ID de la obra: 804

Hermanas

Het
G
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1
Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 39 páginas, 10.236 palabras, 5 capítulos
Descripción:
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Ritual Prohibido

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One-Shot: Ritual Prohibido En un lugar desconocido… Una vasta ciudad oculta, hogar de más de cien mil almas. Humanos, semibestias, youkai y monstruos convivían en armonía, protegidos por la lejanía de la civilización y la ausencia de conflictos. Era un refugio silencioso del caos del mundo. O al menos… eso creían. En lo alto de una montaña, sobre un filo rocoso que se alzaba como una cuchilla tallada por los dioses, una figura permanecía de pie. El viento soplaba con fuerza, agitando su cabello blanco desordenado como si intentara arrancarle los pensamientos. Sus ojos rojos, afilados como cuchillas de obsidiana, contemplaban la ciudad con una calma anormal… como un demonio a punto de reclamar lo que es suyo. Dos cuernos, de rojo y negro, coronaban su frente: la marca de su herencia oni. No era un dios. Tampoco un salvador. Era un hombre con una determinación terrible. Sengo —aún no conocido como el Señor Demonio Rey Oni— descendía lentamente, su figura avanzando hacia el corazón de la ciudad. Para los habitantes, era solo un viajero más. Un rostro nuevo. Un nombre desconocido. Pero para él… aquella ciudad era el altar. Un lugar ideal para su propósito: el ritual prohibido. Cuando llegó al centro, justo donde la energía espiritual del terreno era más densa, una voz resonó dentro de su mente. Suave. Femenina. Cargada de dolor y anhelo. “Papá… ¿estás seguro de hacer esto?” Kurumi. La sombra que vivía atrapada en su alma. Una existencia fantasma. Un ser que no debería haber nacido, pero que, aun así, existía. Sengo cerró los ojos por un instante. Su voz no titubeó. “Sí. Voy a activar el ritual… y sacrificaré las cien mil vidas necesarias para crear una vida antinatural. Haré lo que sea necesario para que tú nazcas con un cuerpo físico. No me importa ser marcado. No me importa que el mundo me llame monstruo. Te lo prometí, Kurumi. Y voy a cumplirlo.” Silencio. Luego, la voz de Kurumi tembló. Llena de culpa, pero también de deseo. “Papá… yo… sé que esto está mal… pero también… quiero vivir. Quiero caminar. Sentir. Respirar. Quiero existir, no como una sombra atrapada dentro de ti… sino como alguien real.” Sengo apretó los puños mientras el suelo bajo él comenzaba a vibrar suavemente. Las marcas del ritual, creándose en ese instante, empezaban a brillar con una luz carmesí. “Entonces, prepárate, Kurumi… porque lo que viene… cambiará el mundo para siempre.” ────── ✦ ────── • La ciudad vibraba con vida. Niños humanos corrían entre los callejones de piedra, riendo mientras perseguían una pelota hecha de trapo. Mujeres charlaban junto a las fuentes, compartiendo rumores y risas. Hombres robustos transportaban cajas y barriles entre los mercados. Semibestias y monstruos jugaban a las cartas en las esquinas, lanzando monedas sobre las mesas improvisadas, entre bufidos y carcajadas. Incluso los yokai más antiguos disfrutaban del té bajo las sombras de los árboles, con ojos entornados y expresiones de paz. Era un día como cualquier otro. Hasta que el suelo comenzó a brillar. Primero fue un destello débil, rojo oscuro, imperceptible a simple vista. Pero en cuestión de segundos, ese tenue fulgor se volvió un resplandor enfermizo, expandiéndose bajo los pies de todos los presentes. Los habitantes comenzaron a mirar con desconcierto el suelo. Unos gritaron. Otros intentaron correr. Demasiado tarde. El círculo ritual, terminando por formarse, se había activado. Símbolos arcaicos surgieron de la tierra como cicatrices abiertas. Se conectaban entre sí en líneas serpenteantes que rodeaban cada casa, cada calle, cada rincón. Y entonces… Cayeron. Sin una palabra. Sin un grito. Uno a uno, los cuerpos se desplomaron. Como si sus almas hubiesen sido arrancadas de un tirón. El silencio fue absoluto. ────── ✦ ────── • En el corazón de la ciudad, donde todo convergía, una gigantesca