Dónde los ángeles lloran
12 de septiembre de 2025, 20:47
—Sabes que esto será difícil, ¿verdad?
Moriarty le miraba a través de la penumbra. La sala de estar de Baker Street se había convertido en un juego de sombras cuya oscuridad tan solo era rota por la débil luz de las velas.
Parecía increíble que aquella escena, que disponía al mayor criminal y el mejor detective del mundo en una misma mesa compartiendo vino y palabras de amor, se estuviera representando en la misma sala en la que habían sido recibidos las víctimas de uno y los clientes del otro.
Pero así era, porque frente a toda la oscuridad y la sangre, habían descubierto la luz en los ojos del otro. Y, con los corazones estrujados y llenos de miedo, se habían permitido jugar a un juego que les había llevado a declararse.
—Sí, lo sé —respondió por fin Sherlock, cerrando los ojos por unos segundos—. Somos enemigos.
—Sólo por los negocios —puntualizó Jim, sin dejar de mirarle.
—Enemigos por negocios.
Sus miradas volvieron a cruzarse y chispearon.
—Y pareja por elección —dijeron al unísono.
La mano de Moriarty cayó sobre la de Sherlock, que reposaba encima de la mesa.
—Esto no es un juego, Sherlock. Sé que es difícil creerme, pero te amo.
—Por una vez, te creo —respondió convencido el detective, apretándole la mano antes de llevársela a los labios y besarla—. Y te amo, James Moriarty.