el resto de los animales con los que podía comunicarse, pero los topos eran aparentemente una fuerza de inteligencia que se extendía por todo Valinor y traían noticias a su señor.   -Bueno- Eöl resopló, colocando su ropa y poniéndose sus zapatos –Aprovecharé que no hay mucha gente en los caminos e iré a comprar. Al parecer, ya somos noticia en Tirion; los maias no tuvieron más tacto informándoles a ellos que a nosotros de esta situación-   No pudo evitar reír al pensar en una maia, solemne y totalmente despistado de señales sociales, dando la noticia de que han metido a tres omegas embarazados de alto perfil (por ellos mismos, por los bebés y por los padres) en una cabaña en un bosque; de los cuales solo uno de esos omegas está casado con la alfa que lo embarazó, los otros dos no se sabía de quién eran sus hijos (ahora sí, supone) y Tyelko en concreto ni se sabía que había tenido hijos. Debe haber todo un escándalo haya fuera, tal vez Finrod hizo lo correcto escapando cuando pudo.   De cualquier forma, Celegorm se despidió de Eöl cuando salió por la puerta y se dirigió con la piel del oso a su nido, necesitaba dormir.

 

/////

  Ella tomó un profundo respiro del aire fresco, llenándose con el aire libre que no había podido sentir en demasiado tiempo.   Cuando ella anunció que se iba a buscar a su marido embarazado y su bebé nonato, la mañana siguiente de esa bendita noche, su madre gritó como si la hubieran matado. Su padre y su hermano se pusieron de acuerdo para sujetarla y arrastrarla a su habitación (aunque no sin consecuencias, le dio satisfactorio golpe en la cara a su remilgado hermano mayor); Turgon argumentaba que la última vez que le habían hecho caso con respecto a Eöl él la había matado, Aredhel le había respondido que, si le hubieran hecho caso y no hubiera matado a su marido, él hubiera visto las señales en su hijo y su preciosa ciudad no hubiera caído (no le dice que Gondolin hubiera caído de todas formas, ella se guarda esa puñalada para otra ocasión). Turgon se había marchado furioso no le había vuelto a hablar.   Su padre apenas hacía nada. Se había sentado contra su puerta y le había dicho que no podía permitir que ella se hiciera matar otra vez, que su corazón no lo soportaría. El suave Nolofinwë, siempre protector con sus hijos, que lloró la primera vez que Irissë y Findekáno pasaron la noche en casa de Fëanáro, le suplicó a su hija que esperara hasta que supieran con certeza que Eöl era seguro y luego podrían traerlo a palacio, donde él y su hijo estarían a salvo y vigilados. Aredhel se enfureció y le preguntó cuándo sería que declararían a su marido “seguro”; cuando su padre no respondió, le preguntó qué haría él si alguien retuviera a su omega embarazado (beta, en el caso de sus padres) lejos de él, como estaban haciendo con Maeglin y Eöl, pero su padre tampoco respondió eso.   El topo la salvó. El adorable animalito apareció en su ventana al día siguiente de su encierro, trayendo un mapa atado en su cuerpecito peludo que contenía los cambios de guardias e información sobre ángulos ciegos en la propiedad. También le trajeron cuerdas para bajar por la ventana y noticias sobre lo que sucedía afuera; al parecer, su primo Finrod había sido más listo que ella y había escapado a caballo antes de que pudieran encerrarlo por su romance desacertado, pues al parecer su escape tenía algo que ver con Curufin.   Aredhel había esperado su oportunidad para deslizarse una noche por la ventana y dirigirse a su caballo, después de haber recogido las provisiones que le habían dejado los topos; cuando su chocó de frente con Fingon y Maedhros. Su magnífico hermano mayor había reclutado a su enorme marido y los dos alfas se dirigían a su recate; juntos, los tres había salido a caballo de palacio y ya se creían victoriosos cuando una voz llamó su nombre en la calle desierta. Era Ecthelion, antiguo señor de la Fuente y su amigo en algún momento; cuando lo primero que salió de su boca fue que qué hacía allí y que Turgon le había dicho que ella estaba en casa por “una situación delicada”, Aredhel se quedó en blanco.   