Capítulo 10 Recuerdos escondidos
27 de octubre de 2025, 8:47
Paseaba por la orilla, por fin por mi cuenta, como una niña mayor. Sin la vigilancia constante de Philipa y Prudens, ni las burlas sobre mis piernas cortas en tierra o mi cola en mar. ¿Qué culpa tengo de ser pequeña? Ellos deberían quererme igual…
Dibujaba con mis pies en la arena, probando la textura áspera y caliente bajo mis dedos recién salidos del agua. Haciendo firmas en espiral y dando vueltas sobre mi misma y descubriendo la forma que dejaban.
–Hola, ¿Qué haces? – pregunta una voz a mi espalda.
Di un salto y caí de espaldas sobre la arena. No lo había notado acercarse.
–Perdón, no quería asustarte–dijo el niño, con una expresión preocupada. Mira mis garabatos en la arena–. A mi también me gusta dibujar ¿Te puedo acompañar?
–¿Por qué me quieres dibujar conmigo?
–No lo sé… – se encogió de hombros– Llamaste mi atención.
–¿Por qué? – fruncí el ceño.
–Nunca había visto un pelo como el tuyo. Es…hermoso.
–No lo es…– baje la mirada, escondiendo un mechón detrás de la oreja.
–Yo puedo decidir lo que me gusta – dijo él, con una sonrisa tímida –. Y me gustas.
Me quedo en silencio,¿ le gustaba yo… ?¿mi aspecto? No quería burlarse de mí como mi familia. Se sentó a mi lado y sacó un cuaderno arrugado de su bolsa. Me pasa uno de sus lápices.
–¿Dibujas conmigo? – dice con una gran sonrisa.
Sin más palabras. Nos quedamos dibujando en silencio, como si el mundo fuera nuestro. Fue el mejor día que podía recordar.
Desde ese día atesoraba mis momentos en tierra con Benedict, como él dijo que se llamaba. Cada año volvía con mi familia en verano y salía corriendo en su dirección. Nos bastaron unos minutos para reconocernos otra vez.
Un día me llevó con su familia, presentando a su gran familia y encontrándome arropada como nunca antes.
–¿Quiero enseñarte algo? –dice Benedict a mi lado, moviendo los pies de forma inquieta.
Me lleva a una habitación con cuadros apilados. Lo seguí preguntando, notando cómo una corriente invisible me guiaba hacia él.
–Espero que te guste– dice con la cara sonrosada y sacando un retrato mío.
–Es demasiado bello, Benedict
–No te hace justicia –dice tomando mi mano con fuerza
–. Quiero conocerte por completo y seguir dibujando – cuando lo dice se le iluminan los ojos.
No me salen palabras, lo único que puedo hacer es abrazarlo con fuerza
–Gracias Benedict, ¿Quieres venir a nadar mañana?
–Me encantaría, Pen
–No puedes contarle a nadie lo que veas, ¿trato?
–Puedes confiar en mí, después de todos estos años …siempre espero con ansias nuestro encuentro en verano. Ojalá pudiera verte todo el año.
–A mí también me gustaría.
Ese día nos despedimos sin grandes gestos, tranquilos, decidida con lo que haría al día siguiente.
El sol bañaba el mar dándole un color anaranjado. Esperaba a Benedict en la arena, como el día que nos conocimos.
–Hola –dijo, sentándose a mi lado.
–¿Preparado?
–Siempre.
Nos metemos en el agua y le muestro la cola por primera vez, me da miedo su reacción y cierro los ojos con fuerza.
–Eres hermosa, no cierres esos ojos del color del cielo.
–¿De verdad? – no puedo evitar que el color llegue a mi cara.
–Si – dice sin apartar la mirada de mis ojos.
–¿Listo para nadar un poco?
–No te vayas muy lejos sin mí.
–No eras tu el que corre en tierra y no me daba cuartel – guiño un ojo en su dirección.
–Al final me dejaba atrapar..
Nos sumergimos juntos, sin saber que ese día también sería el último… por un largo tiempo.
Porque a veces, lo olvidamos no se pierde … solo espera, paciencia.
Regresé al presente como si emergiera de una corriente cálida y profunda. Aún tenía la mano de Benedict entrelazada con la mía. Estábamos en el salón del té, en la casa de su madre. Sin embargo… el recuerdo seguía tan vivo como el primer día.
Ahora entiendo como nos conocimos, pero aún faltan piezas del puzle que no encajan.