ID de la obra: 802

Fate: Gremory [Remake]

Het
G
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planificada Mini, escritos 182 páginas, 57.718 palabras, 18 capítulos
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Capítulo 4

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Capítulo 4 Japón, 2007 Cinco días después de haber comenzado su entrenamiento bajo la tutela de Alexander, Sairaorg y Esdeath, Rias Gremory se encontraba en una conversación tranquila con una chica de su misma edad. Akeno Himejima. Akeno provenía de una familia de sacerdotisas, y, por palabras de su hermano mayor, Rias había oído hablar de ella. Esta chica tenía el potencial de convertirse en una pieza clave dentro de la nobleza que Rias estaba comenzando a formar. Actualmente, solo contaba con una persona en su séquito, Shirone, quien ocupaba la posición de [Torre], pero ahora necesitaba a alguien más, alguien que pudiese ser su [Reina]. El entrenamiento impartido por Alexander, Sairaorg y Esdeath había elevado sus habilidades a un nivel impresionante, pero la diferencia entre su poder y el de su hermano era abismal. Él, junto a sus compañeros, eran seres extraordinariamente poderosos. Rias, por su parte, apenas comenzaba a tomar en serio su entrenamiento y la expansión de su nobleza. Había llegado el momento de reunir a sus piezas, y Akeno parecía ser una candidata ideal. Así que había llegado con la niña, Akeno. Para intentar que ella se convierta en su [Reina], siendo ya parte de lo sobrenatural no era difícil entablar una conversación como también la razón de su llegada a su morada. “Así que… quieres que forme parte de tu nobleza…” pregunto, Akeno, mientras observaba a Rias con sus ojos inocentes, había un brillo de curiosidad en ello. “Sí,” respondió Rias con seriedad, observando atentamente a Akeno. “Actualmente solo tengo a una persona en mi nobleza. Me falta mucho para completarla… o al menos para tener algo que realmente pueda considerarse una nobleza.” Akeno pensó por un momento, llevando una mano a su mejilla, visiblemente pensativa. “Por curiosidad... ¿qué pieza sería yo?” “Serías mi [Reina],” contestó Rias sin vacilar. “Ya tengo a una [Torre], así que necesitaría una [Reina] para que mi nobleza tenga una base sólida.” “Así que [Reina]…” Akeno dirigió su mirada al techo de madera mientras pensaba en algo. ‘¿Debería aceptar?’ pensaba Akeno, ahora mismo su situación era por lo menos trágica. Su madre había muerto, su padre… brillaba por su ausencia y tampoco quería volverlo a ver. El santuario donde vivía, dedicado a la veneración de una deidad, era su único refugio, y logrando sobrevivir hasta ahora, pero no sabía por cuanto tiempo lo lograría. ‘Tal vez… debería aceptar, no quiero estar sola por más tiempo.’ Fue los pensamientos de Akeno mientras analizaba su situación. Finalmente, después de un breve silencio, Akeno asintió con la cabeza. “Está bien, acepto ser tu [Reina]. Pero espero recibir algo a cambio por unirme a tu nobleza.” Rias sonrió, complacida por la respuesta positiva de Akeno. “No te preocupes. Estarás bajo mi cuidado, y no tendrás que temer pedir algo si lo necesitas.” Akeno alzó su taza de té verde, sorbiendo con elegancia. “Por ahora, no pediré nada extravagante. Solo quiero ser tu amiga. Me gustaría pasar tiempo contigo.” Rias la miró sorprendida por la solicitud de Akeno, pero su sorpresa pronto se transformó en una expresión radiante. “¡Será un placer! Estoy deseando que podamos pasar tiempo juntas.” Con una sonrisa brillante, Rias extendió su mano derecha. Akeno la miró por un instante antes de estrecharla con firmeza, sellando así su acuerdo. En ese momento, Rias sacó la pieza de [Reina], que brilló brevemente en sus manos antes de sumergirse en el pecho de Akeno. El proceso de la reencarnación demoníaca comenzaba, y Akeno pasaría a ser parte de la nobleza de Rias. “¿Te gustaría venir conmigo para conocer a Shirone?” preguntó Rias, sonriendo mientras observaba a su nueva amiga con calidez. “Hmm… supongo que Shirone es tu [Torre], ¿verdad? Está bien, me gustaría conocerla también,” respondió Akeno, ahora con una expresión tranquila, confirmando que su amistad con Rias era, por fin, oficial. Ambas se levantaron y caminaron juntas hacia el portal que se abrió detrás de Rias, donde lo llevaría al Inframundo. ═ ═ ═══ • ═══ ═ ═ • Una semana después… En algún rincón de China, Senji, Izayoi y su nueva compañera de viaje, Kuroka, se encontraban en las cercanías de un antiguo templo. Kuroka, para pasar desapercibida como una humana común, había desaparecido sus extremidades nekoshou, dejando solo una apariencia