Por suerte, Maedhros no había dejado de afilar sus sentidos de soldado y rápidamente dejó a Ecthelion inconsciente de un golpe en la nuca; dijo que probablemente deberían llevarlo con ellos, ya que podría volver con Turgon y contarle lo que había visto, además, tendrían un caballo extra. Fingon hizo una broma sobre que su esposo tenía un problema con el secuestro, pero no se opuso y ayudó a atar a Ecthelion a su silla.   Así que ahora iban viajando los cuatro, con un Ecthelion enfurruñado, por los campos de Valinor siguiendo la dirección en la que el vínculo matrimonial de Irissë le decía que estaba su esposo, con algunas indicaciones extra de los topos.   Ecthelion había tenido una reacción muy graciosa hacia sus pequeños salvadores. Saltó casi un metro vertical y se cayó de su caballo, como si fuera un orco y no un adorable mamífero del tamaño de su mano el que había salido de la tierra. Fingon explotó en carcajadas cuando, balbuceante, Ecthelion intentó explicar que Maeglin solía usar topos como ayudantes, enviando mensajes através de ellos (cuando el resto del mundo usaba palomas), buscando filones de mineral en sus minas y, en ocasiones, tomando pequeñas venganzas en su nombre; les contó la historia de este señor menor en Gondolin dijo algo despectivo de Maeglin en voz demasiado alta, y al día siguiente lo encontraron enterrado hasta el cuello en el jardín de Idril, completamente desnudo, con su ropa llena de tierra a un lado, y sin ninguna idea de cómo había llegado de su casa hasta allí, por supuesto, nadie pudo probar que Maeglin ni los topos habían tenido nada que ver, pero tampoco nadie lo dudaba.   Llevaban alrededor de una semana y media de viaje, sin apuñalamientos hasta ahora, cuando Aredhel lo sintió. Su vínculo con su esposo con había permanecido adormecido desde que renació; primero porque Eöl seguía muerto y después porque llevaban mucho tiempo sin verse (porque los maias de los salones no la habían avisado directamente a ella, Aredhel no lo sabía). Por lo que le habían dicho, las parejas que se reunían después de mucho tiempo tendían a quedar “atascadas” juntas durante mucho tiempo, reforzando su vínculo que se había visto atenuado por la muerte, consumidos por la unión de sus fëas; Aredhel y Eöl no habían tenido esa oportunidad.   En ese momento, a vista lejana de un pueblo, sintió un tirón verdaderamente fuerte en su vínculo, que la arrastraba, la llevaba, la conducía en una dirección, casi podía sentir el aroma atrayente y dulzón de su marido, metálico y quemado al mismo tiempo; Aredhel no sabía que lo había extrañado tanto hasta que lo tuvo en las narices.   Apenas escuchó las voces de sus acompañantes cuando salió al galope, siguiendo el rastro. El viaje debería haber llevado al menos una hora, pero Aredhel lo logró en una media hora, su caballo resollaba por la larga carrera, sus muslos ardían, la adrenalina la inundaba y ella sabía, sin lugar a dudas, que si alguien se atravesaba en su camino lo saltaría por encima.   Irissë saltó de su caballo y se puso a recorrer el mercado, respirando hasta el último soplo de aire en busca de un mínimo rastro de aroma e ignorando la gente que apartaba de su camino y la miraban como a una loca.   Y por fin lo encontró.   Ese bendito aroma.   Ella corrió por una calle, su propio aroma, dominante y aterrador, un mensaje que solo él entendería, salía a oleadas de sus glándulas odoríferas. Estaba jadeando cuando lo vio.   