14. El arte de ignorar los sentimientos
12 de septiembre de 2025, 13:18
Capítulo 14
El arte de ignorar los sentimientos
Era muy extraña la manera en como el nombre de Misery Nox comenzaba a tomar poder sobre ella. Jamás en su vida creyó que se sentiría como aquellos últimos días. No podía dejar de llorar cada vez que aquella noticia retumbaba en sus recuerdos. La culpa la tenía carcomida por dentro, pudo verla por última vez en navidad... Pero decidió estar en el colegio...
Había salido de Hogwarts mucho antes que los demás, y no le afectaba en lo absoluto, había terminado sus exámenes, ahora solo le afectaba la perdida de su madre y sus hermanas. Era mucho más que obvio que ya no importaban sus calificaciones. Unos días antes de marcharse del colegio, Hermione Granger se acercó a ella con mucha delicadeza, diciéndole que ya no necesitaba el giratiempo, pero Nox no lo aceptó de vuelta, ya que gracias a aquél objeto no volvió a ver a su madre por última vez. Sus calificaciones habían sido bastante buenas, era más que evidente, pero no lo eran tanto como las de Hermione Granger, pero su madre ya no estaba para mostrárselas y escuchar sus halagos, así que, ¿qué importaba ahora eso?
Ver su cuerpo inerte en esa caja le destrozó completamente. Su expresión pacifica quedó plasmada en su rostro, vistiendo el vestido que alguna vez le vio usar cuando la dejaba en casa de la abuela Figg. Ella también estaba destrozada, era su nuera, era la esposa de su único hijo, la madre de su nieta, la mujer que le dio la mayor de todas las felicidades que ella misma no le podía dar de la misma forma.
Durante el funeral, Nox no podía dejar de llorar. Había sido algo muy pequeño e íntimo. Se encontraba tan mal que podría jurar verla respirar. A veces gritaba que lo estaba haciendo, pero su padre simplemente la abrazaba entre lágrimas, diciéndole que no estaba pasando nada de aquello. Ahora sabía que ella no podía sentir a los dementores, pero en ese momento podría jurar que tenía a cien abrazándola completamente. Su padre sentía lo mismo, pero se mantenía fuerte y en pie, por el bien de su hija; quería darle el buen ejemplo, pero el hecho de ser su padre era mucho más que suficiente, y la abuela Figg estaba muy segura de aquello.
Cada que podía, iba al cementerio a visitar a su madre y sus hermanas. Lloraba frente a sus lapidas, lamentándose tanto que temía en quedarse seca y sin lágrimas que derramar sobre el pasto que ahora crecía en su tumba.
Recordaba que en su libro favorito «Misery», la mujer del mismo libro aparentemente seguía viva, gracias a una picadura de abeja. La podían escuchar gritar, con el oído pegado a la tierra, y Nox hacia lo mismo cada vez que iba, pero desafortunadamente sabía que aquello era falso, era una historia que Paul Sheldon estaba obligado a escribir, todo con tal de mantener a Annie Wilkes contenta (y evitar que lo asesinara), pero ella quería aquello; quería que quién fuera que estaba escribiendo su historia, hiciera lo mismo; que escribiera toda una mentira, cualquiera era buena, con tal dejar de sentirse así.
No tardó en comenzar a recibir cartas de pésame, pero Nox no se atrevía a leerlas, así que solo las arrojaba a la chimenea, ya tenía suficiente dolor consigo como para cargar con más.
La abuela Figgy intentaba siempre animar a su nieta, ya sea regalándole más libros o sugiriendo que saliera a dar una vuelta, Nox aceptaba con gusto porque no le gustaba sentirse así de mal, y también intentaba poner de su parte. La abuela Figgy estaba igual de devastada que su hijo y su nieta, repitiendo lo buena que fue como su nuera por tantos años, haciendo tan feliz a su hijo, y se fue de repente, sin siquiera un adiós, algo que ni ella misma tal vez tampoco sabía.