esfera de energía comenzó a formarse. Brillaba como un sol oscuro. Giraba lentamente, palpitando como un corazón aún no nacido. Sengo, de pie frente al epicentro, observaba la escena sin pestañear. Su expresión era de piedra. Ni culpa. Ni remordimiento. Solo una voluntad inquebrantable. Cien mil vidas… todas reducidas a una sola. Una sola esencia. Una vida. “Kurumi… está por nacer,” murmuró, su voz apenas un suspiro arrastrado por el viento. “Finalmente… lo lograré.” A su alrededor, los cuerpos comenzaban a desintegrarse, flotando en motas de luz, absorbidas por la esfera que crecía con cada segundo. Una forma femenina comenzaba a perfilarse dentro de ella. Una silueta infantil, latente, aún sin rostro. Pero entonces… algo lo invadió. Un pensamiento. Una tentación. Una cicatriz nunca cerrada. La maldición de Gaia que no le permitía morir. Pero no lo hacía inmortal como se suele imaginar. Cuando moría, no se regeneraba su cuerpo. No resucitaba. Simplemente, el tiempo se rebobinaba, retrocediendo unos minutos, justo antes del momento fatal. Su cuerpo, arrastrado a través del flujo temporal, retornaba a un pasado inmediato donde su muerte no había ocurrido. Un punto de retorno constante. Un bucle condenado a evitar su fin. Una prisión disfrazada de inmortalidad. Sengo avanzó lentamente. Su mano se extendió hacia la esfera. Y entonces la contaminó. No por maldad. No por arrogancia. Por desesperación. Su maldición —la que le otorgó Gaia— se infiltró en la esfera, fundiéndose con la energía de las cien mil almas sacrificadas. No debió hacerlo. Ráfagas negras y plateadas estallaron como truenos contenidos. La esfera comenzó a temblar. La figura en su interior se estremeció. Y luego… Crack Una fisura invisible la atravesó. Una división. Una ruptura. La esencia de Kurumi, ya casi terminada… se fragmentó. Dos corazones latieron al mismo tiempo dentro del mismo molde. Dos almas. Una misma esencia. Voluntades opuestas. El ritual ya no podía detenerse. La energía se disparó en todas direcciones. La esfera se expandió… y luego explotó en una onda de luz ciega. Cuando el resplandor se desvaneció, dos niñas yacían en el centro del círculo. Una de cabello negro, dos coletas desiguales emulando las manecillas de un reloj, el ojo derecho de rojo y el ojo izquierdo con algo antinatural. Dorado con números romanos y manecillas marcando a las 3 en punto. La otra con cabello blanco, dos coletas simétricas, el ojo derecho de rojo y el ojo izquierdo igual de antinatural de un azul gélido con números romanos y manecillas marcando igualmente a las 3 en punto. Sengo observó en silencio. Una ceja temblaba. No era parte del plan. No estaba destinado a pasar. Pero ya era tarde. Lo que Kurumi y Shiro algún día creerían —que su existencia se dividió por una anomalía del ritual— era solo una parte de la verdad. La otra parte, la verdadera causa, era la maldición que Sengo llevaba en su alma. Una maldición que, en su desesperación por liberarse, contamino el ritual y creó una segunda hija no planeada. ────── ✦ ────── • Castillo del Rey Oni Yamato, Puerta Exterior Número: 2976 El cielo estaba despejado, con apenas unas nubes flotando como pinceladas tenues sobre el lienzo azul. La brisa del mediodía hacía danzar suavemente las hojas de los arces rojos que rodeaban el viejo castillo, hogar ancestral de la línea Oni. Sobre el puente de madera que cruzaba un estanque repleto de lotos en flor, Sengo caminaba en silencio. Sus pasos eran lentos. Casi ceremoniales. A cada lado, dos pequeñas manos se aferraban a las suyas. Kurumi, ahora con un cuerpo físico y propio, caminaba dando saltitos de emoción. Su risa resonaba entre los árboles como una campana encantadora. Cada salto suyo hacía que el brazo de Sengo se levantara por la fuerza del entusiasmo infantil. Sus ojos brillaban con una inocencia que nunca antes había tenido. Por fin era real. Por fin podía correr, sentir, vivir… fuera de una prisión espiritual. A su lado opuesto, Shiro caminaba en silencio. Su rostro tranquilo y su mirada serena contrastaban por completo con su hermana. No parecía molesta, ni incómoda. Solo... distante. Como si observara el mundo con