Eöl aún no se había percatado de su presencia, lo que permitía a Irissë apreciarlo mejor; ella casi no recordaba lo hermoso que se veía así, embarazado, lleno con su bebé, su panza preciosamente llena sobresalía por encima del cinturón y su túnica estaba medio desabrochada para poder acomodar su vientre lleno. Su cabello gris estaba suelto por todo su rostro y sus ojos negros brillaban como ella no lo había visto desde antes de morir.   La última vez que Aredhel había visto esos ojos, estaban completamente rotos de furia; a medio camino entre la locura que se había apoderado de él en ese bosque y la ira de un omega al que le habían robado su cachorro.   Ella no sabía en el que momento se había acercado tanto, ni cuándo había empezado a andar, pero supo el momento en el que Eöl la olió porque todo su cuerpo se quedó rígido de golpe y se giró bruscamente.   Irissë no sabría describir la sensación de la primera vez que se miraban a los ojos, después de tantos siglos separados. No sabía que sentir, si estaba enfadada por como la había matado, si quería llorar por como había sido incapaz de salvarlo de la locura a tiempo, si estaba enferma de deseo y quería saltar sobre él y besarlo hasta olvidar todo lo demás; Aredhel sentía todo eso y algo completamente diferente al mismo tiempo.   Ella vio como varías emociones pasaron por los ojos de Eöl, y sintió un alivio tremendo al comprobar que, a pesar de todo, aún podía leerlo. Vio el dolor, el anhelo y el deseo cruzar su rostro en un momento; su olor le llegó en oleadas, llamándola, exigiendo a su alfa que corriera a su lado y le enseñara que aún era su omega.   Y Aredhel se disponía a hacer eso mismo, estuvieran en la calle o no, cuando algo cambió. De repente, los ojos de Eöl se abrieron como platos, mirándola con miedo o, más bien, mirando algo detrás de ella; el olor de su marido se llenó de ansiedad y terror y, antes de que ella pudiera hacer nada, Eöl se dio la vuelta y escapó corriendo, tambaleándose con su barriga embarazada.   Irissë se giró, aturdida, solo estaban su hermano, Maedhros y Ecthelion más atrás, sus miradas volando de ella a su marido cada vez más lejos.   Ecthelion que, en su día, fue uno de los verdugos de Eöl bajo las órdenes de su hermano, uno de los que lanzó a su marido muro abajo.   Ella era una idiota.  

/////

  Eöl sabía que era una estupidez. No debería estar huyendo, sabía que lo lógico era darse la vuelta y hablar con su esposa, si ella estaba enfadada con él (más que enfadada, si no quería volver a verlo y llevarse a Maeglin lejos cuando nazca) estaba en su pleno derecho; Eöl se había mentalizado para esa posibilidad (probabilidad, si es sincero consigo mismo) desde que se dio cuenta de que estaba embarazado.   Y estaba dispuesto a enfrentarlo, de verdad. Fue su primer pensamiento cuando terminó de babear por Aredhel cuando la vio, pero entonces vio a Ecthelion.   Lógicamente, Eöl sabe que no es la primera vez que ve a Ecthelion desde su muerte, no esperaba que verlo como un fëa sin hogar fuera tan diferente de verlo ahora, con un hröa completo y una vida que perder. Pasó años siguiendo a su hijo por toda su trayectoria en Gondolin, tuvo que presenciar al idiota de Turgon más veces de las que le gustaría y sí, había visto a Maeglin interactuar con todos los señores de la ciudad que habían estado animando su ejecución, su último recuerdo de su primera vida fueron los rostros de Ecthelion y Glorfindel al arrojarlo de la muralla (ahora que lo piensa, Eöl tiene mucha suerte de que su nieto sea prácticamente una copia de Maeglin).   Pero, al parecer, la muerte tiene una manera de atenuar las emociones y los recuerdos que Eöl no había notado, tal vez porque no había interactuado con nadie por quién tuviera emociones realmente fuertes desde que reencarnó (excepto ese pequeño susto en el que pensó que su padre estaba en su casa y luego solo era Celegorm; tal vez su pánico debió haberle dado la pista). Pero el momento en el vio a Ecthelion ahí, a caballo detrás de su alfa, el terror inundó su ser; si Aredhel quería matarlo era su derecho, moriría en sus manos con gusto, pero por ella y no por otros, y no mientras cargaba a su bebé.   