ID de la obra: 803

Anomalía

Het
G
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1
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planificada Mini, escritos 108 páginas, 36.076 palabras, 12 capítulos
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Capítulo 5

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Capítulo 5 El sol de mediodía bañaba con su resplandor los terrenos de entrenamiento del Castillo de Nagoya, lanzando sombras alargadas sobre el suelo seco y polvoriento. El sonido de espadas chocando resonaba como un eco metálico que vibraba en el aire, mientras el polvo se levantaba con cada movimiento, formando nubes que arremolinaban alrededor de dos figuras envueltas en una furia desenfrenada. Hana y Himari, las primas de Senji Muramasa, peleaban con una agresividad desbordante. Sus katanas cortaban el aire con un silbido mortal, y sus pies se movían con la precisión de guerreras veteranas. El sudor empapaba sus rostros, mezclándose con la tierra que salpicaba sus mejillas, pero ninguna de las dos cedía. Peleaban como si la intención de cada golpe fuera matar, como si con cada corte intentaran desgarrar algo mucho más profundo que la carne: su propia frustración e ira. Habían pasado tres días desde que les dieron la noticia: Senji Muramasa, su primo, estaría bajo el servicio de Nagao Kagetora, el Tigre de Echigo. La decisión no solo era sorpresiva, sino que llevaba consigo un giro inesperado. "Senji Muramasa servirá al Clan Uesugi hasta el final del año," fueron las palabras que recibieron. Para el próximo enero, regresaría al servicio del Clan Oda. Una decisión calculada por Nobunaga para asegurar una alianza, pero que para Hana y Himari fue como un balde de agua fría, no estarán con Senji hasta por un tiempo de tres meses. El resentimiento hervía en el aire como el calor del verano, palpable y denso. La noticia de su partida las había dejado sin palabras, y ahora, sin voz para expresar su enojo, canalizaban toda su ira en esta pelea brutal. Los samuráis del Clan Oda, testigos del combate, observaban con asombro. Muchos de ellos habían presenciado innumerables duelos, pero lo que veían ante sus ojos era distinto. La destreza de Hana y Himari era casi inhumana, sus movimientos tan rápidos que apenas se podían seguir. Los murmullos entre los guerreros comenzaban a crecer, una mezcla de admiración y preocupación. "¿Has escuchado lo que ocurrió? Senji Muramasa está bajo el mando de Kagetora," murmuró uno de los samuráis, con el ceño fruncido mientras sus ojos seguían los rápidos intercambios de golpes. "Sí, dicen que es para ayudar a consolidar el liderazgo del Clan Uesugi. Pero también he escuchado que Kagetora lo quería solo para ella," respondió otro, cruzando los brazos. "Nobunaga no lo permitiría, así que la solución fue compartirlo." "Eso solo demuestra lo valioso que es Senji Muramasa. Pero mira a sus primas... parece que no aceptan esta decisión tan fácilmente," comentó un tercer samurái, mientras sus ojos se abrían en sorpresa al ver a Hana ejecutar un golpe descendente con tal fuerza que Himari apenas pudo bloquearlo. El choque fue tan violento que la vibración recorrió los brazos de ambas, pero ninguna se apartó. Permanecieron allí, cara a cara, respirando agitadamente, sus miradas ardientes como dos llamas que se alimentaban del mismo combustible: la ausencia de Senji. Y mientras el polvo seguía arremolinándose a su alrededor, ambas compartieron un pensamiento sin necesidad de palabras: cuando llegue el comienzo del próximo año, su primo Senji recibirá un castigo, y no precisamente leve. Habitación de Nobunaga La pequeña niña de diez años se encontraba tumbada en el suelo de tatami, mirando el techo de madera con un aire de absoluto aburrimiento. Sus manos descansaban sobre su abdomen, y sus ojos, aunque fijos en las vigas de madera oscura que formaban el techo, no mostraban interés en lo que veía. El silencio reinaba en la habitación, un silencio que ella había aprendido a disfrutar, pues, aunque no lo admitiera abiertamente, el trabajo de un líder era agotador. Oda Nobunaga, aunque solo una niña, ya entendía que había logrado algo que muchos jamás alcanzarían en toda su vida: había conseguido un aliado crucial para la expansión del Clan Oda. Nagao Kagetora, líder del Clan Uesugi, había aceptado su oferta de alianza, y el nombre de Nobunaga pronto resonaría en los cielos, un emblema de poder y conquista. Pero por ahora, nada de eso parecía importante. En su mente, todo lo que deseaba era que el tiempo pasara más rápido, que los días se alargaran para poder planificar lo siguiente en su camino hacia la grandeza. De repente, la puerta corrediza de la habitación se abrió, interrumpiendo sus pensamientos. Una niña de dos años mayor que ella, con el cabello naranja cayendo en su espalda y unos ojos azules brillantes como zafiros, apareció en el umbral. Su rostro estaba marcado por una mezcla de curiosidad y confusión al ver a Nobunaga en esa posición, inmóvil en el suelo como si fuera una niña común. "¿Qué haces?" preguntó Kaguya Yamai, con voz suave pero cargada de desconcierto. No