ojos que ya lo habían visto todo. Ambas eran como el reflejo de una misma luna en aguas distintas. Kurumi llevaba un vestido verde pálido con detalles florales, su largo cabello negro suelto flotaba tras ella como una estela. Shiro vestía un vestido celeste claro, sencillo pero pulcro, su cabello blanco como la nieve descendía por su espalda hasta la cintura. Sengo los miraba de reojo, sintiendo un nudo en el pecho que no era fácil de deshacer. “Tan diferentes… y, sin embargo, ambas son mis hijas.” “Una nacida por promesa… y otra nacida por error…” Kurumi tiró de su brazo con más fuerza. “¡Papá! ¿¡Viste eso!? ¡Una carpa saltó del agua!” Sengo sonrió levemente. “Sí, la vi.” Shiro miró hacia el agua también, sin decir nada. Su rostro no reflejaba sorpresa, pero sus dedos apretaron con más firmeza la mano de su padre. Como si ese simple contacto fuera suficiente para anclarla al presente. Los tres siguieron caminando bajo la suave luz del sol. A lo lejos, el canto de los cuervos resonó entre los árboles. Kurumi hablaba sin parar. Shiro escuchaba en silencio. Sengo… simplemente caminaba con ambas. Y por un instante fugaz, ese demonio maldito… se permitió sentirse en paz. ────── ✦ ────── • Habían pasado varios días desde que Sengo compartía su tiempo con Kurumi y Shiro. Paseos, comidas tranquilas, noches estrelladas, momento de diversión. Pero todo llega a su fin. Esa mañana, el cielo estaba nublado, cubierto por una neblina tenue que se deslizaba entre los cerezos del jardín interior. Sengo se agachó frente a sus hijas en la entrada principal del castillo, con una bolsa de viaje ligera sobre su hombro. “Volveré pronto,” dijo, mientras desordenaba con cariño los cabellos de ambas. Kurumi, de brazos cruzados, giró los ojos. “Siempre dices eso. Ya estoy acostumbrada a tus desapariciones. Eres como el viento, papá. Nunca te quedas quieto.” Sengo sonrió. “Tú viviste demasiado tiempo en mí… sabes cómo soy.” “Aún así, tráeme algo dulce,” murmuró Kurumi, dándole la espalda con una sonrisa apenas visible. Shiro, en cambio, lo observaba en silencio. Con su vestido celeste y su expresión calmada, parecía casi parte del paisaje. “Te esperaremos,” dijo simplemente. Sus palabras eran pocas, pero cargadas de sinceridad. Sengo se inclinó y besó sus frentes, una a una. “Las amo.” Y con eso… partió. ────── ✦ ────── • Había caminado durante horas, siguiendo senderos que no existían en mapas. La tierra se volvió árida, la brisa más densa. Como si el mundo supiera a dónde se dirigía… y qué lo esperaba. Cuando cruzó una colina, una figura lo interceptó. Una lanza cortó el aire. La esquivó con facilidad, sin siquiera mostrar sorpresa. “Hm. ¿Ataque sin advertencia?” murmuró Sengo con desinterés. Frente a él, un hombre de armadura brillante apuntaba con su arma. Su rostro era joven, pero sus ojos reflejaban odio contenido. “¡Sengo! ¡Demonio maldito! Has sido condenado por el Alto Consejo de Little Garden. ¡Eres un enemigo del mundo!” Sengo entrecerró los ojos, sin moverse. “¿Ah, ya se enteraron?” “¡Cien mil vidas! ¡Cien mil almas sacrificadas por un solo capricho! ¡Tu crimen no tiene perdón!” El viento sopló con violencia entre ambos. Sengo bajó la mirada, sus dedos rozando el mango de su katana. Pero no la desenvainó. “No fue un capricho,” dijo en voz baja. “¡Calla! ¡Invocaste un ritual prohibido! ¡Mataste inocentes sin piedad! ¡Tu existencia es una maldición para este mundo!” Un silencio pesado se extendió. Solo el murmullo del viento y el eco de las palabras lo llenaban todo. Sengo dio un paso al frente. “Entonces dime… ¿quién decide qué vidas merecen sacrificarse… y cuáles no?” “¡No tergiverses lo que hiciste!” “No busco redención,” continuó Sengo con tono firme, ahora más oscuro. “Ni siquiera me interesa el perdón. Lo hice sabiendo que sería condenado. Lo volvería a hacer… porque de ese pecado, nacieron mis hijas.” El guerrero retrocedió, dudando por primera vez. Sengo levantó la cabeza. Sus ojos rojos brillaron como una llama infernal. “¿Vas a matarme o solo gritarás mis crímenes?” El silencio se volvió amenaza. El combate parecía inevitable.
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