Piratas
12 de septiembre de 2025, 20:58
Número de palabras: 434
------------------------------------------------------------------------------------------
—¡Ríndete, Capitana Blackstorm! —gritó Sherlock, cortando el aire con su pequeña espada de madera.
—¡Nunca! —exclamó la pequeña Rosie, saltando desde el sillón hasta el suelo—. ¡Nunca me atraparás Capitán Barbamarilla!
Entonces, salió disparada hacia a la cocina empuñando su propia espada de madera, todo lo rápido que sus pequeñas piernas le permitían, mientras su padre la perseguía. Sherlock trataba de darle el suficiente espacio para que llevara la ventaja, pero los pasos torpes e indecisos de su hija de tan solo un año hacían de aquella tarea algo casi imposible.
Entre espadazos al aire y pasos rápidos, pronto volvieron a encontrarse en el salón de Baker Street. Rosie trató de refugiarse bajo la mesa pero Sherlock la agarró por la muñeca antes de que pudiera lanzarse al suelo.
—¿Te rindes ahora? —preguntó con una sonrisa burlona.
—¡No!
Ante aquella respuesta, Sherlock tiró de ella con suavidad para acercarla. Cuando la tuvo entre sus brazos, comenzó a hacerle cosquillas, provocando que la niña explotara en una serie de agudas y pequeñas carcajadas.
Mientras la niña se retorcía en el suelo, presa de los constantes ataques de su padre, Sherlock no pudo evitar recordar la primera vez que Rosie le había sonreído: cuando tan sólo tenía unos pocos meses, aquella carita de ángel, regordeta y rosada, le había enseñado el poder que tenía una sonrisa y, en aquel mismo momento, se había hecho jurar que jamás permitiría que alguien la hiciera daño...
—Ya basta, es hora de bañarse.
Las cosquillas se detuvieron al instante cuando la potente voz del doctor Watson irrumpió en el aire. Sherlock se giró para contemplar a su marido, apoyado sobre el marco de la puerta mientras los observaba con una amplia sonrisa.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí mirando? —le preguntó algo avergonzado, mientras se levantaba para recibirlo.
—El tiempo suficiente como para enamorarme un poco más de ti —le respondió John, dándole un suave beso en la punta de la nariz. Luego, dirigiendo su mirada a la niña que aún se encontraba tendida en el suelo, repitió—. Rosie, a bañarse.
La niña hizo un puchero; no quería dejar de jugar a los piratas con Sherlock.
—Mañana continuamos —dijo el detective y, guiñando un ojo, añadió—, aún no me has confesado dónde escondes el tesoro.
A la niña se le iluminó el rostro y salió disparada hacia el cuarto de baño.
—¿Aún estás buscando tu bufanda? —preguntó, enarcando una ceja, John.
Sherlock se encogió de hombros.
—Sé desde hace una semana que está bajo su cama, pero si se lo digo no podríamos jugar.
—Eres increíble —dijo John, negando con la cabeza, sin apartar la sonrisa de su boca—. Ahora vamos, lo del baño también iba por ti.