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Por primera vez abres los ojos y te das solo 18 segundos para mirar a tu alrededor... Sobre ti se alzan edificios que se estiran sin fin hacia el cielo, columnas centelleantes que, con su mera presencia, reclaman importancia. Los rascacielos te rodean como gigantes vanidosos, indiferentes a tu existencia. Están demasiado ocupados presumiendo de quién ha rozado más las nubes, compitiendo por ver cuál refleja con más fuerza la luz del sol en su vientre de cristal. Abajo, sin embargo, todo es mucho más prosaico. El paisaje es familiar para cualquiera que viva en una ciudad. Te encuentras en el centro de un gran cruce, donde las franjas blancas y negras se entrelazan en un patrón simple, que recuerda las teclas de un piano o una manada infinita de cebras salvajes. Apenas terminas de observar, el estruendo de la gran ciudad se te viene encima —rápido y despiadado. Las luces de los semáforos ciegan tus ojos por un instante. A tu alrededor brota una multitud de gente apurada, yendo y viniendo, volviendo otra vez. Son tantos que no sabes a quién seguir ni en qué dirección avanzar. En esa prisa, sus rostros se desdibujan hasta volverse un caleidoscopio de figuras borrosas. Y podrías simplemente esperar... pero no. El ritmo del movimiento crece, y los transeúntes casi te empujan, te arrastran consigo, como si ese fuera el único camino posible, el único correcto. Y tú, atrapado en ese caos, no sabes si resistirte o dejarte llevar. Los roces accidentales, los empujones se vuelven más insistentes, obligándote a decidir. De pronto ya caminas con todos los demás. Incluso aceleras el paso, tomando la delantera en esa carrera hacia ninguna parte. Y no parece tan terrible... hasta que en tus manos aparece una figurita de cristal — tan frágil como hermosa. Podría parecer un simple juguete, pero en ese instante no hay nada más valioso en el mundo, porque es lo único que tienes. Decides protegerla a toda costa, pero tu voluntad encuentra una resistencia igual de fuerte. Los demás se dan cuenta de que llevas algo preciado, y cada uno cree tener derecho a ver qué escondes... Y entonces, de todas partes, comienzan a llegar voces. No entiendes qué dicen, pero no importa. Porque, en un abrir y cerrar de ojos, toda la atención está puesta en ti. La cabeza te estalla por el estruendo de sonidos, te tiran de un lado a otro como a una marioneta. Tus labios se abren en un grito mudo. Por más que lo intentes, no puedes hacerlo perfecto. Y al final, inevitablemente, la figurita cae de tus manos. En un intento desesperado por arreglarlo todo, te lanzas al suelo, recogiendo los fragmentos con dedos temblorosos, tratando en vano de recomponer lo que se ha roto en mil pedazos. Las lágrimas te llenan los ojos, y pronto caen por tus mejillas —ardientes, saladas, imparables. ¿De verdad esto es el final? No puede ser... Dentro de poco despertarás — en tu cama — sin recordar de qué trataba el sueño. Solo las comisuras húmedas de tus ojos y esa punzada en el pecho durante los primeros 18 segundos serán un eco suave de lo que tu subconsciente quiso decirte.Sueño 3
22 de abril de 2025, 16:50