humana. Juntos visitaban un templo de monjes especializados en el uso del ki (chi), donde enseñaban a los más jóvenes cómo dominar esta poderosa energía. “¿Por qué estamos aquí?” refunfuñó Kuroka, mirando a su alrededor con cierto desinterés. “Dije que podía enseñarle a usar el ki.” “Quiero ver con mis propios ojos a más personas que usan el ki, por eso estamos aquí.” Respondió Izayoi con una sonrisa burlona que iba dirigida a Kuroka. “No es porque seas mala para enseñar que decidimos llegar a este templo.” Kuroka frunció el ceño, comprendiendo perfectamente el mensaje implícito en sus palabras. “¡Lo siento por ser una mala mentora! Apenas maneje el ki este mismo año.” Lo último que dijo Kuroka fue para sí misma, pero de todas formas fue escuchado por Izayoi y Senji. Izayoi levantó una mano, sonriendo con una mezcla de diversión. “Ups, lo siento, lo siento. No sabía eso, así que me disculpo.” Aunque sus palabras eran de disculpa, su tono seguía siendo bromista. Senji, sin intervenir mucho, observaba en silencio, disfrutando del pequeño intercambio. Aunque la conversación era ligera, no podía evitar notar cómo la dinámica entre ambos se volvía cada vez más interesante. Desde la mañana, Izayoi había observado con atención los movimientos de los ancianos monjes del templo. Sus manos, que parecían moverse con una calma sobrenatural, parecían fluir con la energía misma del mundo. El ki no era algo tangible, pero Izayoi podía sentirlo en el aire, en los movimientos precisos y controlados de aquellos que lo dominaban. “Concéntrate…” murmuró para sí misma, cerrando los ojos y dejando que su respiración siguiera el ritmo del entorno. El tiempo pasaba lentamente mientras estudiaba y trataba de replicar el flujo de ki. Al principio, todo parecía confuso, como tratar de atrapar el viento con las manos. Pero poco a poco, algo dentro de ella comenzó a alinearse. Era como si las piezas de un rompecabezas invisible empezaran a encajar. Finalmente, en un momento de claridad, Izayoi extendió su palma y, con un leve destello, una energía luminosa comenzó a rodearla. El ki se arremolinaba suavemente, respondiendo a su control. Una sonrisa de triunfo cruzó su rostro. “Lo tengo…” susurró, sus ojos brillando con determinación. Ese día, Izayoi no se detuvo. Continuó entrenando hasta que la noche cayó sobre el templo, dominando el flujo de ki con una rapidez que incluso los monjes reconocieron con asombro. En las afueras del templo, la brisa nocturna soplaba suavemente sobre el paisaje montañoso de China. El cielo estaba despejado, salpicado de estrellas que brillaban con una intensidad casi mágica. Senji estaba recostado en una gran roca plana, observando el paisaje en silencio, con las manos detrás de la cabeza y una expresión tranquila. Izayoi, después de su arduo entrenamiento, había encontrado su lugar en el pecho de Senji. Durmiendo profundamente, su respiración tranquila, como si el mundo entero no pudiera perturbar su descanso. Kuroka, sentada cerca, observaba la escena con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Era la primera vez que veía a Izayoi, usualmente tan energética y desafiante, durmiendo encima del pecho de Senji. “No entiendo,” murmuró Kuroka, inclinando la cabeza ligeramente. “¿No te resulta incómodo?” Senji, sin apartar la mirada del paisaje, dejó escapar una risa suave. “No. Estoy bien con esto.” “¿En serio?” preguntó Kuroka, arqueando una ceja. “No parece algo que un hombre como tú permitiría tan fácilmente.” Senji cerró los ojos por un momento antes de responder. Su voz era tranquila, pero había un matiz de melancolía en ella. “Porque sé que algún día no estaremos juntos como lo estamos ahora. Si este momento puede ser un recuerdo para ella... entonces vale la pena.” Kuroka no supo qué decir. Había algo en sus palabras que le dio un ligero escalofrío, como si estuviera hablando desde un lugar más profundo del que ella podía comprender. En ese instante, Senji extendió una mano, y con un gesto casi casual, hizo aparecer un haori negro que se deslizó suavemente cubriendo el cuerpo de Izayoi. En la espalda, un kanji blanco destacaba bajo la luz de la luna: "Maldad". Kuroka frunció el ceño, inclinándose hacia adelante para observar mejor. “¿Por qué lleva eso escrito?” Senji se limitó a sonreír, un gesto enigmático que no daba lugar a preguntas. “No le tomes importancia. Es algo del pasado.” Kuroka ladeó la cabeza, claramente confundida. “¿Algo del pasado? Suena como algo importante.” “Para ti no tiene que serlo,” respondió Senji, su tono tranquilo pero firme. “Déjalo así.” Aunque la respuesta no satisfizo su