Un día Nox bajó a la cocina, intentando volver a la rutina que alguna vez llegó a tener. Su padre en el comedor, con una taza de café, pero este ya se encontraba frío. A veces le costaba hablar con su padre, como si una extraña vergüenza surgiera de su cuerpo, pero muchas de las veces lo ignoraba, como cuando ignoraba a Harry después de aquella final de quidditch y ganaron la copa, sentía vergüenza y no podía verlo a los ojos.
Harry... ¿Qué será de él?
Un día de pronto, su padre le dió la noticia de que se mudarian, tomando a Nox por sorpresa, pero tampoco no tardó mucho en comprender, y de verdad que no le molestaba la idea; el fantasma de su madre abundaba en aquella casa, y eso les causaba demasiado dolor, así que se irían a dónde su abuela Figgy. Tal vez se sentiría más feliz y cómoda con su amigo más cercano a su hogar.
No podía evitar llorar cuando vió a su padre desarmar la cuna y despegar el tapiz en la habitación de las gemelas, que antes era solo una habitación para huéspedes, y por un instante pudo ser de ellas. Nox dió la sugerencia de que deberían vender las cosas o donarlas a alguien que lo necesitaría, y su padre no se opuso, pero si contestó con un «ya veré».
Su abuela los recibió con mucho gusto, como era muy evidente. Ahora tenía menos gatos y más espacio para ellos. La habitación de Nox seguía siendo la suya, solo que ahora se encontraba más llena, como para vivir en ella y no solo quedarse a dormir. No tardó en acomodar sus libros que estaba leyendo ese verano para distraer su mente, colgar marcos con fotos y otras decoraciones de su antiguo hogar.
Para Nox las lechuzas eran unas aves muy comunes en lo que era el mundo mago, pero eran (en opinión de Nox) poco valoradas; podían llegar a ti aunque te hayas mudado de un día para otro; como Nox había hecho en esos momentos.
Recibió una carta por parte de Cho, contándole que se encontraba en los mundiales de quidditch junto a Cedric y este le mandaba sus saludos. Lamentaba bastante lo que había pasado con su madre, y deseaba que estuviera ahí con ellos, pero al rechazar su invitación decidieron respetar su decisión y no insistir, sabía que necesitaba tomar su tiempo para sanar.
Agregó también que había visto a Harry junto a sus dos amigos: Hermione Granger y Ron Weasley, y él por un segundo creyó que estaría con ellos. «Se puso muy nervioso cuando me preguntó si venías con nosotros, pero después de ver su cara de decepción cuando le respondí que no, fue bastante graciosa. Creo que le sigues gustando», describió su amiga en la carta.
Eso explicaba bastante lo que había ocurrido unos días atrás: había llegado a visitar Privet Drive después de la mudanza, sin siquiera un aviso, como ya parecía ser costumbre suya. Al abrirse la puerta, la cara enorme con un bigote de cepillo gordo le dió la bienvenida.
—¡Hola! —saludó muy radiante, Nox. En cuando se abrió la puerta, lo que parecía ser el tío de Harry, dió un brinco al ver a Nox, como ya todos hacían al verla —. Soy Misery Figg... Bueno, también mejor conocida como Misery Nox, también puede llamarme Nox, es más normal...
—¿Qué es lo que quieres? —le cortó su presentación —. Mira, chiquilla, no queremos hacer donaciones, comprar productos o ver catálogos.
—¡Oh! No, nada de eso, solo quería saber si estaba Harry —el hombre comenzó a cambiar de color, comenzando a preocupar a Nox —. Ya sabe... Harry Potter. Es mi amigo del colegio...
Su tío comenzó a echar humo por las orejas cuando preguntó por su amigo.
—¡¿HARRY POTTER?! ¡¿DESDE CUÁNDO ESE MUCHACHO DA NUESTRA DIRECCIÓN COMO ANUNCIO PUBLICITARIO?! —le gritó con rabia, salpicando saliva como rociador automático para jardín —. ¡NO BASTA CON LA CHIMENEA...!