estaba acostumbrada a ver a Nobunaga en ese estado. Kaguya, aunque en un principio una ciudadana común, había sido tomada en la guerra cuando su familia pereció en el campo de batalla de Oda Nobuhide y Saito Dosan. Junto a su hermana gemela, Yuzuru, fue llevada prisionera y, como muchos otros niños de la guerra, se convirtió en un "botín" para el clan. Desde entonces, Kaguya y su hermana habían vivido al servicio de Nobunaga. A diferencia de otros prisioneros de guerra, las hermanas Yamai fueron instruidas en los caminos del servicio y la lealtad, y especialmente en el futuro que Nobunaga. Kaguya, sintiendo una creciente inquietud, dio un paso más hacia Nobunaga. "No actúas como siempre," dijo, frunciendo el ceño. "Normalmente, tienes todo bajo control. Pero… hoy, no te pareces a ti misma." Su voz estaba llena de confusión, como si no supiera cómo expresar lo que sentía. "¿Te pasa algo, Nobunaga-sama?" Nobunaga giró lentamente su cabeza hacia Kaguya, su mirada aún penetrante, pero con un matiz de cansancio en ella. Se mantuvo en silencio por un momento, mirando a Kaguya con una leve sonrisa. "¿Quién sabe?" respondió con una ligera indiferencia en su tono, como si esa pregunta no tuviera una respuesta clara. Kaguya, al notar esa extraña distancia en Nobunaga, no pudo evitar mencionar lo que había estado pesando en su mente durante los últimos días. "Es la ausencia de Senji-dono, ¿verdad?" Kaguya no necesitaba decir mucho más; la atmósfera del clan había cambiado desde que él se fue, y Nobunaga, tan unida a él, ya no era la misma sin él cerca. "La tensión es palpable. Algo falta en el aire." Nobunaga respiró hondo, su expresión volviendo a tomar uno malhumorada. "Tienes razón," admitió. "Senji no estará con nosotros hasta el comienzo del próximo año. Durante ese tiempo, Nagao Kagetora debe consolidar su puesto como líder del Clan Uesugi." Su tono se endureció ligeramente, como si estuviera recuperando algo de su acostumbrada firmeza. Ciudad Joetsu Un tiempo después, exactamente una semana y tres días. La campaña militar liderada por Nagao Kagetora avanzaba con determinación hacia la otra parte de la ciudad, donde se encontraba el Castillo Takada, ahora hogar de su hermano mayor, Harukage. La razón del viaje no era otra que derrocar al actual líder del Clan Uesugi, tras un período de intenso entrenamiento en el que Nagao se había preparado arduamente junto a Senji Muramasa. Durante siete días, ambos lucharon sin descanso, afinando cada técnica y perfeccionando cada movimiento. Luego de dos días de recuperación, al tercer día de la semana, emprendieron la marcha a caballo, acompañados por quinientos samuráis leales. Nagao cabalgaba al frente, con una sonrisa de triunfo, y a su lado, Senji Muramasa, cuya mirada afilada observaba el horizonte con calma mientras conversaba con la joven líder. “¡Ha sido increíble tenerte como compañero de entrenamiento! ¡He mejorado mis habilidades muchísimo, especialmente con mi naginata!” exclamó Nagao, dibujando una amplia sonrisa, radiante de satisfacción. Senji inclinó la cabeza en un gesto de respeto, sus ojos de luna reflejando serenidad. “Es un honor ser de ayuda, Nagao-sama.” Nagao soltó una ligera risa, una expresión de alegría que no solía mostrar con facilidad. “¿De verdad no consideras servir bajo mi mando en lugar de quedarte con Nobunaga?” bromeó, aunque en el fondo había un dejo de deseo en su pregunta. Era una pena que Oda Nobunaga no hubiese cedido completamente a Senji Muramasa; Nagao tuvo que aceptar la condición de su aliado. Así que, en los tres meses restantes del año, aprovecharía al máximo la presencia del chico de ojos de luna antes de que regresara al servicio de Nobunaga. Al llegar a los alrededores del Castillo Takada, se toparon con una fuerza militar opositora, lista para bloquear el avance de Nagao. Los vasallos de Harukage se habían reunido apresuradamente para defender el territorio, y desde la distancia, una lluvia de flechas oscureció el cielo, dirigiéndose hacia la campaña de Kagetora. Nagao sintió un escalofrío de emoción recorrer su cuerpo. Sus ojos se llenaron de una intensidad salvaje, una locura contenida que parecía haberse liberado de golpe. “¡Jajaja! ¡Serán los primeros en ver cuánto he mejorado gracias a mis entrenamientos con Senji!” exclamó con una euforia que rozaba lo enfermizo. Con un grito de guerra, Nagao alzó su naginata, brillante y resplandeciente bajo la luz del día, y la balanceó con una fuerza descomunal. El movimiento generó una ventisca poderosa que desvió la lluvia de flechas, haciendo que cayeran inofensivamente al suelo. Otra andanada de flechas se aproximó casi de inmediato, pero Nagao, con una precisión impecable y fuerza extraordinaria, ejecutó un segundo golpe, generando otra ráfaga de viento que dispersó las flechas como si fueran hojas secas. “Esto será aburrido si solo se atreven a atacar desde la distancia,” murmuró con desdén, clavando su mirada en el ejército enemigo al otro lado del campo. Senji permanecía a su lado, su rostro impasible. No tenía nada que hacer por el momento; sabía que este era el espectáculo