ID de la obra: 797

A orillas del secreto

Het
NC-17
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Midi, escritos 37 páginas, 16.316 palabras, 15 capítulos
Descripción:
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Capítulo 4 Cuando la marea se detiene

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Era natural con ese humano, me había llevado sin esfuerzo y con una delicadeza inesperada durante todo el camino y no note en ningún momento alguna sensación de peligro con él.    Su casa era muy diferente, lo nunca visto, enorme y con millones de cosas por todos lados sin ningún orden aparente. Después de mucho esfuerzo pudo liberarme de esas cosas puntiagudas que me retenían. Mi cola estaba destrozada, no podía aguantar las lágrimas mientras forcejeaba con todas esas herramientas. Casi perdiendo la conciencia mientras limpiaba las heridas, aun así su voz me devolvió al mundo real y ese ungüento tan frío y a la vez cálido que colocaba con suavidad, rozando apenas mi pie con sus dedos.   Sabía que podía confiar en él por completo. Sin ninguna lógica, solo lo sentía en mi interior. Mirando alrededor me llamó la atención una caja alta rodeada de papeles y dibujos, se veían muy hermosos.   Hacía ya demasiado tiempo desde que saqué mis piernas por última vez, Portia dejó de llevarnos a tierra después de aquel incidente cuando era muy pequeña. Apenas recuerdo nada de ese tiempo.   Mis escamas ya comenzaban a desaparecer en mi piel muy despacio con todo el proceso. Era algo natural y más seguro para mí moverme en este mundo. Lo que no recordaba es que, sin mis escamas, quedaba por completo expuesta ante sus ojos. Le gritó para que me traiga algo. Cuando era niña no me importaba ir libre por la vida, pero ahora no quería que me viera toda yo, no deseaba repugnarlo con mi figura desagradable a la vista.  Mientras estaba perdida en mi mundo volvió. –Toma preciosa, creo que esto te quedara bien Doy un pequeño salto, tomó la tela fina que me trajo –No tienes algo más grueso, señor— levanto la ceja, mientras sostengo la prenda entre las manos. –Te quedará bien, siempre tengo buen ojo para las proporciones. –Date la vuelta Benedict–le digo en alto   Sale disparado de la habitación. Contemplo la prenda con recelo, bajo con cuidado la toalla mirando mi cuerpo sin mis escamas turquesa, solo mi piel blanca y cuerpo blando sin forma. Sin más miramiento me coloco esa tela fina. Queda abierta por delante, eso no puede ser, así no puedo salir. Tiene unas pequeñas piedras planas a los lados y huecos, tendrán que encajar entre ellas. Una vez colocado queda muy ajustado y solo me llega a la parte superior de mis muslos. Necesito algo más, Benedict se equivoca, no me queda bien para nada.  Intento levantarme en mis piernas, pero caí estrepitosamente, no me sostienen y duele demasiado. En mi caída me llevo un montón de cacharros por delante. Benedict entra corriendo en mi dirección –Penélope, ¿estás bien? Me encuentro retorcida rodeada de cachivaches y papeles por todos lados. Sacudo la cabeza y me cubro la cara con las manos. Se tumba al lado mío y juega con mi pelo. –Anda, déjame ver esa cara tan bonita. Noto como me sonrojo. Aparta las cosas y roza sus dedos por mi brazo. –Anda, porfavor … Sube hasta mi espalda y continúa dibujando por mi columna, provocándome un cosquilleo. Giró la cabeza y lo miró. –Vez, era tan difícil mirarme. –Me caí–vuelvo a bajar la mirada. –No, no, no te vuelvas a esconder— me levanta por la barbilla con su mano y quedamos muy cerca. —¿Te hiciste daño?– pregunta tras un carraspeo –Creo que no, pero mis piernas no me sostuvieron— digo la última parte bajando mucho la voz, casi un susurro. – Yo te ayudo, apóyate en mí, así ganamos los dos— dice guiñando un ojo mientras toma mis manos. Tomo su mano despacio y me levanto como si nada, me agarro con todas mis fuerzas a él. –Te tengo–susurra a mi oído–¿A dónde querías ir, princesa? – A buscar ropa que si me quede —digo mientras arrugó la nariz. –Si la camisa te queda perfecta, mucho mejor que a mí–dice con una gran sonrisa. –Algo para mis piernas y otra tela más gruesa –Si lo pides, a tus órdenes, preciosa. Me lleva despacio, no apoyo mi peso en mis pies sino en él. Las piernas parece que no responden o con retraso como si no estuvieran conectadas al resto de mi cuerpo. –Llegamos, apóyate en mi cama. Es muy blanda y cómoda, me muestra otras telas que saca de un armario, como él lo llamó. –Toma lo que te guste— Deja una gran tonga sobre la cama–Pero aún pienso que así te ves perfecta. Iré a prepararnos algo de comer. Sale por la puerta, pero antes de salir se vuelve y me guiña el ojo.    