curiosidad, Kuroka optó por no insistir. “Hmph. Como sea. No es mi asunto.” El silencio volvió a envolverlos. La brisa nocturna continuó soplando, y las estrellas parecían brillar aún más en el cielo oscuro. Kuroka desvió la mirada hacia el paisaje, mientras Senji permanecía inmóvil, su atención dividida entre el cielo y la pequeña figura que descansaba en su pecho. En esa calma, aunque cada uno cargaba sus propios secretos y pensamientos, había un momento de paz que, aunque efímero, quedaría grabado en sus memorias. Días después… El sol se alzaba sobre los vastos paisajes montañosos de China, iluminando los templos y aldeas que salpicaban el terreno como joyas escondidas. Para Senji, Izayoi y Kuroka, cada lugar que visitaban parecía estar envuelto en un aire de misterio y magia, con historias que los lugareños compartían como si fueran testigos de hechos divinos. En una de las primeras paradas, se encontraron en las faldas de una montaña cubierta de bosques espesos. Los relieves tallados en la roca a lo largo del sendero narraban una historia antigua que llamó la atención de Senji. “Dicen que esta montaña fue donde el Gran Rey Mono venció a un ejército de demonios,” comentó, señalando una de las tallas que mostraba una figura simiesca con un báculo imponente, rodeada de criaturas que parecían inclinarse ante él. “¿El Rey Mono?” preguntó Izayoi, sus ojos brillando de interés. “¿Como el Sun Wukong de las historias?” Senji asintió. “El mismo. Aunque aquí lo llaman de muchas formas, su legado ha trascendido fronteras. Su valentía y astucia lo convirtieron en una leyenda que aún inspira a la gente.” Kuroka, que caminaba detrás de ellos con los brazos cruzados, dejó escapar una risa suave. “Tal vez deberían incluirnos en esas historias. Imagina, ‘La gran Kuroka, conquistadora de templos y mercados.’ Suena bien, ¿no?” Izayoi se detuvo y se giró hacia ella con una sonrisa burlona. “¿Conquistadora de mercados? Porque lo único que has hecho es comprar dulces.” “¡Hey! Cada uno tiene sus prioridades,” respondió Kuroka, sacando una bola de mochi de su bolsa y llevándosela a la boca con un aire de superioridad fingida. Senji sonrió levemente mientras seguían ascendiendo. Las bromas y risas de las dos chicas llenaban el aire, haciendo que incluso el frío viento de la montaña pareciera más cálido. Días después, el grupo llegó a uno de los tramos menos concurridos de la Gran Muralla. El vasto paisaje se extendía a su alrededor, y las piedras antiguas bajo sus pies parecían susurrar historias de generaciones pasadas. Izayoi miró hacia arriba, su mirada fija en los escalones interminables que serpenteaban hacia el horizonte. “Quiero correr hasta la cima,” declaró, su tono lleno de determinación. “¿Correr?” preguntó Kuroka, arqueando una ceja. “Eso suena como una mala idea. Además, ni siquiera puedes vencerme.” “¿Quieres apostar?” Izayoi ya estaba adoptando una postura competitiva, lista para salir disparada. Antes de que Kuroka pudiera replicar, Izayoi se lanzó hacia adelante, subiendo los escalones a una velocidad impresionante. “¡Tramposa!” gritó Kuroka, persiguiéndola con una mezcla de irritación y diversión. Senji, que había decidido quedarse atrás, observaba a las dos mientras desaparecían en la distancia. “Esto terminará en un desastre,” murmuró para sí mismo, aunque no pudo evitar sonreír al imaginar el resultado. Tal como predijo, Kuroka llegó jadeando a la cima solo para encontrar a Izayoi riendo sin aliento. “¡Hiciste trampa!” protestó Kuroka, apuntándola con un dedo acusador. “¿Qué puedo decir? Soy naturalmente más rápida,” respondió Izayoi con una sonrisa triunfante. Una semana… En un pequeño pueblo rodeado de arrozales, el grupo se encontró con un anciano sentado frente a una humilde tienda de té. Su rostro estaba lleno de arrugas, y sus ojos brillaban con una sabiduría que solo el tiempo podía otorgar. “¿Son viajeros?” preguntó con voz amable, invitándolos a sentarse en los bancos de madera frente a él. Senji asintió, aceptando una taza de té que el anciano ofreció. “Estamos recorriendo el país, aprendiendo y escuchando historias.” El anciano sonrió, acariciando su larga barba blanca. “Entonces, tal vez les interese la leyenda de nuestra región. Habla de un Dragón Celestial que protegió estas tierras en tiempos de guerra.” Izayoi, que siempre estaba lista para una buena historia, se inclinó hacia adelante, sus ojos llenos de curiosidad. “¿Un dragón? Cuéntenos más.” El anciano señaló un mural descolorido en la pared de la tienda, que mostraba una figura serpentina surcando las nubes, con relámpagos y fuego saliendo de su boca. “Dicen que