Violín
12 de septiembre de 2025, 20:57
Número de palabras: 332
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—Tú siempre insistes en que duerma.
—Eso es porque tu nunca duermes, Sherlock —dijo pausadamente el doctor.
Era evidente por su tono de voz cansado y lento que las treinta y dos horas de guardia le habían pasado factura. Y, por si no fuera poca la evidencia, unas enormes ojeras rodeaban la cuenca inferior de sus ojos, apagando su mirada.
—Bien, pues hoy se cambian los papeles —proclamó el detective, lanzándose hacia adelante para agarrarle la manga de la camisa. Acto seguido, lo arrastró hacia el dormitorio que compartían y lo lanzó sobre la cama—. Hoy insistiré yo.
John estaba demasiado cansado para protestar. El colchón se hundía bajo su peso, envolviéndolo en un abrazo acogedor y las sábanas se presentaban como el refugio ante la fría noche que había tenido que atravesar para llegar hasta su hogar.
Se metió en la cama y volvió a dirigir su mirada hacia Sherlock para invitarlo a que le acompañara. Para su sorpresa, vio al detective plantado a sus pies, con su violín entre las manos, el cual se dedicaba a afinar.
—¿Qué haces? —preguntó incrédulo.
Sherlock no le contestó hasta que todas las cuerdas estuvieron en la sintonía correcta, tras lo cual, colocó el arco sobre las mismas:
—Insistir —fue la escueta respuesta que recibió.
Antes de que pudiera seguir hablando, el detective comenzó a mover el arco con suavidad sobre las cuerdas, con la misma agilidad y soltura con la que le había visto interpretar las piezas más hermosas y horribles que conocía.
La melodía no le era conocida y habría jurado que era la primera vez que escuchaba a Sherlock tocarla, pero eso no le impidió apreciar como las notas se fundían en el aire con armonía. Pudo notar el cuidado de su pareja mientras tocaba, como si temiera cometer un fallo que desembocaría en catástrofe.
—Duerme, cariño, luego me uniré a ti..., lo prometo.
Bajo aquella promesa, el médico permitió a sus músculos relajarse y, ante la dulce melodía que interpretaba, con amor y ternura, el hombre al que amaba.