Ahora Nox sabía que no era una buena idea volver, a no ser que sea a escondidas.
No pasó mucho tiempo después de que casi sentía que se le salía el corazón de la preocupación; vió a su padre leer el periódico El Profeta, con un encabezado enorme y llamativo:
¡Pánico en el Mundial de Quidditch!
La Marca Tenebrosa Siembra el Terror
Nox no tuvo la decencia de preguntar si podía leer también el periódico. Se lo arrancó de las manos mientras su padre se quejaba, ya que estaba muy interesado en el tema también. Se justificó diciendo que sus amigos estaban ahí, y fue así como su padre no respondió con alguna otra queja.
Leyó con algo de tristeza quién había escrito el artículo: Rita Skeeter. Tenía una idea de quién era, ya que trabajaba también escribiendo para ese periódico, pero lo que realmente le afectó fue que su madre entre tantas noticias que reportaba, ella estaba encargada de la sección de deportes, no la tal Rita.
Intentó ignorar aquél detalle irrelevante y enfocó a lo que decía el periódico:
El fervor y la alegría que embargaban a los miles de magos y brujas congregados anoche para presenciar la final del Campeonato Mundial de Quidditch entre Bulgaria e Irlanda se tornaron en horror y confusión cuando, tras la emocionante victoria irlandesa, un símbolo siniestro apareció en el cielo estrellado: ¡la temida Marca Tenebrosa!
Fuentes no confirmadas, aunque dignas de crédito (como siempre, queridos lectores), sugieren que la Marca Tenebrosa fue conjurada por un grupo de individuos enmascarados que, tras sembrar el caos y atacar a varios magos y brujas, desaparecieron en la oscuridad de la noche. El Ministerio de Magia, en un comunicado oficial emitido a altas horas de la madrugada, ha asegurado que se están llevando a cabo investigaciones exhaustivas para identificar a los responsables de este acto terrorífico y garantizar la seguridad de la comunidad mágica.
Tras leer tan espantosa noticia, corrió como si le quemaran los pies el suelo de la cocina, en dirección a su habitación. Escribió cartas a sus amigos, preguntando si estaban bien, ya que se había enterado de tan horrible suceso. Utilizó la lechuza de su parte, rogando que regresará pronto con buenas noticias.
La sensación que dejó su madre al morir empezó a resurgir en el pecho de Nox. No estaba dispuesta a escuchar de nuevo malas noticias, y si sucedía, no quería saber nada más del mundo.
Más tarde por la noche afortunadamente todos respondían que están bien, que muchos regresaron a los trasladores, y otros se refugiaron en el bosque que se encontraba cerca, pero lo que coincidía con todas las cartas era una pregunta para ella: «¿Estás bien?»
Nox no volvió a responder.
Se acercaba el último día de vacaciones, y las ganas de salir al exterior no querían salir del cuerpo de Misery Nox. Su padre y abuela habían salido a comprar los útiles necesarios de Nox, y por más que le hablaran, no respondía, ya que estaba sumergida en el sueño profundo.
Entre sus sueños estaba el recuerdo de los dementores. ¿Por qué a ella no le afectaban como a los demás? De cierto modo, la hacía sentir anormal, o hasta antinatural, poco humana. Era una gran incógnita que sonaba en su cabeza hasta el despertar.
Al despertar, sentó sobre su cama. El reflejo frente a ella se hizo presente, Nox se sobresaltó.
—Debes entender que eso eres tú... Deberías dejar de hacer preguntas y aceptarlo sin excusas...
Se negaba a escuchar y mucho menos prestar atención a sus palabras, así que tomó una toalla que tenía en una silla cercana, y cubrió con ella el espejo, intentando ignorar lo que quería decirle, aunque ya tenía una idea de lo que sería.
Se escuchó como cerraban la puerta principal, significaba que habían llegado del callejón Diagon. Bajó las escaleras, esquivando uno que otro gato en el proceso. Su padre la miró con complicidad, y Nox no entendía por qué.
