ID de la obra: 797

A orillas del secreto

Het
NC-17
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Midi, escritos 37 páginas, 16.316 palabras, 15 capítulos
Descripción:
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Capítulo 3 Donde nace el secreto

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No podía creer lo que veían sus ojos. Aquella criatura… era real. Su piel pálida brillante, contrastando con la intensidad de cu cabello rojo como las llamas del fuego. Sus ojos azules bebe, que me hipnotizaban con cada parpadeo en mi dirección. Sacudió la cabeza, tratando de ordenar mis pensamientos. Estaba herida, debo ayudar, luego pensaría si había pasado demasiado tiempo debajo del agua. Me dejó caer entre las rocas resbalando entre ellas para llegar al fondo, ya que el agua llegaba por debajo de mis rodillas, impidiendo que me moviera con soltura. Ella parecía congelada siguiendo con sus grandes ojos azules mis movimientos y cuando me acercó se encogió sobre sí misma. Ese simple gesto provocó que el alambre que la atrapaba se hundiera aún más entre sus escamas turquesas, arrancándole un gemido apenas audible.  Me acerco despacio, sin movimientos bruscos. Su respiración era irregular, parece que está hiperventilando, haciendo inevitable cortos. Sin poder evitarlo, mis ojos no pudieron dejar mirar su generoso pecho que subía y bajaba con rapidez. Vuelvo a sacudir la cabeza y me arrodillo frente a ella. Extiendo las manos a su cola atrapada y tocó con cuidado el alambre que se había incrustado entre las escamas. –Tranquila, quiero ayudarte— murmuró con suavidad. Ella me observa con sus ojos enormes, su rostro redondo y delicado parecía esculpido con ternura por deidades mágicas. Esos labios carnosos, entreabiertos por toda la situación, ahora entiendo los cuentos de los marineros que deciden arrojarse al océano por un beso de esas criaturas. Intento tirar con suavidad del alambre, pero no se mueve. Solo logró hacerle más daño. Pienso en algo que pueda ayudar, no puedo moverla y no quiero seguir lastimándola. Necesito algo, cualquier herramienta para cortar o aflojar la malla. Miro al otro lado de la cala. Tal vez entre mis cosas…  –Ahora vuelvo— le dije en voz baja– No te muevas ?de acuerdo? Ella gira la cabeza a un lado, entrecierra los ojos en mi dirección con cara seria. –Perdon– digo con un suspiro, pasándome la mano por la nuca– ya vuelvo, lo prometo Camino rápido por la orilla y aprovechando el retroceso de la marea, cruce hacia la otra cala con el agua subiendo hasta la cintura. Llegó a la lona con mis cosas, son cuadernos y material de arte, pintura… todo inútil ante un alambre oxidado y cruel.   Con manos temblorosas recogí lo poco que podía ser útil, pinceles y espátula de pintura. Tal vez, con suerte, podría hacer palanca con ellas en la malla y que está la liberara. Despacio y mirando donde pisaba paso el montículo de rocas para llegar al otro lado. Recorre el corto paseo al hueco donde se encontraba.  Cuando llego donde ella aún se encontraba atrapada, sus ojos se iluminaron al ver las herramientas en mis manos. Parece interesada, incluso acerca su mano a los pinceles y los roza despacio. Con esa acción roza mi piel, un escalofrío recorre mi cuerpo. Su tacto es suave y frío como el agua de las profundidades a la vez.  Le dejo uno de mis pinceles para que pueda mirarlos, mientras intentó liberarla.  –¿Quieres verlo? Ella asiente lentamente. Mientras lo inspeccionaba, yo me arrodillo y comienzo a trabajar con el alambre. Colocar el pincel más firme que tenía y lo empujó con delicadeza. Por un momento parecía que cedía… pero de pronto se escucha el ruido inequívoco de la madera rota. Ella se sacudió, el alambre se tensó, rasgando sus escamas. – Lo siento.. lo siento mucho – murmuré, con impotencia- Busco algo más resistente, la espátula metálica podría hacer palanca sin romper. Mientras rebuscaba, sentí su mano entre mis cosas, observando todos los materiales que encontraba con sus ojos curiosos. Pasaba cada objeto entre los dedos, como si intentara entender que misterio esconden.  