Aunque sea un secreto
12 de septiembre de 2025, 20:47
Jim sabía que aquello no era buena idea..., pero era necesario.
Sherlock había olvidado una de las pistas más importantes del caso que tenía ahora entre manos en su casa, el día antes, cuando había ido para pasar la noche juntos, y debía estar buscándola como un loco.
Eso, precisamente esa angustia que debía estar sintiendo su pareja, es la que le había convencido de ir al Club Diógenes (el lugar donde aquella mañana le había avisado de que se encontraría para mantener una conversación con su hermano Mycroft).
Esperaba que su tendencia a evitar mostrar la cara le sirviera para pasar desapercibido, pero nada le impediría salir de allí corriendo cuando hubiera terminado su tarea.
Lo suyo con Sherlock, por el bien de ambos, debía permanecer en secreto.
Cruzó el gran portón de madera y llegó a toda prisa hasta el pasillo que daba al despacho de Mycroft. Se apretó contra la pared e intentó pasar desapercibido.
De pronto, apareció Sherlock quien, al verlo, salió corriendo a su encuentro con aspecto alarmado.
—¿¡Jim!? ¿¡Pero qué..!?
—Te has dejado estos papeles en casa, son los del señor Thornhill, pensé que los necesitarías.
Sherlock miró los papeles y de nuevo a él, antes de tomarlos en su manos.
—Te lo agradezco mucho, pero deberías salir de aquí antes de que...
—¿Moriarty?
La pareja se giró, con los ojos abiertos como platos y observaron a Mycroft en la puerta de su despacho, que les miraba con su semblante lleno de confusión.
Jim, le arrancó los papeles a Sherlock de las manos y salió corriendo hacia la salida. El detective tardó aún un par de segundos antes de asimilar lo que acababa de pasar.
—¡No te preocupes! —le gritó a su hermano, antes de iniciar la persecución tras el criminal—. ¡Yo lo atrapo!
—Actúan como si no supiera que están juntos... —susurró Mycroft negando con la cabeza.
En la calle, Sherlock había alcanzado a Jim y ahora paseaban hacia Baker Street.
—Siento si te he metido en problemas, Sherlock —se disculpó con sinceridad Moriarty, entregándole de nuevo los papeles.
—No estoy enfadado contigo —le aseguró, rodeándole con un brazo por la cintura.
—Aunque esto sea un secreto..., que te amo no lo es.
—Y aunque no fuera un secreto, el que yo te ame tampoco lo es.
En ese instante ambos se detuvieron, en mitad de la calle desierta y, como si fuera parte de una coreografía pensada, se acercaron para dejar en claro con un beso, que su amor jamás se convertiría en un secreto para el otro.