Miro todas esas telas para encontrar algo que sirva. Me pruebo algunas cosas, pero me quedan igual que esta camisa. Podría intentar combinar dos de ellas y así tener más capas y me cubra un poco más las piernas. Uno dos y pasó mis brazos por una camisa distinta, cruzó las otras por la parte de delante y terminó cerrando con las otras dos mangas sobrantes. Queda desparejo y extraño, aun así me siento más protegida y cubre mejor mis piernas. Sin ser tan tirante en mi pecho al haberlo cruzado.    Sacudo los pies en la cama sin rozar el suelo, parece que si no me apoyó puedo controlarlos mejor. Tendré que preguntar a Benedict como moverme sin su ayuda, por muy reconfortante sea apoyarme en su cuerpo y me levanté como si no pesará nada.  Me tumbo en la cama y cierro por un momento los ojos. Las heridas vuelven a palpitar, noto calor en la zona. Respiro profundo esperando que pase y pensar en otra cosa, pero parece que es peor. –Princesa te traigo…–suenan cacharros antes de que terminen de hablar— ¿Penélope, te encuentras mal? Asiento con la cabeza sin abrir los ojos. –Ahora vuelvo con más ungüento, tranquila. Y antes de que me dé cuenta está pasando el ungüento fresco sobre mis heridas, produciendo un cosquilleo de alivio. Lo hace tan suave, sin apretar. Ya puedo abrir los ojos e incorporarme sobre mis codos para observarlo concentrado. Termina y levanta la mirada en mi dirección. –Preciosa, me encanta como tratas mis camisas, tendré que plantearme implementar tu estilo. –Solo tomé dos juntas— digo mientras giro la cabeza a un lado y me incorporo. –Será el modelo, que con todo destaca–sonríe— tendrás que dejar que te pinte algún día. –No creo que sea algo que se tenga que pintar— bajo la cabeza. Se acerca a mí y sostiene mi mano —Me gustaría pintarte de verdad, Penélope. Lo dice de tal manera que puedo creer que de verdad me ve, por muy descabellado que parezca. –Lo pensaré. –Eso es un sí— amplía su sonrisa— Ya no puedes retirarlo, no lo olvidaré. — Se agacha sobre mi mano y la besa de forma suave y superficial durante un segundo fugaz, muy poco tiempo. —Comamos tendrás que reponer fuerzas, tengo millones de preguntas.  Mi estómago ruge, no comía desde el día anterior. Primero tan decidida a irme y luego tan cansada que no había probado un bocado.  Benedict se ríe y me pasa la bandeja— Toma, come todo lo que quieras. Los dos comemos en completo silencio, pero sin que sea desagradable, sino tranquilo y agradable, un momento de paz. –¿Quieres intentar caminar ahora?  Lo miro retorciendo mis dedos en el tema de la camisa. –No dejaré que te caigas. Toma mis dos manos y espera pacientemente a que decida levantarme. Apoyo los pies en el suelo, para ello tengo que escurrirme por el borde de la cama. –Te tengo, cuando tú me digas. Tomó una respiración e intenté ponerme de pie, él agarra mis manos y me da impulso. Cierro los ojos esperando caer otra vez. – Si Princesa lo conseguiste, intenta dar un paso. – No creo… –No te dejaré caer, ¿recuerdas? Muevo los pies despacio con todas mis fuerzas y doy un pequeño paso, pero no puedo evitar hacer una mueca, es más duro de lo que recordaba. –Me cuesta mucho— digo entre las respiraciones. –Solo un poco más y haremos lo que quieras. Esas palabras me dan fuerza y doy los suficientes pasos para que salgamos de su habitación y volvamos a estar en el salón. Me alegro tanto que doy un salto, pero eso fue demasiado y caí sobre él, haciendo que los dos terminemos en el suelo, yo completamente sobre él. – ¿Te hiciste daño princesa? –No debería hacer esa pregunta yo, te estoy aplastando– Hago en intento de levantarme, pero no me deja, me lo impide al agarrarme por la cintura con suavidad. –Ni se te ocurra levantarte, no todos los días se tira sobre mí la mujer más hermosa. –Benedict— digo escondiendo la cabeza en su pecho. –Es la verdad Penélope. Nos miramos a los ojos por un instante, veo que baja su mirada por un instante, pero antes de que pueda preguntar suena una voz. –¡Benedict, avisa si traes a alguna de tus amiguitas a casa!
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