Demasiado Cariño Familiar
                                                    14 de septiembre de 2025, 0:01
                                            
                
One-Shot: Demasiado Cariño Familiar
Castillo del Rey Oni — Ala Este, Jardín Interior.
El murmullo de un arroyo cruzaba entre piedras pulidas y flores silvestres, llenando de paz la tarde. Alicia, de diez años, removía sus pies descalzos en el agua clara mientras intentaba concentrarse en atrapar una libélula. A su lado, Shiro leía un libro con tranquilidad, completamente ajena al mundo exterior.
“Dijeron que hoy vendría papá, ¿verdad?” preguntó Alicia, sin apartar los ojos del insecto.
“Dijeron eso,” respondió Shiro sin levantar la vista. “Aunque… vendrá diferente.”
Justo entonces, la puerta corrediza del pasillo se abrió con un crujido sutil.
Alicia giró la cabeza y casi deja caer la red de bambú que sostenía.
Un niño, de cabello blanco despeinado, pequeños cuernos triangulares en la frente, y un gran parche negro cubriendo su ojo izquierdo, caminaba hacia ellas. El ojo derecho visible era de color rojo. Vestía un kimono simple y caminaba descalzo por el tatami.
“¿Pa...pá?” balbuceó Alicia, desconcertada.
El niño no respondió. Solo levantó la mano con una leve inclinación de cabeza.
Antes de que Alicia pudiera reaccionar, una figura roja salió disparada como un proyectil.
“¡Papaaaaá~!” gritó Kurumi, envuelta en un kimono de diseño floral, su cabello negro en dos coletas asimétricas. Saltó directamente hacia el “niño”, abrazándolo con fuerza… y sin titubeos, lo besó en los labios.
“¡¿Q-QUÉ HACES?!” gritó Alicia, tirando la red al estanque y poniéndose de pie de golpe, su rostro rojo como un tomate.
Kurumi, sin dejar de abrazar al pequeño Sengo, giró el rostro hacia ella con una expresión inocente… y una sonrisa venenosa.
“¿Qué pasa, hermanita? Al final de todo, no compartimos sangre. Nuestro “papá” es solo eso por título. Mi nacimiento fue… digamos que no fue natural. Tampoco el de Shiro. No veo nada de malo en mostrarle cariño. ¿O tú sí?”
Alicia abrió la boca y la cerró. No sabía si gritar, llorar o maldecir.
“¡Pero eso fue un beso en la boca! ¡¡En la bocaaaa!! ¡Eres su hija!”
“¿Y tú no le has dado un beso alguna vez?” respondió Kurumi, arqueando una ceja, despegándose lentamente de Sengo con un último y sonoro chuic.
Sengo no había dicho nada. Su ojo aburrido seguía igual que siempre, como si esto no fuera nada nuevo para él. Se sentó en una roca cerca del estanque, rascándose la mejilla con pereza.
“...Ha pasado un largo tiempo y las reacciones siguen siendo las mismas,” murmuró.
“Papá…” Alicia lo fulminó con la mirada. “¿¡Puedes decirle que eso está mal!?”
Sengo la miró de reojo, con un leve suspiro.
“Estoy demasiado viejo para entender qué está bien y qué está mal. Además… no tengo energía para regañar a Kurumi. Nunca funciona.”
Kurumi sonrió orgullosa, abrazándose a su brazo como una amante posesiva.
“¿Ves? Papá me ama como soy.”
Shiro, desde la sombra de un árbol, sin levantar la vista de su libro, comentó:
“Este tipo de escenas solo incrementan la probabilidad de inestabilidad psicológica en Alicia… 73.2%, para ser exactos.”
“¡No ayudes, Shiro-nee!”
────── ✦ ────── •
El sol comenzaba a caer sobre los tejados oscuros del castillo. El suave murmullo del agua recorriendo el estanque de peces koi llenaba el ambiente de una tranquilidad engañosa. Un par de pequeñas linternas de papel colgaban de la pérgola de madera, balanceándose apenas con el viento de la tarde.
Sobre una mesa baja de madera negra, un tablero de shogi descansaba entre dos figuras que movían sus piezas con una precisión calculada.
Sengo y Shiro no dejaba de emitir esa aura pesada y oscura que lo identificaba como pilares de la Comunidad Mal Absoluto.
“Tú siempre vas por el flanco derecho,” murmuró Shiro, mientras movía su general plateado. “¿Nostalgia por los días en que te acorralaban por ese lado?”
“No, solo me gusta que me subestimen,” respondió Sengo, tomando un peón y dejándolo caer con un clic seco. “Es entretenido hasta que se dan cuenta.”