—Este año les han pedido llevar algo de gala —dijo después de saludarla y regañarla por levantarse tan tarde. Nox no entendía el por qué de esa petición por parte del colegio.
—¿De acuerdo? ¿Me conseguiste una?
—Mucho mejor que eso —contestó su abuela, mientras sacaba un paquete grande y se lo tendió en las manos a Nox. Esta estaba por desamarrar el paquete, cuando las suaves y débiles manos de su abuela la detuvieron —. No lo abras. Hazlo cuándo lo necesites.
Una pregunta más a la lista mental.
Algo que a Misery Nox no le gustaba era no poder dormir por las noches. En parte era su misma culpa, porque tomaba siestas por las tardes, dejando vacío su tanque de sueño para las madrugadas. No le gustaba hacer mucho ruido, así que no tenía de otra más que sumergirse en alguna otra historia que estuviese leyendo, una que le olvidará del dolor que sentía en esos momentos, a pesar de que se haya quedado sin lágrimas.
—¿Nox? Despierta, cariño, o perderás el tren.
Ojalá hubiese sido la voz de su madre, pero era la de su abuela. No le molestaba, pero sus ganas de despedirse de ella adecuadamente no la dejaban empezar su día sin tener una pizca de remordimiento.
Peinada con una trenza en su fleco hasta detrás de su oreja, vestida y con el resto de sus cosas, bajó con la poca energía que tenía, ya que la había gastado leyendo La Niebla hasta horas de la madrugada, durmiendo apenas unas horas.
El camino a Kings Cross fue silencioso, ya que evidentemente todo le recordaba a su madre: «¡Mira, Brian! ¡Ahí fue donde me invitaste a tomar algo en nuestra segunda cita!».
El brillo que iluminaba el rostro de Misery Nox estaba opaco, y era muy evidente por qué, pero ella fingía que todo estaba en orden, como si nada malo hubiese pasado, solo mostrando la brillante sonrisa que solía portar. Su padre al despedirse de su hija, le dijo algo que la hizo pensar aún más:
—Este año pasará algo muy importante —le dijo después de separarse.
—¿Qué pasará? Has estado muy sospechoso —Nox alzó una ceja.
Su padre insistió que ya se enteraría, así Nox no le tomó mucha importancia y se despidió de la forma mejor adecuada que pudiese. Tenía miedo de que le fuera a pasar algo; así se despidió su madre y no la volvió a ver más que en un féretro.
Se puso en marcha en el tren, en búsqueda de sus mejores amigos: Cedric y Cho. Mayores o de diferente casa, siempre terminaban juntos y cada vez más unidos, pero Nox tenía unas sospechas, no sabía si eran prudentes decir en voz alta.
La lluvia de afuera azotaba las ventanas, simbolizando que el tren se había puesto en marcha. Asomaba la cabeza en cada compartimiento en búsqueda de sus mejores amigos, afortunadamente no tardó en encontrarlos, así que se adentró a su cubículo. La saludaron con mucha alegría y sobretodo calidez, evitando a toda costa mencionar algo relacionado a la maternidad.
Contaron lo maravilloso que había sido la final de quidditch, y lo mal que la habían pasado en el bosque, escondiéndose de los mortifagos. Pero para relajar un poco el ambiente, ambos le entregaron una foto, donde ellos estaban frente a una pequeña casa de campaña. Cho llevaba puesto un sombrero irlandés con muchos tréboles que giraban, con las mejillas de los colores de la bandera de Irlanda, Cedric también, pero este llevaba una diadema con resortes que en la punta tenían tréboles, leprechauns y banderas Irlandesas. Nox sonrió muy alegre de que la hayan pasado maravilloso, excluyendo lo de la marca tenebrosa.