el dragón era tan poderoso que con un rugido podía hacer temblar las montañas. Pero no era solo su fuerza lo que lo hacía especial. Se dice que solo aquellos con un corazón puro podían verlo.” “¿Y qué pasó con él?” preguntó Izayoi. “El dragón desapareció hace siglos, pero algunos dicen que todavía está aquí, observando y esperando el momento en que el mundo necesite su protección nuevamente.” Kuroka, que estaba sentada al borde del banco, acariciaba un gato que se había acercado a ella. “Si sigue aquí, tal vez yo lo vea primero,” dijo con una sonrisa astuta. “¿Tú? ¿Con corazón puro?” bromeó Izayoi, provocando una risita del anciano. Senji, por su parte, miró al cielo con una expresión pensativa. “Las leyendas a menudo contienen más verdad de lo que imaginamos,” murmuró, como si estuviera hablando consigo mismo. A medida que el grupo continuaba su viaje, los paisajes cambiaban, pero la emoción de descubrir algo nuevo nunca desaparecía. En cada pueblo, encontraban una historia diferente, un fragmento de la rica cultura y mitología de China. A través de estos momentos, su conexión como grupo se fortalecía. Las bromas de Izayoi y Kuroka se volvieron más naturales, y las palabras ocasionales de Senji, aunque reservadas, tenían un peso que las hacía memorables. Las leyendas que escuchaban no solo eran cuentos para pasar el tiempo; eran ventanas al pasado y recordatorios de la grandeza que había en el mundo, incluso en sus momentos más oscuros. Y aunque cada uno cargaba con sus propios secretos y destinos, en ese momento, bajo el cielo infinito de China, eran simplemente tres viajeros disfrutando de la magia de lo desconocido. Un mes después… El sol matutino iluminaba los arrozales mientras Senji, Izayoi y Kuroka caminaban por un sendero de tierra que serpenteaba entre las colinas. El paisaje tranquilo no reflejaba la escena que se desarrollaba entre los tres. “Senji~” canturreó Kuroka, caminando detrás de él con una sonrisa pícara en los labios. “¿No crees que estoy demasiado joven para ser tan hermosa?” Senji, que intentaba mantener su atención en el camino, dejó escapar un largo suspiro. “Kuroka, no tengo tiempo para tus tonterías esta mañana.” “¿Tonterías?” repitió ella, fingiendo indignación mientras colocaba una mano en su cadera. “Izayoi, ¿escuchaste eso? Cree que ser hermosa es una tontería.” Izayoi, que caminaba al lado de Kuroka, se rió mientras giraba la cabeza hacia Senji. “Oh, ya lo sabemos. Senji es el tipo de persona que ni siquiera notaría a una chica, aunque le bailara enfrente.” “¿Eso es un desafío?” preguntó Kuroka, arqueando una ceja con una sonrisa traviesa. “Ni lo intentes,” respondió Senji con firmeza, aunque su tono denotaba una ligera exasperación. Kuroka no se dejó intimidar. Caminó un poco más rápido para alcanzar a Senji y se inclinó ligeramente hacia él, asegurándose de que su voz tuviera un tono lo suficientemente provocativo como para molestarlo. “Senji, deberías ser más amable conmigo. Después de todo, algún día seré tan irresistible que no podrás apartar la mirada.” El rostro de Senji se crispó, pero se negó a darle la satisfacción de una respuesta. Izayoi, viendo la expresión de Senji, no pudo evitar unirse a la diversión. “Cuidado, Kuroka, si sigues así, Senji podría explotar. ¿Quién sabe qué pasa cuando un anciano como él pierde los estribos?” “¿Perder?” Senji finalmente habló, su voz llena de incredulidad. “Tienes suerte de que estoy acostumbrado a tus tonterías.” Izayoi y Kuroka compartieron una mirada cómplice antes de soltar ligeras risas. ═ ═ ═══ • ═══ ═ ═ • Durante el mes de viaje, las personalidades de Izayoi y Kuroka se habían sincronizado de una manera que resultaba tanto encantadora como exasperante para Senji. En una ocasión, mientras caminaban por un mercado lleno de puestos coloridos, Kuroka se detuvo frente a un vendedor de frutas y recogió una manzana roja brillante. “Senji,” dijo, sosteniéndola con una mano mientras le daba vueltas con los dedos. “Si te regalara esta manzana, ¿lo tomarías como una confesión de amor?” Senji levantó una ceja, claramente confundido por la pregunta. “Es una manzana. ¿Qué tiene que ver con el amor?” Izayoi, que estaba observando desde un lado, no pudo contenerse. “¡Es una indirecta, viejo! Cuando alguien te regala algo tan simbólico, tienes que responder con algo romántico.” “Eso no tiene ningún sentido,” replicó Senji mientras seguía caminando. Kuroka dejó escapar un suspiro dramático antes de morder la manzana. “Senji, eres imposible. ¿Cómo esperas que alguien se enamore de ti si no tienes sentido del romance?” “¿Quién dijo que quiero que alguien