Resollaba mientras corría, entró al bosque tambaleándose con una mano en vientre, maldiciendo su incapacidad para moverse rápido; él solía poder deslizarse por entre las copas de los árboles como un rayo de luna, pero el embarazo lo había convertido en un pato gordo en tierra. A su alrededor había ruido, pájaros tal vez, o ramas quebrándose, pero todo le llegaba como si estuviera bajo el agua. Solo podía escuchar su propia respiración, áspera y desesperada, y su corazón bombeando desesperado en su pecho.   Las lágrimas picaban en sus ojos mientras llegaba a un pequeño claro entre los árboles, había un tocón cortado en el que deseó sentarse y descansar, su pecho dolía. Pero no podía parar, no podía dejar que lo mataran aún, no podía volver a fallarle a su hijo, le falló y lo dejó a elegir entre lo malo y lo peor la última vez, no podía volver a fallar.   Notó la presión de una mano sobre su hombro y se derrumbó en el suelo. Eöl había fallado y su bebé iba a morir.   Sus ojos se nublaron, llenos de lágrimas; sentía que no podía respirar, su pecho se sentía apretado y sentía contracciones en el vientre cada vez que hipaba. Una parte de él quería gritarle que se recompusiera y no se viera tan patético delante de su verdugo, como no lo hizo la última vez; pero una parte más fuerte de fëa, la que era un padre embarazado y desesperado, decía que su bebé iba a morir y cualquier esfuerzo que no lo salvara no valía la pena.   Un olor llenó su siguiente inhalación, estaba lleno de plumas y el olor salvaje de las hojas de los árboles y ríos corriendo. Hundió el rostro más profundamente en la fuente de ese olor y la siguiente respiración fue más fácil; sus hipidos se fueron haciendo más suaves, el dolor en su vientre remitió, su pecho se despejó y emitió un ronroneo desde lo profundo de su garganta.   Otro ronroneo sonó cerca de su oído. Giró la cabeza ligeramente, vio una nube de cabello ondulado negro como una noche sin estrellas, su rostro estaba apoyado en un precioso cuello blanco como el alabastro, la glándula ligeramente hinchada y roja, no marcada si no esperando que su pareja volviera a reclamar su lugar; los colmillos de Eöl picaban en su boca por dejar su marca en el cuello de su alfa, por marcarla como suya y ser él suyo por igual.   Un pequeño gemido salió de sus labios. Aredhel se removió un poco para apartarse, pero Eöl no quería, no quería perder ese momento que tal vez no recupere nunca.   -Shhh- Murmuró su esposa, masajeándole las glándulas del cuello para relajarlo –No voy a ninguna parte-   La mano que estaba en su cuello pasó a su mandíbula, quedó cara a cara con los ojos azules de Aredhel, sus labios rojos, la línea firme de sus pómulos. Era tan hermosa, su rostro lo inmovilizó como si fuera la primera vez que ve, o la última.   Intentó hablar, pero solo salió un quejido de su boca. Desesperado, intentó alcanzar su mente mediante su vínculo; no lo ha hecho en siglos y sabe que no tiene derecho a hacerlo, pero Eöl necesitaba decírselo, ella necesitaba saberlo.   “Es tuya” transmitió él. Por primera vez en edades, notó la reciprocidad en su conexión, sintió el alivio y luego la confusión de Aredhel bajo su piel.   “Mi vida, si la quieres, es tuya; todo lo que quieras, es tuyo. Pero tómala tú, no…” Eöl tragó saliva, no tiene derecho a hacer exigencias, pero tampoco soporta pensar en Ecthelion siendo el responsable de su muerte otra vez “Espera que nazca nuestro bebé, Maeglin es inocente de verdad y se lo merece, por favor”   No recibió una respuesta. Se atrevió a abrir los ojos, su esposa tenía una expresión de horror en su rostro; ella se veía como si fuera a romper a llorar y Eöl no puede evitar pensar que lo ha vuelto a arruinar todo otra vez.   