Pasó la mano por mi pelo intentando pensar en alguna solución real, estaba desperdiciando material sin ningún resultado. El alambre estaba cada vez más enredado y haciendo unos cortes muy feos. En un gesto inesperado, aparto mi cabello, levantándolo para mirarme la cara. Fue un toque ligero como una brisa, pero bastó para detener mi corazón. – ¿Alguna idea brillante?— intento bromear, para calmar mi corazón desbocado.   El alambre seguía allí, cruel y obstinado. Los cortes en su piel eran cada vez más feos, profundos. Sin embargo, ella solo me miraba con los ojos llorosos sin quejarse, ni moverse aunque tire mientras intento sacarla. Tragué saliva, tenía que liberarla. No importaba si usaba mis pinceles o mis manos.   Me sacudo el pelo, me tiemblan las manos. La miró y sus ojos seguían fijos en mí, era como si el océano mismo se observará a través de ellos. – Quizás pueda llevarte a mi casa. Tengo herramientas, podría ayudarte mejor allí.  Ella ladea la cabeza con fuerza. –¿Me entiendes? Ella me mira fijamente y me asiente. Sentí que el aire volvía a llenar mis pulmones, como si no hubiera respirado desde que la encontré. –No tengo nada aquí que pueda liberarte —añadí, más para mí que para ella. Asiente lentamente y baja su mirada a su enredada cola en la cruel prisión del alambre. –¿Podría llevarte conmigo?-- pregunto en voz baja –¿por qué? – dice mientras intenta encogerse sobre sí misma, pero no lo consigue. – Necesito usar herramientas para sacarte de aquí— señala sobre ella. — No puedo dejarte aquí. — me paro un momento antes de decir —¿Puedes estar fuera del agua? Abre completamente los ojos y se queda con la boca entreabierta. – Debería poder hacerlo— hacer una pausa —pero hace mucho tiempo que no lo intento. –Eso es mejor que nada— encojo los hombros. Una chispa de esperanza. Me inclino hacia el alambre, que estaba apenas sujeto a la roca. Lo jalé con fuerza, hiriéndome las manos en el proceso. Un dolor punzante me recorría las manos, pero no me detuve. La tomo entre mis brazos con mucho cuidado, intentando no apretar el alambre, pero está tan enredada que es inevitable. Ella se agarra a mi cuello con sus brazos, su piel fría presionando contra la mía, su cuerpo curvilíneo tan cerca me hacía difícil pensar con claridad.. Tomó una respiración profunda y comienzo la ruta de vuelta. Cada paso entre las rocas resbaladizas era un desafío, intentando no resbalar con el musgo de las rocas y los charcos que se han formado con la bajada de la marea, a la que doy gracias, si no esto sería mucho más complicado de realizar. Como ya tengo mi bolsa no tenemos que parar, aunque no sé si podré aprovechar mucho de mi instrumental. Ella ha acomodado su cabeza en mi hombro y cierra los ojos con fuerza. –¿Puedo preguntar por tu nombre?— digo mientras camino por el sendero escarpado de vuelta. Ella abre los ojo lentamente– Penélope –Yo soy Benedict Bridgerton a su servicio mi dama— hago una pequeña reverencia con ella en brazos. Eso hace que se agarre con fuerza a mi cuello. — No te voy a soltar. Me da un golpe con el puño— no lo vuelvas a hacer más. – me dijo con fuego en sus ojos – Pero soy un caballero, debo comportarme como tal— digo con una media sonrisa. –No sé lo que es un caballero, pero no estoy seguro de que tú lo seas – me señala con el dedo. – Me hiere Penélope, pero tendré que soportarlo, si aun así permite mi presencia a tu lado mi bella