Ojos de Reloj
                                                    14 de septiembre de 2025, 0:01
                                            
                Puerta Exterior Número: 3345, Sede Central de Thousand Eyes
La tenue luz de la tarde se filtraba por los paneles de papel de la habitación. Un aroma suave a jazmín flotaba en el aire, mezclado con el ligero vapor del té humeante que descansaba frente a dos figuras sentadas una frente a la otra.
Shiroyasha, ataviada con su habitual kimono negro de detalles celeste y expresión juguetona, dejaba entrever una sonrisa ladina al observar al hombre frente a ella: un yokai de reputación temida, pero que ahora lucía tranquilo, casi mundano.
"Tan relajado como siempre," murmuró ella mientras sorbía su té. "¿Por qué no me hablas de ese parche otra vez?"
Sengo —o, mejor dicho, el Señor Demonio Rey Oni— se mantuvo en silencio unos segundos. El parche negro que cubría su ojo izquierdo parecía absorber la luz a su alrededor, como si protegiera un secreto demasiado peligroso para el mundo.
"¿Otra vez con eso?" resopló, girando la taza con su mano derecha. "Tú sabes bien de dónde proviene."
"Solo quiero asegurarme de que no estás ignorando las consecuencias, especialmente con ella," dijo Shiroyasha en voz baja, bajando la mirada al cuaderno de informes donde se leía un solo nombre: "Alicia".
Sengo se quedó en silencio. Luego asintió con gravedad.
"Ese ojo... no es algo que debiera existir. No pertenece a los principios naturales de Little Garden. Lo robé... de Cronos, el dios del tiempo."
Shiroyasha entrecerró los ojos, interesada.
"Y, aun así, tus dos hijas mayores también lo tienen. Shiro y Kurumi nacieron con uno propio."
"Sí... pero esa es otra historia," dijo Sengo con voz apagada. "Fueron creados por ellas mismas. En el mismo día que hice un ritual de sacrificio que terminó cobrando la vida de inocentes."
"El ritual que te condenó como enemigo del mundo," susurró Shiroyasha, su tono perdiendo toda jovialidad.
"Exacto. Cien mil vidas humanas. Todas ofrecidas en sacrificio... todo para alterar las leyes de crear vida. Kurumi era la única que debía nacer con cuerpo físico en ese proceso. Pero Shiro... Shiro es otra historia. Una identidad separada, una división incompleta de Kurumi. Como la luna reflejada en un lago."
"¿Entonces Shiro es como una sombra viva?"
"Una sombra con voluntad propia. Nacida de la misma esencia... y fragmentada en dos voluntades opuestas."
El silencio se alargó por varios segundos. Luego Shiroyasha apuntó directamente al centro de la conversación:
"¿Y Alicia?"
"Ella... no posee un ojo de reloj propio. Porque por naturaleza, ese Ojo no puede nacer de forma pura. Ni los dioses del tiempo lo tienen."
"¿Entonces por qué dijiste que podía manifestarlo?"
Sengo desvió la mirada. Por primera vez en siglos, mostró duda.
"Porque si ella lo desea lo suficiente, si lo necesita con urgencia... puede tomar el mío."
Shiroyasha apretó los labios.
"¿Y qué te pasaría si lo hiciera?"
"Moriría lentamente. El ojo de reloj es parte de mi alma. Si ella lo arranca de mí y lo usa, corromperá mi flujo vital, me quebrará desde dentro. Pero no la detendría. Su naturaleza híbrida... su linaje maldito de vampira y oni... la haría compatible."
"Una heredera sin límites..."
"Una heredera que puede matarme," terminó Sengo, con una pequeña sonrisa amarga.
Shiroyasha se quedó en silencio, mirando la taza vacía entre sus manos.
"¿Le dirás la verdad?"
"Cuando llegue el momento. Si el mundo decide cazarla como lo hizo conmigo... entonces ella tendrá que elegir. Si ese día llega, quiero que sea su decisión, no la mía."
Ambos permanecieron sentados en silencio. Afuera, las campanas lejanas marcaban el cambio de hora en la Puerta #3345.
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Alicia colgaba sus pies sentada sobre el cojín, mirando con cierta curiosidad a sus dos hermanas sentadas frente a ella. Las tres compartían el mismo aspecto: niñas de no más de diez años, con ojos brillantes y expresiones juguetonas... al menos en apariencia.