Un gruñido lo sacó de sus pensamientos. Los ojos de Aredhel brillan con dolor y furia, sus manos estaban a los lados de su rostro y le apretaban la cara; su olor se volvió dominante y Eöl inmediatamente aflojó los músculos y emitió un suave sonido de sumisión. Ella se lanzó sobre él y comenzó a besarlo, su lengua recorrió todo el interior de su boca, mordió sus labios y los chupó hasta hincharlos; gemidos escapaban de su boca, pero Aredhel los tragaba y seguía besándolo hasta la sumisión. Eöl se sentía mareado, el olor alfa lo rodeaba por todas partes, su cuerpo se sentía caliente y su omega estaba eufórico por la tan necesitada atención de su alfa; ansiaba tirarse en el suelo, gimoteando y goteando, abrir las piernas y que la madre su hijo lo reclamara ahí mismo.   Aredhel se puso de pie. Eöl intentó levantarse, pero las piernas le temblaban; las manos de ella estaban sobre su cabeza, enterradas en su cabello, empujando su cabeza hacía su entrepierna, de donde emanaba el olor más fuerte. Eöl empujó su rostro contra su polla con gusto, ganándose un ronroneo de satisfacción de ella, el lubricante salía a oleadas de su trasero, el juguete que llevaba ya no podía contenerlo y empapaba sus pantalones.   La polla de Aredhel estaba casi totalmente fuera de su canal (Eöl no podía verla, pero aún reconocía perfectamente la longitud de su alfa) por dentro de su falda y ella presionaba su rostro contra ella; Eöl restregaba su rostro contra su pene con gusto, empapándose de su fuerte olor, su mente se nublaba agradablemente y él estaba contento de dejar de pensar, solo por un momento, de dejar que su alfa se encargara de él.   La mano en su nuca se movió a su mandíbula, sus dedos acariciaron sus labios y Eöl abrió la boca para permitirle rozar su lengua enredarla entre sus dedos mientras él los chupa; ella subió su falda con la otra mano hasta su cintura, su polla se marcaba en sus mallas, ligeramente húmedas por el líquido de su vagina. Eöl se lanzó sobre la cinturilla de las mallas, tirando para bajarlas lo necesario como para que su polla saltara libre; él pegó la cara primero en el lugar donde su pene brotaba de su cuerpo, empapándose de su líquido, luego beso el pene hasta llegar al glande y empezó a chuparlo, profundizando lentamente.   La mano de Aredhel había vuelto a su nuca, acompañando su movimiento. Eöl se sentía cubierto, controlado y manejado, como si pudiera simplemente cerrar los ojos y dejarse llevar, confiando en que su alfa se encargaría de hacerlo sentir bien. El glande de ella tocó el fondo de su garganta y eso lo hizo gemir, mandando vibraciones por todo el pene de Aredhel, lo que provocó que ella ronroneara aprobatoriamente y le acariciara la cabeza. Comenzó un lento vaivén, acariciándola con su lengua y centrándose en complacerla; su mente había dejado de vagar, solo pensando en su alfa, lo bien que se veía con las mejillas sonrojadas y los labios entreabiertos en un gemido continuo, ya apenas sentía el latido de su ano, la desesperada lubricación que prácticamente exigía que se sacara el pene de la boca y lo pusiera en su culo. Se sentía nublado, jodidamente borracho con una polla.   Los gemidos de su esposa se volvieron más y más fuertes, el ritmo cada vez más áspero y el agradable picor en su garganta fue en aumento. Ella estaba cerca de terminar; Eöl se acercó con entusiasmo, quería ese nudo en su boca.   Aredhel vio sus intenciones y soltó una risa sin aliento “No, cariño, ahora no; tenemos que volver. Más tarde, te anudaré todo lo que quieras”.   Eöl soltó un gemido quejumbroso, pero no opuso resistencia cuando ella apartó su cabeza de la base de su pene justo antes de correrse con un gruñido. El sabor salado inundó su boca mientras en nudo se hinchaba donde antes habían estado sus labios; Eöl tragó con entusiasmo toda la copiosa descarga.   