dama. Se queda callada y sus mejillas comienzan a sonrojarse y hunde su cara contra mí. Es sin duda, lo más adorable que he visto en mi vida. Continuamos el resto del camino en silencio hasta que la silueta de mi cabaña aparece entre la vegetación. –Ya casi llegamos Penelope  Asiente sin despegar la cabeza. Menos mal que mi cabaña no se encuentra lejos de aquí, no quiero que nadie nos vea, no sé lo que pasaría. Vislumbro la fachada de mi pequeña casita, apartada del mundo y rodeada de un frondoso jardín que me sirve de inspiración para las ilustraciones de la imprenta. Es pequeña y tranquila, sin vecinos cercanos. Le doy un golpe a la puerta con el pie y se abre completamente. El aire era más cálido, impregnado de madera aceitéy pigmento. La deposito con extremada delicadeza sobre la mesa de trabajo. Salgo disparado a buscar herramientas de verdad al jardín, con las tijeras de podar en mente. También busco el botiquín, no sé si le servirán estas cosas, pero tiene grandes heridas después de todo. Cuando vuelvo veo que está recorriendo cada rincón de la casa, parándose en mi escritorio que está lleno de papeles con mis ilustraciones y manuscritos a los que acompañan.  –Ya llega la caballería al rescate— Levantó las cosas que llevo en alto. Asiente con nerviosismo. Sus dedos se aferran al borde de la mesa, con los nudillos blancos. Su respiración es rápida, casi temblorosa. –Respira– murmuré mientras me arrodillo frente a ella —. Estoy contigo. Coloco el botiquín a un lado y cortó el alambre sin dilación. Comenzando por los más alejados y por último los más pegados e ir aflojando. Tirando a cualquier lugar los restos que he sacado. Es una tarea ardua y por mucho que lo intente algunos están muy enterrados y es inevitable hacerle aún más daño, pero no dice ni una palabra. Luego de lo que parece un día entero, pero solo han pasado unos minutos puedo liberarla completamente de su encierro. Un último chasquido y el último anillo de alambre cayó. Aunque están llenas de arañazos y unos cortes profundos que no tienen buena pinta. –¿Te duele? –Preguntó, temiendo la respuesta. –Un poco– respira un poco entrecortado –¿puedes curarte con material de humanos?, o eso es peor. – No lo se Acercó el botiquín y se lo enseño, sacó la botella de alcohol, las vendas y un ungüento que no recordaba tener. Los mira y huele arrugando su nariz en el proceso.  – Puedo comenzar y si te hace mucho daño me paras. Asiente con la cabeza. Tomó un paño limpio y seco sus heridas, abro el alcohol y aviso. –Esto arde mucho, pero desinfecta las heridas. Vierto un poco en el paño y lo paso con delicadeza por las heridas pequeñas. Sacude su cola violentamente y me caigo hacia atrás. Cuando me levanto ella está encogida sobre sí misma.  –Arde mucho. — me mira con enojo. – Si lo es, es necesario para que no se infecte. Levanta las manos y agarra el paño. –Lo haré yo– dice mientras me quita el paño de las manos –Estás segura, puedo ayudar. Despacio toca con el paño las heridas, apretando los dientes en el proceso. Al cabo de un rato se tumba completamente de espaldas y cierra los ojos. Se da la vuelta y me lanza el paño – Me ayudas— dice mientras su cuerpo tiembla. –Lo haré lo más rápido posible, luego podrás pedirme lo que quieras. Gira la cabeza e intenta sonreír– Te tomo la palabra– hace una pausa– caballero Limpio Con diligencia sus heridas y pongo el ungüento en las que se ven las feas, que están a los costados, calculo que en sus muslos. –Terminado Resopla contra el suelo con la cabeza entre sus brazos. –¿Se ve muy mal? No quiero mentirle —Solo estas de los lados— Te puse el ungüento para curarlas mejor. Gira la cabeza en mi dirección y me mira fijamente. –Cuál es tu idea para compensarme— Y una pequeña sonrisa adorna