Piedras
12 de septiembre de 2025, 21:24
Número de palabras: 366
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—Ayer descubrí algo nuevo —proclamó con orgullo Sherlock.
John levantó la cabeza de su periódico y le observó con curiosidad.
—¿Te has decidido a almacenar que la tierra gira alrededor del sol? —dijo sarcásticamente.
—No te burles —protesto el detective, frunciendo el ceño—, eso sigue siendo información innecesaria.
Aquella afirmación arrancó una fuerte carcajada al médico.
—¿Y cuál es esa información tan interesante que ha conseguido un puesto dentro de tu hermoso cerebro? —preguntó, cuando terminó de reír.
Ante aquella pregunta, los rasgos de Sherlock se suavizaron al instante, como si aquella expresión no tuviera cabida en la escena que estaba apunto de representar. Extendió el brazo hacia adelante, mostrando su puño cerrado hacia arriba.
—La importancia de las roca —dijo, abriendo la mano para mostrar una hermosa piedra redonda y lisa, teñida por suaves ondas naranjas y amarillas.
—¿Las rocas son más importantes que la física del universo?
—Los pingüinos solo se enamoran una vez —continuó Sherlock, ignorando esa última pregunta. Acto seguido, se acercó un poco más hacia él y le tomó la mano—. Cuando escogen a su pareja, la que quieren por el resto de su vida, van en busca de una roca, la más bella de todas —explicó, colocando su piedra sobre la palma estirada del doctor—. Y, cuando la encuentran, van en busca del otro pingüino y, si este acepta la roca, serán pareja hasta sus muertes.
John se quedó paralizado al instante. La sonrisa había desaparecido de su rostro y ahora su mirada alternaba entre el detective y la piedra que aún sostenía en la palma de su mano.
—Sherlock...
—Sin embargo, preferiría extender el acuerdo hasta más allá de la muerte —le interrumpió el detective, con un leve temblor en la voz. Era evidente que aquella fachada de serenidad que había tratado de construir para el momento se estaba desquebrajando—. Si es que me aceptas como pareja, claro.
Al fin, la mirada del médico se posó de manera fija en los preciosos ojos azulados del que había sido su compañero de aventuras y mejor amigo.
—Joder, ¡claro que sí, Sherlock! —exclamó, abalanzándose sobre el detective para tomar sus labios en un beso que se había retrasado demasiado en llegar.