se enamore de mí?” respondió él sin voltear. Izayoi y Kuroka se miraron con incredulidad antes de comenzar a reírse a carcajadas. En un pueblo costero, mientras el grupo descansaba junto a la playa después de un largo día, Kuroka, que estaba sentada en una roca cercana, miró a Senji con una sonrisa traviesa. “Senji,” comenzó con un tono despreocupado, “¿te has dado cuenta de algo interesante sobre nosotras?” Senji, que estaba ocupándose de encender un pequeño fuego, no levantó la mirada. “¿Qué cosa?” “Que Izayoi y yo estamos creciendo mucho más rápido que tú,” dijo, cruzando las piernas de manera exagerada para llamar la atención. Izayoi, que estaba jugando con la arena, levantó la mirada con curiosidad. “¿De qué hablas?” “De esto,” dijo Kuroka mientras colocaba las manos en sus caderas y presumía su figura. “Es obvio que mi cuerpo está llegando a su máximo potencial. Tal vez debería agradecer a mi linaje.” Senji soltó un gruñido bajo, claramente incómodo con la dirección de la conversación. “Kuroka, por el amor de… ¿puedes hablar de algo menos absurdo?” “¿Por qué? ¿Te pongo nervioso?” preguntó Kuroka, inclinándose hacia él con una sonrisa descarada. Izayoi, disfrutando de la incomodidad de Senji, decidió unirse. “Vamos, Kuroka, no seas tan cruel. El anciano no puede manejar tanta presión.” “¡Dejen de llamarme anciano!” exclamó Senji, tirando un pedazo de madera al fuego con más fuerza de la necesaria. Las dos chicas se echaron a reír, claramente disfrutando de la tormenta emocional que habían desatado en Senji. Al final del mes, mientras el grupo se acercaba a su próxima parada, Kuroka miró a Izayoi con una sonrisa. “¿Sabes qué? Somos un gran equipo.” Izayoi asintió, devolviéndole la sonrisa. “Sí, siempre que podamos mantener al anciano de buen humor con nuestras bromas.” Senji, que caminaba delante de ellas, dejó escapar otro suspiro. “Este ha sido el mes más largo de mi vida.” “¿Lo ves? Nos adora,” dijo Kuroka, guiñándole un ojo a Izayoi. Aunque las bromas y el caos eran constantes, había una conexión genuina entre los tres que se había fortalecido con cada día de viaje. Y aunque Senji nunca lo admitiría, sabía que estas dos chicas habían traído algo de diversión en su vida inmortal y aburrida. ═ ═ ═══ • ═══ ═ ═ • El mes de viaje había sido agotador pero satisfactorio, y el grupo finalmente llegó a una posada de baños termales enclavada en las montañas. El aire cálido y el sonido del agua corriendo eran un bálsamo para sus cuerpos cansados. “Este lugar es perfecto,” comentó Kuroka mientras estiraba los brazos y dejaba escapar un suspiro de alivio. “Ya era hora de consentirnos.” “Estoy de acuerdo,” añadió Izayoi, observando con interés el vapor que se elevaba de los baños. “Creo que no me voy a mover de aquí en toda la noche.” Senji, quien había estado en silencio durante el trayecto, dejó su equipaje en el suelo y se giró hacia las dos chicas. “Relájense, pero recuerden que esto no es una competencia para ver quién puede quedarse más tiempo en el agua.” “¿Por qué lo dices como si estuviéramos pensando en eso?” replicó Izayoi con una sonrisa burlona. “Porque las conozco,” respondió Senji con una expresión cansada antes de girarse hacia el encargado de la posada, quien los guiaba hacia sus habitaciones. …. El agua caliente era todo lo que habían soñado después de un mes de caminatas interminables. Izayoi y Kuroka compartían una sección del baño termal reservado para mujeres, mientras Senji, por fin, encontraba algo de tranquilidad en el área masculina. Recostado contra una roca lisa, con el agua cubriendo su cuerpo hasta el pecho, Senji cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro. La calma era un lujo que rara vez podía disfrutar con las dos chicas cerca. “Finalmente…” murmuró, permitiendo que el calor del agua aliviara la tensión acumulada en sus músculos. Del otro lado de la pared divisoria, sin embargo, la tranquilidad no duró mucho. “Izayoi, ¿crees que el viejo está disfrutando esto tanto como nosotras?” preguntó Kuroka, con su característico tono burlón. Izayoi, que flotaba en el agua con una expresión satisfecha, rió suavemente. “Seguro que sí, pero apuesto a que está pensando en cómo escapar de nosotras.” “¿Escapar? Por favor,” respondió Kuroka, girándose hacia ella con una sonrisa traviesa. “Nos ama demasiado para eso.” “¿En serio crees eso?” Izayoi levantó una ceja. “Por supuesto,” dijo Kuroka con una confianza fingida, levantando los brazos. “¿Quién no nos amaría?” Las risas de ellas se escucharon resonando lo suficiente como para que Senji pudiera escucharlas claramente desde su lado del baño. Con los