A pocos metros, sentada sobre el tatami con las piernas al aire y los brazos estirados, Kurumi bostezaba como una gata mimada. Observaba a Alicia, que jugaba sola en el borde del estanque, arrojando migas de pan a los peces koi que abrían y cerraban la boca con ritmo mecánico.
Kurumi no necesitaba hablar. Solo sonreía, como si supiera exactamente qué tipo de conversación se estaba gestando entre su hermana y su padre.
“¿Cuánto tiempo crees que dormirá Azi esta vez?” preguntó Shiro con voz suave, moviendo un lancero a una posición ofensiva.
“Si no lo despiertan, podría ser décadas. Siglos incluso,” respondió Sengo, sin despegar la vista del tablero. “Lo necesitaba. Ya no se divertía matando. Solo mataba por costumbre.”
“Eso suena como tú,” susurró Shiro.
Sengo se detuvo un momento. Luego dejó escapar una risa seca.
“Lo sé.”
El tablero crujió suavemente cuando Shiro capturó una pieza importante.
“Siempre pienso,” dijo, ahora más seria “que cada vez que él duerme… quizás, solo quizás, esta vez sí aparezca alguien que pueda matarlo.”
“Y yo también,” respondió Sengo sin rastro de emoción.
Shiro levantó la mirada, encontrándose con el ojo rojo de su padre.
“¿Aún lo deseas?”
“Desde el día que me robaron el derecho a morir.”
Kurumi cerró los ojos sin dejar de sonreír.
“Alicia no sabe esto, ¿verdad?” dijo en voz baja. “Que papá desea morir.”
“No necesita saberlo aún,” respondió Sengo, dejando caer una pieza más con fuerza. “Quiero que disfrute su vida sin esa carga.”
“Eso dijiste de nosotras también,” rió Kurumi, cruzando una pierna sobre la otra mientras apoyaba la barbilla en la mano. “Pero nos arruinaste desde el primer beso, papá.”
“Tsk… no fui yo quien contaminó el sake mientras jugábamos shogi,” respondió Sengo, frunciendo el ceño con dureza.
“Yo confiaba en ti,” añadió Shiro, mirando fijamente a su hermana. “Y tú… nos arrastraste a esto.”
Kurumi desvió la mirada, sonriendo como si hablaran de una travesura menor.
“Por favor… ustedes no se quejaban esa noche. Especialmente tú, papá. Hasta me dijiste que era la mejor partida de shogi que habías tenido.”
Sengo dejó la copa vacía a un lado con un suspiro contenido, mientras su ojo derecho brillaba bajo la sombra.
“Estaba drogado, Kurumi.”
“Detalles,” murmuró ella, encogiéndose de hombros con una inocencia fingida.
Shiro suspiró. Luego clavó la mirada en su hermana.
“Eres la razón por la que ahora, cada vez que papá dice “confío en ustedes”, se me eriza la piel.”
Kurumi respondió con una sonrisa traviesa.
“¿Y aún así me aman? Qué familia más contradictoria.”
Sengo y Shiro bufaron al unísono… pero no negaron nada.
Shiro colocó su última pieza. Sonido de victoria.
“Gané.”
Sengo frunció el ceño, suspirando con resignación.
“Otra vez…”
“Recompensa,” exigió Shiro, ya moviéndose hacia él.
Sengo aún no se acomodaba cuando ella tomó su rostro entre las manos pequeñas y lo besó en los labios.
Pero esta vez, Shiro mordió suavemente el labio inferior de su padre, lo suficiente para arrancar una gota de sangre.
Sengo frunció el ceño.
“¿Qué fue eso?”
“Dijiste que no había límite para el premio.”
“Eso fue antes de que usaras colmillos.”
Shiro solo lamió la sangre con gesto impasible.
“Sabe a desesperación contenida.”
Kurumi rió bajito.
“Estás extra poética hoy, hermana.”
En ese instante, Alicia gritó emocionada:
“¡Papá, uno de los peces me guiñó el ojo!”
Sengo se giró de inmediato, todavía sobándose el labio.
“Claro que sí, Alicia. Dile que se comporte, ¿sí?”
Kurumi se acostó nuevamente en el suelo de madera, mirando el cielo cada vez más púrpura.
“Una paz falsa es paz al fin… ¿verdad?”
“Hasta que Azi despierte,” murmuró Shiro, tomando otra taza de té.
Sengo miró a sus dos hijas mayores. Hijas nacidas de un ritual de sacrificio hace mil años. Pero hijas, al fin y al cabo.
“Hasta que despierte,” repitió. “Entonces el mundo recordará qué significa temer otra vez.”