Shiro, de cabellos blancos atados en dos coletas perfectamente simétricas, daba pequeños sorbos a su vaso de jugo de naranja. Kurumi, con sus largas coletas negras y su aire burlón habitual, se servía un segundo plato de arroz mientras giraba el palillo entre sus dedos.
Ambas llevaban un parche blanco cubriendo su ojo izquierdo, idéntico en forma y posición, ocultando aquello que provocaba temor incluso entre los Dioses.
Alicia observó aquello con detenimiento, frunciendo ligeramente el ceño.
"¿Puedo hacerles una pregunta?" dijo, con tono curioso.
Kurumi alzó una ceja, divertida.
"¿Una de esas preguntas profundas otra vez?"
"Tal vez," respondió Alicia con una sonrisa tímida. "Solo que... siempre las veo ocultando su ojo de reloj. Igual que papá... ¿Por qué lo ocultan?"
Shiro bajó su taza con lentitud. Kurumi dejó el palillo a un lado.
"Bueno," respondió Shiro sin rodeos. "Es mejor que la gente no los vea. Atrae problemas."
"Pero... ¿cómo consiguieron algo así?" preguntó Alicia, ahora más interesada. "¿Nacieron con él?"
Kurumi se estiró con pereza.
"Más o menos," respondió, jugueteando con su cuchara. "Nacimos de una anomalía. No deberíamos existir como lo hacemos."
Alicia ladeó la cabeza.
"¿Anomalía?"
Shiro fue quien explicó, con su tono calmo y directo:
"Papá realizó un ritual. Uno prohibido. Usó a miles de humanos como sacrificio para crear una vida de forma antinatural. Pero algo salió mal... o quizás salió demasiado bien. La energía se dividió. Kurumi nació... y yo también. Dos almas, una esencia compartida."
Kurumi sonrió con melancolía.
"Y los ojos... simplemente aparecieron. Como un reflejo de ese error. De ese... pecado."
Alicia abrió los ojos con sorpresa.
"¿Entonces... no fueron un don?"
"No," dijo Shiro, con tono firme. "Fueron la manifestación de un poder robado. Una aberración. Hermosa, sí... pero condenada."
Kurumi dio una vuelta a su taza entre los dedos.
"Por eso cubrimos nuestros ojos cuando estamos en lugares tranquilos como este. No queremos causar conmoción. Recordaran vívidamente el infierno del pasado que causamos."
Alicia bajó la mirada, jugando con la orilla de su kimono.
"Entonces... si algún día tengo uno también... ¿significaría que...?"
"No, pequeña," la interrumpió Kurumi, con una sonrisa suave y protectora. "Eres diferente. Tú naciste de amor, no de sacrificio. Tu ojo no existe... porque no debe existir. Pero si lo tomas, será una elección. Una que nadie más podrá hacer por ti."
Shiro asintió con una mirada más seria de lo habitual.
"Y esa elección tendría un precio. Muy alto."
El silencio cayó por un momento. La brisa movió levemente las cortinas de la ventana, y los rayos del sol parecieron bailar sobre la mesa.
Alicia levantó la mirada, sonriendo levemente.
"Entonces... no quiero tenerlo todavía. Me gusta estar así. Con ustedes."
Kurumi rió con dulzura.
"Ya habrá tiempo para volverte una amenaza mundial. Pero no hoy, hermanita."
Shiro simplemente suspiró.
"Papá se desmayaría si supiera lo tranquila que estás siendo."
Y las tres soltaron una pequeña risa, compartiendo ese raro momento de paz... como simples hermanas, sin títulos, sin poderes, sin cargas.
Solo niñas. Al menos, por ahora.
Extra: Punto de Retorno
[Futuro]
Llamas.
Ruinas consumidas por el fuego.
El cielo teñido de rojo sangre mientras truenos retumbaban como rugidos de bestias celestiales.
Y en medio del caos...
Una niña de largo cabello blanco y ojos carmesí, cubierta de heridas menores y ceniza, temblaba.
Sus brazos envolvían con desesperación el cuerpo inmóvil de una mujer de rubia melena rizada, aún cálida, aún reciente...
Leticia Draculea. Su madre.
