Lluvia
12 de septiembre de 2025, 20:47
—Deberías entrar en casa, Jim —le instó Sherlock—, te vas a resfriar.
Una llovizna no demasiado fuerte, pero si lo suficiente como para hacer que las calles permanecieran desiertas (a excepción de algún transeúnte casual que corría haciendo chapotear los grandes charcos del suelo), estaba azotando Londres.
Jim Moriarty se encontraba en mitad de la acera, frente al bloque de apartamentos de Baker Street, con las manos extendidas a los lados de su cuerpo, la cabeza echada hacia atrás y un fino abrigo largo como única protección contra la tormenta.
—Cuando estemos enterrados a dos metros bajo el suelo no podremos disfrutar de esto, ¿por qué no hacerlo ahora? —respondió el criminal.
—Siempre pensando en la muerte... —se lamentó Sherlock, negando con la cabeza.
—Cuando era más joven creía en la muerte como lo único de lo que podíamos estar seguros.
—¿Acaso ya no es así? —preguntó el detective, observando fijamente las gotas de agua escurrir sobre la cara de su pareja y en el bajo del abrigo.
—Bueno, después de que ambos fingiéramos nuestra muerte no me quedó más remedio, al menos de forma parcial —bromeó Jim, esbozando una gran sonrisa—. Además, hace tiempo que conozco una verdad más indiscutible e inamovible.
—¿Y es...?
Sin responder, el criminal dejó caer sus brazos y cabeza, y se giró rápidamente. Caminó con velocidad hacia el detective y le agarró por la muñeca, tirando hacia adelante para que la lluvia también cayera sobre él.
Sherlock no se resistió, en parte por la confianza que tenía en Jim, y en parte porque la acción le había pillado de sorpresa, sin darle tiempo a objetar.
La lluvia comenzó a empapar sus rizos negros, pegándolos sobre su frente, pero no le importaba; su atención estaba puesta en los brillantes ojos marrones del criminal.
—Te amo —susurró Moriarty, apretándose más contra él y poniéndose de puntillas para robarle un suave beso—, esa es la única verdad indiscutible.