Entrañas
12 de septiembre de 2025, 20:47
Por fin, después de semanas de duro trabajo, habían podido atrapar a Jules Vibart, aquel asesino que había puesto en jaque a toda la Scotland Yard a base de amenazas y muertes violentas de políticos influyentes.
Había sido un hombre muy inteligente, capaz de ocultar sus huellas entre la sangre y las sombras pero demasiado narcisista como para soportar la noticia, falsa por supuesto, de que el gran detective Sherlock Holmes abandonaba su caso por considerarlo aburrido.
Tal había sido su desesperación, que en un ataque de furia, se presentó en el departamento del mismísimo Sherlock para enfrentarlo, encontrándose así con una pistola apuntando directamente a su nuca y unas esposas cerrándose sobre sus muñecas.
Ahora, ese mismo hombre que había destruido toda su carrera criminal, se movía entre la niebla de Londres, paseando por el camino de tierra que dirigía hacia la enorme mansión. Atravesó la puerta y cruzó los pasillos y salones con impaciencia hasta que llegó frente a una gran puerta de caoba.
Sin llamar, ingresó dentro de la habitación y encontró aquello que había estado llenando sus pensamientos todo el día: James Moriarty, el criminal más peligroso del mundo y su pareja desde hacía años.
Jim levantó levemente la vista para mirarle antes de regresar su atención hacia el portátil que tenía frente a él.
—¿Habéis atrapado al viejo Vibart? —preguntó, sin dejar de teclear.
Sherlock se acercó con pasos lentos y calculados; había detectado algo muy particular la voz de su pareja…, un tono lleno de secretos que lo confundían.
—Su juicio es en dos días —respondió—. ¿Te preocupa?
Sherlock sabía que en el pasado aquel hombre había utilizado los servicios de Jim para aterrorizar la ciudad de Lyon, en su natal Francia, pero había sido ya hacía años y nunca más habían vuelto a contactarse.
—Ni lo más mínimo —respondió éste con remarcada indiferencia—. ¿Y qué tal con John?
El detective sonrió al notar la pequeña pausa, casi imperceptible, que había surgido en sus dedos, acompañada por una leve mueca de sus labios.
«Misterio resuelto», pensó.
—¿Estás celoso? —le preguntó divertido, posicionándose junto a él en el escritorio.
Jim apretó los labios y giró sobre su silla para mirarle directamente, con un gesto serio.
—Oh, pero… —dijo Sherlock, tomándole el mentón para alzar su rostro al tiempo que se inclinaba hacia adelante—, si soy todo tuyo, James Moriarty —le aseguró con un susurro y la mirada ardiendo de pasión.
—Si John intenta algo contigo, le arrancaré las entrañas —proclamó al fin el criminal, sosteniéndole la mirada.
Sherlock esbozó una media sonrisa.
—Pero no lo hará.
Y, antes de que el criminal pudiera volver a hablar, se abalanzó sobre él, atrapando sus labios en un beso feroz que encerró todas sus dudas.