"No..." susurró Alicia. "Mamá... no puedes dejarme... por favor..."
El aire olía a humo, sangre... y magia rota.
El Señor Demonio de la Muerte y la Destrucción, la entidad que su madre había enfrentado para proteger a los demás, aún flotaba a lo lejos. No se había desvanecido. La victoria de Leticia no había sido completa. Solo había sido... sacrificio.
"¡No puede terminar así!" gritó Alicia, apretando los dientes. "¡No lo aceptaré!"
Su cuerpo comenzó a brillar.
Su ojo izquierdo, cubierto por su cabello blanco, se levantó con una ráfaga de viento.
Un Ojo de Reloj plateado emergió con violencia.
No era suyo. Lo había tomado.
Las manecillas giraban sin control, deformando el espacio alrededor.
"Te devolveré la vida..."
"Te salvaré, mamá."
Con el corazón roto, Alicia activó el poder del tiempo robado...
... y el mundo se desgarró.
[Regreso al Pasado. Minutos antes de la tragedia]
Leticia se preparaba para partir. Su expresión serena ocultaba la decisión de quien había salvado incontables veces.
Una figura dorada y elegante, que caminaba con determinación hacia su muerte.
Pero no llegó a dar el paso final.
"¡Mamá!" una voz se alzó, temblorosa.
Leticia se giró justo a tiempo para ver a Alicia, corriendo, desesperada.La abrazó con fuerza, aferrándose a ella como si su existencia dependiera de ese instante.
"Alicia... ¿qué sucede?"
"No vayas... ¡por favor no vayas!" rogó ella. "Hay otra forma. ¡No tienes que enfrentarlo sola!"
Leticia cerró los ojos un instante, triste.
"Hija mía... si yo no lo hago, otros morirán."
"¡Entonces busquemos otra solución! ¡Algo... cualquier cosa que no termine contigo muerta!"
Una nueva presencia apareció.
Un hombre de rostro sereno, cabello blanco, cuernos rojos y negro, un ojo rojo y el otro ocultado por un parche negro. Vestía un kimono azul oscuro, sobrio y elegante, complementado por un haori negro de gran tamaño que usaba como capa, adornado en la espalda con un único kanji bordado en blanco: 恶, significado de Maldad.
Sengo. El Señor Demonio Rey Oni.
"Leticia..."
Ella lo miró en silencio. Asintió, como si entendiera que debía darle espacio.
Sengo se arrodilló frente a Alicia, observándola con ojos calmados. Su mirada descendió hacia su ojo izquierdo...
...ahora brillando con un tenue resplandor plateado.
"Usaste mi poder."
Alicia no podía contener las lágrimas.
"Era lo único que tenía. ¡Un poder que podía cambiarlo todo! ¡No quería... no quería vivir en un mundo donde mamá ya no está!"
Sengo bajó la cabeza. Un silencio pesado cayó entre los dos.
"Lo entiendo," susurró él al fin. "El deseo de salvar a alguien puede romper cualquier ley."
"¿Entonces... me dejarás detenerla?"
"No," dijo, con suavidad. "No es tu deber detenerla... es el mío."
Alicia lo miró, confundida.
"Pero... dijiste que no debía cambiar el flujo natural..."
"Y aún lo creo. Pero, incluso un Señor Demonio como yo tiene cosas que no puede ignorar."
Sengo se levantó, mirando a Leticia a la distancia. Luego volvió la mirada a su hija.
"Escúchame bien, Alicia. Eres mi hija. Llevas la sangre de un Oni y de una Vampira Pura Sangre. Tu existencia ya es una anomalía... así que tu voluntad es más fuerte que el destino."
Acarició su cabeza con ternura.
"Esta vez... el destino será lo que tú quieras proteger."
Alicia se quedó sin palabras.
Leticia se acercó. Su mirada confundida y su intuición le indicaban que algo extraño había ocurrido.
Sengo la miró, y por primera vez en mil años, sonrió con sinceridad.
"Déjamelo a mí, Leticia."
Ella dudó. No por debilidad, sino por amor.
"¿Estás seguro?"
"No voy a permitir que esta vez muera."
Y así, el flujo del destino se rompió.
No por maldad, ni por ambición. Sino por el amor de una hija... y la decisión de un hombre condenado a cargar una maldición eterna.
                
                
                    