Pero por ahora…
El castillo del Rey Oni estaba en silencio. Las sombras aún no se movían.
Y el tiempo, como siempre, no estaba del lado de los vivos.
────── ✦ ────── •
Las pisadas resonaban con eco sordo en los corredores olvidados.
Sengo caminaba despacio, con las manos cruzadas detrás de la espalda. Su figura, aún en su forma reducida de niño, parecía encajar con la decadencia del entorno: muros agrietados, puertas carcomidas, y columnas devoradas por la hiedra. El polvo se alzaba con cada paso, flotando como ceniza en un lugar donde el tiempo se había detenido.
Alicia lo seguía en silencio, con los ojos muy abiertos. Nunca había estado en esa parte del castillo. Todo era oscuro, pero no por falta de luz… sino por la historia que se sentía pegada a cada piedra.
Pasaron bajo un arco de piedra resquebrajada.
Y entonces llegaron.
Un salón inmenso se abría ante ellos, cubierto de escombros, cristales rotos y cuadros caídos de los muros. Los marcos estaban vacíos. Solo quedaban astillas y manchas oxidadas donde alguna vez colgaron retratos.
Al fondo del salón, sobre una tarima resquebrajada, se alzaba un trono destruido.
No roto. No caído.
Destruido con violencia.
Cortado en dos. Quemado. Astillado.
Como si alguien hubiese querido borrar su existencia con odio.
Alicia dio un par de pasos, maravillada por el tamaño de la sala. Pero pronto, su curiosidad fue más fuerte que la reverencia.
“Papá… ¿qué es este lugar?”
Sengo no respondió de inmediato.
Su único ojo visible, rojo y sin brillo, miraba con esa expresión suya tan difícil de descifrar. Ni ira. Ni tristeza. Ni nostalgia.
Solo un vacío cansado.
“Este es el castillo donde nací,” dijo finalmente. “Ese trono… era el lugar de mi padre.”
Alicia parpadeó.
“¿T-tu padre?”
Sengo asintió levemente.
“Daba órdenes desde allí. A mí. A mis hermanos. A su corte.”
“¿Hermanos?” la niña frunció el ceño, confundida. “¿Tienes… familia, papá?”
“Tuve,” respondió sin dudar, sin suavizar la verdad. “Ya no.”
Alicia se quedó callada.
No sabía qué preguntar primero.
Sengo avanzó un par de pasos, quedando frente al trono.
Miró el respaldo partido. La madera ennegrecida. Las marcas de garras y cortes.
“Mi relación con ellos se fracturó,” dijo, con la voz tranquila… pero helada. “Después de que maté a nuestro padre.”
El silencio cayó como una losa.
Alicia tragó saliva. Se acercó un poco más, nerviosa.
“¿Por qué… lo mataste?”
Sengo ladeó la cabeza. No como alguien reflexionando… sino como alguien que ya lo había aceptado hace siglos.
“Porque me pidió que eligiera entre ser su arma… o su enemigo.”
Levantó la vista, contemplando el vacío del trono destruido.
“Elegí lo segundo.”
Alicia lo miraba desde abajo, temblando un poco.
“¿Y tu madre?”
“Muerta,” respondió, sin titubeos. “Desde que era un niño. No la recuerdo bien. Solo su voz.”
“Oh…”
Alicia no sabía si decir lo siento servía de algo.
Porque Sengo no parecía necesitar consuelo.
Solo… vivía con ello.
“¿Y por qué, papá, nunca hablas de ellos?” preguntó al final, recogiendo el valor. “De tus hermanos… de tu pasado.”
Sengo la miró de reojo.
Sus ojos aburridos, cansados de siglos, no mostraban odio.
Solo el peso de alguien que ya no tenía razones para explicar nada.
“Porque no quiero que sigas mis pasos. Si lo haces… terminarás como yo.”
La niña lo observó.
Supo que su padre no necesitaba abrazos.
Supo también… que a veces, la familia no eran solo los vivos.
Eran también los que elegías dejar atrás.
Extra: Visión
El suave crujido de las mantas marcaba el ritmo del sueño.
En una habitación del ala sur del castillo, un gran futón servía de refugio para tres figuras que dormían juntas, abrazadas por el silencio de la madrugada.
Sengo, aún con la apariencia de un niño, yacía en el centro del futón. Su respiración era pausada. El brazo izquierdo lo tenía atrapado bajo el cuerpo de Kurumi, que lo abrazaba como un perezoso mimado, su mejilla presionada contra su pecho, completamente dormida. Shiro dormía al otro lado, más recatada, pero con una mano apenas rozando la suya bajo la manta.
El parche negro ocultaba su ojo izquierdo.