personal de Nagao. El ejército detrás de ellos se mantenía firme, esperando órdenes, pero Nagao ya les había dado instrucciones claras: ella quería lucirse, demostrar su poder antes de que cualquier otro interviniera. Nagao avanzó un par de pasos, girando su naginata con maestría, dejando un rastro de viento cortante a su alrededor. “¡Van a morir!” gritó, su voz resonando como un trueno, clara y desafiante. ““¡Enfréntenme como los samuráis que son, estúpidos! ¡Hoy, el Clan Uesugi conocerá a su verdadero líder!” Senji observó la escena con ojos serenos, sin perder detalle. Los vasallos de Harukage, enfurecidos y dispuestos a proteger a su señor, avanzaron en oleadas hacia Nagao Kagetora. Las armas brillaban bajo el sol mientras una avalancha de espadas y lanzas se cernía sobre ella, gritando con determinación. Era una visión que haría temblar a cualquier guerrero común: enfrentarse a cientos de samuráis con nada más que su propia naginata. Pero para Nagao Kagetora, esto no era una batalla, sino un juego. "¿Es esto todo lo que tienen?" exclamó con una risa ensordecedora, sus ojos resplandeciendo con una mezcla de locura y éxtasis. Con movimientos fluidos y precisos, giró su naginata, creando un torbellino de viento cortante a su alrededor. Cada barrido del arma despedazaba las defensas enemigas, dejando a su paso cuerpos desmoronándose como hojas caídas en otoño. Los gritos de dolor se mezclaban con el sonido del metal al chocar, y la sangre salpicaba el suelo, pintándolo de rojo oscuro. Un samurái, lleno de valentía o quizás de desesperación, se lanzó hacia ella con un grito de guerra. La hoja de su katana descendió en un arco perfecto, pero antes de que alcanzara su objetivo, Nagao esquivó con una gracia felina y le cortó la cabeza de un solo golpe, haciendo que su casco rodara por el suelo. El cuerpo, inerte, cayó segundos después. "¡Vamos, más! ¡No me hagan esperar!" gritó Nagao, su voz repleta de burla y rabia contenida. La expresión de diversión en su rostro se volvía más oscura con cada enemigo que caía. Los samuráis de Harukage dudaron, tropezando entre sí mientras se daban cuenta de la magnitud de lo que enfrentaban. Algunos retrocedieron, el miedo comenzando a invadir sus corazones al ver cómo aquella mujer, que se suponía era su enemiga, los estaba aniquilando como si fueran meros insectos. “¿Acaso Harukage ha enviado a sus hombres más débiles? ¡Mírenlos, temblando como si ya estuvieran muertos!” Nagao gritó con desprecio mientras blandía su naginata, salpicada de sangre. Senji Muramasa, a unos pasos detrás de ella, observaba la carnicería con una expresión fría y calculadora. Sabía que no necesitaba intervenir. Esta era la danza sangrienta de Nagao, y ella estaba disfrutando cada momento. Los soldados bajo el mando de Kagetora también permanecían inmóviles, observando en silencio, conscientes de que su líder no necesitaba ayuda. Con un giro final, Nagao dio un salto hacia adelante, clavando la punta de su naginata en el suelo y creando una onda de choque que derribó a varios enemigos a su alrededor. Los que aún estaban de pie vacilaron, el terror reflejado en sus rostros. “¡No tienen escapatoria! ¡Hoy será su fin!” proclamó, levantando su naginata al cielo, como si desafiara a los mismos dioses. . . . El terreno se había convertido en un campo de muerte. La hierba verde ahora estaba empapada de sangre, y el olor metálico de la batalla impregnaba el aire. Casi doscientos cuerpos yacían desparramados como muñecos rotos, sus rostros congelados en expresiones de horror y sorpresa. Aquellos que aún se mantenían con vida miraban con incredulidad a Nagao Kagetora, quien permanecía erguida, su naginata goteando sangre mientras ella respiraba profundamente, con una sonrisa salvaje curvando sus labios. "¿De verdad siguen pensando que tienen una oportunidad?" preguntó Nagao, con un tono burlón y casi maternal, como si estuviera hablando a niños tercos. Dio un par de pasos hacia adelante, aplastando bajo sus pies la armadura destrozada de uno de los caídos. "Veo miedo en sus ojos, pero también esa chispa de terquedad que no les permite retirarse." Un grupo de samuráis más jóvenes, probablemente recién ascendidos al servicio de Harukage, apretaron sus mandíbulas y ajustaron sus empuñaduras. El líder del grupo, un hombre de mediana edad con cicatrices en el rostro; dio un paso al frente y levantó su espada, señalándola. "¡No serás la heredera de nuestro clan mientras nosotros tengamos aliento en el cuerpo!" gritó con rabia, sus compañeros alzando sus espadas al unísono en un intento desesperado de elevar la moral. "¡Somos samuráis del Clan Uesugi! ¡No caemos ante una niña, por muy habilidosa que sea!" Nagao lanzó una carcajada que resonó como un trueno en el campo de batalla. "Una niña, ¿dices?" murmuró, sus ojos brillando con un destello peligroso. "Muy bien, entonces dejaré que pruebes tu suerte contra esta 'niña'. Pero te aseguro que este será tu último aliento." Con un movimiento rápido y ágil, Nagao giró su naginata sobre su cabeza, creando un remolino de viento que hizo retroceder a los más cercanos. Antes de que