Después de un par de respiraciones, Aredhel se dejó caer a su lado, lo rodeó con los brazos y una de sus manos se deslizó por la parte trasera de su túnica, mientras que la otra alcanzaba su pene y lo sacaba de sus pantalones.   Su mano alcanzó su ano y, cuando notó la base del consolador, soltó una risita divertida antes de empezar a moverlo y jugar con él. Ella alcanzó su pezón, excitándolo y removiéndolo hasta que la leche goteaba.   -Mi pobre omega, has estado muy necesitado, ¿verdad? - Le susurraba con voz suave, la presión del juguete en su trasero lo hacía gemir mientras movía las caderas, desesperado por correrse si ella lo permitía.   -No te preocupes, estoy aquí; tu alfa está aquí. Voy a encargarme de ti- Continuó, presionando su muslo contra su miembro duro con suavidad –Lo has hecho muy bien; has mantenido a nuestro cachorro a salvo, todo está bien, Lómion va a estar bien. Has sido bueno, perfecto, mi amor-   El cariño en esas palabras lo derretía y lo excitaba a partes iguales. Gimió con fuerza cuando sintió que su clímax se acercaba, fuerte e imparable como una tormenta y su mente quedó en blanco cuando finalmente se corrió, gritando en voz baja.   Se quedó desplomado contra el pecho de su esposa, respirando pesadamente. Eöl no recordaba sentirse tan relajado desde antes de reencarnar, la tensión de tener gente tanto tiempo en su espacio, la presión de hacer las cosas bien está vez por el bien de su hijo, la cercanía con los Ainur… No se había dado cuenta de lo mal que se había puesto hasta que le explotó en la cara, parece que es un patrón suyo.   Después de un rato, Aredhel se soltó a regañadientes de su abrazo y lo ayudó a levantarse. Acarició su vientre con ternura y acercó su fëa la del bebé, ansiosa por comprobar como estaba; Maeglin era un poco tímido (como siempre) pero parece que reconoce a su madre por la facilidad con la que se enroscó contra ella.   -Deberíamos volver- Le susurró Irissë –Tenemos mucho de qué hablar, pero…. No creo que sea el momento ni que ninguno de los dos estemos en el estado adecuado para eso-   Ella, por supuesto, tenía razón. Ambos estaban emocionalmente agotados, Eöl sentía como si sus pies y su espalda quisieran matarlo y ansiaba llegar a su nido. La perspectiva de discutir todo lo que había llevado a sus muertes era aterradora, pero él sabía que no había manera de evitarlo y que, al final, sería para mejor.   Después de todo, si escuece es porque está sanando.   Eöl no sabe muy bien como la idea de una conversación lo asustaba más que enfrentarse a gritos con los Valar por su hijo; solo recuerda estar muy enojado, pero solo puede suponer que es porque Aredhel, de hecho, le importa.   Empiezan a caminar de regreso y Eöl está muy dispuesto a quedarse en silencio y simplemente disfrutar la presencia de su alfa, pero hay un pequeño detalle que no puede dejar pasar por alto; a lo mejor es una de esas cosas que debería discutir después, pero él sabe que, si la situación fuera al revés, querría que se lo dijeran lo antes posible.   -Por cierto- Él dijo, feliz de comprobar que su voz había vuelto, aunque algo ronca. Ella se volvió para mirarlo –Somos abuelos-   Un momento de silencio. Eöl siente la conmoción a oleadas por su vínculo. Una vez, eras atrás, Aredhel le dijo que era contundente como un martillazo al hablar, y Eöl nunca a fingido lo contrario; su desprecio por las formas cortesanas que lo obligaron en su juventud no ha menguado ni un ápice; aunque probablemente había otra manera de dar la noticia, pero ya estaba hecho.   -Ambos teníamos razón, a Maeglin le gustaba ese idiota rubio- Continuó Eöl, decidido a acabar lo que empezó. Si bien sigue siendo uno de sus verdugos, Eöl supone que puede perdonarlo un poco porque, al final, ayudó a darle un nieto (aunque Maeglin hizo casi todo el trabajo) –Por suerte, nuestro nieto solo sacó su altura y corpulencia; él es absolutamente clavado a Maeglin-   Aredhel seguía mirándolo con los ojos abiertos como platos.   -¡¿QUÉ CARAJO?!-  