Pero algo palpitó debajo.
Y en la calma de su inconsciencia… el Ojo de Reloj se activó.
Un latido.
Una imagen.
Una visión.
────── ✦ ────── •
El crujido de ramas secas marcaba el ritmo de una caminata solitaria entre los senderos nevados.
Los arbustos se mecían al paso de una figura imponente, vestida con un haori negro de amplio vuelo. En su espalda, bordado en blanco, se distinguía el ideograma 「恶」: Maldad. No era una advertencia. Era una declaración.
Vestía una camiseta negra sin mangas, ajustada al torso, donde se delineaba sin pudor un cuerpo esculpido por siglos de combate. A la cintura, una gruesa soga roja se entrelazaba con firmeza, sujetando una falda de cuero endurecido que caía hasta los muslos, superpuesta a un pantalón negro holgado que no entorpecía el movimiento. En los pies, llevaba sandalias reforzadas, sujetas con canilleras metálicas decoradas con detalles carmesí, emulando tobilleras de combate que parecían resonar con cada paso que daba sobre la nieve.
Su cabello blanco se mecía por el viento frio mientras los copos de nieve lo cubrían sin fundirse. Sobre su hombro, un wagasa rojo le protegía de la nevada persistente.
Pero lo que más destacaba eran los cuernos: dos delgados y curvos, la mitad en negro y la otra teñida de rojo sangre.
El mismo rojo que brillaba en su único ojo visible.
El otro, oculto bajo un parche oscuro.
Alzó su mano derecha, y con un simple gesto, un dango apareció mágicamente en sus dedos. Lo observó por un segundo, luego le dio una mordida con calma.
“En serio… nunca imaginé que purificar mi alma de la corrupción de Angra Mainyu me tomaría tanto tiempo,” dijo con una voz tranquila, llena de ironía.
Desde la nada, la respuesta llegó con una carcajada áspera.
“Te purificaste hace siglos. No entiendo por qué sigues hablando de eso.”
A su lado, avanzando entre la nieve como si fuera parte del paisaje, caminaba Azi Dahaka. El infame dragón de tres cabezas, su cuerpo bípedo recubierto de escamas blancas. Los seis ojos, rojos como brasas, observaban con picardía.
El Oni no se detuvo. Masticaba con lentitud mientras la nieve crujía bajo sus pies.
“Me afectó… más de lo que creí. Era un herrero,” recordó con una sonrisa torcida. “Luego me convirtieron en un [Pseudo-Servant]... terminé reencarnando con el alma corrompida por Angra Mainyu. Y ahora… mírame. Aquí estoy. Convirtiéndome en un auténtico villano, a punto de matar a miles de personas que no me hicieron nada.”
Hizo una pausa, mirando hacia el cielo cubierto.
“Pero...”
“...Es divertido, ¿verdad?” completó Azi Dahaka, con sus tres voces al unísono y una sonrisa desquiciada.
El ojo de Sengo brilló con fuerza. Una chispa de emoción genuina lo atravesó.
“¡Maldita sea, sí! Es jodidamente divertido. ¡Mi sangre hierve! ¡Esta guerra es como una forja hirviente! ¡Y yo estoy justo donde quiero estar!”
Las tres cabezas del dragón rieron con intensidad. Sus colmillos, enormes y afilados, reflejaban la luz fantasmal del cielo invernal.
Ambos se detuvieron por un instante.
El Oni giró ligeramente la cabeza, su par de cuernos oscuros resaltando contra la nieve.
“Algún día, un Héroe vendrá.”
Azi Dahaka no respondió de inmediato. Pero sus ojos brillaban igual que los de su amigo.
“Sí. Ojalá venga pronto. Ojalá sea digno.”
Sengo rió por lo bajo, dejando caer el palillo del dango vacío en la nieve.
“Hasta entonces… sigamos haciendo de Little Garden un infierno. Para que cuando ese héroe llegue... tenga un motivo real para enfrentarnos.”
Ambos avanzaron.
En la capa roja que arrastraba el dragón, también se bordaba el símbolo 「恶」. No era simple decoración.
Era una bandera.
Y así, las dos figuras desaparecieron en medio de la nevada… dejando tras de sí huellas que ningún viento podría borrar.
────── ✦ ────── •
Sengo se removió en el futón. El Ojo de Reloj volvió a cerrarse bajo el parche, ocultando su brillo.
Kurumi murmuró algo en sueños. Shiro apenas se movió.
Y el silencio volvió.
Pero en el fondo de su conciencia, esa imagen persistía.
El Héroe aún no había llegado.
Pero cuando lo hiciera…
Él estaría listo.
                
                
                    