pudieran reaccionar, ya estaba sobre ellos. La hoja de su naginata se movió como un rayo, cortando a través de la armadura del primer samurái, partiéndolo en dos con una precisión aterradora. La sangre salpicó su rostro, pero Nagao no se inmutó; en lugar de eso, sonrió con más intensidad. Los demás se lanzaron hacia ella, pero sus ataques fueron torpes y desesperados, producto del miedo. Nagao esquivó fácilmente, sus movimientos eran una danza mortal que combinaba fuerza y gracia. Con cada giro de su arma, caían más y más hombres, sus cuerpos desmoronándose al instante. El líder del grupo intentó aprovechar la distracción y atacó desde un ángulo ciego, lanzando un corte directo a la espalda de Nagao. Pero ella, anticipando el golpe, se dio vuelta en un parpadeo y bloqueó el ataque con la parte trasera de su naginata, sus ojos fijos en los suyos. "Tuviste agallas al intentarlo," susurró ella, casi en tono de aprobación, antes de clavar la punta de su naginata en su abdomen y levantarlo en el aire como si fuera un trofeo. "Pero también fuiste un tonto al pensar que podrías derrotarme." Con un movimiento brusco, arrojó su cuerpo a un lado, dejando un rastro de sangre en el aire. Los pocos samuráis que aún quedaban de pie miraron la escena con terror. La terquedad que los había mantenido luchando se desmoronó por completo ante la visión de su líder derrotado tan fácilmente. "Si alguno de ustedes desea continuar, estaré encantada de seguir este juego," declaró Nagao, alzando su naginata y apuntándola hacia los pocos sobrevivientes. "Pero sepan esto: no me detendré hasta que el último de ustedes caiga o se arrodille ante su verdadero líder." El silencio cayó sobre el campo de batalla. Los samuráis, con la mirada perdida, dejaron caer sus armas una a una. No era cobardía, sino la aceptación de la realidad: no había victoria posible contra la furia de Nagao Kagetora, quien, a sus catorce años, se había convertido en un monstruo temido por su propio clan. Senji Muramasa observó en silencio, con los brazos cruzados, un ligero destello de admiración en sus ojos. La brutalidad y el talento de Nagao eran algo excepcional. "Nagao-sama," murmuró con calma, dando un paso al frente. "Parece que su diversión ha terminado." Nagao, con una respiración agitada y el rostro salpicado de sangre, asintió, bajando lentamente su arma. "Sí, Senji... Pero esto es solo el principio. Ahora vamos por Harukage." Con esa declaración, dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el Castillo Takada, mientras los pocos samuráis sobrevivientes se apartaban, abriendo el camino para la verdadera heredera del Clan Uesugi. Castillo Takada El camino hacia el Castillo Takada estaba envuelto en un silencio tenso, interrumpido solo por el sonido de las pisadas de los samuráis que acompañaban a Nagao Kagetora. Los guerreros que defendían el castillo se aglomeraron cerca de la entrada, observando con rostros pálidos al joven que lideraba al grupo. Desde la distancia, solo veían a un ‘chico’ de largo cabello blanco con manchas negras, empapado de sangre seca y tierra. Sus ojos, de un verde pálido como el hielo de invierno, brillaban con una intensidad que enviaba escalofríos a la columna vertebral de cada guardia allí presente. Muchos de ellos intercambiaron miradas de confusión y miedo. ¿Quién era este joven? Sus ropas y su porte eran inusuales para un samurái común, y la forma en que caminaba, con una calma absoluta, solo aumentaba la presión en sus pechos, como si el aire se volviera más pesado. Algunos de los samuráis más jóvenes comenzaron a susurrar, intentando encontrar valor entre ellos. "¿Será... acaso el heredero de otro clan?" murmuró uno de los guardias, su voz temblorosa. "No lo sé," respondió otro, apretando la empuñadura de su espada. "Pero mira sus ojos... no hay duda de que es peligroso." La indecisión reinaba entre ellos. Era una elección desagradable: defender el castillo y arriesgarse a morir de forma miserable, o permitirle el ingreso y enfrentar la ira de su líder, Harukage. Sin embargo, la sensación de muerte inminente que emanaba del joven hizo que tomaran la decisión rápidamente. Valoraban más su vida que la lealtad al líder del Clan Uesugi, Harukage. Los samuráis, uno a uno, comenzaron a bajar sus armas, haciendo un pequeño pasillo para el joven de cabello blanco. Sus cabezas se inclinaron ligeramente, en señal de respeto o quizá de temor. No se movieron de sus posiciones mientras veían cómo el joven avanzaba solo hacia el interior del castillo, dejando a los quinientos samuráis que lo seguían esperando pacientemente en el patio. Mientras caminaba, uno de los samuráis más veteranos observó al joven de cerca, intentando discernir algún detalle que le diera pistas sobre su identidad. Se inclinó ligeramente hacia su compañero y susurró: "Es extraño... su semblante es feroz, pero... hay algo delicado en su rostro. Como si fuera..." "¿Como si fuera qué?" lo interrumpió su compañero. El veterano hizo una pausa, sus ojos entrecerrados. "Como si fuera una chica." El otro samurái soltó una risa nerviosa. "No bromees, ¿quién enviaría a una