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  Entonces, al parecer, Eöl había salido a comprar algunas cosas y había vuelto con una esposa, el hermano de su esposa, el marido de dicho hermano (que casualmente es el hermano mayor de Curvo, por supuesto) y el guardia ceñudo y gruñó que fue verdugo de Eöl en su primera vida.   Y de alguna manera, no había conseguido los melocotones que Curufin quería; Eöl lo había traído todo a su cabaña excepto lo que tenía que traer.   Eöl solo se había reído un poco cuando Curufin le comentó esto, muy lejos del mal humor que se había apoderado del Sindar esto últimos días, cuando su vientre y dolores no hacían más que crecer. Esto prueba la teoría con la que Curvo le había insistido a los otros dos omegas desde la llegada de Ingoldo, el problema no era ellos teniendo sexo ruidoso (calumnias, en su opinión, Curufin hacía lo posible por no hacer ruido y en una ocasión llegó a amordazar a Finrod), si no que Celegorm y Eöl no tenían a nadie que los follara en su embarazo y por eso estaban tan gruñones. Después de todo, los juguetes solo pueden ser sustitutos por un tiempo, pero no hay nada como un buen nudo.   Curufin cree que puede perdonar que se le olvidaran los melocotones, viendo el aspecto de Eöl cuando volvió, desesperado por sentarse y con cara de haber tenido un muy feliz reencuentro con su esposa. Él está seguro, por como Irissë tomaba la mano de su esposo y lo acompañaba dentro de la casa, que iban a ser inseparables por un largo tiempo; pero tenido en cuenta el brazo de Finrod rodeando su cintura (su lugar habitual desde que Curvo había adquirido la mala costumbre de permitirlo), él supone que no tiene mucho derecho a quejarse.   De todas formas, había ido a gritarle a Tyelko para que se levantara a saludar y ahora estaban todos sentados en el salón (no había suficientes asientos, pero mandaron a Maedhros y Finrod al suelo, Fingon en el regazo de Maedhros y Eöl sentado encima de Aredhel, por lo que se las arreglaron).   Justo cuando Curvo pensaba que iba ser solo una visita agradable, que acabaría con un omega menos gruñó y una nueva alfa en la casa (por lo menos Irissë era agradable); Nelyo dejó su taza de té en la mesa con un suspiro.   -No vais a poder seguir escondiéndoos más- Su hermano suspiro, aparentemente agotado de repente –Vuestra situación ha puesto Tirion (y el resto de Valinor, para ser sinceros) patas arriba. Arafinwë os ha convocado- Dijo, pasando la mirada entre Finrod, Aredhel, Eöl y él.   -Y no vas a poder escaquearos- Fingon se adelantó a las quejas –Porque uno de vosotros es el maldito Príncipe Heredero –Finrod bajó la mirada, repentinamente interesado en su té –Y los demás solo puedo suponer que queréis que a vuestros hijos no los persigan los rumores por el resto de la eternidad, por lo que tenéis que empezar a forjar vuestra posición cuanto antes-   Curvo soltó un gemido largo y agotado –El tío Ara está organizando una fiesta, ¿verdad?-   Indis había inculcado en toda su familia (o lo había intentado) que la mejor manera de limar asperezas era meter a toda la gente que no se gustaba en un salón y obligarlos a interactuar, en actividades cercanas como el baile, a ser posible (no saben si ella alguna vez se dio cuenta de que eso alejó a Fëanáro mucho más de ella; Curvo cree que ella lo ignoró voluntariamente, como tantas otras cosas).   -Si, por supuesto. El baile es en una semana y media; estando embarazados, no creo que os exija físicamente mucho. Moryo dice que os hará la ropa y vendrá en unos días a tomar medidas- Sin más, Nelyo se puso de pie, sacó una bolsa de su capa y la dejó caer en el regazo de Curvo. Él la abrió.   Melocotones.   Curufin rio, como siempre, Maitimo el hermano mayor los conocía al dedillo; al menos, algo bueno había salido de ese día.
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