ojos aún cerrados, dejó escapar un gruñido bajo. “Un mes. Un mes de esto. ¿Cuánto más podré soportarlo?” Más tarde, después de disfrutar de los baños, el grupo se reunió en el área común de la posada, donde una comida sencilla pero deliciosa los esperaba. El fuego en el centro de la habitación creaba una atmósfera cálida, y el sonido de los grillos afuera añadía un toque de serenidad. Kuroka, sentada con las piernas cruzadas y una taza de té en la mano, observaba a Senji con una sonrisa. “¿Qué tal estuvo tu escape, viejo?” Senji, que parecía más relajado de lo normal, bebió un sorbo de su té antes de responder. “Tranquilo. Hasta que ustedes dos empezaron a gritar del otro lado.” Izayoi rió mientras mordía un trozo de pescado. “Vamos, sabes que nos extrañaste.” “Claro, eso es exactamente lo que pensé mientras intentaba disfrutar de la paz,” respondió Senji con sarcasmo, pero su tono era lo suficientemente ligero como para que supieran que no estaba realmente molesto. “Lo ves,” dijo Kuroka mientras se inclinaba hacia Izayoi. “Te dije que nos ama.” Izayoi asintió solemnemente. “Es un amor complicado, pero ahí está.” Senji sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro. “Voy a dormir antes de que esto se vuelva peor.” Las dos chicas contuvieron sus risas mientras él se levantaba y se dirigía a su habitación. Ya en su futón, Senji miró al techo de madera mientras los sonidos de la posada comenzaban a disminuir. Aunque las bromas y las travesuras de las dos chicas podían ser agotadoras, no podía negar que el viaje había sido más llevadero gracias a ellas. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro mientras cerraba los ojos. “Un mes… quién lo diría.” Mientras tanto, en la habitación contigua, Kuroka y Izayoi continuaban hablando y riendo hasta que el cansancio finalmente las venció. Aunque ninguno de ellos lo diría en voz alta, sabían que este viaje sería uno de los recuerdos más valiosos que compartirían. Otro día… La ciudad era tranquila al anochecer, con el bullicio de los mercados disminuyendo y las luces amarillas de las linternas iluminando las calles adoquinadas. En un pequeño hotel familiar, Senji, Izayoi y Kuroka se reunían en el comedor principal, un espacio modesto pero acogedor, con paredes decoradas con caligrafía antigua y paisajes montañosos pintados a mano. Izayoi jugaba distraídamente con su taza de té mientras Senji repasaba algunos detalles de lo que estaba por venir. Kuroka, por su parte, se apoyaba perezosamente en el respaldo de su silla, observando a los otros dos con una mezcla de curiosidad y aburrimiento. “Entonces,” comenzó Kuroka, rompiendo el silencio, “¿por qué siento que algo grande está por pasar? Tienes esa cara, Senji. Esa de ‘voy a arrastrarlas a otro lugar extraño’.” Senji levantó la vista de su taza y la miró con su típica expresión impasible. “No es algo extraño. Es el siguiente paso en el entrenamiento de Izayoi.” Kuroka arqueó una ceja. “¿Entrenamiento? ¿Qué tipo de entrenamiento implica viajar tanto? ¿No es suficiente con todo lo que ya hemos hecho?” “Esto siempre fue parte del plan,” intervino Izayoi, dejando su taza sobre la mesa. Su tono era calmado, pero había una chispa de emoción en sus ojos. “Antes de que tú llegaras, Senji ya me había hablado de esto. Subir al Monte Tai y enfrentarme a los Dioses del Mito Chino.” La incredulidad de Kuroka fue inmediata. “¿Qué?” Su tono estaba lleno de sorpresa mientras miraba a ambos. “¿Estás diciendo que vas a pelear con Dioses? ¿De verdad? ¿Y tú estás de acuerdo con esto?” “Claro que sí,” respondió Izayoi con una sonrisa confiada. “Es parte de mi entrenamiento. ¿Qué mejor manera de hacerme más fuerte que enfrentarme a leyendas vivientes?” “Esto es una locura,” murmuró Kuroka, cruzando los brazos. Luego miró a Senji con el ceño fruncido. “¿Y tú estás de acuerdo con esto? ¿No se supone que deberías protegernos o algo así?” Senji dejó su taza y apoyó los codos en la mesa, juntando las manos frente a su rostro. “Esto es parte de un entrenamiento. Izayoi necesita seguir creciendo, y los Dioses son un rival perfecto para la extraordinaria fuerza de Izayoi. Son los únicos que pueden rivalizar con ella.” Kuroka no parecía convencida, pero sus ojos reflejaban una preocupación sincera. “¿Y si algo sale mal? ¿Qué pasa si esos Dioses no juegan limpio?” Izayoi se inclinó hacia ella, su tono más suave pero divertida. “Kuroka, no debes preocuparte por eso. Es algo que debo hacer. Y, además,” agregó con una sonrisa, “¿crees que dejaría que algo me pase tan fácilmente?” Kuroka suspiró y miró hacia otro lado, todavía molesta por la idea. “Esto