chica para liderar una campaña militar como esta?" "Sea quien sea," murmuró el veterano, "prefiero no descubrirlo. Solo sé que si ese chico —o chica— decide enfrentarse a nosotros, no tendremos oportunidad." Nagao Kagetora, ajena a sus conversaciones, avanzó con determinación, ignorando las miradas y los susurros. Para ella, no importaba cómo la percibieran. Solo tenía un objetivo: encontrarse cara a cara con su hermano, Harukage, y reclamar lo que le pertenecía por derecho. Al llegar a las puertas del salón principal, empujó con fuerza ambas hojas, haciendo que se abrieran de par en par con un estruendo. Los pocos sirvientes y guardias dentro del salón retrocedieron, sorprendidos por la fuerza de quien, a primera vista, parecía un joven. "¡Harukage!" exclamó Nagao, su voz resonando con autoridad. "Tu tiempo como líder del Clan Uesugi ha terminado." Un murmullo de asombro se extendió por la sala. Los presentes intercambiaron miradas incrédulas. ¿Quién era este joven que osaba desafiar al líder del clan con tal audacia? Harukage, sentado en su lugar elevado, observó con ojos entrecerrados al recién llegado. Frunció el ceño al ver la figura del ‘joven’, con su naginata goteando sangre y sus ropas manchadas de batalla. "¿Nagao?" preguntó Harukage con una mezcla de desprecio y curiosidad. "Y, ¿por qué crees que puedes venir aquí y hacer exigencias como si fueras mi igual?" Nagao sonrió con arrogancia, girando su naginata una vez más y apuntando directamente a Harukage. "Soy tu pesadilla," respondió con frialdad, "y ahora mismo, tu puesto de líder será tomado por mis manos." Un suspiro colectivo recorrió la sala, seguido por un silencio absoluto. El desconcierto era palpable. Harukage se levantó de su asiento, con una expresión que oscilaba entre el desconcierto y la furia. "Mi hermano menor tiene el descaro de desafiarme por el liderazgo... ¿Tú, que aún no has probado el peso de la responsabilidad, crees estar listo para llevar el estandarte del Clan Uesugi?" Nagao Kagetora esbozó una sonrisa peligrosa, sus ojos verdes brillando con un destello helado. Giró su naginata con un movimiento elegante, dejando que la luz de las antorchas se reflejara en la hoja manchada de sangre. "¿Desafiarte? No veo esto como un desafío, sino como una afirmación. El río de sangre que dejé tras de mí debería ser suficiente para abrirte los ojos, Harukage. El nuevo líder del Clan Uesugi ya está aquí, y eres tú quien no ha sabido verlo." Los murmullos de los presentes se apagaron de inmediato, como si una mano invisible hubiera ahogado todo sonido en la sala. La tensión en el aire era palpable; el ambiente se cargó con la promesa de un inminente estallido de violencia, como el momento justo antes de que una tormenta desate su furia. Harukage extendió una mano hacia uno de sus sirvientes, quien, con manos temblorosas, le entregó una katana envainada. El sirviente retrocedió de inmediato, inclinándose mientras se alejaba apresuradamente, consciente de que la batalla que estaba por iniciar superaba cualquier enfrentamiento que hubiese presenciado antes. Harukage desenfundó la katana, dejando que la hoja reflejara la luz de las antorchas. El sonido metálico resonó en el salón, un preludio a la violencia que se desataría en los próximos segundos. "Nagao," escupió el nombre con desdén, "parece que he sido demasiado indulgente contigo. Has perdido el juicio si crees que puedes vencerme aquí, en mi propio salón." Nagao Kagetora no respondió de inmediato. En cambio, adoptó una postura relajada, sosteniendo la naginata con una sola mano, como si el peso del arma fuera insignificante. Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios. "Indulgente... No, Harukage. Solo has sido ciego a la verdad. Hoy, te demostraré por qué el liderazgo del Clan Uesugi nunca te perteneció." Sin más palabras, ambos se lanzaron el uno contra el otro. Harukage atacó primero, su katana trazando un arco descendente dirigido al cuello de Nagao. La velocidad de su ataque era formidable, pero Nagao lo desvió con un movimiento rápido de su naginata, desviando la hoja con tal precisión que las chispas volaron en el aire. Harukage retrocedió un paso, sorprendido por la facilidad con la que su golpe había sido bloqueado. No tuvo tiempo para reaccionar antes de que Nagao contraatacara, la hoja de la naginata cortando el aire con un silbido agudo. Harukage apenas logró alzar su katana a tiempo para bloquear el ataque, pero la fuerza detrás del golpe lo hizo tambalearse hacia atrás. "¿Es todo lo que tienes?" se burló Nagao, avanzando con una serie de golpes rápidos, cada movimiento encadenado con una fluidez impresionante. La naginata giraba y cortaba en distintas direcciones, forzando a Harukage a retroceder mientras bloqueaba frenéticamente. El sonido del acero chocando resonó por toda la sala. Los sirvientes y guardias observaban la batalla con ojos abiertos de par en par, incapaces de apartar la mirada. Jamás habían visto un enfrentamiento como este: Harukage, conocido por su destreza con la espada, parecía ser superado en todos los aspectos por el joven de cabello blanco. Harukage