su cara. –¿Qué te gustaría? Se incorpora  y toquetea con el dedo índice sobre sus labios– ?Puedo quedarme contigo? Me quedo con la boca abierta sin soltar ningún sonido. Ese gesto me hace fijarme otra vez en esos labios que gritaban besame. – No puedo volver así al mar–dice sin mirarme a la cara y dibujando con sus dedos en el suelo– y siempre he querido conocer el mundo humano– Levanta la cabeza y me mira con esos ojos de azul cristalino que impiden que pueda rechazar cualquier propuesta que me pida. Asiento con la cabeza y su cara se ilumina con una sonrisa que calienta mi interior. Sin embargo tengo una duda importante– Tendremos que buscar una forma de esconder tu …cola para salir– digo mientras comienzo a volver materiales y telas de la habitación que puedan ayudar. –No hace falta– dice en un susurro. –Los humanos no están acostumbrados a las sirenas, tenemos que esconderte, para que no te pase nada malo.  Sacude con la cabeza– Saldré sin cola. Un estruendo de los cacharros que acabo de tirar resuenan por toda la habitación. Doy la vuelta lentamente y me acerco más de lo aceptablemente correcto a ella. –¡Puedes esconder tu cola ! ¿Cómo? El color vuelve a aparecer en su rostro y bajando por su cuello y llegando a una parte que provocaría toda clase de reacciones en cualquier caballero. Dejándome en trance a su lado. Me zarandea con fuerza –Beneditc Vuelvo en sí y la miro —¿Necesitas algo de mí? –No, solo tengo que secarme por completo. Abro los ojos y salgo de la habitación como el viento. A la vuelta traigo una tonga de toallas. Las dejo junto a ella. – Para secarte. — digo dando saltos en mi interior. Las toma despacio y las acaricia. –Son muy suaves La desenrollo y la extiendo con mis manos, me acerco— ¿Puedo secarte? –Si— y ese color rojo adorable vuelve a aparecer. Despacio comienzo a secar su pelo, rojo como el fuego y largo hasta su cintura. Doy movimientos suaves, sin apretar mucho el pelo y así dejando que su forma natural surja, unos rizos con personalidad en toda su melena. Mientras tanto ella toma otra toalla y se envuelve en ella, dando un respingo cuando está roza su cola. Me aparto para ver como ha quedado, su melena salvaje es impresionante. Cuando continuo mi línea de visión noto que su espalda asoma de la toalla de color claro, sin sus escamas. La miro de frente y unas piernas contorneadas asoman de la toalla, con las mismas heridas que en su cola. –Asombroso— La miró de arriba a abajo, la toalla la cubre, pero no queda rastro de ninguna escama en su piel cremosa. –Tienes lo que se llama ropa–dice agarrando la toalla con fuerza. Mis pensamientos se llenan de imágenes suculentas de lo que se encuentra debajo de esa toalla, toda su piel sería tan suave como sus manos. Antes de perder completamente la compostura salgo y busco algo de ropa para ella, es pequeña, pero si estoy en lo cierto con unas curvas deliciosas que no dejarán a nadie indiferente. Tomó una de mis camisas que había tirado en la silla algún día de estos. Vuelvo y se la doy, me quedo quieto perdido en mi mundo de imágenes nítidas de ella, en modo automático en mis respuestas. –Date la vuelta Benedict— dice en alto, devolviéndome al mundo real y no al de mi imaginación desmesurada. Salgo de la habitación y entró en la habitación buscando algo con lo que entretenerme y no pensar más en lo que esconde la toalla, ya tenía suficientes imágenes para toda una vida. Corto algo de queso y unas rebanadas de pan que tengo en la despensa, tendré que ir al mercado, no tengo nada más que darle. Cuando estoy colocando la tetera para calentar el agua escuchó un gran estruendo de la habitación contigua. Lo dejo todo y salgo corriendo en esa dirección.
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