Propuesta
4 de octubre de 2025, 20:00
Número de palabras: 449
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—Tengo un regalo para ti —anunció Jim, con un ligero temblor en la voz, al tiempo que apartaba la copa de vino de su boca.
La cena había sido excelente, digna de aquel restaurante tan elegante (a la par que discreto) que había elegido para celebrar su quinto aniversario. La sala reservada se encontraba cubierta por decenas de velas que sumían en una penumbra romántica y acogedora el espacio en el que se encontraban.
—¿Qué es? —preguntó con curiosidad Sherlock.
Sin responder, Moriarty se levantó de la mesa y caminó lentamente hasta posicionarse junto a su silla. Una vez allí, cayó al suelo, apoyando todo su peso sobre una de sus rodillas y sacó una pequeña cajita de terciopelo negro de su bolsillo.
—Sherlock Holmes —comenzó a decir en un tono pausado y solemne—, ¿quieres casarte conmigo?
La cajita se abrió con un pequeño chasquido, revelando un hermosísimo anillo hecho casi en su totalidad de oro. En el centro del mismo, se erigía un brillante zafiro sobre el cual se situaban cuatro delgadas piezas de rubí que, en contraposición con el fondo azulado, partían la superficie en cuatro partes, lo cual le daba un aspecto muy similar a la bandera de Reino Unido. Como remate final, un gran número de pequeños diamantes se situaban bordeando el zafiro.
—Jim… —susurró Sherlock y luego, alzando la vista para mirar a su pareja, exclamó con euforia—. ¡Si! ¡Claro que quiero casarme contigo!
Al momento, se abalanzó sobre el criminal y se echó a llorar por la emoción. Moriarty también se vio sobrepasado por los sentimientos al ver aliviados todos sus temores de recibir una respuesta negativa y la alegría de sentir a su pareja en los brazos. Lloraron durante varios minutos, tirados en el suelo de madera y refugiados en los reconfortantes brazos del hombre al que amaban.
—Me suena de algo —susurró Sherlock, apartándose un poco para fijar su mirada en el anillo.
Jim siguió su mirada y le levantó la mano con la intención de ponérselo en el dedo.
—Es el Anillo de Coronación del rey Guillermo IV, una de las Joyas de la Corona —explicó, empujando el anillo—. Lo robé hace dos semanas.
—¡Una de las Joyas de la Corona! —repitió sorprendido el detective—. No puedo aceptarlo, Jim..
—Ya lo has hecho —respondió con picardía el criminal—. Tranquilo, si te preocupa tanto, te prometo que cuando nos casemos lo devolveré. Quería regalarte algo digno de un rey, para el hombre que gobierna en mi corazón.
Sherlock se sonrojó inmediatamente.
—Lo acepto hasta que nos casemos, porque quiero que tengamos anillos iguales y de éste sólo hay uno.
—Puedo buscar algún anillo en Irlanda...
—¡He dicho “iguales”! —rio Sherlock, robándole un suave beso de los labios—. Algo nuestro.
—Lo que desees —dijo Moriarty, devolviéndole el beso.