apretó los dientes, lanzando un grito de furia mientras arremetía con una estocada rápida hacia el torso de Nagao. Sin embargo, Nagao giró su cuerpo con gracia, esquivando el ataque por milímetros y contraatacando con un barrido bajo de su naginata. La hoja rozó el suelo antes de impactar en el costado de Harukage, quien apenas logró dar un salto hacia atrás para evitar un corte profundo. Un hilo de sangre apareció en su kimono, señal de que el golpe había sido más que un simple roce. Harukage miró la herida, con incredulidad pintada en su rostro. "Imposible... No puede ser que tú, un crío, me pongas en desventaja." "Te equivocas," respondió Nagao con voz gélida. "No soy un crío, y nunca lo fui. Soy el verdadero heredero del Clan Uesugi, y esta es tu última oportunidad de entenderlo." Con un grito salvaje, Harukage cargó hacia adelante, blandiendo su katana con ambas manos. El suelo tembló bajo sus pies mientras lanzaba una serie de golpes rápidos y poderosos. Las hojas brillaban, creando destellos que cegaban a los observadores momentáneamente. Pero Nagao, con una calma inhumana, bloqueó cada golpe, sus movimientos precisos y eficientes, como si pudiera predecir cada ataque antes de que ocurriera. Finalmente, cuando Harukage intentó un tajo descendente, Nagao lo detuvo con su naginata, las dos armas entrelazadas en un punto muerto. Los ojos de ambos se encontraron, una batalla silenciosa de voluntades mientras empujaba con todas sus fuerzas. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. Pero entonces, Nagao cambió su expresión. Sus labios se curvaron en una sonrisa segura, y con un movimiento rápido, deslizó su naginata hacia abajo, rompiendo el equilibrio de Harukage. Antes de que pudiera reaccionar, Nagao dio un giro elegante y lanzó una patada directa al estómago de Harukage, enviándolo al suelo con un golpe sordo. Harukage cayó de espaldas, jadeando por aire. La katana resbaló de sus manos, cayendo a un lado. Cuando intentó levantarse, la hoja de la naginata ya estaba apuntando directamente a su garganta. Nagao lo miró desde arriba, la respiración tranquila y la mirada fría como el hielo. "El liderazgo del Clan Uesugi," declaró con voz firme, "nunca estuvo destinado para alguien tan débil como tú, Harukage." El silencio que siguió fue absoluto. Los guardias y sirvientes observaban con incredulidad, incapaces de procesar lo que acababan de presenciar. Harukage, el líder del clan, yacía derrotado a los pies de quien había creído su hermano menor. El salón estaba en silencio, los sirvientes y guardias observaban sin atreverse a moverse o siquiera respirar fuerte. La tensión en el aire era palpable, como si el tiempo se hubiera detenido a la espera de la decisión final. Nagao levantó lentamente la naginata, alejándola del cuello de Harukage, pero no para ofrecerle misericordia. En su lugar, apuntó con la hoja hacia el suelo frente a él, como si estuviera preparando el escenario para lo que venía. "Tienes dos opciones," continuó Nagao, su voz baja pero clara, resonando en la sala como un trueno lejano. "Puedes recuperar lo poco que queda de tu honor y cometer harakiri aquí mismo. Te permitiré una muerte digna." Harukage la miró, con sus ojos llenos de incredulidad y miedo. "¿Y la otra opción?" preguntó, aunque en el fondo ya sabía la respuesta. Nagao no vaciló. Sus ojos, fríos como el acero de su naginata, no mostraban ni un rastro de compasión. "La otra opción es que yo misma termine con tu vida. Aquí y ahora, frente a nuestros hombres. Y tu nombre será recordado como el del líder que cayó ante su propio hermano menor, incapaz de aceptar la verdad." Harukage tragó saliva, su rostro una máscara de desesperación y vergüenza. La katana que había soltado estaba a solo unos centímetros de su mano, pero el peso de la elección que debía hacer era aplastante. Intentó mirar a los rostros de los presentes, buscando algún indicio de apoyo, pero solo encontró expresiones sombrías y miradas evitadas. Nadie levantaría un dedo para salvarlo. Nagao dejó escapar un suspiro, como si estuviera perdiendo la paciencia. "Decide ahora, Harukage. No tengo tiempo para tus vacilaciones. ¿Te quitarás la vida como un verdadero samurái, o morirás como un cobarde a manos de tu propia sangre?" El silencio fue roto solo por el temblor de la respiración de Harukage. Con manos temblorosas, alcanzó la katana en el suelo, sus dedos aferrándose a la empuñadura como si fuera su última esperanza de dignidad. "Cometer harakiri…" murmuró, su voz apenas un susurro. "Es la única forma de salvar mi honor…" Nagao asintió con una leve inclinación de cabeza, retrocediendo un paso para darle espacio. "Entonces hazlo," ordenó, sin un rastro de compasión en su tono. "Y que tu muerte sirva como recordatorio para cualquiera que cuestione mi liderazgo." Harukage miró la hoja de su katana, el reflejo de su rostro pálido y sudoroso mirándolo de vuelta. Respiró hondo, cerrando los ojos mientras alzaba la espada, preparándose para el acto final. "Espera." La voz de Nagao cortó el aire como una hoja afilada. Harukage abrió los ojos, mirándola con