ID de la obra: 797

A orillas del secreto

Het
NC-17
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Midi, escritos 37 páginas, 16.316 palabras, 15 capítulos
Descripción:
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Capítulo 8 Ecos del agua

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El cielo está cubierto de nubes pesadas cuando salimos despavoridos de la casa. El olor del mar se ha desvanecido, pero su eco sigue entre nosotros. Aún me cuesta moverme y más después de una transformación. Parece que mis piernas tienen que volver a recordar cómo andar. Al final tomé las camisas de Benedict y me cubrí con su abrigo, que me engulle por completo. Aun así su olor me reconforta. Vamos montados en lo que Benedict llama “coche”, no se como sentirme en esta lata de metal que traquetea y hace ruidos extraños. No salen palabras de nuestros labios. Casi lo beso hace un momento…podría ocurrir lo peor, pero algo más grande me une a él. Ojalá Portia se hubiera molestado en enseñarle las llamadas y corrientes de mi naturaleza. No solo advertencias vagas, repitiendo que todo era malo y que seguir las corrientes nos llevaría a la perdición. Encontrar una pareja fuerte y poderosa era lo importante. Las corrientes se equivocaban. Recuerdo que en mi búsqueda de respuestas no como mis hermanas que decían sí a todo sin cuestionar nada, como un banco de peces vacío que se dejan devorar por cualquier depredador, encontré alguna información contradictoria sobre las corrientes. Tenías que dejarte llevar, pero saber por cuál de ellas nadar ya que una vez decidida, no había marcha atrás. Si me unía con un humano …podría pasar algo ¿O fue otra invención de la mente retorcida de Portia?. Ya había desmontado demasiadas de sus mentiras en mi tiempo con Benedict. Esta quizás sería otra o por el contrario si sería verdad. Un recuerdo se desliza en mi mente como una corriente fría. Portia me tomó del brazo con fuerza y me arrastró de vuelta a las profundidades. –No mires fuera del agua, Penélope– dice entre dientes, sus uñas hundidas en mi piel. –Solo quería verlo por última vez–susurro. No había nadado hacia la orilla. Solo había asomado mis ojos en dirección a la playa, a una distancia segura. Solo había un niño en la orilla, enfrascado en su cuaderno. Parecía tan solo como yo. –No aprendes, niña… ¿quieres acabar como tu padre? Sentí un nudo en la garganta. Sacudo la cabeza con desesperación, no quiero recordar los ojos sin vida de mi padre ese día, vacíos…sin alma. –Fueron los humanos, esos bárbaros – me mira fijamente antes de decir–. Ellos nos lo quitaron. Nunca lo olvides. Asiento con la cabeza. ¿Qué más podría hacer? Nunca volví a la superficie después de esa vez, quedó una marca en mi brazo que me lo recordaba cada vez que lo olvidaba. Hasta ahora. Mientras estaba perdida en mi mente, el coche se detiene. –Llegamos– dice Benedict– ¿Lista, princesa? La casa que aparece ante mis ojos es imponente, debo girar la cabeza a ambos lados para verla por completo. Aun así tiene un aura hogareña y protectora que me invade al contemplarla. La vegetación la rodea sin tapar su bella arquitectura, con figuras en puertas y ventanas que le dan un toque distinguido. El gran portón al que nos dirigimos es imponente, una buena protección ante peligros. Si hubiera depredadores marinos no la podrían traspasar. Benedict abre la puerta con naturalidad, sin hacer casi ruido y me guía con seguridad entre el laberinto de pasillos y escaleras de su interior. No puedo sacarme de la cabeza esa sensación de familiaridad del lugar. Benedict abre una puerta olvidada en el tiempo. Abre una puerta olvidada por el tiempo. –Bueno… Aquí están el resto de mis cuadros – me mira – Algunos son de cuando era niño. No se por que eso provoca una chispa ilusión en mi interior, conocer al pequeño Benedict. –Quiero verlos. –No te burles de mi, Penelope. – No me burlo– hago un puchero –Quiero conocerte. Se queda congelado en su lugar y por primera vez, su rostro se sonroja. Antes que pueda bromear con él me atrae una corriente de aire a un rincón de la habitación. Antes de pensar camino en su dirección. –Penélope –dice Benedict detrás mío, pero los escucho distorsionado, como si estuviera debajo del agua. No respondo, miro los cuadros del rincón. No salen palabras de mi boca. Benedict se acerca despacio y mira por encima de mi hombro. –¿Son también de tu hogar? Asiento con la cabeza y los colocó en orden en el suelo, juntándolos con el que trajimos con nosotros. Muestran perfectamente el fondo marino de mi infancia. En uno de ellos se ve la silueta perfecta de una pequeña sirena con sombras en la arena. Esto no puede ser casualidad. Me giro para mirar a Benedict. –¿Recuerdas alguno? –Son del verano antes de que muriera mi padre– sacude la cabeza– Ese tiempo se encuentra un poco borroso en mi memoria, tenía 17 años. –Yo tenía 16 cuando perdí al mío–le digo antes de abrazarlo con fuerza – ¿alguien sabría la respuesta? –No estoy seguro, a todos nos afectó mucho su pérdida. –Lo descubriremos–me acurruco en su pecho. ¿Por qué sus brazos se sienten como hogar, si mi madre me enseño que los humanos eran ruinas? ¿Por qué quiero quedarme, si me enseñaron a huir? ¿Me perderé si continuo? Perdidos en nuestro abrazo no notamos como la puerta se abre con fuerza ni los pasos a nuestra espalda. –Benedict, gracias a dios al fin apareces te he…–suena una voz de mujer en la habitación que se corta al entrar en la habitación. Nos separamos sobresaltados y giramos en su dirección. –Mamá –dice Benedict avergonzado. –Penélope – dice la mujer entre lágrimas antes de abrazarme con fuerza–Eres tu de verdad, querida. Me invade un calor reconfortante con su abrazo y la misma sensación que tengo con Benedict, como si la conociera. –Pensé que nunca te volvería a ver–dice aun abrazándome.
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