Cuando las puertas del tren se abrieron, Nox y Cho ya llevaban puestas sus túnicas de Ravenclaw, mientras que Cedric las de Hufflepuff. Aún le sorprendía cómo era posible que el sombrero seleccionador haya tomado a Hufflepuff como una opción para Nox. Tal vez en otra vida.
La lluvia caía a cántaros. Muchos se cubrían con sus propias túnicas, en el caso de los tres amigos: corrían a toda prisa hasta un carruaje vacío, después de pasar por el andén, temblando como sonajas de bebé.
—¿Se imaginan lo mal que lo estarán pasando los de primero con este clima? —comentó Cedric, después de que el carruaje cerrará de un portazo.
—Claro, pero si no fueras prefecto, te valdrían un bledo esos mocosos —dijo Cho, mientras no dejaba de temblar.
Claro, había olvidado un pequeño detalle: Cedric parecía ser completamente un chico perfecto a hijos de cualquier chica soltera y con falta de atención. Era capitán del equipo de quidditch, buscador y prefecto, sin mencionar que era bastante atractivo para todos. Todo un bombón, uno demasiado empalagoso para Nox.
—¡No les digas así! —defendió Cedric—. Ya quisiera ver qué digas eso mismo si fueras tu la que está en los botes.
—Pero no lo estoy, jaque mate.
—Oh, este será un año largo —soltó Nox mientras veía la lluvia azotar por la ventanilla.
—Pobre Nox, otro año más en el que tendrá que aguantarnos —soltó Cedric, fingiendo lastima, Nox solo giró los ojos.
Amaba demasiado a sus amigos, tanto que hasta sus peleas absurdas eran agradables. Se conocían lo suficiente como para conocer los límites de cada quien, y sabían cuál era la línea que no debían de cruzar.
—¿Volviste a intentar algo con Terry? —se dirigió Cedric a Nox. Ella negó.
—La verdad es que no —apartó la mirada de la ventana.
—¿Y lo harías? —preguntó esta vez Cho.
—Tampoco
La miraron con extrañeza, Nox lo miró de la misma forma.
—¿Qué tiene? —preguntó sin entender la reacción de ambos.
—Bueno...
—Creímos que te gustaba —completó Cedric.
—Bueno, si me gustaba, pero no sé —pensó Nox—, algo cambió que simplemente ya no quiero intentar algo. No me interesa. Creo que es después de... Pues... Ya saben, eso. No tengo cabeza para enfocarme en alguien.
Obviamente sabían a qué se refería, así que no quisieron insistir, sabían que ese era el límite que no debían de atravesar.
Cuando por fin llegaron, de un salto bajaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol. Se creían a salvo cuando se empezaron a escuchar chillidos más adelante. Nox estaba por ponerse de puntitas, cuando un globo enorme y lleno de agua helada le dió de lleno en la frente, haciéndola tambalear y sujetarse fuertemente de ambos amigos.
El agua helada le recorrió la espalda, haciéndola gritar, tanto del frío como del impacto. No le bastó con uno, sino con un segundo globo, que le dió justo en la coronilla, tambaleando una vez más y haciéndola caer junto con sus amigos y otros alumnos de paso.
—¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!
Ahora lo que Nox sentía era enojo y frustración. No le bastaba estar empapada, sino también estar revolcada del lodo que se había embarrado en el suelo gracias a los zapatos de todos los alumnos que trajeron de afuera.
—¡HIJO DE...!
No pudo terminar su frase, porque la profesora McGonagall había pedido a todos alumnos que se dirigieran al gran comedor con más prisa, y con mucho cuidado intentó ponerse de pie junto a Cedric y Cho, intentando no caer de nuevo en el intento.
Cuando finalmente llegaron al gran comedor tuvieron que separarse, y a pesar del tan cálido ambiente, no lograba quitarle el lodo de la túnica y lo empapado de su cabello.
—¡Aw, pobre Figg-Figg!¹ —escuchó cuando pasó al lado de la mesa de Slytherin. Era Pansy Parkinson, mientras hacía ruidos de cerdo y alzaba la nariz hacia Nox.