desconcierto. Nagao había dado un paso al frente, clavando la punta de su naginata en el suelo a su lado. "No será suficiente," dijo con frialdad. "Yo seré tu kaishakunin." Harukage quedó sin palabras. Que Nagao asumiera el rol de su ejecutora era una humillación final, pero también un acto de control absoluto sobre su destino. Temblando, asintió en silencio, incapaz de decir nada más. Nagao levantó la naginata, sosteniéndola con ambas manos. "Hazlo," ordenó. Con lágrimas corriendo por su rostro, Harukage inclinó la katana hacia su abdomen. Cerró los ojos una última vez, respirando profundamente. Luego, con un grito ahogado de dolor, hundió la hoja en su vientre. El sonido desgarrador del metal cortando carne llenó el salón, seguido por un breve suspiro de alivio. En ese instante, Nagao movió la naginata con la precisión de un verdugo, decapitando a Harukage en un solo golpe limpio. La cabeza rodó por el suelo, y el cuerpo cayó hacia adelante, inerte. Nagao bajó su arma, limpiando la sangre de la hoja con un paño antes de envainarla. Luego se giró hacia los presentes, su rostro sereno y sin emociones, como si nada de esto hubiera sido más que un trámite necesario. "Que todos lo vean y lo recuerden," declaró con voz firme. "Desde hoy, yo soy el líder del Clan Uesugi. Y cualquiera que desafíe mi autoridad enfrentará el mismo destino." Los sirvientes y guardias, aún atónitos, se arrodillaron en silencio, aceptando la nueva realidad que acababa de ser sellada con sangre. Nagao Kagetora caminó con pasos firmes hacia la salida del salón, dejando atrás el cadáver de su hermano y una escena teñida de sangre. Sus hombres, leales e imperturbables, la siguieron sin hacer preguntas. No había necesidad de órdenes; los sirvientes y guerreros de Harukage comprendían lo que debían hacer: limpiar el desastre, eliminar cualquier rastro de la batalla fratricida, y aceptar la realidad de un nuevo liderazgo. La noche cayó mientras los hombres de Harukage permanecían en el salón, lavando el suelo manchado con agua y sal, y llevándose los restos de su antiguo amo. Las antorchas iluminaban el ambiente, pero el aire estaba pesado con un silencio solemne, roto solo por el susurro de sus movimientos y el golpear de la lluvia que había comenzado poco después del duelo. Era como si los cielos mismos lloraran por el destino de Harukage, derramando lágrimas sobre la tierra en un lamento por su caída. Nagao regresó al Castillo Kasugayama con la noche completamente asentada. La lluvia, incesante, empapaba las calles y el sendero hacia el castillo, creando riachuelos que fluían por los caminos empedrados. Las puertas del castillo se abrieron ante ella, y las figuras de los guardias se inclinaban con respeto, mojados hasta los huesos pero sin atreverse a buscar refugio hasta que ella estuviera a salvo bajo el techo. El sonido de sus sandalias resonaba sobre el suelo de piedra mientras entraba, dejando tras de sí un rastro de agua que goteaba de su capa empapada. Esa noche, Nagao no durmió. Pasó horas en su cámara, observando la lluvia golpear las ventanas de papel, su mente afilada como la hoja de su naginata, planeando el futuro del Clan Uesugi bajo su mando. El silencio del castillo era perturbado solo por el retumbar lejano de los truenos, como el eco de la batalla que acababa de librar. Al amanecer, la lluvia no había cesado. Un manto gris cubría los cielos, envolviendo la región de Kasugayama en una penumbra melancólica. Los hombres del clan, los sirvientes y los generales se reunieron en el salón principal del castillo para presenciar la ceremonia de cambio de nombre. Era un evento esperado por todos, pero la lluvia, implacable y continua, parecía ser un mal presagio para algunos. Nagao Kagetora avanzó hacia el centro del salón, vestida con un kimono ceremonial negro, adornado con el emblema del Clan Uesugi en blanco puro. Sus largos cabellos, empapados por la lluvia, caían pesados sobre sus hombros, pero no mostraba signos de fatiga. Sus ojos eran como el acero, fríos y decididos, mientras miraba a los rostros de los presentes, cada uno de ellos reconociendo su autoridad indiscutible. Un anciano monje, encargado de llevar a cabo el ritual, dio un paso al frente. "Hoy, en este día marcado por la lluvia, la misma naturaleza parece compartir nuestro luto y la transición del liderazgo. Pero también es un día de renacimiento," proclamó, su voz resonando en el salón. "Nagao Kagetora, quien ha demostrado su derecho por la fuerza y la estrategia, renuncia a su nombre y toma el de nuestro linaje. Desde este momento, serás conocida como Uesugi Masatora, líder indiscutible del Clan Uesugi." El murmullo de los presentes llenó el salón mientras el monje colocaba un pergamino sagrado ante ella. Nagao, ahora Masatora, lo tomó con ambas manos, levantándolo por encima de su cabeza como símbolo de aceptación. La lluvia golpeó con más fuerza el techo del castillo, creando un sonido ensordecedor que hizo que todos contuvieran la respiración. "Mi nombre es Uesugi Masatora," declaró ella, su voz cortando el aire como un rayo. "Y bajo este nombre, llevaré al Clan Uesugi hacia