sigue sin gustarme.” “Por eso tú te quedarás aquí,” dijo Senji de manera directa, lo que hizo que Kuroka se girara bruscamente hacia él. “¿Qué? ¿Ahora me dejas fuera?” “No es un castigo,” explicó Senji, su tono calmado pero firme. “Esto es exclusivamente para Izayoi, así que no será necesario que vengas con nosotros.” Kuroka quedo en silencio, pero aceptando las palabras de ambos. Aunque Kuroka había pasado un mes con ellos, nunca le habían dicho que Izayoi estaba bajo un entrenamiento, ahora entendía la razón del viaje mientras escuchaban a los lugareños contando las leyendas de su nación. A la mañana siguiente, mientras los primeros rayos del sol iluminaban el hotel, Kuroka salió para despedirse de ellos. Aunque intentaba parecer despreocupada, su expresión mostraba preocupación. “Si esto es parte de tu entrenamiento, entonces asegúrate de volver más fuerte,” dijo, mirando a Izayoi directamente. “Pero si necesitas a alguien para patear traseros, solo tienes que llamarme.” Izayoi sonrió ampliamente. “Gracias, Kuroka. Nos vemos pronto.” Senji se dirigió hacia Kuroka. “No tomara mucho tiempo esto. Así que no intentes preocuparte demasiado.” Kuroka los observó mientras se alejaban, el corazón apretado con una mezcla de emociones. Aunque sabía que no era su momento, no podía evitar sentirse excluida. “Más vale que no pase nada, Senji,” murmuró para sí misma, cruzando los brazos mientras los veía desaparecer en la distancia. El Monte Tai se alzaba imponente frente a Izayoi y Senji, envuelto en una ligera neblina que parecía separar el mundo humano del cielo. La travesía hacia el Tian estaba a punto de comenzar, y con ella, una prueba que marcaría un antes y un después en el camino de Izayoi. “Es ahora o nunca,” dijo Izayoi, su voz firme mientras daba el primer paso hacia el sendero sagrado. “Recuerda,” dijo Senji detrás de ella, “buscabas mostrar tu superioridad ante los Dioses, así que demuéstralo como lo hiciste con los Dioses Sintoísta.” Izayoi no respondió, pero su mirada decidida era suficiente. Sabía que lo que le esperaba no era solo un enfrentamiento con los Dioses del Mito Chino, sino la demostración de su superioridad ante los Dioses, después de todo… ‘Nadie en el cielo es superior a mí.’ Pensó Izayoi con una larga sonrisa dibujada en su rostro. Historia Paralela: ¿Segunda Cita? El departamento de Senji era tan simple como él mismo: funcional y sin adornos innecesarios. Para él, todo estaba en su lugar, y no había espacio para el caos… o eso pensaba. La noche era tranquila hasta que escuchó un golpeteo en su puerta, seguido de una voz que lo reconocería incluso entre miles. “¡Senji-chan~! ¡Abre, tengo algo para ti!” Senji se quedó inmóvil durante un momento, mirando hacia la puerta como si pudiera desaparecer con solo desearlo. Finalmente, soltó un suspiro y fue a abrir. Ahí estaba ella, Serafall Leviathan, con su sonrisa radiante y una bolsa de papel marrón en las manos. “¿Qué estás haciendo aquí?” preguntó Senji, con el ceño ligeramente fruncido. “¡Qué frío, Senji-chan! ¿Esa es forma de recibir a alguien que viene con regalos?” Antes de que pudiera responder, Serafall se escabulló dentro como un torbellino, dejando la bolsa en la mesa del comedor y observando a su alrededor. “Vaya, esto es… minimalista,” comentó, ladeando la cabeza mientras inspeccionaba el lugar. “Es práctico,” corrigió Senji, cerrando la puerta con resignación. “¿Qué quieres, Serafall?” Ella giró sobre sus talones con una sonrisa traviesa. “Hoy es nuestra segunda cita, por supuesto.” “¿Segunda cita?” repitió Senji, cruzándose de brazos mientras la miraba con incredulidad. “No recuerdo haber aceptado una primera.” “¡Claro que sí! ¿Olvidaste cuando vimos E.T. el Extraterrestre juntos? Esa fue nuestra primera cita oficial,” respondió Serafall, con una sonrisa orgullosa. Senji levantó una ceja. “Eso no fue una cita. Fue un chantaje emocional para que me dejaras en paz.” “¡Los detalles no importan!” exclamó Serafall, sacando un par de recipientes de la bolsa. “Lo que importa es que traje ramen. Y no cualquier ramen, ¡es el mejor de la ciudad! Ahora siéntate, Senji-chan.” Senji suspiró, pero finalmente se rindió. Se sentó frente a ella, observándola mientras desempacaba todo con una energía que parecía inagotable. “Esto no es una cita,” aclaró mientras tomaba un par de palillos. “Claro que sí,” respondió Serafall con una sonrisa brillante. “Porque estoy aquí contigo, comiendo ramen, y disfrutando de tu encantadora compañía.” Senji decidió no discutir más y comenzó a comer. El vapor subía de los recipientes mientras el aroma del ramen llenaba el pequeño