Agua de tus manos
22 de septiembre de 2025, 17:47
Número de palabras: 425
Breve Disclaimer: Menciones al suicidio.
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Todo era tan frío. La cerámica de la ducha en la que se sentaba, el agua que le cubría hasta la cadera... y el cañón de la pistola que sostenía contra su sien.
Su dedo temblaba sobre el gatillo mientras sus huesos de congelaban.
Todo era frío...
Excepto la mano de Sherlock.
Aquella mano, la del detective que amaba, y que se encontraba sobre la suya, impidiendo que disparara. Le había encontrado así cuando llego a casa, en su bañera, con el rostro empapado en lágrimas y la pistola apoyada en su cabeza. Había corrido, tan rápido como el temor puede hacer que las piernas se muevan, para arrodillarse junto a la bañera y alejar el arma del criminal.
Moriarty no lo había permitido, y seguía sosteniéndola con los dientes apretados y los ojos enrojecidos llenos de tristeza y dolor.
—Jim, por favor... —susurró Sherlock realizando una nueva tentativa para apartar el peligro de su pareja.
—S-siempre seré un problema para ti... —tartamudeó el criminal, dejando que su cuerpo comenzara a temblar—, pero no me quiero ir... quiero estar contigo...
La angustia en su voz resultaba desgarradora. Sherlock sabía a que se debía aquello, desde que eran pareja Jim había comenzado a cuestionarse sus actividades delictivas pero sabía que nunca podría alejarse de ellas porque eran un rasgo imperante e inherente en su personalidad, y la dualidad de aquellos pensamientos en su mente le estaba trastornando. Sherlock había conseguido en alguna ocasión calmarle, pero aún no podía impedir que aquellas ideas volvieran a su cabeza.
—E-eres la única persona en este mundo... —volvió a hablar Jim— a la que no quiero hacer daño...
—James... —le susurró de nuevo Sherlock—, sólo me harías daño si desapareces de mi vida. Por favor, quédate... quédate conmigo para que pueda seguir siendo feliz.
El criminal comenzó a temblar con más fuerza, lo que permitió que el detective le arrancara el arma de la mano. Inmediatamente después, se echó sobre los brazos de su pareja para llorar todo el dolor que sentía. Sherlock le tomó con cariño, acariciándole la cabeza con ternura.
—T-te lo agradezco tanto... —sollozó al cabo de un rato.
—¿El qué?
—Tengo muchos demonios, Sherlock —comenzó a explicar el criminal, con un aire que podría rozar la serenidad, mientras se apretaba contra el pecho de su pareja—, pero, desde que te conozco, has conseguido que todos ellos se arrodillen ante ti para tomar agua de tus manos, y eso es increíble.
Sherlock no respondió, limitándose tan solo a apretarle tan fuerte como pudiera para alejar el frío, que tan cerca había estado de arrebatarle lo único que podía importarle en aquel mundo.