—¡Vete a la mierda, Parkinson! —le dijo Nox con coraje.
—¿Me cuentas tu experiencia? ¡Porque veo que vienes de allá! —señaló a su túnica embarrada de lodo.
Nox estaba por lanzarse sobre ella, pero Cho la detuvo tomándola por el brazo con fuerza.
—Dejala, ya sabes que solo le gusta buscar atención —la detuvo Cho.
—¿Tú también vienes de allá, Chong-Chong?² —Cho sostenía la túnica de Nox con más fuerzas.
Sus ojos comenzaban a brillar, el gris oscuro que siempre tenía comenzó a transformarse en un espejo, como aquellos que atormentaban su reflejo. Pero el gran anuncio del sombrero seleccionador la interrumpió y tuvo que tomar asiento a jalones de su mejor amiga.
—Debiste dejarme darle su merecido —se quejó Nox mientras tomaban asiento en la mesa de Ravenclaw.
—¿Y que te castigaran ni siquiera el primer día de clases? No gracias —sentenció Cho.
Se volvió a la mesa de los profesores, y notó que estaba particularmente más vacía de lo habitual. Sabía que el profesor Lupin ya no impartiría más clases. Lastima, había sido el mejor profesor que el colegio había tenido en siglos, tal vez era su lugar vacío.
Entraron los pequeños de primer curso, mucho más pequeños que Nox podría recordar a los niños de once años. ¿Así de bajita era? Que rápido pasa el tiempo. Llegaron completamente empapados, y entre ellos uno mucho más pequeño que los demás, de cabello castaño, llevaba puesto el enorme abrigo de topo de Hagrid. Era como ver a la Princesa Diana de Gales en su vestido de boda, solo que empapada y cubierta de pelo de topo.
Pésima comparación...
El sombrero seleccionador comenzó su canción y todos escucharon, Nox solo se dedicaba a intentar limpiar sus manos llenas de lodo. Después comenzó la selección de las casas. El tiempo corría, y las tripas de Nox se hacían más escandalosas.
—He dejado dos materias —dijo Nox mientras que «¡Quirkle, Orla!» era seleccionada en Ravenclaw, y aplaudía junto a su amiga —. Dejé estudios muggles y Aritmancia. La primera realmente era como estar en casa, demasiado sencillo, y solo hacer tarea de más me quitaba tiempo. Aritmancia me gustaba, pero tantos números me confundían.
—Genial, así podrás ir sin preocupaciones a mis juegos de quidditch —se alegró Cho —. Este año tengo mucho que practicar, quiero vencer esa escoba que lleva tu amado.
—¿A quién te refieres? —preguntó Nox, con una ceja alzada.
—Harry, por supuesto —Nox frunció las cejas.
&Él no es mi amado —volteó a otra dirección —. Ni siquiera me gusta.
—Uhm, fingiré que te creo.
—Finge todo lo que quieras, pero sé que digo la verdad, además —soltó un pequeño suspiro —: me avergüenza si quiera verlo. Eso que me dijiste en tu carta, me pone algo nerviosa.
—Entonces si te gusta.
—¡Que no!
A Nox no le parecía gracioso aquellos comentarios, pero también le causaban un poco de conflicto, ¿Cómo por qué no haría esos comentarios, los mismos, pero con Terry?
Todo el gran comedor guardó silencio cuando Dumbledore se puso de pie para dar sus anuncios. Eran los mismos de siempre: no bosque prohibido para todos («Claro...», pensó Nox), y no Hogsmade para niños de primero y segundo.
—Es también mi doloroso deber informarles de que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.
Nox y Cho se vieron entre ellas, confirmando si habían escuchado lo mismo, después vieron a las mesa de Hufflepuff, donde estaba Cedric, mirandolas con la misma expresión, y articulando sin sonido alguno un sorprendido «¿Qué?».
—Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutaran enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts...
Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.
Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore.
—Les presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: el profesor Moody.