departamento. Senji comía en silencio, disfrutando de la calidez de la comida, mientras Serafall, como era su costumbre, hablaba sin parar sobre todo tipo de temas, desde anécdotas del Inframundo hasta los últimos rumores de los Rating Games. De repente, un destello de movimiento llamó la atención de Senji. Levantó la vista hacia la ventana y notó cómo pequeños copos blancos comenzaban a descender, cubriendo lentamente las calles iluminadas por los faroles. “Está nevando,” comentó con calma, dejando los palillos a un lado. Serafall giró la cabeza hacia la ventana y su rostro se iluminó al instante. “¡La primera nieve del año! ¿No es mágico, Senji-chan?” Él solo asintió, observando cómo la nieve transformaba el paisaje nocturno en algo casi etéreo. Por un momento, incluso Serafall quedó en silencio, admirando la escena con una sonrisa suave. Rompiendo el breve momento de tranquilidad, Serafall de repente se giró hacia él, con una chispa de emoción en los ojos. “¡Es una señal, Senji-chan!” exclamó, golpeando la mesa con ambas manos. Senji arqueó una ceja. “¿De qué estás hablando ahora?” “De nuestra tercera cita, por supuesto,” dijo ella, como si fuera lo más obvio del mundo. “¿Tercera cita?” repitió él, claramente confundido. “Dónde hubo una segunda cita para empezar.” “¡Esta es la segunda!” dijo Serafall, señalando la mesa entre ellos. “Y la tercera será en Navidad. Imagínalo: luces brillantes, música navideña, chocolate caliente… y tú conmigo. Es el plan perfecto.” Senji suspiró, mirando la nieve caer fuera de la ventana. “No tengo interés en esas cosas.” “¡Vamos, Senji-chan!” insistió Serafall, inclinándose hacia él con ojos suplicantes. “Será divertido. Podríamos comprar regalos, visitar un mercado navideño… ¡y tal vez incluso patinar sobre hielo!” “Paso,” respondió él con firmeza, llevando su atención de vuelta al ramen. Serafall puso un puchero exagerado, pero luego una sonrisa astuta cruzó su rostro. “Bueno, si no quieres pasar Navidad conmigo, entonces seguro querrás pasar Año Nuevo, ¿verdad?” Senji dejó sus palillos y la miró directamente. “¿Y ahora qué estás planeando?” “¡Año Nuevo, Senji-chan! Podríamos ver los fuegos artificiales, contar hasta la medianoche juntos y—” “Prefiero quedarme en casa,” interrumpió él, sin molestarse en ocultar su rechazo. Serafall cruzó los brazos, inclinándose hacia atrás con un suspiro dramático. “¿De verdad planeas pasar las fiestas completamente solo? Eso es demasiado deprimente incluso para ti.” Senji la miró por un momento, evaluando sus palabras. La idea de pasar Navidad y Año Nuevo solo no le molestaba… pero tampoco podía negar que había algo ligeramente reconfortante en la compañía de alguien tan insistente como ella, incluso si a veces le resultaba agotadora. Finalmente, dejó escapar un suspiro más largo y respondió: “Está bien. Pero no esperes que sea algo extravagante.” “¡¿De verdad?!” exclamó Serafall, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y emoción. “¡Lo sabía! ¡Sabía que no podrías resistirte!” “Eso no significa que puedas volver loca la situación,” aclaró él, levantando un dedo en advertencia. “Solo lo haré porque no estaría mal estar con alguien… incluso si esa persona es molesta.” Serafall puso una mano en su pecho, fingiendo estar ofendida. “¡Qué cruel, Senji-chan! Pero sé que en el fondo me adoras.” “Claro,” murmuró él, tomando un sorbo de té para evitar responder algo más. Cuando terminaron de comer, Serafall se acercó a la ventana, mirando cómo la nieve seguía cayendo con más intensidad. “Es hermoso, ¿verdad?” dijo en voz baja, sin su habitual energía. Senji se unió a ella, apoyándose en el marco de la ventana. “Supongo que sí,” admitió, aunque su tono era neutral. La nieve cubría las calles y tejados con un manto blanco, creando un ambiente tranquilo y casi mágico. Serafall miró de reojo a Senji y sonrió. “Sabes, creo que esta será una Navidad increíble, Senji-chan. Y no porque los pases conmigo… bueno, tal vez un poco por eso.” “Lo veremos,” respondió él, dejando que el momento se alargara en silencio. Aunque no lo diría en voz alta, había algo en esa primera nevada, en la calma del momento y en la presencia de Serafall, que hacía que la idea de pasar las fiestas juntos no fuera tan mala después de todo. Mientras Serafall se despedía, prometiendo volver pronto con más planes, Senji se quedó mirando la nieve desde la ventana. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez no necesitaba enfrentar las festividades completamente solo. “Quizás,” murmuró para sí mismo, “esto no sea tan malo.”
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