una nueva era de gloria y poder. Los que me sigan, prosperarán. Los que me desafíen, caerán." Los generales y vasallos se inclinaron profundamente, reconociendo su nuevo nombre y el poder que ahora ostentaba. Ninguno se atrevió a cuestionar su autoridad, pues la sangre derramada de Harukage aún estaba fresca en sus memorias. Masatora bajó el pergamino, girándose hacia la lluvia que golpeaba las puertas del salón. "Que la lluvia sea el testigo de este renacimiento," murmuró para sí misma, apenas audible para aquellos que estaban más cerca. "Y que el Clan Uesugi florezca como nunca antes bajo mi mandato." La ceremonia terminó de forma silenciosa, con la figura de Masatora de pie frente a todos, mientras la tormenta continuaba, como un eco de la lucha interna que había quedado atrás. Había un cambio en el aire, una sensación de cierre, y al mismo tiempo, de un nuevo comienzo. Historia Paralela: Ambición El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de colores cálidos, mientras el sonido del choque de acero resonaba dentro del dojo del Castillo Kasugayama. En ese espacio dedicado al entrenamiento de samuráis, las paredes de madera absorbían el eco de los movimientos, y el suelo de tatami crujía ligeramente con cada paso. Nagao Kagetora, hábil con su naginata, se enfrentaba a Senji Muramasa, quien deslizaba su katana con una precisión mortal. Ambos combatían con una intensidad que mostraba no solo su destreza en combate, sino también sus espíritus indomables. Nagao, con su naginata en mano, lanzaba ataques rápidos y certeros. La larga hoja cortaba el aire con facilidad, buscando los puntos débiles de su oponente. Cada movimiento era una extensión de su voluntad, controlando el flujo de la batalla con la destreza adquirida por años de experiencia. Senji, por su parte, se movía con una calma inquietante, su katana cortando el aire con agilidad, anticipando cada ataque de su oponente. A pesar de la rapidez de Nagao, Senji parecía estar siempre un paso adelante, su espada deslizándose en cada bloqueo y contraataque con una elegancia peligrosa. Cada corte que hacía con su katana reflejaba una precisión letal, como si estuviera danzando con la muerte misma. La batalla continuó, el sonido de los metales chocando y resonando por todo el dojo, hasta que, finalmente, ambos dieron un paso atrás, respirando pesadamente, pero sin mostrar signos de rendirse. Senji secó el sudor de su frente mientras observaba a Nagao, quien sonreía con una mezcla de respeto y satisfacción. "Vaya... enserio eres tan bueno", dijo Nagao, bajando su naginata y mirando a Senji con una mirada evaluadora. "Tienes una destreza impresionante. Digno de convertirte en mi rival." Senji, también recuperando el aliento, guardó su katana con calma. "Tú no eres un oponente cualquiera. Tu habilidad con la naginata es formidable." Ambos tomaron un breve descanso, respirando profundamente mientras el sonido de la batalla se desvanecía lentamente, y la luz del atardecer se filtraba por las ventanas del dojo. Nagao, intrigado, observó a Senji con más atención. "Puedes decirme que busca, Nobunaga.” Senji no dudó en su respuesta. Con una mirada serena, dijo: "La unificación de Japón." Nagao levantó una ceja, sorprendida por la claridad con la que Senji había respondido. Por un momento, las palabras quedaron flotando en el aire, como si el viento mismo se hubiera detenido dentro del dojo. "La unificación de Japón..." repitió Nagao, con un brillo de interés en sus ojos. "Eso... eso suena como un futuro muy... ambicioso." Senji asintió lentamente. "Tan ambicioso que no quería perderte como aliada para ese objetivo." Nagao se cruzó de brazos, su mente procesando la idea. La ambición de Nobunaga resonaba en ella de una manera que no había anticipado. Unificar Japón... Un país fracturado por luchas y caos, siendo transformado en una sola nación fuerte. ¿Podría realmente ser posible? "Interesante...", murmuró Nagao, su voz llena de emoción contenida. "Unificar Japón, ¿eh? Eso cambiaría todo. Me pregunto cómo sería ese futuro. No es un sueño pequeño, Senji." Senji sonrió ligeramente, su mirada fija en el horizonte que se alcanzaba a ver desde las ventanas del dojo. "Será divertido ver cómo se desarrolla. Lo único que puedo asegurar es que no será fácil. Pero eso es lo que lo hace interesante." Nagao asintió, sintiendo una extraña emoción arder dentro de ella. Un futuro lleno de desafíos y oportunidades, y tal vez, en ese camino, un lugar para ella también. La idea de la unificación de Japón le despertó una chispa de emoción que había estado dormida durante mucho tiempo. "Divertido, ¿eh?" dijo Nagao, con una sonrisa en los labios. "Me has dado algo en qué pensar, Senji. Tal vez este futuro, el de la unificación, sea exactamente lo que el país necesita." Ambos se quedaron allí, en silencio, dejando que la brisa fresca del atardecer acariciara sus rostros. Mientras el sol se ponía, la idea de un Japón unido comenzaba a cobrar vida, impulsada por los deseos de Nobunaga y los aliados que, como Senji, creían en ese futuro.
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